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Cumpleaños feliz

por

I. Bienvenido Mister Marshall

La llegada de un nuevo alcaide siempre genera gran expectación entre los reclusos y los guardias, aunque como os podéis imaginar, por diferentes motivos. Unos lo ven como la oportunidad que estaban esperando para poder trepar un escalafón, y dejar así de tener que oler nuestros sobacos, y otros temen que sobre sus negocios de trapicheo con los guardias recaigan nuevos impuestos. Aunque, a decir verdad, en general, unos y otros aspiramos a hacer bien nuestro trabajo y a no meternos en líos para no tener que hacer ninguna visita a su despacho, esté ocupado por el que sea. Os diré una cosa: todos están cortados con el mismo patrón, se trata de que suban o bajen algún peldaño en la escala de los Malparidos.

Como en otras ocasiones, pretendían darnos desde el primer momento un golpe de efecto y, para ello, no hay nada mejor que hacer una entrada triunfal coincidiendo con la hora del paseo matutino. Allí estábamos, como todos los días, soportando a duras penas el asfixiante calor del desierto de Nevada cuando apareció, levantando una gigantesca nube, la comitiva fúnebre, perdón, la oficial que nos traía (como ya sabíamos todos) a nuestro nuevo alcaide. Cuatro flamantes Pontiac del 55 con las lunas tintadas pasaron alegremente por las grandes puertas, las mismas que a todos nos gustaría pasar algún día pero en dirección contraria, haciendo desaparecer entre el polvo el cartel que nos dio la bienvenida hace ya mucho tiempo y que en grandes letras oxidadas rezaba: ROAD HELL.

Allí estábamos, pasando unas vacaciones de por vida, a ciento noventa kilómetros al noroeste de las Vegas y recibiendo la ilustre visita de un nuevo hijoputa. Como cualquier momento es bueno para cruzar apuestas, empezamos a apostar cigarrillos discutiendo, entre otras muchas cosas, desde de qué color sería su pelo hasta el número de cambios que haría.

Al llegar a nuestra altura redujeron la marcha adrede con la intención de poder vernos con más detenimiento. En el tercer coche, una ventanilla a medio bajar delataba a nuestro nuevo amo y señor y todos los que nos agolpábamos en la valla para darle el recibimiento, que tanto les gustaba, aprovechamos para cagarnos en su puta madre porque sí. Os digo que cuando clavó sus ojos sobre mí se me heló la sangre, porque ese segundo en que cruzamos nuestras miradas fue suficiente para ver a un depredador, uno despiadado y cruel, un profundo pozo con escorpiones negros en el fondo. Esa mirada la conocía bastante bien: la veía todos los días mientras me afeitaba.

La comitiva oficial paró justo a la entrada del pabellón central y una amplia representación presidida por el alcaide en funciones, Frank el gorila, les dio la bienvenida a base de exageradas genuflexiones. El tipo al que todos esperábamos salió de su Pontiac sin la menor prisa, saboreando cada pisada sobre la fina gravilla, y disfrutando a todas luces de los crujidos que producían los guijarros aplastados porque, estoy seguro, se imaginaba que reventaba nuestros cráneos. Subió lentamente los tres escalones que daban al porche de entrada y como sabía que le estábamos examinando se giró hasta darnos la cara. Allí estaba el pedazo de chulo luciendo su traje blanco de los domingos, con el sombrero ladeado y con una mano metida en el bolsillo de la americana, mientras que con la otra jugaba con un dólar de plata haciéndolo pasar de un dedo a otro. Su mirada recorrió toda la valla de punta a punta asintiendo con la cabeza a los comentarios que Frank le iba largando al oído.

—¿Qué tenemos, Joe? —dije por lo bajini a mi lugarteniente, Joe Nervios.

Nothing de nothing. He preguntado a la gente de los Mex y nada, a los Negratas y nothing, a los Marselleses, ídem de ídem. Incluso he invertido una cajetilla de Lucky, como me dijiste, con el Albino y nada. Nadie sabe nothing de ese tipo, ni siquiera los propios guardias. Well, una cosa sí que sabemos, Mac, y es que tiene pintas de chuloputas barato.

Yes, ¡fucking mother! —le respondí—. Encima está más pálido que un jodido fiambre, pero nosotros, a lo nuestro. Sigue investigando, Joe.

—OK —me respondió escupiendo a la izquierda, y acto seguido se perdió entre los demás reclusos.

II. Cada uno en su sitio

Lo único que conseguimos averiguar fue que se llamaba Marshall, Sr. Marshall para los desconocidos. Se había instalado en su despacho, en el pabellón central, y desde el primer momento quiso tener sobre su mesa todos los horarios, turnos, relevos, medidas de control, vigilancia, protocolos, paseos, cambios de ropa, duchas, comidas, visitas, bis a bis y demás cuestiones carcelarias. En pocas palabras: llegaba dispuesto a tocar los huevos a todo el mundo y tenía prisa por empezar a tocarlos.

De entrada, y por la quinta enmienda, invirtió los puestos de los guardias poniendo a los que estaban en administración a cambiarnos los pañales, a los que estaban en el módulo tres los mandó al uno, los del dos a las garitas y a los que estaban sentados los puso firmes.

—¡Qué bueno que viniste! —le dijo Búfalo Bill.

Lo llamábamos así por lo de búfalo, no por lo de Bill. Desde sus dos metros diez de altura, mientras hacía temblar sus ciento ochenta kilos de grasa corporal con unas exageradas risotadas, a Flanagan el Gafotas, el guardia más bajito de todo el estado.

—¡Ni se te ocurra amenazarme! ¡no me provoques! —le contestó Flanagan con su vocecilla de ratón.

Para mirarlo a la cara tenía que arquear su pequeño cuerpo. Para rematar la faena, trató de intimidarlo amenazándolo con su porra, cosa que sirvió para que Búfalo Bill se riera de verdad.

Aquellos cambios causaron una gran conmoción en general, pero sobre todo, sobre todo, a los presos de confianza, los elegidos que trapicheaban directamente con los guardias. A saber: el Albino, del módulo tres, el de los chungos de verdad; el Sin Sombra, del módulo dos, tan delgado que parecía hecho con palillos; y del módulo uno, el que alojaba a los perpetuas sin delitos de sangre, a Mary Flowers. Los tres tendrían que volver a ganarse los favores de los guardias, pero esta vez, cabreados como monas, su precio se cotizaría como el whisky de malta.

También tuvo el buen gusto de cambiar nuestra hora de paseo matutino: en vez de salir de 10:00 AM a 12:00 PM, por sus santos cojones saldríamos de 12:00 PM a 14:00 PM, con lo que empezamos a disfrutar de verdad el maravilloso sol del desierto de Nevada cayendo a plomo sobre nuestros cráneos ¡fucking mierda!

Ni qué decir tiene que dobló los sistemas de vigilancia, redujo el consumo de agua y electricidad e intercaló dos recuentos extras. También redujo al mínimo las causas justificadas por las cuales podías visitar la enfermería, bueno, a decir verdad, las redujo básicamente a una: que se te estuvieran saliendo las tripas por el culo. El resto de buenas noticias os las ahorraré, aunque no quisiera dejar de mencionar que cuando sacaron a Dexter, el Serpiente, de su primera estancia en «el hoyo» (o sea, la refrescante celda de castigo a pleno sol) después de estrenar el Nuevo Código de Comportamiento para Reclusos, dejamos de apodarlo «Serpiente» y lo dejamos en «Lombriz».

III. Mal augurio

Curiosamente el Sr. Marshall también había solicitado los expedientes de todos y cada uno de nosotros, cosa que nos mosqueó bastante, principalmente porque no conseguimos averiguar para qué demonios los quería. Allí solo había reos con cadena perpetua sin posibilidad de revisión, por lo que tampoco nos hicimos ilusiones sobre las intenciones de «Nosferatu», que por cierto, así es como le empezamos a llamar. Su nuevo bautizo fue el resultado de una intensísima reunión en la lavandería entre los jefes de los cinco clanes del módulo tres (como éramos los más chungos, decidíamos esas cosas) después de rivalizar con el de «Sr. Cólico», propuesta que defendía el Barrenero, jefe de los Treskas, pero como nos caía mal a todos se lo boicoteamos aposta. El caso es que Nosferatu hizo llamar a su despacho a nueve reclusos que no habían hecho nada, simplemente los llamó porque se le puso en los huevos, o eso creímos entonces. Allí se presentaron temblando como el culo de una coja y cuando sus rodillas dejaron de hacer ruido y reinó el silencio, Nosferatu levantó lentamente la mirada de los papeles que fingía leer, para repasarlos de arriba abajo, tal como lo hacen los sepultureros cuando tienen que hacer un agujero para un ataúd recién llegado. Posó sus penetrantes ojos negros sobre ellos con la misma ternura con la que un lobo mira a un cordero y algunos de los allí presentes aseguraron que, después de mirarlos, se pasó la lengua por los labios relamiéndose. Fue diciendo sus nombres con ese acento tan raro que tienen los señoritos de universidad, y al ser nombrados dieron un paso al frente quedándose tiesos como un palo hasta que su mano les ordenó retirarse. Una vez repasó a todos los presentes, los despachó a sus respectivos quehaceres. De mi clan, el de los Cimarrones, llamó a The Wrong Man, que vino corriendo a contárnoslo sin pelos ni cochambre, como decimos por estos lares.

—¡Joder, Mac! —ése soy yo, el jefe del clan—, ¡casi me cago en los pantalones! Te lo digo, ¿eh? Te lo digo. ¡Es un hijoputa como la copa de un pino! Te lo digo, ¿eh?

—Cálmate Wrong, joder, y deja de sudar que me estás salpicando. Veamos… —le dije mientras me hacía el interesante rodeado por mis asesores personales, Joe nervios, Seis Dedos, Bob el Tuerto y el propio The Wrong Man—. ¿Para qué coño os ha llamado si os ha despachado así, sin más?

—¡Y yo que sé, Mac! Ese tío es un hijoputa, te lo digo, ¿eh? Te lo digo, está zumbado, tarado, te lo digo, ¿eh? Joder Mac, ¡yo creía que me iba a felicitar porque mañana es mi cumple, he… he…! —me contestó con voz entrecortada, mientras se encendía el segundo Lucky consecutivo.

—¡Rompan filas! —dije al ver acercarse a Lady Basura, la mujer del Barrenero, el que manda en los Treskas.

IV. Los hechos

14 de julio de 1958. Cumpleaños de The Wrong Man. Todo parecía indicar que el asesino no había actuado solo y que probablemente lo hicieran entre dos o tres personas. The Wrong Man apareció colgando ensartado en un gancho de una viga de la lavandería. Tenía un corte en cruz que le recorría todo el pecho hasta la ingle y de un lado a otro por debajo del pecho. Las tripas le colgaban hasta tocar el suelo como si fueran un cordón umbilical y un gran charco de sangre a sus pies reflejaba su cuerpo meciéndose lentamente. Había sido entre los cambios de turnos de la mañana, con lo que hubo gente entrando y saliendo, tanto guardias como reclusos. El caso se cerró a los pocos días sin más aclaración que una breve reseña en la prensa local, el News of Tonopah: «Recluso de la Penitenciaría Estatal Road Hell fallece por un ajuste de cuentas entre bandas rivales».

Reuní a mis asesores personales de inmediato para dar salida a la gran frustración y a la rabia que sentía y dispuesto a organizar una cacería, a dar hostias a diestro y siniestro, o a cortar alguna nariz.

¡Fucking mierda! —dije, rechinando los dientes— ¡fucking su puta madre! ¡Quiero las cabezas de los que le hayan esto a The Wrong! ¡Pero las quiero arrancar yo mismo —en esto era un especialista de primer orden, de hecho, esa afición era la que me había llevado allí.

 Dejé pasar unos minutos en silencio para tranquilizarme y no parecer una loca, aquí cualquier atisbo de debilidad te cuesta el puesto.

—Bien Joe —dije retomando la compostura—, ¿qué tenemos?

Nothing de nothing —respondió con un hilo de voz.

—¿Bob?

—Nada de nada, te lo digo, ¿eh? Te lo digo —respondió hundiendo su cabeza entre los hombros.

—¿Seis Dedos?

Negó directamente con la cabeza sin decir ni pío.

—Escuchad —dije— abrid bien las orejas porque esto es chungo de cojones. Comprad a quien sea y al precio que sea, hostiad, masacrad, descapullar o lo que haya que hacer, pero quiero saber quién ha sido y cagando leches. ¡A trabajar!

Esa noche, cuando todos estábamos en nuestras literas Ham el Flautista se propuso hacernos llorar. Cogió su vieja harmónica y entonó la Balada de Jessie James, triste y lánguida como siempre. Lo hizo a modo de recuerdo póstumo, y por mi sangre que consiguió ponernos a todos un pequeño cristal en la comisura de los ojos.

19 de julio de 1958. Cumpleaños de un tal Ben Miller, alias Matasanos, del Módulo 2. Después de disfrutar de su mujer a través de un vidrio blindado la escasa media hora en las que nuestro querido Nosferatu había dejado reducidas las visitas, se dirigió al almacén de maderas para meneársela con el recuerdo todavía fresco de sus tetas, mostradas a intervalos como regalo de cumpleaños cuando el guardia no les miraba. ¡Fucking mierda!

Su cadáver fue descubierto después de saltar la alarma en el recuento de las 20:00 PM.  Apareció clavado en una pila de tableros con los brazos en cruz y, cosa que llamó bastante la atención, con un empalme del quince. Para soltarle tuvieron que hacer palanca entre dos guardias con unas barras de hierro, pero como no lo tenían bien sujeto, se les cayó de bruces con un terrible resultado: tenía la polla tan tiesa que se les quedó incrustado en el suelo. Cuando por fin consiguieron ponerlo boca arriba en una camilla, le sacaron sesenta y seis clavos que el malnacido psicópata asesino había clavado en su cuerpo formando una cruz, desde la frente hasta el ombligo y desde la palma de una mano a la otra.

Al día siguiente la noticia corrió como la pólvora por todo el penal y, mientras disfrutábamos de nuestro refrescante paseo matutino, decidimos abrir las apuestas correspondientes respecto a la identidad del asesino y de paso comentar de oreja en oreja los pormenores de la escabechina. Incluso tuvimos tiempo de hablar largo y tendido sobre las tetas del difunto, aunque sin llegar a ninguna conclusión definitiva.

—¿Qué tenemos, Joe? —pregunté a mi mano derecha en la comida, esperando recibir datos nuevos.

—El matasanos is dead. Lo han dejado como a un colador —farfulló tratando de masticar y hablar al mismo tiempo—. Parece ser, según algunos, que han colado a un profesional, un killer chungo de cojones, y que se va a cepillar a los que están en una lista…

Por fin tragó el engrudo, pegó un largo sorbo a su petaca de latón para enjuagarse la boca con nuestro destilado carcelario, torció media cara cuando lo pasaba por el gaznate, y siguió con el resumen de su exhaustiva investigación.

—Parece ser que lo encarga gente de fuera, y tiene que ver con cosas que han visto del área nosequé, aunque, según otros, son ritos satánicos o zulúes… ¡no! vudúes… ¡fucking mierda!

—Bien —le dije pegando mi cabeza a la bandeja de la bazofia y haciendo que él hiciera lo mismo—, haz una visita con The Bull y con el Gringo de los Mex, como testigo, al nuevo del Módulo 2, el espalda mojada que llegó hace mes y medio y le hostiáis hasta que diga algo.

—Ok, boss —dijo Joe asintiendo con la cabeza.

25 de julio de 1958. Cumpleaños de un don nadie del Módulo 1, el de los señoritos. Trabajaba en la cocina como ayudante del Gran Metre de la Bazofia. Se ganó la perpetua por intento de envenenamiento de toda la plantilla de oficinistas de la Benson&Benson Inc. Su intención fue resolver de un plumazo las continuas burlas que recibía por la escasa calidad de sus comidas.

Después de recoger el desayuno, el Gran Metre y el resto de reclusos ayudantes lo sorprendieron con una tarta hecha con cebollas crudas, coronada por un calabacín abierto a modo de floripondio.

—¡Si no lloras de emoción, cómete una cebolla, so cabrón! —le cantaron cariñosamente a coro, tras lo cual le dieron su regalo: le dejaron el honor de preparar él solito el rancho del día.

Cuando volvieron al final de la mañana para terminar de preparar la bazofia se encontraron con seis grandes pucheros puestos al fuego.

—¡Joder, cómo le ha cundido! ¡Vamos a tener que celebrar su cumpleaños todos los días! —dijeron a gritos desternillándose de risa mientras se ponían los delantales.

Al asomarse al interior de las ollas se encontraron con un macabro plato en preparación, pues en cada una de ellas hervía alegremente un miembro amputado del don nadie. Brazos, piernas, tronco y cabeza acompañados de cebollas, patatas, coles, zanahorias y puerros estaban listos para ser servidos.

En la prensa local los hechos se vieron de otra manera: «Recluso de la Penitenciaría Estatal Road Hell se decapita por accidente mientras preparaba el suculento menú diario».

—¡Joder, Joe! —le dije sin poder reprimir el cabreo que tenía— ¿qué cojones tenemos? ¿qué le habéis sacado al nuevo?

—Al nuevo lo dejamos sin dientes antes de dejarlo hablar, y después caímos en la cuenta de que él no pudo haber sido porque ese día estaba en el hoyo de castigo cociéndose al sun. Pero… —y bajó la voz al tiempo que miraba para todos los lados— hay un tipo que ha contactado conmigo a través de Mary Flowers y me ha asegurado saber quién es el que se cargó al don nadie, pero que sólo te lo va a decir a ti si lo trasladas a nuestro módulo y le garantizas protección full equip. Sólo quiere hacer tratos contigo porque Mary se lo ha recomendado. Se hace llamar Mohicano. That´s all.

—¡Joder Joe! ¡Eso es cojonudo! Arréglalo todo con el Gafotas y con el Albino, o con la madre que los parió a los dos, pero quiero a ese tío aquí para ayer, ¿OK?

V. ¡Qué dura que es la vida!

Mientras conseguíamos traer a nuestro hombre al Módulo 3 cayeron seis compañeros más, sospechosamente, los seis restantes que habían visitado el despacho de Nosferatu hacía ya un mes y medio. Nueve reclusos asesinados a sangre fría y allí seguía sin pasar nada, ni una investigación ni nada parecido por parte de las autoridades, tan solo unas breves notas en el News of Tonopah. «Muere electrocutado un preso de la penitenciaria al manipular unos cables de alta tensión.» «Aparece recluso atragantado con su regalo de cumpleaños, un crucifijo de plata de cuarenta centímetros. Todavía no se explican por qué quiso tragárselo.»

Y así una escabechina tras otra.

El caso es que otros nueve fueron llamados al despacho del alcaide, entre ellos, yo, ¡fucking mierda! La visita fue igual de interesante que la otra, con el Nosferatu haciéndonos con la mirada un traje de madera y nosotros cagándonos en su puta madre. Lo que os puedo asegurar es que salimos de allí contando los días que nos quedaban para cumplir años y con la terrible certeza de que o hacíamos algo, o iban a ser los últimos que veríamos, al menos en este mundo.

Convoqué sin perder tiempo una reunión urgente con los jefes de los otros clanes. Discutimos durante horas, entre otras muchas opciones, provocar un motín para llamar la atención de la prensa y de la televisión, pero al final la evidencia de las nulas opciones que Nosferatu nos había dejado cuando implantó las nuevas normas de seguridad, nos puso en nuestros sitios. Ese pedazo de cabrón nos había cortado las alas y nos tenía bien sujetos por los huevos.

Al volver de la reunión me encontré con una grandísima sorpresa: el Mohicano. El tipo resultó ser un imberbe de apenas veinte años con la cara llena de pecas y con el pelo más rojo que una calabaza.

—¿Cómo te llamas, hijo? —le pregunté, poniéndole una mano en el hombro en plan paternal.

—Me llamo Rod, Rod Steward pero prefiero que me llamen Mohicano, señor.

—Bien hijo —le respondí apretando suavemente mi mano—. Desde este momento tienes protección full equip y eres miembro de pleno derecho del clan de los Cimarrones. Tienes mi palabra.

Para decir esto levanté adrede la voz y, aunque todos mis subordinados ya lo sabían porque se lo había dejado muy clarito, asintieron confirmando mis palabras.

—Ahora tómate tu tiempo y dime, a mí y sólo a mí, ¿qué sabes del asesinato del don nadie? —le dije pegando mi oreja a su boca.

Miró nerviosamente a todos antes de acercarme su cabeza. Sudaba como estuviera metido en un traje de brasas.

—Yo… yo estaba colocando una de las cámaras frigoríficas, me habían dicho que no saliera hasta que hubiera terminado, cuando escuché ruidos como de cacharros cayendo al suelo… —empezó a relatarme, secándose el sudor con la manga de su camisa de rayas negras— …miré por el ventanuco para ver qué pasaba. Yo… la verdad es que estaba a punto de salir porque llevaba casi toda la mañana allí metido, y estaba medio congelado, pero me quedé congelado del todo con lo que vi…

—¿Qué viste, Rod? —le dije aspirando las palabras.

—Vi… vi al… ¡joder! ¡vi al alcaide cortándole una pierna a alguien! —después de sorberse unos cuantos mocos continuó—. Le… ¡le estaba cortando la puta pierna con un cuchillo de cocina! ¡con uno de los grandes! ¡Joder, todavía se movía el pobre desgraciado…! Le… le faltaba la otra, pero cuando me fijé en las ollas que estaban al fuego la vi sobresaliendo por una de ellas…

—Tranquilo hijo —le dije tratando de calmarlo antes de que le diera un ataque—, no hace falta que sigas porque ya me sé el final. Recuerda, Rod, si esto se lo cuentas a alguien más, nuestro trato se rompe y hago contigo el mismo rancho que hizo el alcaide, ¿OK?

—Sí, señor —dijo intentando tragar saliva, pero como no le quedaba se apañó con otra ración de mocos.

Convoqué a Joe, llamando su atención con un ademán.

¿What quieres, boss? —dijo pasándose la lengua por la comisura de los labios, saboreando de antemano una dulce venganza.

—Tráeme al Químico.

—¿Es el asesino?, ¿es el killer? ¿Lo vas a ejecutar? ¿El químico es el asesino? —me bombardeó en un  segundo.

¡Fucking cojones! —le grité—. ¡Tráemelo y punto!

No podía controlarme, porque tenía una fecha en la cabeza que me estaba achicharrando: mi cumpleaños era dentro de dos semanas, el 1 de octubre de 1958.

VI. La hora de los valientes

—A ver, Químico, necesito un paquete bomba con potencia suficiente para volar medio pabellón central —le espeté mirándolo con dureza a los ojos para que entendiera que la cosa iba en serio—. Tienes dos opciones: decir que sí, con lo cual ganarás un montón de cosas, o decir que no, y perderás la virginidad todas las noches de aquí hasta que te jubiles con la polla de The Bull. ¿Qué dices?

—Joder Mac, digo que sí —dijo tragando saliva como pudo—. Si se trata de volar el pabellón de los jefazos, lo podría hacer incluso gratis.

—No hace falta, seré generoso. Dime lo que vas a necesitar.

—Déjame pensar… bueno… necesitaré ácido nítrico concentrado, unos cineto sesenta mililitros, ácido sulfúrico también concentrado, unos cuatrocientos ochenta mililitros, glicerina, agua destilada, bicarbonato de sodio y sal… ya te diré las cantidades de esto último cuando eche cuentas. No me pongas esa cara porque esto sólo es de material, de equipamiento vamos a necesitar un gotero, un matraz graduado, un contenedor de hielo, un termómetro de mercurio y por último, papel tornasol azul, no verde ni amarillo, azul. Si lo vamos a hacer, hay que hacerlo bien.

—¿Y para qué cojones necesitas todo esto? —le pregunté rascándome con impaciencia mi barba de dos días, repasando mentalmente lo que acababa de oír.

—Para hacer nitroglicerina. El resto es cosa tuya, yo te hago el explosivo y tú pones el paquete porque ahí no llego —me dijo tan seguro de sí mismo que hasta me infundió respeto.

—Ponte en marcha. Pídele a Joe lo que necesites. Tienes semana y media —le dije, me di media vuelta, y me fui.

VII. Acción de la buena

Le pasé la lista del Químico a Joe para que le fuera echando un vistazo.

—¿Qué tenemos, Joe? —le pregunté al cabo de un rato viendo que no levantaba la cabeza de la lista—. Hay que conseguir todo eso sí o sí.

—No problem, creo, pero voy a necesitar recursos extras, muchos recursos extras. En esta lista hay cosas que van a costar muy caras. Pero oye boss… ¿para qué fucking es todo esto?

—Ya te contaré. Por ahora vas a ser la sombra del Químico y le tratarás como a un rey; si le pasa algo respondes con tu cabeza. Pero antes tráeme a alguien que sepa montar bombas —le dije como si nada.

¿What? —preguntó dejando su boca medio abierta—. ¡Fucking madre!, ¡la vamos a liar parda! ¡puta madre! —gritó sin poder contenerse—. A ver, déjame pensar… ¡sí, puede ser, boss! Tengo a tu hombre, un tal TNT de los Treskas, bueno, si el Barrenero lo autoriza, claro…

—Bien, pues te llevas a The Bull y a Cascanueces —le contesté—: cogéis al TNT a solas y le estrujáis los huevos hasta que llame a su mamá. Que le quede bien clarito que vamos en plan chungo. Después que le diga al Barrenero que se viene con nosotros de intercambio cultural. Vuela.

Al cabo de dos días tenía a mi ingeniero jefe en paquetería explosiva sentado delante de mí. Me quedé mirándolo fijamente mientras paseaba un palillo de un lado a otro de mi boca. Cuando empezó a removerse inquieto, le dije:

—Bien, TNT, iré directo al grano. Necesito un paquete bomba, bueno, para ser más exactos, necesito una caja de puros bomba. La quiero montadita en doce días. ¿Qué vas a necesitar?

Parpadeó repetidamente como si tuviera mosquitos en los ojos, pero como le hice gestos a Cascanueces con la mano para que se acercara, se le quitaron de inmediato y dijo sin apartar la vista de mi bestia parda:

—Bueno, vamos a montar un circuito sencillo, pero eficaz de cojones. Consígueme un detonador, dos pilas, unas laminillas que sean aislantes, cable fino de cobre, con un metro me vale, y por supuesto la guinda del pastel, o sea, el explosivo… y haré tu paquetito.

—Lo tendrás todo, le dije alejando a Cascanueces con un gesto de mi mano. Si cumples, sabré agradecértelo.

Llamé a Joe y le dije que fuera buscando papel de regalo.

—¿De cuál? —me respondió.

¡Fucking tu puta madre, Joe! ¡El que se usa para envolver regalos!

VIII. A lo hecho, pechos

La maquinaria perfectamente engrasada del clan de los Cimarrones, o sea, la nuestra, empezó a trabajar a contrarreloj, y para que todos los tornillos estuvieran en su sitio los convoqué a una reunión al más alto nivel en las letrinas del lado sur. Bajo la amarillenta luz de las gastadas lámparas, les fui dando instrucciones sobre lo que esperaba de ellos. Encima de una improvisada mesa, coloqué un gran plano de la penitenciaría lleno de flechas que iban y venían en todas direcciones y que acababan en un trozo de salchicha, tocino, frijoles, guindilla o huevo duro y que, según iba detallando a quién correspondía ejecutar tal cosa, me los iba comiendo.

Los primeros materiales llegaron por la vía del trapicheo carcelario con los guardias: una caja de puros que costaba un riñón, papel de regalo, del que se usa para envolver regalos, y dos pilas. El cable lo consiguieron directamente de la propia instalación eléctrica de nuestro módulo, aunque para ello tuvimos que dejar sin fluido eléctrico las lámparas de las duchas. Las pinzas de quitarse los pelos que nos iban a servir de laminillas aislantes se nos resistieron un poco porque Lady Basura, la mujer del Barrenero, nos dijo que eran un recuerdo de su madre y no tuve más remedio que recordarle que si ella misma no quería pasar a ser un recuerdo, le pusiera precio y cerrara el pico.

Lo más chungo fue el detonador porque, como es lógico, no es un artefacto que se tenga en la mesilla de noche y por cojones teníamos que pasarlo desde fuera. El caso es que el Albino se las arregló para hacer que los contactos de Mary Flowers lo lanzaran desde fuera y que además cayera justo entre el Módulo 2 y la lavandería, y que además no lo vieran los sabuesos.

De momento todo parecía ir sobre ruedas y TNT montó sin problemas el circuito integrado en la caja de puros, a la espera de recibir la guinda del pastel: la nitroglicerina.

El Equipo B tenía que conseguir lo más chungo de la lista y no habían estado parados. El Químico, por petición expresa mía, y su recién nombrado séquito personal se dedicaban a recopilar el material necesario para la fabricación del explosivo.

Tal y como habíamos establecido, el matraz y la glicerina la adquirimos en la enfermería gracias a los favores que me debía el encargado y de allí también conseguimos el termómetro, aunque para poder sacarlo sin ser detectado en el control de salida, Bob el Tuerto se lo tuvo que dejar metido en el culo después de pasar dos días allí tratándose una fingida úlcera sangrante.

El agua destilada, el bicarbonato y el gotero se lo cambiamos al vigilante nocturno de la farmacia a cambio de una mamada de Mary Flowers a través de los barrotes, entre otras cosas.

—¿Qué tenemos, Joe? —le interrogué ansioso cuando vino a darme el parte diario.

—Mary Flowers ha dicho que la próxima mamada la vas a hacer tú, que ella sólo chupa pollas que tengan requesón máximo de three days; se nos ha acabado el Winston y la maría; el Barrenero vino ayer con su guardia pretoriana y amenazó con una carnicería si no le devolvemos a TNT; en el patio la peña está acojonada con el fiambre que encontraron ayer, lo de la cabeza encima de sus rodillas chupándose su propia polla no les ha molado nothing de nothing; todavía nos falta la mitad de la lista y eso es todo por hoy, boss.

¡Fucking mierda! ¡Joe, joder, espabila al personal que la cosa es muy seria! Vuela —le espeté sin muchos miramientos haciéndole un gesto con la mano.

La sal de mesa fue cosa de niños y el papel tornasol, azul, no verde, ni amarillo, ni su puta madre, azul, se lo cambiaron a Flanagan por papel de fumar. El contenedor para el hielo lo construimos con los paneles aislantes que le tomamos prestados a las paredes de las cámaras frigoríficas.

El ácido nítrico y el ácido sulfúrico eran otra cosa. Aquí había que emplearse a fondo, y ya que estábamos cerca de las Vegas, apostarlo todo al doble o nada. Los dos frasquitos había que traerlos a toda hostia desde el otro lado del desierto y hacérnoslo llegar en unos pocos días… ¡fucking mierda! Por suerte, el Sin Sombra se comprometió a hacerlo, pero con una diferencia de cinco días entre la primera y la segunda entrega, con lo que tendríamos todo para el día 28. Si el último frasquito no llegaba a tiempo, todo habría sido para nada.

IX. Me va a dar algo

—¿Qué tenemos, Joe?

Nothing de nothing. Se supone que mañana viene el sulfúrico, es la última entrega. Todo está dispuesto y organizado, pero no está en nuestras manos… si dependiera de dar hostias, te aseguro que lo tendrías desde hace días —me intentó tranquilizar Joe.

—Déjalo Joe, no sé si me estás tranquilizando o poniendo más nervioso. Vendrá, ya lo verás —le dije sin hacer sangre—. El 1 de octubre, mi happybirthdaytoyou, es domingo y es un buen día para palmarla si la cagamos, por si acaso y la diño toma esta carta y se la mandas a mi madre. ¿Preguntas?

Nothing de nothing, boss.

El caso es que el jodido frasquito llegó entre algodones puntual a su cita con el Químico y para asegurarnos de que nadie lo interrumpiese mientras creaba su gran obra, reservamos por la vía de mis santos cojones las duchas y su recién estrenado nuevo tendido eléctrico. Dispusimos una gran mesa con todos los materiales y con todos nosotros rodeándola.

—Cuando tú digas, Mac —me dijo el Químico frotándose las manos y saboreando su gran momento de gloria siendo el puto centro del mundo.

—Me pongo en sus manos, doctor. Cuando quiera —dije en un tono tan solemne, que por un momento me parecí al juez que me envió a la trena de por vida.

X. Cumpleaaaños feeeliz, cumpleaaaños feeeliz…

Domingo 1 de octubre de 1958. Me desperté sobresaltado cuando Joe me dio unos golpecitos en el brazo, a punto estuvo de costarle un puñetazo en la cara.

—¡Joder Joe, casi me matas del susto…! ¿Qué tenemos? —le pregunté mientras me estiraba en el camastro.

—¡Todo OK, joder, todo está OK! Por cierto, te he puesto escolta personal, tienen orden de no separarse de ti ni para cagar.

—Ya me imagino a The Bull limpiándome el culo. Bien Joe, como tú quieras, pero sobre todo nada de llamar la atención. ¿Ha llegado a su despacho? —le pregunté.

—Como un clavo —me contestó esgrimiendo una gran sonrisa.

—¿Has repartido lo otro a quien te dije?

Yes.

El día transcurrió como si nada y sin darme cuenta llegó la hora de la comida. Nos acomodamos en nuestra mesa y muchos compañeros de otros clanes aprovecharon para felicitarme por lo bajini.

—¡Eh, Mac, feliz día! —me soltó a mis espaldas Juanito Zapata de los Mex—. Y gracias por lo otro.

—¡Mac, que cumplas más a menudo! —me felicitó Carroñieri de los Marselleses—. Por cierto, ¿te ha sobrado alguno? Te compraré todos los que tengas.

—Felicidades hermano —me dijo King de los Negratas, apoyando su gran manaza en mi hombro—. Te aseguro que lo voy a disfrutar.

A todos los fui contestando con la mejor y más sincera de mis sonrisas, y cuando todo el mundo se sentó y metió su cabeza en la bandeja, creí oportuno dirigirme a mis hombres. Creo que lo estaban esperando, porque ninguno había empezado aún a comer.

—Bien compañeros. Todo este tiempo me habéis respetado y yo os he correspondido. Somos un buen clan, uno de los más respetados y uno de los más influyentes, y pase lo que pase hoy, espero…

¡¡¡¡¡¡BBBBBBBOOOOOOOOOOUUUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!!!!!!

Una tremenda explosión hizo temblar todo el edificio y nos levantó de nuestros asientos. Hubo un momento de silencio mientras las paredes y el suelo dejaban de temblar, que nosotros aprovechamos para mirarnos sin poder creérnoslo todavía. De repente, el caos. Los alaridos de una estridente sirena ahogaron los gritos de júbilo que salieron de nuestra garganta mientras levantábamos los brazos en señal de victoria. Pasados esos instantes de orgasmo nos sentamos lentamente y recobramos la compostura como unos señores. Se formó un lío tremendo con reclusos gritando y corriendo en todas direcciones, con los guardias desbordados intentando controlarlos dando gritos y porrazos, con la alarma general que se sumaba a la alarma contra incendios, con los cocineros gritando al caerles encima la bazofia caliente, y con las puertas que se cerraban de golpe dejando adentro aquella hecatombe.

Algunos desgraciados creyeron que era un motín y empezaron a lanzar las bandejas al aire, otros se organizaron para masacrar a los guardias que se habían quedado dentro y, para colmo, la luz empezó a parpadear… pero en medio del caos, veinticinco reclusos sentados tranquilamente como unos señores y ajenos a todo lo demás, sacamos un Montecristo del n.º 2, le dimos un pequeño mordisco y lo encendimos, por supuesto, como unos señores. Inspiramos una profunda bocanada de humo que hizo brillar nuestras caras con la brasa candente y, mientras la exhalábamos, cantamos al unísono:

…¡¡¡YYY QUEEEEE CUUUUMPLAAAS MUUUUCHOOOS MÁAAAAASSSSSSSS!!!

Feliz the end

News of Tonopah: «Parte del pabellón central de la penitenciaria estatal Road Hell, salta por los aires debido a una fuga de gas. Del Alcaide, el Sr. Marshall, que en esos momentos se encontraba en su despacho, lo único que se ha podido recuperar es una oreja, que cayó en la granja de los McCallan, a cinco millas de distancia».

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Jojojojojojojo, cómo me he reído sobre todo poniéndole tu cara a Mac XDDDDD. Si es que da para una película y todo. Además confirma el preocupante y avanzado estadio de corrosión de tu mente escabrosa y sádica. Esa imaginería carnicera sólo puede salir de un enfermo!! 😛

  2. Duncan Campbell Spirit dice:

    Me alagas, querido, pero ya sabes que si no le pongo un poquito de sangre por aquí y por allí, no me sabe a nada el relato. En cualquier caso, es una crueldad inadmisible que te hayas imaginado mi bella y perfecta cara en un tipo como este. Por cierto, ya hablaremos tu y yo respecto a la cantidad de whisky que tiene que llevar un cubata…

  3. levast dice:

    Jejeje, me uno a la corriente de opinión sobre el sadismo del autor. Pero hay que reconocer que clava los diálogos y la ambientación y las descripciones de situaciones son muy afiladas. Ni a Hannibal Smith se le hubiera ocurrido un plan tan destroyer.

  4. SonderK dice:

    ¡Grandisimo! Un relato bestia y gracioso por igual, inconfundible el estilo del autor, los personajes son cojonudos y la accion sublime, me ha gustado mucho y espero poder leer de nuevo uno de tus proximos relatos, que grande jajaja…

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