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Maldita pieza

por

I. La tentación de Camacho

Un lujoso hotel de Namibia, habitación presidencial. A Camacho Pérez, ingeniero español del equipo Fierrari, le caían por sus orondas mejillas unos goterones de sudor como altramuces. Frente a él estaba Smithan Wenson, propietario del Ried Biull Team, rodeado por todo el equipo directivo.

—Mi padre era de Murcia y mi madre de Logroño, pero yo soy inglés, así que podemos entendernos en español. Como verá, Sr. Camacho, no hay barrera que no pueda saltar un cojo si tiene buenos muelles, como dicen ustedes los españoles.

—Eh… yes, Sir, si usted lo dice… Pero, vamos, yo eso oírlo en España, no lo he oído…

Smithan Wenson lo miró desde el borde de sus gafas rectangulares. Sus pequeños ojos azules brillaban como el azulado reflejo de las azules escamas de un salmón escocés azul.

—Hablemos claro, Sr. Camacho. Hace seis carreras estábamos cincuenta puntos por delante del equipo Fierrari, de cuyo cuerpo de ingenieros forma usted parte, el mundial estaba en nuestras manos. Y ahora… ¡ahora! ¿comprende usted, Sr. Camacho?

Yes, Sir… «ahora» quiere decir… en este momento, lo que es el esto mismo, el ya, vamos…

—¡Exacto, Sr. Camacho, exacto! Ahora estamos un punto por detrás y sólo queda el Gran Premio de Namibia, ¿a qué se debe semejante circunstancia?

—Hombre, Sir, Fiernando Alionso es un buen…

—¡Ya sé que Fiernando Alionso es un buen piloto, pero no se trata de Fiernando Alionso! ¡Fiernando Alionso no tiene nada que ver con semejante circunstancia! ¡No, Sr. Camacho, no! Se trata de ese maldito alerón, más concretamente, de esa maldita pieza secreta de ese maldito alerón…

—¡Ah! La pieza…

—¡Sí, la maldita pieza, la que les da un segundo y medio de ventaja por vuelta! Han sido listos los de Fierrari, muy listos. La han dispuesto por debajo de una rebaba, muy apropiadamente, de tal manera que no hay cámara de televisión que la capte, ni fotografía que se pueda tomar, ni persona que la vea. Yo mismo me he paseado por el paddock dando vueltas en torno al Fierrari hasta que los zapatos Gieox me han echado humo, como en el anuncio, y los mecánicos ni se han molestado en ponerse delante mío, Sr. Camacho, ahí los tenía usted mirándole las piernas a las paddock girls… Nadie, ¡nadie, Sr. Camacho, puede verla…! A no ser que sea del propio equipo. A no ser que sea un miembro del selecto grupo de ingenieros de élite al que usted pertenece, Sr. Camacho.

—Gracias por lo que me toca, Sir, mi padre también está muy orgulloso de mí, teniendo en cuenta que cuando empecé a estudiar el módulo de mecánica de FP en el Primero de Mayo de Entrevías, Sir, ¡qué tiempos…! No sabía yo ni apretar una tuerca…

Smithan Wenson lo miró con unos ojillos azulísimos capaces de atravesar el acero.

—Cada vez que yo toso se me caen quinientos mil euros del bolsillo, Sr. Camacho, y ni me molesto en recogerlos, ¿comprende? Hay millones de personas en el mundo que se creen más guapos, más fuertes, más interesantes por tomarse un Ried Biull, millones de personas que deberían estar en su casa durmiendo y que, sin embargo, se siguen machando el cuerpo hasta el paroxismo gracias a un Ried Biull, millones de personas a los que se les dispara el corazón como un misil y por esta razón, aunque se estén tomando catorce cubatas, piensan que son grandes deportistas, que son atractivos superhombres por tomarse un Ried Biull  ¡Yo, Sr. Camacho, he tenido la virtud de hacer creer a millones de personas que por beberse el equivalente a tres cafés en una lata se pueden comer el mundo, y no estoy dispuesto a que eso se venga abajo por, como dicen ustedes, una pieza de porquería!

—Bueno… yo no sé los demás, pero yo diría «por una pieza de mierda», Sir

—¡Necesitamos ganar, para que un Ried Biull, esa lata de cafeína híperconcentrada que sabe a jarabe, siga siendo el paradigma de los triunfadores!

Smithan Wenson pegó su nariz menuda a la redonda y roja nariz de Camacho Pérez, mirándole fijamente por encima del borde de sus gafas rectangulares, sus alientos se rozaban.

—¿Sabe de los que estamos hablando, Sr. Camacho?

—Pues… ahora mismo estoy algo confuso, Sir

—Estamos hablando de diez millones de euros, libres de impuestos.

—Es… una cierta cantidad, Sir

—¿Y sabe lo que tendría que hacer?

—Yo, por diez millones de euros libres de impuestos… y si se sigue arrimando… estaría dispuesto a hacer ciertas cosas a las que nunca hubiera estado dispuesto de ningún modo y que me perdonen mi mujer y mis cuatro hijos… Sir.

—Una simple fotografía… ¡Una simple fotografía, Sr. Camacho, tendría usted que sacar una simple fotografía de esa maldita pieza!

—¡Una fotografía! ¡Hombre, Sir, haberlo dicho, ya estaba yo pensando que al que iban a retratar iba a ser a mí…! ¿Una fotografía? ¿De la pieza?

—¡Una fotografía, Sr. Camacho!

—No se me acerque más, que estoy por besarle, Sir… Pero, ¿de la pieza?

—¡De la pieza! No sé lo que ha comido usted hoy, que le remonta el aliento los catorce ochomiles, como dicen ustedes los españoles.

—Eso es por lo de Ediurne Pasiabán, aunque el refrán todavía no ha cuajado en el común de la patria. Lo veo muy difícil, lo de la pieza…

—¿Difícil? ¿Y le parece a usted fácil ganar diez millones de euros libres de impuestos, Sr. Camacho? ¿Trabajando, quizá?

—Que no es que no los quiera, Sir… lo que digo es que eso está muy vigilado… Pero que quede claro, yo, por diez millones de euros libres de impuestos, la pieza por donde sea y como sea y que me perdone mi Juana.

—Ahora nos estamos entendiendo, Sr. Camacho…

—Madre mía…

—¡Señor Camacho! ¡Repórtese, por Dios…!

—Esto, que digo que… no es lo que parece… ¿de qué estamos hablando exactamente? Estoy confuso, Sir.

—¡De la fotografía!

—A eso iba yo. Hablemos. Y está bien una distancia, Sir, que me va a perdonar decirle, con todo el respeto del mundo, que a usted también el aliento, en su escala, le remonta los Picos de Europa. Pero esto como anécdota, que yo por diez millones de euros libres de impuestos, Sir

—Hablemos, Sr. Camacho.

—Hablemos, Sir.

—¡No se me acerque más que me está usted poniendo en un compromiso, Sr. Camacho!

—Yo, lo que usted diga, Sir. Pero ya le digo yo que por diez millones de euros libres de impuestos le fotografío yo a usted la torre Eiffel en 3D…

—¡Sr. Camacho! ¡Sr. Camacho!

—A ver, que me estoy liando… ¿Una fotografía de la pieza?

—¡De la pieza! ¡De la pieza!

—¿Y nada más, Sir…?

—¡Nada más! ¡Nada más! ¿Pero que más quiere, Sr. Camacho? ¡Una simple fotografía de esa maldita pieza, y deje de mirarme con esos ojos de hurón, que nos miran que nos miramos!

Camacho se secó el sudor de la frente y se restregó con fruición la cara con las manos.

—Lo intentaré, Sir.

—Los que lo intentan no ganan. El Olimpo está reservado para los que lo consiguen, Sr. Camacho.

—Eso me decía mi padre, Sir, sólo que en vez de esa palabra, «Olimpo», usaba la palabra «Pan».

—Pues ya sabe usted a qué atenerse. Como dicen ustedes los españoles: «A quién madruga, dios le pone una azada y una mula».

—No es que sea exactamente así el refrán, pero viene al caso, Sir. Lo conseguiré. Por cierto, hablando de temas… ¿y el pago, Sir?

—Transferencia bancaria a su cuenta en cuanto recibamos la fotografía.

—¿Inmediatamente, Sir?

—Inmediatamente.

—¿Instantáneo, Sir?

—No tema, Sr. Camacho, podría usted denunciarnos por espionaje industrial, aquí estamos todos con los pantalones bajados.

—Entiendo, Sir, lo conseguiré… Bien, me voy por la sombra. Y cuídese esa calentura que amarga un poco, Sir.

Camacho abandonó la estancia, remordiéndose los labios, oscuras tribulaciones asolaban su mente. Smithan Wenson suspiró.

—¡Cómo besa, el bribón!

Su equipo directivo lo contemplaba con gestos de satisfacción: una negociación intensa a la par que atrevida. Uno de ellos descolgó el móvil y ordenó aumentar en un 5,7 por ciento la producción de Ried Biull en las factorías de África.

II. La conjura

Jainder Morning, el periodista de fortuna que había puesto en contacto a Camacho con Smithan Wenson, esperaba en un tugurio de Windhoek, capital de Namibia, tomando uno tras otro zumos de tomate. Apareció Camacho, con una gorra calada hasta las cejas. Jainder Morning le hizo una señal y Camacho, mirando para todos lados, se sentó en su mesa.

—Buenas noches, Sir

—Vamos a ver, Camacho, ya te dije que aunque mi padre era de Liverpool y mi madre de Canterbury, yo me he criado en Torrejón de Ardoz, así que no me vengas con hostias de «Sir» ni pollas en vinagre. Aquí tienes el material. Una cámara ultracompacta de 22 megapixels, capaz de sacar setenta fotografías por segundo, con una memoria de 4 terabytes, escamoteada sobre estas gafas de sol de diseño, ¿te gustan?

—Eh… bueno… encuentro el «diseño» algo atrevido

—¡Vamos, vamos, Camacho, el fucsia está absolutamente de moda!

—Si, pero, ¿realmente hacían falta las lentejuelas?

—Esto viene de arriba, ¿sabes? Ha sido el Gran Jefe, ya sabes, el de las gafitas, quien las ha «diseñado».

—¡Madre mía, madre mía…! Y mira que se lo pregunté. Ahora me pilla un poco frío.

—Camacho, macho, no te hagas el estrecho. Menos me pagaron a mí por lo de Bill Clintion y el puro. Y lo que más me jode es que esas fotografías ni siquiera salieron a la luz. Vamos a concretar.

—Por lo menos contigo sabe uno lo que tiene que concretar. ¿Tienes fotos de lo del puro?

—Ese es otro tema, amigo, cuando cobres los diez millones libres de impuestos hablamos de ello. Estamos a domingo, bien, los entrenamientos libres empiezan el próximo viernes, bien, la clasificación el sábado, bien, la carrera el domingo, bien, ¿sabes lo que significa esto?

—No.

—Macho, Camacho, o eres tonto o te lo haces. Significa que las fotografías las tienes que tener, a más tardar, para este martes.

—¿Para cuando?

—Para el martes.

—Que de mierda te hartes.

—No te tomes tantas confianzas, gracioso. Los ingenieros de Ried Biull necesitan tiempo para copiar el modelo, integrarlo en la estructura del alerón y hacer pruebas en un circuito secreto que tienen en Otjozondjupa, ahí al lado ¿entendido?

—Claro como el agua. ¿Te tomas algo y echamos un futbolín? Hay dos ahí que se creen que saben jugar…

—Mejor no, es que me está dando cagalera con el puto zumo… ¿Comprendes la gravedad de la situación? Te dejamos un día para que consigas tu objetivo. Te sobra tiempo. No nos falles, Camacho, hay mucha pasta, más de la que te puedas imaginar en tus mejores sueños, que depende de estas gafas de sol fucsia con lentejuelas, y encima tú te llevas la mejor parte, ¿eres consciente de la trascendencia de esa fotografía?

—Del todo.

—Pues eso. Para activar la cámara aprietas en el medio de las gafas, aquí, como si te las estuvieras colocando bien sobre la nariz. ¿Te has enterado?

—Del todo.

—Pues eso.

Jainder Morning dejó un dólar encima de la mesa y se fue corriendo. Camacho se quedó pensativo.

—¡A esos dos les iba a dar yo «no vale el guarro, no vale el guarro»!

III. La llamada

Suena un teléfono en la habitación de Smithan Wenson en el hotel lujoso.

—¿Sir?

—¡Sr. Camacho!

—¿Es una línea segura, Sir?

—¡Tan segura como que me voy a tener que acordar de su señora madre, Sr. Camacho!

—Los españoles solemos decir, con el debido respeto, directamente «me voy a cagar en la puta que te parió», Sir, que es una expresión que tiene más que ver con insultar que con las putas y las madres…

—¡Sr. Camacho, estamos a jueves! ¡A jueves! ¡Le hemos llamado por activa y por pasiva, le hemos dejado mensajes hasta debajo de las macetas, Jainder Morning, de tanto buscarle y contactarle, ha tenido que ser hospitalizado con una colitis de semejante envergadura, que la Asociación del Cultivo de Tomates de Almería le ha hecho una mención honorífica! ¡Yo mismo me he paseado por el garaje de Fierrari disfrazado de paddock girl haciéndole señas levantando las cejas! ¡A jueves, Sr. Camacho, y la foto sin hacer!

—Es que no han parado de trabajar en el Fierrari esta semana, Sir, día y noche… es que eso está muy vigilado, Sir

—¿Vigilado? ¡Vigilado! ¿Y usted cree, Sr. Camacho, que diez millones de euros libres de impuestos no están vigilados por mi consejo de administración? ¿Que Hacienda va a mirar para otro lado diciendo «mira éste de Entrevías, qué bien le va la vida»? ¿Vigilado? ¡Vigilado! ¡Yo sí que estoy vigilado, mi pescuezo sí que está vigilado, Sr. Camacho, incluso mi mujer se permite ya mirarme de frente!

—Tiene usted una voz, Sir, que la verdad es que lo cuadra a uno…

—¡Sr. Camacho, en este momento sería capaz de azotarle! ¡Le daría unos azotes! Sr. Camacho… Usted no tiene un compromiso conmigo, usted tiene una responsabilidad para con su vida. Decídase. Aún estamos a tiempo. La fotografía mañana viernes antes de las seis de la madrugada o púdrase con su maravillosa inversión en la granja de caracoles. ¿Va a pagar la letra de este mes, Sr. Camacho? ¿La del mes pasado? ¿La del anterior, quizá? ¿O va a seguir firmando pagarés hasta que se salgan por las ventanas?

Sir… ¿Cómo sabe lo de la granja, Sir?

—Yo lo sé todo.

—¿Sir?

Smithand Wenson había colgado subrepticiamente, tirándose con vehemencia de los ligueros.

—¿Sir? Lo conseguiré. Haré lo que tenga que hacer. Por mi pan.

IV. La noche más larga

Garaje del equipo Fierrari, cuatro de la mañana.

—¡Camacho! ¿Qué haces con esas gafas, tío? ¿Pero tú te has mirado en un espejo?

—¡Hombre, Ramón! ¿tú por aquí? Me… me las ha regalado mi mujer, me las mandó por correo, dice que… nos van a traer suerte… que… ¿que qué haces?

—Nada, tío, na-da, regalándome este pedazo de cacho de tiempo. Ya lo tenemos todo terminado, pero es que me apetecía tomarme unas latas de la Miahou sentado dentro del copckpit. Nos lo hemos currado, ¡menuda semanita…! ¡Hale, mañana a fundir en los libres, el sábado la pole y el domingo que Fiernando gane el mundial!

—Se lo merece, es un buen piloto…

—¡Coño, claro que se lo merece, tiene empuje el chaval! ¡Menudos sesos tiene, el asturiano! Nos lo merecemos todos… Fíjate, que el coche éste era un cascajo con ruedas al comenzar la temporada y lo que anda ahora, el tío. Una-puta-flecha. ¡Joder! ¿quién nos lo iba a decir a nosotros cuando terminamos el FP en el Primero, Camacho! ¡Mírame! ¡Mírame, sentado en el padre de todos los Fierraris como Dios! ¡Sí señor, me voy a abrir otra lata que-me-voy-a-celebrar! ¡Toma!

—¡No, no…! Me duele la cabeza…

—No me extraña, vas con gafas de sol por la noche… Joder, tío, con todo el cariño te lo digo, y lo sabes, pero ¡qué-mal-gusto-tiene-tu-mujer! Si te hubiera regalado un hachazo en mitad de la frente, te había hecho un favor. ¡La hostia, Camacho, qué gafas, tío, pareces un bujarrón!

—Hay que respetarlo, Ramón…

—Oye, que yo no digo nada, na-da, ¡qué rica la Miahou, por favor! ¡Quién me iba a decir a mí que en pleno corazón de África iba a encontrar un chino en el que vendieran Miahou! Vivir para ver, tío.

—Y… ¿te vas a quedar mucho?

—Hasta que me largue las catorce latas que tengo refrescando en la nevera.

—Ya…

—Por cierto, que hace mucho que no te pregunto, ¿qué tal va lo de los caracoles?

—Despacito, los caracoles tienen su ritmo…

—Te vas a forrar, tío. Antes nos los comíamos, y ahora resulta que la peña se los restriega por el cuerpo. ¡Te-vas-a-forrar!

—En eso estamos… despacito. Y… ¿te vas a quedar mucho?

—¿Te has tragado un loro, o qué? ¡Me voy a quedar como dios hasta que la vejiga me pegue una explosión, tío! ¡La-puta-gloria! Y mira qué puraco que me acabo de encender. Me voy a dejar los pulmones bailando samba.

—Ya…

En ese momento aparece subrepticiamente Fetuccine Mandolini, director general del equipo Fierrari, un tipo estirado de cara enjuta. Un tipo que tiene fama de implicarse al cien por cien en sus proyectos.

—Sr. Muñoz, le he buscado por todas partes, necesitamos contrastar con usted un último ajuste en las pegatinas, haga el favor de venir.

—Permítame un instante, Sr. Mandolini, que termino de comprobar esta secuencia…

Camacho se percata, asombrado, de que Ramón Muñoz ya no está en el cockpit, sino observando atentamente con la mano en la barbilla un cuadro de diagramas técnicos que está colgado en la otra punta del garaje. Ni rastro de la Miahou, un humillo flota por la estancia.

—Ajá… mmm… ajá… ajá, mmm, ajá… Ya, correcto. A su disposición, Sr. Mandolini.

—Sígame, Sr. Muñoz.

—Sr. Mandolini…

Ambos enfilan hacia la puerta de salida. Fetuccine Mandolini se gira en el último momento.

—¿Todo bien, Sr. Camacho?

—Todo bien, Sr. Mandolini.

—¿Y esas gafas?

—Me las ha regalado mi mujer…

Mandolini sonríe levantando un milímetro la comisura derecha de sus labios.

—Créame que le comprendo, algún día le mostraré mi gorro de baño. Descanse, Sr. Camacho, mañana nos queda mucha tarea por hacer. La suerte no entiende de tecnologías. Buenas noches.

—Buenas noches, Sr. Mandolini… Para ser de padre milanés y madre siciliana, hay que ver lo bien que habla este hombre el español.

Camacho espera veinte segundos eternos. Va hacia la puerta, mira, vuelve dando saltitos, se agacha bajo la parte posterior del Fierrari y empieza a ajustarse las gafas como un poseso. El sudor que cae por su frente forma un charco en el suelo.

V. ¡Ventaja!

Sede central del Ried Biull Team, cinco de la mañana, reunidos el Gran Jefe, directivos, ingenieros, técnicos y mecánicos en torno a una gran pantalla. Habla Smithan Wenson con voz vibrante, en alemán que es la lengua oficial del equipo, levantando una mano al cielo:

—¡Auchfigzt piezenmichtrag forgmanchasen drungsten torch fragchtuten cragchten! [Pulse aquí para activar la traducción simultánea. AQUÍ. Gracias, traducción simultánea activada.] ¡Ya tenemos la pieza, señores, ahora nos toca mover el culo! Acabamos de recibir el e-mail del Sr. Camacho con las fotografías… ¡Oh, qué genio latino, qué pieza tan simple y tan obvia! Y, sin embargo, cuán efectiva, ¿cómo no se nos ha ocurrido a nosotros? Los ingenieros acaban de analizarla, han escaneado su forma tridimensional con láser y, en estos momentos, ya está en el molde. Les toca a ustedes montarla en el lugar preciso al milímetro, señores. ¡Ese segundo y medio está en nuestras manos! ¡Esos puntos son nuestros! ¡Ese 5,7 por ciento está vendido! ¡Esos millones de corazones están latiendo ya a ciento veinte pulsaciones por minuto, señores! ¡Ese 200 por ciento de beneficio respecto al semestre anterior es un hecho! ¡Viva el deporte! Me pueden abrazar, incluso besar, con criterio, la ocasión lo justifica. Me lo merezco, gracias.

—No es por aguarle la fiesta, Sr. Wenson, pero debe usted considerar algunos problemas antes de que pasemos a mayores. Por ejemplo, que no nos da tiempo a probar la pieza. Mañana, hoy ya, son los entrenamientos libres y, como pronto, la pieza estará montada para las tres de la tarde. Los entrenamientos comienzan a las seis, Siebastian Viettel necesita un proceso de adaptación para hacerse con la nueva dinámica del coche…

—¿Cómo se llama usted?

—Paco López.

—¿Español?

—No, mi padre es de Massachussets y mi madre de Toronto, pero aunque me crié en Nueva Guinea, hablo perfectamente el alemán…

—¿Y usted trabaja aquí?

—Sí…

—No. Está despedido. No nos interesan sus visiones apocalípticas, Sr. López. Siebastian Viettel es un piloto fascinante. Sabrá adaptarse a las dificultades. Y lo conseguirá. ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando aquí?

—Treinta y ocho años, Sr. Wenson, escuche…

—Dos días por año y un bolígrafo. Déme un abrazo y desaparezca de mi vista. ¿Alguna crítica más? Así me gusta. Pueden besarme, pero no se excedan, sean comedidos.

VI. Libres, calificación y pole

Era viernes. Quitando que en la primera curva se estampó contra el muro, Siebastian Viettel, con el tercer coche, puesto que el segundo lo estampó contra el muro de la segunda curva, consiguió los mejores tiempos en los entrenamientos libres, un segundo y medio por delante de los Fierrari. Como ya no quedaban más coches, a Miark Wieber lo mandaron a jugar con la Playistiesion. En apenas dieciocho vueltas, el Ried Biull había demostrado de nuevo su supremacía. El sábado, en apenas dos vueltas por tanda, Vietel se hizo con la pole en la Q3 para asombro de propios y extraños. Smithan Wenson no cabía en sí de gozo.

—¡Veinticuatro vueltas! ¡En veinticuatro vueltas hemos vuelto a darle la vuelta al campeonato! ¡Tenemos el mejor coche, tenemos el mejor piloto, nos faltaba esa maldita pieza, ese maldito segundo y medio! Lo hemos conseguido… ¡A un 5,8 por ciento, que aumenten la producción a un 5,8 por ciento, vitte, como dicen ustedes, los alemanes! ¡Ahora mismo llamo a mi mujer, se va a enterar de quién soy yo!

VII. La carrera va a empezar

En Fierrari, desde los mecánicos hasta Fiernando Alionso, todos miraban con cara de besugo. Fetuccine Mandolini parecía estar absorbiendo sus propias mejillas. A Ramón Muñoz no hacía más que mirarle una paddock girl con unos muslazos como columnas jónicas y él no hacía más que pasarse la mano por la barbilla contemplando una rueda que estaba apoyada en una pared. Camacho se remordía los labios con la vista perdida en el infinito. La tensión se mascaba en el ambiente, los mecánicos de Fierrari se daban palmaditas en la espalda con esos cascos de hormiga atómica con las antenas gachas, deambulando a un lado y otro sin saber qué hacer con las pistolas de aire comprimido. Fiernando Alionso exclamó «¡Vamos al taju!», se subió al bólido rojo y se bajó la visera. Un ardiente sol africano se reflejaba sobre el cristal ahumado.

—Camacho, tío, te juro que si me dices ayer que esto lo iba a vivir hoy, no me lo creo.

—Para un listo siempre hay otro, Ramón.

—¡Joder, el Viettel va volando! Es increíble, los demás nos sudan el forro de los calzones, pero a éste no le cogemos ni con garrucha.

—Así es la vida, Ramón, cada uno se lucha lo suyo.

—Como no sea que le dé un cólico, no le gana ni su señora madre, un-puto-rayo, el Viettel.

—Han sabido evolucionar… fíjate, en una semana… Y lo han conseguido.

—O pincha una rueda, o el Hiamilton le embiste, que está dentro de lo normal, o le peta el turbo, o nos dan por culo.

—Calla, calla…

—Tanto trabajo, Camacho, lo que hemos remontado a fuerza de creer que podíamos hacerlo. Y ahora éste, en el último momento, se nos va como por arte de magia, de repente renace de la nada. Y vue-la. Y o se le mete una china en los cilindros, o nos gana.

—Así es la vida, Ramón, a veces… no admite cálculos.

—Qué muslos tiene ésa, tío, como me eche una mirada la vamos a liar. ¿Quieres un café?

—Triple.

—Ahora te lo traigo… ¿Tú te has fijado en la perfección de la pegatinilla esa del Bianco Siantander en el esquinazo de la bocacha de la toma del aire, la perspectiva que tiene?

—Magistral, Ramón, magistral.

—Si es que los de Entrevías somos-la-hostia. Menos mal que aquí, por lo menos, me lo reconocen. ¿Triple?

—Triple. Pero no tardes que tengo que ir al aeropuerto.

—¿Ahora? ¿Y eso?

—Pues… que el Sr. Mandolini me ha mandado a… recoger un paquete urgente.

—Dame dos minutos… qué piernas tiene esa mujer, ¡como me eche una miradita…!

VIII. Desenlace

ANTIONIO LIOBATO:

—¡…y termina la vuelta de calentamiento, los neumáticos echan chispas! ¡Increíble, señoras y señores, esta pole de Viettel! Hace una semana nadie hubiera apostado por él, después de la espectacular remontada de Fierrari en los últimos seis grandes premios… ¡El semáforo se pone en verde! ¡Ahí van! ¡Uy, uy! ¡Sí, no, sí, no! ¡Uy! ¡Viettel sale como si le persiguiera el Fantasma de la Ópera con un cuchillo entre los dientes, pero aquí el único que le persigue es Fiernando Alionso, los demás no pueden! ¡No pueden, que no pueden, que no pueden, que no pueden, el potencial de este coche es la bomba limonera! ¡Uy, uy, ay, ay, la lía! ¡La lía! ¡La lía, señores y señores, Hiamilton la lía y se lleva a siete coches por delante! No sé yo si le van a sancionar por esto… pero no sale el safety car (que, por cierto, menudo cochazo) porque los ha mandado a todos al césped aunque él sigue en carrera… no sé yo, no sé yo… ¿Madrid? sí, aprovechamos para irnos a publicidad…

Bianco Siantander, Vierti y Laikier, patrocinadores de este párrafo de la Fórmula 1.

ANTIONIO LIOBATO:

—¡La cosa está que arde! ¡Se le escapa el mundial a Fiernando, señoras y señores, se le escapa el mundial! Los de Ried Biull han reaccionado esta semana de una forma increíble y ahí tienen a Viettel, sacándole un segundo y medio por vuelta al Fierrari, de nada le ha valido haber rascado estos cincuenta puntos, de nada la vale a Fiernando la segunda posición…

PIEDRO DE LA RIOSA:

—Sí, bueno, aunque es interesante esta lucha por decidir el mundial, no podemos olvidar el carrerón que están haciendo los Hispiania, fíjate que uno va el segundo empezando por detrás y el otro va nada menos que el primero empezando por detrás, y esto tiene mucho mérito…

MIARC GIENÉ:

—No, quizá la estrategia de Fierrari de haber hecho parar en boxes a Fiernando catorce veces en estas seis vueltas no haya sido la mejor, pero, claro, eso ahora es fácil verlo, tomar las decisiones en caliente es más complicado…

PIEDRO DE LA RIOSA:

—Pues yo le haría parar otra vez y le sustituiría el relé, porque se ve, es que se está viendo, que le falta carga aerodinámica cuando pisa los pianos…

ANTIONIO LIOBATO:

—En todo caso eso ya no tiene importancia, de lo que no cabe duda es que la segunda plaza está asegurada, los demás están a un mundo de estos dos coches… pero la segunda plaza no nos sirve de nada, no nos sirve de nada, no nos sirve de nada… Qué triste, señoras y señores, qué triste, qué triste, qué triste, otra vez nos quedamos con la miel en los labios…

PIEDRO DE LA RIOSA:

—Ese relé ya lo pusieron en el Gran Premio de Miónaco y no, es que no, es que se vio que no, que no engancha cuando se sube por el piano, que no engancha…

ANTIONIO LIOBATO:

—¡Un momento! ¡Un momento! ¡Uy, uy, uy! ¡Ay, ay, ay! ¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando aquí? ¡El Alerón! ¡El alerón de Viettel ha salido disparado por los aires! ¡Qué está pasando aquí, señoras y señores, qué está pasando aquí, le acaba de saltar el alerón trasero como si le hubieran dado un martillazo de abajo a arriba…!

MIARC GIENÉ:

—No, sí, pero un martillazo con ganas, ¿eh?

ANTIONIO LIOBATO:

—¡No me lo puedo creer, no me lo puedo creer! ¡Se va al muro! ¡Siebastian VIettel se va al muro! ¡Ese alerón debe de andar ya por el Zambeze! ¡El coche se queda clavado, Viettel se baja muy enfadado, muy enfadado, muy enfadado, acaba de perder el mundial! ¡Viettel acaba de perder el mundial…! ¡Fiernando Alionso va camino de conseguir su tercer título…! ¡Increíble lo que ha pasado aquí hoy, lo impredecible de este deporte, donde nada es lo que parece, donde nada se puede dar por seguro…!

PIEDRO DE LA RIOSA:

—Es el momento justo para cambiar el relé…

ANTIONIO LIOBATO:

—¡Nos vamos a publicidad y volvemos en seguida!

IX. Final

Fetuccine Mandolini y Ramón Muñoz tomándose unas latas de Mihaou y fumándose un puro sentados sobre un túmulo de neumáticos, contemplando el hermoso anochecer de la sabana.

—¿Qué me está diciendo, Sr.Mandolini?

—Así es, Sr. Muñoz, me veo en la obligación de contárselo porque, de algún modo, esto le afecta. Confío en su absoluta discreción. Yo sé que es usted un hombre de fiar.

—Soy una-put…-tumba, Sr. Mandolini…

—Cuando ese periodista contactó con él, el Sr. Camacho vino a verme y me contó la oferta que le habían hecho, ya sabe usted que el Sr. Camacho no puede callarse ni con la cabeza metida en un barreño…

—¡Me lo va a decir usted a mí! ¿Otra lata?

—Déme… gracias. Entonces ideamos un plan. Consistía en hacer una pieza casi igual a la nuestra, pero con un defecto estructural perfectamente estudiado. Aguantaría cuarenta vueltas justas y después sometería al alerón a tal estrés aerodinámico que lo reventaría. Diseñar esta nueva pieza nos costó muchísismo esfuerzo, había que ser muy preciso, de lo contrario, les habríamos otorgado la herramienta para la victoria. Hicimos cientos de comprobaciones en nuestro circuito secreto de Otjozondjupa, ahí al lado del que tiene Ried Biull, tomando grandes precauciones para no ser espiados. Qué bueno este puro, Sr. Muñoz…

—Me los manda mi mujer.

—Tras la reunión que mantuvo el Sr. Camacho en la sede de Ried Biull, dilatamos la entrega para que no pudieran probarla más que en los entrenamientos libres y fuera haciendo la fisura que teníamos programada en el alerón, por eso trabajaron ustedes a destajo durante toda la semana, tenía que resultar creíble… La noche del viernes estuvo usted a punto de dar al traste con nuestro plan, Sr. Muñoz, menos mal que se me ocurrió pasarme por allí, si el Sr. Camacho no se llega a quedar solo…

—¡Ese maldito diagrama, que me trae por la calle de la amargura!

—Ya… El resto de la historia lo acaba de vivir. Y le cuento esto porque el Sr. Camacho se ha quedado con los diez millones libres de impuestos, ese fue nuestro acuerdo. Y a usted, Sr. Muñoz, le ha legado uno, entero y verdadero. «Por los viejos tiempos del Primero», dijo.

—¿Qué me dice?

—Lo que le digo.

—¿Qué me dice?

—Se lo estoy diciendo.

—¿Qué me dice?

—Sr. Muñoz, reaccione, está usted entrando en bucle.

—¡Si será…! Con su permiso, Sr. Mandolini, me tengo que desfogar. ¡Si será hijoputa, el Camacho! ¡Qué capullo, qué perrazo, será posible, la madre que lo parió, un millón…! ¡Pero Camacho! ¡Camacho de mi alma y de mi corazón! ¡Por los viejos tiempos…! ¡Por el Primero! ¡Qué tío…! ¡Qué capullo…! ¡Qué… qué…!  ¿Qué… nos tomamos otra?

—Siempre me ha resultado curiosa esta dualidad del insulto español, que lo mismo sirve para ofender que para alabar. Vamos a celebrar, Sr. Muñoz.

—¡Vamos a celebrar, Sr. Mandolini! ¡Vamos-a-celebrar!

Epílogo

A Smithan Wenson lo crucificaron los del consejo de administración y lo echaron a la calle, sin besarle ni nada. Estuvo trabajando de camarero durante una temporada en un barucho de mala muerte llamado Blue Moon, hizo contactos, y acabó siendo presidente de la Coca-Colia.

Camacho trasladó su granja y actualmente vive en un lugar secreto de España, tan feliz con su Juana, sus cuatro hijos, sus amigos y sus caracoles.

Ramón Muñoz, a pesar de su fortuna, sigue trabajando en Fierrari, donde se encuentra francamente a gusto.

Esta historia está basada en hechos ficticios, cualquier parecido con personas y/o situaciones reales es pura coincidencia.

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Comentarios

  1. SonderK dice:

    —Yo, por diez millones de euros libres de impuestos… y si se sigue arrimando… estaría dispuesto a hacer ciertas cosas a las que nunca hubiera estado dispuesto de ningún modo y que me perdonen mi mujer y mis cuatro hijos… Sir.

    JAJAJAJAJAJA y no pongo más parrafos, porque no me caben, que grande, que divertido y que fina/sucia ironía, como ves amigo mío, me ha encantado y sobre todo me he reido a base de bien, si dura dos páginas más me cago, LI-TE-RAL.

    Menos mal que era un relato de espias y no cómico, que si no te las llevas todas…

  2. levast dice:

    ¿Qué enchufes se tienen que electrocutar en el cerebro para que, un domingo cualquiera de F1, alguien mezcle bólidos con Mortadelo? Lo has logrado, es el fuckin’ relato bluetal del mes. IM-PEZIONANTE como diría Jiesulín. Imposible elegir una línea que no sea una delicia absurda (las confusiones con los idiomas, la narración de la carrera…). Un 10, Anacleto.

  3. juan sanmartin dice:

    Realmente si tuviera que elegir una palabra para definir este relato sería la de «divertidísmo». En los tiempos que corren y con la que está cayendo cosas así te levantan la moral y te ayudan a sobrellevar tanta grosería pseudointelectual a la que, por desgracia, tenemos que hacer frente un día sí y otro también. Se nota a la legua que eres un hombre de teatro, tanto en la forma de planificar las escenas como en las pinceladas con las que dibujas unos personajes entrañables.
    También creo que, en lugar de tanto prozac, los facultativos deberían recetar esta historia como antídoto contra la depresión.
    Mi más sincera enhorabuena.

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