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Puzzle

por

Cuatro piezas de un puzzle a medio acabar, cuatro puertas a medio cerrar y cuatro niñas sentadas prestando atención, pero, ¿a quién?.

Una mañana, Alice salía de su casa para dirigirse a trabajar. Mientras esperaba el autobús, una mano le tocó la espalda, se giró y vio que era su amiga Rebeca.

—Hola Alice, ¿qué haces tú por aquí?

—Pues mira, que hoy me toca trabajar y para no irme andando hasta la estación, pues aquí estoy, esperando este dichoso autobús…

—Ya, esta línea siempre se atasca, a veces incluso es mejor irse andando —dijo Rebeca con tono sarcástico.

—Y, tú, ¿qué haces por aquí? —dijo Alice un poco sorprendida.

—Pues verás, me dirigía hacia tu casa.

—¿Ah, sí? —respondió Alice con cara de asombro.

—Sí, acuérdate que quedamos ayer para hacer…

En ese momento llegó Alejandra.

—¡Hola chicas!, ¿qué hacéis?, ¿dónde vais?

—Pues…

Rebeca cortó la palabra a Alice.

—Nada —dijo con un tono un poco enfadada.

—¿Nada? —respondió Alejandra.

—No hacemos nada de nada.

—Pues entonces, os dejo, ya que no hacéis nada de nada… —contestó Alejandra un poco rara por la situación en la que se encontraba, tanto misterio, tanta intriga.

—Muy bien, Alejandra, ya nos vemos en otra ocasión —dijo una de ellas.

Alejandra se despidió dejando a Alice y a Rebeca hablando de aquel tema. Alejandra, al ver que había tanto secretismo no se fue muy lejos de dónde estaban las dos chicas y se escondió detrás de un coche sin que la vieran, para escuchar la conversación que mantenían.

Mientras, Alice y Rebeca ultimaban la conversación.

—Entonces Rebeca, quedamos a las seis en punto en mi casa.

—Perfecto, yo llevo lo que hemos acordado.

—Muy bien, ¡pues allí nos vemos!

Mientras tanto, Alejandra, que estaba escuchando, pensaba «Vaya, me he quedado sin saber lo importante, qué será lo que van hacer. ¡Esto tengo que averiguarlo!».

Según transcurría la mañana, Alice se iba de compras y Rebeca asistía a sus clases de piano como cada verano. Allí se encontraba «como de costumbre» Helena, una chica con dotes para la música y sobre todo para el piano excepcionales, siendo la mejor de su grupo junto a Rebeca. Ambas, hacían un dueto fascinante en todos los festivales del pueblo. En un festival las dos ganaron el primer premio, que era un piano para el conservatorio, un diploma, unas congregaciones y un viaje a Roma que las dos hicieron juntas.

En aquel viaje a Rebeca le pasó algo agradable. Se enamoró de su primer y único amor, lo que a Helena no le hizo ninguna gracia ya que también a ella le gustaba Pierre, un chico italiano un poco más joven que ella, que estudiaba arte en la Escuela Universitaria de Roma. Pero ellos dos no tenían nada en común, lo que hizo que Helena se retirara del campo de batalla a tiempo. Ella veía que él era todo lo contrario a lo que buscaba en un chico y viendo que a Rebeca le encantaba, pues le cedió el paso como buena amiga que era.

Tanto Rebeca como Helena conocieron a Pierre en una reunión del propio conservatorio. A Pierre le habían llamado para presidir la cena de gala, era el hijo predilecto de uno de los más conservadores de Italia, el Conde Luca, un señor con un gran talento como pianista e intérprete de música clásica. Estuvo varios años de su vida siendo el maestro de su difunta esposa, La Condesa de Luca, una gran y admirada pianista. Para Helena, conocer a tal maestre le parecía sacado de un cuento de hadas, su mayor admirador, el Conde Luca, no lo podía creer: estaba atónita, nerviosa (sabía que si se acercaba a su hijo lo iba a conocer en persona) entonces, cuando Pierre tuvo un momento libre, Helena se acercó a él y muy cortésmente se presentó. Primero sonriéndole y luego entablando conversación. Rebeca, al ver que Helena hablaba con el chico que a ella le gustaba, también se acercó muy educadamente y los tres empezaron a mantener una conversación extraña: Pierre, al ser hijo del Conde Luca, nunca le había apasionado la música, mientras que, Helena no paraba de hablar sobre la música clásica.

—Dime Pierre, que te parece la pieza n.º 5 del Sohem de tu padre, está perfecta, ¿verdad? —dijo anonadada.

Pierre al no interesarse por la conversación de Helena, ignoró sus palabras.

—Disculpa Rebeca, ¿cuáles son tus aficiones?

—Pues… la música, la pintura, sobre todo el arte en general.

Tras una larga conversación, Pierre intercambió el teléfono con Rebeca. Helena, estando atónita y disgustada por la chulería y la mala educación de Pierre, resolvió no tener más contacto con él.

Llegado el día de la merienda, sonaron las cuatro y media de la tarde. Entonces se escuchó el teléfono:

—¿Diga?

—¿Alice?

—Sí, soy yo.

—¡Hola Alice!, soy Helena, te llamaba porque me ha comentado Rebeca que esta tarde habíais quedado para merendar y me ha invitado, espero que no te moleste que vaya.

—¡Ah!, no, no te preocupes —dijo Alice sorprendida, no se esperaba que Rebeca la invitase.

—¡Muchas gracias! ¿A qué hora es la merienda?

—A las seis.

—Muy bien, allí estaré.

Alice colgó el teléfono sin mediar palabra. No podía creer lo que había oído, después de todo, Rebeca y Helena siempre habían rivalizado a raíz del viaje. Alice se preguntó qué había pasado en aquel viaje, pero tuvo la certeza de que nunca lo sabría.

Mientras que Alice estaba con los preparativos, Alejandra pasaba por allí de casualidad. Entró sin llamar

—Hola Alice, ¿qué haces? —preguntó como si nada supiese.

—Pues verás, estoy preparando unos aperitivos.

—¡Ah, sí? —dijo Alejandra.

—Sí —contestó Alice.

—¿Y para qué?

—Para una merienda que estamos organizando Rebeca y yo, si quieres, puedes venir, estás invitada.

—No quiero molestar —dijo Alejandra con voz dulce.

—Si tu nunca molestas mujer, anda y vente, es a las seis de la tarde —dijo Alice con sarcasmo.

—Bueno, Alice, pues aquí nos vemos a las seis.

—¡Muy bien! Aquí te esperamos.

Dicho esto, Alejandra se marchó.

Eran las cinco pasadas cuando volvió a sonar el teléfono.

—¿Diga?

—Alice, soy Rebeca, ¿te ha llamado Helena?

—Sí, Rebeca y tengo que darte una mala noticia, se ha pasado por aquí sin avisar Alejandra, y como me ha visto preparando todo pues la he tenido que invitar… espero que no te importe.

—¿Que has hecho qué? ¡No me lo puedo creer!, ¡la has invitado! —dijo Rebeca. Alejandra y Rebeca nunca se habían llevado bien, siempre han sido como la noche y el día—. Bueno, no pasa nada, esto a ella también le interesa.

—No podía hacer otra cosa, Rebeca.

—No te preocupes, Alice. Nos vemos en menos de una hora.

Alice, no sabía qué hacer ni qué decir cuando Rebeca colgó el teléfono. Se quedó mirándolo con tristeza como si algo hubiera hecho mal, pero en realidad no había hecho nada, solamente reunir a tres de sus mejores amigas a merendar.

Llegaba la hora prevista de la merienda, Alice tenía todo listo y preparado, cuando empezaron a llegar sus invitadas. Primero llega Rebeca, luego Helena y por último Alejandra. Todas se pusieron alrededor de la mesa y vieron cómo Alice sacaba un paquete bien envuelto con tela: mirad chicas, éste es el motivo por el que os he reunido, esto que ahora os muestro no es ni más ni menos que un puzzle que tenían mis antepasados y que nunca han sabido descifrar. Ahora, con vuestra ayuda, vamos a ver si lo conseguimos. Alice empezó a desenvolver el paquete hasta su completa visualización.

—Qué imagen más bonita —dijo una de ellas.

— Mirad chicas qué maravilla —dijo Alice con sarcasmo.

Alice, volcó las piezas mientras veía de reojo cómo se acercaba alguien de su familia, su abuela. La anciana al ver aquel puzzle le dijo a su nieta.

—¿Por qué lo has sacado del desván? —dijo con voz temblorosa—, ¿no te das cuenta de que a ese puzzle le falta algo?, ¿algo que nadie nunca ha sabido de su existencia?, ¿ni el cómo ha llegado a nuestras manos?

—Pero, abuela —dijo Alice—, es un simple puzzle de nuestros antepasados, ¿qué nos puede hacer?

La anciana se sentó mientras las chicas empezaban el puzzle.

—Rebeca, ¿has traído lo que te pedí? —dijo Alice.

—¡Claro! —respondió Rebeca.

—Rebeca, el día ha llegado, vamos a ver qué nos depara la pieza —dijo Alice nerviosa.

Tanto Alejandra, como Helena no sabían de qué hablaban Rebeca y Alice. Poco a poco fueron montando el puzzle hasta que se dieron cuenta de que no sólo faltaba una pieza sino tres más.

—Qué raro, que le falten tres piezas —dijo Alice.

Entonces, recordó lo que su abuela le dijo e inmediatamente se dirigió a ella:

—Abuela —dijo Alice nerviosa.

—Dime, hija.

—¿Por qué le faltan al puzzle tres piezas?

—Venid, hijas mías, que os lo contaré.

»Hace muchos años cuando tu madre tenía tu edad, vuestra edad, se fue de viaje a Roma sin el consentimiento de tu abuelo ni mío; lo cual para nosotros fue una deshonra, recuerdo que se iba a ir con vuestras madres; bueno, la cuestión es que ese mismo puzzle lo hicieron ellas después de su viaje a Roma. Cada una se llevó una pieza, como símbolo de su amistad. Si os dais cuenta, las tres piezas que os faltan son las de un rostro, el de un hombre. Digamos que el puzzle está sacado de una foto y ese rostro es el de un amado. El amado de las cuatro: de la madre de Helena, de Alejandra, de Rebeca y por supuesto tu madre, mi hija.

—Entonces, ¿ése podría ser mi padre? —dijo Alice.

—Quizás sí, quizás no, la verdad, nunca se ha sabido, porque desde aquel viaje nunca se han vuelto a reunir para completar el puzzle y saber quién es ese hombre. Sin esas piezas nunca vais a poder encontrar la solución.

Las cuatro chicas, al ver que la anciana había terminado, fueron a buscar a la madre de Alice a la cocina.

—Mamá, mamá, no tendrás por casualidad una pieza del puzzle, ¿verdad?

—Hija, ¿qué pieza?, ¿qué puzzle?

Las cuatro condujeron a la madre hacia la mesa, y señalando Alice dijo:

—De este puzzle.

—Pero, ¿de dónde has sacado eso?

—Del desván. Y además la abuela nos ha contado un poco la historia.

—¡Dios mío! —dijo sobrecogida por el recuerdo—, pero, ¿cuánto tiempo?, ¿cómo es posible?

—Mamá, si reunimos las piezas, ¿nos cuentas la historia del puzzle?

—Sí, hija, pero no creo que vuestras madres las sigan conservando…

—La madre de Rebeca, sí —dijo Alice—. Ella fue la que nos contó lo del puzzle a medio acabar.

—Esperad aquí que os traigo mi pieza.

Mientras que la madre de Alice se fue a por la pieza, tanto Alejandra como Helena fueron a sus respectivas casas a pedirles a sus madres las piezas que faltan. Cuando todas ya tenían las piezas, las colocaron viendo la imagen. Era una imagen de Roma donde salían las cuatro chicas y en medio de ellas el propio Conde Luca tocando en un piano de cola precioso. Los ojos de la madre de Alice se humedecieron en los recuerdos como si hubiesen despertado los sentimientos por aquel hombre. Ése que fue el padre de Pierre y que nunca volvieron a ver.

Las cuatro mujeres del puzzle rompieron los lazos de amor por la amistad y juraron que jamás un hombre las separaría. Y así fue, mantuvieron su amistad para siempre.

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Comentarios

  1. levast dice:

    Lo mejor es la intriga y la simbología de las piezas. Bienvenida a la secta, ya eres complice de nuestras fechorias, jejeje. 😉

  2. laquintaelementa dice:

    Me ha encantado la idea del puzzle, pero me he quedado con ganas de saber más de la historia de las madres y del propio puzzle… espero una segunda parte 😈 jejejejejeje

  3. marcosblue dice:

    Que nada ni nadie nos rompa la amistad. Quizá no sea un cuento para niños, pero sin duda es algo que deberíamos aprender desde niños. No nos faltes en las próximas ediciones.

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