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Zhang Kung-Wu

por

24 de Octubre de 2016, sede de las Naciones Unidas, Nueva York.

«…por lo tanto queda aprobaba la resolución 382 de Naciones Unidas por mayoría absoluta.» Al proclamarlo con voz firme y emocionada, el presidente de la ONU sintió como todo su cuerpo se estremecía y el vello se le erizaba. Había trabajado infatigablemente los últimos seis años con el único propósito de llegar adonde ahora estaba: presidiendo el Consejo histórico que anunciaba un nuevo orden mundial.

Hace seis años que Rayid Battel vio la terrible amenaza que ensombrecía el futuro de la humanidad: «O cambiamos este mundo, o se convertirá en una isla de salvajes». La espiral de violencia gratuita había retorcido tanto a la sociedad que matar había dejado de estar penado, ya no se consideraba un delito, porque eran cientos los muertos diarios por armas de fuego y se hacía imposible que las autoridades investigaran y juzgaran tal cantidad de asesinatos; es más, había propuestas para que el séptimo mandamiento pasase del «No matarás» al «Intentarás no matar». La posesión de armas de fuego había invadido todos los rincones del mundo como la peste en tiempos remotos, cobrándose todos los días su macabro peaje; era tal el negocio que generaba, que el tráfico de armas llegó a ser más rentable que la industria del sexo y las drogas juntos: las mafias habían encontrado su verdadero maná.

Rayid veía con desesperación cómo se desmoronaba la sociedad. Creía firmemente que el pilar básico del equilibrio social era la justicia con todo lo que ésta representa, su concepto y su espíritu, porque nos diferencia de las bestias y porque nos hace iguales. Pero la sociedad había pervertido el término y ya no necesitaba a la justicia con todo lo que representa, ahora, simplemente, se ajusticiaba, sólo había que desenfundar y disparar. Las funerarias se enriquecían y prosperaban como las setas venenosas. Un dato significativo pesaba sobre su conciencia como una losa: de ocho mil millones de habitantes en el 2012, se había pasado a ser seis mil en el 2016. Evidentemente, a ese ritmo, en cuestión de unos años, quedarían sólo los más fuertes y, por ende, los más débiles; la selección natural iba a dejar este mundo en manos de los canallas.

Los gobiernos, ante este panorama, trataron en vano de reaccionar y hacerse con el control que estaban perdiendo día a día en las calles, pero fracasaron, porque toda su maquinaria estaba preparada para combatir amenazas externas, contra enemigos organizados con objetivos definidos, contra alguien o algo a lo que señalar y decir a sus conciudadanos: «¡Ése es el culpable!, ¡seguidme y venceremos!». Pero no era el caso, porque el enemigo lo tenían dentro; eran los propios vecinos, amigos y hermanos los que se masacraban; no había bandos ni colores, no había ideologías o religiones, y por tanto era imposible luchar contra algo irracional, por intangible.

Pero todo mal tiene su origen y Rayid pensó que su cruzada podría tener éxito si conseguía extirpar su raíz. Todo se sustentaba en una cosa, en una sola cosa y, por lógica, erradicarla supondría hacerse con el control. Estaba presente en todas las muertes, pero no se veía, se llevaba entre fuego azul las almas y luego desaparecía: sin la presencia de Su Señoría la Pólvora todo lo demás no serviría para nada.

Trabajó con los gobiernos del mundo con el objetivo de erradicarla. Tuvo que vencer sus argumentos con argumentos y sus miedos con esperanza, pero al final, y pese a los muchísimos intereses particulares y corporativos, se concretaron las medidas que acababan de ser aprobadas y que básicamente consistían en erradicar la producción de azufre a nivel mundial, porque al ser el componente esencial de la pólvora, concentrado en unas pocas minas, hacía imposible su recuperación una vez arrasadas.

La sensación que invadía los corazones de mucha gente era de que algo único estaba pasando, de que eran testigos de un nuevo orden, de una unión verdadera, y hablando seguramente por la inmensa mayoría de ellos, el presidente de la ONU anunció la aprobación de otra resolución, la 383, fundamental para la consolidación del proyecto:

«…por lo tanto la ONU pasará a llamarse NOW, New Order World. Queridos amigos, ya nada volverá a ser igual…»

—Efectivamente, ya nada volverá a ser igual… —pensó Bronson, mientras pasaba la mano instintivamente por la pistolera vacía de su Browning HI-Power plata y negro de 9mm— …porque para celebrarlo, nos van a despellejar vivos en los callejones.

Los ciento veinte kilos de peso del inspector Bronson le garantizaban un divertido panorama laboral. Sus ojos ligeramente rasgados echaron un lacónico vistazo a la pila de «herramientas» que había en el centro del departamento: semiautomáticas, de tambor, granadas, recortadas, perforadoras… No era el resultado de una redada, era el arsenal con el que protegían sus vidas a diario. Era evidente, mirando aquella variopinta colección, que conseguía sobrevivir el que la tenía más grande o más larga.

La aplicación de las resoluciones era con carácter inmediato y, desde ese momento, la tenencia de armas de fuego era un delito internacional. Todo el mundo estaba obligado a entregarlas en los puntos establecidos por la NOW, así que Bronson cogió del brazo a su compañero y se fueron a ver el espectáculo. El ambiente en las calles les sorprendió porque había tal euforia generalizada que daba la impresión de que habíamos recibido al primer contingente de marcianos amistosos.

Bronson se alisaba su bigote chicano mientras circulaban por St. Nicholas Avenue cuando, en el cruce con la 123 West, vieron una trifulca y decidieron detenerse para mediar en ella. Dos docenas de quinceañeros se les vinieron encima echando espuma por la boca y gritando distintas maneras de acabar con ellos. Después de la primera patada en la cabeza sólo recordaba que se hizo un ovillo y trató de protegérsela con las manos. Cuando llegaron las asistencias estaba muerto. Lo supo porque desde su frente se proyectó un largo pasillo de intensa luz, no había paredes ni suelo y una luminosidad especial le daba la bienvenida al final del túnel. Avanzaba lentamente, no sentía dolor, ni temor: «¡Sí, ya voy!», pensó.

—¿Adonde te crees que vas, hipopótamo bigotudo? —la voz de su abuelo atronó en el pasillo hasta el punto de hacer parpadear las paredes.

—Yo… voy… estoy muerto… voy a la…

—¡Mierda! —el carácter de su abuelo siempre había dejado mucho que desear—, ¡tú te vuelves ahora mismo, por las buenas o por las malas!

—Pero… ¿abuelo?, si yo ya no… no valgo nada, no podré defenderme… no puedo.

—¡Estupideces!, no necesitas más de lo que tienes; verás pequeño —y su tono cambió por completo—, la lucha es el esfuerzo que necesitamos para resolver un conflicto de intereses contrarios. Yo aprendí a potenciar el esfuerzo en mi interior y me hice casi invencibl…

En ese momento una fuerza invisible empezó a tirar de él.

—¡Abuelo! —gritó Bronson—, ¿dime qué es eso, dime dónde está…?

—Está en… juntos tú y yo.

Y desapareció. Al mismo tiempo una fuerza descomunal tiró de Bronson y el túnel se evaporó.

—¡Ya está, ha recuperado el pulso!

Lo siguiente que vio fue la cara sonriente del médico con el desfibrilador en la mano.

Después de estar tres meses buscando como un loco «lo del abuelo», por fin lo encontró. «¡Joder con el abuelito!, lo tenía delante de mis narices y no lo veía». En sus manos sujetaba un cuadro extrañamente grueso; el marco estaba tallado con caracteres chinos y, gracias a su afición por la historia, dedujo que era chino medieval. La foto era en blanco y negro y en ella estaba él de niño junto con su abuelo. Le dio la vuelta y le quitó la tapa trasera. Totalmente alucinado, extrajo un librito de tapas negras con una «E» dorada grabada en la portada. Lo abrió lentamente temiendo que se fuera a desintegrar. Las hojas estaban amarillentas y se entretuvo en leer la inscripción de la primera página: «Los griegos decían que el carácter es el destino».

—¡Joder! ¿qué coño hacían los griegos en China hace tanto tiempo? Esto es por lo menos… del 1200 y los griegos son muy anteriores… —y empezó a leer el manuscrito:

«Un monje bajó de las montañas para pedir cobijo en el Monasterio de Song-Shan, a cambio ofreció una fórmula. La receta consistía en la mezcla de carbón, salitre y azufre en distintas proporciones. Pasó la noche y a la mañana siguiente se fue. El monje que se encontraba en la puerta, al ver salir al huésped, pudo comprobar con horror que debajo de los ropajes le asomaba un rabo peludo ¡era el mismísimo diablo que venía a perturbar con su terrible invento a la sociedad y a sembrar la destrucción y la muerte.»

«Pero, cuando llegue el momento, un guía liberará al mundo del caos: el ZHANG KUNG-WU…»

Bronson levantó la vista del libro asintiendo con la cabeza lentamente…

***

—¡Guardaos las pollas! ¡Aquí nadie va a joder a nadie excepto yo como me toquéis las narices!

Los cinco pandilleros, preparados para violar a una despelotada cría, se giraron sin soltar sus miembros. Después de un segundo de duda, estallaron en carcajadas. Un gordo seboso descalzo de ojos rasgados y vestido con vaqueros y kimono negro les quería joder la fiesta matándolos de risa.

—¡Uf, colega! Por un momento nos habías asustado —dijo uno entre risas—. Anda, menéatela sin hacer ruido mientras nos follamos a esta putita.

Bronson juntó las palmas de las manos y cerró los ojos. Lentamente levantó la pierna derecha hasta dejarla en ángulo recto, estiró el brazo derecho en paralelo a ésta y el izquierdo lo cruzó entre los dos.

—¡Qué cojones está haciendo este tío! —dijo uno—. ¡Una «E»!

—¡Sí, ja, ja, ja, es una puta «E»! Pues te vamos a hacer una «T» de traje, capullo.

A continuación, guardaron sus pollas, sacaron sus navajas y se lanzaron a por él. Bronson permaneció estático y lentamente, antes de que llegaran a su altura, su pie izquierdo se elevó dejando todo el peso de su cuerpo sobre la punta del dedo gordo. El primero llegaba dispuesto a meterle una navaja de 20 centímetros en su gorda panza pero, de repente, el brazo izquierdo se disparó y con un Uchi Uke-fu la desvió con el antebrazo cuando estaba a escasos milímetros de su cuerpo. Sin haberle dado tiempo a frenar, el chico recibió un golpe brutal en el pecho que le catapultó a varios metros de distancia. Ya tenía a otros dos prácticamente encima. Sin coger impulso, dio un salto en vertical y, mientras se elevaba, sus piernas patearon sus cabezas con un Nidan Tobi Keage. Las dos patadas ascendentes golpearon sus barbillas con tal fuerza que les partió el cuello. Los dos chicos cayeron como sacos vacíos. Bronson volvió a recuperar la posición descendiendo lentamente. Los dos que quedaban ya no se reían y se empujaban mutuamente para hacer que el otro atacara primero. Al final se decidieron a rodearle esgrimiendo sus navajas como tarjetas de visita. Antes de que pudieran reaccionar, atacó. Al que tenía detrás le sorprendió con un Yoko tobi-fu, una patada lateral a la rodilla; inclinó su cuerpo y terminó de trazar la patada circular, un Mawashi Geri Keage, que al ser ascendente impactó en la sien del último individuo. Un terrible sonido de huesos rotos resonó entre los escombros. Bronson se volvió hacia el que quedaba con vida y, al verlo venir, dejó de gritar.  Se paró a sus pies y expiró una profunda bocanada. El chico se estaba meando encima sin poder moverse con la rodilla destrozada y trató de decir algo, pedir clemencia quizá.

—¿Es que tienes algo que decir, pedazo de mierda? —y sin el más mínimo atisbo de compasión se arrodilló a su lado, cogiendo su cabeza entre sus manazas, y le partió el cuello.

Se irguió y juntó las palmas de sus manos, dando las gracias en un pequeño ritual interno. Se dirigió entonces hacia la chica que ya había conseguido reunir su ropa y vestirse.

—Gracias, no sé cómo agradecérselo… —le dijo, mientras se arreglaba su melena negra.

—No hace falta —respondió Bronson—, sólo he resuelto a mi favor un conflicto de intereses. Pero te aconsejo que no te dejes impresionar y mucho menos asustar por nadie. No importa quién seas. Recuerda esto: el carácter es el destino —le susurró mientras la cogía de las manos. Cerró los ojos y le pidió que ella hiciera lo mismo. Aspiró profundamente y retuvo la respiración. En ese momento la chica sintió que una energía indescriptible entraba por sus manos.

—Ahora podrás defenderte. Cuando resuelvas un conflicto haz lo mismo que he hecho yo y así propagaremos el Zhang.

Sólo volvió a la comisaría para entregar su placa. Sentía que su sitio ya no estaba allí, que su labor no podía encorsetarse por unas normas de régimen interno. A su jefe no pareció importarle, de hecho ni siquiera levantó la vista del periódico que estaba ojeando.

—Muy bien, Bronson, gracias y todo eso. Puedes irte.

Nadie se molestó en despedirle. Había caras nuevas que le miraron con asombro mientras se daban codazos con el de al lado. Si su jefe hubiera levantado la vista, le habría visto así, paseándose descalzo, con vaqueros y un kimono negro, bueno, sólo llevaba la parte de arriba, el Gi, que ajustaba por debajo de su panza con un cinturón rojo. No se habrían reído tanto si se hubieran fijado en que sus movimientos eran tan sutiles que parecía que se deslizaba sin esfuerzo alguno. Al salir por la puerta, vieron la inscripción de su espalda, bordada con hilo dorado llevaba una «E», lo que sirvió para buscarle todo tipo de significados relacionados con su volumen.

***

Un estruendo en el techo paralizó la frenética actividad de la banda de los Costello. Cajas y cajas repletas de armas blancas estaban siendo colocadas en tres furgonetas de reparto para ser distribuidas por la ciudad, cuando una masa ingente se les vino encima en caída libre. Alguien gritó alarmado: «¡Policía, policía, es una redada!». El bulto separó los brazos y, como si ejercieran de paracaídas, frenaron lentamente la caída. Bronson se quedó en equilibrio sobre el dedo gordo del pie izquierdo.

—¡Ni poli, ni hostias! Dejad de gritar que vengo solo —exclamó en voz alta para que todo el mundo pudiera oírlo.

Poco a poco y echando mano de su arsenal fueron formando un círculo a su alrededor con la intención de dejarle claro que no era bienvenido. Cerró los ojos y fue haciendo recuento de sus enemigos.

—Cuidado con los juguetitos no os vayáis a cortar. Dejad todo como está, tirad las herramientas, soltad a los conductores y, por supuesto, pegaos a la pared. Lo estáis jodiendo todo y el Zhang Kung-wu se está cabreando de verdad.

Sintiendo lo que iba a pasar formó la «E», inspiró profundamente y su cuerpo entró en apnea. En su interior, las artes aprendidas en el manual de su abuelo empezaron a transformar el oxigeno en energía, dividiendo cada molécula de oxígeno en cuatro partes, una por cada elemento; cuatro nuevas moléculas de energía pura que liberaban su poder en el torrente sanguíneo como si fueran fogonazos.

A un movimiento de cabeza de Frank Costello, dos esbirros se lanzaron a la vez. Sin mover un solo músculo de su cuerpo rotó un cuarto de vuelta, lo justo para alinear su pierna derecha con ellos, para lanzar en el momento justo un Mae Geri-fu, sólo que en vez de ser una sola patada ésta rebotó de una cara a la otra en una fracción de segundo. El tiempo se detuvo: los dos cuerpos a punto de caer, con la nariz hundida en su cara, y el gordo inclinado hacia atrás con la pierna estirada formando una recta perfecta. Lentamente transformó esa postura en una «E».

—¡Matadlo, matadlo! —gritó el capo.

Una tromba de enloquecidos matones portando todo tipo de variantes navajeras se lanzaron dando alaridos. Sin haber tomado impulso, el cuerpo de Bronson empezó a girar sobre sí mismo, cogiendo una velocidad increíble en apenas un segundo. Como sólo se apoyaba sobre la punta del dedo gordo aquello parecía realmente una peonza desbocada. Se pararon a poca distancia sin saber por dónde meterle mano. Uno de ellos arrimó su navaja al torbellino y, antes de que llegara a tocarlo, salió disparada de sus manos, lo que hizo que se miraran unos a otros sin saber qué hacer. De repente la velocidad disminuyó lo justo para ejecutar su particular Mawashi Fumikiri-Zhang, su patada giratoria cortante, que derribó a cuatro enemigos con el cuello seccionado. El resto dio un paso atrás instintivamente pero, aprovechando su desconcierto, continuó atacando antes de que reaccionaran. Al que tenía detrás lo fulminó con un Ushiro Geri-Fu, una patada hacia atrás de abajo a arriba y, siguiendo la inercia de la pierna, dio un saltito y completó una voltereta invertida. Fue a caer delante de un japonés flacucho que agitaba nervioso un nunchaku poniendo en peligro a todos los que estaban cerca. Lanzó un golpe lateral que impactó en las lorzas de Bronson para salir rebotado sin más; un segundo intento quiso partirle la cabeza pero el gordo interpuso su antebrazo con un simple Uchi Uke-fu al mismo tiempo que otro individuo le golpeaba con una barra de hierro en las costillas.

—¡Bien! —gritó Frank Costello.

El eco de los impactos no se había extinguido aún cuando un repentino salto les sorprendió armando los siguientes golpes. Dos patadas consecutivas según se elevaba, cada una con una pierna, les giró tan bruscamente la cabeza que sus cuellos se partieron en el acto. Fue a caer delante de un navajero que todavía tenía en la retina su imagen de antes del salto; le cerró delicadamente la boca con un dedo un segundo antes de lanzarle su Mae Geri-Kekomi, un puñetazo frontal penetrante que le juntó el pecho con la espalda.

Los tres secuestrados, amordazados en un rincón, lo miraban asombrados y le animaban con gritos ahogados.

—¿Qué clase de puta bailarina de ballet eres? ¿Y qué cojones quieres? —dijo Frank desde detrás de sus dos guardaespaldas personales, que era todo lo que le quedaba con vida allí.

—Una que no quiere chicos malos. Ya sé que todo se ha ido a la mierda, que ahora todo va a peor… —empezó a decir Bronson recuperando poco a poco la «E». En ese momento expiró profundamente, necesitaba ganar tiempo para renovar el oxígeno de su cuerpo—. Pero va a peor por gente como vosotros. Os habéis adueñado de las calles y de los gobiernos y os habéis meado en el Nuevo Orden Mundial en tan sólo un año —dijo con sorna—. Ahora sois vosotros los que dictáis las normas y hacéis vuestra justicia. Pero te diré una cosa antes de acabar con todos vosotros. Hace mucho tiempo, alguien vio este futuro, sabía exactamente que iba a pasar esto y dejó un legado de esperanza. Dejó la llave para que un libertador guiara al mundo hacia una verdadera nueva era…

—¿De qué coño estás hablando? ¿Qué libertador necesita el mundo, capullo?

—A mí.

Un segundo después rompían a reír. Una profunda inspiración resonó por encima de las carcajadas. Mientras parpadeaban, Bronson aprovechó para colocarse en medio de las dos masas de músculos y, concentrando toda la energía de su cuerpo en los codos, se los clavó de un golpe en el estómago. El dolor les hizo doblarse y bajar las cabezas; dos Shuto Uchi-fu, dos golpes con el canto externo de la mano, les hundieron la nuca en la base del cráneo. Sólo quedaba Frank que, dando muestras de su valor, salió corriendo despavorido, tirando las cajas de madera y desparramando su valioso cargamento de navajas de Albacete. El gordo juntó sus manos pegándolas al pecho, cerró los ojos y se elevó lentamente dos metros sobre el suelo.

—Zhang Kung-wu reclama la victoria. El conflicto está resuelto… —«¡Zhi Wong Tsé!», invocó en su mente. Su interior se iluminó. Todas las partículas de oxígeno se concentraron en sus brazos y en sus manos. Vio alejarse a Frank sin necesidad de abrir los ojos, lo veía perfectamente a través de sus párpados. Abrió sus manos manteniéndolas pegadas por las palmas, pero sin separarlas de su pecho, y un haz de energía atravesó el aire proyectándose como un rayo invisible que alcanzó a Frank en su huida y le detuvo en seco. Se agitó como si estuviera recibiendo una descarga eléctrica y al poco cayó inerte. Las partículas de energía habían entrado en su cuerpo consumiendo todo su oxígeno.

Tras el descomunal esfuerzo, que le había dejado sin fuerzas, cayó desde lo alto estrepitosamente. Los tres conductores habían conseguido soltarse ayudándose mutuamente y corrieron a socorrerle. Le incorporaron cuanto pudieron, que no fue mucho, y trataron de darle aire agitando delante de él una chaqueta. Poco a poco el oxígeno entró en sus venas devolviéndole la vida. Se levantó entre los agradecimientos y abrazos que le daban.

—No es nada, no es nada, sólo cumplo con mi deber, para esto fui elegido.

—Pero, ¿quién eres? —le preguntaron al unísono.

—Ya lo sabréis. De momento juntad vuestras manos con las mías y cerrad los ojos. No tengáis miedo. Aprovechad el don que os doy para darlo al que lo necesite y combatid el mal.

***

—¡Esto no puede seguir así!, bufó el Presidente del Consejo Mundial Camorrista. ¿Sabéis cuánto me costó sacar adelante las resoluciones 382 y 383? ¿Sabéis cuánto costó contratar a los «nuevos» cascos azules de la NOW? Ahora que habíamos conseguido dominar a todas las bandas, a todos los clanes, a los gobiernos corruptos, que habíamos conseguido anular la voluntad de millones y millones de corderitos, ahora que ser los dueños de este puto mundo era cuestión de tiempo viene un gordo tarado y se propone jodérmelo todo. Tengo en mis manos una lista de todas las operaciones que nos ha reventado en los dos últimos años… ¡doscientas treinta!, y también tengo el número de hombres que nos ha matado… ¡mil ochocientos setenta! Ya hay gente que se enfrenta a nosotros haciendo cosas raras con las manos, y es porque están perdiendo el miedo gracias a ese iluminado, incluso, ¡incluso!, se niegan a pagar «su» protección, y en algunos barrios ya no nos quedan efectivos para exigirla, están todos bajo tierra… ¡Traédmelo, cueste lo que cueste y yo mismo le sacaré las entrañas!

Todo el Consejo le miraba en respetuoso silencio.

***

Como siempre, apareció de repente. Desde hacía tiempo los camorristas llevaban a cabo sus operaciones semiclandestinas con mucho miedo, expectantes a cualquier sombra o ruido extraño, incluso la aparición repentina de un mero gato les daba un sobresalto. Y con razón, porque a pesar de que habían incrementado el número de los retenes, no les había servido de nada: morían y perdían la mercancía inevitablemente. Ahora estaban en la casa de un industrial rebelde, uno que se negaba a pagar el «impuesto», para darle un escarmiento matando a su mujer y a sus tres hijas, por supuesto después de haberlas violado delante de él. Se hallaban en la habitación de matrimonio echando a suertes quién iba a ser el primero en empezar la fiesta cuando llamaron al timbre.

—¡Abre tía Helen, soy tu sobrino Charles! ¡Tía, abre, que te traigo manzanas! —gritó Bronson mientras aporreaba el timbre.

—¡Te puedes meter las manzanas por el culo porque tu tía no está disponible! —contestó desde el otro lado de la puerta una voz ronca.

La respuesta fue inmediata: un puño atravesó la puerta, un Ling Quan-fu, un puñetazo frontal que le partió la boca y le hizo caer de espaldas. De una patada la tumbó y entró en la casa pasando por encima de ella. Un tajo traicionero intentó abrirle en canal apareciendo de repente desde el umbral de la cocina, pero le dio el tiempo justo de hacer un Shoto Uke-fu, una defensa con el antebrazo que le produjo un profundo corte, pero que le evitó males mayores. Sin pararse a pensar, dio una patada lateral que lanzó al individuo contra el fregadero, entró furioso y le remató con su propio cuchillo. Para entonces el escándalo en la casa era indescriptible y los gritos de los propios sicarios les estaban metiendo más miedo en el cuerpo.

—¡Está en la casa! ¡Está en la casa! —gritaban despavoridos, mientras corrían de un lado a otro con las navajas en la mano sin saber qué hacer; incluso hubo algunos que decidieron salir volando por la ventana y salvar el pellejo. Después de liquidar a dos infelices que le salieron al encuentro, se plantó delante de la escalera que subía a las habitaciones con los brazos en jarras.

—¡Bajad ahora mismo o subo a buscaros! —les conminó.

—¡Sube tú si tienes huevos! —le respondieron en un tono que trataba de intimidar, pero que en el fondo suplicaba: «¡No subas, por favor, no subas». El silencio más absoluto invadió la casa y, pasados unos minutos de calma chicha, la esperanza de que el gordo brutal se hubiera ido hizo que cuatro matones se asomaran con recelo al hueco de la escalera.

—¡No está, jefe, no está! ¡Se ha ido, jefe, se ha ido!, ja, ja, ja, le hemos acojonad…

Una inmensa cabeza rapada se descolgaba lentamente del techo. Los ojillos rasgados delataban una sonrisa burlona dibujada en su cara mientras iba apareciendo el resto de su cuerpo. Antes de que pudiera chillar, dos dedos gruesos le atravesaron los ojos hasta llegarle al cerebro. Se volteó y lanzó dos Nidan Kebanashi-fu, dos patadas percutantes capaces de tumbar a un búfalo, que hicieron volar a dos esbirros; sus navajas quedaron suspendidas un segundo en el aire antes de caer rebotando por los escalones. El que quedaba le lanzó una estocada a la cara, pero la paró en el último momento atrapándola entre las dos manos. La punta estaba apenas a un centímetro de sus ojos y se acercaba lentamente empujada por todo el peso del cuerpo de su dueño. Bronson cerró los ojos y concentró toda la energía en sus manos. Su antebrazo necesitaba ayuda, debilitado por la cuchillada recibida. Poco a poco fue girando las manos y entre ellas la hoja de la navaja se doblaba como si fuera de mantequilla, hasta quedar totalmente torcida. Separó las manos y asestó un Hasami shuto-Zhang descargando con toda su fuerza las dos manos abiertas sobre ambos lados del cuello, hundiéndole los hombros. Los sollozos que provenían de una puerta al final del pasillo le indicaron el camino. La abrió de una patada y entró sin miramientos. La familia Fraiser se abrazaba gimoteando en un rincón y, en el opuesto, un individuo ratuno le señalaba con una temblorosa katana.

—¡Tengo un mensaje para ti!, gritó dejando escapar voluminosos perdigones—. ¡El Gran Jefe quiere negociar contigo! ¡No me mates y te llevaré junto a él!

—De momento, tira ese palillo, túmbate boca abajo y no te muevas. A ver, escoria ¿te refieres a Paolo Tonetti, el gran capo? ¿El responsable de todo esto?

—¡Sí, sí, sí! ¡Quiere pactar contigo y te dará lo que le pidas! —una patada en su cabeza le indicó que dejara de hablar.

—Puede que me interese, o sea, que por ahora no vas a morir. Veamos… déjame pensar… Bueno, el precio no le va a gustar nada de nada-, dijo encaminándose hacia la piña que formaba la aterrorizada familia dándole la espalda. Con un gesto de su mano les indicó que se levantaran.

—Dadme vuestras manos y cerrad los ojos… ya nunca volveréis a tener miedo… recordad que el carácter es el destino.

***

Aún sabiendo que se metería en una ratonera, aceptó verse con el gran Capo en su despacho del número 11 de Wall Street. Evidentemente el plan era tan viejo como el propio mundo: citar a tu enemigo en tu terreno y echarle encima todo lo que tienes hasta hacerle picadillo. Pero si lo que quieres es tener a mano al culpable de tus problemas sólo tienes una opción: aceptar esa cita. El mundo no podía esperar más, era ahora o nunca, era la hora de cambiar el signo de las cosas y que los ciudadanos de bien tomaran la iniciativa.

Una suave melodía de flautas chinas invadía la estancia. Volutas de incienso formaban caprichosas formas inundando todo con su particular aroma. Bronson se sentó en el suelo con los pies cruzados exactamente donde cuatro círculos concéntricos le indicaban el lugar que debía ocupar: el centro del Zhang. Allí confluían los cuatro poderes del Kung-wu. Cogió el libro de pastas negras y se fue al último capítulo: La Verdadera Enseñanza. Entró en apnea con una profunda inspiración, cerró los ojos y empezó a leer a través de sus párpados la Fórmula del Kung-wu Shan. A medida que leía, los caracteres chinos entraban en su cuerpo mezclándose en el torrente sanguíneo con sus moléculas de oxígeno. Empezaron a dividirse en cuatro mientras se acumulaban en su pecho, lo que provocó que se le iluminara desde el interior. Juntó sus manos contra él y cuando estuvo preparado invocó La Verdadera Enseñanza. El magnífico poder generado en él explotó en un increíble fogonazo interno, conectando con todas las personas a las que había cogido en su momento de las manos y les transmitió el poder del Kung-wu Shan. Ya nada volvería a ser igual.

Entró en el edificio de la Bolsa de Nueva York sabiendo lo que iba a pasar, pero no vaciló ni un momento. Los guardias de la entrada ya le estaban esperando y al llegar a su altura, antes de saludarles, los dejó secos con dos patadas laterales, tenía prisa por acabar aquello cuanto antes. Cogió el ascensor privado del fondo del vestíbulo, el que iba directo al despacho del Gran Jefe, y se colocó de cara a la puerta. Se paró en el segundo piso y ésta se abrió lentamente sin hacer el menor ruido, dejando poco a poco a la vista un magnífico despacho forrado con maderas tropicales. Al fondo, detrás de una gran mesa de caoba, le dio la bienvenida el gran Paolo Tonetti.

«Sí, es él», pensó Bronson, «lo reconozco, es todo lo que necesitaba ver».

—Acércate, querido amigo. Tus condiciones han sido aceptadas a pesar de ser terriblemente dolorosas para nosotros. Has resultado ser un hueso duro de roer, amigo mío —le dijo, alargando con un siseo el final de las sílabas—. Pero todo ha acabado ya. Ven y firmaremos nuestro acuerdo. Nuestra innecesaria guerra ha acabado, aquí lo tengo…

Bronson se paró en medio de la estancia y formó su «E» mientras escuchaba el final del sermón. De las puertas laterales empezaron a salir docenas de individuos con muy mala pinta, tenían un trabajo que hacer y sólo les valía una cosa: matarlo. Le rodeaban varias filas de sanguinarios sicarios venidos de todas las partes del mundo. Tendría una oportunidad, y la tenía que aprovechar. Juntó las manos en su pecho y sin perder tiempo invocó el Zhi Wong Tsé mientras el Gran Capo seguía con su perorata moralista, y le fulminó. Su cuerpo cayó inerte sobre la mesa sin una sola molécula de oxígeno. Sin entender cómo había pasado, porque no habían visto nada, los sicarios esperaron a que alguien dijera algo, era obvio que su jefe la había palmado y no sabían qué hacer.

—¡Matadlo! —dijo alguno de la tercera fila.

Fue suficiente. Todos los de la primera se abalanzaron al mismo tiempo. Debilitado por el esfuerzo anterior, sin tiempo para recuperarse, sólo pudo elevarse un metro y girar sobre sí mismo, el Mawashi tobi-fu, a pesar de no ser muy enérgico, derribó a la mitad de ellos. Tenía que dosificarse y descendió lentamente. Una lluvia de navajazos le recibió en su aterrizaje. La mayor parte de las cuchilladas pudo desviarlas con un Uchi Uke-fu con ambos brazos, pero inevitablemente unas cuantas entraron en su barriga haciendo brotar pequeños chorros de sangre. Enrabietado, lanzó una ráfaga de Mawashi Geri Kebanashi, pero las patadas circulares percutantes sólo alcanzaron a la mitad de sus objetivos. No obstante, de la primera fila quedaban en pie cuatro de los veinte que la formaban. Sin dejarle respirar, la segunda línea pasó al frente echándosele encima. Los golpes le caían por todos los lados y decidió hacer pocos ataques, llevándose por delante a los que pillara. Mientras le golpeaban con cadenas y barras de hierro sacó energías de lo más profundo de su ser para liquidar a cuatro de ellos con dobles Nidan Kebanashi. Pero eran demasiados. Los de la tercera fila se sumaron al festín y metían sus navajas por donde podían. Poco a poco, Bronson se limitó a repartir puñetazos penetrantes al azar, desperdiciando los Mae Kebanashi-fu, pues sólo alcanzaba a uno de cada cuatro intentos. Cuando ya no pudo más, se tumbó pesadamente hacia delante quedándose a merced de las alimañas. Le golpearon la espalda hasta que aparecieron las costillas por encima de la carne. Para entonces hacía tiempo que Bronson había muerto. Había llevado conscientemente la apnea al límite y había muerto saboreando su deber cumplido.

Nadie lo supo explicar. Simplemente, la sociedad dio un vuelco total desde ese día echándose a las calles para limpiarlas de escoria. Derrocaron los gobiernos corruptos y desmantelaron la NOW porque ya no la necesitaban. Redactaron sus leyes y apostaron por un futuro sin violencia. Ellos mismos serían los encargados de vigilar su cumplimiento haciendo causa común de las causas ajenas.

***

Desde la frente de Bronson se proyectó un largo pasillo de intensa luz. No había paredes ni suelo y una luminosidad especial le daba la bienvenida al final del túnel. Avanzaba lentamente, no sentía dolor, ni temor.

—Esto me resulta familiar… —dijo, alargando la mano y tratando de tocar unas paredes que no veía.

—Recoge esas manazas que me vas a sacar un ojo con uno de tus dedazos —la voz de su abuelo resonó en el túnel haciendo parpadear las paredes.

—Yo también me alegro de volver a verte, abuelo.

—Lo has hecho muy bien— contestó cambiando el tono—. Lo has hecho francamente bien. Serás recordado por muchas personas, aunque nunca sabrán lo que realmente hiciste por todos ellos.

—No importa abuelo. Lo importante es que tu legado no se ha perdido. Ahora tendremos tiempo para hablar de todo eso. Lo mejor es que hemos estropeado los planes del maldito demonio de rabo peludo.

—Anda, vámonos— le dijo su abuelo con una gran sonrisa en los labios.

Se puso a su lado y le cogió de la mano.

Lentamente desaparecieron en el final del túnel fundiéndose con la luz.

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Relato redentor en el que el enfermo de Duncan nos quiere hacer creer que tiene imaginación para historias bonitas, altruistas y mágicas como ésta 😛

    El personaje del abuelo es mundial y… no sé por qué no puedo dejar de imaginarme al protagonista con los ojos verdosos como dos rendijas 😈

  2. Walkirio dice:

    Oye, tú te perdiste pocos episodios de La Bola Dragón ¿no? Tu «prota» me recuerda mucho a Majin Boo (google imágenes para el que no se acuerde).

    El relato lo encuentro divertido, irónico, místico, aunque coincido con la Quinta: flota un tufillo un poco facha como las pelis esas de los ochenta de un tipo justiciero, sin corbata y con chaqueta de cuadros con coderas.

    El trabajo que te va a costar quitarte la etiqueta de ganador del relato gore, hermano. Está claro que prefiero seguir siendo uno de los tuyos que tenerte enfrente.

  3. marcosblue dice:

    Este ser incalificable desde el punto de vista humano está digievolucionando: Se está poniendo a crear en serio y nos va a traer problemas. El día que deje de escribir entre semáforo y semáforo y se siente, nos da un baño (no menospreciéis el poder de una mente unineuronal). Un relato muy bien construido, documentado, con transfondo y magníficamente desarrollado, muy visual, me ha gustado mucho, has forjado un héroe más que interesante y el final me ha encantado. Sinceramente, me ha gustado muchísimo. Me debes un café, chache, son demasiado halagos.

  4. SonderK dice:

    Un relato donde los combates se viven, la apnea se siente y el gordo bigotudo pasa a ser uno de mis heroes místicos por excelencia, gran relato, el Duncan se propone asaltar el trono de los ganadores relato a relato y lo está consiguiendo.

  5. levast dice:

    Sale un tal Charles Bronson, ¿hace falta algún comentario más? Sale Charles Bronson, el hombre. Vale, el relato también es muy ingenioso, la situación social está muy bien planteada y estoy de acuerdo en que tiene uno de los mejores finales. Ya está. Viva Bronson, viva el justiciero de la ciudad, coño.

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