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Prólogo de la edición perdida del libro que nunca debió existir

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La última uña de mi mano diestra se ha desprendido cuando iba a emprender la escritura de estas líneas. Mis dedos continúan temblando y mis ojos apenas reconocen el asustado rostro que asoma en el espejo. Una seca tos me acompaña desde hace varias noches. Sí, noches, ya que casi no recuerdo la luz del sol. Mi cuerpo no ha conocido el sueño desde que empecé a escribir este libro, acompañado de la trémula luz de un candil, refugiado bajo unas abandonadas catacumbas de Damasco. Una labor que no he abandonado ni un solo momento desde hace semanas, y que ha acabado con los últimos fragmentos de mi frágil cordura. Un tiempo que parece haber consumido toda mi vida en pocos días. Ahora mismo, el último de mis discípulos está rezando una espantosa letanía en un altar cercano; hace una semana se incrustó unos cristales en los ojos después de dibujar la espantosa silueta resultado de mi descripción de una criatura descarnada de más allá de este mundo. Otros no siguen a mi lado. Varios de mis adeptos han huido, desesperados por las revelaciones de los horrores que se contienen en estas páginas; más suerte habrán tenido aquellos de más débil espíritu, que han acabado con la futilidad de su infame vida a la luz de los hechos que he compilado con mis últimas fuerzas. Todo el conocimiento que me ha sido otorgado, o que he desentrañado hasta las últimas consecuencias, lo he expuesto y descrito de la forma más objetiva posible. A pesar de que mis dedos han desvelado conocimientos impíos, de que he profanado los cimientos sagrados de la razón y los credos, de que me perseguirán y me acusarán de hereje, brujo y blasfemo hasta el fin de mis días, de que estas hojas serán pasto de las llamas en mil hogueras, de que mis pecados jamás serán perdonados ni por el más misericordioso de los santos, y de que ni el sueño ni la muerte final me ofrecerán descanso… no me arrepiento. No busco redención ni gloria; eso se lo dejo a los sabios arrogantes y a los falsos profetas. Busco advertir a quien abra estas páginas de que el destino del hombre está condenado. Revelarle que las experiencias que comparto le arrastrarán a una espiral de irremediable desesperación. Porque lo que ofrezco es sabiduría ancestral más antigua que el hombre, más antigua que la Tierra misma y de la que apenas he desenterrado ominosos vestigios que ocultan abismos de horrores acechantes. En estas páginas demostraré que los dogmas de los apóstoles son falsos. Que las ciencias más exactas se pueden retorcer hasta límites que la mente no puede concebir. Que la Tierra es una diminuta mota en un vasto universo de amenazas invisibles. Que la realidad se nos oculta detrás de demenciales geometrías que esconden fuerzas primordiales que son adoradas por cultos de espantosos rituales. Seré yo, el árabe loco, aquel que ha recorrido tierras más allá de los océanos y ha visitado los mausoleos dedicados a sacerdotes malditos, reptado por las galerías secretas bajo las criptas, presenciado ceremonias impías, pronunciado las palabras para invocar seres alados de formas imposibles, el que anuncie sin remordimientos el ominoso destino de la humanidad. Nuestro tiempo se ha agotado porque nunca ha sido nuestro. Las tierras que habitamos no nos pertenecen. El hombre es una breve anomalía de una realidad dominada por fuerzas que sobrepasan nuestro entendimiento, por entidades que dominan el cosmos y que claman por su devastador regreso. Dioses primigenios adorados por sectas secretas desde los albores de las primeras civilizaciones. El rastro de su presencia se ha conservado en olvidadas criptas, en los fragmentos de abominables grabados o en los textos incompletos de versos impronunciables que evocan oscuras épocas en la noche de los tiempos. He presenciado lo oculto y lo prohibido, en muchas ocasiones contra mi voluntad. Se me han mostrado ominosas ciudades enterradas en el desierto. He sentido el corrupto hedor que emana del lejano lago donde está atrapado desde hace eones aquel cuyo nombre no se debe pronunciar. He escuchado los cánticos en ciertos bosques que veneran al dios negro de los mil retoños. He examinado a las criaturas nacidas de las sacrílegas cópulas entre hombres e infectas razas marinas que se perpetúan desde tiempos inmemoriales. Macabros sueños me han acompañado en las tierras más allá de la vigilia, una tortura que he padecido durante lo que me parecían nueve vidas. He seguido el rastro de abominables colonias de seres fungiformes que han experimentado hasta la náusea con los cuerpos de los hombres. En las profundidades de las cavernas de las montañas heladas en los límites de la Tierra, criaturas deformes y rezumantes ocultan los secretos del origen de la humanidad. Todas estas revelaciones estremecieron mi alma hasta hacer estallar mi razón, pero mi desolación definitiva se produjo cuando presencié apenas el destello fugaz de la inmensa ciudad hundida en el océano, infestada de algas y podredumbre, donde yace sin morir el dios primigenio que un día se alzará contra nuestro mundo. Y ese día asomarán las ciclópeas torres afiladas de la ciudad sumergida, las aguas hervirán, y se alzará majestuosa una inconmensurable masa palpitante, atroz y furiosa,  que reclamará con sus monstruosos tentáculos lo que fue suyo en una época remota y perdida.  Todas estas macabras verdades me fueron reveladas por el caos reptante del Apocalipsis, el mensajero de mil rostros de estas deidades primigenias. Para mi desgracia, sus susurros me mostraron los secretos más atroces e infames del universo. Su verdadera intención la desconozco pero no puedo evitar sentir que parecía disfrutar como un cruel torturador de una especie de macabro juego cósmico. Me enseñó hechizos y símbolos arcanos de protección sólo para burlarse y demostrarme lo insignificante y fútil de la resistencia humana frente a esas amenazas. Me mostró también mi futuro destino en más de un centenar de formas diferentes, y en todas ellas acababa muriendo de una forma más cruel y despiadada que la anterior. No eran juegos de ilusiones, siento de alguna forma que una de esas muertes será sin duda la mía. Y también me reveló el futuro de la Tierra, implacable y contundente, en una visión que me dejó paralizado durante días. Y entonces asumí por fin mi rol de albacea de los secretos del fin del mundo. Porque el momento se acerca. En este mismo instante, versos malditos son escritos en libros prohibidos, blasfemos cánticos se alzan suplicando el despertar de deidades primigenias, comunidades inmensas de criaturas reptantes acechan bajo la superficie, impíos sacerdotes susurran órdenes en sangrientos ceremoniales, mientras mis manos terminan de encuadernar el que se considerará el libro de los muertos. Pero en realidad es el libro de la vida, de la autentica y amenazante vida que prevalecerá sobre la humanidad. Lo he visto, lo he contemplado en toda su gloria. Se acerca y es inevitable abrazar el nuevo y flamante mundo. Queda tan poco tiempo… apenas un suspiro para ellos, que han esperado eones… la llegada del momento en que las estrellas se alineen.

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    ¡Cuántas tardes roleras y lovecraftianas respondiendo a La Llamada de Cthulhu! ¡Cuántos turnos perdidos en R’Lyeh en los horrores de Arkham o Dunwich! ¡Y no nos olvidemos de la Disformidad!

    Qué tono más conseguido, Levast. Qué pena que fuera tan corto y no terminara el árabe loco de desvelarnos el contenido de esas ansiadas páginas 🙂

  2. levast dice:

    Creo que hay lista de espera en una tal universidad de Miskatonic para consultar los pocos tomazos que se conservan , también creo que en el necroAmazon se puede pillar con alguna oferta de segunda mano, jejeje. Ah, y la Disformidad creo que pertenece a otra dimensión también mazo chunga.

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