Y así empezó esa maldita noche…
El pasado sábado 14 el muy honorable Levast entregó los premios de la XXXIII Edición de Relatos Bluetales: Objetos diabólicos, que recayeron en El tarro, ganador, y Bubble Jet, made in New Haven, Conneticut, USA. Y como la exposición del ilustre jurado fue tan brillante, hemos querido transcribirla para quienes no pudieron asistir a tan trascendente ceremonia:
Bienvenidos a la trigésimo tercera edición de los Relatos Bluetales. Gracias por asistir y escucharnos en esta condenada noche. Antes de empezar, quiero señalar dos cosas. Primero: éste es el evento cultural más importante de Torrejón de Ardoz. No es una exageración: repasad el programa de las fiestas populares y me daréis la razón. Segundo: hace dos meses presentamos nuestra primera recopilación de relatos, una antología en libro de algunas de nuestras historias en una edición muy chula de la Librería Arriero: aprovechamos para animaros a haceros con un ejemplar a aquellos que aún no lo tengan. No os vais a arrepentir, será un maldito objeto de coleccionista dentro de algunos años Y ahora pasemos a la resolución de esta edición.
Objetos diabólicos, objetos diabólicos… ¿a quién demonios se le ha ocurrido? A ti, por supuesto —señalando al gran SonderK—. No puedo negar que voté por esa opción cuando nos tocaba elegir el tema, quizá porque me parecía simpático, iconoclasta o porque directamente nos gusta lo grotesco —algo pasa con las ediciones impares de los Bluetales—. Cuando descubrimos que lo votamos por unanimidad como en un congreso del PCUS y se pidieron voluntarios para juzgarlo, no sé si fueron fuerzas oscuras las que me movieron a levantar la mano o la cruel fortuna del destino, pero sinceramente desde el primer momento me ha encantado hacerme cargo de esta edición. No es una categoría al uso, no tiene literatura de referencia, parece una elección disparatada, sin embargo creo que es un tema del que personalmente podría haber hecho varios relatos fácilmente —estoy pendiente de acabar uno—, ya que me estimulaba la imaginación con diversas ideas. Pensadlo: en un relato de objetos malditos o diabólicos podemos encontrar intriga, terror, misterios sin resolver, arqueología, historia antigua, aventura, temas religiosos, folclore, mitología, leyendas urbanas… Un cóctel muy variado que nos otorga la oportunidad de enfocar la historias de formas muy versátiles. Bien es cierto que no hay grandes emblemas literarios que identificar con objetos malditos, pero podemos encontrar su rastro en algunos relatos sobresalientes en mitología y cuentos y también en el cine moderno y la televisión. Por tanto, voy a hacer una clasificación genérica en los que podríamos englobar los objetos diabólicos en la cultura popular.
Una primera distinción serían los objetos que pretendidamente ofrecen poder, riquezas o vida eterna, en definitiva una recompensa ilusoria, un espejismo de deseo que sabemos de antemano que no se cumplirá. Son historias que reflejan la vanidad y los errores del ser humano y sirven de moraleja y aprendizaje. Por supuesto este objeto —mostrando una brillante manzana golden— tan saludable y nada diabólico representaría uno de los más antiguos. ¿Lo adivináis? La fruta del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Representa la tentación de lo prohibido y supuso la primera crisis global a nivel planetario gracias a esos dos patanes que fueron nuestros ancestros Adán y Eva. También de ese palo tenemos la caja «sorpresa» de Pandora, un artefacto catastrófico que con sólo abrirlo destapaba todos los males de la humanidad. Ahí es nada, por lo menos lo podrían haber advertido en el manual de instrucciones. También a este nivel podríamos englobar el Anillo Único de la tierra media de los libros de Tolkien, que al final no era para tanto: sólo hacía invisible a un pasmado hobbit, pero siempre ha representado a la perfección la debilidad del hombre ante la irresistible atracción por el poder. Otra referencia literaria importante sería la de El retrato de Dorian Grey, un ejemplo evidente de mal uso del Photoshop en el que un hombre retiene la eterna juventud a cambio de que la imagen en el lienzo refleje todos sus pecados. En definitiva, objetos codiciados en los que el hombre, creyendo que es propietario de algo que les traerá fortuna, en realidad acaba siendo poseído por el objeto en sí.
En otra clasificación podríamos incluir por aquellos objetos que obtienen su poder de la fe, de la devoción, de las supersticiones. El componente religioso o fanático seria lo que determina el influjo y la fuerza del objeto. En estas historias veríamos la influencia de la demonología, la herejía, las profecías, objetos que personifican el Mal en términos absolutos, el infierno, el diablo. La referencia más inmediata sería la novela de El exorcista y su adaptación al cine, una glorificación macabra de las consecuencias de una posesión infernal y en el que quizá el objeto diabólico no sea el componente más importante —era una simple medalla extraída de una excavación—, sino las implicaciones teológicas, las creencias, la lucha entre el bien y el mal de la forma más descarnada. Aparte, para ilustrar un relato en esta categoría, se puede echar mano de misas negras, biblias prohibidas, cruces invertidas, animales sacrificados, agua bendita. Aparte del cristianismo podemos encontrar demonología en el islamismo con los djinns, los demonios del desierto, y pasando por la santería en la que el objeto maldito por antonomasia serían los muñecos vudú, siempre disponibles en oferta en su sección habitual de Toys’r’us.
Otra clasificación algo más difusa serían los objetos descubiertos que provienen de una exploración o un descubrimiento. La maldición que despliegan deriva del choque cultural entre el ambicioso emprendedor y aquello que no se debería descubrir. Civilizaciones cerradas, folclore perverso, tradiciones inexplicables. Aunque el explorador sea alguien de buena fe, la imprudencia, la falta de conocimiento o la ambición desmedidas serán la fuente de su desgracia. Haber expoliado las tumbas egipcias y llevarte a casa ese bonito escarabajo dorado no te va a hacer ganar puntos con los antiguos faraones. Consejos imprescindibles: no toques ese mausoleo azteca, no te lleves las mascaras de esa tribu africana, deja en paz ese tótem indio y no desentierres tumbas de gente que está muy a gusto en la otra vida y no desea que la molesten. Aquí también podríamos incluir las historias de leyendas de la literatura gótica y de terror de los siglos XIX y XX, como Robert E. Howard, Lovecraft, Poe o Lord Dunsany, y otros autores que han creado nuevas mitologías de ficción en los que antiguos manuscritos, ídolos de arcilla de origen extraterrestre o civilizaciones antediluvianas recreaban escenas de locura y desesperación. Más o menos como pasarte cuarenta y ocho horas seguidas leyendo Relatos Bluetales.
Una ultima gran clasificación serían las leyendas urbanas, las historias en el mundo moderno que tienen su base en terrores cotidianos y cercanos. Literatura, cine, tebeos y televisión han dado forma a historias que tienen a veces una base más real de lo que creemos. Leyendas como la encantadora muñeca Anabelle, que se supone poseída por un espíritu, el coche con el que murió James Dean que era peor que un Seat Panda, o la «joya de la esperanza» que trajo desgracias a generaciones de herederos. El cine nos ha traído a criaturas tan demenciales como Chucky, un psicópata en el cuerpo de un muñeco de trapo, o Christine, un coche asesino surgido de la mente de Stephen King. La televisión nos ha traído series como Misterio para tres en el que el concepto era directamente la recuperación de los objetos malditos perdidos de toda una tienda de antigüedades, o diversos capítulos de Expediente X, Sobrenatural o Almacen 13. Y ya en un nivel más elaborado creo pertinente destacar las historias de Hellraiser de Clive Barker, en el que un puzzle demoníaco en forma de cubo nos brindaba una historia espeluznante de una dimensión chunga de tintes sadomasoquistas. ¿Quién no ha estado en una dimensión como esa en ciertos garitos a las cinco de la mañana? En fin, este tipo de historias se caracterizan la mayoría de las ocasiones en que el personaje protagonista sufre o es testigo de las consecuencias de la maldición mientras es incomprendido por el resto de los que lo rodean. Aunque debo decir que mi historia favorita quizá sea una que aparece apenas en los primeros minutos de una película de aventuras: En busca del arca perdida. Todo un alarde de planificación, emoción, intriga y diversión perversa. Un templo ominoso, un guía traicionero, una cripta de pasillos con telarañas, trampas mortales y al final, envuelto en la oscuridad, un brillante ídolo dorado, espantoso y grotesco, que dibuja una insana sonrisa a nuestro héroe. Robarla sólo es el principio de una carrera entre saetas envenenadas, abismos que se abren antes sus pies, perder el tesoro, volver a recuperarlo de manos del cadáver de su guía traidor, ser arrollado por una piedra gigantesca, perseguido por cientos de nativos y volver a perder el tótem de manos del rival más encarnizado. Y librarte por lo pelos. Siete minutos; pero qué siete minutos.
Y ahora vamos con los relatos de esta edición. El nivel es alto, las historias tienen sorpresas y en algunos casos tienen un nivel muy sofisticado. El criterio para valorarlos, como ya he adelantado, no será único y estricto. Se puede recurrir a un relato absorbente y psicológico, o a un retrato minucioso y obsesivo del objeto, o a una intriga desarrollada en distintos periodos de la historia, e incluso imaginar una mitología nueva. A veces ni siquiera el objeto es relevante, sino los hechos que desencadena. Una buena ambientación, un trasfondo rico, giros y sorpresas inteligentes y un desarrollo con pulso firme mientras avanzamos por la historia serán fundamentales a la hora de disfrutar de un relato que resista mil maldiciones. Adelante pues, empezad a leer sin miedo esos condenados relatos y descubrid el espantoso resultado.
Por supuesto, y para dar paso a las vacaciones de verano con los deberes hechos, convocamos la XXXIV Edición, cuyo tema será Ciberpunk. Los originales se entregarán el jueves 28 de agosto, y el premio el 6 de septiembre.