Ir directamente al contenido de esta página

La escalera

por

Javi tiene muchas ganas de conocer el mundo que hay fuera de los muros de su casa. Pero existe un problema. Javi está enfermo. Afortunadamente el doctor dice que su recuperación está en marcha, aunque no alivia los años encerrado entre hospitales y su hogar. 

El jardín de su casa está cubierto por las últimas nevadas. Su madre le está vistiendo con ropa de abrigo para que pueda salir a jugar… solo, como siempre. Pero no le importa. Se ha acostumbrado a usar su imaginación para divertirse.

Sale corriendo al jardín para tirarse sobre la nieve. Su madre está en la casa gritándole para que tenga cuidado y evite constiparse. Todo es de color blanco. Su columpio preferido está cubierto por el hielo y la nieve. El árbol que crece en su jardín está desnudo de hojas, quieto, casi parece muerto. El muro que rodea su casa es muy alto, dejando a la vista los tejados de las casas que rodean la suya, y éstos también están cubiertos por la blanca nieve.

Cerca del árbol está la casita de madera que el padre de Javi construyó para sus juegos. Es una casita pequeña pero acogedora, en la que Javi pasa muchas horas. Es su lugar privado, su laboratorio. Allí es donde está desarrollando su plan. Un plan que le llevará hasta lugares asombrosos.

Corre hasta su laboratorio. Antes de entrar por la puerta se asegura de que nadie está espiándole. Desactiva la trampa «anticuriosos». Ha desarrollado un ingenioso sistema para evitar que alguien pueda entrar a curiosear. Con un cordel, unas maderas y un despertador con forma de gallo ha fabricado una alarma muy ruidosa. Javi sabe que funciona porque ya la ha probado. Y sabe que es infalible porque todavía recuerda el ruido insoportable que hace el despertador cuando suena la alarma. Durante mucho tiempo ese fue su despertador y llegó a odiarlo con todas sus ganas.

El interior de la casita está forrado con un papel azulado con dibujos de nubes y un gran sol. Javi está fascinado con las nubes. Se pasa horas mirando al cielo intrigado por las nubes y sus formas. Quiere llegar  hasta ellas. Quiere saber quién las forma y quién les da forma. Pero Javi tiene más preguntas. ¿Qué hay por encima de esas nubes? ¿Qué hay más allá del cielo azul? Y sobre todo ¿Por qué últimamente las nubes han dejado de tener formas divertidas? Su padre se lo había explicado en más de una ocasión. Le habló del espacio exterior, de la Luna, del Sol, de los Planetas… pero aquello no le convencía del todo. Javi tiene la intuición de que allí hay algo más de lo que los adultos le cuentan.

Su gran plan tiene un gran objetivo… visitar el cielo y salir de dudas. Javi no puede dormir por las noches, no deja de pensar en los misterios ocultos que puede encontrarse en el cielo.

Como sabe que no puede jugar con fuego ni con nada parecido descartó la posibilidad de usar un cohete. Tampoco puede usar un avión porque no sabe pilotar. Un coche tampoco llegaría. Por eso ha ideado un plan magnífico y simple. Va a construir una escalera que le lleve hasta lo más alto. Javi está satisfecho, es un plan de genios. Está convencido de su éxito. 

Durante mucho tiempo ha estado recopilando lo necesario para iniciar su aventura. Todo lo que necesita lo ha llevado hasta su casita de madera sin que sus padres lo supieran. Lo primero son los materiales de construcción. Recogió todo aquello que podía amontonar para hacer los escalones de la escalera. Tiene de todo, grandes cajones de madera, todo tipo de juguetes resistentes y montones y montones de bloques de construcción de Lego y Mecano. A él siempre le ha encantado construir cosas. Sabe que tiene que hacer una base fuerte y resistente para que aguante el peso. Javi no es un chico descuidado. Tiene que tener cuidado porque no desea que su mamá se preocupe.

También era consciente de que iba a necesitar más cosas para su viaje. Ha cogido algo de comida como barritas de chocolate, donuts, chicles, una sopa de verduras que ha hecho su madre, para que no diga que no come sano, agua… También lleva una linterna, una cuerda y alguna cosa más.

Mete todo en su mochila. También tiene que meter los bloques de construcción necesarios para ir avanzando según vaya construyendo la escalera. Carga hasta arriba su mochila con la comida y los bloques. Pesa mucho pero sabe que la carga se aliviará mientras avanza.

Por la parte de atrás, la casa tiene un pequeñito jardín con un montón de juguetes viejos y rotos. Es un sitio perfecto para empezar. Su pequeño jardincito queda oculto a miradas indiscretas porque está rodeado por la casita, el árbol del jardín y el muro que rodea su hogar.

Lo primero que hace es construir la base necesaria para la escalera. Usa todo tipo de trastos grandes y fuertes para soportar su peso. Hace mucho frío y le cuesta moverse. Limpia la nieve del suelo para hacer que su estructura esté bien asentada. Javi se agota con facilidad debido a su enfermedad, pero a él le da igual. Sabe que los niños tienen fuerzas de sobra.

Cuando la base está construida empieza a juntar los bloques de construcción. Uno detrás de otro, poco a poco, con paciencia.  Es muy cuidadoso. Tiene que usar varios para ir subiendo y que pueda caminar por ellos. No quiere que la escalera se rompa. Cuando la escalera va tomando forma Javi se detiene. Tiene que dejar escrita una nota para que su madre no se preocupe por su marcha. Retrocede hasta su casita y escribe en un papel con letras grandes: «Mamá, no te preocupes, en seguida vuelvo. He salido a ver las nubes. Un beso muy fuerte para ti y para Papá». Con unos cuantos lápices de colores dibuja una gran sonrisa. Javi piensa que los colores y los dibujos gustan a todos y que es la culminación perfecta para una nota.

Todo listo. «Esto está en marcha», piensa Javi.

Un bloque tras otro y la escalera va ganando en altura. No es consciente del paso del tiempo. Está sumergido en su plan y en la elaboración de la escalera. Nada de lo que pase a su alrededor puede afectarle.

Las nubes están cada vez más cerca. El cielo se acerca. Es precioso. Debido al invierno el color gris está presente en todo su esplendor. Javi sabe que por encima de esa capa está el color azul que tanto le gusta y que las nubes están justo ahí.

Se detiene a descansar porque está haciendo un gran esfuerzo. Rebusca en su mochila y saca una cantimplora con agua. Bebe despacio. Hace mucho frío, pero está bien abrigado. Mira a su alrededor. «¡ESTOY MUY ALTO!» Exclama. Tiene una primera impresión de cierto miedo pero se calma y busca en su interior la valentía que necesita para seguir con su escalera hasta el final.

De repente, justo en el momento en el que va a continuar la marcha, escucha unas palabras a sus espaldas.

—Perdona, ¿nos podrías dar un poco de agua, por favor?

Javi se gira y se encuentra con un pájaro junto con otros tres pajaritos más pequeños. Era una mamá con sus crías.

Mamá pájaro vuelve a preguntarle. Javi está paralizado por la impresión porque se supone que los pájaros no hablan. La mamá pájaro parece que le lee el pensamiento con sus nuevas palabras.

—Ya sé que no estás acostumbrado a escuchar hablar a los pájaros pero es que esto es una emergencia. Mis pequeñines tienen sed. Vamos muy retrasados con la migración hacia el sur y estamos volando mucho sin descansar.

Javi coge su cantimplora y vierte un poco de agua en el tapón de ésta para que los pajaritos puedan beber. También le da un poco a Mamá pájaro. Javi pregunta.

—¿Por qué el retraso en tu viaje, Mamá pájaro?

—Porque mis pequeños no hacen más que pelearse todo el viaje. Ya no sé qué hacer con ellos. Estoy desesperada. Intento que se quieran pero es imposible.

Javi mira a los pequeñines con cara de enfadado.

—Vosotros, ¿por qué no hacéis caso de vuestra madre?

Los poyuelos se sobresaltan y observan a Javi atentamente. No habían visto a nadie tan enfadado como está él. Uno de ellos se atreve a contestar.

—Nos peleamos por saber cuál es el más fuerte.

Javi suspira con paciencia.

—En mi mundo todos nos peleamos por saber cuál es el más fuerte. Vosotros ya nos habéis visto. Estamos todo el día pegándonos entre nosotros. ¿De verdad queréis ser como nosotros? No os habéis planteado que la persona, perdón pájaro, que está a vuestro lado es la que os puede ayudar el día de mañana. Vuestra forma de comportaros es lo que está desquiciando a vuestra madre, que sólo piensa en vuestro bien. ¿No os dais cuenta de que estáis en un lío? ¿No tenéis frío? Debéis ser más listos y conseguir trabajar en equipo para llegar a un sitio más caliente para poder vivir.

Javi dice estas palabras tan convencido que los tres pajaritos parecen hacer caso. Parece que se han dado cuenta de su grave error. Miran a su madre y los tres dicen al unísono:

—Lo sentimos mamá.

Mamá pájaro se queda inmóvil. Es como si las palabras de Javi hubieran hecho un efecto mágico en sus hijos. Ella mira a al chico y le da las gracias. Reanudan su vuelo en busca de un clima mejor para pasar el invierno.

Javi continúa su andadura. Coloca bloque tras bloque. Sube y sube. De repente se da cuenta de que ha llegado hasta las nubes. Observa que a sus pies ha quedado el cielo gris y que sobre su cabeza hay un manto blanco de nubes que parecen algodón. Sube un poco más y decide dar un gran paso. Deja la escalera e intenta andar sobre las nubes. Al principio duda de que sea una buena idea pero quiere arriesgarse. Sabe que puede caer al vacío. Cuando pisa sobre la nube es como si flotara pero no está cayendo, todo lo contrario. Con cada paso las nubes se juntan unas encima de otras para hacer un suelo firme sobre el que caminar.  Todo a su alrededor es una alfombra blanca. Sobre él está el cielo azul junto con el sol. No hace ni frío ni calor. Una sensación de felicidad le recorre el cuerpo. Ha logrado llegar hasta donde él quería.

A lo lejos le parece ver una casa de madera y hierro. Comienza a caminar hacia allí. A medida que avanza se da cuenta que de la casa proviene un sonido estruendoso parecido al de una máquina.

Camina y camina cuando una voz sale del suelo:

—¡Qué daño! ¡Que me estás pisando!

Javi se sobresalta y se aparta. Mira al suelo de nubes y de repente surge una figura. Es una especie de muñeco de trapo, con el pelo naranja de punta. Sus ojos son dos grandes botones y su boca dos grandes trozos de cordel negro. Viste una camiseta a rayas y unos pantalones de pana. Está dolorido en su mano. Javi le acaba de pisar.

—Perdona, no me he dado cuenta de que estabas tirado en el suelo —dice Javi.

—Estoy tirado donde me dejaron. Esperando a que pase mi dueño y me recoja de una vez —gruñe el muñeco de trapo.

Javi se presenta y observa con atención al muñeco. Parece sucio y tiene muy malas pulgas, para ser un muñequito adorable de trapo.

—¡No me mires así! Estoy cansado de que la gente me mire como si fuera cariñoso y amable, porque se supone que es así como tengo que ser. Yo odio a todo el mundo. La gente no me gusta y los niños mucho menos. Mi dueño me dejó aquí hace mucho, mucho tiempo. Y no ha vuelto a por mí. No le culpo, la verdad. Pero me fastidia tener que estar aquí sentado esperando a que vuelva a por mí porque se supone que eso es lo que tengo que hacer.

—Pues vente conmigo. Me dirijo hacia aquella casa de madera y hierro. Si tanto te fastidia estar aquí sentado, ven. Seguro que nos lo pasamos bien. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—Cochino. No hagas ni una sola broma sobre mi nombre. Voy contigo, pero que conste que no me caes bien. Te odio.

—Sabes, creo que esto es el inicio de una gran amistad.

—¡Cállate y camina!

Los dos siguieron hacia la casa de madera y hierro. Según avanzaban el ruido era más y más fuerte. Cuanto más cerca están mejor se puede ver su forma. Es una casa gigantesca mitad de hierro y madera, de la que sale una enorme chimenea. Tiene grandes ventanales de cristal pero parecen muy sucios como para poder ver en su interior.

Javi y Cochino se plantan delante de la puerta. Llaman varias veces pero nadie contesta. Debe de ser que el ruido impide a los de dentro escuchar su llamada. Javi decide girar el pomo de la puerta. Ésta se abre y deja al descubierto el interior de la estancia. Es un pequeño salón con sus muebles viejos de madera cubiertos de polvo. A mano derecha había una puerta que estaba abierta que daba a otro lugar. Javi y Cochino deciden entrar dentro. Caminan despacio para fijarse mejor en la habitación. Cochino se adelanta y mira por la puerta abierta de la otra estancia. Llama a Javi alarmado.

—¡Mira!

La otra habitación es una gigantesca sala de hierro en cuyo centro se ubica una máquina enorme de vapor. La habitación ocupa varias plantas hacia arriba y hacia el sótano. A un lado hay montones y montones de carbón. Un hombrecillo pequeño vestido con un mono azul y una gorra  corre a lo largo del lugar.

De la puerta donde están Javi y Cochino desciende una escalera hacia el piso en el que el hombrecillo desarrolla su actividad.

Una vez que llegan el hombrecillo se detiene porque los ha visto. Se lleva un susto monumental. Por allí no pasa casi nadie y no está acostumbrado a la presencia de otros seres.

—¿Quiénes sois? —pregunta el hombre del mono.

—Soy Javi y él es Cochino. Disculpa si te hemos asustado. Pasamos por aquí y queríamos saber qué era este lugar. Tienes una máquina impresionante. ¿Verdad Cochino?

—Odio este lugar y también le odio a él.

—Me llamo Jun y soy el fabricante de nubes y ahora no tengo tiempo para vosotros. Largo de aquí.

Javí abre los ojos ante la sorpresa. Está ante el hombre que fabrica las nubes. Es un momento muy especial para él.

—¿Eres el fabricante de nubes? Es un honor conocerte. Tengo muchas ganas de saber cómo se fabrican y por qué últimamente las nubes han dejado de tener formas divertidas.

Jun no le presta atención y comienza a manejar una llave inglesa para apretar algunos pernos de su máquina

—Explícame qué pasa —insiste Javi.

—La máquina se ha roto. La ha roto el Señor del Cielo. Dice que no le gustan mis dibujos en las nubes y que nadie hace caso a mis creaciones.

—Pues el Señor del Cielo se equivoca. A mí me gustan mucho las formas de las nubes. Por eso estoy aquí.

—Mira, chico. Las nubes son una mezcla de agua y carbón junto con un componente secreto. Hay una parte de la máquina que lo mezcla todo y esa es la parte que ha roto el Señor del Cielo. El único que tiene un recambio es él, pero no me lo va a dar. Por eso las nubes ya no tienen formas divertidas. Son sólo agua y vapor. Hago lo posible aunque sé que ésto  es lo que hay.

—Pues vayamos a ver al Señor del Cielo para que te dé ese recambio. Yo quiero ver formas divertidas en las nubes. Iremos los tres juntos.

—Yo casi prefiero seguir tirado en el suelo de nubes esperando a mi dueño. Odio este lugar —Cochino no está muy a favor de la idea.

—Es inútil, chaval. Está muy convencido de ello. Yo ya lo he intentado.

—¡Seguro que yo te ayudo a convencerle! Quiero que vuelvan las nubes divertidas.

—Está bien. Yo también estoy cansado de estas nubes aburridas y sin formas. Creo que es hora de volver a intentarlo.

Jun aprieta un par de botones y la máquina se detiene. Se queda muda. El estruendo de los engranajes funcionando cesa. Mira a sus dos nuevos amigos y sonríe.

—El camino es largo pero va a merecer la pena —les dice a Javi y a Cochino.

El camino continúa para Javi, Cochino y Jun. Cochino no deja de quejarse por todo durante el trayecto. Jun ensaya qué decirle al Señor del Cielo y Javi sigue envuelto en las maravillas que le rodean. El paisaje deja de ser un amplio manto blanco para convertirse en un manto rosa, verde, azul, amarillo, rojo y un montón de colores más. El cielo también tiene árboles muy altos que se sitúan por todo el paraje. Incluso tiene montañas y grandes ríos. El cielo tiene un mundo maravilloso oculto.

Tras un largo caminar llegan hasta una especie de parque con un lago en el centro. En mitad del lago hay una gran figura gigantesca y gris de una mujer que está sentada sobre el agua. Llora y llora desconsoladamente.  Tiene una gran túnica gris que se empapa con las lágrimas que le caen de la cara. Javi, Cochino y Jun se detienen a mirar a la pobre figura triste. Javi es el primero en hablar.

— ¿Qué le ocurre señora? ¿Por qué llora?

Jun da un paso adelante y se coloca en frente de Javi.

—Ella es Invierno. El invierno es triste y por eso llora. En el Cielo cada uno tiene su papel y no puede salirse de él. Ella tiene que estar así.

—Pero el invierno puede ser divertido. Vale que hace frío y se hace muy pronto de noche, pero tiene su lado positivo. A mí me gusta la nieve para jugar. Me gusta el frío porque puedo ponerme toda la ropa que quiero. Me gusta la comida caliente. Me gustan las chimeneas. Me gusta el cielo gris porque parece que se nos va a caer sobre la cabeza.

—Puede que te guste, pero para que eso ocurra ella debe estar así hasta la llegada de su hermana, la Primavera. Primavera se dedica a cantar para que todo florezca. Luego llega la hermana Verano que hierve el agua del lago para crear el calor. Más tarde llega Otoño, la más melancólica, que pasa los días lamentándose de que le gustaría ser como sus hermanas Primavera y Otoño. Y por fin regresa Invierno que se arranca a llorar y llorar hasta que el lago vuelve a llenarse con sus lágrimas.

Cochino interviene en la conversación:

—A veces puedo oír a la pesada ésta desde el lugar en el que me encontraste. La odio. Está todo el día gimiendo y quejándose. No como yo, que soy todo lo contrario. La alegría hecha persona.

Javi se enfada. No le gusta ver a la gente triste. Ha visto a sus padres demasiadas veces tristes por culpa de su enfermedad. La gente puede ser más alegre aunque su trabajo sea triste.

—Invierno, no llores más. Dime en qué piensas para llorar tanto.

La gran figura gris se gira para mirar a las tres personas que están de pie a la orilla del lago.

—Pienso en que la gente prefiere a mis hermanas. Las quieren más que a mí. Primavera es adorada porque todo vuelve a crecer con su canto. Verano es el buen tiempo y las ganas de salir. Otoño es un momento de recogimiento. Pero yo soy la soledad y la tristeza. Todo el mundo me rechaza y desea la llegada de mis hermanas. Incluso ellas se ríen de mí cada vez que me ven.

Javi escucha atentamente las palabras de la mujer gris. Se adentra en el lago y nada hasta su lado. La mujer gris lo recoge del agua y lo sube con su mano hasta la altura de su cara. Javi habla.

—Ya te he dicho que el invierno me encanta. Tienes un montón de tiempo para hacer cosas. Míralo por este lado. Primavera es una pesada cantarina que trae consigo las alergias. Verano es la que trae el calor insoportable, el sudor y las ganas de no hacer nada. Y Otoño es la más pesada de todas porque hace que se caigan las hojas y no sabe qué quiere, si que siga el buen tiempo o que llegues tú para poner orden.

Invierno deja de llorar por un segundo. Se calla y medita las palabras del niño que tiene delante de ella. De repente empieza a reírse como una loca. Carcajadas y carcajadas salen de su boca. Sus ojos también se llenan de lágrimas, pero no es por la pena, sino por la risa que le ha provocado Javi. El lago sigue llenándose con sus lágrimas más y más. Jun y Cochino tienen que alejarse de la orilla porque el lago se llena sin parar. Un montón de olas se forman con la caída de cada lágrima. Javi también ríe.

—Ves. Ya no hace falta que sigas lamentándote y llorando de pena. Ahora puedes llorar de risa.

—Gracias, niño. No sabes lo feliz que me has hecho. Podré recordar tus palabras y no tendré que estar triste nunca más para llenar el lago. Gracias de verdad. Estoy deseando que llegue mi hermana Primavera para ver su cara cuando me vea reír tanto.

—De nada, y ahora debo seguir mi camino para ver al Señor del Cielo.

—Pues ten cuidado porque está muy enfadado con todo el mundo.

Javi, Cochino y Jun prosiguen sus andanzas en busca del Señor del Cielo. Jun les informa de que están ya muy cerca del castillo donde vive.

Pasado algún tiempo ven un gigantesco castillo con torres blancas. Los tres amigos permanecen en la puerta. Jun corre hasta una gran cuerda que pende de una de las paredes. Tira con fuerza y el sonido de grandes campanas comienza a sonar. Las puertas se abren y dejan ver el esplendor del interior. Todo es de color mármol. Altas paredes y cientos de personas en su interior.

Caminan lentamente por las calles interiores del castillo. La gente tiene un aspecto preocupado. No levantan la vista del suelo. Todos ellos se ignoran. Cochino se percata de esta situación.

—Es como si no quisieran hablarse. Es como si el lugar de mis sueños se hiciera realidad. Pero reconozco que no está bien. No tiene gracia ser un cascarrabias cuando todo el mundo a tu alrededor lo es también.

Jun interviene:

—Creo que sé cuál es el problema. El Señor del Cielo está cansado de este lugar. Ha transmitido su disgusto al resto de habitantes del Cielo y por eso este comportamiento general. Los días están contados para nosotros. Si el Señor del Cielo cierra este mundo todos desapareceremos con él.

Javi acelera el paso.

—Pues démonos prisa.

Llegan hasta la sala de columnas desde donde gobierna el Señor del Cielo. Él está sentado en su trono. Viste una gran túnica roja y sobre su cabeza de largos cabellos hay una corona con forma de sol.  Una voz profunda sale del fondo de su garganta.

—Marchaos ya. Dejadme en paz. Estoy cansado. No quiero recibir a nadie.

Javi nota el dolor en la voz del Señor del Cielo. Parece abatido por algo. Reúne fuerzas y comienza a hablar.

—Señor del Cielo. Hemos venido a pedir ayuda. Queremos hacer nubes divertidas como las que había antes el cielo. Sabemos que nos puedes ayudar. Te pedimos ese favor.

Un gran rugido sale de la boca del Señor del Cielo.

—¡Largo! ¡He dicho largo!

—Dime qué te pasa, Señor del Cielo. Tal vez pueda ayudar.

—No quiero hablar.

—Insisto.

—Niños. Ya no vienen niños a este lugar.

—Pero yo soy un niño.

El Señor del Cielo levanta su vista para ver a las tres figuras que tiene ante él. Es verdad que uno de ellos es un niño. El otro es su mecánico de nubes, y el tercero es el muñeco de trapo gruñón del que tanto ha oído hablar.

—Cierto, eres un niño. Hacía mucho que no venía ninguno por aquí. De hecho este lugar está pensado para ellos. Bueno, por lo menos lo estaba. Pero ahora no tiene sentido. Se supone que este era un lugar divertido, pero poco a poco los niños han dejado de venir. Cuando el hombre se hace adulto olvida este lugar y ya no puede verlo. Por eso los aviones y los cohetes no pueden vernos. Hay que ser un niño para poder estar aquí. Pero la infancia ya no quiere ser infancia. Cada día crecen más rápido y quieren ser adultos para hacer cosas de mayores. La inocencia se ha perdido y por eso ya no tiene sentido continuar con mi labor. Los lazos con la humanidad se han roto. Ahora márchate de aquí y no vuelvas.

—Pero, Señor del Cielo, yo estoy aquí porque algo me decía que había un mundo más allá de las nubes. Por eso he construido mi escalera. He llegado yo solito y tengo que decir que este lugar es lo mejor que he visto en mi vida. Además todos los que he conocido aquí están preocupados por tu actitud. Quieren seguir en sus puestos pero no saben qué va a ser de ellos. Y todo es por tu culpa.

—¡No seas insolente!

—Pero es cierto. Quiero ayudarte. Yo puedo traer a más niños como yo a este lugar. Y estoy convencido de que va a encantarles. Déjame que lo intente.

—¡Bah! Haz lo que quieras.

Javi mira a sus amigos y les pide que vuelvan hasta el lugar donde termina su escalera de bloques. Pasa el tiempo y llegan. Comienzan a descender. Llegan hasta la casa de Javi. Su madre no parece haberse percatado de su ausencia. Con rápidos movimientos sale a la calle y poco a poco llama a todos sus amigos del barrio. Tiene muchos y hace tiempo que no ha podido verlos por culpa de su enfermedad. Javi empieza a hablar sobre el Cielo y los amigos que ha conocido allí. Sus amigos no parecen creerle en un principio. Javi insiste en que le acompañen a su casa. Sus amigos van con él a regañadientes. Los lleva hasta su casita de madera y les enseña la escalera. A los pies de ésta han permanecido Jun y Cochino. Sus amigos se quedan maravillados con el muñeco de trapo que puede hablar. Javi los guía a todos a través de la escalera y llegan hasta el Cielo. Allí todos permanecen inmóviles, impresionados con las vistas. Visitan la fábrica de nubes, el lago de Invierno, el castillo del Señor del Cielo y varios sitios más que hasta entonces Javi no había podido ver. Las risas inundan y fluyen en el ambiente. El Señor del Cielo escucha el griterío desde la distancia sentado en su trono. Es un sonido que hace tiempo que no escucha. El sonido de la risa infantil. Javi ha cumplido. El Señor del Cielo va a tener que ayudarles con las nubes.

El tiempo pasa y el reino del cielo parece que recupera su esplendor perdido. Todo gracias a un chico con una idea… la de visitar el cielo más allá de las nubes.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

Comentarios

  1. levast dice:

    ¡¡Quiero para Reyes un muñeco Cochino!! Lo tendrías que patentar, Papa Noel fliparía. La escalera tiene muchas lecturas y los personajes secundarios están muy logrados. 😉

  2. laquintaelementa dice:

    El otro día se cayó el servidor cuando tenía posteado mi comentario, así que te lo dejo otra vez:

    No sé por qué siempre creas unos personajes secundarios que son mejores que los principales… Cochino es la pera limonera y la idea de las nubes me parece genial. Creo que lo resumiré un poco (another brickman in the club) y se lo contaré a mi sobrina cuando le toque pasar el sarampión 😉

  3. marcosblue dice:

    Yo creo que deberías escribir más cuentos para niños. Creo que tienes el puntito de realidad y de ternura exactos. Sé que te molesta que te diga que es tierno, pero… ¡¡Es que es un cuento muy bonito!! Y además, los niños necesitan comprender que hay que luchar. Sobre todo, contra la tristeza. Y, sobre todo, Los mayores son los que más necesitan comprenderlo. Gracias por decírnoslo.

  4. Nadia dice:

    ohhhh qué bonito, me ha encantado, ademas Cochino me ha recordado a un cerdito rosa que heredé hace añísimos del Sr. Jurado que se llama Cerdito Cochón alias guardián de los relatos, que es tb muy entrañable; aunque mi favo es Javi q salao y q aventurero. Enhorawena pr el relato!! Bechos.-

¿Algún comentario?

* Los campos con un asterisco son necesarios