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Las palabras del samurái

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El camino del guerrero está lleno de…

Una frase que dará significado a toda tu vida. Una frase que resumirá tus vivencias, hazañas, logros, fracasos, frustraciones y demás emociones vividas a lo largo de tus años como soldado. Sólo al final de tu vida serás capaz de saber cómo termina esa sentencia tras meditar profundamente. Porque toda vida tiene un significado y tú debes encontrar el significado de la tuya. Pero la vida del guerrero es distinta a la de los demás. No mejor, ni peor, es distinta. Reflexiona con los pies en la tierra sobre lo que ha sido tu caminar por la arena y la hierba y siente el legado que dejas a tus espaldas. Y jamás olvides que eres un hombre y que no puedes alejarte de los principios básicos que nos definen como seres humanos. Cuando uno acaba siendo un perro de la guerra, se transforma en un asesino, y ese asesino acaba siendo un genocida y ese genocida pasa de abandonar cualquier sentimiento humano para dar paso a un monstruo sediento de sangre que será incapaz de discernir entre lo real y lo irreal. Tienes que ser capaz de ver la diferencia entre servir a tu señor en la batalla y derramar sangre absurdamente. Yo aprendí la lección demasiado tarde y por eso quiero evitar que tú, mi cachorro, cometas el mismo error que yo. Porque ese error me hizo cambiar y desear no ser nunca más un samurái por vergüenza. Cada gota de sangre inocente que toca el suelo de esta nuestra tierra nos deshonra como guerreros. Y habrá momentos en los que tu corazón se partirá en dos intentando comprender las órdenes de un señor sanguinario que no respete la vida y estas palabras que te estoy escribiendo. Te he dicho que cumplas órdenes, y si un señor es bueno, jamás te pondrá en una situación como la que te describo. Nunca te dirá que asesines a mujeres y niños impunemente. Y si te encuentras con un señor que no sabe ser señor ten por seguro que más de un guerrero a tu alrededor pensará igual que tú, y ahí podrás tener una opción.

Pero me estoy adentrando demasiado en cosas que todavía no vas a poder asimilar. Tu madre me ha dicho que apenas sí puedes levantar la espada, pero que lo intentas con ahínco y empeño. Me gusta saber eso, mi cachorro, porque me llena el corazón con el fuego del orgullo de padre. Ojalá estuviera ahí contigo viendo tus progresos, apoyándote y enseñándote tus primeros movimientos con el acero, igual que estuve con tus primeros pasos de bebé sobre el tatami del hogar. Todavía recuerdo la risa de tu madre cuando te vio caminar decididamente con tu torpeza y con los brazos abiertos para abrazarla. Tenía lágrimas en sus ojos llenos de amor, al igual que estoy seguro que los tiene ahora cuando te ve practicar. Dentro de poco te llevará ante tu nuevo señor para que se te acepte y se te enseñe el uso adecuado de la espada, el arco y la lanza. Ya está hablado y no habrá ningún problema a pesar de las circunstancias que me pesan. No te tienes que preocupar de nada. Tu madre tiene suficiente dinero y seguro que sale adelante para darte lo mejor. Y además tienes la espada que durante años he portado. Es una espada especial hecha por el maestro artesano Batori, con su firma en la empuñadura. Su acero es tan resistente que casi puede partir piedras sin sufrir daño alguno.

Me entran las prisas porque me quedo sin tiempo. Quiero que sepas que tengo lágrimas en mis ojos porque no voy a poder abrazarte nunca más. Estás son las palabras que de verdad quiero escribirte porque son las que siento. Deseo dejar a un lado mi deber como padre y guía, para mostrar mis sentimientos hacia ti. Sé que tengo que ser recto y estricto contigo para marcar la pauta de tu vida, pero no es ese el recuerdo que quiero que tengas de mí tras mi muerte. Quiero que sepas que te quiero y que jamás te hubiera abandonado a tu suerte. No quiero estar tras estas rejas, quiero estar contigo y volver a besar tus cabellos y jugar contigo, escucharte hablar formulando las miles de preguntas que tienes siempre en tu cabeza; descubrirte el mundo y enseñarte todo lo que nos rodea para que te maravilles y pueda volver a ver tu cara de asombro como aquella vez que te enseñé un amanecer. Espero que no te decepcionen estas palabras. Mi intención es darte unos consejos para que te conviertas en el samurái que todos esperan que te conviertas, pero me he dejado llevar por mi pasión como padre y ahora me arrepiento. Si piensas que te muestro debilidad con esto, quiero que sepas que lo siento, y que tienes razón, Mi única debilidad eres tú.

No pienso dejar que tu camino sea el de la injusticia o el de la falta de amor. Tienes que sentir que tu causa es justa para que tu espada hable por ti libremente. Si tu cuerpo y tu alma sirven al caos y la insensatez acabarás siendo el ejecutor de la inmoralidad, y por tanto te convertirás en el monstruo del que antes te hablaba. No sentirás, no padecerás, caminarás como un demonio sembrando el odio y la muerte allá por donde pases y dejarás que el humano que eras se pudra en el terrible, frío y cruel olvido. Lucha, sangra, sufre, suda, corre, ríe, llora, pero nunca dejes de mirar a tu presente y siempre mantén la cabeza fría para no dejar que te domine la pasión por la sangre y la muerte.

Mis amigos me decían lo buen espadachín que era y mis enemigos lo comprobaban. Me he batido en muchos duelos y he salido victorioso. Mis hazañas son recordadas por muchos señores y se habla de mí en varios textos escritos. Tu apellido está grabado para la historia y tienes una obligación con la familia. Mis soldados me respetaban y luchaban a mi lado valientemente. Ellos hubieran dado su vida por mí y yo por ellos. El apellido Yukasi es sinónimo de gloria y respeto entre los enemigos, y también es sinónimo de gratitud y honorabilidad en muchas regiones en las que he vivido. Y esta carga se te va a hacer muy difícil al principio por todo lo que están pasando estos días a mi alrededor.

Matar enemigos es una sensación muy poderosa, mi cachorro, que te pondrá en más de una situación desagradable para tu alma. Pero creo que tienes una oportunidad de dominio si tienes suerte y te entrena Yoshido Ibata, mi mentor. Él es un gran orador y un gran maestro. No permitirá que caigas en el placer de la satisfacción del asesinato. Y te hará entender que tu arma es tu último recurso. Te enseñará que tu señor ha intentado por todos sus medios llegar a un acuerdo con el enemigo antes de la confrontación final. Te mostrará que cada vez que prepares tu arma para matar a un enemigo debes hacerlo con honor y respeto por la vida que pretendes erradicar, porque tu enemigo está haciendo lo mismo por ti. Tal vez ahora, ante mi inminente final, puedo entender que hace falta algo más que honor y respeto hacia el enemigo. Casi puedo decir que no hacía falta haber matado a nadie si nuestros señores se hubieran entendido mejor entre ellos. Más de una vez he compartido cabezas cortadas con mis invitados a la ceremonia del té para honrar a nuestros enemigos. Era un honor entonces cortar la cabeza de los que habían luchado bien frente a ti. En numerosas ocasiones he escrito a sus familias cuando eran conocidos para informar de los grandes luchadores que habían sido, a pesar de ser enemigos. Pero ahora me avergüenzo un poco de esa arrogancia. ¿Eran necesarias esas muertes? ¿Se podían haber evitado? A veces creo que mi señor caído podría haber hecho más por evitar esta situación. Su traición nos ha llevado a su muerte por seppuku, a la muerte de muchos buenos soldados, y a mi encarcelamiento como lugarteniente de mi señor. No me han concedido el seppuku, hijo mío, porque tengo un origen humilde. El nuevo señor ha considerado que no puedo tener esa opción y lo odio por ello. No soporto abandonar este mundo con deshonra. Dirán, hablarán, susurrarán cerca de ti comentarios sobre mí. Y otra vez voy a pedirte perdón por la carga que te dejo. Pero te pido templanza y fuerza para que no pierdas temple a la hora de enfrentarte a ellos. No caigas en su trampa. Sigue tu camino, el del viento, y no hagas nada más que obviar cualquier mala palabra que te digan. Estás marcado como todos en la familia. Tu abuelo era un pobre labrador, yo un traidor por seguir las órdenes de mi señor, y tú serás el hijo de un samurái sin honor.

Para el guerrero, las palabras de un hombre son como sus huellas: puedes seguirlas donde quiera que él vaya. Y a mi me puedes seguir hasta aquí. Lo he meditado mucho, porque pensamientos, soledad y reflexión son lo único que tengo en esta celda. Es mi culpa haber llegado hasta aquí. Si en aquella reunión no hubiera llenado a mi señor con ideas de grandeza. Si en aquella obra de teatro no hubiera convencido a mis iguales de apoyar la expansión de nuestro territorio. Si en aquella comida no hubiera apremiado a mi acólito a espiar a nuestro enemigo a sabiendas de su más que probable fracaso, a modo de provocación. Soy un estratega, como se esperaba de mí por mi cargo, y a eso me dediqué en cuerpo y alma. Pero, por mucho que mis ideas se alejaran de la guerra, cuando uno vive rodeado de conspiraciones, tensiones y presiones tanto internas como externas, uno acaba dejándose llevar por los movimientos y las órdenes más esperadas dentro de su cargo. Es decir, si uno está preparado para la guerra, prepara un guerra, se acaba por buscarla porque, de lo contrario, su cargo no es necesario o se le tacha de incompetente. Si no hubiéramos apoyado la traición contra el shogun… No. No todo ha sido culpa de la política. He de confesarte que esta reclusión es la culminación a una vida errática, hijo mío.

¿Cuánto dolor he sembrado, hijo mío? ¿Cuánto sufrimiento he dejado a mi paso? ¿Cuántos han caído a mi lado? He visto morir valientes soldados por jugar el juego de la guerra. He faltado a algunos de los principios que juré seguir con el solo fin de luchar y guerrear. Y no puedo decir que estuviera todo bajo control y que todo tuviera un propósito definido. Recuerdo una mirada en particular. Era una mirada de odio, rabia, frustración, dolor y miedo, mucho miedo. Era una mirada que ocultaba una pregunta que resumía el momento que estábamos viendo. Esa pregunta era: «¿por qué?». Todos los días recuerdo esa mirada. No pensé, hasta pasado algún tiempo, que hubiera causado una herida tan profunda en mi corazón. Fue esa mirada la que me hizo entender que estaba equivocado en muchas de mis acciones y que por eso había dejado de ser un samurái honorable para pasar a ser un loco con un arma. Esa mirada me la echó un niño, un poco más pequeño que tú ahora.

Habíamos parado junto a una casa que lindaba con un arrozal. Mis hombres y yo pedimos comida al labrador y éste nos dio lo poco que tenían para que comiéramos. Estábamos enfurecidos porque habíamos perdido muchos compañeros tras una batalla, y la tomamos con el pobre hombre. Lo amenazamos con nuestras armas, lo humillamos, lo desnudamos e hicimos que nos cantara y bailara. Nosotros reíamos y reíamos mientras su mujer abrazaba a sus dos hijos que lloraban asustados agachados. De repente, mientras yo me mofaba del pobre hombre, uno de los niños se escapó del abrazo de su madre y se acercó a mí. Me dio una patada en la pierna que apenas sentí. Me giré, agaché la cabeza y ahí estaba esa mirada. Cruda, cruel pero cristalina, limpia y clarificadora. Y con esa mirada vino la gran pregunta… ¿por qué?

Y la respuesta es simple. Cuando eres samurái arrastras contigo un gran poder. Y ese poder te permite hacer lo que quieras, cualquier cosa está a tu alcance. Por eso, lo que de verdad te definirá, será lo que hagas con ese poder. No hay motivos para ser cruel porque es muy fácil serlo cuando estás armado o tienes mayores capacidades que la persona que tienes delante. Es de cobardes. Pero en ese momento estaba cegado por mi enfado y por el sake. En lugar de serenarme y recordar cuál era mi sitio, me dejé llevar.

Los maté a todos, mi cachorro. Los pasé por el acero de mi espada yo solo. Me invadió el caos y me perdí. Los veía como si fueran el enemigo y debieran pagar por mis frustraciones en el campo de batalla. Me estremezco al recordarlo. Me apena el corazón. Vuelven las lágrimas a mis ojos. Todavía siento el silencio de la estancia cuando todo terminó. Mis hombres me miraron con miedo y dolor. Luego agacharon la cabeza y prosiguieron el viaje. Yo les seguí a distancia incapaz de articular palabra, pero convencido de lo correcto de mis actos. ¡Qué equivocado estaba! Pocos años después, durante el funeral de un compañero caído volví a ver esa mirada. Esta vez estaba en los ojos de la hermana del fallecido. Recuerdo que nos miró a todos los soldados allí presentes de la misma manera que aquel chico. Y cuando se clavaron sus ojos sobre los míos sentí que me faltaba el aire, que me mareaba, que tenía la boca seca y mis manos temblaban. Tuve que salir de la estancia a escondidas para poder tomar el aire. Recuerdo que salí de allí y el aire del invierno entró como un cuchillo dentro de mis pulmones. Recuperé el resuello y ahí comprendí lo que había hecho. Lloré y lloré como un niño procurando que nadie me viera, desconsolado por mis actos, avergonzado y suplicando perdón. Ya no era un samurái, era un asesino burdo y cobarde.

Todo esto ocurrió poco antes de ser nombrado lugarteniente de mi señor. Y creo que me transformé. Pasé de ser un hombre de eminente inclinación hacia la paz a ser un suicida de la guerra. Quería morir, hijo mío. Quería luchar y morir en una gran guerra con la vaga esperanza de volver a honrar mi condición de samurái. No quería vivir siendo un asesino. Quería ser recordado por mi destreza y mi honor. Sin darme cuenta estaba volviendo a deshonrar todo lo que yo era. Luché como un animal salvaje. Me bañé en la sangre de mis enemigos. Los cadáveres se apilaban a mi paso. Me enfurecía más y más con cada batalla. Mataba y mataba y quería más. Mi señor me llamó al orden incluso un par de veces por mi salvajismo durante la batalla. Pero por otra parte no era demasiado duro conmigo porque las victorias se sucedían en su búsqueda de poder y territorios. Más y más los remordimientos me provocaban ira, y la ira me llevaba la odio, y el odio me cegaba porque me repugnaba mi mera existencia. Y poco a poco mi leyenda como soldado iba creciendo más y más.

Treinta años he tenido la espada que tu ahora intentas manejar entre mis manos bañándola día tras día en sangre, y que deshonré en menos de lo que dura un suspiro en un ataque de ira incontrolada con aquella familia. Por mucho que esa espada volviera a servir fielmente a un señor, no volvería a lucir jamás como antes lucía. Te pido, mi cachorro, que limpies esa espada todos los días y que la honres todo lo mejor que puedas, no como mi legado ni recuerdo de lo que soy, sino como lo que me hubiera gustado ser y que una vez casi estuve cerca de lograr.

Me ha dicho mi ejecutor que voy a tener la oportunidad de probar una espada Batori en mi propia carne. Voy a ser colgado para que un experto espadachín pruebe el nuevo acero creado por él. Si mi cuerpo es partido en dos con un solo golpe de esa esapda, significará que es un arma digna, y será regalada al nuevo señor manchada con mi sangre como compensación por haber secundado el alzamiento contra él. Ese regalo será lo que en parte sufrague tu formación como samurái. Estoy tan convencido de que la Batori hará su trabajo que fue mi última voluntad antes de ser condenado a muerte por tu nuevo señor.

Pero quiero que sepas que esta carta no es tanto para liberarme de la carga que he llevado estos años, como una advertencia para ti: no te conviertas en algo que te haga odiarte a ti mismo el resto de tu vida.

No quiero despedirme, pero tiene que ser así. Odio no poder abrazarte. Sé que ya te lo he dicho, pero es que creo que de verdad tú has sido lo único bueno que he hecho estos años. Lo que te he contado ocurrió mucho antes de nacer tú y por eso he dedicado mucho esfuerzo a hacer que seas mucho mejor que yo. Después de años de lucha y guerra encarnizada llegaste tú a este mundo y fuiste como una salvación a mi corazón torturado. Dejé de blandir la espada para dirigir más la guerra desde el lado de mi señor. Me serené como persona y quise centrarme en tu educación. Todo fue bien hasta la última batalla en la que mi señor y yo caímos prisioneros y nuestra revuelta terminó.

Ya estoy escuchando los pasos del carcelero en mi busca. Tiene la obligación de entregar esta carta a tu madre. Tu madre te la dará cuando crea que eres lo suficientemente mayor como para comprender todas mis palabras y emociones contenidas. Y espero y deseo que seas un hombre feliz durante toda tu vida.

Estas palabras son para alentarte y animarte a que no sigas mis pasos y que permanezcas dentro del verdadero camino del guerrero. Para mí el camino del guerrero está lleno dolor por no poder ser uno de verdad.

Te dejo con unas palabras que me dijo mi padre, quien a pesar de sus orígenes humildes me inspiró para ser un gran samurái: «Un samurái debe morir en vida porque si mueres en vida no temes a la muerte, y así es como podrás actuar correctamente, sin miedo. No hables a menos que vayas a hacer, y no ordenes a menos que sepas que tú seguirías esa orden a ciegas. Lucha junto a tu señor y convierte en un hombre ejemplar, porque un hombre de verdad sólo respeta a un hombre bueno, no a un luchador cegado por la sangre».

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Quiero dar las gracias al webmaster por haber publicado la historia con párrafos, y no en su formato original: ladrillaco puro, jajajajajaajaja. Bueno, eso le ha dado una de las estructuras más consistentes de la edición.

    Emotiva despedida/confesión de un padre a su hijo.

    Los momentos narrativos y escenas trágicas están muy bien contados aunque adolece de varias repeticiones, que, como siempre, se curan con repaso y buenos sinónimos. Sin embargo, donde gana la fuerza este relato es los anhelos del padre por buscar el perdón del hijo y transmitirle a toda costa su amor. Y ese es su gran valor: no perder, durante toda su extensión, ese tono dramático y desesperado. Perfecta elección del narrador en segunda persona.

    Menciona el seppuku (es el clásico de esta edición), sin embargo le añade valor original al no ser el modus operandi del fin de nuestro protagonista.

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