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Viajes combinados

por

—Mira, podemos empezar de nuevo. Vamos a intentar otra cosa. Trata de hacer memoria. ¿Cuándo crees que comenzó todo? Podemos partir de ahí —afirma con elocuente convicción— y establecer una secuencia lógica de hechos.

La miro fijamente. No está mal, es delgadita, no muy alta, aunque tiene el pelo moreno enmarañado y las ojeras muy marcadas. He tenido fantasías mejores. Es ridículo seguir conversando con ella, pero allá vamos.

—Pues todo empezó a ir mal en la agencia de viajes. En la agencia y por culpa del tío que estaba allí. Aunque la historia es más larga y complicada. Me quedé en el paro y… oye lo que no entiendo es qué hago contándosela a una persona que no existe.

—Joder, pibe, ¿otra vez con la misma boludez? —me responde con ese acentillo tan gracioso.

Pues sí, ya me aburre un poco. No sé qué coño estará montando mi mente pero hacerme imaginar a una psicóloga argentina dándome la brasa en la orilla de una costa perdida me está crispando los nervios. Pero bueno, voy a seguir el rollo a ver si aclaro de una maldita vez qué me ha pasado.

—Perdona si te he ofendido, si es que se puede ofender a una fantasía —ella me mira con ojos asesinos, yo bajo la cabeza—,  pero si esto me ayuda a ordenar mi mente, te contaré todo lo que recuerdo.

—Hay que joderse lo pelotudo que eres. ¿Quién te dice que no existo, tu sentido arácnido? Venga, si quieres hablar te escucho, no tenemos nada mejor que hacer.

—La culpa la tuvo la agencia, como te he dicho, y el pavo que me vendió el viaje, de eso no tengo duda. Pero mis problemas de verdad se iniciaron cuando me despidieron. Yo trabajaba para un banco en Torrejón y era un comercial cojonudo. Cuentas, tarjetas, fondos, pensiones, seguros, yo abría la boca, desplegaba mi sonrisa y colocaba cualquier producto que me pidieran. Me acababan de ascender con un sueldazo bestial, así es que aproveché el tirón y me compré un ático y un Audi A3. Era un hacha e igual pensaban mis compañeros, mi director, mis clientes… pero no tanto el director general, al que le faltaba un sobrino recién graduado por colocar. Te venden la burra de que los resultados del banco son malos, aprovechan el momento más rentable y… hala, a la calle. El peor jodido momento, hipotecado hasta las cejas con el mismo puñetero banco. Y encima, para celebrar aquel ascenso, había reservado unas supervacaciones para el verano para mí solo. En las Bahamas, vuelo Business, resort cinco estrellas, masajes, buceo, spa, discotecas de lujo. Todo se me hundió. Y cuando me cae una catástrofe encima suelo arrastrarme hasta el fondo. Soy una persona inestable, si algo no me sale bien no levanto cabeza en una buena temporada. Ya me sucedió hace dos años, cuando me dejó mi novia de toda la vida. Entré en un bucle sin salida, la depresión es una perra muy hambrienta. Soy así, necesito mi vida ordenada, funcionando como una maquina: mi trabajo de lunes a viernes, el sueldo cada mes, casa propia, gimnasio por las tardes, relaciones esporádicas, fines de semana para salir de fiesta y mis sesiones pinchando música en los mejores locales. Tocaba época de horas muertas en la cama, persianas bajadas y teléfono desconectado. Me avergonzaba incluso salir con los colegas. Me habían arruinado la vida. Literalmente.

»Un sábado de resaca tras una tremenda borrachera me di cuenta de algo: tenía que cancelar el viaje de lujo que había reservado para las vacaciones. Bajé a toda prisa en coche y entré en la agencia de viajes. Ya empecé a notar algo raro. No se encontraba el comercial con el que lo contraté, un tipo simpático, grandote, con pecas pelirrojas y voz potente. En cambio, se encontraba otro chico diferente atendiendo a unos clientes. Mientras acababan, me entretuve observando la oficina, los folletos, los relojes de pared con las horas de varias capitales mundiales y un mural con las típicas fotos turísticas de algunos clientes pinchadas sobre corcho. Cuando llegó mi turno, me senté frente a él y me saludó con algo de desgana; parecía que tenía una resaca peor que la mía. Desde luego no era como su compañero, no tenía ese porte alto y robusto, lucía perilla y me miraba con cierto recelo, forzando una maliciosa sonrisa. Le expuse mi situación y la intención de anular la reserva que había contratado. Suspiró y se puso a teclear mientras yo me mareaba intentando adivinar la forma del tatuaje que asomaba bajo la manga de su camisa. Después de un rato me dijo que, al superar unos plazos, la anulación tenía una penalización que suponía un buen pellizco. Pero me planteó una alternativa: sustituir el viaje con la misma operadora para reducir los costes de la penalización. Empezamos a barajar posibilidades. Cogió un taco de post-it, un boli y me preguntó directamente «fechas y destino», como si yo tuviera claro lo que hacer. Gracias a mis deudas nada me podía cuadrar, hasta que me recomendó un producto atípico: el «crucero polizón», una modalidad de viaje en transatlántico de precio irrisorio y con servicios mínimos. Sin acceso en el barco a sus piscinas, ni a la cubierta, ni a sus restaurantes, ni a sus actividades de ocio y relax, sin servicio de limpieza, sin derecho a excursiones y sin cobertura de seguro de viaje. Apenas tu plaza en el camarote y nada más. Perfecto para estar a solas o para relacionarte con los otros polizones. No me parecía mala opción, apenas tenía coste y así podía cambiar mi penosa rutina. Imprimió el contrato de viaje combinado y lo firmé. Me dijo: «quizá no vaya a ser el viaje de tu vida pero deseo de verdad que sea inolvidable». Maldita sea, entonces no sabía lo que hacía.

—No lo entiendo, ¿qué culpa tenía el de la agencia? Te vendió un viaje y ya está, yo también agarré un crucero polizón y aquí estoy, igual de perdida. El que nos encontremos en esta playa es culpa nuestra.

—Eso es lo que dices tú —¿qué coño estoy haciendo dando explicaciones a una ilusión?—. Estaba jodido, sí, pero a mi rollo. Este viaje me ha hundido del todo. Ya cuando lo firmé empecé a notar cosas raras.

»Ese mismo sábado me tocaba despedida de soltero. Mi ánimo dijo que no y despaché a mis amigos con unas pésimas excusas. Pero mi cuerpo y mi mente necesitaban evasión y me bajé a Torrejón buscando algún sitio donde beber y que no me cruzara con mis colegas. Después de una tarde de birras en varios bares de viejos, acabé en un local de cuya entrada sólo recuerdo una brujita en una escoba. Dentro, al fondo, había algo de tumulto, varias personas celebrando un cumpleaños. Distinguí que estaban abriendo pósters, camisetas y otros regalos raros para dárselos a un tío inconfundible. Era el mismo de la agencia de viajes, que sonreía todo el rato con un vaso de tubo en la mano. Vaya casualidad. Creo que en algún momento se cruzaron nuestras miradas y me hizo un guiño. Empecé a beber a lo bestia. Un rato después bajaron la música y el camarero y un tío de pelo largo empezaron a hablar, como si dieran un discurso. La situación me pareció tan extraña para un bar que me empecé a reír yo solo a carcajadas; el resto se giraron y me miraron mal como si hubiera interrumpido algo o matado a alguien. Me estaba mareando y no me enteraba de nada de las movidas que contaban. Estaban celebrando un concurso de espías o algo así, y luego un pavo alzó los brazos como si hubiera ganado algo pero no le dieron nada al idiota. Justo después también nombraron a otro ganador y al que fueron todos a felicitar era el tío de la agencia de viajes. Se lo estaban pasando a lo grande, riendo y chillando y sacando fotos como locos. La situación y los flashes me terminaron de matar, todo me parecía de broma. Me empecé a obsesionar, lo reconozco, con el de la agencia de viajes, ascendiendo muy arriba en mi lista de paranoias. Los siguientes días se me hicieron eternos, necesitaba ese viaje, escapar, abandonar Torrejón, que se había vuelvo una ciudad más dormitorio que nunca, y no ver durante una temporada los mismos sitios y los mismos rostros.

»El crucero era, ni más ni menos, lo que había contratado. Un camarote, un cuchitril con un baño diminuto. Apenas un pub para beber y comer algo. Perfecto, era lo único que necesitaba, soledad y el vaivén de las olas. Descansar, leer y hacer algunas mezclas de música en el portátil. Nada de relacionarse ni aguantar turistas y familias horteras. Aunque pronto descubrí por qué el resto de la gente compraba un viaje polizón. Fiestas baratas, alcohol a raudales y sexo sin complejos. Todo en libertad. ¡Hey, estamos en aguas internacionales! Fiestas salvajes a las que incluso el resto de turistas se unían. Yo me recluí; me conozco bien y conozco mis límites, no estaba para desenfrenos. Hasta que me sobresaltó otra paranoia. En las noticias se hablaba de un avión que se había estrellado en el océano, sin supervivientes; había salido de Barajas y su destino era Bahamas. Era de la misma compañía en la que yo había contratado mis vacaciones y en el mismo día de salida. Yo iba a viajar en ese avión. Me aturdió como un puñetazo en la nariz. Le empecé a dar vueltas a esa situación. ¿El paro me había salvado la vida? ¿O el agente de viajes? ¿O mi depresión crónica? Estaba nervioso y frenético. Me puse a beber, a ir a las fiestas de los polizones, a meterme de todo en el cuerpo. Las juergas eran interminables. Estoy seguro, de que una noche, me crucé con el agente de viajes en ese crucero, pasándoselo bomba con su copita y rodeado de tías. Todo se repetía y se volvía confuso como en Torrejón. Mi mente se evaporaba. No recuerdo mucho más. Desperté aquí, de repente, conmocionado, en la orilla de una costa que no he visto en mi vida.

—Qué historia tan bonita, conmovedora. Chico, tienes la cabeza muy averiada. Yo estuve en el crucero contigo y la mayor parte de lo que cuentas es un despropósito.

—Tú no estuviste en ninguna parte. Eres una puta ilusión, Mafalda de los cojones, sólo me estoy desahogando contándome a mí mismo todo, a ver si me aclaro y…

Sos un imbécil. Me llamo Miranda, aunque no te acuerdes, y no soy un absurdo arquetipo inventado por tu mente. Ya sé que soy la típica psicóloga argentina y que soy una tía buena en bikini. Qué quieres que le haga, en Argentina nos sobran costillas de vaca, trigo, futbolistas y loqueros para exportar. He estado trabajando en Madrid hasta que la puta crisis me llevó por delante y lo único decente que pude coger para vacaciones fue un crucero polizón, como tú. Nos conocimos, aunque no te acuerdes, nos caímos más o menos bien y nos agarramos unas buenas borracheras juntos. No eras el típico juerguista bruto, tenías algo melancólico, algo enfermizo pero interesante. Y sí, ya me contaste entonces toda la murga de tu trabajo, del cambio de vacaciones, de las movidas con la agencia, de tus crisis psicológicas. Nos lo pasábamos bien: tú te metías de todo y yo me reía de ti. Pero una noche nos pasamos de revoluciones. Yo de alcohol. Tú de alcohol, de anfetas y de unas setas alucinógenas que no sé muy bien de dónde sacaste. Te pillaste tal colocón que me convenciste para que robáramos una moto acuática y saltáramos al mar en plena noche. Estábamos pirados. Obviamente se nos acabó el gasoil o se estropeó el motor y no sé como pudimos llegar hasta esta playa. En fin, tú seguías riéndote y te diste unos buenos pasotes bailando, vomitando, alucinando, delirando… hasta que te resbalaste y casi se te rompe la crisma. Te he estado cuidando los últimos días hasta que has recuperado la consciencia. Vaya ironía, en el crucero tú insistías en enrollarte conmigo y yo te dije que ni aunque fueras el último hombre en una isla desierta… y ya ves, aquí estamos.

—Lamento discrepar contigo, o conmigo ya no sé con quién estoy hablando.

¡Joder!, la tía me tira un pellizco en los huevos. Para ser una ilusión duele de cojones, nunca mejor dicho.

—Vuelves con tus boludeces una y otra vez. Tenés un trauma muy fuerte, sé de lo que hablo.

—Esto es absurdo.

—Mira, rico, contigo pierdo la paciencia. Aquí parados nadie nos va a rescatar, así es que voy a seguir explorando para buscar ayuda.

Se va. Por fin. Al menos era agradable de ver. Bikini apretado, shorts vaqueros, piernas torneadas, se mueve un poco torpe pero tiene buen cuerpo. Parece toda una exploradora sexy con esa mochila de Quechua. En fin, a ver qué fantasma se me presenta ahora. En las crisis de otras épocas se me aparecían mis padres, mis exnovias o mis antiguos profesores para atormentarme o humillarme; al menos esta tía argentina que mi mente se ha inventado es nueva, retorcida y machacona. Pero tiene parte de razón, algo tengo que hacer para escapar de este problema. Quizá mi mente esté buscando soluciones en mi subconsciente. ¿El sitio en el que estoy es real? Es una playa abandonada, de arena fina y aguas en tono verde; un paisaje paradisíaco. Vegetación abundante a mi espalda y brisa fresca. Un lugar de ensueño, idílico. Toco la arena, la escurro por mis dedos: parece real. Pero la situación es imposible que sea cierta. Tiene que haber una clave para escapar de este laberinto.

Puede ser una pesadilla. O una alucinación. O amnesia. O un trastorno postraumático. Tendré que ir descartando posibilidades para llegar al centro de la solución. Lo principal y más urgente es curar mi mente. Mi cerebro está generando escenarios para sanarme pero también me puede estar preparando trampas inconscientemente. No sé si la argentina es una solución o un problema, intenta psicoanalizarme pero también confundirme, no puedo depender de un producto de mi imaginación, tengo que racionalizar esta locura. Como ha desparecido, tengo que continuar yo. Volver a repasar los hechos. Antes del naufragio tenía una vida guay pero me despidieron, me arruiné, me deprimí, me dieron un viaje que se fue a pique y acabé varado en esta playa. Es en este punto donde falta algo, una laguna que no recuerdo. Saber si fue un accidente o una imprudencia. Necesito el punto de inflexión donde todo cambió. El avión que se accidentó. Sí, eso es, mi mente se trastornó al saber que podría haber muerto en el viaje que tenía reservado. Esto abre varios interrogantes. ¿Viajé finalmente en ese avión? ¿He muerto o he salvado mi vida? No, joder, esto es demasiado retorcido, no pude haber cogido ese avión, lo recordaría. El barco sí, eso sí es real. El puto crucero polizón. Tranquilidad y soledad al principio. Caos y alcohol después. Y luego, de repente, naufrago en esta playa. ¿Qué falta? ¿Se hundió el barco y pude escapar? Lo más extraño es que soy el único superviviente y no hay restos del naufragio. Descartamos a la psicóloga y su historia de las motos acuáticas. Quizá me drogué o me drogaron. ¿Caí o me tiraron al agua? Ahí hay una clave. Quizá quisieron acabar con mi vida, asesinarme y no lo lograron por poco. Quizá supe algo en el barco y alguien quiso liquidarme. O quizá me han secuestrado y ahora mismo estoy hipnotizado, alguien está hurgando en mi mente… joder, otra vez estoy divagando. Piensa. Tiene que existir una causa más realista. Olvídate de paranoias y conspiraciones. Tengo una lesión en la cabeza, eso seguro. El barco se hunde, nos rescatan y acabo en el hospital. Trauma irreversible. Coma. Sí, un coma. Estoy en una cama, en estado vegetal. Mi mente crea una realidad paralela para mantener mi cordura. Eso sería jodido, pero puede ser. O puede que ahora mismo esté loco de remate. Sonriendo y babeando como un idiota en una habitación acolchada mientras unos doctores apuntan cosas en una libreta y evalúan mi estado. Mala cosa. Sufro amnesia, ahora lo tengo claro, pero ¿selectiva o total? Quizá mi mente ha borrado algún hecho traumático reciente, o peor, ha eliminado por completo mi personalidad y ha creado nuevos recuerdos. Estoy hecho un lío. ¿Por dónde empezar?

Voy a probar algo. Meditación, abstraerme de mi entorno. Despejar la mente. Respirar lentamente. Sentarme y cruzar las piernas. Eso es. Gira lentamente la cabeza. Inspirar, espirar. Inspirar, espirar. Inspirar. Espirar. Inspirar. Dejar la mente en blanco. No pensar en nada externo a ti. Espirar. Mente en blanco. Inspirar. Mente. Espirar. En blanco. Inspirar. Vacío. En blanco. Vacío. Blanco. Blanco…

—Buena siesta, ¿qué haces? —me interrumpe una voz.

Abro los ojos. Estoy tumbado sobre la arena. El sol me pega en la cara. La maldita argentina me está mirando con gesto burlón.

—Estaba haciendo ejercicios de meditación. Está visto que no me puedo concentrar ni a tiros.

Dejá de hacer el imbécil, debes llevar horas tirado ahí. He decidido que tenemos que mover el culo para buscar ayuda. Voy a caminar en dirección norte, siguiendo la brújula de mi mochila.

—Me da igual lo que hagas. No me voy a mover de aquí. Eres un bicho raro de mi mente. Desaparece.

—Qué pesado eres. Me largo, púdrete. Te voy a dejar esta mochila auxiliar, dentro hay una manta, barras energéticas, algo de fruta y una cantimplora con agua. Si te convences en algún momento, alcánzame. No me voy a quedar aquí para soportarte.

—Adiós, Evita, saluda a Maradona de mi parte —maldita alucinación, a ver si tapándome los ojos y los oídos desaparece.

—¡Eres un capullo, ignorante…!

—Bla, bla, bla…

—¡…te va ayudar tu puta…!

—Bla, bla, bla…

—¡…que haberte escupido en el agua, sucio…!

—Bla, bla, bla…

—…

—Bla, bla, bla.

Abro los ojos, miro a mi alredor y ya no está, se ha ido. No se la oye. A ver si es la definitiva. De momento no he avanzado nada. Tengo que abandonar esos pensamientos obsesivos. No estoy en coma, no estoy muerto, no estoy en la otra vida o flipando en un manicomio. Estoy vivo y de momento sigo en la playa donde Cristo perdió la alpargata. Tengo que dejar de pensar tonterías. Hay que centrarse, recuperar una rutina, entretener la mente. Horarios y tareas. Clavar un palo en la arena para que me sirva de reloj de sol. Aaah, y puedo hacer un SOS con piedras. Pues manos a la obra. Será cansado pero merecerá la pena. Pero primero una cabezadita que se está haciendo de noche. O no. Estoy nervioso y sudando, mis manos tiemblan, creo que no he eliminado todas las toxinas de lo que me metí en el barco. Relájate, entretente con la música, imagínate un buen sample. Puto insomnio, mi reino por un Tranquimazin.

Agua. Tengo agua salada en la boca. El sol me pega  fuerte en la cara. ¿Cuándo me quedé dormido, cuánto tiempo llevo así? Entorno los ojos, sigo mareadísimo. Mis pupilas no se acostumbran a la luz. Veo borroso, desenfocado. Es raro, me parece estar contemplándome a mí mismo de pie en la orilla.

—Hola —oigo decir.

—¿Qué?

—Esto sí que es una sorpresa.

—Iba a decir lo mismo, pero mira, me estoy acostumbrando a los puñeteros delirios de mi mente —éste por lo menos es divertido, mirarme a mí mismo como en un espejo es una pasada.

—Esto es acojonante. No sé cómo he llegado aquí. No recuerdo nada, mi barco ha debido naufragar. Y ahora veo una réplica de mí mismo hablándome. Estoy alucinando.

—Yo tampoco me lo creo, ya ves. Bienvenido a la isla de las pesadillas. Dime, ¿eres el fantasma de las Navidades pasadas? ¿Eres el ángel o el demonio que me susurran en los oídos?

—Pues de momento soy un náufrago confuso.

—Bien, producto colateral de una mala resaca, ¿cuál es tu historia? Déjame resumirte la mía: me arruiné, me deprimí, me evadí vendiendo mi alma a un agente de viajes, me embarqué en el Titanic y mi mente se está chamuscando en estas playas.

—Pues, más o menos, igualito que yo.

—¿Conociste a una argentina en el crucero?

—Pues no.

—Pues ya somos dos. Bueno, por lo menos mi impostor corrobora mi versión.

—Lamento discrepar con un espejismo pero yo me creo muy real.

—Si tú lo dices. A no ser que seas una anomalía espaciotemporal, creo que yo llegué aquí antes. Mira, otra teoría absurda para obsesionarme.

—Ya veo que llegaste antes. ¿Quisiste dejar un mensaje en la arena? Parecen números.

—Ejem, es una señal de socorro. Bah, olvídalo. Discúlpame, pero conocerte me está dando dolor de cabeza, voy a dar un paseo para despejarme.

—Si te sirve de ayuda, tengo unas aspirinas en el bolsillo.

Bien, analgésicos para el cuerpo. A ver si así engaño al cerebro y se me quita la jaqueca. Que me los ofrezca mi pseudoréplica casi me da hasta miedo. Se le ve desorientado, le voy a dejar ahí tumbado, que descanse, jejeje. Caminar y caminar, ya me voy sintiendo mejor. Uno, dos, tres, esta playa parece interminable. Uno, dos. Me siento genial. Avanzo flotando, pasito a pasito.

¿Cuánto tiempo llevo andando? He perdido la noción del tiempo. Creo que he dado una vuelta completa, aquí sigue tumbado mi doble. La sombra del reloj de sol apenas se ha movido. Joder, ¿estaré en una pequeña isla? Me da igual, me siento genial, no me canso, no tengo sueño ni hambre, no me duele la cabeza. Siento que no me importaría quedarme aquí toda la vida. Mi otro yo se despierta. Parece inerte, como un zombi, su rostro no expresa nada. Extiende sus brazos, quiere tocarme. Me rodea. Se difumina. Su forma se dispersa, es volátil. Lo percibo a mi alredor, deslizándose, rebosándome. Me desborda, le siento en mi interior, palpitando. Me siento eufórico, imparable. Siento que puedo hacer lo que quiera. La tierra tiembla a mis pies. No, no es el suelo, soy yo. Me impulso, puedo volar. Soy un propulsor que despega proyectado hacia el cielo. Veo el océano, contemplo la playa a cientos de metros. Surco las nubes. No puedo parar. El viento y la velocidad aturden mis sentidos. Me dejo llevar, soy libre. Más, más lejos. Mira, alcanzo incluso a ese avión. Ja, ja, ja. Mírame, te voy a adelantar. Espera. Quieto, quieto, me voy a estrellar contra él. No, no, joder, ¡nooooo!

Estoy vivo. Estoy bien. Mejor que bien, estoy cómodo. El asiento es reclinable, se puede regular. Estoy en la zona Business de un avión. En el reposabrazos tengo una copa de cóctel. En mis rodillas un folleto turístico de las Bahamas. ¡Es cojonudo! Todo ha sido una ida de olla de mi cabeza. No existió el despido, ni la depresión, ni los malos viajes. Es increíble, he recuperado mi vida. Y en la música ambiente se esta oyendo una de mis sesiones. Dum-dum, dum. Es perfecto. Dum-dum, dum. Mmmmh, el cóctel es delicioso. Esto es insuperable. Miro hacia los lados, hacia el resto de pasajeros que están a una cómoda distancia de dos metros. Sonrío, debo tener una radiante cara de idiota. Uno de ellos levanta su vaso con un guiño. Joder. No puede ser. Es él, el de la agencia de viajes, con su perilla, su ropa oscura y su sonrisa burlona. Algo no va bien. ¿Dónde está el botón para llamar a una azafata? Sacadme de aquí, esto no puede acabar bien. Joder, no viene ninguna. Me asomo a la zona turista y veo a todas ocupadas. Es extraño, todas cargan una sucia mochila de Quechua; aun con diferentes peinados son todas la misma, altas, morenas, con ojeras, con acento argentino. Mierda, no pienso esperar a que me empiecen a hablar. No puedo seguir aquí. Debo encontrar al capitán. Los pasajeros me observan como si estuviera loco. Corro, empujo, les quito de en medio, las turbulencias me hacen tambalear. La zona de cabina está abierta. ¿Capitán? No hay nadie dentro, no hay pilotos a los mandos. El avión va sin control, se ladea, pierde altura. No sé cómo coño hacerlo pero tengo que enderezarlo. Arriba, arriba, joder. Es imposible, la velocidad es vertiginosa. Nos estrellamos. No, lo tengo, lo recupero. Allá voy, a lo lejos veo luces. Voy a salvarme. Suave, suave. Ya aterrizamos. Las luces me guían, atravieso la oscuridad de la noche como un ave silenciosa.

El cielo. No hay cabina, no hay avión. Estoy aquí arriba, reposando en el cielo. La noche estrellada es mía. Ja, he escapado de la muerte y de la playa maldita. Mis manos pueden tocar todo. La negrura, las estrellas, la luna. Es luna llena. Si la toco, gira. Deslizo los dedos. Es una pletina. Dum-dum, dum. Trance. Dum-dum, dum. Bass. Dum-dum, dum. Beat. Dum-dum, dum. Siiiiií. El mundo está orbitando con mi música. Dum-dum, dum. Voy a ecualizar la sintonía del universo. No hay quien me pare. Las estrellas bailan y destellan con mis notas. Giran y giran y toman formas. Seréis mis escalas musicales. Seguid brillando, dadme luz. Formad el pentagrama del firmamento. Do-re-mi y así hasta el infinito. Dam-dam, chin. Creo que no era así. Mud-mud, mud. Tranquilos, orden. No desafinéis. Hacedme caso. Las estrellas se están desprendiendo, la luna gira sin control. Esto es peligroso. Caen como piedras afiladas sobre mí. La noche se está plegando sobre sí misma. Hay que evitar el desastre, volver a huir. Pero, ¿a dónde? Cierra los ojos, concéntrate. Nada de música, nada de cielo ni de oscuridad.

Nada. Vacío. No hay movimiento. No hay espacio. No hay luz ni presencia. ¿El infinito? ¿La nada? Pienso, pero creo que no existo. Siento que me diluyo. Y a la vez que me extiendo. ¿Es el fin? Fijo, lo más seguro es que esto sea el retrete hacia la eternidad. Piensa. Nada de vacío. Piensa en algo. Algo material. Algo sólido y firme.

Tierra. Arena mojada. Otra vez la puñetera playa. Mi mente está teniendo un viaje muy ajetreado y yo soy la maleta perdida. Calma, coge aire. Eso es. No hay nada molesto a mi alrededor. Un rato quieto no me vendrá mal. Buff, si no fuera por este escozor que tengo en la pierna, seguro que al final me habrá picado algún mal bicho. Joder, cómo molesta. Se extiende por mi torso. ¿Qué coño es? El tacto es extraño, es como un tejido fungoso. ¿Hongos? ¿Cómo se me pueden expandir tan rápido? En mis palmas crecen pequeñas raíces y brotan asquerosas colonias de setas. Ya ni siquiera me puedo rascar. Mi boca se colma de arena y lombrices, mis tripas se retuercen y estallan. Moho, hongos y musgo parasitan todo mi cuerpo. Quiero arrancármelo todo de encima pero sólo consigo desprenderme de porciones de mi cuerpo que caen en la arena. Me desplomo como un muñeco de nieve. Me desintegro y mi esencia cae sobre la tierra. ¿En qué coño me he reencarnado? Vaya final más puñetero.

Despierto. Tengo la cabeza incrustada en la arena de la playa. Algo me mira desde el suelo. ¡Qué susto! Es la cabeza de una tortuga que se arrastra lenta y sobrepasa mi cuerpo con parsimonia. ¿Qué movida es esta vez? Me cuesta ponerme de pie pero logro divisar todo el escenario. Cientos de tortugas ocupan toda la playa. Se mueven lenta y torpemente, afanándose en crear surcos en la arena. Es fascinante. En los huecos depositan los huevos que poco a poco van eclosionando. Un espectacular mosaico de pequeñas e ingenuas formas de vida se abren paso débilmente por la arena. El sol y el agua acogen su indeciso nacimiento. Es precioso. Me siento empequeñecido, me resbala una lagrimilla por la mejilla. Me toco la cara, la tengo algo quemada por el sol y rasco una abundante barba. ¿Quién soy? Buena pregunta. Me toco el bolsillo, todavía conservo la cartera. Carnet de identidad, pasaporte y permiso de conducir. Sigo siendo yo, al menos es un alivio. Y anda, mira, la tarjeta del asesor comercial de la agencia de viajes. «Viaja rápido», tiene gracia.

—Bonito paisaje, pibe.

No me lo puedo creer.

—¿Miranda?

—Es agradable oír mi nombre de tu boca. Supongo que creerás que lo que estás viendo es una fantasía como yo.

—Me da igual si es real o no. Es emocionante admirarlo. Es extraño, pero me alegro de verte a ti también. ¿Estás bien?

—Bárbaro, pero también me encuentro cansada. Creo que estamos en una playa virgen pero he localizado indicios de civilización. ¿Cómo te encuentras tú?

—Bueno, me he conocido literalmente a mí mismo, he compuesto la mejor música de la galaxia, creo haber contemplado a Dios y estoy empezando a odiar el rissoto de boletus. Sí, sigo confundido. Incluso empiezo a creer que eres auténtica. La realidad sigue odiándome.

—Lástima, quizá no te debí dejar solo. Han pasado dos días, estás hecho un desastre. Mirate, te volviste a tomar setas alucinógenas. Tenés que levantaros, desprenderte de todo lo que llevas encima. Tus obsesiones, tus traumas, tus miedos. Ya sé que parezco un manual de autoayuda pero no puedes seguir culpando a los demás de tus problemas. Necesitas un empujón.

—Ya no estoy seguro de nada. Creo que estoy acabado.

—Ni lo pienses, deja de autocompadecerte. Sígueme, se me ha ocurrido algo. Un desencadenante, una solución. Una catarsis. Agarrá mi mano.

La sigo. Avanzamos corriendo por la selva. Me siento más despierto, más vivo. Paramos ante un acantilado, con una pendiente vertiginosa de varios metros.

—Saltaremos. El agua está casi congelada ahí abajo. El impacto físico y emocional de la caída te dará energía, te purificará. Te sentirás renacido.

Ché, pues vos primero, piba.

—Qué tonto eres. Salta, ¡yaaaaaaaaaaaa!

Es una locura. Pero es mi última oportunidad.

—¡Geronimooooooooo!

Grito con todas mis fuerzas. La caída es interminable y vertiginosa. El impacto brutal. Mi cuerpo se electriza entre espasmos. El agua está helada y me sumerjo sin control. Desciendo y desciendo. Dejo atrás la luz y me hundo en las profundidades. Falta aire. No respiro. Braceo con impotencia. Me precipito sin remedio. Oscuridad.

Luz. Aire. No es luz natural. Respiro a bocanadas. Siento angustia pero no estoy en el agua. Estoy fuera, en tierra firme. Delante de una estantería. Veo pollas. Pollas de colores. ¿¡Qué!? Me tropiezo, estoy sin duda en una tienda. La dependienta me pregunta algo. Busco la puerta de salida a trompicones. El escaparate exhibe maniquíes con ropa de látex. Es un sex-shop. La calle me suena, esto es Torrejón. He estado aquí. A unos metros está la agencia de viajes. Mis pulmones siguen acelerados. Entro en la oficina. La reconozco, no hay duda. Al fondo está el comercial alto y pecoso que traté la primera vez y que ahora está atendiendo a una pareja cuyas caras también me suenan. En la mesa de la entrada está el otro agente, el de la perilla y la sonrisa cínica. Me mira con extrañeza. El corazón está a punto de estallarme de la tensión. Me tambaleo por la oficina y me apoyo sobre el mural de fotos; me detengo a contemplar la de una chica en bikini y shorts vaqueros que parece saludarme desde una playa virgen. «Buenas tardes», me dicen, pero sigo aturdido. Me giro y busco asiento. El chico de la perilla me ayuda a sentarme. Saca un bolígrafo y unos post-it. Le oigo resoplar impaciente. Estoy nervioso. ¿Cómo he acabado aquí? El comercial me empieza a hablar.

—Oye, ¿podemos empezar de una vez?

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Comentarios

  1. levast dice:

    Basado en hechos reales… jajajajaja.

  2. Juan Sanmartin dice:

    Una historia circular, de pesadilla. Con esas idas y venidas y esos desarrollos marca de la casa. También el humor. he pasado un rato riéndome con la escena de la entrega de premios (yo estaba presente y doy fe de ello). A estos chicos ya sólo les falta hacer entrega de un diploma y una banda azul. El personaje de la agencia de viajes, el de la perilla, resulta inquietante (confieso que alguna vez me ha parecido que esa carita escondía un algo siniestro). Me ha gustado mucho.

  3. Sr. Jurado dice:

    Y además en este relato se nos confirma que el camello del DJ Tiesto tiene trapicheos con el autor…

  4. SonderK dice:

    Jajaja ese agente de viajes me resulta conocido y sí, siempre he pensado que pueda tener algo muy siniesto en su interior :P. Gran historia y desenlace original y abierto, me ha gustado.

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