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La dura tarea de innovar

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Innovar es difícil. Es difícil en cualquier ámbito, pero tratándose de sexo, lo es aún más. Y tratándose de la industria cinematográfica del sexo, las probabilidades tienden a cero. Dejemos a un lado el catálogo de posturas del Kamasutra, y centrémonos en el cerebro, el órgano sexual más importante. Pensemos en las atracciones tipificadas en los manuales de psicología. Sólo con la lista de filias y parafilias se podría escribir un Thesaurus. Se puede dividir la fisionomía humana en un catálogo de fetichismos. ¿Hay alguna parte del cuerpo de tu pareja sobre la que te masturbas en tus fantasías? ¿Los ojos? Oculofilia. ¿Las orejas? Otofilia. ¿Los dientes? Gomfipotismo. ¿Las axilas? Axilismo. ¿El estómago? Alvinolagnia. ¿Los genitales? Colpofilia. ¿Las nalgas? Pigofilia. ¿Las piernas? Crurofilia. ¿Los pies? Podofilia. ¿O te interesa más la interacción sexual con desfase de edad? ¿Te gustan las mujeres mayores? Graofilia. ¿Más jóvenes? Elige: hebefilia, ninfofilia o blastolagnia. ¿O tu fijación son los fluidos corporales, que te empapen con ellos o que cubran de arriba abajo a esa compañera tuya de trabajo a la que secretamente deseas? ¿Se trata de lágrimas? Dacrilagnia. ¿Saliva? Salirofilia. ¿Sudor? Sudorofilia. ¿Vomito? Emetofilia. ¿Orina? Urolagnia. ¿Mierda? Coprofilia. ¿O eres del tipo exhibicionista? ¿Te gusta que te miren cuando lo haces con tu pareja? Autagonistofilia. ¿Sólo que te oigan? Agrexofilia. ¿O lo que te gusta es incorporar objetos al acto? ¿Te va el rollo de los enemas? Clismafilia. ¿Las agujas? Belonefilia. ¿Las descargas eléctricas? Electrofilia. ¿Objetos sagrados? Anofelorastia. ¿Tampones usados? Hemotigolagnia. ¿Qué tal si aumentamos la bizarrez? ¿Qué tal si te sientes atraído por los discapacitados? Ablasiofilia. ¿Y por la gente que ha sufrido una amputación? Acrotomofilia, a menos que específicamente se trate de un miembro en concreto, en cuyo caso es amelotasis. ¿Con malformidades? Dismorfofilia. ¿Animal? Zoofilia. ¿Vegetal? Fitofilia. Más difícil todavía… ¿La ropa sucia? Misofilia. ¿Desnudarte delante de un médico fingiendo una enfermedad? Latronudia. ¿Coserte partes del cuerpo con aguja e hilo? Consuerofilia. ¿Los rayos y relámpagos? Astrafilia. ¿Maniquíes o estatuas? Galateísmo. ¿Sólo te excitan las fotos o cuadros de desnudos? Iconolagnia. ¿Además les haces un agujero a la altura de los genitales y te lo follas? Furtling. ¿Que te repten insectos, gusanos o caracoles sobre los genitales? Formicofilia. ¿Te gusta introducir alimentos en la boca, vagina o ano de otra persona para recuperarlos con la lengua? Picacismo. ¿Ser entrerrado vivo? Tatefilia. Y así podríamos seguir durante horas…

Ante tal panorama, mi socio Héctor y yo estamos consternados. Como dueños de una productora de cine pornográfico, necesitamos un nicho, un género aún virgen, alguna práctica no catalogada. Los japoneses se nos han adelantado con el bukkake, los alemanes con el fisting, y un cabrón de la competencia con el hámster; un auténtico cabrón, uno al que sin falta debemos fichar. Pero mientras incorporamos a ese genio a nuestro equipo, recae sobre nuestros hombros la tarea de ofrecer un producto competitivo y fresco. De ahí el pequeño descanso que decidimos tomarnos antes de subir a encerrarnos en nuestra oficina para provocar una tormenta de ideas.

Somos tan sofisticados que hemos bajado a tomar un brunch que ha consistido en varios sándwiches de pastrami y cebolla caramelizada y zumo de pomelo. Personalmente, además, hace una media hora que noto la intoxicación de la ketamina; sí, puede que tenga alucinaciones, pero la historia está llena de chamanes, filósofos, músicos, escritores y mesías que han atisbado en ellas una revelación. Y no me importa que se emplee en veterinaria. Tampoco me importa la impresión que me acompaña de estar atravesando capas y más capas de éter cálido. Mantengo mi mente en su sitio repitiendo un mantra. Calculo de manera inmediata mis constantes vitales. Pulsaciones por minuto: 62. Respiraciones por segundo: 0,28. Bien, me encuentro en un estado óptimo. Pagamos la cuenta, evalúo distraídamente el potencial sexual de la camarera, y salimos de la cafetería.

Entramos en la oficina justo en el momento en que Ismael, el jefe de guionistas, grita encolerizado a los demás «¡Hay que comer más culos!». Sí, tenemos guionistas. Y técnicos de iluminación, y de maquillaje y de postproducción. Nos tomamos nuestras películas muy en serio, son un producto de calidad. No hacemos esa mierda de gonzo, aunque nuestras actrices pueden ser tan guarras como las que se dedican a ese género. De hecho, pueden ser tan guarras como les paguemos, lo que, en definitiva, se llama como en cualquier otro ámbito laboral: profesionalidad.

En la sala de juntas todo está dispuesto. Las botellas de agua mineral situadas frente a las copas de cristal. Varios tacos de folios perfectamente alineados en bloques compactos precedidos de varios portalápices en los que los bolígrafos están agrupados por colores, negros, azules y rojos, y que me hacen pensar en las papelerías y en mi infancia: de niños a todos nos gustan las papelerías. Tal vez eso se podría considerar como alguna clase de fetichismo. Además, sobre un fino espejo rectangular y sin marco, hay un generoso montículo de cocaína. Freud la inventó como anestésico para las operaciones de córnea hace ciento veinticinco años, pero gracias a Dios hemos descubierto que es mucho más interesante empleada con fines recreativos; digan lo que digan, te hace más imaginativo, más listo, más simpático, más ingenioso, más rápido y más fuerte, y para colmo tardas más en correrte. En definitiva, es genial, por eso yo siempre se la doy a los niños que me piden un cigarro. Porque fumar sí que es un vicio malsano (nota: capnolagnia, la excitación sexual al ver a alguien fumar). Por supuesto, yo fumo.

No obstante, lo más importante de la sala son las dos mujeres semidesnudas que se están besando sobre la mesa entre suaves risas. Mi secretaria, Patricia, y la ayudante de producción ejecutiva, Tatiana. Nos saludan con una sonrisa. A la par que mi socio, me meto la primera raya. Pulsaciones por minuto: 65. Respiraciones por segundo: 0,31. Después de eso nos sentamos a la mesa frente a frente.

No sorprenderé a nadie si afirmo que en la industria del porno se folla muy a menudo, y en casi cualquier contexto. Es comprensible, de alguna forma hay que liberar la tensión que produce un trabajo que te expone a una sobrestimulación entre diez y doce horas al día. Las fiestas o reuniones de trabajo que acaban convertidas en una orgía son frecuentes. En este sector no hay ninguna tensión sexual latente que enrarezca el clima del espacio laboral: la machacamos a base de polvos. La única diferencia es que hoy parece que hemos prescindido de los preliminares. Además, a nivel personal, mi mente será un reducto zen inexpugnable, pero mi cuerpo es un animal presa de la ansiedad, transmitiéndome su tensión: a cualquier hora del día tengo hambre y ganas de sexo. Soy un hueco insaciable, inmune a la saturación.

Me siento en la silla de cuero y Tatiana se acomoda bajo la mesa y me desabrocha la camisa y los pantalones, desliza su lengua sobre mi pecho entreteniéndose en dar suaves tirones del aro que llevo en el pezón (nota: estigmatofilia, excitación sexual provocada por tatuajes, piercings o cicatrices), y después se hunde hasta acomodar la cara entre mi piernas.

Tatiana es una ucraniana que se presentó al casting de Semen Connection 3: la aspiradora humana, uno de nuestros mayores éxitos. Cuando la vimos entrar en el despacho, Héctor y yo contuvimos la respiración. A los diez minutos había dejado seco a mi socio, que lloraba de felicidad. Pero tenía un serio problema: un intenso miedo escénico. Era una magnífica bestia sexual hasta que la poníamos delante de una cámara. Simplemente, se bloqueaba. Además, tiene la manía de no besar: mantiene la estupidez de que eso es algo que sólo debe hacer con una persona de la que esté enamorada. Lo vio en Pretty Woman, y lo adoptó como actitud personal. Es uno de los daños colaterales de esa película, una de las más machistas que puedo imaginar: su tesis central es que no hay diferencia entre una puta y una dama más que la ropa, y que una mujer sola no puede escapar de su mierda de vida a menos que la rescate un hombre. Y luego dicen que la pornografía es sexista. Pero me doy cuenta de que esto es una digresión, y vuelvo a concentrarme en Tatiana. A pesar de todo lo anterior, la pusimos en nómina; como ya he dicho es ayudante de producción ejecutiva. ¿Por qué? Porque basta con sentarla a una mesa de reuniones para que cualquier hombre decida invertir su dinero en nuestra siguiente película.

Tatiana es peligrosa, lo sé, y la miro como si mirase un misterio. Aunque atlética, no tiene un cuerpo que vaya provocando accidentes de circulación a su paso. Pero sólo tienes que mirarla una vez a la cara para quedar hipnotizado. Su largo pelo negro me acaricia los muslos, aprieta los labios en un gesto enigmático mientras me masturba, sus rasgos son afilados y felinos, y cada ángulo de la mandíbula o los pómulos sugieren a partes iguales las posibilidades intactas de su juventud, la inescrutabilidad de su vida, la terribilidad de su belleza. Su piel pálida, sus ojos de un verde inagotable, que en este momento entrecierra. Mientras me empieza a lamer comprendo el miedo que provoca, la tragedia que aguarda tras esos ojos de ángel caído: compadezco a quien se enamore de ella. Su belleza es una belleza que te sobrepasa, que te atraviesa, que te funde, que te hace sentir elegido, privilegiado, único: una belleza que sólo puede prometer momentos de plenitud y días de desolación. Sin levantarme me inclino hacia la mesa. Me meto otra raya. Pulsaciones por minuto: 69. Respiraciones por segundo: 0,36.

Giro la cabeza. Héctor mira pensativamente el techo mientras Patricia, mi secretaria, se traga su pene. Patricia es una de las mujeres más elegantes y atractivas que he visto nunca, y también de las más cerdas, lo cual tiene mucho más mérito si tenemos en cuenta que tiene cincuenta y dos años. La elegí para su puesto no sólo por su excepcional currículum (que, de hecho, es impresionante), sino también por su tremendo parecido con Nina Hartley. Y con ese sexto sentido misterioso de las mujeres, de alguna manera lo supo. La mañana que apareció con el pelo teñido de rubio y cortado a media melena y con unas gafas de montura negra era idéntica. En ese mismo instante tuvimos que follarla. Y mi socio y yo descubrimos que estaba más que dispuesta, tanto que al principio pensábamos que era ninfómana, aunque en seguida me di cuenta de que nos follaba por venganza, tal vez contra su ex marido. Perfecto, me encantan las mujeres vengativas: follan mejor. Y, además de esa impagable cualidad, es la mejor secretaria que he tenido nunca, hasta el punto de que la mantendría en nómina aunque no volviera a chupármela nunca. Como detalle, diré que padece una ligera tos crónica, pero ese sería su único defecto, si es que acaso lo es.

—Bueno, pensemos… —me meto otra raya.

Ahora sí, empiezo a adentrarme en el hipertiempo de la cocaína. Pulsaciones por minuto: 74. Respiraciones por segundo: 0,44. Me llora un poco el ojo izquierdo.

—¿Qué es lo que está de moda ahora? —mi voz suena ligeramente ahogada, noto los dientes anestesiados.

Patricia está recostada sobre su costado derecho en la amplia mesa. Héctor se carga al hombro su pierna izquierda, coronada por un zapato negro con un tacón estilizado hasta casi convertirse en un arma, y la penetra.

—Según las últimas estadísticas, las maduras, entre los cuarenta y los cincuenta y siete —me dice mientras le da unos azotes.

Eso nos deja un rango de diecisiete años, pero no es fácil encontrar a una mujer que reúna los requisitos. Deben ser claras las marcas de la edad para el público especializado, pero a su vez debe ser muy atractiva, más que cualquier actriz de veinte o treinta, y en esta industria si algo abundan son las Cenicientas que se han ajado tras una década de rodaje a una media de cien películas por año. Por cada Jenna Jameson que mejora con la edad hay mil cuerpos agotados cambiando una y otra vez de nombre artístico, precipitándose en producciones de presupuestos cada vez más abisales. Miro a mi secretaria imaginando que es mi mujer (nota: candalagnia, excitación sexual al ver a la propia pareja follando con otra persona). Con Patricia triunfaríamos, estoy seguro, pero ya ha expresado claramente en diversas ocasiones que no está dispuesta a aparecer en ninguna de nuestras películas, que eso es lo único que no podemos pedirle. Sonrío, me alegro de poder pedirle todo lo demás, y creo que es un trato muy justo. Pero como ahora es mi arquetipo de milf, no puedo imaginarme grabando a otra. Descarto la idea.

—Hmmm, no, no lo veo… la competencia del mercado estadounidense es muy agresiva en estos momentos.

Ayudo a Tatiana a tumbarse sobre la mesa, recojo sobre su cintura la tela escocesa de su minifalda tableada, me deshago de su tanga. Me arrodillo como un penitente y lamo su clítoris durante unos minutos. Ocasionalmente introduzco la lengua entre sus labios babeantes y depilados (nota: acomoclitismo, atracción sexual por los genitales depilados). Siempre he pensado que el sexo oral es un acto simbólico de canibalismo, y me encanta que sea así. Para aumentar su excitación le meto completo el dedo índice por el culo. Calculo que el factor de distensión de su músculo orbital anal es de 0,8; perfecto, por encima de 1 no hay diferencia con penetrar una vagina, y por debajo de 0,5 empieza a ser obstrusivo. Sé que estaré penetrándoselo dentro de aproximadamente catorce minutos y treinta segundos. Empieza a arquear ligeramente la espalda, me aferra el pelo a la altura de las sienes y sus muslos comienzan a tensarse, sacudidos por ligeros temblores. Incremento la frecuencia de las pasadas de mi lengua, y ella se pierde en ese punto en el que se aferra a no llegar al orgasmo y pretende retraer las caderas, y a la vez lo desea y parece querer ahogarme con el pubis. En aproximadamente un tercio del tiempo que he estimado su respiración se acelera y adopta un patrón entrecortado. Y se corre entre sonidos inarticulados, los gemidos que son la canción inarmónica del éxtasis. Alrededor de mi dedo su ano se contrae rítmicamente como un anillo pulsátil: esa es la única parte del orgasmo que una mujer no puede fingir.

Me incorporo con los restos de flujo vaginal, sudor y saliva resbalando de mi barbilla, como si fuesen el plasma de una presa escurriéndose de las fauces de un depredador. Me enciendo un cigarrillo, y el filtro absorbe algunas gotas. Me meto otra raya. Pulsaciones por minuto: 82. Respiraciones por segundo: 0,58. Las tonalidades sonrosadas y relucientes del sexo de Tatiana son los carmesíes de un cuadro renacentista. Me quedo con la mirada fija y perdida en ellos, y creo que estoy al borde del síndrome de Stendhal.

—Podemos pensar en un desplazamiento —es la voz de Héctor la que me saca de mi ensimismamiento; está apartando a Patricia, que se ha sentado en su cara mientras tira de un cordón de zapato que le ha enrollado alrededor del escroto y la base del pene (nota: vincilagnia, atracción sexual por ser atado).

El desplazamiento. Ese es el primer método de innovación que hemos aplicado en anteriores ocasiones. Hacer algo que ya se ha hecho hasta la saciedad en otra parte. Así es como la humanidad ha aprendido a navegar por el espacio, así es como se ha puesto de moda el sexo anal.

—A ver, ¿dónde se corrían los actores en los ochenta?

—En las tetas de la actriz, claro —digo con el tono de un conferenciante en una adusta aula de universidad.

—¿Y qué paso en los noventa, cuando ya estábamos aburridos de eso?

—Empezaron a correrse en la cara.

—Exacto.

—¿Qué sugieres?

Héctor hace una pausa dramática, mientras Patricia intenta introducir la lengua en la abertura de su uretra; su pene está adquiriendo un preocupante tinte purpúreo.

—En la cornea.

No es mala idea, tiene el toque justo de perversión. De hecho, es una buena idea. De hecho, es tan buena idea que ya se nos han adelantado.

—Llegas tarde: no sé si han sido los coreanos o los japos, pero se te han adelantado.

Mi socio lanza un suspiro de desaprobación, aunque no sé si por la velocidad asiática o porque Patricia ha acabado con el estrangulamiento genital.

Mi mente sigue rebuscando en sus propios recovecos, husmeando en la intuición a la espera de una experiencia ajá mientras me desnudo. En mi leve estado de disociación tengo la impresión de ser un dispositivo semihumano maravilloso, un mecanismo de precisión. También tengo la impresión de que cuantos me rodean tienen un brazo más largo que otro, pero sé que esa impresión está sólo en mi cabeza.

Permanezco erguido frente a Tatiana como si fuera un estudio de anatomía: hay seiscientos cincuenta músculos en el cuerpo humano, cielo, y delante de ti puedes admirar al menos un tercio trazados como líneas de un dibujo bajo mi epidermis (nota: camifilia, la atracción sexual por personas engreídas o soberbias). Ella se inclina sobre la mesa apoyando el pecho en la pulida superficie de madera y parece soltar un ronroneo. Me atrae hacia su cuerpo, y mientras traza un par de líneas blancas sobre el espejo me estruja el pene con sus duros glúteos eslavos, moviendo las caderas arriba y abajo, masturbándome con el culo. Después de una potente inspiración se aparta ligeramente a un lado y me inclino sobre ella. Me meto otra raya. Pulsaciones por minuto: 89. Respiraciones por segundo: 0,74. Concentro la mirada entre sus omóplatos, y tengo la sensación de que su forma fluye, que las proporciones parpadean como el horizonte de un día caluroso, que su ser se expande unos centímetros por encima de sí mismo. No, soy yo. Respiro profundamente para aclarar mi percepción, y le penetro la vagina mientras vuelvo a hurgar en su cavidad rectal, esta vez con el pulgar. No obstante, la penetración vaginal para un hombre es como un trámite administrativo, es lo que menos satisfacción sexual nos produce, una mera formalidad. Por ello en seguida me aburro, salgo de su cuerpo y comienzo a frotar el glande contra la piel arrugada y áspera  de su ano.

—¿Cómo va el mercado de la zoofilia?

La idea me viene de la mano del segundo método de innovación: la sustitución. Hacer algo que ya se ha hecho hasta la saciedad cambiando alguno de sus elementos. Así es como la humanidad ha creado tecnología hasta para las tareas más triviales, así es como se han puesto de moda las tías con polla.

—Olvídate —la voz de Héctor también suena nasal, y me pregunto cuál será su ritmo cardíaco ahora que Patricia permanece empalada sobre él dándole la espalda mientras clava sus ojos en mí—, creo que ya se ha empleado todo mamífero imaginable. Para hacer algo nuevo tendríamos que usar… no sé… un pájaro. Y para que tuviera un pene lo suficientemente grande, sólo se me ocurre que tendría que ser un avestruz —por sus ojos sé que está sopesando seriamente la idea— …sólo que no se me ocurre cómo interactuaría con un ser humano. Además, las plumas serían una pesadilla para el maquillaje. Y por si fuera poco, según la ley actual necesitaríamos que alguien de una protectora de animales estuviera presente para certificar que el animal no ha sido dañado. Y sí, por si te lo preguntas, el coito interespecies se considera un daño psicológico.

Pienso que en los humanos el coito intraespecie la mitad de las veces también lo es. Suspiro, descarto la idea y comienzo a penetrar el culo de Tatiana y las venas de mi pene se inflaman con la acumulación de sangre. Para el sexo anal hay que seguir un ritual de varios pasos preestablecidos, pero mi frustración creciente y la ansiedad me han hecho pasar por alto algunos de los preliminares, como por ejemplo el beso negro. Paso la lengua por encima de mi labio superior, donde se acumula un residuo de polvo blanquecino. Pulsaciones por minuto: 93. Respiraciones por segundo: 0,8. En el momento en el que mi pubis impacta con sus nalgas suelta un gemido. La sujeto por el pelo y le arqueo la espalda hacia mí mientras empiezo a bombear. Se retuerce y gira la cabeza hasta que nuestros ojos se cruzan, me enseña los dientes y con la mano izquierda me aferra la garganta (nota: hipoxifilia, excitación sexual al impedir la respiración de la pareja o la propia). Noto cómo sus uñas me laceran el cuello, pienso en las líneas rojas que estará dejando el paso de sus dedos. Sí, preciosa mía, resístete, lucha, la penetración es una ordalía: mañana luciré los arañazos como trofeos.

Las paredes de la habitación se alejan, pero es sólo el atavismo de cazador que me concentra en la presa, en ese cuerpo que gime. Incremento la velocidad de mis embestidas, mi cadera es como un pistón, me precipito hacia ella una y otra vez como si quisiera incrustarme en su cuerpo, como si me fuera la vida en ello, cada golpe me percute en la nuca, y me sigue ahogando a medida que algo oscuro me empuja a aumentar la dureza de mis movimientos, una, dos, cien veces, las que necesite hasta vencerla. Pulsaciones por minuto: 101. Respiraciones por segundo: 0,9. Y de repente grita, o lleva unos segundos gritando, y me aparto. Al sacársela, su ano se dilata y se contrae de manera espasmódica, como un pez boqueando fuera del agua. Se incorpora trastabillando, con dos marcas horizontales en los muslos allá donde han estado golpeando con el borde de la mesa. Mañana serán hematomas lineales, cariño, auténticos estigmas de pasión. Parece desorientada, y sangra por la nariz. Se deja caer sobre mi silla, pálida y en silencio.

Sigue una densa pausa que sólo interrumpe la tos semihogada de Patricia. Ella y Héctor me miran, sorprendidos de mi inesperado acceso de brusquedad. Hablaremos de ello mañana, pero ahora lo apartamos eficientemente de nuestras mentes para seguir concentrados. He pagado mi frustración con el ser más hermoso del mundo.

Me meto otra raya. Pulsaciones por minuto: 105. Respiraciones por segundo: 1.

—¿Y si a la tía la sodomizan tres tíos a la vez? —ha sido Héctor el que ha roto el silencio.

Tenía que surgir. Sólo nos queda el método de innovación más vulgar: la acumulación. Hacer algo que ya se ha hecho hasta la saciedad añadiendo más de lo mismo. Así es como la humanidad ha erigido edificios cada vez más altos, así es como se han puesto de moda las películas de bukkake que ya han alcanzado un número de personal masculino de tres cifras.

Sopeso la idea, pero pensar en la distribución geométrica de los cuerpos hace que me duela la cabeza. Tal vez no sea casual que se me desate una ligera hemorragia nasal, a la que no presto atención.

—No, eso ya está hecho —es Patricia la que habla, después de toser un par de veces, tumbada boca arriba en la mesa, sus tobillos presas de las manos de mi socio que se extiende sobre ella como el Cristo de Dalí, separándole las piernas el máximo de su envergadura como si fuera una figura de origami a la que quisiera partir en dos.

—No jodas… —la voz de Héctor suena genuinamente decepcionada.

—Sí, creo que Alisya Tam lo ha conseguido.

—¿Alisya Tam? ¿La misma Alisya Tam de oh­dios­no­me­puedo­creer­lo­que­se­mete­esta­tia­por­el­culo.com? Bueno, ciertamente, si alguien podía hacerlo es ella. Tiene talento la chica. ¿Qué edad tiene?

—Creo que diecinueve.

—Joder.

Otra Cenicienta, tendrá que pasar por cirugía correctora antes de los cuarenta para que puedan contenerle los prolapsos.

Mi capacidad de concentración se difumina. Creo ver como si me estuvieran centrifugando en un entrenamiento de la NASA, como si mi piel se desprendiese y salpicara de carne las paredes. Y joder, estoy teniendo un flashback en cursivas:

¿Y tú qué quieres ser de mayor, hijo?

Quiero ser una criatura estelar, padre. Quiero extender mis alas cromadas, batirlas mil doscientos millones de kilómetros y posarme como una gárgola cósmica en los gélidos anillos de Saturno. Y desde allí, contemplar la Tierra como un aguamarina engastada en el silencio de la noche sin límites…

No, esto me lo acabo de inventar, estoy desvariando; nunca dije eso, mi padre nunca me preguntó qué quería ser de mayor. Me meto otra raya. Pulsaciones por minuto: 110. Respiraciones por segundo: 1,17. Sufro un capítulo de evasión y cuando regreso no sé cuántos minutos han pasado.

En este momento Héctor está a cuatro patas sobre la mesa, Tatiana tira de su pene y de sus testículos alternativamente como si lo ordeñase y entierra la cara en su culo. Mierda, creo que lo estoy viendo levitar. Me meto otra raya. Pulsaciones por minuto: 119. Respiraciones por segundo: 1,4.

Flotando entre los ecos de la difuminación, con pasos inestables, me acerco a Patricia, que se arrodilla ante mi erección. Comienza a chuparme. Mi socio se coloca a mi lado y ofrece también su pene. Diligentemente, mi secretaria se lo mete también en la boca.

No se me ocurre nada.

La piel de la comisura de los labios de Patricia está al límite de su elasticidad, conteniendo en su contorno a duras penas la polla de Héctor y la mía; por el pequeño hueco entre ambas se derrama un fino hilo de saliva. Sus manos expertas nos masajean los testículos, y sus dedos anulares recorren nuestros rectos hasta la profundidad exacta para que las uñas nos estimulen la próstata. Su cara está enrojecida, brillante y congestionada, y las venas de su cuello son como los cables de una máquina de follar perfecta que me indican el esfuerzo titánico que está realizando por no toser, por no desbaratar el clímax de ese momento único. Tatiana mira extasiada desde su silla, apenas consciente de estar masturbándose. Sí, cielo, observa: esto es una escultura de sudor y saliva, una obra de arte de carne y deseo.

—Joder, me voy a correr.

Es la voz de Héctor, que me llega como el recuerdo de un sueño lejano. Noto las palpitaciones de su pene pegado al mío, y en ese momento mi yo se disuelve. Pulsaciones por minuto: inconmensurables, desaparece la dimensión en que un número tiene relación con esta arquitectura sexual. Respiraciones por segundo: todas y ninguna, el hálito del placer trazando arabescos de jadeos. Mis piernas se petrifican, una serpiente se enrosca en mi espina dorsal, cada fibra muscular se tensa: en este momento mi cuerpo es invencible, en este momento mi cuerpo es eterno. Y eyaculo, eyaculo con toda la fuerza de la que es capaz mi organismo, como si un ser fluido estuviera luchando por escaparse desde el interior de mi pene. Mi cuerpo se ha sincronizado con el de mi socio, y acrecentamos simultáneamente la cantidad de semen que Patricia retiene en la boca y que amenaza con desbordarla… y en ese momento se oye un ruido a medio camino entre el estornudo, la carraspera y la arcada, y mi pobre secretaria no aguanta más y tose: la presión de su faringe liberada proyecta la masa de fluidos contra su paladar, y de golpe dos chorros lechosos parten de sus fosas nasales, forman pequeños grumos en su labio, se escurren por nuestros balanos y gotean dejando en la moqueta lo que parecen dibujos de nácar fundido.

Y entonces lo veo, y sé que Héctor también lo ve.

Patricia va a cubrirse con una mano y a pedir perdón, pero la detengo sujetando delicadamente sus dedos, chistándola muy suavemente, acariciándole el pelo, indicándole con gestos, como si temiera despertar a un niño, que se esté quieta. Mi atractiva secretaria moqueando semen.

Nos apartamos de ella despacio, sobrepasados como ante una epifanía sagrada, contemplando un advenimiento sexual. Sí, es un nacimiento. Y como una pareja de padres primerizos, la miramos sobrecogidos. Héctor me pasa una mano por la cintura y apoya su cabeza en mi hombro, con las mejillas aún teñidas de rubor postcoital. De sus ojos penden sendas lágrimas:

—Es precioso.

—Sí…

Yo también siento la necesidad de llorar. Sólo queda una pregunta flotando en el aire sobre nuestras cabezas… ¿cómo vamos a llamarlo?

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¿Te gusta la literatura erótica y pornográfica? Entonces no puedes perderte PORNO/GRAFÍA. Te espero.

Comentarios

  1. levast dice:

    No tiene nombre. Yo también me quedo sin palabras.

  2. SonderK dice:

    One more time, sin palabras, pedazo de historia y ¡tengo un cameo! 😀

  3. Nadia dice:

    Bueno bueno, mis felicitaciones al maestro de la palabrería, no sólo me ha encantado el relato sino que he aprendido muchísimo, ¿hay algo mejor que unir en un mismo lugar/texto/momento/persona diversión y aprendizaje? 😛 eso es lo que me gusta de ti.

    Besos.

  4. marcosblue dice:

    Luego decimos de mi hermano, pero, estas cosas a vuestros hijos no se las podéis contar (no, tampoco a vuestros sobrinos). Una pega… «atisvado», ¿con uve? luego decimos del Isma. Me ha parecido magnífico, de verdad, el Sr. Jurado cuando se pone a escribir, qué tío… Si llevaras el pelo corto, o por lo menos peinado, y gafas pasta, ya habías publicado. (No puedo resistir la tentación de picar: ¿y si lo llamamos «velasfilia»?)

  5. marcosblue dice:

    ¡Acabo de pinchar el vínculo!¡Acabo de pinchar el vínculo!¡Oh, dios!¿cómo he podido caer tan bajo?

  6. Sr. Jurado dice:

    Gracias por el aviso, caballero, ya está corregido. Y no te preocupes, no ha habido nadie que no haya pinchado… 😛

  7. Mentxu dice:

    Oh! Mon dieu! Creo que después del relato del Sr. Jurado ya está todo dicho…

    Bueno, llegados a este punto rectifico mi calificativo de «enfermo» hacia Franki y se lo traslado a usted, Sr. Pervertido. Eso sí, toda una perversión literaria con tintes de excelencia y originalidad (deja de babear).

    Una curiosidad, si hay nombres para todo ¿como deberíamos llamarnos los homos normalis?

  8. Mentxu dice:

    Otra cosa…
    No, yo no me he metido en el vínculo, ni pienso… Ya he tenido bastante con leer el final del relato y salir disparada a vomitar al baño de la biblioteca…

  9. tru dice:

    Yo tampoco he caído. He ténido el pálpito de que no era para mujeres hetero. Igual una tontería.
    Me he reído leyéndolo aunque, aunque, lo del orgasmo anal como «único orgasmo no disimulable» me ha parecido un poco prepotente. Sin más.
    Genial, sin más también.

  10. Duncan Campbell dice:

    ¡Maravilloso! ¡Sublime!… «advenimiento sexual»… eres grande, grande. Sólo pido que sigas de jurado mucho tiempo porque con relatos como este es imposible optar a llevarse el sobre. Diría que incluso me ha conmovido, tan tierno que es. Un abrazo.

  11. Patxi dice:

    Sencillamente genial.

  12. Sr. Jurado dice:

    Ja, ja, ja, han convertido mi relato en un audiorrelato 😀

    http://audiorelatos.wordpress.com/2013/10/01/la-dura-tarea-de-innovar-objeto-numero-doce/

  13. rayjaen dice:

    Y espero que te haya gustado, gran relato y disculpa mi osadía y mi pobre técnica.

  14. entodalaboca dice:

    Geniaaaaaaallll

Los comentarios están cerrados.