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Terapia o la extensión de mí mismo (guía para no superar tus excesos)

por Relato ganador

Siete de la mañana. El tráfico detenido en un atasco monumental. Mientras yo conduzco mi mujer, Jess, me masturba como cada mañana. Miro por la ventanilla y tengo suerte. En el coche de al lado hay una rubia bellísima con un escote generoso. Eso anima mi erección. Justo cuando voy a correrme mi esposa coloca un pañuelo encima de mi pene para evitar que me manche, o que manche la tapicería del coche, aún no lo tengo muy claro. Nota mental: «a ver si un día le digo que eso me cabrea».

Diez de la mañana. Mi atractiva secretaria se sienta encima del escritorio de mi despacho y se masturba delante de mí, como hace una vez por semana. No para hasta que tiene un orgasmo. La elegí por sus cualidades administrativas, está claro. Mientras se pasa los dedos por su clítoris no dejo de pensar en la rubia de esta mañana. Me agarra del pelo y le paso la lengua por el coño. ¿La reunión de la ejecutiva era hoy o mañana? Pregunto entre lametones. «Mañana», me contesta entre gemidos ahogados y entrecortados.

Una de la tarde. Por fin consigo que la jefa de ventas, una mujer joven de aspecto prosaico, me deje tocarle el coño por dentro de su falda. No está depilada. Hasta ahora no sabía que me ponían las feministas redomadas. Gime como todas. Pasado el estímulo inicial mi pene se pone en huelga.

Una y media de la tarde. Recibo en el móvil un mensaje de un cliente. Dice que me quiere y que se excita nada más verme. Adjunta una foto de su enorme pene. Una pérdida para las mujeres.

Tres de la tarde. Estoy comiendo con una compañera de trabajo. En un momento determinado me da lo que parece un control a distancia de algún aparato. Me dice que presione el botón de encendido. Al cabo de un rato sale disparada al cuarto de baño con la vagina a punto de explotar y la cara congestionada en un intento de evitar lanzar un grito de placer. Un bonito invento, aunque tampoco me ha impresionado demasiado.

Cinco de la tarde. Lamo el ano de mi jefa. Le meto el pene hasta el final y me la tiro encima de su bonito sofá de cuero importado de no sé qué mierda de país. Ella goza. Yo pienso en las próximas vacaciones que le voy a pedir después de esto. No lo hago por eso, simplemente lo hago porque a pesar de su edad tiene el mejor culo del edificio. Me lo hago dentro. Me echa la bronca por unos balances de cuentas que están mal. Lo de su culo chorreante de mi leche le da igual. Le pido unas vacaciones. Me dice que sí.

Seis de la tarde. Llego a casa. Mi mujer está en la cocina con una amiga. Ambas con su actitud falsa de cosmopolitas empiezan a hablar de películas porno. De las que han visto y de las que les gustaría ver. Me piden consejo. Empiezo a pensar en lo divertido que sería pedir a un director porno que grabara un día entero de mi vida. Les digo un par de títulos que me vienen a la mente. En ellas cada fotograma de película está salpicado por heces, orina, vómito y varias humillaciones más. Ojalá pudiera ver sus caras cuando las consigan en internet.

Siete de la tarde. Por fin solo en la ducha. Y luego a la terapia.

La terapia me pone un poco de los nervios. Está claro que la necesito. Se supone que soy una persona equilibrada y por eso he de reconocer que tengo un problema serio. Al principio creía que se me pasaría si me casaba con la persona a la que amaba. No fue así. Luego pensé que lo mejor era tener algún escarceo que otro para quitarme las ganas. No fue así. Más tarde concebí que lo mejor era tener experiencias extremas para quitarme todas mis ganas. Tampoco fue así. Nota mental: «no volver a ir a ninguna fiesta swinger, si eres medianamente guapo las tías se pelean por ti y los tíos intentan joderte el polvo». La cuestión está en que ha llegado un punto en el que no me quito de la cabeza la idea de introducir mi pene en lo todo lo que se mueve y huele a perfume. Lo malo es que ya no me estimula nada o casi nada.

Me está afectando mi enfermedad, personal y profesionalmente.

Personalmente porque estoy agotado y sé que tengo un problema. Ya no es divertido, es una obsesión que me persigue día y noche. A veces no duermo hasta que me masturbo varias veces. Me vuelvo loco intentando hacer que mi mujer no me descubra en mis escapadas habituales. Cada poro de mi piel respira sexo insatisfecho. Me estoy volviendo un auténtico drogadicto. Incluso he intentado darme a otras adicciones. He jugado a todos los juegos de casino posibles y sólo he conseguido perder dinero y nada más. He intentado meterme todas las drogas posibles y sólo he conseguido resacas monumentales y una aversión a cualquier cosa que se fume, esnife o se trague. No recuerdo cuándo hice algo que no estuviera encaminado a follar. Me tiré a mi profesora de biología con diecisiete años por el mero hecho de que, sin querer, le vi el sujetador cuando se inclinó para diseccionar una rana en mi mesa. Se dio cuenta de mi erección. Me hizo quedarme después de clase para reprenderme y acabamos haciéndolo junto a la rana diseccionada. Accedí a correrme en la cara de mi tutora de tesis en la Facultad de Económicas simplemente porque me lo pidió y me encantaba la idea de hacérmelo sobre sus gafas. Convencí a mi primera psicóloga para atarla de pies y manos para después sodomizarla sabiendo que los pacientes que esperaban a consulta estaban justo en la habitación de al lado. Y así muchos casos más. Me repugno.

Profesionalmente porque si te cepillas, o por lo menos lo intentas, a todas las mujeres que te rodean en el trabajo lo que generas es un ambiente de hostilidad continua que tarde o temprano explota.

El egoísmo intrínseco que conllevan las ganas de practicar sexo a cualquier precio hace que me odie. La culpabilidad es una extensión inútil de la responsabilidad. No siento culpa por estar casado, al fin y al cabo creo que ella también tiene un amante. A pesar de todo sabe que tengo un problema y que por eso voy a terapia, aunque ella cree que es por beber demasiado. Siento culpa por las mujeres con las que me acuesto. Las utilizo, o eso pienso yo. Son mi chute diario. Apenas recuerdo nombres. Apenas recuerdo caras. Apenas recuerdo placer. Siento culpa porque yo no doy nada. Ellas entregan todo.

Una vez sí que disfruté haciendo el amor. Cada bocanada de ella me estimulaba para continuar con la pasión. Mis labios ardían al contacto con su piel. Me dejaba llevar por el roce de las yemas de sus dedos. Lamía sus preciosos pechos mientras sentía cada latido de su corazón acelerado. Mi cerebro sólo pensaba en ella. Cuando estaba sobre mí el tiempo se detenía. Mis ojos no dejaban de mirar aquel cuerpo agitándose sobre mis caderas. Su sexo parecía hecho para acoplarse a la perfección en el mío. Cuanto más sudaba más me entregaba. Nuestros orgasmos eran tan fuertes que pasábamos minutos recuperando el resuello y nuestras sienes no dejaban de palpitar provocándonos un ligero mareo… Luego me casé con ella y la cosa fue jodiéndose poco a poco.

La terapia es una sesión de grupo con varias personas con mi mismo problema. El proceso es parecido a Alcohólicos Anónimos. «Hola me llamo tal y soy un adicto al sexo». Luego charlamos de nuestros problemas. Te ponen una chapa en la que figura el número de días que llevas sin recaer y te plantan una lista de doce pasos que tienes que seguir para poder reinsertarte en la sociedad. El que haya diseñado esto no se ha hecho ocho pajas diarias durante diez años como es mi caso. ¡Le iba a meter los doce pasos por el culo y se los empujaba con la polla! Pero la cuestión es que es mi última oportunidad para ser persona. Quiero ser normal. Ya no lo soporto más.

Hemos llegado todos puntuales a la sesión. Los habituales nos hemos sentado cerca de Harry, el psiquiatra que dirige este circo. Tom está saboreando su tercer bollito de crema y su segundo café. Tom es el especialista en bukkakes. Tony juguetea con un zippo mientras se muerde el labio inferior. Tony es el maestro de los dominados. Hoss consulta su móvil como si esperara algo. Hoss es el amo del vouyerismo.

Harry nos da las buenas noches y nos invita a todos a que comencemos a hablar. El primero es Tom.

—¡Sigo obsesionado por encontrarla! No está donde se supone que debería estar. He preguntado por todos lados. ¿Cuándo podré pedirle perdón?

Se echa a llorar desconsolado. Deja caer su cuarto bollito de crema al suelo. Tom había practicado un bukkake a una prostituta del East Side. Había llamado a seis amigos suyos para hacerlo. Se la cepillaron durante horas y como colofón final se le corrieron en la cara mientras ella sostenía un vaso bajo su barbilla. Luego se lo bebió. Después de recibir el dinero parece ser que la chica lloró durante horas. Lágrimas interrumpidas por vómitos incontrolados. La chica intentó tirarse por la ventana del edificio en el que estaban. La detuvieron. Sus amigos le dieron una paliza. Para Tom fue el fin. No pudo soportar semejante humillación y buscó ayuda profesional.

El siguiente en hablar es Tony. Prácticamente ni lo escucho. Se queja de que su mujer no le pega lo suficiente en la cama. La pobre mujer se hace un lío con el látigo y acaba por golpearse accidentalmente. Ella lo intenta. Tony es muy exigente. Prefiere enseñar a su mujer antes que acabar buscando a un ama del dolor. Dice que son carísimas y que no desea engañar a la madre de sus hijos.

Hoss apenas puede hablar. Un tipo le rompió la mandíbula cuando intentaba instalar una cámara en un probador de ropa en una tienda.

—¡Mhe dhiferon que allí foiaban muchaf parefjas! ¡El guardhia de feguridá me defcufrió y me facudió de lo lindo!

Su relato queda interrumpido por la entrada de una mujer en la sala. Es alta, guapa. Morena, ojos marrones. Treinta y tantos. Su blusa medio desabrochada dejaba ver un bonito escote. Pechos pequeños pero firmes. Sin sujetador, falda, tacones. Harry le hace una señal para que se acerque. Nos dice que es una nueva compañera de tertulias. Se sienta en una de las sillas. Le pide que se presente.

—Soy Julia, y soy una adicta al sexo.

Todos clavamos nuestra mirada en ella. Todas nuestras perversiones salen a flote. Todos y cada uno de nosotros nos imaginamos con esa mujer haciendo todo tipo de cosas. Lejos de sentirse incómoda nos devuelve la mirada. Es una mirada fija, dura. Creo que ella está haciendo con nosotros la misma operación. Y no pongo en duda que sería capaz de hacerlo con todos a la vez y dejarnos exhaustos. La tengo dura. Accediendo a la segunda nota mental que me hice cuando entré en el grupo: «nunca te tires a ninguna de tus compañeras de terapia».

Continuamos la sesión. No puedo dejar de mirarla. Tiene algo. Pasa una hora. Recogemos y nos marchamos a casa. Intento ignorarla. Me voy al coche y arranco. Me marcho a casa a toda velocidad. Pasado un rato reflexiono. Tengo que ser fuerte. La sesión ha sido buena. Creo que mañana podré controlarme.

Vuelvo a casa. El objetivo es no masturbarme. Jess se va a la cama y yo me quedo viendo una película clásica con Rita Hayworth. Me imagino cómo serán los pezones de Rita. Llego a la conclusión que sus pechos están coronados por dos hermosos pezones pequeños de color rosa pálido. Ya estoy excitado. Voy a la cocina y cojo una bolsa de hielo para ponérmela en la entrepierna. Una hora después, y dos bolsas más de hielo, consigo ir a dormir. Nota mental: «mañana comprar dos bolsas grandes de hielo».

***

Siete de la mañana. Mi mujer me hace una paja. Esta vez se ha olvidado quitarse el anillo y me está destrozando. No tengo suerte. No está la rubia de ayer. Corrida. Pañuelo empapado. Cabreo.

Ocho de la mañana. Mi secretaria me trae un café, un zumo y una macedonia para desayunar. Me dice que cada trozo de fruta lo ha empapado con su flujo vaginal. Pruebo la fruta. Tres trozos bien pero el cuarto me empalaga. Me dice que quiere que le haga la macedonia a ella… esto es meterle la «banana» y las «mandarinas» a la vez por uno de sus agujeros. El chiste está bien. Nota mental: «recordarle a esta chica que con la comida no se juega».

Doce de la mañana. La feminista está muy enfadada. Dice que es insultante la manera que tengo de comportarme. Que no debo tratar así a una compañera como ella. Que se siente ofendida y que quiere tomar medidas legales contra mí. Después de un poco más de bronca le pregunto que si quiere ir al cuarto de fotocopias a follar. Pasada la indignación inicial me dice que sí pero que tengo prohibido correrme dentro de ella. Diez minutos después me doy cuenta de que voy a cumplir con lo pactado. Viendo los pelos de sus piernas va a ser difícil estimularme.

Dos de la tarde. Paso por la mesa de la compañera con la que comí ayer. Está su bolso abierto. Veo el mando a distancia del juguetito sexual. No sé por qué lo cojo y me lo guardo en el bolsillo. ¿A ver si lo lleva puesto hoy también?

Cuatro de la tarde. Reunión con la plana mayor. Está la feminista, mi compañera de comidas, mi jefa y dos gerifaltes más junto con la ejecutiva de la empresa. Todos muy serios. Me aburro. Meto la mano en el bolsillo del pantalón para rozarme el pene un rato. Encuentro en el bolsillo el mando a distancia. Me había olvidado de él. Como es evidente lo activo disimuladamente. ¡Bingo! Un rato después se levanta mi compañera excusándose y dando pasitos cortos y rápidos de camino al servicio. Termina la reunión y distraídamente meto el mando en el bolso de mi compañera de comidas. ¿Llevas eso puesto todo el día, cariño?

Seis de la tarde. Llego a casa. Mi mujer está dándose un chapuzón en la piscina. Sale empapada a recibirme. Me pongo juguetón y lo hacemos encima de una tumbona del jardín. Estoy seguro que más de un vecino está teniendo una buena visión del acontecimiento. ¿Por qué a todo el mundo le gusta mirar cómo follan otras parejas?

Llega el momento de la terapia. Estoy convencido de que hoy me va a servir para algo. Tengo energía positiva. Cuando llego allí Tony está desconsolado llorando en una silla. Todo el mundo está encima de él. Parece ser que su mujer lo ha dejado. Que la mujer ya no aguantaba sus sesiones de masoquismo. El pobre Tony ha perdido a sus hijos y a su compañera de juegos. Empezamos la sesión. Nos centramos en el problema de Tony y le apoyamos para que lo supere. Julia le seca las lágrimas. Hoy está guapísima. Se ha traído un traje de ejecutiva con una blusa blanca y el pelo recogido. Harry me deja sin palabras cuando me dice que yo debo ser el padrino de la nueva chica. No me hace gracia porque no creo que vaya a ser un buen asesor. Ella me guiña el ojo y asiente afirmativamente con su cabeza. La sesión me está viniendo muy bien. Me encanta escuchar a Harry. Nos habla despacio, midiendo sus palabras. El tema de hoy me ha calado. Habla sobre la culpa y sobre el autocontrol. Nos explica lo beneficioso de saber decir que no y de preguntarnos a nosotros mismos por el beneficio a largo plazo de nuestros actos. ¡Eso es justo lo que necesito! Nota mental: «hacer lo posible para no follar». Sigue hablando. No quiere convencernos de que lo que hacemos está mal. Simplemente quiere que aprendamos a controlarnos y a disfrutar si conseguimos el beneplácito de nuestro cómplice de juegos. Nuestro problema no es el sexo sino la adicción desmedida que tenemos por él.

Salimos de la reunión. Tengo el estómago un poco pesado. El café que han servido durante la sesión parecía regaliz. Julia se me acerca y me dice que le acompañe a su coche. Hablamos mientras caminamos. Estoy tranquilo. Ella me cuenta un poco su vida. Todo un poco sórdido. Que si varias veces ha ido a un parque a follar con desconocidos mientras otros miran. Que si estuvo casada con un tipo al que incluso llegó a engañar en la propia boda. Que si tiene un trabajo muy estresante que no le deja tiempo para demasiados vicios. Llegamos al parking y a su coche. Mientras hablamos abre la puerta trasera de su todoterreno. Se sube y se descalza. Se quita los pantalones. Me mira y sonríe.

—Bueno, ¿me lo vas a comer o te lo tengo que pedir por favor?

«¡Ya estamos, otro día de terapia a la mierda!», pienso yo. Subo al coche, cierro la puerta y me pongo a trabajar el tema. Es una delicia. Suave, perfectamente cuidado, no le sobra absolutamente nada. No tiene pelo y su piel es cálida y agradable al contacto con la lengua. Cuando llevo un rato me golpea en el costado con una de sus rodillas.

—¡Así no, más fuerte! —me gime.

Le hago caso y lamo más rápido. Ella vuelve a golpearme y a pedirme más contundencia. Me empiezo a cansar del tema. Le muerdo el capuchón que cubre el clítoris y aspiro con fuerza. Ella grita pero me agarra del pelo con violencia mientras aprieta mi cabeza contra su coño. Dos movimientos más y se corre a lo grande. Me baja el pantalón y me pone un condón. Se pone a cuatro patas. La monto. Su vagina es como una máquina bien engrasada. Me siento como un privilegiado por poder estar dentro de ella. Estoy disfrutando. El calor que emana de su interior hace que me ponga más y más cachondo… y tiene un culo perfecto. No sé cómo se las arregla para estimularse el clítoris y a la vez jugar con mis testículos. Suelta por su boca la mayor cantidad de burradas que he oído en mucho tiempo. Me corro como lo deben hacer los dioses del Olimpo. Me siento un poco mareado. Ella se incorpora y me besa con una dulzura que hace tiempo que no siento.

—Y esto para que mañana pienses en mí —me retira el condón arañándome el pene con sus uñas. Intento no poner cara de dolor pero es un poco difícil, sobre todo si tenemos en cuenta que ya lo tenía ligeramente irritado desde esa mañana por culpa del anillo de mi mujer.

Llego a casa. Nota mental: «hacer caso de mis putas notas mentales». Me acuesto junto a mi mujer. Pienso en Julia.

***

Siete de la mañana. Paja. Me duele el pene. Pienso en Julia.

Diez de la mañana. Mi secretaria se mete mi pene y mis testículos en la boca. Parece un hámster con los carrillos hinchados. Me duele el pene. Pienso en Julia.

Doce de la mañana. Mi compañera de comida me echa la bronca por activar su vibrador en plena reunión. Le replico que probablemente eso haya sido lo más excitante que le ha pasado en años. Se calla. Pienso en Julia.

Tres de la tarde. Mi cliente me manda otra foto de su pene en plena eyaculación. Me alegro pensando que semejante aparato nunca va a estar dentro de Julia.

Cuatro y media de la tarde. Mi jefa me pone un poco de coca sobre la punta de la polla y me la chupa. La coca me duerme el pene. No me duele. Pienso en Julia.

Ocho de la tarde. Cuatro bolsas de hielo no consiguen mucho. Me masturbo como un loco. Pienso en Julia. Hasta la semana que viene no la veré. Va a ser una espera muy larga.

Por fin otra sesión con la gente de la terapia. Estoy nervioso. La reunión marcha sobre lo previsto. Harry me sigue encandilando. Sus palabras me dan fortaleza. Estoy convencido de que podré superarlo. Julia parece distante. No me mira. Acaba la reunión y voy directo a por ella. Le quiero decir que follar entre compañeros de terapia es un error. Las palabras me salen a trompicones. Ella parece que lo ha entendido. Me dice que lo mejor para sentirse distante de mí es que conozca a mi mujer. Si hay otra persona marcando el terreno es más fácil. Lo pienso detenidamente y tiene razón. Esa noche la invito a cenar. La subo a mi coche y nos encaminamos a mi casa.

La cena es de lo más placentero. Mi mujer y ella parecen entenderse. Julia es estupenda, una gran conversadora. Mi mujer está encantada. Previamente le había explicado a Julia que mi mujer cree que la terapia es para borrachos. Ella dice que lo entiende y que es normal que le mienta a mi mujer porque no quiero herirla. Parece un poco rara, mucho más sensible que la última vez que la vi. La velada prosigue sin ningún incidente. Es genial. Hacía tiempo que no veía a Jess sonreír tanto como esta noche.

La cena termina y llevo a Julia hasta su coche. Me dice que pare en un callejón oscuro. Dice que mi mujer es fantástica y que entiende que tengamos que mantener la distancia por ella y por la terapia. Me gusta que las cosas marchen bien. Me dice que lo mejor es hacerlo una vez más aquí y ahora como despedida. No hace falta mucho para convencerme. Nos quitamos la ropa y se lo como a lo bruto como la última vez. Me obliga a parar. Dice que le estoy haciendo mucho daño. Que lo quiere muy suave. Tengo la impresión de estar con una mujer distinta. Se lo hago muy despacio. Ella se estremece. Me pongo un condón y se la meto despacio. Marco un ritmo muy lento. Ella se está deshaciendo de placer. Estoy a un paso del Nirvana. Nos corremos los dos. Estoy enganchado a ella. No hay duda. Me mira.

—Y esto para que te acuerdes de mí mañana… Te quiero.

***

Pasan las semanas. Julia y yo nos dedicamos a mentirnos mutuamente. Por un lado charlamos para no follar y apoyarnos con la terapia, y por otro lo hacemos de todas las maneras posibles. La cosa se está volviendo rara. Estoy completamente atrapado en sus redes. Una vez me vino completamente drogada. La follé durante horas y ella lo único que hacía era reírse porque decía que no sentía nada. Casi me frustré. La última experiencia me deja perplejo. Me ata a una cama en una habitación de un hotel del centro, y cuando creo que me va a montar, me observa de arriba abajo. Coge su teléfono móvil y hace una llamada. Me lame el pene después de colgar. Llaman a la puerta y aparece un tipo enorme. Empiezan a follar los dos en el suelo mientras yo miro. No sé evitarlo y lloro de impotencia. ¡Ese coño es mío, joder!

Empiezo a faltar a algunas sesiones de la terapia. El tema de Julia me está comiendo la moral. Para colmo de males mi mujer y Julia quedan constantemente. Se han hecho muy amigas. De vez en cuando llamo a Harry para escuchar su voz. No falla, logra tranquilizarme.

***

Siete de la mañana. No hay paja, pero Jess me besa apasionadamente.

Doce de la mañana. Para quitarme a Julia de la cabeza trazo un plan para conseguir que la feminista y mi secretaria se lo monten juntas en el cuarto de fotocopias.

Una de la tarde. El plan es un éxito total. Miro mientras me masturbo. Pasado un rato tengo que detener a la feminista. Pretende meterle un puño a mi pobre secretaria. Julia vuelve a mi cabeza.

Tres de la tarde. Como con mi jefa y una política muy conocida. Tiene cara de cerdito y de creer que devora hombres. Pasa mucho tiempo rozándome con el pie. Voy al servicio y ella viene detrás de mí. Me ataca a lo bestia. Nos lo montamos. Se lo hago por detrás. Cuando voy a correrme me quito el condón y le dejo la leche encima de su chaqueta. Debido a lo salida que está no se da cuenta.

Cinco de la tarde. La he cagado. Mi jefa está celosa. Para calmarla tengo que dar lo mejor de mí en su ano. Ha estado cerca, pero consigo dominar la situación.

Siete y media de la tarde. Estoy en casa y pongo la televisión. Aparece la política de la comida seguida por un montón de periodistas. Pertenece a una asociación que defiende los valores familiares. Mientras ella camina, un periodista hace un primer plano de su espalda. Todo lo que soy estaba en forma de lamparón en su chaqueta. No cortan el audio y se oye al cámara partiéndose de risa.

Voy a una sesión de la terapia. Tony no ha venido porque está detenido. Ha ido en busca de su mujer y la cosa se ha puesto fea. La policía lo ha detenido. Tom ha encontrado a su prostituta. Dice que quiere casarse con ella. Todos pensamos que no van a pasar ni tres meses hasta que Tom vuelva a convencer a una señorita de la calle para tragarse el semen de unos cuantos. Hoss está orgulloso porque tiene la chapa que indica que lleva dos semanas haciendo una vida normal. No se ha colado en los vestuarios femeninos de ningún instituto y no va a los parques a grabar a las parejas de cualquier tipo follando al aire libre. Julia no ha venido. Harry nos habla de la necesidad de entendernos a nosotros mismos. De lo importante que es el aceptarnos para superar nuestras limitaciones. Nos explica que el resto de la humanidad no son nuestras marionetas para satisfacer nuestras necesidades. Nota mental: «no volver a juntar a la feminista con mi secretaria».

Vuelvo a casa. En la puerta está aparcado el coche de Julia. Ella está dentro del vehículo. Parece que me espera. Hablamos, más bien discutimos. Estoy harto. Quiero estar sólo con ella. Ella dice que me ama también. Quiero castigarla por la mierda que pasó en el hotel. La cosa se pone fea. Nos insultamos. Salgo del coche y me dirijo a mi casa. Ella también se baja y me sigue. Empieza a golpearme. Yo la golpeo a ella. Para evitar miradas curiosas la agarro del pelo y la llevo hasta un lateral de la casa. La meto en el callejón que queda entre la mía y la del vecino. Seguimos golpeándonos. Ella me besa y me muerde el labio. Le doy la vuelta. Le bajo el pantalón y las bragas y se la meto en el culo directamente. Sé que la estoy castigando. Sé que le duele horrores. Ella gime y me agarra con fuerza la cintura para que empuje más rápido y fuerte. Gira su cuello y logra escupirme en la cara. Gime más alto. Sé que Jess está en casa y le tapo la boca. Me agarra la mano y me lame los dedos. Termino dentro de ella. Los dos nos quedamos jadeando, intentando recuperar el resuello. Nos vestimos. Permanecemos sentados contra la pared de mi hogar. Me mira y me besa. Me acaricia la mejilla. Acerca su boca a mi oído y susurra.

—Eres la mejor puta que he tenido en mi vida. Te amo y nunca permitiré que te vayas de mi lado —sus palabras se graban a fuego en mi cerebro.

Entro en casa. Jess ya está acostada. Está preciosa durmiendo. La amo. Me meto en la cama. No puedo dormir. Me levanto y voy a por una bolsa de hielo. Me pongo a ver la tele. Todas tienen la cara de Julia. Amo a Julia y le pertenezco. Soy un cerdo. Nota mental: «llamar a Harry a primera hora».

***

Siete de la mañana. Jess está hundida en el asiento del coche. No me mira. Parece distante. A pesar de todo se despide de mí con un largo beso.

Ocho de la mañana. Mi secretaria viene cojeando a servirme el café. Me cuenta que la feminista consiguió su objetivo después del trabajo. Dice que es culpa mía. Me quedo sin sesión de masturbación femenina. Me da igual. Pienso en Julia y me toco.

Diez de la mañana. Mi jefa me llama a su despacho. Me echa la bronca porque ha llamado la política de los cojones. Parece no terminar jamás. Está desatada. Quiere que le pida perdón ahora mismo. La llamo a su móvil y lo hago. Justo antes de acabar la conversación la tipa me pregunta si podemos quedar en un sitio privado para seguir con lo nuestro. NO.

Tres de la tarde. Julia me visita en el trabajo. Cierra la puerta de mi despacho. Se desnuda y se coloca un strapon con un pollón generoso. Me dice que me desnude. Lo hago. Me pone sobre la mesa boca arriba y con un poco de vaselina y paciencia me lo mete en el culo. Tengo una gran erección. Me folla mientras con su mano me masturba. Le aviso de que voy a correrme. Ella para. Se quita el aparato. Se sube a la mesa y me cabalga. Me lo hago dentro de su vagina. Se abraza a mí y nos quedamos ahí tumbados.

Me vuelve a decir que soy su puta y que me ama. Dice que sin mi no puede vivir. Yo estoy cegado por complacerla.

Siete de la tarde. Llego a casa. Jess está sentada en el sillón. Está llorando. Me acerco y la abrazo. Le beso la cara empapada de lágrimas. Dice que tiene algo que decirme. Me quiere pero desea abandonarme. Ha conocido a alguien que está por encima de lo nuestro. Se siente culpable. Lloro a la vez que ella. No quiero que se vaya. Ella es casi perfecta. Si he permanecido a su lado tanto tiempo es porque hay una parte de su ser que creo que me entendería de alguna forma. Sigue llorando. Dice que me está traicionando pero que no puede continuar. Soy tan tonto que la consuelo. Dice que hay más. Se levanta del sillón y coge el mando a distancia del DVD. Aprieta el botón de play. Es un vídeo rodado en mi casa. Cuando aparecen los protagonistas mi cara refleja terror. Son ella y Julia. Jess está de rodillas agachada en el suelo. Está esposada con los brazos por la espalda. De las esposas sale una cadena muy tensa que cruza por sus labios inferiores, sube por su cuerpo hasta terminar en una bifurcación con pinzas enganchadas a sus pezones. Julia está de pie desnuda delante de ella. Julia grita a Jess para que esta le coma el coño. Jess al intentar incorporarse para alcanzar el sexo de Julia grita de dolor porque las pinzas tiran de sus pezones hacia abajo. A pesar del dolor logra su objetivo. Entre gemidos de placer Julia le dice a Jess que la ama. Jess retira su boca empapada en flujo y responde que ella también la ama.

Jess permanece en el sillón llorando. De mis ojos emanan muchas lágrimas. Le digo que yo también tengo algo con Julia. Los dos comenzamos a discutir acaloradamente. ¿A quién pertenece Julia? Noto que nos estamos pasando de la raya. Follamos en el sillón y volvemos a tener la discusión. Toda la noche es igual.

Julia entra en mi casa. La cabrona ya tiene llave propia. Nos encuentra desnudos discutiendo. Nos mira y nos da una bofetada a los dos. Se desnuda y se sitúa junto a nosotros. Nos besa. Primero a ella, luego a mí. Nos tocamos entre los tres. Nos unimos en el baile del sexo. Nos lo damos todo. Jamás hubiera imaginado algo tan precioso y puro. Follamos y volvemos a follar. Pero sé que está jugando con los dos. ¿O tal vez nos ama a los dos?

Julia se marcha por la mañana. Jess y yo volvemos a discutir por la propiedad de Julia.

Paso el día en la oficina sin pena ni gloria. A eso de las cuatro de la tarde recibo una llamada de un hospital. Jess se ha tomado un frasco entero de tranquilizantes y la han llevado al hospital. Va a morir, según los médicos. Voy al hospital. No llego a tiempo. Ha fallecido. El personal médico me da el pésame. Julia aparece casi de inmediato. Jess le ha dejado un mensaje desesperado en el contestador de casa. No lo ha oído hasta que ha llegado. Llora a mi lado. Me dice que se marcha y que no volverá a verme pero que sigo siendo de su propiedad, como lo era Jess.

***

Pasan las semanas y dejo el trabajo. Me emborracho día y noche. Compro un arma. Voy a la terapia. Están todos. Harry, Hoss, Tony y Tom. También está ella, por supuesto. Estoy completamente borracho. Miro a Julia y le pregunto.

—¿Me amas?

—Sabes que sí —me contesta.

—¿Me dejas marchar?

—Sabes que no —sonríe.

Yo sonrío, saco mi arma y aprieto el gatillo.

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Comentarios

  1. levast dice:

    Por fin The Winner, jajaja, lo merece, es un relato sembrao de arriba abajo, pero ¿todo eso sucede en la vida real? Puede pasar que «tenga que detener a la feminista. Pretende meterle un puño a mi pobre secretaria» 😉

  2. Walkirio dice:

    ¡¡¡OLÉEEEE…!!! El jurado lo ha tenido muy fácil.

  3. Sr. Jurado dice:

    No te creas, estuve tentado a poner éste en el suelo junto al de «El mejor afrodisiaco..» y dejar que decidiese la gata.

  4. laquintaelementa dice:

    ¿Ah, que no fue así? Yo creo recordar haberte visto sacando uno de los relatos de debajo de su culete…

  5. Walkirio dice:

    «Sr. Jurado dice:
    No te creas, estuve tentado a poner éste en el suelo junto al de «El mejor afrodisiaco..» y dejar que decidiese la gata»

    Te entiendo ferpectamente. La próxima vez haz un ex-aequo de esos ¡NO! mejor, un relato de desempate ¡JAJAJAJAJAJA…!

  6. Nadia dice:

    Muy buenas señoras, señoritos, perros y gaticos… por fin he dejado caer mis ojos por estos lares y he podido deleitarme con alguno de vuestros relatos… ni que decir tiene que este ganador se ha llevado mi palma… me ha encantado esa idea de terapia de grupo para adictos al sexo… ¿también existe terapia para aquellos/as que no practican sexo?
    Ahí va eso.
    Muchos besos.

  7. Melodic Death dice:

    un excelso relato!!! no tengo palabras para describirlo
    me ha gustado en demasia
    felicitaciones al autor
    sigue asi
    y espero el siguiente
    Buena Vibra

Los comentarios están cerrados.