Todo queda en familia
por SonderKSoy Billy Joe Deschamp y os voy a contar por qué estoy aquí, pero antes me gustaría explicar lo que es vivir en Whitehead Bay y los cientos de pequeños lagos y marismas que rodeaban mi casa de madera.
Mi familia y yo pertenecemos a un antiguo linaje francés, según mi abuelo Cletus llevamos más de quince generaciones en la Florida, de porqueros a las afueras de Nantes a cazadores de cocodrilos, todo en un viaje de dos meses por Atlántico y todo para terminar perdidos y llevando una vida solitaria.
Mis seis hermanos, yo, mis padres y mis abuelos paternos vivíamos en una cabaña en un claro del bosque, rodeados de mangle, marismas y cocodrilos, la mayoría del tiempo solos o acompañados por ranas, perros salvajes y pájaros de todos los colores.
La humedad era lo peor, la humedad y el calor que reinaba día y noche a nuestro alrededor, los días eran muy largos y sobre todo aburridos, mi padre y yo solíamos ir a cazar pájaros y cocodrilos, igual daba mientras lleváramos comida a la mesa, con nuestra carabina del .22 y unas cuantas cajas de balas, permanecíamos todo el día buscando alimento y por supuesto hablando de lo humano o de lo divino, quizás mi padre no era muy culto, no había estudiado nunca y se había educado en la marisma, pero se defendía perfectamente en francés o lo más parecido al francés que se hablaba en quinientos kilómetros a la redonda, criollo o cajún le llaman los más puristas.
Sabía cocinar mejor que una mujer y escupir tan lejos como llegaba su aliento, daba unas ostias dignas de la WWF, le faltaban la mitad de los dientes y su barba eran cuatro pelos más colocados y de peor color, no se sabía si era moreno, pelirrojo o rubio, tenía una espalda fuerte, unos brazos enormes y piernas como árboles, era grande y bruto, pero nunca fue malo, sólo recto y presbiteriano, no demasiado, lo justo para rezar un padre nuestro todas las noches antes de cenar e ir a la iglesia una vez al mes.
Teníamos vecinos a cinco kilómetros, unos primos a diez y un pequeño pueblo de trescientos habitantes a cuarenta kilómetros, sin colegio y sin iglesia, todo eso estaba a más de cien kilómetros al este, cerca de la costa en Fayrbanks.
Que decir de mi familia. Yo era el mayor de todos, tenía un hermano que era el más pequeño de la familia, y cinco hermanas, mis abuelos paternos vivían con nosotros, mi abuela era una señora a la antigua usanza, solo salía de la casa para ir a la iglesia o despiezar alguna bestia y alimentarnos, de ella aprendió mi padre a cocinar.
De mi abuelo Jean solo tengo buenos momentos para recordar, un tipo un poco animal, sin educación ninguna, bueno como un animal inocente, directo como una flecha directa al pecho, pero sin maldad, llano y conciso, si no tuviera comida para sus hijos mataría para poder alimentarlos, de hecho lo había hecho tiempo atrás. Sólo conozco la historia por breves conversaciones nocturnas delante del fuego en los días de lluvia, pero esa es otra historia y ésta es la mía.
Mis cinco hermanas se llamaban por orden de mayor a menor, Jenny Lee, Mary Jean, Verónica Mae, Mary Elizabeth y Rose Mary, todas guapas e inteligentes, todas divertidas y sobre todo curiosas. En los pantanos hay una cosa inmutable y es que todo queda en familia, así que puedo deciros que perdí mi virginidad con mi hermana Jenny Lee a los quince años, detrás de un Pontiac oxidado, sudando y con los nervios de la primera vez, fue divertido, sensual y sobre todo placentero.
La primera vez creí que aquello no estaba bien, hasta que mi hermana Mary Jean se me insinuó en el trastero mientras limpiábamos de porquería los rincones, seguramente Jenny Lee le había contado alguna cosa, el caso es que me di la vuelta con la bolsa de basura llena de mierda y allí estaba, como Dios la trajo al mundo y mirándome con cara de buena persona, no tuve más remedio que hacerle la monta. Tenía un cuerpo precioso y me miró durante todo el rato con esos ojos azules tan intensos que hacía que me recorriera electricidad por el cuerpo.
Con Verónica Mae fue distinto, sus ojos verdes y su pelirroja melena me llevaban loco desde antes del invierno, ya tenía relaciones sexuales casi diarias con mis otras dos hermanas y Verónica Mae ni siquiera me prestaba atención, así que aproveche un día que tenía que recoger las redes que dejábamos mi padre y yo todos los lunes a unos cinco kilómetros de la cabaña y me la lleve de pesca, durante toda la mañana estuvimos bromeando y riendo como locos, cada uno con su caña y prácticamente no haciendo nada, la red la había recogido nada más llegar y pudimos llenar la cesta con una veintena de peces de tamaño medio, la mitad para vender y la otra mitad para comer nosotros.
Permanecíamos sentados muy juntos con los pies metidos dentro del agua y sonreíamos como bobalicones, hasta que me acerque a ella y la bese en los labios, al principio se sorprendió, se apartó y me miró muy seria, pero seguidamente ella me beso y las cañas cayeron a la laguna, estuvimos rebozando nuestros cuerpos toda la tarde y comprendí que ahí había algo más, fue ella quien se encargó de aclararme mis dudas, me dijo que me quería, que estaba enamorada de mi desde muy pequeña, que sabía lo que hacía con mis otras hermanas pero que no le importaba siempre y cuando sólo la quisiera a ella, y así lo hice, la quise todos los días y varias veces.
Con Mary Elizabeth fue todo mucho más fácil, apareció un día de noche en mi habitación y se metió en mi cama sin decirle nada. Antes de meternos en faena me contó lo que hacía con los chicos cuando íbamos una vez al mes a la iglesia, se escondían detrás de los coches aparcados y practicaba sexo oral con varios de ellos, divina juventud y curiosidad, genial combinación, así que pude comprobar su dominio en la materia, después, cuando los dedos de mis pies se retorcieron hasta casi romperse y mis ojos dieron varias vueltas dentro de su cavidad no pude nada más que darle las gracias y hacerle prometer que volvería a mi habitación cuando quisiera a seguir practicando conmigo.
A esas alturas de la vida yo pesaba unos sesenta kilos aun midiendo un metro ochenta. Entre mis cuatro hermanas me tenían absorbido y mi energía se acababa rápido por mucho que comiera. Ya empezaba a sospechar que mi hermano pequeño de doce años, Sebastián, ya había tenido sus más y sus menos con alguna de ellas, que no respetaban ni edad ni experiencia. A veces se le veía atorado y un poco avergonzado, yo sólo podía sonreírle y darle unas palmaditas en la espalda. «Todo queda en familia», le decía.
Rose Mary tenía trece años cuando me dijo que le hiciera el amor, pero la seguía viendo como una niña pequeña, no había desarrollado y tenía todavía esa mirada ingenua e inocente de no haber roto un plato en la vida. La quería mucho y me hubiese gustado hacerla feliz pero no lo veía correcto dentro de lo que era mi complicada vida familiar.
Le dije que hasta que no le crecieran las tetas ni la tocaba, dos días después apareció por mi habitación con dos globos debajo de la camiseta de tirantes y con una sonrisa de oreja a oreja, la eché de allí de un puntapié mientras me reía a carcajadas. Pasó el verano, el otoño y el invierno y mientras, yo con mis hermanas, buscando los momentos a veces largos y otras veces aquí te pillo aquí te mato. Mis padres supongo que lo sabían, no en vano ellos mismos eran primos hermanos y estando tan solos en las marismas y viendo a tan poca gente, al final la naturaleza humana y el relax hacían estragos.
Cuando llegó la primavera siguiente ya había hecho un calendario con mis escarceos de familia, si no me hubiese sido imposible darle a todas lo que querían. Una mañana apareció Rose Mary justo delante de la barca que yo estaba reparando, me conto que ya tenía catorce años, que me necesitaba y que tenía envidia de sus hermanas mayores. Cuando me quise dar cuenta se estaba quitando la camiseta, los pantalones vaqueros cortos y allí estaba desnuda sólo con las zapatillas blancas de deporte y, sí, tenía dos grandes y sugerentes tetas. Dejé las herramientas en el suelo y la acerqué hasta mí, suspiró cuando la bese en el cuello y suspiró aún más cuando la penetré justo detrás de la barca durante horas.
Diréis que nuestra vida era rara, incestuosa y enfermiza, pero estando allí y viviendo desde que nací con mi familia y siempre viendo todos lo mismo, no lo veíamos como algo malo, sino como algo natural, quizás un poco extraño que compartiera tantos momentos sexuales con mis hermanas, pero siempre el cariño y el amor había hecho que esas relaciones fueran sanas y curiosamente beneficiosas para nosotros.
Lo de acostarme con mis primas que estaban a cinco kilómetros de nuestra cabaña había sido el siguiente paso, todo queda en familia. Yo me tiraba a mis primas y mis primos se tiraban a mis hermanas, incluso creo que mis tíos se tiraban a sus hijas, eso nunca lo vi pero si lo intuí, claro que después de pillar a mi padre acostándose con Jenny Lee empecé a no dar importancia a nada. Mi hermano Sebastián me contó una noche que había tenido algún momento íntimo con nuestra madre. Desde ahí decidí seguir mi vida tal y como la había llevado: cazando cocodrilos, pájaros y mapaches, cocinando grasa de zarigüeya y degustando pollo cajún como sólo lo sabía preparar mi padre. Y, por supuesto, follando con mis hermanas y primas, la vida era maravillosa para un chico de veinte años.
***
Durante un año entero mi vida giro en torno a todas estas cosas, feliz y sin problemas, pero todo cambio una noche de un verano muy muy húmedo y sobre todo caluroso.
Mis hermanas habían ido a comprar víveres al pueblo más cercano por la mañana, habían comido en un KFC y se lo habían pasado genial. Por la tarde habían pasado por la heladería del centro y habían comprado un gran helado de fresa para todas que habían compartido entre risas y confesiones íntimas.
Justo cuando fueron a coger la furgoneta para volver a la cabaña vieron que dos de los neumáticos estaban pinchados, al momento aparecieron unos chicos del pueblo en otra furgoneta, se ofrecieron a llevarlas a casa y como los conocían de la iglesia se dejaron llevar. Los chicos iban borrachos y se reían sin parar mientras se miraban de manera cómplice. Mis hermanas no sospecharon nada hasta que a Elizabeth Mary le saltaron los dientes con un bate. A partir de ahí todo fue muy rápido, los chicos sacaron unas pistolas y empezaron a pegar a mis hermanas en la cara, en el pecho, en la espalda, en todos los lados. Se habían parado en una pequeña cabaña a unos cientos de metros de la carretera, donde los gritos no se escucharan, después de las palizas y habiendo ablandado su valentía, procedieron a violarlas una detrás de otra, ni sus lloros ni sus peticiones de clemencia sirvieron de nada: vaginal, oral y analmente fueron penetradas y por si no habían tenido suficiente las volvieron a pegar, después de un par de horas las ataron y se fueron a cenar algo.
La casualidad quiso que a Verónica y a Rose las ataran con cuerdas y pudieron desatarse. Les fue imposible ayudar a las demás que estaban atadas con cadenas así que corrieron y corrieron hasta llegar a nuestra casa, una hora después y llamando a la puerta entre gritos.
Yo fui el primero en verlas y antes de preguntarlas nada ya estaba llorando, ver a mis dos hermanas en aquel estado me volvió loco. Mis padres salieron al porche y lloraron conmigo mientras las abrazábamos, las metimos dentro y pregunté qué había pasado. Diez minutos después mi padre y yo salíamos de la cabaña con nuestras carabinas y nuestras pistolas, el machete de caza y un hacha corta de leña, los ojos rojos y llorosos de Verónica permanecían en mi mente como una losa de miedo y dolor que me llevaría a hacer cosas nunca antes imaginadas.
Sabíamos dónde estaba esa cabaña así que nos dirigimos con nuestra furgoneta. Cuando llegamos mis hermanas seguían atadas, con una cizalla rompimos sus cadenas, vi su sangre salpicada en el suelo, sus ropas desgarradas y las heridas que tenían en su cuerpo. Una rabia como nunca creí que podía crecer en mi interior iba creciendo poco a poco, a oleadas de calor mi mente se pudría y la cabeza me daba vueltas. Mi padre mandó a mis hermanas al coche y las tapo con unas mantas, les hizo prometer que no saldrían del coche pasara lo que pasara.
Unos minutos después entró en la cabaña y me miró a los ojos mientras cargaba su carabina. Me dijo que estaba a tiempo de irme con mis hermanas, que no pasaba nada y que lo arreglaría todo él. Le sonreí mientras empecé a cargar mi arma y le contesté que nadie tocaba a mis hermanas y salía ileso.
Cuando cargamos nuestras armas, nos sentamos en unas sillas de madera que había en el salón. Bajo mis pies la sangre de mis hermanas todavía permanecía allí, ya secándose y salpicando todo el salón hasta donde la vista nos llegaba. «La vida te va bien hasta que te va mal», dice mi abuelo siempre. Lo dejamos en casa nervioso y con lágrimas en los ojos. Nos dijo que teníamos que hacer algo y eso íbamos a hacer.
Cuando los cinco llegaron a la cabaña no se esperaban nuestro recibimiento. Cundo entraran todos al salón salimos de nuestra penumbra. Empecé a disparar al mismo tiempo que mi padre, al que tenía más cerca, un adolescente lleno de granos. Le disparé en la cara sin miramientos. Con el primer disparo le volé el ojo derecho, con el segundo le arranque la nariz y algunos pedazos de cerebro se desparramaron en el techo. Mi padre había dejado seco al más alto de todos metiéndole tres balas en el pecho. Fallé con el siguiente más por los nervios de ver tanta sangre y caras de miedo que otra cosa, tiré mi carabina al suelo y disparé con mi pistola, un revolver del .38 que siempre guardaba mi abuelo en la mesita de su habitación. Sólo necesité cuatro balas más para matar a otro hijo de puta que se cagó en los pantalones, literalmente. Mi padre hizo lo propio con el siguiente, mientras el último de ellos salió de la casa corriendo. Mi padre me gritó que no lo dejara escapar de ninguna de las maneras. Yo ya no tenía balas, tiré el revolver al suelo, saqué mi machete de caza y salí tras de él.
Mientras corría detrás del último violador, pude escuchar como mi padre remataba con un tiro a todos los que estaban caídos en medio del salón de la cabaña. Corrí y corrí detrás del mamonazo, corría como alma que lleva al diablo, o como alguien que corre por su vida, pero mi odio y mi repugnancia me daban más energía. Cinco minutos después de correr entre el bosque se resbaló y cayó al suelo, momento que aproveché para agarrarlo de pelo y tirar hacia atrás de su cabeza. No me detuve a disfrutar del momento y todas esas tonterías de las películas: sin dilación le puse la hoja del machete en el cuello y se lo corte limpiamente de lado a lado. La mano se me llenó de sangre caliente, la misma que me salpicó las zapatillas. No sentí ni pena ni alivio, el dolor permanecía allí en el mismo lugar y no sabía hasta cuándo.
***
Cuando llegó la policía, mi padre dijo que había sido él solo quien había matado a todos. Había limpiado las armas a conciencia y sólo pudieron condenarme por ayudarlo. Así que tenía cinco años para pensar en mi familia en esta cárcel de máxima seguridad.
Por desgracia mi padre fue condenado a muerte por cinco asesinatos. Está en el corredor de la muerte y en la siguiente década será asesinado por el Estado. Pero de momento está vivo y puede recibir una visita al año.
Mis hermanas se recuperaron y mi hermano es el cabeza de familia. Ahora se lo tiene que estar pasando bomba con mis hermanas. Genial, que espabile en la vida lo antes posible. Mis abuelos murieron dos años después. Estaban viejos y el disgusto de todo lo ocurrido les llevó a morirse poco a poco.
Llevo en la cárcel tres años y lo que peor llevo es no ver a mi familia, a mis hermanas y a mis padres, pero sobre todo a Verónica y a Rose. Vienen a visitarme a menudo. Siguen enamoradas locamente de mí y cuando salga de aquí pienso hacerlo, sí, casarme con las dos y tener una docena de hijos. Ellas están de acuerdo. Siempre nos recordamos entre risas que todo queda en familia.
Comentarios
Ya el título tiene coña, tiene su dosis de violencia pero al final los deschamp resultan simpáticos y hasta entrañables y romanticos
Buen relato para cuando la película seria maravillosa estaría dispuesto a interpretar el papel protagonista.
Muchas gracias, de momento Hollywood no se ha puesto en contacto conmigo, si lo hace te lo hare saber 😉
Hola que tal me gusto tu relato me gustaria conversarte el mio ser amigos y ver que pasa luego
Buuen relato al principio comienza con errotismo pero al teRminar termina con venguanza
Es buena tú historia más que todo cuando disfrutas de tus hermanas y espero que no mueras en la cárcel
gracias por tu mensaje, un saludo.
Muchas gracias por tu comentario, saludos!
Hola Jose, espero que sepas que este relato es una obra de ficción, imagino que si, saludos.