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¿Sabes qué es lo más duro de matar a un hombre?

por

Antes de emprender el camino de la venganza, cava dos tumbas.

Confucio

La venganza nunca es limpia. Míranos, aquí estamos en el cuarto de baño de un motel barato, tú derrumbado junto a la taza del váter y yo desangrándome en la ducha. Imaginada, la escena era distinta, se trataba de una secuencia de contemplación mutua, un enfrentamiento estilizado, una cuchillada entre las costillas, un corazón sajado y unos ojos abiertos paralizados por el reconocimiento de la cara que lo miraba impasible ante su sufrimiento, galvanizada por la conciencia de estar haciendo justicia.

¿Sabes qué es lo más duro de matar a un hombre? Matar a un hombre. Así de sencillo. Es duro desde el punto de vista material, porque incluso la vida más insignificante se aferra a su propia singularidad y todo organismo se niega a aceptar su fin de manera desesperada. Luchas por controlar tu respiración, intentas calmar tu pecho para minimizar el daño que las costillas rotas puedan provocar en tu pleura. Por mi parte me cuesta mantener centrada la vista, al caer me he golpeado con el grifo de la bañera y es posible que tenga alguna vértebra fisurada. Y veo la sangre que se diluye en el agua, aunque no noto los cortes. Es increíble cuánto podemos llegar a sangrar. Es como si fuéramos frágiles bolsas de líquido rojo inconscientes de vivir en un mundo de objetos afilados.

No hablamos, pero sé que los dos estamos pensando en lo mismo. Estamos rememorando, localizando el momento de nuestro pasado que nos ha precipitado a este triste presente. Seguro que lo recuerdas: un niño demasiado asustado para cerrar los ojos ante el hombre que le apoyaba el cañón de su arma en la frente. Un niño que se quedó inmóvil cuando aquel hombre bajó el arma y se fue, que se quedó horas junto al cadáver de su padre, sosteniéndole la mano, sin ser capaz de arrancar a llorar. Sí, lo recuerdas. Porque aunque hayan pasado diez años, sigues siendo ese niño.

¿Sabes qué es lo más duro de matar a un hombre? Matar a un hombre. Es duro desde el punto de vista moral, porque te crees justificado, te repites que tus motivos son válidos. Pero un asesinato es un asesinato, y lo tremendo de este acto caerá sobre tu conciencia cuando superes la euforia de la venganza, si es que sientes alguna. Comprenderás la enormidad de haber cometido el único acto irreparable, el único crimen que no tiene compensación posible. Te escudarás en tus motivos, pero ¿qué crees, que no había motivos para que matara a tu padre? Ambos actos son el mismo, y pronto te darás cuenta de que la pérdida de una vida no compensa la pérdida de otra, que no hay manera de lograr una suma cero. Y que en el momento en que matas, te quedas indeciblemente solo. Lo sé, porque lo he hecho muchas veces.

¿Sabes qué es lo más duro de matar a un hombre? Matar a un hombre, porque en el instante en que lo haces necesitas dos tumbas. Porque yo me estoy muriendo, pero a ti ya no te queda vida. Acabas de vomitar y luchas por retener las lágrimas. Empiezas a darte cuenta de que has renunciado a los lazos que te vinculaban a otros seres humanos, de que te has expulsado de la sociedad. No tendrás un momento de paz, y esto será un pozo negro en tu interior que deberás ocultar a cuantos te rodeen. Ya sólo te quedan la mentira y el miedo. Y pronto comprenderás que ni siquiera son suficientes para llenar el vacío que te ha quedado al cumplir tu misión. No eres ni remotamente consciente de que acabas de perder la motivación que te ha estado impulsando una década. Aún. Pero comprenderás que en tu obsesión por lograr este objetivo has dejado a un lado cualquier otra meta. Y que un hombre roto no puede reconstruirse.

Tengo frío, quiero acurrucarme y cerrar los ojos. Intento echarme a un lado, pero el pecho me arde. Me pesan los párpados. Ya no eres más que una figura borrosa. No veo un túnel con luz al fondo, te entreveo a ti levantándote, temblando. Recuerdo el niño que fuiste.

¿Sabes qué es lo más duro de no matar a un hombre? Que desde ese momento cargas con su destino. En el segundo en el que te perdoné la vida comencé a trazar la línea que nos ha conducido a este momento, condenándonos a los dos. Y lo más triste es lo que no sé si llegarás a comprender algún día: que con todos los crímenes que he cometido, mi castigo me ha llegado de la mano del único acto de compasión que he realizado en mi vida.

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    La prueba irrefutable de que un gran relato cabe en una pantalla 😉

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