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La carta del vampiro

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Creo que ha llegado el momento de leer una carta que recibí hace ya más de veinticinco años y que llegó a mí de una forma un tanto extraña. La trajo a mi casa un curioso personaje con extravagantes vestiduras que no articuló ni una palabra. En el remite aparecía el nombre de un buen amigo mío del cual hacía meses que no tenía noticias. Afortunadamente, jamás volví a saber nada de él. Me debéis perdonar si hay alguna falta ortográfica o de redacción ya que está transcrita tal y como él la hizo llegar a mi poder.

22 de junio de 1988

Querido amigo:

Te escribo esta carta para que quede constancia del terrible destino al que estoy condenado.

Mi nombre y apellidos la verdad es que nunca me dieron demasiadas sospechas, pero siempre me llamaron la atención; en este país, alguien como yo, sin pasado y que es hijo de un oficinista, es poco común que se apellide Victusanguis —algo así como «Alimento Sangre» en latín—. Mis padres me contaron que mis tatarabuelos eran unos emigrantes de origen valaco que habían venido a estas tierras en busca de una tierra con más oportunidades de trabajo. Tampoco sospeché de mi vocación por la medicina y todo lo que suponía, en especial por la cirugía. Era algo que, desde que tengo memoria, me había llamado mucho la atención: abrir y observar heridas, cerrarlas, manosear vísceras, etc. Mi ateísmo y mi forma de ver la religión siempre los he considerado normales. No es que odie la simbología religiosa sino que, en concreto, las imágenes sagradas, en la mayoría de los casos, me dan un poco de grima; eso le pasa a mucha gente… no hay por qué preocuparse. La blancura de mi cuerpo —una palidez exagerada como tú bien sabes— y el daño que me ha hecho siempre la luz fuerte en los ojos tampoco eran demasiado de extrañar: yo me consideraba medio albino.

Pero lo que nunca entendí fue el inexplicable respeto que tenían hacia mí toda clase de animales caninos. Hace quince años, en una excursión del instituto al zoológico fue increíble ver cómo, al pasar por la jaula de los lobos, todos ellos dejaran de comer, dormir o lo que estuvieran haciendo, y se pusieran en fila, de uno en uno, en una perfecta alineación que me asustó bastante. Cuando pasé de largo observé que todos volvían a sus anteriores quehaceres. ¡Imagínate cómo se lo tomaron mis compañeros de curso! Unos me empezaron a llamar «hombre lobo», otros «perro humano», otros «Supercán», e incluso hubo alguno que me cogió miedo y no se acercaba a mí por nada del mundo. A lo largo de mi vida, las experiencias que he tenido con perros callejeros han sido innumerables, como bien estarás pensando, pero nada es comparable a la aversión que me tienen ciertos animales de compañía como pájaros, hámsteres o pollitos y otros pequeños animales de granja. Muchos han muerto inexplicablemente con solo cogerlos suavemente entre mis manos.

Lo cierto es que un día, viendo una película de terror, me lo planteé seriamente: ¿acaso era yo una criatura de la noche? ¿Cuál? ¿Hombre lobo? ¿Vampiro? ¿Demonio?

Rápidamente descarté a los hombres lobo, pues la luna llena no tenía un influjo sobre mí más grande que el que tiene sobre los demás mortales. Decidí dedicarme a estudiar sobre el tema de los vampiros. Me costó mucho conseguir algo de información verídica más allá de la leyenda, lo novelesco y lo fantasioso, pero al final me enteré de algunas cosas. El poder telequinésico —ya sabes, mover objetos con la mente— que tienen todos los vampiros es real, pero únicamente cuando se ha realizado la metamorfosis que los convierte en murciélagos. Sí, éste fue el punto que más me interesó.

Leí muchas más cosas que no eran demasiado desconocidas para mí, por ejemplo: a los vampiros les gusta ver sangre aunque sólo la beben convertidos en murciélagos; suelen provenir de Europa central; se repelen con la cruz cristiana pero no son enemigos de Dios —yo, por no ir más lejos, no odio a Dios, simplemente no creo que exista—, la forma de la cruz les da cierto miedo irracional, como el pánico de un gato al agua o el terror que inspira una rata a una niña; tienen pocos glóbulos rojos en la sangre, he ahí la razón de su palidez; son razas nocturnas, como muchos animales —recuerda que son medio murciélagos—, y por eso les hace daño la luz solar, pero sólo en los ojos, es como si tú miraras directamente al sol; el sudor de un vampiro despide los efluvios de una hormona que tranquiliza, relaja y gusta mucho a toda clase de cánidos, esa misma sustancia vuelve locos de terror a las aves y otros animales, y se llama cananina.

También hay cosas falsas como ya he dicho, por ejemplo: el no reflejarse en el espejo —yo me he peinado toda mi vida—, morir únicamente con una estaca de madera en el corazón —me muero como todo hijo de vecino— o con la luz solar, quemarse por tocar una cruz o agua bendita… Tampoco me creí mucho lo de la transformación en murciélago hasta que lo experimenté por mí mismo.

¡Sí! ¡Soy un vampiro y lo puedo decir y demostrar con absoluta certeza! En un viejo libro de mis padres, que murieron hace tres años en un accidente de coche, encontré un manuscrito donde venían unas palabras en rumano —lo estudié un poco de niño por deseo expreso de mis abuelos, pero es un idioma que nunca dominé—. Era la receta mágica para convertirse en criatura de la noche: no es magia negra, ni blanca, ni de ningún color, simplemente es magia de las leyes de la naturaleza, como engendrar un niño o enamorarse de una persona con una simple frase. Hace una semana pronuncié la fórmula y aquí estoy, colgado de la lámpara de mi habitación, con la cabeza hacia abajo y dictando esta carta a mi sirviente humano que quiere que le muerda en el cuello para hacerlo inmortal, aunque no estoy mucho por la labor —de momento lo utilizo como un esclavo mientras me sea útil—. Sólo guardo rencor a mis padres por una cosa: que no hubieran dejado la fórmula para volver a ser humano escrita en algún lado… Claro, el tonto soy yo.

P.D.: Mi querido amigo, también es falso que no podamos comer ni oler el ajo; uno de mis platos preferidos es el conejo al ajillo. Lástima que no pueda volver a comerlo, estoy condenado a beber únicamente sangre… por supuesto, humana. Ya te avisaré algún día para quedar. ¿Te apetece?

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Comentarios

  1. Rafael Vallejo dice:

    Mi querido amigo, aquí sigo esperando la oportunidad de quedar contigo un día de estos, la verdad que desde aquél caluroso día de junio del 88 las noches son todas iguales, no encuentro nada que me haga satisfacer mi curiosidad, da igual que este en Roma como en la India, todo es lo mismo, la sangre es la misma y el aburrimiento es el mismo, tan sólo saber que tengo toda la eternidad para hacer cualquier cosa me está pasando factura, siempre lo dejo para mañana, no tengo prisa por nada, el tedio y la monotonía me está matando. Ja, ja, ja, ja, qué ironía, matarme a mí, como si fuera eso tan fácil.

    Veo a la gente nacer, luego crecer y después morir, su vida entera en un lapsus de tiempo vampírico, aunque debo decir que la vida es tan frágil y rápida para vosotros que la mayoría de las veces os preocupáis por tonterías y discutís por simples bobadas sin saber que lo verdaderamente importante en vuestra vida es vivirla. Sí, vivirla con intensidad, con cariño y mucho amor, y me hace gracia a mí hablar de amor siendo vampiro, el mío sí es amor eterno e inmortal, ja, ja, ja, ja.

    Pero basta ya de hablar yo solo y hagamos lo que tenemos pendiente, una cita en la que te quedarás muerto de risa…

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