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Radiactividad, bichos y otros asuntos sin importancia

por

I

Abro la mirilla que da al pasillo, al fondo, en la oscuridad, se mueven nuestros enemigos, acercándose cada vez más a la puerta del bunker, el último lugar que encontramos hace tres meses en el subsuelo de la iglesia, fue construido durante la cuarta guerra y que nos ha servido de momento para escondernos, porque eso hacemos, escondernos desde hace mucho tiempo. Nada podemos hacer que no sea eso, escondernos y defendernos con los medios que tenemos.

Las sombras se van a acercando, poco a poco, arrastrando sus sucios cuerpos, no tienen prisa, saben que estamos aquí abajo, sólo tienen que entrar y tirar la puerta blindada de quince centímetros de acero, al menos les costara unos minutos, si no los rechazamos, es nuestra perdición.

Esta es nuestra vida a diario, la muerte nos acompaña a cada paso de nuestra triste existencia, condenados a vivir como especie en extinción en el planeta, pero hasta que ese momento llegue, seguimos vivos, muy vivos.

Cargo mi fusil de asalto como los demás, nos quedan tres granadas, suficientes para hacerles pensar que les va a costar lo suyo entrar en este agujero.

La pared empieza a temblar bajo los embates de sus golpes, dejan huellas marcadas en el acero, abro un segundo la mirilla para sacar durante unos segundos la bocacha de mi fusil y disparo una ráfaga rápida, no hace mucho daño, pero se echan atrás durante un momento, que nos da el tiempo suficiente para abrir la puerta y lanzarles las tres granadas, cerramos rápidamente y esperamos, la onda expansiva no se hace esperar, miro de nuevo por la mirilla y todo aparece rojo y negro, trozos de sus cuerpos desparramados por el pasillo me dicen que solo ha sido el primer acto y el segundo no se va hacer esperar.

Tenemos una salida de emergencia, pero está cerrada desde fuera, si la volamos, nosotros lo haremos con ella, un poco de C45 haría el resto, pero los riesgos son demasiado altos.

Diez minutos más tarde empiezan de nuevo los golpes en la puerta blindada, no tardará en ceder y nos apostamos todos alrededor de ella, veinte personas muertas de miedo, pero con el coraje de saber que no moriremos devorados, sino empuñando un arma, y siempre tengo una bala preparada para mi.

La puerta está cediendo, los goznes ya han salido un par de centímetros, no hay nada que hacer, treinta segundos después la puerta cae delante de nosotros y una gran rata negra de dos metros de altura se yergue  de pie delante de nosotros, y empezamos a disparar, detrás de ella, cientos de sus hermanas aguardan su turno para entrar, para nuestra suerte sólo lo pueden hacer de una en una, pero es cuestión de tiempo que se nos acaben las municiones.

El ruido de las detonaciones hace que no escuche nada a mi alrededor, solo gritos que no entiendo muy bien, quizás porque yo también grito sin tener nada que decir, las ratas caen delante de nosotros y sus tripas llegan hasta mis botas negras, ellas mismas van retirando sus cuerpos para no entorpecerse, son listas las hijas de puta.

Una consigue entrar herida, pero coge al hombre que tiene más cerca y le arranca la cabeza de un solo mordisco, que echa a un lado para mirarnos con esos ojos rojos e inteligentes, seguimos disparando pero han abierto una brecha en nuestra defensa y los hombres empiezan a caer destrozados bajo sus zarpas de quince centímetros y sus colmillos ensangrentados, ocho de nosotros han caído y los demás nos echamos poco a poco hacia atrás, hacia la pared más lejana a la puerta, toco con el tacón la de emergencia y la rabia que me llena, disipa todos mis miedos y dudas, saco el C45 de mi bolsillo y lo coloco rápidamente en la cerradura, saco el detonador y lo activo con un golpe:

—¡Todos al suelo! ¡La puerta va a explotar!

Prefiero morir en un segundo, que esperar lo inevitable, justo cuando me echo al suelo y los demás me siguen, veo como las ratas se agolpan delante de nosotros para matarnos y devorarnos…

La radiactividad

El día 23 de junio de 2028 todo se apagó de golpe, una explosión solar dijeron, que fácil era decirlo y que difícil seria salir de aquello, yo por aquel entonces estaba en la mina de carbón donde trabajaba como ingeniero, y por supuesto, la radiactividad ni se hizo notar a ochocientos metros bajo el suelo, sólo nos vimos bajo tierra sin luz y sin manera mecánica de salir de allí, así que improvisamos un ascensor con poleas y pesos, y con las luz de nuestras linternas salimos de allí vivos, nos costó tres días enteros, pero salimos para ver como cielo estaba rojo y las plantas se pudrían delante de nosotros, todo a nuestro alrededor estaba muerto o contaminado.

Con el tiempo comprendimos que solo las personas que estaban bajo tierra en aquel momento fatídico, se habían salvado de las primeras penurias de la radiación, los pocos científicos que habían sobrevivido, nos dijeron que solo fue un flash, un solo segundo de devastación había echo que todo muriera o cambiara.

El verdadero terror era el cambio, y mas tarde comprenderíamos el porqué, pero ahora solo teníamos que intentar sobrevivir en un mundo sin electricidad y con el 99% de la población pudriéndose bajo el implacable sol.

Lentamente y con mucho esfuerzo nos fuimos recomponiendo y organizando en pequeños pueblos de gente sin familia, demasiados hombres y pocas mujeres, problema sembrado, y nos enteramos que en algunos pueblos habían esclavizado a las pocas mujeres que quedaban para su disfrute personal. En nuestro reducto, en un valle soleado y tranquilo, no pasaría eso nunca, y nunca pasó. La sociedad había cambiado y solo los más fuertes e inteligentes sobreviviríamos.

Un año después de la gran explosión, las plantas empezaron a cambiar, a hacerse mas grandes y a tomar colores diferentes, teníamos zanahorias azules de dos metros de largo, fresas verdes de dos kilos, patatas negras tan grandes como pelotas de baloncesto, los granos de maíz eran del tamaño de manzanas, pero se podían comer, se las dimos a probar a los gatos que nos acompañaban siempre, era una de las pocas especies que habían sobrevivido junto con los restos de la humanidad, pero comprendimos que aquello y en aquel momento, era un regalo para nosotros, los problemas de las hambrunas del principio nunca se repetirían, manzanas que caían al suelo y si estabas debajo te podían matar, tuvimos varios casos y con finales dramáticos.

Los árboles crecían y crecían a nuestro alrededor, nos acostumbramos a los nuevos tamaños y como hacer que todo funcionara de nuevo.

Me reciclé de ingeniero de minas a ingeniero agrónomo y no nos fue mal durante una temporada, hasta que aparecieron todos nuestros enemigos, pero eso fue después, así que seguimos nuestra vida como pudimos, arreglamos varios paneles solares y logramos que funcionaran, meses después podíamos decir que vivíamos lo más parecido posible a nuestra antigua vida, seguía habiendo problemas, pero era como pasar una temporada en un camping en medio de un bosque, nuestra inventiva había llevado a nuestra civilización a crear maravillas y ahora nos salvaría de la exterminación.

Dos años después, éramos cerca de trescientas personas en el valle, de vez en cuando algún solitario aparecía por allí, algunos se quedaban y otros continuaban, pero siempre hacíamos que estuvieran al menos tres días en cuarentena, no podíamos fiarnos de nadie, la cosa era así de simple. Si eras un caminante, la cosa se podía poner muy fea y éramos pocos, pero bien avenidos, no dejaríamos que todo acabase antes de empezar.

II

La puerta de emergencia sale disparada por la onda expansiva y va a dar con dos ratas sorprendidas, a una la aplasta contra la pared y a la otra la deja retorciéndose de dolor en el suelo e intentando colocarse su pata amputada, casi inmediatamente nos levantamos y salimos corriendo como alma que lleva al diablo, dando trompicones y con las manos aferradas a nuestras armas conseguimos cruzar el marco, y correr por el pasillo a oscuras, que no sabemos donde nos lleva, pero que nos aleja de la devastación de esos animales mutados.

Dos compañeros más caen bajo las fauces de las ratas, seguimos corriendo y llegamos a una bifurcación, elegimos el camino de la derecha porque si, nadie sabe donde nos lleva, pero peor no puede ser, o si, mis palabras mueren en un susurro cuando descubro que delante de nosotros hay otra estancia, inundada y con olor salobre, su color es negro y no presagia nada bueno, nos metemos hasta las rodillas y continuamos como podemos, cada pocos metros nos paramos un segundo para conseguir disparar con suerte tres o cuatro balas que den en la cabeza de algunas de estas criaturas, pero no somos tan buenos y sólo conseguimos que cada vez se nos acerquen más y más, el compañero que va detrás del todo, se ha parado, no le quedan munición y saca su cuchillo, lo blande con parsimonia y se enfrenta a la primera guarra que se le presenta, dos tajos profundos y rápidos la degüellan en un instante, la siguiente prueba el dolor cuando le clava instintivamente el cuchillo varias veces en sus tripas, la tercera y la cuarta le devoran vivo y gritando como a un loco que le han quitado su medicación un domingo por la tarde, otra imagen que nunca podré olvidar.

Continuamos corriendo sin dirección fija y entramos en una estancia mucho más grande que la anterior, para nuestra desgracia hay bichos, mucho bichos, y cuando digo bichos me refiero a cucarachas gigantes de cincuenta centímetros de largo y de casi cinco kilos de acero puro, sus corazas de keratina son como chalecos antibala, no nos atacan, no buscan nuestra carne, porque saben que no somos su presa, somos demasiado grandes, sólo dormidos pueden sorprendernos, pero si te muerden, prepara la amputación, te quedas sin brazo, sin pie o sin pierna, sólo con que tiren delicadamente de ti con sus bocas erizadas y afiladas.

Si tenemos suerte las ratas harán una pausa para darse un pequeño  homenaje, las primeras de echo lo hacen, pero las siguientes pasan por encima de ellas y buscan su presa más deliciosa, cuando por primera vez probaron nuestro sabor, ya nunca más se pudieron quitar la idea de la cabeza, por eso son tan pertinaces, tan sucias y mezquinas, por eso nos buscan, para comernos y por ende, exterminarnos.

Corremos por encima de ellas durante unos minutos que parecen siglos, hasta llegar a la siguiente puerta, está abierta, y a lo lejos, se ve una optimista luz que nos guía hacia una posible salida, corremos sin pensar, ya nadie dispara, el terror nos ha llenado ese vació que solo el flash pudo conseguir, corremos con los ojos muy abiertos, las bocas crispadas por el esfuerzo y las piernas hinchadas de correr por la única cosa que quieren mantener, nuestras vidas.

La desesperación y las ganas de vivir inundan ahora mi mente, sacamos fuerzas de donde no hay, porque sabemos que esta historia solo puede tener dos finales, y muy distintos.

La luz se acerca cada vez más deprisa y tengo la sensación que todo va a acabar bien, que saldremos de ésta y continuaremos luchando otro día más, pasamos el umbral y el sol nos ciega momentáneamente, es como un sueño aterciopelado que nos acaricia y nos arrulla, por un instante creo vivir de nuevo como en los viejos tiempos, cuando nada había cambiado y nos creíamos los amos del planeta.

Tres metros más allá del umbral nos saluda una caída en vertical de unos cien metros, nos paramos en seco y miramos rápidamente hacia abajo, el acantilado de una antigua cantera nos impide continuar nuestro camino, no hay salida, miramos atrás y preparamos nuestras armas, ellas o nosotros…

Ratas y cucarachas

El segundo año después de la catástrofe, empezamos a notar cosas extrañas, nos faltaba comida, y allí nadie robaba, no teníamos esa necesidad, pero no desaparecían las verduras que tanto amábamos, sino las pocas vacas y cabras que quedaban con vida, desaparecían sin más por la noche, como una pesadilla de niños pequeños que se hace realidad y te provoca nauseas.

Una noche haciendo guardia entre nuestras pocas reses, ví como algo grande, erguido y que le precedía un olor infernal, salía del bosque, después le siguieron más, no dudamos en disparar al instante y las cosas huyeron como habían aparecido, de repente y sin ruido. Unas noches más tarde un guardia gritó algo ininteligible y desapareció, encontramos al día siguiente sus restos, devorados y roídos por enormes dientes. Todo estaba más o menos controlado hasta que empezaron a salir también de día y entonces lo comprendimos todo, y muy tarde.

Ratas, de la altura de un hombre pero con la fuerza de cuatro, los científicos pronto llegaron a la conclusión obvia, las mutaciones de la radiactividad estaban haciendo estragos también en los animales y las ratas habían crecido, habían aprendido y su legendaria inteligencia se hacia ahora mas poderosa y maligna.

Cuando los ataques empezaron a ser diarios, decidimos huir a otro lugar con lo puesto, si habíamos empezado de la nada, no podía ser tan difícil, así que huimos todos, rápidamente y sin ruido, como una tribu de fantasmas en la oscuridad, sin dejar huellas ni pruebas de nuestra huida, unos días después y habiendo rastreado la zona, nos instalamos en otro valle a unos cincuenta kilómetros de nuestras antiguas casas y empezamos de nuevo.

Hasta que las cucarachas aparecieron, y habían crecido.

Después de dos años de triunfos, pesadillas y malos recuerdos, casi todas las mujeres que quedaban, menos del diez por ciento de nuestra población, habían quedado embarazadas, así que hasta el momento de la aparición de las cucarachas, retozaban en el pueblo unos treinta bebes, pero de pronto y sin señales del porqué, empezaron a desaparecer sin dejar rastro, para nuestra desgracia, éstas asesinas no podían con nosotros pero sin con nuestros hijos, intentamos matarlas pero solo una granada podía acabar con ellas, duras como una piedra era casi imposible matarlas, ideamos estratagemas y trampas, pero siempre entraban por donde nunca lo hubieras pensado, lo único que salvó a nuestros hijos fue encerrarlos por la noche en cajas blindadas con aireación.

Las primeras fueron echas trizas por sus fuertes mandíbulas, pero las siguientes ya no consiguieron ni arañarlas, nuestra desgracia y desasosiego era que solo cinco bebes habían sobrevivido a la matanza sistemática de las cucarachas, otra lección más en este mundo que había cambiado y donde nosotros no éramos más que carne a disposición de seres mas fuertes y evolucionados para sobrevivir.

III

Tres de nosotros nos colocamos en la abertura y empezamos a disparar, ésta vez despacio, apuntando a la cabeza, varias de la ratas van cayendo bajo nuestro mortífero fuego, con la rodilla apoyada en el suelo y más tranquilos, acertamos cuatro de cada cinco disparos, estamos dando tiempo a que nuestros compañeros desenreden las cuerdas que llevamos en las mochilas, por un instante hemos visto que a mitad del acantilado hay una pequeña repisa y de la pared sale un pequeño hilo de humo, quizás signifique otra salida, solo quizás, pero no hay marcha atrás y es nuestro último recurso.

Los compañeros empiezan a bajar por la cuerda poco a poco, pero las ratas se van acercando inexorablemente, me pasan un par de cargadores más para el fusil, ya no quedan muchos, así que afino más la puntería, aguanto la respiración justo cuando disparo, intento que el latido de mi corazón desbocado no haga temblar mi puntería, soplo con fuerza las gotas de sudor que caen por mi frente, ya queda menos, siguen bajando, pero las ratas están muy cerca, me toca salir de allí disparado, se queda nuestro compañero mas avezado en acertar en sus amplias frentes, lo ha elegido él y es algo que le honra, nos cubrirá lo que pueda y después hará lo que tenga que hacer, sin remordimientos, y sabiendo que nos ayudado, que con su pequeño esfuerzo la humanidad es mas humanidad.

Me descuelgo de un salto y bajo todo lo rápido que puedo, justo encima de mi, mi otro compañero hace lo propio, en mas de una ocasión me pisa con sus botas las manos y eso hace que baje más deprisa, con más urgencia, segundos después oímos un grito desde las alturas, nuestro compañero ha acabado sus balas y se ha tirado por el precipicio, siento su grito en mi oreja cuando pasa a nuestro lado, creo sentir incluso el calor que emana su cuerpo y ese hálito de miedo, justo antes de aplastarse contra el suelo cien metros más abajo.

Llegamos a la repisa y mis compañeros me ayudan para no caerme, es estrecha pero lo suficiente para equilibrarte y entrar en la abertura de la roca, creemos que es una salida de humos de la base en la montaña, así que continuamos hacia dentro, otra vez estamos donde lo dejamos, dentro de una pesadilla que no tiene fin.

Después de veinte minutos recorriendo el gran pasillo que nos adentra hacia el interior de la montaña, nos encontramos con una sala enorme, llena de maquinaria y tuberías, quedamos muy pocos, pero nuestra determinación es implacable, recorremos la estancia despacio, mirando en todos los rincones y escuchando con atención cualquier sonido extraño, hay herrumbre por todos lados, tantos años sin utilizar las maquinas han hecho que todas estén ahora muertas y descomponiéndose, llegamos al extremo de la sala, donde una gran puerta abierta nos invita a cruzar, pero algo no va bien, la puerta comienza a moverse lentamente al principio y después mucho más deprisa, durante un segundo veo como unas manos pustulentas las están cerrando, un segundo después estamos encerrados, los caminantes empiezan a salir de todos los rincones inimaginables, nos rodean y comenzamos a disparar sin saber donde…

Los caminantes

Surgieron un día cualquiera, al principio no supimos que de se trataba pero cuando comenzamos a tener bajas, enseguida descubrimos que ésta era nuestra nueva amenaza.

En un barranco cercano a nuestro pueblo tuvimos el primer ataque importante, humanos mutados y mentalmente perturbados nos atacaron con sus manos, sus dientes y sus infecciones, eran fáciles de matar pero lo más peligroso era su número, no sabría decir cuantos pero cien veces más que nosotros, gracias a que llevábamos un par de coches lo pudimos contar, porque en cuanto los tuvimos encima salimos de allí cagando leches, no se dedicaban a atacarnos simplemente, sino que además destrozaban los cuerpos inertes de nuestros amigos y después les robaban todo lo que les parecía servible para ellos, una locura irracional les dominaba y su manera de vivir era matar y destruir, sus ojos emitían una demencia difícilmente superable por cualquier ser vivo en el planeta, salvo las ratas, claro.

Allí donde íbamos, los caminantes aparecían a los pocos días, así que después de ratas, cucarachas y radiaciones, supimos que nuestro lugar era la huida continua, la desesperada carrera hacia un donde que no conocíamos desde tiempos inmemoriales.

La radiación provocada por la explosión solar había acabado con la casi totalidad de vida humana en el planeta, los que permanecimos bajo la superficie sobrevivimos, pero una pequeña parte de la inmensa población no resulto muerta, sino que mutó, hacia algo parecido a un ser humano, una mutación peligrosa y extrañamente absurda, vivían para matar y destruir, tenían poca esperanza de vida, pero eran tantos y tan peligrosos…

En alguna ocasión pudimos atrapar alguno para que nuestros científicos pudieran estudiarlos, poca cosa sacamos de ellos, salvo que estaban como autenticas cabras, parecía que no necesitan alimentarse, pero simplemente lo hacían de vez en cuando, sin seguir nuestras pautas ni nuestros ritmos naturales, hubo alguno que no falleció hasta pasadas dos semanas, ¿Qué si les dejamos morir de hambre? Por supuesto, ya no eran humanos como nosotros, eran bestias que amenazaban nuestra existencia.

Parecían tener consciencia y algo de inteligencia, pero lo básico para seguir viviendo, nada parecido a saber hacer ecuaciones, es más, ni siquiera sumas y restas, pero suficiente para ser un enemigo temible.

Cuando se juntaban rebaños de miles, la única opción era huir lo más rápido posible y lo más lejos que pudiéramos, la época en la que teníamos aviones que destruían cientos de enemigos al mismo tiempo había acabado, junto con los buenos tiempos para el hombre.

Tenían un mínimo de inteligencia, pero mortal, que les hacia idear sencillas emboscadas, eso si, sin demasiadas finuras, pero si no te andabas con cuidado, caías y te atrapaban, segundos después eras pasto de los gusanos, que extrañamente, en este mundo tan cambiado, seguían siendo de su tamaño normal, menos mal.

IV

Sigo disparando sin mucha convicción de que vayamos a salir de aquí con vida, nos tienen atrapados en un rincón de la sala, entre tubos, maquinaria pesada oxidada y el suelo lleno de un polvo negro que se nos mete en la nariz y nos hace tener ganas de vomitar, preferiría estar dos años vomitando que permanecer más tiempo en este lugar.

Me queda un cargador y disparo a sus cabezas de manera instintiva, cuando abato a uno, el siguiente ocupa su lugar y un montón de ellos se empiezan a arremolinar alrededor nuestro, de vez en cuando unas manos se alargan hacia nosotros y agarran al más cercano, no le volvemos a ver, solo sus gritos permanecen unos segundos en el aire para que nuestra imaginación haga el resto.

Dos de nosotros conseguimos subirnos a una gran tubería a dos metros del suelo y desde allí conseguimos seguir disparando sin que nos puedan coger desprevenidos, los de abajo van cayendo uno a uno sin dilación, no hay sitio para ellos aquí arriba y solo por eso, mi rabia se descontrola, pero no puedo ser un loco como ellos, todavía tengo mis pensamientos, mi energía, mis ganas de vivir.

Se me han acabado las balas y a mi compañero también, nuestros amigos han muerto destrozados por los caminantes y podemos ver sus trozos repartidos por toda la sala, debajo de nosotros más de cien de ellos nos gritan, saben que no pueden cogernos ahora, pero a alguno se le ocurrirá la idea para llegar a nosotros, es solo cuestión de tiempo.

Nos relajamos allí arriba y hablamos de que podemos hacer y no se nos ocurre nada, no hay donde ir, ya que la tubería llega hasta el fondo de la sala y se empotra en la pared de hormigón sin dejar un hueco siquiera para poder intentarlo. Diez minutos después mi compañero me da la mano y se despide y tan rápido como me la suelta, se deja caer para caer encima de los caminantes, su reacción es primaria y sangrienta.

Pienso en todo lo que ha pasado y en todo lo que hemos dejado atrás, en las personas que queríamos, mi mujer, mis dos hijos, mis amigos de la infancia, la pequeña sociedad que creamos después de la explosión solar, los esfuerzos de toda la comunidad para poder sobrevivir, y aquí estoy yo, sólo, el último con vida de todos esos sueños por crear y ver crecer, sólo, en lo alto de una tubería, sin poder defenderme de lo que se me avecina y pienso, es una pesadilla y me voy a despertar pronto, quiero que esto acabe y poder sentir el sol en mi piel, la brisa del mar en la palma de mis manos, los tiernos besos de mi mujer, los abrazos de mis hijos, quiero despertar y levantarme para ir a trabajar, algo tan simple como sacar carbón de las entrañas de la tierra, no creo estar viviendo esta monstruosidad de existencia, pero luego miro abajo y veo el infierno, mis pesadillas convertidas en la realidad más cruda y cierro los ojos.

Saco la bala que llevo desde hace años en mi bolsillo de la camisa y la meto en el cargador del fusil, me meto la bocacha en la boca, con las manos temblando de miedo, una lágrima me recorre la mejilla y siento el su ardor mientras cae y me digo a mi mismo en un susurro:

—Quiero despertar, quiero despertar…

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Comentarios

  1. Iris dice:

    Me ha gustado, es un tanto inquietante y tiene un punto angustioso. El final un poco rollo zombi.

  2. laquintaelementa dice:

    Joer, y pensaba que los gusanos, los aulladores, los invasores o las arpías habían sido suficiente… y me encuentro con ratas, cucharachas y zombies radiactivos… está claro que a ti la radiación no te secaría el cerebro, sobre todo la parte insana con la que imaginas esta cadena de desdichas y desesperanza. Eso sí, sigues siendo un moñas con mujer e hijos XDDDDDDD

  3. SonderK dice:

    quintaelementa te contradices: «cadena de desdichas y desesperanza» y ¿todavia eres capaz de decirme que soy un moñas? mala mala mala..

  4. laquintaelementa dice:

    SonderK, eres un moñas… si al final rueda una lágrima y todo… jojojojojojo. Eso no quita que tengas una mente retorcida y morbosa capaz de metamorfosear ratas y cucarachas en monstruos antropófagos, por no mentar a los mutantes asesinos 😈

  5. Tai y Chi dice:

    Lo siento, he de darle la razón a Irene, chorreas moñismo en los relatos por chungos que sean

  6. levast dice:

    Claustrofóbico cien por cien. Gana más con lo que transmite el protagonista que con la acción en sí, y mejora mucho en las lineas finales. Ahhh, y mejor no me meto en la polémica del moñismo porque me puede caer algun gorrazo, jejejeje.

  7. marcosblue dice:

    No siendo, que no lo es, el mejor relato que has escrito, tiene su puntito. Creo que no llega a cuajar del todo, pero resulta divertida esa huida constante donde cada enemigo es aún más atroz y pantagruélico que el anterior. Como a mí me encanta lo exagerado, sean bienvenidas esas pedazacos de ratacas y cucarachazas… pena de cañón de un A-10 que no lleva el protagonista, hombre. (Yo, en lo de la moñez, tampoco me meto)

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