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Herencia mortal

por

29 de julio de 2012

Una tela acuosa recorría su cuerpo de ébano mientras se contorsionaba en un rugido de doloroso placer. La espalda se arqueaba sobre las retorcidas sábanas estirándose mientras ella apretaba las uñas. Las pequeñas perlas de sudor resbalaban acariciando su vientre y enredándose en su pubis.

Entre sollozos y aullidos notaba cómo sus caderas se ensanchaban y contraían espasmódicamente, apenas podía prestar atención a los susurros de su compañero. Él se agitaba nervioso entre sus piernas hablando sin cesar. ¡Como si ella pudiera entender algo en esos momentos!

Las manos de él acariciaban sus sudorosos muslos, pero nada de eso le importaba a Raquel. Su rostro era un quejido y las venas del cuello se tensaron como las cuerdas de una guitarra. En aquel preciso instante los gritos y sollozos se apagaron. Raquel contuvo la respiración y el mundo pareció detenerse. Todas las cosas se difuminaron en una espesa niebla teñida de silencio. Toda su existencia se centró en la espera y aquel éxtasis maravilloso en el que escuchó ese maravilloso sonido: el llanto de su bebé.

29 de septiembre de 2011

Raquel estaba viendo las noticias, un plato de espaguetis fríos en sus rodillas sucumbían ante su tenedor, el cubierto se quedó a medio camino al contemplar la noticia. El televisor SONY TRINITRON «de última generación» en los años 80, como todo en aquella casucha perdida… en aquel pueblucho perdido donde había tenido que refugiarse tras abandonar el ejército. Parecía que el tiempo no había transcurrido en aquella basta prisión rural donde se veía obligada a quedarse. Soportaba los murmullos racistas con una calma que, de vez en cuando, le gustaría no controlar. En otro tiempo hubiera partido alguna nariz. ¡Que se lo pregunten a Nacho! Le palmeó el culo antes de un salto en paracaídas para desearle suerte. Su nariz no volvió a ser la misma; el  puño de Raquel salió disparado a la entrepierna del osado Nacho y cuando éste se contorsionó hacia delante encontró un codo en su camino. Le partió la nariz por tres sitios. El resultado fue obvio: Nacho jamás volvió a repetir ningún gesto similar, ni permitió ningún comentario sobre ella al resto de sus compañeros. La respetaba por hacerse un hueco entre hombres, entre soldados. En su unidad ella era la única chica y por extraño que pareciera en ese momento también era la única que no provenía de padres españoles.

El telediario anunciaba un extraño suceso que se había producido en Ávila, una madre que acaba de dar a luz enfermó con terribles dolores tras darle el pecho al bebé, lo curioso era que el mismo suceso se había producido también en Santander y en Cádiz. Los médicos no habían podido detectar el origen de los casos, pero sufrieron en sus carnes los ataques psicóticos y violentos de las madres infectadas, los bebés morían tras varias horas. Anunciaban que la situación estaba bajo control y afirmaban que se trataban de brotes aislados de una infección…

29 de diciembre de 2011

Todo estaba patas arriba, las criaturas dominaban las poblaciones y era una locura intentar adentrarse en ellas, sobre todo en las ciudades. Raquel se refugiaba en zonas lo más inhóspitas posibles, durante el día los peligros venían en forma de criaturas, era difícil escapar a pie y su experiencia militar le decía que no era buena idea un enfrentamiento directo; eran demasiadas… Por la noche tenía que cuidarse mucho de no encontrar a “no infectados”. Había visto las desagradables consecuencias de estos encuentros en los que trataban de robar las provisiones y las armas. Por suerte supo evitarlos.

Raquel comprobó, como todas las noches, las provisiones y municiones de que disponía, antes del anochecer enterraba una pistola del calibre 45 cerca de donde dormía por si la pillaban desprevenida y alguien se hacía con su arsenal. En un par de días tendría que hacer una incursión para recoger provisiones. Metió las latas de conserva en la mochila y la escopeta de caza en la parte lateral, había improvisado una cartuchera para el rifle a fin de no tener que llevarlo en las manos, lo dejaba todo listo para una huída rápida. Viajaba de día y se obligaba a recorrer cuarenta kilómetros diarios a pie, era demasiado arriesgado tratar de conseguir un vehículo y más aun transitar por carreteras que mas tarde o más temprano siempre confluían en pueblos o ciudades. Esto no era como en las típicas películas americanas con interminables carreteras desiertas donde solo tenías que hacer frente a una o dos criaturas en una gasolinera. Se movían en manadas y no pequeñas precisamente. Por lo que sabía hasta ahora no estaban interesadas en comerte, solo en matarte.

Una pequeña hoguera y su saco de dormir era todo lo que se permitía para combatir el intenso frío. Ese día había cometido un error, había andado más de lo acostumbrado y se sentía muy cansada, se durmió con rapidez y no los escuchó…

Se despertó con las muñecas atadas alrededor de un árbol, estaba desnuda y sus pezones estaban contraídos formando una masa dura y puntiaguda, su piel se revelaba ante el frío volviéndose áspera al tacto, el miedo y la ira consigo misma no la dejaban pensar. ¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Por qué no se había despertado? ¿Quién se lo había hecho? Las preguntas se aglutinaban en su mente mientras observaba a su alrededor…

—Por fin te has despertado muñeca, así será…más interesante —dijo alargando las palabras finales.

—¿Qué queréis? ¿Quiénes sois? —preguntó Raquel.

—Lo que queremos creo que es obvio, ¿no corazón?

—Samuel… —lo interrumpió otro hombre.

—¿Qué? Sólo charlaba con nuestra nueva amiga.

—Déjala en paz.

—Déjame tú en paz, Fran, no me digas que a estas alturas te surgen remordimientos de conciencia —dijo Samuel con ironía. Disfrutaba con la posición de control y no iba a permitir que nadie le disputara su momento—. ¿Por qué no nos dejas un poco de intimidad? Vete a dar una vuelta —ordenó Samuel.

No fue largo pero tampoco fue agradable, a pesar de sus forcejeos Samuel era un hombre fuerte y pudo reducir a Raquel, aunque ella no se rindió en ningún momento. Cuando el cuerpo de Samuel se relajó Raquel no pudo controlar las lágrimas. Fran no fue más delicado, además de violarla en repetidas ocasiones llevaba dentro una furia malsana que descargó contra ella.

A la mañana siguiente el cuerpo tostado de Raquel estaba amoratado y aterido de frío, se habían llevado todas sus cosas, cuando quedaron satisfechos le pusieron un pañuelo con formol en la cara y no recordó nada más, por eso no los escuchó… por eso no se despertó…

Apenas podía moverse, la sangre seca formaba extrañas estructuras irregulares en su rostro, no tenía comida ni ropa, al menos conservaba la pistola. ¡Malditos hijos de puta, cómo habían podido hacer algo así! Se tragó su dolor pero sus ojos se empaparon mientras avanzaba descalza, dolorida y perdida. Había un pueblo a unos diez kilómetros, era la peor situación a la que se había enfrentado desde que el mundo se vino abajo, pero era su única salida… tenía que conseguir ropa de abrigo, comida y cualquier cosa que pudiera usar como arma…nueve balas no serían suficientes en su estado, tal y como estaba no duraría ni cinco segundos. Cayó derrotada junto a un árbol al mediodía y durmió hasta el anochecer.

Los labios amoratados rodeaban unos blancos dientes que castañeteaban sin cesar. Se levantó sobresaltada en la oscuridad, le dolía todo el cuerpo, pero se obligó a caminar, sus pies desnudos sucumbían ante el terreno escarpado y tras sus pasos iba dejando restos de sangre.

El pueblo no podía estar lejos. Llevaba andando demasiado tiempo, los rayos de sol empezaban a despuntar en el horizonte, solo iba a tener una oportunidad. Tenía que darse prisa o la manada local acabaría con lo poco que quedaba de ella.

Se ocultó entre la maleza observando la calle desierta, en la entrada del pueblo había una gasolinera, podría ser su salvación. Se tumbó en el suelo y comenzó a reptar despacio para evitar ser vista, estaba a unos quince metros de la entrada trasera de la gasolinera, estaba en terreno descubierto y las criaturas habían empezado a salir… ya no podía dar marcha atrás, no sobreviviría.

La manada era pequeña, serían unos veinte miembros. No podría acabar ni con la mitad. Entró en la gasolinera tratando de no hacer ruido y se escondió tras el mostrador, su única opción era pasar desapercibida durante todo el día. Confiaba en que el olor de la sangre no atrajera a las criaturas, las había observado volverse completamente locas ante la sangre, las transformaba en feroces máquinas de matar. Si la descubrían iban a hacer falta muchos psiquiatras ante tanta locura.

Raquel se atrevió a mirar por la ventana y vio la calle despejada, cogió una caja de galletas de chocolate que habían rodado por el suelo, entró a hurtadillas en la sala de los empleados y encontró una manta bajo la que se acurrucó en las sombras mientras devoraba las galletas.

En el exterior la manada se movía, ¿la habían descubierto?

Se escucharon disparos lejanos y el sonido de un motor que se acercaba al pueblo. Raquel salió agazapada y se colocó con su revólver detrás del mostrador, suavemente, se incorporó para ver el exterior. Un Jeep se acercaba a toda velocidad y dos personas disparaban desde lo alto del coche a diestro y siniestro. La manada lejos de dispersarse se unía formando un ente compacto mucho más fácil de abatir. Si la manada hubiera sido más numerosa podrían haber frenado el coche, pero con solo 20 miembros la batalla fue muy desigual. Restos de cuerpos inertes llenaban ahora la calle. El Jeep se detuvo en la gasolinera.

—Jordi comprueba que no hay más —dijo un hombre, dirigiéndose a un chico de unos dieciocho años que sonreía con un fusil automático en la mano.

—¿Ves, papá?, te dije que saldría bien —dijo el chico, todavía sonriendo.

No se habían percatado, pero una criatura se les acercaba corriendo por detrás. Raquel reaccionó por instinto y disparó. El cristal de la ventana estalló al igual que la cabeza de la criatura en el orificio de salida. Restos de sangre y materia gris bañaron el asfalto.

Padre e hijo apuntaron con sus armas en dirección a Raquel.

—No, no disparéis, no es una de ellas —una mujer de unos cuarenta y cinco años salía del coche con las manos extendidas en dirección hacia ella—. Sal, no te haremos daño.

Raquel se ajustó la manta como pudo y se puso a la vista de la mujer.

—Tranquila no vamos a hacerte nada —la mujer la miró sorprendida—. ¿Pero que te ha pasado chiquilla?, estas hecha una pena… —Raquel la interrumpió pero lo que salió de su boca fue un borboteo ininteligible. La mujer se apiadó de ella y se acercó muy despacio.

—Estás a salvo, no te preocupes, te ayudaremos.

El padre no estaba muy seguro y no dejó de apuntar a Raquel hasta que ella esbozó una sonrisa y se desplomó.

Jordi limpiaba las heridas de la cara de Raquel que despertó ante el olor a comida. La mujer estaba preparando una sopa que hizo gruñir al estómago de Raquel.

—Joder tía, ¿cómo no te han matado las arpías? —dijo Jordi mirando con curiosidad a Raquel.

—¿Arpías?

—Si, las del pueblo, ¿recuerdas? ¿Cómo te dieron semejante paliza y no acabaron contigo?

—No fueron las criaturas —respondió Raquel con una voz que no parecía la suya.

—Nosotros las llamamos arpías, porque chillan cuando…

—Deja a la chica Jordi. Tiene que comer. Toma hija, esto te sentará bien.

La mujer le dio un cuenco metálico lleno de sopa caliente. A Raquel no le importó quemarse los labios y la lengua, tenía un apetito voraz y dio buena cuenta de la sopa. La mujer se sentó a su lado.

—Cuéntame cielo, ¿qué te ha pasado?

Raquel explicó sin muchos detalles que la habían atacado y robado, omitió las vejaciones. No quería revivir de nuevo esa terrible experiencia. La mujer la miraba con compasión. El padre del chico apareció tras el coche oculto entre unos matorrales y se acercó a Raquel.

—¿Cómo te llamas? —dijo secamente.

—Raquel.

—Ella es mi mujer, Esperanza, y mi hijo, Jordi. Yo soy Alberto, nos dirigimos a la costa.

—Y de camino limpiamos los pueblos que podemos de esas cosas —interrumpió Jordi.

—Esa manada era pequeña, de hecho la más pequeña que he visto.

—Sí, no nos atrevemos con algo mucho mayor, pero no me gusta la idea de dejar a esas cosas campar a sus anchas —respondió Alberto, miraba con dureza a Raquel, con desconfianza.

—Ya hemos acabado con tres pueblos al sur de aquí —dijo Jordi orgulloso.

—Funcionan como grupos y cuando se sienten amenazadas se juntan. Así es más fácil matarlas.

—Sí, lo vi en el pueblo. Con un grupo mayor habríais muerto —dijo Raquel mirando a Jordi.

—De eso nada, tenemos algunas sorpresillas, ¿verdad papá? —Alberto miró a su hijo y volvió lentamente la cabeza hacia Raquel.

—Tienes buena puntería, ¿quieres acompañarnos hasta la costa?

Raquel sopesó aquel ofrecimiento, tenía más posibilidades de sobrevivir con ellos que sola, por lo menos mientras su arsenal se redujera a un revólver con 8 balas. Alberto tenía una expresión dura pero su pelo rizado y alborotado relajaba sus rasgos. Era un hombre que protegía a su familia y lo hacía bien. Ella podía pasar inadvertida hurtando lo que necesitaba si iba sola, pero Alberto tenía que llevar a su mujer e hijo, no podía viajar siendo “invisible” y tampoco podía permitirse caminatas largas, Esperanza  no lo soportaría.

—Si no os importa, os acompañaré.

Esperanza observaba con cariño a su hijo dormido, ya había amanecido y Alberto preparaba las cosas para levantar el improvisado campamento. Raquel observaba la escena, evitando interferir entre aquellas personas que la habían salvado.

Jordi se despertó y preguntó animado.

—¿Qué tenemos para hoy papá?

—A unos quince kilómetros hay un grupo pequeño, y necesitamos más provisiones, ahora somos cuatro.

—Vale, ¿cómo nos colocamos en el Jeep? —preguntó Jordi.

—Tu irás delante con tu madre, Raquel tiene mejor puntería que tu. ¿Estás de acuerdo? —dijo dirigiéndose a la joven de color que se había unido temporalmente a la familia. Raquel asintió.

—Necesitaré otro arma, sólo me quedan ocho balas en el revólver.

—¿Te apañarás con este? —preguntó Jordi tirándole un rifle semiautomático.

—Es un Mauser 98 de cerrojo, fuego anular con mecanismo PO4R, ligero y preciso, culata acabada en nogal, desmontable en veintitrés segundos, cargador de quince cartuchos y uno en la recámara, tres disparos sin recargar en monotiro.

—Veo que entiendes de armas —comentó impresionado Alberto.

—Joder tía, ¿eras cazadora?

—No Jordi, cabo primero Mendoza —respondió Raquel con una sonrisa.

—¡Bien, vámonos!

Montaron en el Jeep y se pusieron en camino campo a través. El avance no era muy rápido, Alberto oteaba los flancos del vehículo a través del visor de su rifle. Jordi parecía entusiasmado con su fusil automático apoyado en el muslo y una sonrisa inundando su cara. Era como si estuviera de excursión y parecía alegrarse con la emoción de la caza. Esperanza detuvo el Jeep a unos doscientos metros de las primeras casas de piedra.

—¿Estáis listos? —preguntó Esperanza

—Dale caña mamá, ¡vamos a darles por el culo a esas zorras! —la cabeza de Jordi se desplazó hacia delante por la colleja que le había propinado su madre.

—¿Pero tú crees que esa es forma de hablar? ¿Así te he educado yo? Como te vuelva a escuchar decir esas cosas te voy a cortar el pelo al cero mientras duermes —lo reprendió Esperanza.

—Sí mamá, ¿podemos ir a destruir amablemente a esos seres horribles y hacer de este lugar un mundo mejor? —dijo Jordi con una voz irónica.

Jordi recibió otra colleja, esta vez de su padre. Raquel esbozó una sonrisa, aquella familia estaba muy unida y daba gusto formar parte de ella, aunque fuera sólo como espectadora.

—¡No le hagas burla a tu madre!

Alberto también sonreía, pero su gesto cambió. Sus ojos se posaron en la calle, las criaturas se arremolinaban, se habían fijado en el coche y algunas avanzaban hacia ellos con paso decidido, eran pocas, unas diez. Pensaban encontrarse con un enemigo más numeroso. Esto facilitaba las cosas, pero algo no le gustaba…

Esperanza puso en movimiento el coche, Raquel apuntó y un disparo certero destrozó el corazón de una mujer vestida con vaqueros andrajosos y una camiseta blanca que pronto se tiñó de rojo, sus compañeras iniciaron una carrera hacia el Jeep. Alberto no perdía el tiempo y disparaba repetidamente, por su parte la puntería de Jordi era horrible, malgastaba demasiadas balas, disparaba como si fuese Rambo, solo le faltaba la cinta roja en la cabeza. Por suerte Raquel era una excelente tiradora y todavía tenía más de medio cargador cuando no quedaba ninguna arpía en pie. Los sonidos atronadores que emitían los rifles cesaron y el silencio se extendió por el pueblo.

—Fácil y sencillo —dijo Jordi todavía sonriendo.

—¡Calla! —ordenó su padre.

Raquel se puso en tensión. Se habían detenido en mitad de la calle, al fondo había unos cubos de basura que bloqueaban el paso, no podía ser una coincidencia. Como si lo hubiera pensado en la conciencia colectiva del grupo empezaron a aparecer criaturas tras ellos y a los flancos. ¡Era una maldita emboscada¡

—¡Salgamos de aquí, es una trampa! —dijo Alberto asustado.

Raquel apretó los dientes y agarró con fuerza el rifle mientras las ruedas del Jeep chirriaban en el asfalto.

—¡Disparad a las de la derecha, abriremos un camino! —chilló Raquel.

Alberto se metió la mano en la chaqueta y sacó una granada de mano, la lanzó con fuerza. La explosión hizo estragos en las filas enemigas, brazos y piernas se separaron de los cuerpos y la acera se tiñó de negro y rojo. Jordi disparaba, pero su sonrisa había desparecido. Raquel notó un líquido cálido en el rostro, miró a su izquierda y vio la cabeza destrozada de Alberto, una arpía había conseguido alcanzarle con una piedra. Alberto quedó inconsciente y su cuerpo fláccido cayó inerte fuera del Jeep. Esperanza lo vio y un grito ahogado salió de sus labios. Giró el volante bruscamente, la rueda delantera voló sobre un cadáver, Raquel y Jordi salieron despedidos mientras el coche perdía la estabilidad y volcaba. Esperanza era la única que llevaba puesto el cinturón de seguridad y permaneció anclada a su asiento. Las arpías centraron su atención en Alberto y Esperanza, se aglutinaron a su alrededor y comenzaron a golpear al matrimonio con demencia.

Raquel agarró a Jordi y lo obligó a correr hacia los cubos de basura, les salieron al paso un reducido grupo de criaturas. Jordi estaba en estado de shock y no reaccionaba pero Raquel sí lo hizo. Sus disparos fueron certeros y eliminaron a las arpías que se interponían con su vía de escape. Llegaron al bosque pero Raquel no permitió que Jordi se parara. Tenían que seguir corriendo, alejarse cuanto pudieran hasta estar a salvo.

Se detuvieron diez minutos más tarde, Jordi se arrodilló y las lágrimas acudieron a su rostro. Raquel lo abrazó instintivamente. Todo había cambiado, ahora harían las cosas a su manera.

29 de julio de 2012

—Raquel, estás cansada, ¿por qué no descansamos un poco? En tu estado no deberías hacer tantos esfuerzos —dijo Jordi.

Lo que había sido una incipiente barriga ahora se trataba de un bombo en toda regla. Estaba embarazada de siete meses. Estaban en los Picos de Europa y Raquel quería llegar al Cantábrico antes de dar a luz. Por lo que sabía, la hecatombe mundial había comenzado con el nacimiento de bebés infectados que habían contaminado a sus madres, luego todo se descontroló. La enfermedad era algo exclusivamente femenino pero las volvía letales, mataban a los hombres y las mujeres se infectaban con facilidad ante cualquier herida. Era un milagro que durante todos estos meses ella y Jordi hubieran sobrevivido. Al principio Raquel se hizo cargo de Jordi y cuando ella empezó a engordar Jordi se hizo cargo de Raquel. Habían encontrado una simbiosis muy interesante. Jordi era un chico divertido y su rostro solo se ensombrecía ante el recuerdo de sus padres muertos. La emboscada que les habían tendido las arpías,  no sabían muy bien cómo, pero era una venganza por las tres manadas que habían exterminado. Una nueva manada preparó la emboscada y les perseguía desde hace meses, no era más de cincuenta, pero no se rendían. Raquel notaba que les estaban cercando en las montañas, la caza estaba llegando a su fin…

Llegaron a la estación de Fuente Dé, no se dieron cuenta de lo que pasaba hasta que fue demasiado tarde. Les obligaban a ir en esa dirección. Un grupo de cinco criaturas se les acercaban por la derecha Jordi dio buena cuenta de ellas con el rifle. Raquel le había enseñado a ser más preciso, y no desperdició ningún proyectil. Otro grupo se acercaba por la izquierda y este era más numeroso, no podrían hacerles frente, empezaron a correr hacia la estación. Raquel no podía desplazarse muy rápido y tomaron una muy mala decisión. Su única vía de escape era el teleférico. Jordi lo accionó y ambos se montaron en él, dejando en tierra a sus perseguidores. A mitad de camino de la cima la cabina se detuvo, aquello era muy malo…

Raquel se contorsionó en un espasmo. Un charco de líquido comenzó a inundar sus pantalones vaqueros.

—Jordi, creo que he roto aguas.

—¿Qué? Pero si faltan dos meses

—No creo que el bebé quiera esperar más.

—¡No me jodas! Pues a ver cómo salimos de ésta, va a ser complicado escalar por el cable con el bebé —pensó Jordi en voz alta.

—No te preocupes, tenemos comida para una semana, en cuanto me encuentre mejor podré hacer… —se interrumpió doblándose sobre sí misma.

—¿Estás bien Raquel?

—¿Tu… qué… crees? —contestó Raquel entre claros gestos de dolor.

Jordi la colocó lo más cómoda posible la tapó con una manta y le quitó los pantalones.

—No te hagas ilusiones muñeca, sólo soy tu matrona particular —dijo Jordi ante la extraña mirada de Raquel que sonrió al chico de ojos oscuros al que había aprendido a querer en todos estos meses.

El bebé era una tabla de salvación para la humanidad, el primer niño concebido tras la infección, si todo salía bien podrían comenzar un nuevo futuro. Si llegaban a la costa podrían hacerse con un barco y alejarse lo suficiente para no tener que estar constantemente alerta. Podrían empezar de nuevo con su bebé.

—Raquel, ¿sabes lo que tienes que hacer? —preguntó Jordi.

—Empujar.

—Respirar y empujar, venga, ¿quieres que te cuente un chiste para relajar la tensión? —comentó Jordi divertido.

Un dolor agudo laceró el vientre de Raquel que no pudo reprimir un quejido.

Las manos de Jordi acariciaban sus sudorosos muslos, pero nada de eso le importaba a Raquel. Su rostro era un quejido y las venas del cuello se tensaron como las cuerdas de una guitarra. En aquel preciso instante los gritos y sollozos se apagaron. Raquel contuvo la respiración y el mundo pareció detenerse. Todas las cosas se difuminaron en una espesa niebla teñida de silencio. Toda su existencia se centró en la espera y aquel éxtasis maravilloso en el que escuchó ese maravilloso sonido: el llanto de su bebé.

Habían transcurrido treinta minutos y permanecían suspendidos a cincuenta metros de altura. Raquel notó como todo el sufrimiento se desvaneció cuando escuchó el llanto agudo y potente de su hija.

Jordi se encargó de limpiar al bebé y de cortar el cordón umbilical. La niña tenía los ojos abiertos y nació con una lacia matilla de pelo en la coronilla. Su piel era oscura, una preciosa cosita de piel oscura como su madre y de mirada curiosa.

—¡Se parece a ti! Es una auténtica preciosidad. ¿Cómo la vamos a llamar?

—Esperanza, se llamará Esperanza, es lo que significa este bebé.

—Como mi madre —dijo Jordi sofocando un dolor interno que se mezclaba con la emoción de la impresionante experiencia que acababa de vivir.

Raquel observaba a Esperanza con una ternura que Jordi solo había visto en los ojos de su madre. El bebé durmió durante un rato mientras Jordi preparaba unas latas de conserva para los dos.

Esperanza se despertó y protestó enérgicamente, la niña tenía hambre y aunque Raquel no tenía experiencia en esas lides se descubrió el pecho y acercó el pezón oscuro a los labios de la niña. Esperanza empezó a succionar con avidez. La madre notaba cómo de su cuerpo manaba líquido y se depositaba en su hija, el flujo era irregular, el calostro surgía de sus pechos a tirones. Raquel notó un tirón fuerte de su pecho y un dolor agudo, sin ningún motivo comenzó a enfadarse, era una furia que surgía de su interior, de su pecho, bajó la vista hacia el bebé con incredulidad como si no supiera que hacía allí, la despegó de su pecho. Esperanza protestó con su llanto mientras Jordi miraba a Raquel con curiosidad.

Raquel agarró al bebé por una de las piernas y lo sostuvo en alto, su rostro cambió, lanzó a la niña a un lado de la cabina sin ningún cuidado y se lanzó hacia Jordi golpeándole en la cabeza.

Jordi se defendía con uñas y dientes, en el forcejeo una de las ventanas se rompió. Raquel empujó con fuerza y los dos cuerpos cayeron al vacío.

A cincuenta metros de altura el silencio del abismo fue suplantado por el llanto de una niña.

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Me has jorobado el refugio secreto en los Picos de Europa. Ahora no podré montar en el teleférico sin dejar de mirar a todas las arpías que me rodeen XDDDDDD. Me ha encantado la escena de la colleja, sobre todo por el remate trágico que borra de un soplo la sonrisa que había provocado. Eso se llama «jugar con el lector» 😉

  2. levast dice:

    Buen debut, compañero. Voto por las arpías como el mejor enemigo de esta edición, son los contrincantes más retorcidos y enfermizos. Todos los personajes lo pasan mal, mal, mal, realmente es un relato duro de digerir.

  3. marcosblue dice:

    Me encanta leer relatos que no están ambientados en Oklahoma, ni en Minessota, toma, en mis Picos de Europa de mi corazón. Es, ciertamente, un relato duro de digerir como dice el compañero Rober, por ser congruente hasta el final consigo mismo. Pero eso no quita para que resulte trepidante, la acción está muy bien narrada y, sin ofrecer demasiados detalles ni ornamentos, te mete de lleno en la historia. Sin concesiones, así me gusta. Que no nos faltes por aquí, ¿eh?

  4. mrubio dice:

    Gracias por los comentarios chicos, prepararos que habrá mas…

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