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OK, sueño

por

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Tendrá usted que conformarse con soñar.

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Puedo mover el dedo meñique de la mano izquierda, un movimiento mínimo, apenas tres milímetros, pero puedo moverlo. Con eso me basta.

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En mi otra vida fui feliz. Bueno, más o menos, a ratos, como casi todos. Tenía una familia, mi mujer, mis hijos, un perro, un trabajo digno, una casa en un estupendo barrio residencial… En esta vida de ahora las cosas son muy distintas, ya no pertenezco a ella, ni siquiera a mi cuerpo. A cambio de eso, estaré en todas las vidas. Visto desde determinada perspectiva, quizá el precio no haya sido tan alto.

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Estoy tendido en la cama de un hospital sin poder moverme, tetrapléjico, alimentado por un tubo que se incrusta directamente en mi esófago, siendo inducido a respirar por otro tubo en el curso de mi tráquea, con vías pinchadas en mis brazos para procurarme suero y medicamentos líquidos, conectado a dispositivos que estimulan mis músculos cardiacos, que pitan y muestran infinidad de números y códigos, con una sonda metida por el culo y otra por el pito; en fin, una mosca en una tela de araña de cables, arrinconado en una habitación de una remota clínica para desahuciados terminales. Parece que mi existencia la haya dibujado una artista de manga, quizá esa Guio que está tan de moda.

Sin embargo, también hay que considerar lo positivo. Uno: puedo mover el dedo meñique (algo es algo). Dos: puedo dominar el mundo.

Con eso me basta.

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Un trabajo digno… Sí, yo era, más o menos, feliz. Era inspector cibertécnico de elevado rango, con un cargo de responsabilidad en el Ministerio de Interior, sección de enlace con la ONU2, con muy pocos por encima de mí y muchos por debajo. Era una persona honesta, un profesional cualificado y considerado que cumplía con sus cometidos lo mejor posible, que se ganaba su sueldo honradamente, que respetaba a los demás. Yo pedía las cosas por favor, yo era una persona que se había ganado a pulso su puesto con su talento y su esfuerzo. Yo era gilipollas. Sí, en resumen, era un pedazo de gilipollas. Lo entendí justo en el instante en que empecé a dar vueltas de campana con el coche.

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El mundo… Es un lugar extraño, sobre todo desde el momento en que dejó de ser un lugar. La tecnología se interpuso entre la vida y la realidad, sutilmente, con una fascinante etiquetita en la que ponía: «Futuro», seguida de una cifra en la que constaba el precio. Lo recuerdo (es una suerte que mis recuerdos sigan intactos, hay que considerar lo positivo). Captábamos el atardecer, sin mirarlo siquiera, para verlo después en una pantalla. Cada vez poseíamos más dispositivos para comunicarnos y cada vez hablábamos menos entre nosotros. En apenas treinta años la realidad se hizo, literalmente, virtual, y se extendió por todos los ámbitos de la existencia: artistas virtuales, cantantes, grupos, actores, auténticos ídolos de masas, que no eran sino programas manejados por ingenieros y reflejados en un personaje estudiado al milímetro según precisos códigos de marketing; deportes y deportistas virtuales, donde los gustos y las decisiones de los millones de usuarios los hacían ser mejores o peores, ganar o perder, gestionando con sus votos los traspasos, la convalecencia de las lesiones, los entrenamientos; presentadores, recepcionistas, tenderos, enfermeros, médicos, administrativos, pilotos, camareros… Nos fuimos acostumbrando a esas imágenes híperrealistas, cambiantes según la zona, el tiempo atmosférico, el estatus o la religión de su público, de su cliente en particular, que incluso iban envejeciendo con el tiempo, que se enamoraban, que se hacían famosos, que eran padres de hijos animados… La tecnología permitió que una pantalla multimedia conectada al resto del planeta fuera tan fácil de instalar como pegar un trozo de celo en la pared, intercambiando señales con una constelación de satélites. Las redes sociales pasaron de ser un instrumento de interrelación, a un absoluto estado vital.

Me da por pensar que a lo mejor a lo que verdaderamente aspira la humanidad es a estar como yo, no hacer nada más que contemplar.

Porque no saben lo que yo estoy contemplando.

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Sí, lo recuerdo. Los que siempre han dominado a los que siempre han sido dominados hallaron un filón para seguir siendo aun más poderosos vendiéndonos nuestra propia realidad, y pusieron a danzar a los políticos a su son, para que cada paso que diéramos nada más levantarnos tuviera que ver con sus negocios. Lo de siempre. (Estas ideas me han costado estar donde estoy, definitivamente, soy un gilipollas.) Se aprobaron las candidaturas virtuales y en diez años no había un solo presidente de un país de carne y hueso. Hubiera resultado poco atrayente, es como si hubiéramos tenido que elegir a un líder con barba hasta el pecho, sombrero de copa, levita y zapatos de charol.

Las grandes corporaciones entendieron bien el negocio, engrasaron sus mecanismos, diseñaron baterías ínfimas y duraderas, expandieron sus gadgets hasta al último rincón de nuestra intimidad, evolucionando por meses hacia ingenios más pequeños, rápidos y eficaces, conectaron cámaras cada cien metros por todo el ámbito del globo, en los edificios, en las farolas, en las gafas de la gente, en los pájaros… Cámaras entrelazadas a su vez entre sí, un tejido que, a nuestra escala, roza el infinito. Lo cual no evitó ni las guerras, ni las masacres, ni las hambrunas, ni las violaciones. Lo de siempre. La vasta producción industrial radicalizó el clima: huracanes por un lado, un calor insoportable por el otro, las estaciones desaparecieron, se pasaba del invierno al verano en un día. Y mientras afuera hacía cincuenta grados, en el interior de los sitios te congelabas con el aire acondicionado, en tu propia casa… Creo que estábamos enfermos: cuanta más energía consumíamos, más descompensábamos nuestro entorno y más energía necesitábamos producir. Nos hicieron creer lo contrario, y nos lo creímos, pero la fabricación de acero, plástico y combustible es incompatible con la ecología. El mundo es un lugar extraño… hay árboles.

Y, por fin, llegaron las IRISV.

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Veo a mi mujer, me alegro de que le vaya bien con ese Joe, no es mal tipo… Me queda el consuelo de tener la certeza de que vuelve a elegir lo bueno. Pero no me hago gracia. Lo seguiré intentando. (Hacerme gracia.) Trata bien a mis hijos, con eso me basta. Tiene todo el derecho a querer ser feliz. (Yo besaba mejor.)

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De algún modo, los admiro, no debe de resultar fácil entrar en la mente de tantos miles de millones de personas, conseguir que un mismo estímulo tenga el mismo efecto en personalidades y culturas tan diferentes. Ya lo consiguieron con las hamburguesas. Las IRISV son, simplemente, paneles tecnobiológicos multimedia insertados en la retina, construidos mediante un complejo sistema de unidades moleculares. Ya no te hace falta un smartphone, ni un ordenador, ni nada parecido. Las IRISV atienden a cada zona del cerebro y reciben unos estímulos determinados, pudiendo tomar una decisión consciente, es decir, tienes un superprocesador en los ojos que a través de tu nervio óptico conecta con tus sentidos y «¡hasta puedes escuchar música! y, si quieres, emitirla, usando tus orejas como amplificadores de sonido, puedes hablar sin abrir la boca, puedes emitir lo que estás viendo al resto de tus millones de amigos y amigas, puedes accionar la puerta del garaje, encender la luz, puedes pagar en la caja, puedes solicitar una hipoteca, puedes votar, se recargan con tu propia energía, estás permanentemente en línea en MEGANET+, incluso dormido: tienes el Futuro delante de tus ojos…». Sí, algo así decía el anuncio, lo repitieron durante años hasta la saciedad. Lo compramos todos. Resultaban fascinantes, podías cambiarle la cara, poner la que tú desearas, a quien tenías delante, su voz… Era real, el juego de luces, los matices, las sensaciones que podías llegar a experimentar. Podías mirarte la polla y contemplar cuarenta centímetros ante ti. «Inserción, IVA 68 por ciento, revisión inicial y calibración no incluidos en el precio. Financiación a trescientos sesenta meses…».

Era imposible vivir sin las IRISV, toda la sociedad se basaba en ellas. No podías ver la televisión, trabajar, pasear al perro, conducir o tomarte una cerveza sin tus IRISV.

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El mundo desarrollado incorporó ese dispositivo a su rutina económica, política y social. En los «países SUB» quien pudo, lo hizo, y quien no, aspiró a hacerlo dejándose la piel en ello. Pero diez años después, la ONU2 financió un programa de instalación de IRISV a toda la población del planeta: más de diecinueve mil millones de habitantes, una empresa colosal, con la premisa de facilitar el bienestar a todas las personas de este mundo, pudiendo localizarlos de inmediato en caso de emergencia, mejorando su día a día con este milagro de la interconectividad suprema, facilitándoles una comodidad desconocida, y para evitar atentados terroristas. El IRISV se instaló obligatoriamente a partir de los doce años, edad en la que el ojo termina definitivamente de crecer lo poco que crece. En el norte y en el sur, quien no lo tuviera, era detenido y sometido a la operación, había detectores hasta en las piedras. En los países propietarios de la ONU2 te concedían automáticamente un crédito al nacer para que las fueras pagando con comodidad.

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Las IRISV estaban tan bien diseñadas que sólo requerían pequeñas actualizaciones periódicas y personalizadas. Se incorporaron nanochips intrapiel en distintos puntos del cuerpo, controlados mediante las retinas, que comprobaban la salud de tus órganos, las calorías consumidas, tu grado de humedad, tu aporte de potasio, tu próxima cita… y, efectivamente, podías hablar sin abrir la boca, y podías cerrar los ojos y seguir conectado a MEGANET+ durante el sueño, seguir trabajando, relacionarte, ver películas… Era como si tuvieras una pantalla entre tus ojos y tus párpados, activa a todas horas, que regulaba según tu criterio su grado de opacidad. Podías estar hablando con otro y estar mirando porno… Hay inventos que pueden mejorarse, pero no pueden cambiar, como la rueda. Y como cualquier otro gran avance de la humanidad, tenía su parte negativa. Todo lo que está conectado a la red, o sea, todo, puede ser controlado por terceros. En resumen, alguien podía verte follando si accedía a tu dispositivo de una manera fraudulenta, y hacer que lo viera hasta tu misma madre. Por ello se aprobó la Ley Holden a escala global, que castigaba con cadena perpetua la interferencia en tu dispositivo… y en eso consistía mi digno trabajo.

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Yo monitorizaba, junto a un numeroso equipo bajo mis órdenes, las actividades de las distintas agencias gubernamentales relacionadas con la seguridad, con una credencial exclusiva de acceso mundial a las bases de datos; ya se sabe que quien hace la trampa, después hace la ley. Sólo estaba permitido acceder a las IRISV con orden judicial de Tipo 4, es decir, sospecha de riesgo de amenaza para la sociedad por parte del individuo, para toda la ONU2 y su área de influencia (o sea, todo). En ese caso, se podía contemplar y oír cuanto el individuo estuviera viendo, diciendo o escuchando. La idea partía de un principio aterrador, pero perseguía un fin razonable. Era cuestión de tiempo que las mafias encontraran el procedimiento para hacer lo mismo, por lo cual se implementó una compleja clave de seguridad, conocida como «Núcleo 1», que emitía una alarma a la autoridad global en caso de ser interferida. Yo no era más que una diminuta pieza del mecanismo de control del poder, a fin de cuentas, vivíamos en democracia. Sí… una democracia extraña, propia del mundo que la había elegido.

Que la habíamos elegido.

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La oleada masiva de muertos en los países SUB se convirtió en un problema grave, se volvió incontrolable. Una gran parte de la población sufría accidentes mortales constantemente, por todas partes, sin motivo aparente, y se llegó a la conclusión de que se trataba de una especie de epidemia de suicidas, por la espontaneidad de los actos. LA ONU2 envió medicamentos, equipos de psicólogos, alimentos, apoyo logístico… pero las víctimas crecían exponencialmente, generándose una situación de alerta extrema: se corría el peligro de una despoblación total en esas zonas, una descompensación del equilibrio internacional, del funcionamiento común del planeta tal y como lo conocíamos. Cada día se suicidaban cerca de doscientas mil personas. En un mes, casi dos millones y medio. Sí, el problema era grave. En los «países 2» también se dieron bastantes casos. Algunos visionarios lo atribuían a una reacción en cadena generada por un rechazo a las IRISV, algo semejante a una alergia cerebral que se había disparado al unísono. Otros lo achacaban a que el mundo era, en resumen, una puta mierda. Las autoridades comunicaron que habían detectado un nuevo tipo de virus neuronal, desconocido hasta el momento y con elevado índice de contagio al que llamaron monkey brain, que bloqueaba el hipotálamo sin previo aviso y que provenía, sin duda, de los monos de la región central de Mauritania. Las fronteras se cerraron. Los muertos continuaban.

Y entonces hallé los archivos en una ruta que nunca debí abrir, que nunca debí haber transitado.

O sí.

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En los partes de estadística no se reflejaba ningún caso de muerte por monkey brain menor de doce años, lo cual era lógico puesto que se trataba de suicidio. Pero sí abundantes afectados a partir de trece. Me llamó la atención. Usando mi credencial investigué durante semanas las rutas de datos hasta que, casi por casualidad y gracias a mi elevada capacidad técnica, abrí un archivo restringido de encriptación máxima. Me quedé paralizado ante lo que estaba viendo. Lo grabé en mis retinas y solicité un receso voluntario de una hora. Mientras tomaba el café post-rehidratado y repasaba toda esa información, apareció el superior y me pidió que lo acompañara a la Corporación Madre. No me extrañó que lo flanquearan dos privat cops. Lo acompañé, claro.

Yo no había hecho nada malo, no tenía por qué preocuparme, aunque entendía lo complicado de mi situación. No, lo malo no lo estaba haciendo yo

Pero lo haría.

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—Ha accedido usted, señor Crave, a un archivo codificado SUPRA SECC. H.16 —me dijo el ejecutivo mayor, ofreciéndome una copa de brandy auténtico— sin autorización de sus superiores. De nada, hombre, tómesela a gusto.

—Intento cumplir con mi trabajo lo mejor posible, señor, gracias de nuevo. Lo sé, pero la situación es crítica, mi credencial me permite acceder a los archivos SUPRA bajo alerta de nivel 6, sin autorización previa, con copia al superior.

—Siempre hemos confiado en usted, señor Crave, es nuestro mejor activo. ¿Y qué es lo que ha visto, exactamente? Sea sincero.

—Ha sido muy rápido, señor… he visto que… la Corporación Madre está apagando las IRISV de determinados individuos en momentos críticos, es decir, los dejan ciegos. He visto que el nombre en clave es «Oscurecer», que se está llevando a cabo un proceso de…

—Continúe, señor Crave, aquí estamos todos en el mismo hiyperboat.

—Un proceso deliberado de exterminación en masa de los habitantes de los países SUB, simulando accidentes mediante el oscurecimiento repentino, deliberadamente. Y también de todos aquellos individuos pertenecientes a los países 2 bajo sospecha de delito… incluyendo algunos personajes relevantes de la competencia de la Corporación Madre y algunos políticos, por lo que he podido ver. Señor, yo…

—Usted está aquí con nosotros, ¿verdad, señor Crave? Está aquí, a nuestro lado. Lo considero una persona inteligente, tómese otra copa.

—Gracias de nuevo, señor.

—Le repito que de nada, no sea tan cumplido; en cuanto nos quitamos la hipocresía las verdades son más fáciles, más accesibles. Muy simples. Yo también le seré sincero, y concreto. Contemple el mundo desde aquí, ¿por qué desde tan alto? La humanidad ya no cabe en este planeta, señor Crave, por esta razón buscamos las alturas. Efectivamente, estamos purificando a la población: todos aquellos elementos improductivos, o nocivos para nuestros intereses están siendo eliminados. Nuestra sociedad se ve obligada a mantener una ingente cantidad de individualidades no acordes al sistema que la perjudica. ¿Lo comprende, señor Crave? Las IRISV no son más que un medio para conseguir este fin.

—Sí, señor.

—Mírelo desde esta determinada óptica: gracias a nosotros hasta los ciegos pueden ver, se convierten en elementos activos y plenos de nuestro modo de vida, capaces de integrarse en las cadenas de producción. Hemos generado una necesidad que la humanidad entera libremente ha aceptado. Nuestra responsabilidad ahora es llevarla por el buen rumbo. Y una cantidad tan grande de elementos improductivos, o nocivos, desequilibra la balanza. Es preciso tomar las medidas adecuadas. ¿Lo comprende, señor Crave?

—Lo comprendo, señor.

—Lo sé, usted quiere que su familia viva bien, a salvo, en un mundo mejor. Eso es lo que pretendemos todos. Hemos desactivado temporalmente su señal externa, por pura precaución, hasta que revisemos los datos a los que ha tenido acceso. Tómese un receso de un día, señor Crave. Confiamos en usted, a su vuelta le asignaremos cometidos de mayor relevancia, acorde con sus capacidades. Realmente, es usted un genio.

—Gracias, señor, ha sido un placer.

—Señor Crave, sé lo que piensa, conozco sus ideales, que vistos desde determinada óptica, son los mismos que los nuestros. Cumpla eficazmente con su trabajo, como lo está haciendo. A todos nos gustaría que las cosas pudieran ser de otra manera, se lo aseguro. De momento, tendrá usted que conformarse con soñar. Quizá algún día se cumplan sus sueños.

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Lo último que vi esa tarde cuando volvía a casa fue un camión gigantesco lanzado hacia mi coche, de frente. En ese momento, cuando iba a esquivarlo, perdí la visión. Percibí las vueltas de campana, las conté: catorce. Y penetré en la oscuridad

Curiosamente, ese «accidente» me convirtió en una nueva evolución del ser humano, un ser único, con un poder inimaginable. Ellos, eso, no lo habían calculado. No tuvieron en cuenta este bicho que llevamos dentro de la cabeza y que se llama cerebro.

98 528 265 421

Fueron cinco años, lo he comprobado después. Entré en coma, paralizado por completo. Se me dio reposo en la clínica y se mantuvieron mis constantes vitales gracias a mi magnífico seguro, el empeño de mi mujer y al hecho de que pudiera mover el dedo meñique de la mano izquierda, mi signo de vida. Gracias, dedo. Me has salvado, me has permitido llegar aquí. Ellos no se preocuparon más de mí: en la práctica, estaba igual que muerto. Ellos crearon el Núcleo 1, y ellos podían controlarlo. La ley está por debajo del poder. Lo de siempre.

Pero por dentro yo estaba vivo, como mi dedo, aunque no lo pudiera saber.

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Al principio fueron imágenes borrosas, deslavazadas, con sonidos entrecortados. Iban y venían, como chispazos, y se apagaban. Y se volvían a encender. Y regresaba la oscuridad. Poco a poco se manifestaron con mayor frecuencia, hasta el punto de que fui consciente de lo que me estaba sucediendo. De pronto el mundo entero se iluminó ante mis ojos. No lo entendía, veía personas, paisajes, calles, ríos, habitaciones, carreteras, apareciendo y desapareciendo a la velocidad del rayo, escuchaba miles de voces a la vez, un enjambre de visiones y ruidos, colores, luces, destellos, risas, gritos, explosiones, sirenas, gemidos, resplandores, penumbras… Y se paró todo y me contemple a mí mismo, tendido en una cama, enredado en cables y tubos, provocándole los pitidos a una tropa de máquinas.

Y lo comprendí.

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Ese es el número aproximado de neuronas con el que nacemos, y que vamos perdiendo a lo largo de la vida. No se renuevan, cada cual en su edad conservará las que le correspondan de acuerdo a la multitud de factores que las extinguen. (El peor, sin duda, la edad.)

Sí, lo comprendí, inexplicablemente mis células habían interaccionado biológicamente con las IRISV, integrándose en ellas y estableciendo conexiones sinápticas con mis neuronas. Mi cerebro no tenía que ocuparse de mí, ni siquiera de hacerme respirar, por lo que se dedicó a otras cosas durante esos cinco años. Pudo concentrar su inmensa energía en otros asuntos, quizá impulsado por una fuerza que secretamente aún estaba activa en el fondo de mi mente. Quizá mis neuronas excedan la cantidad normal. Quizá fuera porque estaba muy, muy cabreado. Ahora soy capaz de verlo, de escucharlo todo. Todo. Los aparatos que sustentan mis constantes vitales me conectan a las redes, al resto de IRISV del planeta. Mi cerebro ha aprendido en otros tantos años a procesar esa magnitud incalculable de datos simultáneamente, a relacionar a cada quien con cada cual, mediante los infinitos registros que vamos dejando sin cesar. En el mismo instante puedo controlar las retinas de los miles de millones de usuarios que habitan esta gigantesca roca y su rastro personal, interaccionándolo con el de los demás. Mi capacidad no tiene límites. Nunca llegamos a sospechar, ni en nuestras mejores previsiones, del potencial de esta herramienta que nos anima la inteligencia. No nos aproximamos siquiera.

Yo lo poseo por entero, por accidente. A lo mejor el ser humano también fue un accidente.

Puedo verlo, escucharlo todo, de todos, y manipularlo a mi antojo. Tengo el poder que tenían ellos. Ahora lo tengo yo.

Y ya no soy tan gilipollas.

Contemplo el mundo después de estos cinco años… No ha cambiado tanto, aunque ha descendido significativamente la población. No me sorprende: el mundo, en esencia, no cambia. Las luchas siguen siendo, más o menos, las mismas: comer, protegerse, follar lo que proceda, distraerse, medrar, dejar a la prole situada, los asuntos resueltos y a la cápsula. Cambian los nombres que le damos a lo mismo, que vuelen o no los coches no nos afecta tanto como una caricia o una bofetada. Os contemplo, veo cada segundo que veis cada uno de vosotros, escucho cada palabra que pasa por vuestra boca o vuestro oído, y puedo hacer que cualquiera de vosotros, miles de millones de personas, hagáis lo mismo.

Pensé en dejaros ciegos, como en una novela que leí hace tiempo… Sería demasiado fácil, prefiero que veáis, que lo veáis todo, que escuchéis lo que dicen cuando no estáis, que contempléis todas las vidas que os rodean, todas las verdades, y las mentiras, qué se dice cada uno de vosotros, desde el bar hasta las reuniones de jefes, desde el sofá de un hogar humilde, hasta el palacio de los presidentes.

¿Ves lo que está haciendo ahora tu mujer, tu consejo de administración, tus hijos, señor ejecutivo mayor? Ellos también han visto lo que tú haces. El mundo, desde el primero hasta el último de los que aquí están ahora, lo ha visto.

Quizá algo sí pueda cambiar.

Me conformaré con soñar.

Ok, sueño.

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Intentan rastrear mi señal, infructuosamente: no proviene de ningún dispositivo artificial, no tiene códigos, se pierde entre infinitas señales mecánicas y eléctricas. Mis IRISV ahora son de carne. En cualquier caso, ellos avanzan en este sentido rápidamente, yo les llevo una ventaja de diez años y me encuentro muy bien, gozo de una salud excelente, y estoy cómodo. Pero si me veo cercado le daré vida a una novela.

Soy un ser superior, pero no soy eterno, estoy investigando la forma de poder reproducirme de algún modo.

Cariño, ese no sabe comerte el coño.

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Comentarios

  1. José Luis Vassallo dice:

    Excelente relato. 😉

  2. marcos dice:

    Muchas gracias, José Luis, por dejar el comentario y por leernos, ¡un saludo!

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