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La Fortaleza Negra

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Por encima de ellos el vigía gritó desde su puesto. El capitán se acercó por la cubierta repartiendo órdenes a diestro y siniestro, a su alrededor el Viento del oeste se vio inmerso en una vorágine de actividad mientras Anestia se empezaba a divisar entre las altas colinas.

Forkas Ethanar se asomó a la cubierta. El viento y el oleaje le traían el olor a salitre característico de los mares de la provincia de Pabsha mientras jugaban con su largo pelo blanco y le traían recuerdos de tiempos mejores, tiempos ya casi olvidados. En aquellos momentos la ciudad cubría la playa hasta donde alcanzaba la vista. Había mansiones, glorietas, graneros, almacenes de piedra, posadas de madera, tenderetes callejeros, tabernas, pocos cementerios y muchos burdeles; cada edificación apoyada en las contiguas. Hasta sus oídos, pese a la distancia llegaba el griterío del mercado. Entre los edificios había calles anchas bordeadas de árboles, callejuelas serpenteantes y callejones tan estrechos que dos hombres no los podían recorrer hombro con hombro. En la cima de la colina de Aryan se alzaba el Gran Palacio de Tremen, con sus cuatro torres de cristal. Al otro lado de la ciudad, en la colina de Briyón se divisaban los muros ennegrecidos del Bastión Caído, cuya enorme cúpula estaba derrumbada y sus puertas, de bronce ya raído llevaban un siglo cerradas.

A lo largo de la dársena se alineaban un centenar de muelles y el puerto estaba lleno de barcos. Botes pesqueros fluviales iban y venían constantemente realizando el trayecto entre las dos orillas del Nálon, y las galeras mercantes descargaban productos llegados de las lejanas tierras de Taróm.

Y dominándolo todo, observándolo todo de forma amenazadora desde la alta colina de Nut, estaba la Fortaleza Negra: siete torres enormes, achatadas y coronadas por baluartes de hierro; salas abovedadas, puentes cubiertos, barracones, graneros y mazmorras; gruesos muros horadados de aspilleras para los arqueros y el estandarte con la bandera del lobo ensangrentado ondeando al viento. Escudo de armas de los Acruria, actuales regentes.

—¿Estás seguro de que es factible? —preguntó Braam.

Su rostro serio no disimulaba la ironía de sus palabras.

—Durante el reinado del rey Tosher muchos han sido los ejércitos que han intentado tomar la Fortaleza Negra para anexionarse las provincias de Pabsha. Ninguno tuvo éxito. ¿Y ahora pretendes que nosotros dos consigamos lo que no hicieron miles de hombres armados?

— ¿Nosotros dos? —dijo Forkas con una sonrisa en los labios.

— Así que… —Raam miró a Forkas de reojo.

— Pues claro querido Braam, ¿recuerdas Niam´bhar?

Raam recordaba perfectamente lo que ocurrió en Niam´bhar. Lo que se suponía debía ser una tarea sencilla, derrocar al hechicero Bogmil rápida y sutilmente se convirtió en una pesadilla de carreras, huidas y luchas contra los ghouls, glabros y demás subespecies que les aguardaban, mientras ellos esperaban la llegada de un par de aliados que jamás aparecieron.

— ¿Y esta vez han confirmado todos su… digamos… «colaboración»?

— Claro que no, Braam, claro que no.

Braam suspiró.

Forkas sabía que contaban con dos ventajas estratégicas. Esa construcción fue diseñada precisamente para contener el ataque de un ejército. O sea, cientos o miles de soldados armados intentando tomarlo por la fuerza. No para un reducido grupo que intentara entrar sin ser vistos.

La otra ventaja es que la Fortaleza está pensada para impedir la entrada. Si todo iba bien sólo tendrían que preocuparse de la salida.

El capitán se acercó a ellos.

—Ya estamos en Anestia señores, y a tiempo para la boda del príncipe tal y como querían ¿necesitan ayuda para llevar sus pertenencias? —dijo el capitán con un marcado acento dardiano.

— No gracias, nosotros mismos las llevaremos. ¿Conoce alguna posada limpia y cómoda que no esté muy lejos del río?

— Sí, claro —el dardiano se acarició la barba azulada—. Conozco varios locales adecuados para vuestras necesidades. Pero previamente, y disculpen mi atrevimiento, está el asunto de la segunda mitad del pago, tal como acordamos. Y también la plata que prometisteis como recompensa por la premura de la llegada. Me parece que eran cuarenta escudos.

Braam sacó una bolsa de cuero de los pliegues de su vestimenta y la puso en la mano del capitán, recogieron sus pertenencias y se dirigieron a la posada que éste les había recomendado.

Serpentearon por la parte baja de Anestia, las calles estaban engalanadas con banderas, faroles y tapices con los colores rojo y negro de los Acruria y en mucha menor medida también se veían los colores azul y blanco, característicos del escudo de armas de los Sharpeis de Malib.

—¿La princesa malibiana y el príncipe negro? Forkas, empiezo a pensar que ese podría ser el motivo de nuestra presencia aquí. No debería haber venido, podrían…

—Al contrario amigo mío, al contrario —le cortó Forkas—, piénsalo, si alguno de los mentalistas del rey te «investigara» verá que estamos aquí por el enlace real, a fin de cuentas ¿qué otro motivo trae a unos extranjeros a estas tierras en tan señaladas fechas?

Atravesaron el mercado de artesanos, la actividad no había cesado a pesar de la hora. Los mercaderes, forjadores, armeros, lapidarios, toneleros, sastres, talabarteros y espadistas se afanaban en anunciar a voz en grito lo barato de sus cuencos, jofainas de barro, cestos de mimbre, arneses de cuero, arreos, utensilios de labranza, toneles de roble, espadas de acero atriniano, vestidos de seda de Fitián y un sinfín de accesorios de dudosa utilidad con los rostros de los novios tallados sin mucho esmero ni parecido con la realidad.

Por el puente del oeste acudían sabios, filósofos, eruditos, magos, cronistas, teúrgos, teósofos y metafísicos que acudían para presenciar el enlace real.

Cuando se acercaron a la posada Braam soltó un bufido.

—Tranquilo, ya lo vi, nos lleva siguiendo desde que bajamos a puerto.

—Déjame adivinar: ¿invisibilidad?, ¿transmutación? —Braam esbozó una sonrisa—, ¿o simplemente me encargo de él?

—Aún no, dejemos que informe de dónde nos instalamos, o al menos de donde cree que estaremos. Eso nos dará cierto tiempo si vinieran a buscarnos antes de lo que esperamos.

Braam volvió a bufar.

La posada se encontraba en un edificio grande, alto y construido con maderos macizos. Las paredes eran resistentes como los muros de un castillo, aunque algo más oscuras y cálidas. Una mujer tremendamente gorda y bajita les atendió amablemente mientras gritaba con furia a todo aquél que pasaba a su alrededor. Entre pasen, pasen caballeros, puedo ayudarles en algo y ¡Por Malaketch estúpida fricia date prisa en servir esos platos de venado o dormirás con los bueyes! dieron sus nombres, Tyron Jobb y Grenion Kannister, le hablaron a la posadera de las esperanzas que tenían puestas en poder entablar nuevas y fructíferas relaciones comerciales con los mayores mercaderes pabshianos que sin duda eran los que asistirían a tan crucial evento para ofrecerles sus servicios e increíbles y bajas tasas en el transporte de mercancías entre Pabsha y Fricia, pagaron la habitación por adelantado para los seis días siguientes y les acomodaron en primera planta de la posada.

Subieron a la habitación. Era cálida y confortable.

—Adelante —dijo Forkas—, voy a vigilar a nuestro amigo.

Mientras Forkas se cercioraba de que su perseguidor era debidamente informado por la posadera gritona de sus intenciones en la ciudad, días de estancia, nombres y ocupaciones Braam preparó la habitación.

Esparció una mezcla de polvo avisador sobre la pequeña chimenea de la habitación.

Urdió un hechizo sobre el marco de la puerta con ayuda de una de las piedras del monte Imán.

A continuación plantó ambas manos en el suelo Cerró los ojos y respiró hondo. Una luz roja y brillante salió de sus manos extendiéndose como una marea hasta que abarcó todo el suelo de la habitación. Pronunció un salmo olvidado en una lengua ininteligible y se levantó.

—Será suficiente —dijo.

—Bien, vamos —contestó Forkas.

—¿Mimo? —dijo Braam.

Forkas asintió.

Bajaron las escaleras hacia el salón cubiertos por el hechizo de mimetización, cada persona que les miraba veía algo distinto en función de lo que su mente estuviera más preparada para ver y olvidar. Un artesano vería un par de titiriteros, un soldado vería dos comerciantes de aspecto afable, un mago vería dos campesinos, un campesino vería dos eruditos hablando del principio de los tiempos. Era perfecto si no querías que nadie se fijara especialmente y más seguro que la invisibilidad en lugares con tanto bullicio y ajetreo como lo era Anestia en esa época. Siempre podías chocar con alguien.

Salieron y se perdieron por las callejuelas más oscuras de la ciudad.

La noche había tejido su manto sobre la ciudad, pero el ajetreo estaba lejos de parar.

En las plazas y avenidas el entretenimiento de juglares, trovadores, buhoneros, titiriteros y actores callejeros, se entretejía con las más sutiles artes de ladronzuelos, timadores, falsos videntes y demás rufianes y faranduleros conscientes de la actividad monetaria de la que intentar pillar tajada en los próximos días.

Llegaron a su nuevo destino. Era un local destartalado. La propietaria, una vieja amargada con un ojo estrábico que los miró con desconfianza mordió la moneda que le dio Braam para asegurarse de que no era falsa.

Las habitaciones eran pequeñas pero luminosas, y según un marinero del puerto preparaban el mejor guiso de pescado de toda Pabsha. Y lo mejor de todo, la mujer no mostró interés alguno en saber sus nombres.

Las ventanas daban al callejón y a un paisaje de tajados.

Forkas le hizo un gesto a Braam

—Negrero —contestó.

Braam roció con el mismo polvo avisador la lámpara de gas de la habitación. Urdió un hechizo ralentizador sobre la puerta, así cualquiera que entrara sin permiso se movería a una cuarta parte de la velocidad normal y tejió un hechizo silenciador por toda la habitación para evitar ser escuchados.

—Bien, ya estamos cómodamente instalados —dijo Braam soltando un bufido al ver la precariedad de la habitación.

Dos pequeños camastros anclados al suelo, con dos colchones que parecían más viejos que la propia posada una pequeña mesa que soportaba la lámpara de gas y un armario desvencijado que se inclinaba como si quisiera abrazar al suelo eran las únicas comodidades de las que disponían.

—Venga Braam, en peores tugurios hemos encontrado gloria.

—No estoy yo muy segura de eso —dijo de repente una voz a sus espaldas.

La reacción de Braam fue casi inmediata. Se giró dispuesto a abalanzarse sobre la voz que había sonado donde hacía un segundo no había nadie, desprendiéndose de su forma humana por un breve instante pero Forkas, más rápido se interpuso entre la él y la voz.

—¿Un Lorkiano? —exclamó la voz— ¿un puto Lorkiano?, ¡joder Forkas!, ¿no puedes avisar o qué?

—Dijo la que siempre aparece de repente —respondió—, además nada más lejos de mi intención que estropearos la sorpresa… Lady Katrina.

—Quiero que conozcas a mi buen amigo Braam, cuyo nombre y sobre todo, temperamento —dijo forkas enfatizando— era legendario ya en los cantos de la mitología gorkiana.

Braam por favor saluda a Lady katrina, cuyas hazañas, robos y escapismos imposibles son la base de las canciones de los juglares de los nueve reinos.

Braam observó entonces a una joven alta, espigada, con una larga trenza morada y unos ropajes negros tan ajustados que parecían más una segunda piel, enfundadas en unas botas hasta las rodillas y una capa anudada al cuello de un color verde desvaído.

Llevaba unas dagas dobles de tres filos de acero de Minatra y, por su postura entendió que sabía usarlas. Braam observó el perfecto equilibrio en el que se mantenía la desconocida a pesar de que lo que para muchos sería una visión infernal, acababa de intentar abalanzarse sobre ella. Un pie delante del otro, la rodilla de atrás flexionada, con el peso cargado sobre el pie trasero, el brazo izquierdo flexionado sosteniendo la daga con la muñeca girada pegándola a su antebrazo y el derecho estirado y firme, con la otra daga como una extensión de su propio cuerpo apuntando a los ojos de Braam.

—¿Voy a necesitar hacerme unas dagas de hierro? —le preguntó.

—De ti depende, pero ni eso te salvaría.

Sin dejar de mirarle a los ojos Lady Katrina abandonó su postura defensiva poco a poco y guardó las dagas en uno de los pliegues de su capa.

—Bien, ya sabía yo que os llevaríais bien en seguida. Bueno, tenemos poco tiempo y mucho que hacer, así que a trabajar. La boda es dentro de cuatro días.

—¿Se supone que vamos a hacer lo que creo que vamos a hacer? —preguntó Katrina.

—Bueno —dijo Forkas— si crees que vamos a entrar en las mazmorras de la Fortaleza Negra, acabar con los guardas que haya por aquél pozo infernal, sacar de la más recóndita celda al rey de Malib, evitando así que su hija se despose con el príncipe negro que la tiene coaccionada por amenaza de muerte de su padre y conseguir que no se anexione los ejércitos de las provincias de Pabsha que lo convertirían a él y al sanguinario rey Tosher en unas huestes prácticamente invencibles… pues sí, es exactamente lo que vamos a hacer.

Braam soltó un bufido. Largo. Muy largo.

—¿Y cómo se supone que vamos a entrar en las mazmorras?

— Eso, mi querida Kat, es precisamente lo que tú tienes que descubrir.

—¿Sólo eso?, ¿encontrar una vía de entrada para tres personas…? —Katrina miró a Braam— perdón, ¿dos personas y un jodido ente infernal, sin ofender vulnerable al hierro, en unas mazmorras…? Repito: ¿vulnerable al hierro en unas mazmorras? ¿De la fortaleza más inexpugnable que jamás fue construida hasta llegar a la zona más oscura y putrefacta?

—No —respopndió Forkas— encontrar una vía de entrada para dos personas, un jodido ente infernal, sin ofender, vulnerable al hierro en unas mazmorras de la fortaleza más inexpugnable que jamás fue construida hasta llegar a la zona más oscura y putrefacta… y encontrar una vía de salida para las mismas dos personas, el jodido ente infernal no ofendido y un viejo que debemos suponer estará débil, decrépito y mal nutrido.

Silencio.

Esta vez Braam y Katrina lanzaron el bufido al unísono.

—Braam y yo nos ocuparemos del resto.

Los tres días siguientes Braam y Forkas se dedicaron a sobornar a varios ladrones para iniciar peleas para atraer a la guardia. Sobornaron a varios de esos guardias con la excusa de buscar un buen sitio para presenciar la boda y así recabaron información sobre la disposición de la guardia, tiempos de reacción y cadena de mando.

Comprobaron la viabilidad de diferentes rutas de escape de la ciudad. Exploraron los campos, granjas y huertos de los alrededores, guardaron comida, armas y ropajes en varios puntos de las distintas alternativas de huida que se les ocurrieron

En esos tres días no supieron absolutamente nada de Lady Katrina.

—¿Aparecerá? —preguntó Braam.

—Sí, a su manera, pero lo hará.

Estaban sentados en los camastros. La noche había alzado su negro manto y la habitación se encontraba en penumbra con la escasa luz proveniente de la lámpara de gas.

De repente la luz de la lámpara aumentó de intensidad hasta alumbrar por completo la habitación.

Braam y Forkas se miraron. Braam se levantó, abrió su baúl, cogió la piedra del monte Imán con la que tejió el hechizo y la puso sobre la palma de su mano. La piedra no paraba de girar sobre sí misma.

— Soldados —dijo.

—¿Seguro?

— Por la actividad de la piedra, la cantidad de metal que ha entrado en la habitación corresponde a espadas, armaduras, cotas de malla… una patrulla al completo.

—¿Qué les preparaste?

—Digamos que no deberían haber entrado.

—No tardarán en venir, nos vamos, buscaremos otro sitio para pasar la noche, mierda, ya deberíamos saber algo de Kat. Coge sólo lo que necesitemos, lo demás déjalo.

Salieron a la noche. Allí una figura esbelta, encapuchada y con actitud paciente les esperaba.

—Vaya, creí que no saldríais nunca, vamos lentorros, seguidme, si aún lo quieres hacer tiene que ser ya.

Forkas asintió.

Lady Katrina echó a correr hacia el oeste.

—Espera —dijo Forkas—. La Fortaleza Negra está hacia el norte.

—La Fortaleza quizá, la entrada a las mazmorras no.

Según ascendían la colina de Griyón, Katrina les explicó lo que había averiguado.

Cuando el primero de los Acruria, el rey Krom, conquistó Anestia destruyó el palacio del rey durante el asedio, el ahora conocido como Bastión Caído. Decidió no derruirlo por completo y mandó construir la Fortaleza Negra para que sus ruinas fueran testigo mudo de su victoria ante aquellos que aún eran fieles al antiguo rey. La calle de los heraldos une en una larga línea recta entre las dos colinas ambos fortines.

Cuando Krakem el sanguinario subió al trono lo hizo tras derrocar a su padre, al que encarceló en las mazmorras de la Fortaleza. Éste rey de naturaleza paranoica se preparó para no sufrir la misma suerte que su padre y mandó construir un pasadizo subterráneo que uniera el Bastión Caído con las mazmorras de la Fortaleza. Luego ordenó el asesinato de todos aquellos que trabajaron en esa obra para ser el único sabedor del secreto. Y al final de sus días se supone que cada rey de la casa de los Acruria transmite ese secreto a su heredero para prevenirle de una posible traición.

Llegaron a las puertas del Bastión Caído.

Lady Katrina se deslizó hacia un rincón de la muralla sur, allí una cuerda colgaba desde una ventana a unos doce metros de altura a lo largo de la piedra hasta el suelo.

—Arriba, hay que trepar hasta allí y luego subir hasta la torre sur, allí está la entrada.

—¿Subir a la torre para bajar a las mazmorras? —preguntó incrédulo Forkas.

—Astuto, ¿verdad? Cuando entremos procurar no alejaros de mi, aquello es un auténtico laberinto. Llevo tres días ahí metida y aún hay pasadizos que no conozco.

—¿Hay hechizos de protección? —preguntó Braam.

—Sí, y algunas otras sorpresas, digamos que el rey Krakem se intentó asegurar de que si alguien encontraba la entrada por casualidad el secreto siguiera a salvo. Así que ir por donde yo voy y pisar por donde yo piso.

Escalaron el muro hasta la ventana, Lady Katrina recogió las cuerdas que había dejado preparadas y se internaron en el Bastión Caído, se dirigieron hacia la torre sur y entraron en el pasadizo hacia las mazmorras.

Lady Katrina se paraba cada pocos metros indicándoles las trampas mecánicas que debían ir evitando, y informando a Braam de los hechizos protectores para que los fuera deshaciendo o contrahechizando. Así tras lo que pareció una larga caminata llegaron a las mazmorras en sí.

—Desde ahora guardar silencio, a partir de este punto ya no hay trampas, pero podemos toparnos con una patrulla de guardia —dijo Katrina.

En las mazmorras reinaba la más absoluta oscuridad. Katrina se guiaba por un plano que solo estaba en su memoria. A medida que avanzaba deslizaba la mano por los fríos muros, contaba puertas y pasadizos y giraba cuando debía hacerlo, hasta que al fin se detuvo delante de un vano en el que debía haber una escalera que descendía. Tanteó el suelo; había un escalón de piedra húmedo y resbaladizo y otro escalón a continuación. Esa era la escalera. Sigilosos bajaron los peldaños y giró una vez a la derecha y dos veces a la izquierda. Oyeron voces al internarse en un corredor, donde la luz titilante de una antorcha colgada en la pared teñía la oscuridad con brillos anaranjados. Frente a la antorcha se iniciaba otro corredor en el que según sus cálculos podría haber entre dos y diez guardias vigilando una celda situada al final del pasadizo.

Se aproximaron despacio a la luz y a las cercanas risas, se detuvieron a escuchar para detectar con mayor precisión a cuántos hombres tendrían que enfrentarse.

Se volvió hacia Forkas y le enseñó las palmas de las dos manos completamente abiertas. Diez. A continuación otras señas. Seis y cuatro. Luego se señaló a sí misma y al fondo del pasadizo.

Forkas asintió.

Katrina echó a correr. Unos segundos después Forkas y Braam sacaron sus armas y la siguieron.

Casi tropezó con los primeros seis. Sentados en el suelo unos delante de otros, los guardias se recostaban en la pared con las piernas estiradas. El corredor apestaba a algún tipo de licor que habían llevado a las mazmorras para pasar el rato durante la vigilia. La mujer pasó delante de ellos como una exhalación, dirigiéndose a los cuatro guardias que también sentados se hallaban junto a los barrotes de la celda situada al final del corredor.

Forkas y Braam aparecieron justo en el momento en el que los primeros guardias salían de su estupor. Acabaron con los dos primeros antes incluso de que se levantaran. A otro Braam le aplastó contra la pared de un mazazo en el pecho al incorporarse mientras Forkas cercenó la cabeza de otro de ellos con su espada.

Los dos restantes lograron desenvainar la espada, uno lanzó un golpe torpe a la cabeza de Braam, que lo detuvo fácilmente levantando las manos y asiendo la maza, con ambas manos. Forkas apareció por debajo de su axila y ensartó su espada en pleno plexo solar del soldado. Lo último que vio el último de los seis guardias fue una enorme maza dirigiéndose hacia su cabeza.

Katrina lanzó una daga con cada mano cuando vio que los guardias intentaban levantarse, las dos hicieron blanco y dos de los soldados cayeron.

Los otros dos desenvainaron sus espadas.

—Alto ahí seáis quienes seáis —dijo uno. Segó el aire con la espada en un gesto de advertencia.

El otro arremetió contra Katrina, que se agachó y esquivó la estocada, acto seguido giró sobre sí misma y le propinó un golpe en la sien. El guardia se desplomó en el suelo.

El otro guardia, más inteligente, soltó su espada y levantó las manos.

Katrina miró a Braam.

—¿Querrías…?

Braam se acercó al guardia, lo agarró del cuello y lo estampó contra la pared. Cayó inconsciente.

—Gracias —dijo Katrina.

—Siempre un placer.

Forkas se dirigió a la celda para escudriñar el oscuro interior a través de las rejas. Distinguió una figura acurrucada contra el muro del fondo encadenada a la pared por las muñecas con argollas de hierro. Cogió la antorcha de la pared y la acercó. La luz dio de pleno sobre el prisionero. Tenía el cabello verde, muy corto, la tez blanquecina y los ojos violetas. No cabía duda, aquél hombre era un malibiano.

Forkas vio a Katrina acercarse a la celda, el malibiano gimió. Forkas pudo ver las ropas desgarradas y sucias del prisionero y oyó el tintineo del juego de ganzúas de Katrina al entrechocar entre sí. Le habría gustado quedarse para ver cómo abría la puerta y las argollas pero no tenían tiempo, así que se dirigió a corredor por donde habían venido para asegurar el perímetro.

—Deprisa —dijo—, no tenemos mucho tiempo.

Los guardias apostados en las celdas daban parte al oficial de guardia de las mazmorras, que pasaba la información a la guardia de retén. Ésta, a su vez, la transmitía al oficial de guardia del castillo, a quien también informaban tanto la guardia nocturna, como la guardia real, la de las murallas y la de los jardines. En el momento en que uno de los oficiales notara la ausencia del otro, se daría la voz de alarma, y todo saldría mal si para entonces no se habían alejado lo suficiente.

Katrina se inclinó sobre las argollas y rebuscó en su juego de ganzúas. Eligió una y la acercó a la cerradura. Una pequeña chispa azul brotó de las argollas.

—¡Espera! —gritó Braam.

Se acercó a las argollas y las estudió con detenimiento.

—Astuto. Muy astuto —murmuró.

—¿Qué ocurre Braam? —preguntó Forkas

—Las argollas. Poseen un conjuro. Si las abrimos sabrán que estamos aquí.

—¿Puedes deshacerlo?

—No sin que sepan lo que estoy haciendo, de ahí la astucia del ardid.

—Kat —dijo Forkas— con el rey en ese estado no podemos salir por donde hemos venido. Tardaríamos demasiado.

—La otra salida es por el jardín, pero esa está custodiada por la guardia del castillo, no por esta pandilla de matones inútiles —dijo señalando a los guardias caídos—. Y además nos estarán esperando.

— Tendrá que ser por las duras —dijo Forkas mirando a Braam.

A Katrina le pareció ver una leve sonrisa en el rostro de Braam. Abrió las argollas que empezaron a brillar con luz azulada y el malibiano se desplomó. Braam lo agarró y se lo echó sobre los hombros como un fardo.

Echaron a correr.

En la sala del trono el mago del rey se acercó a Lord Frigam, el Príncipe Negro. Lo miró y asintió levemente con la cabeza.

—¡Capitán! —bramó.

—¿Mi señor?

—¿Están los hombres que os dije que apostarais en los jardines preparados?

—Sí mi señor.

—Bien, que los hombres que custodian las almenas se les unan. No quiero que escapen.

—Pero señor…

—Sin discusiones capitán, los quiero muertos, a todos. Sobre todo a Forkas. Lord Ethanar pagará por su traición.

—Sí, señor.

La mayoría de los guardias no les causaron dificultades. Cuando conseguían acercarse sigilosamente o si estaban reunidos en grupos pequeños, ni siquiera se percataban del ataque. Sin embargo, enfrentarse a la guardia del castillo que estaban apostados en la salida de las mazmorras fue un poco más complicado porque había quince hombres de servicio defendiendo la estancia.

—¡Alto en nombre del rey! —gritó el oficial de guardia—. ¡Tirad las armas!

Un silencio tenso recorrió la sala.

—¿Puedo despojarme ya de estos ropajes? —dijo Braam.

—Sé feliz —contestó Forkas.

Se agachó despacio y dejó al rey malibiano en el suelo. Se incorporó y avanzó tres pasos en dirección a los soldados.

—¡He dicho alto en nombre del…! —el oficial de guardia se quedó mudo.

Braam lanzó un grito al aire y se transformó tal cual era, su envergadura creció hasta alcanzar los dos metros y medio, los ojos se volvieron rojos y se alargaron, la piel se convirtió en una especie de capa escamosa de color verde con manchas violáceas, dos pequeños cuernos crecieron a ambos lados de la cabeza, sus piernas se convirtieron en algo parecido a unas pezuñas y sus manos en dos grandes zarpas de uñas afiladas. Dos espadas llameantes aparecieron como de la nada.

Los guardias no tuvieron ni una sola posibilidad, en unos pocos segundos no quedaban sino cuerpos mutilados con las partes esparcidas y regueros de sangre salpicando las paredes de la estancia.

Salieron al jardín por la puerta de las musas.

Y entonces todo se echó a perder.

Más de un centenar de guardias equipados con casco, armadura y afiladas lanzas les esperaban en formación; flanqueándolos por ambos lados más de sesenta arqueros esperaban la orden con los arcos en tensión y las flechas preparadas para la masacre. Rodeándolos, cinco magos se habían colocado formando entre ellos los vértices de la estrella de Randolph.

Un silencio tenso roto tan sólo por el discurrir del agua en las fuentes se adueñó del jardín.

—¿Y ahora? —preguntó Katrina.

—Braam, ¿los magos…?

—Forman un escudo mágico protector, toda la formación está ahora bajo el influjo del escudo, ningún hechizo puede alcanzarlos.

El oficial de guardia se dirigió a ellos:

—Lord Ethanar, usted y su grupo han sido sentenciados a muerte por alta traición.

Entonces una voz habló en la cabeza de Forkas: «Ahora amado mío».

—¡Cerrad los ojos!, ¡no los abráis pase lo que pase!, ¡por vuestra vida!

Forkas se abalanzó sobre el viejo rey y escudó los ojos éste con sus manos.

Una figura apareció de la nada, flotando sobre el aire y se posó en el suelo. Empezó a brillar, con una luz cálida, hipnótica que fue ganando intensidad poco a poco. Siguió brillando y brillando hasta que la luz casi les atravesaba los párpados. Se protegieron los ojos uno con las manos, otro con el antebrazo y aún así la intensidad parecía estar cegándoles.

—¡No los abráis! —gritaba Forkas.

Todo terminó en una explosión de luz casi tan rápido como había comenzado.

Katrina fue la primera en abrir los ojos y no pudo reprimir una exclamación de sorpresa.

—¡Mirad! —dijo.

Los magos… estaban petrificados. Tenían los labios azules, los miembros rígidos y la mirada congelada. Delante de ellos, los guardias, los arqueros yacían muertos; todos ellos, con los labios azules, los rostros mortecinos y todos ellos con expresión horrorizada en sus gestos.

—¿Pero cómo…? ¿Quién…? —dijo Katrina.

—Ella —dijo Forkas.

Braam y Katrina miraron a Forkas. Tenía la mirada fija en un punto, siguieron su mirada y la vieron.

En lo alto de la torre se vislumbraba la silueta de una esbelta mujer, voluptuosa, el viento jugaba con la tela de su vestido, largo, hasta los pies abierto hasta la cadera por ambos lados, dejando ver unas piernas de una perfección casi sublime. Sobre el horizonte, su pelo de un color rojo tan vivo como el fuego destacaba como el sol en la hora del ocaso.

—¡Por las barbas de Kignun! —dijo Katrina—. ¿Ella es…?

—Sí —respondió Forkas—. La bruja de Bélem.

—No sabía que las brujas tenían el poder necesario para abatir así a un ejército.

—Y no lo tienen —respondió Braam.

—¿Y entonces cómo…?

—Los magos —dijo Forkas sin dejar de mirar a la mujer de la torre.

Katrina entonces lo comprendió. Los magos habían alzado un escudo protegiendo a la formación con sus propias fuerzas y hechizos, pero si éstos caían bajo el influjo de otro poder… lo pasarían a la formación como si fuera el suyo propio.

—Tenía entendido que las brujas no se preocupaban de los asuntos humanos —dijo Katrina—, bueno a no ser que…

Forkas saludó a la bruja con un asentimiento de cabeza. «Yo…», pensó, «yo también, amor».

Ella sonrió e inmediatamente después desapareció.

Una lágrima rodó por el rostro de Forkas.

—¿Nos vamos? —dijo Braam.

Salieron del castillo. Llegaron a las afueras de la ciudad sin contratiempos, allí tenían los caballos preparados.

—Ya empieza a correr la noticia entre las gentes de la ciudad.-dijo Forkas- No habrá enlace real. Hemos logrado detener de momento las ansias de expansión del Rey Negro, pero esto no acaba aquí. Nos esperan más batallas antes de librarnos de la plaga que va esparciendo por el mundo conocido. Espero que nos veamos en ellas como aliados amigos míos.

Forkas extendió la mano.

—Que así sea —dijo Braam, y puso su mano encima.

—Que así sea —dijo Katrina, y juntó la suya.

Partieron. Cada uno en una dirección. Cada uno con una esperanza.

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Comentarios

  1. levast dice:

    El relato más aventurero, de misiones y de dungeons, muy dinámico, pero da la sensación de que la mejor aventura es la que va a continuar, la que se ha quedado en el teclado.

  2. SonderK dice:

    muy bueno, adictivo e intrigante, si no lo escribieras in extremis seria, como no, de mucha mas calidad.

  3. marcosblue dice:

    Eres un gran generador de historias, ya te lo dije una vez. Para mí eres uno de los que más-o el que más- complica los argumentos, eso tiene el encanto de que tus relatos sean trepidantes, y tiene el problema de que hay que buscarles resolución, lo cual supone un reto. Te has atrevido-sigue atreviéndote, por favor- y a mí me parece que lo has conseguido, es un relato muy rico en imágenes y que se lee a sorbos, que te lleva a través de la peripecia. El final lo encuentro «urgentemente terminado» porque, supongo, te habías tragado las diez páginas, suele pasar. Me ha gustado mucho, tu gran imaginación lógica es adictiva.

  4. Pablo dice:

    Leí hasta la mitad, y no porque me haya parecido malo, tu forma de narrar me gustó. Me hizo sentir cómodo con la historia, la cual es atrapante, pero lo que me hizo dejar de leerla fueron todos los indicios en que te basaste muuucho en Canción de Hielo y Fuego. Los nombres, la descripción de los lugares, y hasta los «nueve reinos» Fueron cosas que me dijeron, ¡basta!, no quiero leer esto. Me desconcentraba de lo que leía, cada vez que aparecía un nombre decía «Oh, puede ser solo coincidencia». Pero no. Me terminé dando cuenta que exprimiste de más la «inspiración» de George R.R Martin.

    Corregí eso, y espero que mejores

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