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Memorias de un eterno sidekick

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A lo lejos, lo más llamativo de su figura era una larga gabardina de color rojo intenso que resaltaba en las nevadas calles de Brooklyn. Prácticamente del mismo tono que su ondulada melena pelirroja. Se detuvo ante un cajero automático y retiró una buena cantidad de billetes. Pero era tan impulsiva como despistada. Cuando iba a cruzar la calle, la buena mujer que estaba esperando tras ella en el cajero la detuvo y le entregó tres billetes de quinientos que había olvidado recoger en la ranura. Aún recuerdo las palabras que me llegaban a través del dispositivo de escucha.

—Gracias por el favor, cualquier otra persona se hubiera guardado el dinero y no se hubiera molestado en ayudarme —comentó la mujer de rojo a la señora.

—No hay de qué —contestó la señora, algo tímida y expectante a una posible recompensa.

—Me gustaría preguntarle algo, si no le importa, ¿conoce usted la historia del terrorista compasivo?

—No, creo que no —respondió la mujer algo extrañada.

—Venga, mujer, seguro que sí. Habrá oído el cuento de que algún amigo o un familiar se ha topado con un desconocido a quien ha ayudado desinteresadamente y que ese extraño le agradece el gesto advirtiéndole de que no haga ciertas cosas o no vaya a ciertos sitios porque podría poner en peligro su vida. Y que al final averigua que ese tipo es un peligroso terrorista y que le ha puesto en aviso de un ataque inminente. ¿De verdad no le suena?

La mujer puso en ese momento cara de espanto y sus manos y su voz empezaron a temblar.

—Tengo prisa, lo siento, creo que no la conozco.

—Yo creo que sí. Yo soy la terrorista compasiva.

En ese momento, la mujer de rojo sacó una Smith & Wesson de la gabardina, acercó el cañón a sus labios, lo besó y apuntó en el pecho a la aterrada señora. Los dos impactos a bocajarro hicieron desplazar a la pobre mujer cinco metros. Ella, la mujer de rojo, a la que el público americano conocería los siguientes años como Liberty Jet, salió volando envuelta en su ardiente aura de energía. A pesar del devastador poder que controlaba, le encantaba asesinar de cerca y a sangre fría. Sin ningun motivo y siempre rodeada de testigos. […] eran las semanas siguientes al 11–S y ella quería convertirse en la terrorista número uno de América. Había cometido terribles matanzas pero para nosotros era la prioridad número uno reclutarla. No fallamos, ya que Liberty Jet ha sido un recurso valioso en la lucha contra la Jihad Absoluta y otras amenazas globales de principios de siglo. […] fueron mis últimas misiones de campo, casi en mi jubilación tuve que desempolvar mis trajes de batalla para tutelarla y que esa fuerza de la naturaleza no se descontrolase.

[…] y por supuesto que he tenido que reclutar a delincuentes, asesinos en masa y verdaderas armas de destrucción masivas vivientes. ¿Qué harías tú mismo si tuvieras control sobre el fuego, sobre campos de fuerza, sobre ondas de choque…? Yo creo que es obvio: provocar incendios, terremotos, derrumbe de edificios, radiación…

(Capítulo 19: Los nuevos poderes del siglo XXI)

La bomba atómica hizo ganar la Segunda Guerra Mundial a los Estados Unidos en el Pacífico. Pero en Europa, la guerra se la hicieron ganar los espías. Contactaron con Klaus y conmigo a finales de 1943. Tuvo mucho mérito porque, aunque éramos unas figuras públicas desde principios de la guerra, a mediados de ese año estábamos dentro del más alto escalafón del rango militar de la Wehrmacht y en las misiones especiales bajo el mando directo de la jerarquía de las SS. […] pasamos de ser figuras propagandísticas y de exaltación del régimen a elementos indispensables del frente de guerra.

A finales del 39, apenas unos adolescentes, fuimos los dos involuntarios elementos de unos experimentos genéticos que los científicos nazis realizaron para optimizar el futuro de la raza aria. Klaus acabó teniendo una constitución sobrehumana y una fuerza descomunal en sus músculos. Yo obtuve una resistencia inigualable. Gracias a esos resultados podía realizar esfuerzos físicos sin cansarme en absoluto, correr sin ninguna pausa y resistir temperaturas extremas de frío y calor. Ni siquiera me iba a resultar indispensable dormir. Y mi cuerpo adquirió un metabolismo especial que me ha hecho tener el mismo aspecto desde entonces, el de un muchacho de dieciséis años. Klaus y yo nos convertimos en el emblema de la superioridad racial aria. Hacíamos demostraciones físicas y acrobacias en las manifestaciones del partido y levantábamos el ánimo de las tropas en los campamentos. Al otro lado del charco, intentaban ridiculizar nuestras proezas y las publicaciones americanas nos bautizaron con llamativos nombres. Klaus era el omnipotente Lord Panzer y yo era su fiel compañero, Aryan Boy. En sus revistas nos caracterizaban como villanos que se enfrentaban a sus patrióticos héroes imaginarios. Eso incluso envalentonó al régimen en Berlín y nos hizo más populares aún. Pero las complicaciones en el frente del Este obligaron a que nos movilizaran al combate. No nos gustó nada ya que, a pesar de la manipulación que hacía de nuestras figuras el Reich, ni Klaus ni yo nos identificábamos con los nazis. Empezamos a participar en misiones contra los soviéticos en las que nuestras habilidades eran cruciales. Hasta que se cruzó con nosotros un alto enlace militar del Reich que trabajaba secretamente para las filas de los Aliados.

El hombre era absolutamente clarividente de cómo iba a transcurrir la guerra en los dos próximos años. Atisbaba un inevitable colapso del Reich en un futuro cercano y lo que quería de nosotros era que entorpeciéramos los avances del incómodo aliado rojo y que facilitáramos la invasión de los aliados en el frente occidental. A cambio, al final de la guerra se desvincularía nuestro pasado de los nazis y disfrutaríamos de un privilegiado estatus de refugiados. Además, nuestras habilidades especiales eran codiciadas por el equipo de científicos genéticos del segundo proyecto Manhattan. Así pues, si la Wehrmacht destinaba a Lord Panzer y a Aryan Boy al frente ruso, nos dejábamos la piel para que las misiones triunfaran y no avanzaran los tanques soviéticos. Si nos destinaban en el frente occidental, saboteábamos los recursos alemanes para que los ingleses y la resistencia francesa pudieran abrirse paso. […] corrí de noche, durante horas, por playas de Normandía para enterrar en las arenas unos instrumentos que señalaran las coordenadas secretas que facilitarían el desembarco. Al amanecer, corría de vuelta a mi campamento mientras rugían en el cielo los paracaidistas y los bombarderos.

[…] nos condecoró, en una ceremonia secreta, el presidente Truman en el Despacho Oval. Y la nueva agencia de seguridad iba a encargarnos que fuéramos la nueva fuerza popular contra el comunismo. Klaus, con su enorme cuerpo y su potencia física, simbolizaría el nuevo poder militar de América con el nombre en clave de Fat Man, igual que una de las dos bombas atómicas que estallaron en Japón. Yo tendría un aspecto de joven ágil y dinámico y representaría la nueva fuerza del capitalismo y los valores americanos. Sería Marshall Lad, en homenaje al plan económico que impulsó a Europa Occidental.

[…] participamos de lleno en la mayoría de las misiones de la auténtica Guerra Fría, como la batalla por repeler la invasión de los superagentes estajanovistas de Stalin sobre Hawai o la detonación por accidente de una bomba de Hidrógeno en los Urales que trajo como inesperada consecuencia diplomática la entrega de Cuba a la Unión Soviética. Y, sin duda, la más audaz, la participación en la única alianza en la que unimos fuerzas con los soviéticos para iniciar una guerra nunca declarada contra la pujante e imperialista China de postguerra y que terminó con la suplantación de Mao por un impostor que habíamos entrenado en Langley. Unos hechos que nunca serán admitidos oficialmente ni se plasmarán en ningún libro de Historia. Se nos debería otorgar el mérito, por lo menos, de retrasar cincuenta años el despegue productivo chino.

(Capítulo 5: El orígen de una nueva era)

Nuestra caída en desgracia en la agencia fue un proceso largo y penoso. Toda la paranoia generada por la «caza de brujas», la cruzada del senador McCarthy y el Comité de Actividades Antiamericanas destruyó la vida de muchos buenos americanos.

[…] mucha gente que vivió esa época recordará a los infames AMH (America’s Most Hated), una extraña organización criminal a la que se culpaba de actividades terroristas y de sabotajes en el mismo corazón de América. […] Klaus y yo destapamos el montaje que había fabricado la CIA para culpar a los enemigos políticos de entonces de las actividades de los AMH. […] los liberales, los pacifistas, los comunistas, los hippies estaban en el punto de mira de la clase dirigente. […] reunimos las pruebas que demostraban que nuestros servicios secretos financiaban y dirigían las acciones de AMH para manipular y fomentar una situación de alarma social en la población civil.

[…] mi camarada Klaus se suicidó, victima de la depresión, antes de celebrarse el juicio, totalmente abatido por las falsas acusaciones de traición a la patria.

(Capítulo 12: El pueblo americano contra los héroes)

Después de los oscuros años en la clandestinidad y del juicio que rehabilitó mi reputación y mi inocencia, ya detallado en el capítulo anterior, me mudé con mi esposa a New York e inicié una etapa de reflexión sobre mi futuro y mi servicio a la nación.

[…] unos meses más tarde, fui convocado a una reunión en un hotel de Manhattan. Un grupo de cinco personas, serias y elegantes, se presentaron como representantes de un consorcio de empresarios y figuras prominentes de la ciudad que buscaban un objetivo común: erradicar la delincuencia de Nueva York. […] ninguno se extrañó que estuvieran en presencia de alguien que aparentaba apenas quince años ya que conocían al detalle todo mi historial militar confidencial. Sin duda eran gente poderosa. A mediados de los 70 la vida en las calles era lo menos parecido al sueño americano. Me plantearon que estábamos sufriendo la lacra de las bandas callejeras, el tráfico masivo de estupefacientes, el desánimo por las manifestaciones contra la guerra del Vietnam, la inoperancia policial, las mafias. Su solución era erradicar de forma expeditiva todos estos problemas. Y su propuesta me entusiasmó desde el primer segundo: inagotables recursos materiales, financiación constante y total libertad organizativa y de acción para reprimir la delincuencia organizada. Me dieron total autonomía para organizar una fuerza que trajera auténtica justicia a los inocentes.

[…] contrataron a Slade Meyers, una auténtica máquina de combate sobrehumana, y junto a él establecimos las bases del equipo. Con mi preparación militar organicé las misiones y, ya que resistía sin problemas el sueño, me encargaba de las vigilancias. Y, aunque la organización táctica me correspondía a mí, la imagen de liderazgo la representaría Slade.

[…] con una meticulosa preparación, desarrollada hasta el mínimo detalle en organización y diseño, dos valientes figuras desmantelaron la cúpula del clan Berzini en una fulgurante primera misión. A Slade le di el nombre clave de Justice. Yo simulaba ser Young Law, su dinámico ayudante. A partir de entonces nuestras acciones crecían en repercusión cada semana. Capturábamos a criminales y los entregábamos a la policía, listos para el juicio. Como sello personal, les abandonaba con un simulacro de sentencia escrito por mí. […] teníamos los medios, teníamos unos personajes que atemorizaban a los criminales y que traían esperanza a la gente que ya no creía en la justicia.

[…] quizá mi error fue no canalizar ese entusiasmo de forma ordenada y racional. Mi pupilo empezó a afrontar las misiones de forma más violenta, buscando más protagonismo y acción. También nuestros «mecenas» querían más repercusión y publicidad. Nos estábamos convirtiendo en unos emblemas temerarios. Y también nuestros enemigos buscaban la forma de contrarrestar nuestras acciones. Quizá en esos años está el origen del Sindicato de Mercenarios, la asociación que ha nutrido de seres superpoderosos a todo tipo de organizaciones criminales.

[…] yo le insistí a Slade que era una trampa, que el chivatazo no tenía sentido. Se lanzó a desmantelar el laboratorio clandestino él solo y no sobrevivió a la explosión que habían preparado. […] días después, me reclamaron en un despacho los miembros del consorcio que nos había contratado. Me explicaron que sentían la muerte de Slade pero que a la opinión pública le debíamos contar otra versión de los hechos. Que el personaje de Justice no podía haber muerto. Y que tendría menos impacto en la población si se informaba que la muerte era la de su joven compañero Young Law, mi personaje, mi creación. Lo cual daría pie a reestructurar el equipo con una nueva coartada: la venganza de Justice.

Así pues, simulamos el entierro y el funeral de Young Law como un símbolo de emotivo sacrificio y contratamos a otro hombre para hacer las funciones de Slade. Pero ahora con un nuevo nombre y propósito: Revenge. Yo volvería a coordinar las misiones bajo otra personalidad: Executioner. […] pronto entramos en una dinámica más letal y arbitraria. Nuestro propósito ya no parecía la justicia sino el miedo. Y, cada vez, me asignaban a un «justiciero» más violento y kamikaze que el anterior. Y siempre acababa muerto o desquiciado y mi joven personaje volvía a ser, aparentemente, el inocente sacrificado. Todos ellos, todos yo, Executioner, Baby Gun, Teen Shadow…, se desesperaban y resoplaban cada vez que el héroe principal entraba en un combate sin seguir mis instrucciones. Después de unos años, ya no tenía sentido seguir con aquello.

[…] si he de ser sincero, echo de menos enfundarme el traje de Young Law. Eran tiempos en que de verdad creías que lo que hacías era, simple y llanamente, el bien. De vez en cuando leo esa última sentencia que escribí para su última misión antes de que le tuviéramos que enterrar en un ataúd.

(Capítulo 13: La muerte de Young Law y otros falsos funerales)

La Tierra es maravillosa vista desde la Luna. Desde las bases que construyó la NASA en los años 60 afrontamos la más fiera y desesperada batalla por el futuro de la humanidad. Pocos saben que la Estación Espacial Internacional es el primer baluarte en la defensa de nuestra atmósfera de una invasión extraterrestre. Y que el contingente militar de las agencias espaciales es, simplemente, inabarcable. Los principales países, al margen de alianzas y posicionamientos ideológicos, se habían estado preparando para una invasión extraterrestre desde los primeros avistamientos de OVNIS. Nada de exploraciones a la Luna a recoger minerales ni vueltas a la órbita terrestre con una perrita en un pequeño satélite. Las misiones para la defensa de la corteza terrestre abarcaban desde los cráteres lunares hasta las simas de Marte.

[…] nuestros secretos aliados eran unos renegados de los invasores, la conocida como Civilización Omega, una raza extraterrestre cuya sociedad está destinada, única y exclusivamente, al militarismo y a la conquista de otros mundos. Ni siquiera colonizan los planetas, simplemente los arrasan y destruyen, no tienen un mundo natal ni de asentamiento. Avanzan a ciegas a su propio exterminio pero también del que se cruza con ellos.

[…] gracias a estos aliados conocimos su inmensa fuerza, su invulnerabilidad, sus poderes kinéticos… sólo uno de esos seres podría gobernar sin oposición el continente europeo. Pero también averiguamos sus puntos débiles. Eran temerarios, confiados en su fuerza y tácticamente individualistas, sin coordinación. […] me encomendaron la misión de dirigir un comando de esos aliados alienígenas, enfundado en un traje de astronauta con un impulsor jet a la espalda. […] lanzamos contra ellos experimentales naves antigravitacionales, bombas nucleares humanas, alienígenas traidores e incluso los viejos sputniks que estaban aún en órbita. En algún momento me pareció que el mismo Sol parpadeaba.

[…] aún me sonrío cuando recuerdo mi foto del desfile de la victoria, parecería la imagen de un chaval que va sobre los hombros de un marinero si no fuera porque el marinero era de color verde y me sostenía con unas garras.

[…] años después me reuní con uno de mis viejos camaradas de aquella batalla. Me contó una anécdota que le sucedió durante unas vacaciones en un crucero. Visitó con su familia una exclusiva isla paradisíaca en el Pacífico y se alojaron en un fabuloso hotel. Por la noche, mientras cenaban, le presentaron al propietario del complejo hotelero. Bill notó algo extraño en él y, mientras comía, su cabeza empezó a hacer repaso mental de rostros familiares. Cuando le abordó, mientras estaba tomando copas en solitario en la barra, ya no tenía ninguna duda. Sólo podía ser el último superviviente de los alienígenas aliados. Nuestro héroe del espacio, Alienaut, que estaba casi irreconocible, camuflado como un humano más. Después de múltiples operaciones de cirugía sólo se le notaba, de su antigua fisonomía, un espolón en su espalda. Bill le interrogó y le recordó las batallas que libró defendiendo la Tierra. El alienígena se mostraba esquivo y ni siquiera me recordaba a mí, en la época en que yo era conocido como Terranaut. Sí le confesó a Bill que traicionó y abandonó la Civilización Omega porque era un militar mediocre y era considerado un fracasado entre los suyos. Y que por eso buscó un mundo donde la muerte y la conquista no fueran esenciales para sobrevivir. No le interesaba nada la lucha y el combate, así que aprovechó el reconocimiento y la gloria que le brindaron por la victoria en la Tierra para darse la buena vida. […] no sé si creerme que, entre palmeras y playas, está de fiesta un ser ultrapoderoso que simplemente aspira a pasar el resto de su existencia en un resort de vacaciones.

(Capítulo 15: Surcando los cielos y el espacio)

Para completar este capítulo sobre las personalidades a las que me he enfrentado, acudí hace unos meses a un sanatorio mental a visitar al profesor Neumann, más conocido como Cubik, un alias que se me ocurrió tras estar ante su presencia durante una de nuestras misiones para destruir su organización.

[…] aunque cumple una cadena perpetua como un enfermo mental en una institución psiquiátrica, bajo excepcionales medidas de seguridad, Cubik es la persona más inteligente y astuta que ha pisado este planeta. Su capacidad mental es imposible de cuantificar y la meticulosidad de sus estrategias ha sido un auténtico desafío para los que nos hemos enfrentado a él. Su vida y su talento los ha dedicado en la consecución de un mundo utópico, homogéneo, que funcionara como una maquina de precisión, moldeado como una perfecta figura geométrica. Y para lograr este objetivo trazó ambiciosos y audaces planes para derribar y reemplazar toda la civilización humana. Creía en una absoluta igualdad basada en una organización milimétrica de las funciones de todos los individuos. Un mundo sin reyes, gobernado por toda la humanidad como un solo hombre.

[…] sus proyectos eran tan precisos que sus seguidores tenían previsiones y planes de contingencia para cubrir cualquier fracaso y emerger de nuevo con un objetivo más intrépido que el anterior. Si destruíamos su principal base subterránea se reagrupaban en refugios secretos bajo el mar para contraatacar con mucha más fuerza. Hemos logrado repeler incluso ataques simultáneos en treinta localizaciones a lo largo de todo el globo que estaban cronometrados al segundo.

[…] en un recinto abarrotado de otros internos me senté, frente a frente, con el considerado hombre más inteligente del planeta. Pero su aspecto era ausente, sin vida, sin brillo en la mirada. Deseaba descifrar su pensamiento y sus secretos. Saber por qué sus seguidores lo habían abandonado, quizá rendidos o desencantados. También quería confesarle que yo había boicoteado muchos de sus planes siguiendo un esquema tan simple como efectivo: servía de cebo y me dejaba capturar ya que me seguían considerando el compañero cándido y joven de los justicieros a quien finalmente los héroes principales irían a rescatar. Pero mientras estaba capturado me dedicaba a memorizar las zonas de defensa de la base principal y sus puntos débiles y se lo hacía llegar a mi grupo de asalto o escapaba de las instalaciones para planificar una estrategia de ataque. También quería explicar a Cubik que, desde bandos diferentes, le admiraba y sentía que éramos reflejos enfrentados en un mismo espejo. Mi talento es físico y mi cuerpo no tiene límites en movimiento. Sin embargo, la mente de Cubik nunca deja de funcionar, incluso en sueños su cerebro encadena una idea tras otra.

[…] pero la persona que tenía delante no me ofrecía más que respuestas vagas y falsas excusas, hasta que saqué del bolsillo un desordenado cubo de Rubik y le pregunté:

—¿De qué forma pretendía convertir la Tierra en algo tan exacto y preciso como un cubo geométrico? Admita por fin que su ambición era una locura.

El hombre levantó la cabeza y hundió su profunda mirada en mis ojos. Durante una eterna pausa me sentí juzgado por su imponente personalidad mientras él manoseaba tranquilamente el cubo de juguete.

—La principal ventaja de que nuestro planeta sea esférico es que, si transitas por él, en cualquier momento puedes volver al punto de partida. Todos los ciclos renacen y se repiten una y otra vez. Solamente hay que esperar al momento preciso —respondió con absoluta lucidez mientras sus manos completaban el puzzle del cubo en unos fugaces movimientos.

Se despidió muy educadamente de mí y se dirigió al patio a pasear. Se acababa la hora de visitas y a mi alrededor el resto de internos de la sala realizaban diversas tareas con sincronizada armonía. Dos enfermos mentales escoltaban a Cubik, otros dos colocaban las sillas sobre las mesas, dos más apagaban las luces al unísono y otros dos barrían el suelo. […] ¿serán los locos el ejército de Cubik en su próxima revolución?

(Capítulo 20: El nombre en clave de las grandes amenazas)

Se metía en mi cabeza y me leía el pensamiento con una sola mirada. Su fuerza podía hacer temblar al puente más robusto. Ella me transportó a la Luna, a las estrellas y al mismo paraíso. Este libro está dedicado a Anette. Mi esposa no tenía poderes pero su corazón era inmenso y le falló el 30 de agosto de 1998.

(Página 5: Dedicatoria)

[…] a pesar de que mi cuerpo resiste inmaculado el paso del tiempo, de mantener el mismo vigor y el mismo aspecto aniñado desde el año 39, de que ni una arruga y sólo cicatrices de batallas surquen mi cara, creo que mi hora se va acercando. Mi mente flaquea y olvida y por eso creo necesario plasmar estas memorias antes de que mi cabeza se derrumbe y arrastre al resto del cuerpo.

[…] cuando mi abogado me indicó dónde habían conseguido localizarle, no me lo pensé dos veces y escapé esa misma noche de la celda. Y corrí durante tres días y tres noches a una velocidad endiablada para atravesar el estado y llegar a Harlem. Tenía que ir a pie ya que me había convertido en un fugitivo y el FBI buscaría en todas las carreteras, trenes y aviones. Mis pulmones ardían, mi corazón me golpeaba en cada latido y los tendones y los músculos amenazaban con estallar. Al tercer día de frenética carrera mi cuerpo había llegado hasta un límite insoportable. Pero el dolor se puede resistir, lo que no me perdonaría era llegar tarde y volver a perderle. […] en Harlem, sin aliento y al borde del colapso, encontré a Troy en un viejo apartamento de los suburbios. Era la viva imagen de la muerte, aturdido y consumido por las drogas. […] tenía que salvarle, por Klaus, por mi viejo camarada que lo dio todo por América y murió con la vergüenza de ser acusado falsamente de traición. Su hijo estaba siendo arrastrado por esa misma culpa. […] le enseñé una foto que había conservado durante los últimos veinticinco años: Klaus y yo, en el Despacho Oval junto al presidente de los Estados Unidos, vestidos con los uniformes de Fat Man y Marshall Lad. Troy empezó a llorar como un chiquillo expulsando fuera todo el dolor y toda la culpa que había acumulado los últimos meses. A partir de entonces, trabajamos clandestinamente por rehabilitar la memoria de su padre y demostrar nuestra inocencia ante el pueblo americano.

[…] conseguimos por fin, en el año 2003, que nos autorizaran a enterrar el cuerpo de su padre en el cementerio militar de Arlington con todos los honores. Yo empujaba la silla de ruedas de Troy, ya con un cáncer muy avanzado, y que en los últimos días de su vida pudo ver cumplido uno de sus deseos más anhelados.

(Capítulo 22: Las hazañas inolvidables)

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Comentarios

  1. SonderK dice:

    espectacular, lo mejor: toda esa maraña de conspiraciones juntas hacen del relato, el sueño de todo lector de comic 😉

  2. levast dice:

    Gracias sr. Sonderk. Y gracias también al sr Jurado, el cambio de formato que le ha dado a los títulos de los capítulos ha sido un acierto.

  3. marcosblue dice:

    Un relato muy, muy currado, documentado y perfectamente estructurado, daría para continuar la saga (a ver si los de la Marvel dejan ya de refreír a los abuelos vestidos de azul). Lo mejor, la idea de tu héroe, el eterno secundario que es, en realidad, el eterno protagonista. Muy inteligente por tu parte, culo pelao.

  4. laquintaelementa dice:

    Definitivamente, si alguien sabe algo de superhéroes, sólo puedes ser tú.

    Lo mejor de todo es cómo en mitad de unos escenarios tan duros y fríos, eres capaz de dejar caer un par de gotas de emoción y hacernos un nudo en la garganta: «Mi esposa no tenía poderes pero su corazón era inmenso y le falló el 30 de agosto de 1998.»

    El maestro del género, sin duda 😉

  5. levast dice:

    Que orgullo y que honor. Gracias, elementa. 😉

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