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La huella de los cangrejos

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Hijo, no tiembles, no dudes, no temas. Tu momento ha llegado.

Te hablaré de tus raíces, que son las mías y las de todos nuestros antepasados. El Heike monogatari es una historia repetida mil veces, y nunca lo suficiente.

Te hablaré de los que vencieron, como lo harás tú.

Hace muchos siglos, antes del shogunato, durante el periodo Heian, predominaba en nuestro país la aristocracia, con sus refinadas maneras y su vida contemplativa, revoloteando en torno al emperador como moscas presumidas, cortesanos sin sangre en el alma. Pero en las provincias lejanas, lejos de la capital, una raza de guerreros comenzaba a forjar nuestra estirpe, a lomos de ágiles caballos desde los que partirle el corazón con su yumi a un pájaro a cien metros.

Desde la corte los miraban con desprecio. Aquellos remilgados, aquellos señoritos ociosos, profundamente preocupados por el ornamento de su kosode para el próximo otoño, los consideraban impuros por empuñar el acero con sus manos, y asentían finamente, según las maneras de China, y se paseaban por los jardines sorbiendo té.

Sin embargo, los samuráis se iban haciendo más poderosos, administrando la tierra y las artes de guerra, asegurando los caminos, heredando de padres a hijos el valor, la lealtad y el honor. Hasta el punto de que la presencia de uno solo de ellos infundía temor y respeto a toda una comarca.

No tiembles, hijo, llevas el peso de ese acero en las venas.

Sucederá siempre lo que es inevitable que suceda. Se murió su emperador, Toba, y los nobles, los mojigatos, se enzarzaron en una guerra entre ellos, la guerra Hogen, y cuatro años después sucedió la rebelión Heiji, para ver quién se encaramaba antes al trono imperial, pisándose las cabezas unos a otros… ¡Ah, y entonces se dieron cuenta de su propia debilidad! Porque eran débiles, para ellos la violencia de combatir era como una actitud asquerosa; y ahora se hallaban en mitad de ella, metidos hasta el cuello. Entonces entendieron la supremacía de los samuráis, y los necesitaron, y los reclamaron para dirimir sus querellas. Y los samuráis, a su vez, comprendieron que había llegado su tiempo, el tiempo de tomar el mando sobre su mundo. Un mundo que aún hoy está presente en nuestra mirada. Por eso, tendrás que hacer lo que tienes que hacer, hijo.

No dudes, la vida no es nada comparada con el honor. El honor perdura en la mente de los hombres; la vida no permanece ni siquiera en los hombres. Vencerás.

Los Heike, el gran clan del sureste, asumieron el poder, dominaron a la nobleza indolente, les devolvieron la moneda del menosprecio con el puño en la tsuba de la katana por si acaso se les ocurría enviar la moneda de vuelta. Y la nobleza pidió ayuda a sus enconados rivales, los Genji, a quienes aún les escocían las derrotas del último conflicto por las provincias orientales contra aquéllos. Los Genji se rebelaron con su líder, Yoritomo, al frente flanqueado por otros clanes y su hermanastro Yoshitsune. Así comenzaron las guerras Genpei, que duraron cinco años.

La leyenda de Yoshitsune no se puede expresar con palabras, sino con emociones, pues después de haber sido el más valiente y victorioso capitán de los Genpei cayó en desgracia por casarse con una joven de la clase noble sin el permiso de Yoritomo, que decidió castigarlo. Erró como un proscrito, e hizo falta que lo rodearan treinta mil hombres para que cometiera el seppuku, habiéndole arrebatado previamentela vida a su esposa y a su hija.

Uno de nuestros héroes más queridos y renombrados, como lo serás tú. No tiembles, no dudes, hijo, tu mayor triunfo está palpitando en la palma de tu mano.

Tras muchas confrontaciones, los dos bandos dirimieron la batalla definitiva en el sur, entre las islas de Honshu y Kyushu, en las aguas del estrecho de Dan-no-ura. La historia que te acoge, el curso de los siglos en el que has nacido, guarda un lugar especial para ese nombre. Las dos flotas se enfrentaron, tres mil embarcaciones al mando de Yoshitsune por parte de los Genji, más de mil navíos abanderados por los Heike, a los que habían abandonado cobardemente algunos clanes… Una inmensa nube apareció sobre sus barcos, los delfines acompañaban sus proas. Mal augurio.

Primero silbaron las flechas, y luego los dos ejércitos se acometieron filo contra filo. Las olas enrojecieron, el clamor de las armas alcanzó al dios del cielo y al rey del hondo mar, formidables combatientes entrecruzando su destreza y su osadía, como nunca se ha visto. A pesar de la superioridad, los Genji estaban al borde del abismo cuando Yoshitsune se erigió como un estratega insuperable. Y el océano lo acompañó con un repentino cambio de marea. A los Heike se les diluyó su ventaja y fueron arrasados. Y comandantes, compañeros, hijos y padres, cogidos de la mano, se arrojaron de dos en dos con su pesada yoroi, su armadura samurái, al fondo del mar. Los cangrejos de Dan-no-ura parecen conservar en su caparazón la conmoción de ese gesto, como si el espíritu de tantos valerosos guerreros hubiera sedimentado revelando su huella en ellos.

La muerte los liberó de la vergüenza del fracaso. La muerte los hizo no ser súbditos de sus vencedores. La vida no importa si no eres tú el que triunfa sobre los demás. Y vencieron, la epopeya les pertenece. Quien realmente ganó esa batalla épica fue quien la perdió con la honra de no haber dado la oportunidad de haber sido vencido. Quien fue capaz de tomar la elección de su último latido.

El Heike monogatari no alaba a los victoriosos, si no a los que hicieron uso de su realidad antes de ser humillados. La mayor tragedia no es morir, sino seguir vivo después de la derrota, ¿lo entiendes, hijo?

No temas, para nuestro pasado y nuestro futuro, tu presente es una pequeña pieza en la gloria. Ponla en su sitio, porque sin esa pequeña pieza no podríamos seguir construyendo este monumento a la eternidad.

No tiembles, no dudes, no temas, sigue el camino del bushido, hijo, la existencia marca todas nuestras reglas, excepto una: la decisión de nuestro honor, la esencia del ser, incluso por encima de nuestra forma material.

Decían que nuestra época se había acabado, que éramos un eco perdido en el tiempo, pero ahora vuelven a demandarnos socorro, necesitan que nuestras gestas hagan palidecer a nuestros enemigos.

Haz lo que tienes que hacer, hijo, deja tu huella.

¡Así que, súbete a ese avión y busca el barco más grande, el portaaviones insignia, y cuando te vean venir desde el puente de mando que corran como cobardes para salvar su vida, para que entiendan en toda su magnitud lo que significa tu muerte!

¿Lo comprendes, lo entiendes, hijo?

—¡Sí, mi general! ¡A sus órdenes, mi general!

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Repaso exprés al Heike Monogatari, uno de los grandes cantares épicos de la cultura japonesa y fuente de muchas otras historias trágicas, héroes y gestas. Sirve de base a esta arenga, muy bien escrita, con un tono solemne que no se pierde en ningún momento. Casi se puede escuchar en versión original, con ese dramatismo innato de la voz de los hombres japoneses.
    En mi opinión, es demasiado breve. No digo que cuente otra vez la epopeya, pero sí detenerse en alguna de las historias de personajes que menciona de pasada, como si todos conociéramos en profundidad la historia de los Minamoto y los Taira.
    El párrafo de la crítica a la corte imperial es digno de su autor, muy certero.
    De toda la edición, es el único que utiliza la imagen del samurai original: un guerrero a caballo con un arco.
    Como he dicho, es muy corto. Yoshitune, Yaritomo e incluso sus esposas, Tomoe Gozen y Hojo Masako, dos de las más famosas onna-bugeisha (mujeres samurai) se merecen un espacio en esta edición. 🙂

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