Hacia el vasto mar
del País de los Sueños,
donde le viento no tiene dueño
y en sus brazos las aves se dejan llevar,
parte con la primera luz
un pescador de morena tez
y mirada azul,
en busca de algún pez
con que estrenar
su red,
pues, cansado del azuelo,
decide remontar
el vuelo
sobre las aguas verdes,
allí donde el horizonte se pierde.
En la playa lejana
una niña se descalza sobre la arena,
como cada mañana,
metiendo los pies en el agua,
soñando con ser sirena,
de hermosa cola
iridiscente,
con escamas relucientes
brillando entre las olas.
Un amanecer empañado por la bruma
el marinero
despliega las velas,
preparado para surcar la espuma
y trazar estelas
usando como lapicero
las paletas
de sus remos.
Aprovechando la marea
se dispone a zarpar
cuando descubre por azar
a la niña que pasea
por la orilla de la mar.
Con el agua besando sus rodillas,
se arrebolan sus mejillas
al verse sorprendida
y aunque desea
emprender la huida
se queda esperando
porque le dice el instinto
que hay algo distinto
en esos ojos
que la están mirando.
Y hasta el Sol rojo
de levante
reman juntos
en la azul inmensidad.
Convertidos en un punto
de brillante
oscuridad
se les ha hecho de noche
bajo la Luna como broche
de diurna claridad.
Arropados por las estrellas
el marino
y la doncella
escriben su destino
sobre las aguas violetas,
extrañamente quietas...
El océano, en tal instante,
envía un temporal
que pondrá final
al romance del navegante
y la muchacha de piel
de coral
y largos cabellos de miel.
De la constelación de Perseo
cae fugaz un astro,
dejando un hermoso rastro
al que la niña formula su deseo
de entregar por entero su alma
al océano ya en calma
como hija de Nereo.
En ese mismo momento
se abre una brecha
en el firmamento
y Orión el Cazador
dispara una flecha
en forma de ígneo resplandor
que funde con su calor
las piernas, envueltas en llamas,
en lustrosas escamas
de color.
Cuando todo concluye
y termina la locura,
iluminada por una brillante
luz espectral
que fluye
hacia su palpitante
aleta caudal,
se yergue la nueva criatura
que ha nacido del fuego y la sal,
y se desprende con ternura
del abrazo
del pescador
para entregarse a sargazos
y caracolas,
y a la fuerza del amor
de las olas.
Como aquellas que moraban
entre la isla de Circe
y el escollo de Escila,
aquellas que embrujaban
argonautas como Ulises,
con su voz encandila
los oídos de aquel hombre de mar
que cada noche la espera
a bordo de su esquife,
más allá de la barrera
del arrecife,
sólo para oírla cantar,
a la luz de la luna llena,
y ver ondear
su melena
con la brisa
del amanecer,
y su cola de sirena,
que el Sol irisa,
antes de desaparecer
con su sonrisa
de ensueño
bajo el vasto mar del País de los Sueños.
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Comentarios
Ya es que nos atravemos hasta con verso… Está claro que los de Planeta y cosas de esas sólo premian morralla. Es para que otros escritores tiren el boli y el teclado por la ventana. Enhorabuena, te ha quedado genial. 😉
Gracias Levast; le he pedido al administrador que amplíe el número de entradas a la vista, porque si no es por tu comentario, ni me doy cuenta que habían subido este relato.
Y mil gracias por tu comentario, me alegro de que te haya gustado 😀