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La venganza del lejía

por

Estoy atado de pies y manos a esta silla mugrienta, se me clava un borde de metal en el culo y por si fuera poco las hostias que me han dado me han dejado el ojo más hinchado que un globo de helio en las fiestas del pueblo de mi abuela.

Hay dos chinos delante de mí, con katanas, sí, en pleno siglo XXI y estos gilipollas van por ahí persiguiendo a sus enemigos con espaditas. Sozhou y Xuan se llaman, cuando te quieres dar cuenta y los has jodido, van a tu casa y te filetean hasta los empastes, un poquito animales pero son graciosos.

A su lado, dos colombianos con escopetas del calibre 12, Carlos Alberto y Jesús María, apostaría mi alma en ello que Carlos tiene la nariz de platino y yo no es que sea racista, pero coño que se le ve algo brillante al fondo de la nariz y no creo que se metan diamantes hasta el fondo por pura diversión divina, vamos, que me parecería una tontada. A estos como te los encuentres en una calle a oscuras, primero te meten la escopeta por el culo, disparan, te rompen la crisma con la culata y luego te follan. Sí, les gusta gozar a estos farloperos.

A mi derecha un ruso tarado, con un parche en el ojo derecho, Panchuk se hace llamar, el “Pelotas” lo llaman los demás, por eso de que la leyenda dice que tiene los huevos como un puño de boxeador, habladurías. Si te coge se hace una cartera con la piel de tu ano y se la guarda cerca del suyo, un psicópata de los buenos, de los de manual.

A mi izquierda la flor y nata de los gitanos del arrabal, los Menéndez, dos hermanos de una familia de hijos de puta chiflados, drogados y con pocas ganas de cachondeo, eso sí, cantando hasta cuando les rompes las rodillas con un bate, ni amordazados se callan los mamones y ahí están, con sus navajas de muelles de veinte centímetros. Y entonando una mierda de cancioncilla flamenca que solo entienden ellos.

Y aquí me hallo, entre los mugrosos de la ciudad, a ver quién me arranca el corazón antes y se lo come, lo más gracioso es cómo mi culo ha llegado hasta esta silla…

***

Tres días antes.

Me enteré de la muerte de mi padre cuando repartía pan por el centro de la ciudad, soy panadero pero antes no lo era, diez años en la legión, cicatrices por doquier y el hígado y el estómago más dañado de lo que me gustaría, y me llamo Ezequiel.

Mi padre era coronel de la guardia civil, retirado, un tío con dos cojones, parco en palabras y gestos cariñosos, pero justo y flexible cuando la situación lo requería.

Me llamaron desde el hospital, no me dieron más detalles, así que dejé las barras de pan en un supermercado y salí pitando.

Me pasaron a una habitación para enseñarme el cadáver, me avisaron de que no estaba en su mejor momento, eso fue simplemente una broma, estaba irreconocible, lo habían cosido a balazos y destrozado la cara a golpes. No tenían ni idea que quien había sido y porque, la verdad es que mi padre desde que se había retirado se metía en asuntillos un poco turbios, investigaba por dinero y sobre todo por aburrimiento, seguro que había metido la pata y se había involucrado en algo chungo.

Así que ese mismo día le di la furgoneta a Andrés, mi socio y le dije que me tomaba unos días de descanso, se lo tomó como es debido, me abrazó y me susurró unas palabras de apoyo con sinceridad.

Le dije que en unos días todo estaría arreglado.

Llamé a un par de amistades de los viejos tiempos en el ejercito para que me abrieran sus almacenes, sus escondrijos repletos de herramientas, una escopeta de cañones recortados, dos pistolas automáticas de 9 mm, unas cuantas granadas de mano y munición para ir a un safari, no me pidieron nada, bastantes noches juntos pasando frío, hambre y miedo hacen buenos amigos.

En la vida todo consiste en tener contactos y cara, mucha cara, y de las dos cosas he tenido siempre mucho, así que igual que con dos llamadas conseguí mis armas, con otras dos llamadas me dirigieron a un local en el centro de la ciudad, el Lennys Hole, allí hablaría con Pedro Guzmán «el Chamaquito».

Todo lo que ocurría en la ciudad pasaba por sus manos, oídos y ojos, aquí es donde paró mi padre para hacer unas cuantas preguntas sobre el caso que llevaba, un secuestro de una chica rubia de la alta burguesía para la trata de blancas en Dubai.

Así que me visto como a mi me gusta, pantalones ceñidos, botas militares, camisa verde enseñando el peluchón del pecho y el chapiri ladeado. Entro en el bar con la bolsa repleta de cosas que hacen pun, voy directo al chamaquito y le pregunto que coño ha pasado con mi padre, me cuenta un rollo que no hay quien lo entienda, que los chinos secuestran rubias, los colombianos las drogan, un ruso hace los tratos con los árabes y los gitanos se encargan de llevarlas al país de destino, vamos un follón de tres pares de narices, mi padre lo descubrió todo y le dieron pasaporte, así que os resumo, le mando al chamaquito a paseo, él se caga en mis muertos, le pongo la boca de la escopeta en la frente, y canta como un ruiseñor quienes son todos los cabrones.

Me doy la vuelta y cuando quiero salir por la puerta, tengo una docena de mamones de todos los colores apuntándome y con caras de pocos amigos, bla bla bla, que tiro de pistola y escopeta, una par de granadas a mi espalda y cuando salgo del Lennys dejo atrás el infierno on tour, quizás desearíais que os contara todos los detalles, pero es una escena aburrida donde la sangre y las tripas tienen todo el protagonismo. Vamos a lo importante, al día siguiente cuando me levanto para desayunar tengo una pistola en la nariz y ahora es cuando empieza lo interesante…

***

Me despierto atado a una silla y allí están todos.

Mientras miro sus ojos, voy calculando las probabilidades de que me hieran, de que me toquen, de que me vean, en definitiva, me estoy jugando el pellejo y cualquier detalle que se me escape será un verdadero problema para mi integridad física.

Ya casi tengo rota la cuerda que ata mis muñecas, llevo cinco minutos intentado cortarla con la navajilla de mi abuelo que aunque oxidada y sin corte, me está ayudando en mi labor de salir vivo de allí, ya sabia yo que esa navaja enana y vieja como siete matusalenes me echaría una mano algún día, de momento solo se había dedicado a cortar queso y rodajas de pan, noble trabajo para un cuchillo venido a menos.

Una vez más en vida me dejo llevar por la música, la letra de mi vida, las frases que hacen que la piel se ponga como la carne de pollo…

Nadie en el Tercio sabía
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que a la Legión se alistó. 

Nadie sabía su historia,
más la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo, el corazón.

Mucho mas rápido de lo que sus ojos han percibido me he levantado de la silla, he cortado de un tajo las cuerdas de mis tobillos, he lanzado el cuchillo a la frente del hermano mayor gitano, ya no habrá descendiente directo en la familia Menéndez, se le ha incrustado entre los ojos y un fino hilillo de sangre cae por su nariz, una décima de segundo después he agarrado a su hermano el menor, retorciéndole el brazo por la espalda y tapándome con él para adelantarme al siguiente movimiento, tres segundos…

Más si alguno quien era le preguntaba
con dolor y rudeza le contestaba:
«Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.»

Panchuk ha sacado su pistola Tokarev de detrás de su espalda y como no, dispara, y por supuesto, mal. Todos sus disparos aciertan en el pobre gitano que tengo delante y que aunque intenta zafarse de mi abrazo y de los balazos rusos, es un intento vano.

Mientras cae el gitano al suelo, recojo en el aire la navaja de muelles que tanto quería, la abro inmediatamente y la esgrimo mientras Panchuk se me acerca tirando la pistola al suelo y apretando los nudillos para machacarme, dos segundos…

Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su Bandera
el legionario avanzó.

Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.

Mientras tanto, chinos y colombianos están cogiendo posiciones. Los chinos levantan sus katanas y se dirigen hacia mí sin dilación, los colombianos cargan sus escopetas y sonríen con la sonrisa del colocado, huelen a sangre y muerte y pronto, un segundo…

Panchuk me lanza un puñetazo a la sien y acierta, el cerebro me rebota dentro del cráneo y veo estrellas y rayos a mi alrededor, abro los ojos todo lo que puedo para no caerme redondo y le devuelvo los golpes tan rápido y fuerte como puedo, uno al hígado, otro al mentón, otro al plexo solar y el ultimo directo a la nariz, cuatro golpes como martillos pilones que hacen que el ruso caiga al suelo con gran estruendo y como yo no he venido aquí a hacer amigos le aplasto la cabeza con mi bota derecha, el primer golpe es sólo un sonido sordo, pero con el segundo algo cede, cruje bajo mi suela y la sangre se esparce por el suelo como una tormenta perfecta, seis segundos…

Y al regar con su sangre la tierra ardiente
murmuró el legionario con voz doliente:
«Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera».

Cojo el arma de Panchuk que está tirada en el suelo y con dos dedos saco de su bolsillo otro cargador lleno, tengo a uno de los chinos encima y con la katana bajando en un bella elipse hacia mi cabeza, que giro en una décima de segundo, la hoja cae con toda su fuerza en mi omóplato, el botón de acero de la solapa se ha llevado casi todo el golpe, pero la hoja ha entrado en mi carne, nada grave pero el acero es frío y hace que me estremezca desde los dedos de los pies hasta las cejas.

Con mi mano izquierda tiro de la espada hacia arriba y con mi mano derecha empujo el cañón de la tokarev dentro de la boca del chinorri rompiéndole varios dientes, no le dejo ni pensar que ahora tiene menos piños, disparo sin compasión, volándole la mitad de la cabeza y trozos de materia gris se esparcen por la estancia, tres segundos…

Cuando, al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.

Y aquella carta decía:
«...si algún día Dios te llama
para mi un puesto reclama
que buscarte pronto iré».

El segundo chino me clava la espada en el muslo derecho, soy rápido pero no superman, me cago en la madre que le parió, en su padre Mao y en sus abuelas que estarán criando malvas en alguna colina de la estepa china, y le escupo a la cara mientras arranco la hoja de mi pierna y se la incrusto entre las piernas, para luego subirla con fuerza hasta que suena a hueso, un charco de sangre de proporciones dantescas me rodean las botas.

Levanto la tokarev para disparar a los colombianos que me están apuntando con sus escopetas, cuatro segundos…

Y en el último beso que le enviaba
su postrera despedida le consagraba:
«Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi ¡bandera!».

Recojo del suelo mi chapiri, que esta impecable, salvo por una manchita de sudor. Carlos Alberto, el nariz brillante, dispara hacia mi justo cuando estoy saltando a mi derecha, pequeños trozos de carne salen despedidos de mi gemelo derecho, un poco de dolor siempre es bueno para no dormirse y todo es cuestión de tiempo, es como los tatuajes, al principio duelen, después un hormigueo entre molesto y divertido lo suplen, para al final y solo al final disfrutar con esa sensación, pero desgraciadamente no he llegado a ese momento, ahora toca dolor y no es nada divertido, me enderezo, apunto y le meto dos balazos en el pecho, su cara de asombro de conocer su futuro más cercano es lo mejor que he visto en el día.

Jesús María corre hacia mi disparando sin control y sobre todo, sin apuntar, remata sin darse cuenta a Carlos Alberto, trozos de chino se esparcen por el suelo y un brazo de gitano sale disparado como por arte de magia por delante de mis narices, consigue rozarme el brazo izquierdo con uno de sus tiros, ya me estoy hartando, esto tiene que acabar ya, giro mi cuerpo con rapidez, me alejo de sus tiros locos y disparo a su estomago con todas las balas que me quedan, una, dos y tres, las mismas tripas que salen por los agujeros y se esparcen poco a poco por el suelo. El pobre intenta recogerlas pero se le resbalan por entre los dedos.

Mi venganza ha llegado, estoy sangrando por todos lados y tengo un dolor de cabeza que me va a matar, veo como se retuerce el último de los asesinos de mi padre y me acerco a él.

—Me estoy muriendo —me dice mientras intenta taponar la hemorragia de su estomago.

—La realidad no existe, Jesús María. Es una interpretación de nuestro cerebro. Yo te veo pero no veo lo que me rodea. La mayor parte de las veces no vemos el 40 por ciento de las cosas que creemos que estamos viendo, el cerebro rellena todo lo que no ve, y eso ocurre con todas nuestras percepciones, incluido nuestro estado personal. Nuestra experiencia pasada va rellenando nuestra vida presente y por eso te digo que cuando me de la vuelta y no te vea, puede que vivas o puede que mueras, pero eso será otra realidad de la cual no formaré parte…

Salgo de allí renqueando, cansado y alegre, porque la justicia ha vencido, mi justicia. Al día siguiente y como si no hubiera pasado nada cojo mi furgoneta y sigo con mi rutina, repartir pan por la ciudad y con la firme convicción de releerme la paradoja del gato de Schrödinger. Espero que ni la policía ni ninguna de las minorías étnicas de esta ciudad me toquen los huevos más de lo necesario.

—¡A mí la Legión! —me digo a mí mismo y sonrío.

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Comentarios

  1. Tai y Chi dice:

    No te digo nada porque ya sabes lo que te diría.

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