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IEA

por

Hay momentos en los cuales soy yo: desconfiado, alerta, nervioso ante la duda sobre mí mismo, encuentro motivos para seguir adelante y no creer en la gente y la sociedad en general que engaña y se aprovecha de los buenos sentimientos de los demás.

Buscaba mi propio reconocimiento en los demás, nada ni nadie me satisfacía, así que era cuestión de tiempo que diera el paso al siguiente nivel.

Cuando la compré a ella creí que todo sería más sencillo, estaría menos solo y aprendería a desenvolverme. Desde el Decreto 37 los clones cibernéticos eran legales y mucho más: tenían derechos, deberes y sentimientos. Casi inmortales, bellos, perfectos, con todo lo bueno de un ser humano y lo mejor de una máquina.

Cuando firmé el contrato de compra, ella me miró directamente a los ojos. Los suyos eran profundos, sinceros e inteligentes; si mirabas más allá podía dar miedo: superiores a nosotros y con menos derechos, algo extraño, precioso e inmoral a la vez.

Ya en el año 56 del siglo XX John McCarthy acuñó el término «inteligencia artificial» o «IA». Desde aquel lejano momento muchas cosas habían cambiado. Después, en el año 9 del siglo XXI se desarrollaron sistemas inteligentes terapéuticos que permitían detectar emociones para poder interactuar con niños autistas. En el año 24 del siglo XXI se creó la primera piel un 99 por ciento similar a la humana, con fines médicos para quemados.

Unos avances y otros se fueron juntando como piezas de puzzle para crearlos a ellos. Y una empresa, Rhotam, fue la primera en dar el golpe.

Derechos. ¿Qué derechos tenía un CIEA? O, como firmaban en su contrato, Clones con Inteligencia Emocional Artificial. Tenían derecho a la vida, a trabajar, a expresar su opinión —aunque sin derecho a voto en las elecciones políticas de sus países correspondientes—. Incluso tenían derecho a elegir firmar o no su contrato de venta. Sí, ellos eran quienes decidían con quien vivir y compartir su vida, con todas sus consecuencias, buenas o malas.

Deberes. Cumplir con su contrato de venta: compañía, cariño y sexo con el cofirmante hasta que fuera posible. No dañar a ningún ser humano, no cometer ningún delito económico. Trabajar y ser lo más competitivo posible. Buscar la felicidad propia y de su cofirmante.

Sentimientos. Desde la creación de la clase CIEA16, algo había cambiado en el mundillo de la inteligencia artificial. Habíamos creado pseudohumanos artificiales, con nuestra misma apariencia, nuestra inteligencia y, sobre todo, socialmente perfectos, amigables y que sacaban lo mejor de nosotros mismos. Claro que esto no era para todos. Tenían sentimientos, o eso habíamos llegado a pensar. Debido a su contrato estaban atados a su cofirmante humano, pero muchos datos de laboratorio y millones de pruebas dejaban claro que muchos de ellos lo hacían más allá de sus deberes firmados: decidían continuar su relación por algo más que una firma.

El valor mínimo de un CIEA nuevo, o sea, de clase CIEA25, rondaba los seis millones de Remimbis, más de lo que un humano normal puede ganar en diez años. Sólo gracias a mi trabajo de ingeniería financiera y la suerte de encontrar un socio australiano con dinero que confió en mí y en una operación comercial muy jugosa, pude conseguir ese dinero, así que no lo pensé.

La elección

Todo comienza cuando tienes que decidir cómo quieres a tu compañera. Te dan un catálogo de cuerpos, un catálogo de colores de pelo, un catálogo de colores de piel, un catálogo de colores de ojos, un catálogo de edades… en fin, parece que vas a un supermercado a buscar pareja. Y sí, así es. A veces dudaba de lo que estaba haciendo, pero algo muy fuerte dentro de mí me impulsaba a seguir. ¿Soledad? ¿Hastío?

Y allí estaba yo, en una habitación casi vacía, blanca, sentado en una silla la mar de incomoda, seguramente para que la gente se centrara en sus decisiones y no se durmieran mirando fotos de ojos, pies, manos, orejas, pechos, ombligos.

El comercial se coloca delante de ti, al otro lado de la mesa, y te mira asépticamente. Asiente sonriendo a cada una de tus elecciones. Pienso que es un CIEA, pero no tengo forma de saberlo, no sin las herramientas adecuadas.

Elegí un cuerpo atlético, ni delgado ni grueso, las cosas en su sitio. De mi estatura, que cuando se pusiera tacones no resultara demasiado alta y no demasiado baja para no tener que mirar hacia abajo. Morena con reflejos azules, así porque sí, ya tendría tiempo ella de elegir cambiar. Blanca, por costumbre y por gustos, no por prejuicios. Ojos verdes, porque siempre me habían resultado mucho más atractivos que cualquier otro color de ojos. Y de mi edad. Tampoco tardé tanto en decidirme, un par de horas solamente o tres,  sólo recuerdo pasarme esa tarde pasando páginas de catálogos y decidiendo con mi dedo.

El proceso continúa eligiendo una forma de ser: aficiones, estudios, humor, etc. Aquí me planté conmigo mismo: no quería elegir hasta ese nivel así que lo dejé al azar. Sólo pedí que fuera más inteligente que yo, así nunca me podría aburrir. Me sentía patético. ¿De verdad necesitaba esto?

Y para terminar hay que dar a tu compañera un nombre. Decidí que cuando despertara lo eligiera ella misma; nunca había pensado que un nombre dirigiera la vida de una persona, así que tampoco le daba importancia.

Pero la parte más importante de todo era la entrevista después de su nacimiento, o creación, no sé cómo llamarlo. Decides cómo quieres que sea y después de un mes Rhotam te llama y vas a la entrevista. Ella podrá decidir que no le gustas como compañero y negarse a compartir su vida, tiempo, momentos contigo. En ese caso se va y no vuelves a verla. La empresa te da otra oportunidad y vuelves a elegir. No sé qué hacen con ellas cuando te han rechazado, realmente no quiero saberlo, pero tienen derechos, y uno de ellos es la vida, así que el asesinato de un CIEA es un asesinato, no creo que la empresa adopte esa decisión. Por supuesto tenía miedo al rechazo, a que incluso una CIEA me dijera que no, que me fuera por donde había venido. Pero estaba todo decidido: había recibido una llamada de la empresa e iría a la entrevista esa misma tarde.

La entrevista

Me vestí con la ropa que mejor me sentaba y que más me gustaba. Tenía que sentirme bien conmigo mismo, estar seguro e ir tranquilo, no quería que nada saliera mal, no esta vez. Necesitaba ese patético cambio de vida que quizás lo arreglara todo.

Cuando llegué a las oficinas de Rhotam me temblaban las rodillas y los labios y me sudaban las manos. No creía que todo esto fuera a afectarme tan profundamente. Pero así era. Me atendieron perfectamente en la recepción de las oficinas y me subieron al piso ciento treinta uno, despacho veintitrés A.

Empuje la puerta y allí estaba ella, sentada delante de una pulcra mesa blanca, con las manos cruzadas y mirándome fijamente, con curiosidad, con esos enormes ojos verdes. Me senté delante de ella sin decir nada y el empleado que me había acompañado desapareció igual que había aparecido unos minutos antes, de manera silenciosa.

Permanecimos en silencio unos segundos. Era tal y como la había imaginado, mejor dicho, era tal y como había pedido que fuera. Pero era extraño: una cosa era imaginar como quería que fuera y otra cosa era tenerla delante de mí, tan cerca y real que no parecía que estuviera viviendo ese momento.

Me sonrió brevemente y ese fue el momento en el que me atreví a hablar.

—¿Cómo te llamas?

—Soma.

—Bonito nombre —acerté a decir sin demasiada convicción, estaba nervioso.

—¿Por qué quieres que sea tu mujer?

La pregunta me pilló desprevenido, no esperaba que saliera tan pronto, pero decidí contestar todas sus preguntas lo más sinceramente posible.

—No lo sé. Quizás me sienta solo, quizás no encuentro lo que busco. No sé si es un capricho o una necesidad, pero viéndote ahora me siento mucho mejor que antes de entrar a esta habitación.

—Veo que no tienes nada claro lo que quieres. La decisión que has tomado me parece una decisión muy importante en tu vida. Deberías haber pensado mejor las cosas, ¿no crees?

—Bueno, he pensado en ello durante mucho tiempo… creo que tenía que hacerlo. Los motivos sigo sin tenerlos claros, pero sé que es la decisión acertada.

—Hmm… ¿Y qué piensas sobre el sexo? —preguntó con una sonrisa.

—¡Me encanta! —contesté enseguida.

Ella sonrió, sonrojándose y mostrando unos dientes perfectos. Se quitó un mechón de pelo de la cara y volvió a mirarme.

—Ya lo sé, tonto, me refería a qué esperas de mí.

—Si pienso en ello sin reflexionar, quiero hacerlo a todas horas y de las formas más guarras posibles… pero si me paro a pensarlo, prefiero que la cosa sea más natural, más participativa entre los dos; que si me tienes que decir que te duele la cabeza lo hagas, que si no te apetece te pongas a leer un libro, o si has tenido un mal día me mandes al sofá.

—Sabes que nunca me dolerá la cabeza, ¿verdad?

—Claro. Me refiero a que decidas qué hacer en cada momento. No quiero una muñeca de trapo, no quiero a mi lado a alguien que me diga a todo que sí, que si me tiene que soltar una hostia lo haga…

—No creo que quieras que te pegue, ja, ja, ja.

—Bueno, creo que me entiendes.

Me empezaba a sentir muy a gusto, como si la conociera de toda la vida; pero no sabía hasta qué punto todo era artificial y estaba programada para ello o si todo estaba fluyendo libremente.

—¿Y tú, qué esperas de mí?

Se quedó pensativa, cruzo los brazos y cerro brevemente los ojos mientras yo me mordía el labio más nervioso de lo que esperaba.

—Quiero un buen libro de vez en cuando, una película los viernes por la noche, paseos justo antes de la hora de comer y sobre todo una persona que me haga compañía, que me haga sentir cómoda, que me aburra de vez en cuando, que me haga reír y que me quiera, que me haga sentir deseada, que piense en mí cuando vaya de compras. Tampoco es tan difícil, ¿verdad?

Su respuesta era tan abierta, tan sencilla y complicada a la vez, que no sabía si era más humana que yo, si era más humana que cualquiera que anduviese por la calle nacido de una madre natural.

—¿Eres de verdad? ¿Existes en realidad? —las preguntas habían brotado de mis labios sin haberlo pensado siquiera.

—Por supuesto, aunque ¿cómo sabes que existes tú, que eres real?

—Bueno, pienso, luego existo, ¿no?

—Ja, ja, no es tan sencillo, querido: yo también pienso luego existo. ¿Qué diferencia hay entre tú y yo? ¿No crees que podrías ser simplemente el sueño de un perro?

Ahora era yo el que estaba en problemas. Mis preguntas quizás no habían sido las mejores, pues ni yo mismo tenía las respuestas a mis problemas. ¿Quién me mandaría meterme en asuntos filosóficos? Sonreí.

Touché —acerté a decir con una reverencia.

—Mira, quizás te tomas las cosas demasiado en serio. ¿Qué harás si te rechazo? ¿Suicidarte? —dijo ella apoyando los codos en la mesa.

—No, claro, me iría a mi casa y seguramente me emborracharía pensando lo patético y perdido que me sentiría.

—Pero tendrías otra oportunidad con otra chica. Rhotam no dejará que sigas solo, ya has pagado por ello, ¿verdad?

—Después de verte y hablar contigo no querría otra —contesté.

Soma se echó atrás en su silla, despacio, paladeando ese breve segundo de satisfacción tan femenina, sintiéndose deseada, habiendo conseguido mi atención, mi mirada y mi pasión.

Estaba todo hecho, lo sentí en ese momento, así que me relaje y yo también me recosté en la silla, esperando una respuesta, una emoción, una mirada que me dijese que por fin tendría la respuesta a todas mis preguntas.

—¿Conoces alguna peluquería cerca de aquí? ¿Y algún estudio de tatuajes? Necesito quitarme estos reflejos azules que tanto te gustan y a mí no, y creo que me fascinan los tatuajes, así que firma los papeles y sácame de aquí. No sé si quiero un dragón en el hombro o un tiki en el antebrazo, o quizás unas flores de cerezo en el gemelo… ¿tú qué piensas?

Me cogió de la mano tan rápidamente que no me di cuenta de que un estallido cuasi eléctrico me atravesaba todo el cuerpo. Pero tranquilos, ni me electrocutó, ni los ciborgs se apoderaron de la tierra, simplemente las cosas habían cambiado.

Tenía miedo de cómo iba a continuar todo, pero aun con esas me sentí relajado y muy feliz cuando cruzamos la puerta de las oficinas de Rhotam rumbo a nuestra nueva vida.

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Sólo un comentario: no haré comentarios hasta que cuelgues la versión «extendida».

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