Ir directamente al contenido de esta página

Lo nuestro y de nadie más

por

—He comprado un libro de estos sentimentales que tanto te gustan. Creo que te va a venir bien que te lo lea y lo vas a disfrutar muchísimo.

Un bip de la máquina de respiración asistida fue el único sonido que se escuchó en la habitación.

—Tomaré eso como un sí. Creo que te gustan tanto estos estúpidos libros porque sabes que soy incapaz de expresar lo que siento con palabras. ¿Qué te parece? ¿Quieres que te lo lea?

Otro bip rompió el silencio.

—¡Hoy estás especialmente habladora! Empecemos pues.

Carta abierta

Te vi una tarde de verano y ya no quise dejar de mirarte. Vestías de azul. Tu pelo moreno caía por tus hombros. Tus ojos ocultos tras unas gafas de sol negras.

Estabas sentada junto a una amiga mía en una terracita de un café. Sonreíste cuando mi amiga nos presentó. Escuché por primera vez el sonido de tu risa cuando te expliqué a qué me dedicaba. Te parecía muy gracioso que yo fuera el tipo que redactaba los prospectos de los medicamentos. Todos nos reímos a la vez. Cuanto más hablabas más te escuchaba. La voz de los ángeles pensé yo. No había nada que me distrajera de tu voz. La tarde mejoraba por momentos. Luego se puso a llover y salimos corriendo hacía el interior del café. Te resbalaste y te caíste de culo. Te volviste a reír. Te ayudé a incorporarte. Te quitaste las gafas de sol y tus ojos verdes iluminaron el oscuro local. Seguimos en el café y no dejabas de hablar. Me encantó. Cayó la noche y nos fuimos todos a casa. En el camino no paraba de pensar en ti. Resultaba curioso que la razón por la que fui al café era porque quería acostarme con mi amiga. Nunca llegaré a entender cómo funciona esto de la química corporal.

La noche me la pasé en vela. Era imposible que me hubiera enganchado tan rápido de una persona. Me lo estuve negando durante horas. Quería convencerme de que no era más que pura atracción física y punto. Pero había algo más. De repente recordé el momento en el que tomé tu mano para ayudarte. Era una mano suave, delicada, cuidada, hecha para acariciar la seda. La piel de mi mano me cosquilleaba con el recuerdo. La súbita emoción me hacía palpitar el corazón con rapidez.

Pasaron los días y de vez en cuando te presentabas en mis pensamientos como un paréntesis lleno de alegría entre mis aburridas obligaciones. Era un hombre gris, con una vida gris oscura envuelta en un manto negro de negación  de la felicidad. Tenía mil y una aficiones y era un tipo bastante interesante, pero desprendía cierto halo de tristeza y soledad que me hacía imposible disfrutar de cualquiera de los placeres de la vida porque no tenía a nadie con quien compartirlos. ¿Sería posible que ese alguien fueras tú?

De vez en cuando me negaba a mi mismo la posibilidad de volver a verte. Quería seguir mi rutina diaria y tú no estabas en ella. También es verdad, que todos los pensamientos que afloraban en mi cabeza venían como resultado de la palpable cobardía que me embargaba cuando pensaba en la posibilidad de pedirle tu teléfono a mi amiga para poder quedar contigo. No creía que te hubieras fijado en mí. No creía que fueras capaz de perder tu tiempo con un tipo como yo.

Un día recogí a un ligue en su casa. Cuando se subió al coche todas mis alarmas sensoriales se dispararon. Ella llevaba tu mismo perfume. No me había percatado de tu olor hasta que esta chica subió al automóvil. Era inconfundible. Un olor suave y dulzón, que no empalagaba, con un toque agrio y canalla. Una definición casi perfecta de lo que me pareciste en ese momento. Como te puedes imaginar la noche con ese ligue distó bastante de ser una velada feliz. Fue lo más aburrido del mundo por tu culpa, porque a través de ese olor, invadiste todo mi ser y ya no pude apartarte de mi mente. Pobre chica, ella no tenía la culpa de nada y creo que se sintió un poco ofendida por mis constantes distracciones.

El destino iba a querer darme una oportunidad para acercarme a ti. Llegó el cumpleaños de mi amiga y me invitó a su casa junto con un montón de amigos más. Sabía que tú estarías allí. Y no me equivoqué. Radiante. Ocupando toda la habitación con tu belleza. No se podía pedir más. Estabas más guapa incluso que la primera vez que te vi. Dudaba de si te acordarías de mí. Había pasado relativamente poco tiempo pero a saber si había hueco en tus pensamientos para mi humilde existencia. Te acordaste de mí cuando me planté delante de ti tras reunir valor con unos cuantos cientos de miles de chupitos de tequila. Y sabiamente me ignoraste durante el resto de la fiesta. Mi amiga me presentó a varias amigas suyas solteras. Tres chistes, cuatro tonterías, tres chupitos más, un par de trucos de magia, una mirada insinuante, sacar al aire que toco la batería en un grupo de jazz y acabé en la cama con una de las solteras de oro. Otro polvo gris, sazonado con una falsa pasión gris oscura servido sobre una bandeja negra con forma de resaca por la mañana.

Me sentía fatal pero así era la vida. O seguías adelante o te quedabas esperando el próximo autobús. Día tras día continuaba con mis rutinas. Era reconfortante mantener una cierta tranquilidad alternada, de vez en cuando, con el lado salvaje de la vida. Poco a poco me fui olvidando de ti.

Pasaron los meses y llegó el triste invierno. Un día entré en un bar a tomar algo caliente. Me senté en una mesa mientras leía un libro firmado por el nuevo pedante de moda. De repente alguien me interrumpió en mi lectura. Hola, me dijo. Allí estabas de pie. Elegante, esbelta, con el pelo recogido bajo un gorro de lana y lanzando al aire el olor de tu perfecto perfume. Todo lo que sentía por ti volvió a mi cabeza en una décima de segundo. El estómago me dio un vuelco. Estaba soñando. Estabas delante de mí. Y mejor, habías sido tú la que se había acercado. Te sentaste a mi lado y comenzamos a conversar. Todo seguía intacto. La sonrisa, tu voz, tus ojos. Durante un largo rato estuvimos hablando sin parar. Parecía que nos habían poseído a los dos. Algunas de tus frases las terminaba yo y al revés también ocurría. Nos leíamos la mente. Algo me decía que no era más que pura casualidad. Que no había nada remotamente firme como para confirmar que estuvieras interesada en mí. Pero me daba igual. Era un momento mágico y no quería dejar de disfrutarlo. Reuní el valor suficiente y te pedí tu teléfono. Te encantó la idea y me dijiste que tu cumpleaños era muy pronto. Que estaba invitado a tu fiesta. Te marchaste mientras seguías sonriendo.

Más y más dudas asaltaban mi cerebro. Mi corazón rugía cuando pensaba en ti. Mi estómago había decidido dedicarse al coleccionismo de mariposas y, en más de una ocasión, me encontré a mí mismo teniendo un comportamiento errático por meras distracciones de mi pensamiento.

Deseaba que el mundo se parara, que la población mundial desapareciera. Quería un instante a solas contigo. No podía dejar escapar ni un solo minuto lejos de ti. Clamaba por disfrutar de tu presencia una vez más.

Llegó tu cumpleaños y te compré un pequeño ramo de flores. No te conocía tanto como para adivinar qué es lo que te iba a gustar. ¡Ahí estaba la clave de tanta duda! No te conocía. Sabía que esto no podía ser más que un puro enganche emocional barato de tres al cuarto, porque tenía la sensación de que cuando te conociera todo se iba a ir al traste. No vislumbraba un final feliz. Pero las emociones seguían desgarrándome por dentro. Corazón y razón libraban una dura batalla en mi interior. De momento no ganaba ninguno de los dos. Era una batalla de trincheras y desgaste.

Me presenté en tu fiesta y  allí estabas iluminando todo a tu paso. Me saludaste y me dijiste que te alegrabas de tenerme allí. Yo sonreí aunque no podía evitar fijarme en el tipo que te agarraba el culo con fuerza y que te seguía allí donde ibas. Por lo menos te gustaron mis flores. La razón hizo un movimiento estratégicamente perfecto y tomó varias posiciones claves para el corazón. Cinco copas, tres chupitos, un par de bromas, saqué a relucir mi pasado como crítico literario y acabé en la cama con otra. Otro polvo gris, sazonado con una falsa sensación de placer gris oscuro, acompañado de una buena ración de negra amargura.

Pasó el tiempo. No te voy a mentir…fue fácil olvidarte. Era mi defensa básica. Coger mis sentimientos y guardarlos en un baúl para luego enterrarlos en el suelo de una mazmorra. Echar la llave y poner un pequeño letrero al lado de la puerta en el que ponga «lo que pudo ser y no fue».

Un día me mandaste un mensaje. Decías que te había gustado mucho mi regalo y que te gustó mucho mi presencia en tu fiesta. Que habías hablado con la mujer con la que me fui y que no hacía más que hablar maravillas de mí. La cosa era curiosa porque yo no había vuelto a saber nada de aquella chica. Pero yo era muy cumplido y te escribí de vuelta. Amablemente agradecí tu cumplido a mi regalo y te deseé lo mejor en un futuro.

Llegó la primavera y tú no eras más que un recuerdo agridulce. De vez en cuando me llamabas y yo te contestaba lo mejor que podía. De vez en cuando hasta nos reíamos mucho. Sabía que era la mejor de las posturas. Ser lo más diplomático posible era lo mejor para los dos.

Volví a verte en una fiesta en casa de la amiga que nos presentó. Estabas besando al tipo que te acompañó en tu cumpleaños. Te acercaste a mí para saludarme no sé si porque querías hacerlo o para tomar un poco de aire y evitar la asfixia con tanto beso. Escuché como un ruido sordo proveniente del interior de mi cabeza., como si algo intentara salir a la luz. Pero no lo logró. Esa vez no bebí, hice pocas bromas y poco más para acabar con otra mujer. Un nuevo polvo gris, macerado con una salsa de aburrimiento gris oscuro, templado con una desagradable sensación de negra sobriedad.

Volvió a pasar el tiempo sin pena ni gloria y quisiste quedar conmigo para que te recomendara unos libros. No tenía nada mejor que hacer y acudí a la cita. Me recogiste en mi casa y paseamos por la ciudad visitando librerías de todo tipo mientras charlábamos de todo lo divino y lo humano. La verdad es que fue uno de esos días en los que te da por hablar de todo porque la otra persona está siendo muy receptiva.. Entramos en una librería y nos adentramos entre las estanterías que abarrotaban el local. Allí, sin saber porqué ni cómo, te abalanzaste a mis brazos y me besaste. Fue un beso largo. Tus suaves labios chocaron contra los míos. Estaban ardiendo. Aquello fue increíble. No había notado una sensación de placer igual en toda mi vida. Me agarraste fuerte del pelo con una mano mientras que la otra descansaba sobre mi palpitante pecho. Te rodeé con mis brazos y me dejé llevar. Algo acababa de salir a flote en mi cerebro. Algo que había guardado y que se suponía que había olvidado. Allí se presentó con un arma en la mano dispuesto a volar en mil pedazos cualquier atisbo de reacción que me llevara a separarme de aquel beso.  Me equivoqué al pensar que mi corazón había perdido la guerra. Se personó delante de las líneas enemigas de la razón y echó toda la carne en el asador para recuperar el territorio perdido. Te separaste de mí y me miraste a los ojos con una mirada que desconocía en ti. Tus ojos emanaban un halo especial, destinado sólo a las personas que se entienden y comprenden. Una mirada que decía todo lo que se tenía que decir sin pronunciar ni una sola palabra. Por una parte me decías que estabas avergonzada pero tus ojos no mentían. Te besé para que te callaras. Necesitaba probar tu dulzura otra vez. Con ese segundo beso entendí que iba a estar muy enganchado a lo que tú me dabas. Después te marchaste corriendo de la librería. Confundido me fui a darme una vuelta por la ciudad para pensar en lo ocurrido. Nada de lo que ocurría a mi alrededor me distraía de mis pensamientos hacia ti. Pasaron horas que percibí como minutos. Por fin sin darme cuenta llegué hasta mi casa.

Estabas sentada delante de la puerta esperándome sentada en el suelo. Me viste aparecer. Te tendí la mano para que te pudieras incorporar como el día que te conocí. Tu piel seguía tan suave como ese día. Tenías lágrimas en los ojos. Te tiraste sobre mí besándome salvajemente. Yo te correspondí. Dejamos que nuestra pasión se desatara. Abrí la puerta como pude y cerré. Nos desnudamos en un abrir y cerrar de ojos y te llevé hasta mi cama. Allí nos dejamos de palabras y comenzamos el lenguaje del cuerpo. La sensación de tu cuerpo contra el mío. Eras perfecta ante mis ojos. Lo hicimos durante toda la noche. Dormíamos abrazados y cuando despertábamos nos volvíamos a amar con locura. Estábamos hechos el uno para el otro. Nunca había sentido tanto con nadie. Había armonía entre nosotros. Llegábamos al éxtasis casi con un ligero roce de nuestros dedos. Sabíamos qué hacer y cómo hacerlo sin decirnos nada.

Fue al día siguiente cuando hablamos por primera vez de verdad. Nos sinceramos. Te conté torpemente lo que yo sentía. Tú fuiste mucho menos parca en palabras. Me dijiste que te habías fijado en mí desde el primer día. Que te lo estuviste negando porque no querías nada serio con nadie. Que tenías miedo de tus sentimientos porque ya te habías arrastrado por el fango antes. Que te querías alejar de mí porque no necesitabas más lágrimas en tu vida. Que te dolía cada vez que me veías en las fiestas y que te sentías despreciada cada vez que yo acababa con otra mujer. Que hacías lo mismo que yo recurriendo a experiencias sexuales que no te llenaban en absoluto con hombres más bien prescindibles. Que no podías explicarte porqué te estabas enamorando de mí. Que las charlas que habíamos tenido y, sobre todo el día pasado, te habían hecho ver en mí a un hombre que te atraía más y más. Hablamos y hablamos de todo. Hablamos de todos nuestros miedos, de toda nuestra vida individual pasada, de nuestras aficiones, pasiones, sueños de futuro… Pasamos el día juntos y nos pareció que la noche llegaba en un suspiro. Volvimos a hacerlo hasta la extenuación. Ya no había nada más que nosotros.

Luego volvimos cada uno a nuestras rutinas. Pero algo había cambiado. Cada minuto que pasaba era un minuto menos hasta poder verte. Estábamos disfrutando. Estábamos volviendo a ser felices los dos. Un instante a tu lado y merecía la pena levantarse por las mañanas. Una sola palabra tuya me inspiraba para hacer lo que yo quisiera. Una sola mirada y hubiera escalado la montaña más alta. Un solo beso y hubiera caminado a través del valle de las sombras.

Pasaron los años y tú tuviste aquel accidente de coche. Lo pasamos mal pero te recuperaste y seguimos adelante. Tan enamorados como siempre. No puedo creer todavía la suerte que tuve cuando te encontré. Incluso los enfados el uno con el otro nos duraban muy poco tiempo. Tú eres yo y yo soy tú. No quiero que el tiempo avance. Quiero quedarme contigo para siempre porque cuando tú no estés volveré a ser un tipo gris. Aunque siempre me quedará el recuerdo de lo vivido a tu lado, vida mía. Me has hecho el hombre más feliz de la tierra.

Por todo ello he querido darte las gracias a través de esta carta. Para que la guardes y la conserves, porque quiero que la lean nuestros hijos y los hijos de sus hijos. Quiero que todos sepan cuánto te amo a través de nuestra pequeña historia de amor.

FIN

—Como has podido comprobar, en realidad esta no es una historia inventada. Es nuestra pequeña historia. La he puesto por escrito en este pequeño libro en blanco que compré después de que te fueras de la librería en la que nos besamos. Hace un par de años pensé que sería buena idea ponerla por escrito… por lo menos mi parte porque falta que tú escribas las tuya.

Otro bip sonó en la habitación y un par de lucecitas se encendieron en la máquina.

—Me he inventado que te recuperabas de tu accidente. Bueno, yo creo que vas a salir, pero los médicos me han dicho que no vas a poder separarte de esa máquina nunca y que tu dolor es cada vez más insoportable… ¿Qué debo hacer, vida mía? ¿Debo dejarte marchar? Porque si es así quiero que sepas que no vas a hacerlo sola. Tengo este bote con pastillas para dormir que me recetaron… ¿Quieres que apague esa máquina? ¿Quieres empezar una nueva historia conmigo? ¿Quieres que los dos escribamos un mismo final? ¿Qué quieres que haga, vida mía?

Un nuevo bip sonó en la habitación.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Joer, que es primavera y sólo quería que me lloraran los ojos por la alergia… no, si lleváis todos una Danielle Steel dentro, por mucho que lo neguéis 😛

  2. levast dice:

    Si es que éste es otro moñas, si no el que más. El relato tiene momentos muy inspirados pero echo de menos los golpes de humor tan propios del autor. Supongo que no tocaba. 😉

  3. Nadia dice:

    Ay madre, si casi lloro con el relato de amor de Franfri… pero tio, quién te ha escrito el relato o qué entidad seminormal te ha poseído al hacerlo? joroba, eres alguien por descubrir aún.

  4. marcosblue dice:

    Francisco, me has puesto el corazón en un puño, tío. Un relato tan duro como bello. ¡Uf, nos dejas unos cuerpos…! La madre que te parió.

¿Algún comentario?

* Los campos con un asterisco son necesarios