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Fermín

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La mejor palabra que describe a Fermín es «peculiar», si bien no se trata de una persona ni buena ni mala, simplemente una persona a la que no le gustan los conflictos.

Fermín sólo tuvo una discusión en toda su vida. Jamás protestaba, jamás peleaba, se conformaba casi con cualquier cosa. Eso le hizo ser un personaje muy popular en la cárcel de Rota.

Fermín tuvo mucha suerte al ir a la cárcel, cuando lo condenaron estaba en paro y su futuro no parecía muy prometedor. Sin embargo, su hermano era funcionario de prisiones en Rota y movió algunos hilos para que cumpliera la condena en su cárcel. Al principio Fermín contaba con la protección de los guardas pero gracias a su hermano se convirtió en la persona a quien acudían los presos para comprar material de contrabando. A partir de entonces su integridad física estaba a salvo.

El carácter afable y conformista de Fermín le procuró muchos amigos en prisión, aceptaba lo que le daban los presos sin negociar salvo que estuviera por debajo de los costes que le marcaba su hermano, de esta manera Fermín no podía tener enemigos ni siquiera los presos de ETA, que iban por allí como si fueran los dueños y señores.

Fermín llevaba veinte años en prisión cuando Juan Fuentes, conocido asesino, narcotraficante y secuestrador colombiano, se convirtió en su compañero de celda. En pocos meses la cárcel de Rota rendía pleitesía a Juan Fuentes y por alguna extraña razón el narcotraficante acogió bajo su protección a Fermín.

Entre todos los reclusos del mundo es bien sabido que el primer día que entras en la cárcel es crucial que no te acobardes ante una provocación o incluso debes pegar a alguien sin motivo para no convertirte en esclavo de los sodomitas o ser el punto de las iras de los demás presos.

José Rodríguez era un ladronzuelo de poca monta que iba a cumplir su segunda condena en Rota, su primer día decidió emprender una pelea para mostrar de qué pasta estaba hecho y sin previo aviso comenzó a golpear a Fermín, que no se lo esperaba. Tampoco es que hubiera sabido qué hacer para defenderse, el caso es que Fermín acabó en la enfermería con la nariz rota y dos costillas fisuradas.

Los guardas de la cárcel de Rota no tuvieron tiempo ni de meterle en el agujero: los reclusos, al darse cuenta de que la víctima era Fermín se encargaron de que el primer día de José Rodríguez fuera el último.

Bien, si Fermín era tan buena gente y tan querido en la prisión, ¿cómo es que lo encerraron? Os contaba antes que Fermín sólo tuvo una discusión durante toda su vida, esa discusión fue con su suegra.

Fermín acababa de perder su trabajo y llegó a casa temprano.

—¿Qué haces en casa tan temprano? —le preguntó María, la suegra de Fermín.

—Me han despedido.

María se había mudado con su hija hacía dos meses, a Fermín no le hacía gracia pero por no discutir con su mujer…

—¿Se puede saber qué has hecho esta vez? ¡Llevas tres trabajos en cinco meses! ¿Así piensas sacar a flote a esta familia? ¡Eres un vago y un sinvergüenza!

Fermín comenzó a ponerse rojo como un tomate y por primera y única vez en su vida tuvo una discusión.

—¡Cállate bruja, y lárgate de mi casa! —respondió Fermín muy enojado.

—¿Qué me calle… qué me calle? ¡No tienes respeto ni dignidad, eres un despojo!

Fermín, sin pensarlo, agarró a su suegra por el pelo y la tiró por la ventana. Su mujer que entraba en ese momento en el salón salió corriendo hacia la ventana porque no quería creer lo que había visto. Fermín, que intuyó otra discusión, la ayudó a reunirse con su madre en la acera.

Fermín fue condenado a sesenta y seis años de prisión. Esto ocurrió en los años 70 y fue crucificado por la prensa, aunque muchos maridos de la época habrían querido seguir el ejemplo de Fermín.

En el 2011, a sus sesenta y dos años, le concedieron la libertad condicional, y eso le produjo un profundo malestar: no tenía casa, ni dinero, ni vida fuera de aquellos muros. Se despidió llorando de su amigo Juan Fuentes prometiéndole ir a verlo cada semana. Al salir le dieron los papeles del paro y descubrió que tenía dos años cobrando un sueldo de 600 euros al mes. Fermín sólo podía pensar en volver a su sitio pero los guardas lo miraban como si estuviera loco y no quería discutir con ellos.

Fermín se instaló en la pensión que le recomendó el funcionario encargado de controlar su libertad condicional y le recordó que cualquier delito, por pequeño que fuera, lo llevaría de vuelta a prisión.

Esto intrigó mucho a Fermín, que tras dos noches de insomnio decidió que tenía que cometer un delito. Supuso que no sería muy complicado que lo volvieran a encerrar, pero había que decidir qué delito cometer. No se sentía capaz de volver a matar a nadie, así que optó por el robo.

Al día siguiente se fue muy decidido a una juguetería y compró una pistola de juguete que parecía real. Ya tenía lo necesario para convertirse de nuevo en un criminal. Además, lo que quería era que lo pillasen.

Fermín entro en la gasolinera más cercana, sacó el arma de juguete y dijo con voz ronca.

—¡Manos arriba, esto es un atraco! —el joven de la gasolinera lo miró atónito y tras un momento contestó:

—Abuelo, ¿por qué no deja de hacer el tonto y le devuelve el juguete a su nieto?

Fermín que no quería discutir con el joven se dio la vuelta sin decir nada y salió de la gasolinera.

Como no sabía qué hacer fue a la cárcel a ver a Juan Fuentes. Al volver a estar entre los muros de la prisión se sintió en casa, en el único hogar en que había sido feliz. Juan entró en la sala de visitas y abrazó a Fermín.

—¿Me echabas de menos, Fermín?

Se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

—Te noto preocupado, ¿qué pasa? —preguntó Juan.

—Verás… necesito un favor…

—¿De qué se trata?

—Necesito una pistola —dijo Fermín.

Juan había desarrollado la habilidad de hablar con él sin necesidad de que surgiera una discusión entre ellos, ante la que Fermín siempre le daba la razón; si se hubiera negado, Fermín se habría ido sin protestar pero Juan sentía curiosidad.

—Si te ha molestado alguien fuera puedo hablar con mi gente…

—No es eso —contestó Fermín.

—Entonces, ¿para qué la quieres?

—Para robar un banco.

—Fermín, ¿te hace falta dinero? —preguntó Juan.

—No, sólo quiero volver a casa.

—Pero Fermín… —Juan se interrumpió ante las lágrimas que comenzaban a desfilar por las mejillas de aquel hombre peculiar de sesenta y dos años y se apiadó de él.

—Llama a este número y dile a Pedro Costa que te mando yo, te dará lo que necesites y no hará preguntas —Juan le entregó un pedacito de papel con un número de teléfono.

—Gracias.

—Fermín, sólo una cosa: no hagas estupideces y suelta el arma en cuanto llegue la policía.

—De acuerdo —Fermín le dio un abrazo y salió muy contento de la sala.

Juan lo vio salir con un gesto de compasión, aunque si se lo preguntase alguien lo degollaría allí mismo, no dejaba de ser un tío muy peligroso.

Al día siguiente Pedro Costa lo estaba esperando en una cafetería.

—Encantado de conocer al mítico Fermín, hemos oído hablar mucho de ti —le dijo Pedro amistosamente.

—Igualmente.

—Bueno supongo que no querrás perder tiempo así que vamos al aparcamiento.

Pedro pagó la cuenta y condujo a Fermín hasta un Ford Focus blanco, abrió el maletero y le descubrió una tela que ocultaba todo un muestrario de pistolas y revólveres.

—A ver, ¿cuál prefieres?

—No sé, esta misma —Fermín señaló una pistola plateada automática con la empuñadura nacarada.

—Hmmm, tienes buen gusto Fermín —Pedro introdujo el arma en una bolsa de cuero junto con una caja de balas y se la entregó a Fermín.

—Gracias —dijo Fermín.

—Espero que nos veamos en otra ocasión. Si visitas a Juan dale recuerdos.

Se despidieron y Fermín fue al primer banco que encontró. Por desgracia eran las 14:15 y habían cerrado.

Al día siguiente se levantó pronto, desayunó una tostada y aunque su intención era ir al banco más cercano, resulta que en ese barrio no había ninguno. Tuvo que andar veinte minutos hasta dar con una sucursal de Banesto.

Entró en el banco y se acercó a un empleado delgaducho con gafas.

—¿En qué puedo ayudarle señor?

—Buenos días, me gustaría atracar el banco si le parece bien —Fermín sacó el arma y apuntó al hombre a la cabeza, le había dado muchas vueltas y en vista del éxito de su anterior intento de atraco decidió que ser educado no estaría de más.

—Tranquiloseñornodispare —dijo atropelladamente el empleado.

—Deme el dinero… no quiero hacerle daño… y… llame a la policía.

El hombre no sabía si había entendido bien, pero no preguntó.

—¿Dónde se lo pongo?

Fermín no había previsto llevarse el dinero de verdad así que no tenía donde meterlo.

—Deme también una bolsa.

—Sí señor.

El empleado solo tenía su propia mochila así que la cogió y seguido de Fermín entró en la caja fuerte. Si hubiera llegado diez minutos antes no podía haber abierto la caja, que era de apertura retardada, pero tuvo suerte, mucha suerte, porque ese día había en la caja unos dos millones de euros en billetes de quinientos. Como no abultaba mucho entró todo en la mochila. Fermín la cogió y le dio las gracias al aterrorizado empleado.

Desde el despacho la directora del banco que no se atrevió a salir. Al ver el arma había llamado a la policía.

Fermín cruzó la calle y se sentó en un banco justo en frente de la sucursal. Tras cinco minutos de angustiosa espera llegaron a toda velocidad cuatro coches de la policía nacional, un coche de policía local y una furgoneta de los GEOS, estos últimos entraron en el banco armas en mano mientras los policías locales acordonaban la zona. Ante tanto revuelo los curiosos comenzaron a arremolinarse e intercambiar comentarios. Fermín, que también se sintió sorprendido ante semejante despliegue, se acercó tímidamente al policía más cercano.

—Perdone agente…

—Señor aléjese, se ha producido un atraco, no puede pasar, por favor retírese —le espetó el policía.

—Pero, agente, es que yo…

—Señor, despeje la calle, no se lo repito más —dijo amenazadoramente el policía.

—Pero oiga…

—¡Abuelo, le he dicho que se aparte y despeje la calle!

Fermín, que no quería discutir con el policía, se dio la vuelta y se fue.

Fermín vació la bolsa en la pensión y decidió intentarlo de nuevo. Entró en una sucursal de La Caixa y repitió la operación, sacó el arma y muy educadamente pidió que le dieran el dinero. En esta ocasión el botín fue de doscientos mil euros y la policía tardó tanto que Fermín se aburrió de esperar y se fue a otro banco. Al final de la mañana había robado alrededor de cinco millones de euros en doce bancos y no había conseguido su objetivo.

Empezó a pensar que no sabía por qué había tantos ladrones en la cárcel de Rota si era tan difícil que te pillaran.

Por la noche se sentó a ver un rato la televisión y en el telediario hablaban de una intrincada red de atracadores que habían desvalijado la mitad de los bancos de la ciudad casi simultáneamente. La policía pensaba que se trataba de una banda de Europa del este. Fermín cambió de canal y empezó a ver la película 60 segundos de Nicolas Cage y Angelina Jolie. Pensó que lo mismo era más fácil robar coches, pero cuando a la mañana siguiente intentó robar uno se encontró con que era mucho más difícil de lo que había previsto. Se introdujo en un Mercedes rompiendo la ventanilla y una vez dentro del coche no hubo forma de arrancarlo

—Juan, tengo un problema.

—¿No sabes qué hacer con el dinero? —preguntó Juan divertido

—Emm… no, y me da igual. Sólo quiero volver a casa, ¿cómo puedo hacer que me encierren?

—¿Por qué no te entregas? Vas a la comisaria y dices que eres el ladrón.

—Lo intenté ayer por la noche, pero no me hicieron caso, me dijeron que me fuera a casa —dijo Fermín

—Jajajajajajaja, no me sorprende, con esa cara parece que no has roto un plato en tu vida.

—Ayúdame, Juan, ¿qué puedo hacer?

—Podrías robar un coche y estrellarlo contra la comisaría de policía.

—He intentado robar un coche pero no conseguí arrancarlo y además no sé conducir.

—Joder, Fermín, eres de lo que no hay —dijo Juan—. A ver, déjame pensar… ¿por qué no vas a uno de los bancos que atracaste y abres una cuenta? Así te cogen seguro.

—Lo intentaré.

A Fermín no le convencía mucho el plan de Juan, empezó a pensar en posibles delitos que cometer…

A la mañana siguiente Fermín llamó de nuevo a Pedro Costa.

—Señor Fermín, qué placer verte de nuevo. Dime, ¿en qué puedo ayudarte, paisa?

—Quiero traficar con droga —dijo Fermín

—Interesante. ¿Qué material? ¿Hachís, marihuana, coca, caballo, crack…?

—Me da igual.

—Te puedo conseguir coca a mil euros el kilo.

—Pues dame cincuenta kilos, no me apetece ir mas cargado —dijo Fermín.

—Jajajajajajaja, Fermín eres de lo que no hay.

Fermín le dio la bolsa a Pedro, que lo contempló desconfiado.

—Se me ocurre una cosa Fermín: a ti no te importa que te pillen, ¿verdad?

—Quiero que me pillen —contestó Fermín.

—¿Y qué dirías si te propongo un trabajo en el cual es posible que te cojan?

—¿Qué es?

—Tengo que hacer una entrega muy grande mañana y creo que la pasma me vigila. Podría organizarlo para que hicieras una entrega falsa y avisar a la policía para que te detengan a ti. Irías con la mercancía que me quieres comprar, ¿qué te parece?

—Vale —contestó Fermín.

Al día siguiente Pedro lo había preparado todo para que Fermín hiciera de señuelo. Había avisado a la policía a través de un informador anónimo. Le dio a Fermín la dirección y el nombre del comprador. Fermín fue puntual a la cita y entregó la droga al contacto de Pedro. Entonces aparecieron dos coches oscuros, obligaron a Fermín a meterse en uno de ellos y salieron zumbando cuando comenzaban a escucharse las sirenas. El comprador no tuvo tanta suerte, los tipos del coche le metieron un tiro entre ceja y ceja. A Fermín le inyectaron algo y se sumergió en las tinieblas.

Se despertó en una celda un poco desorientado y maniatado. Supuso que le habían metido en una celda de aislamiento. Como nunca había visitado las de la cárcel de Rota, no sabía qué aspecto tenían por dentro.

Una trampilla se corrió en la puerta.

—Oye güey… quita de la puerta —dijo un tipo.

—Señor, ¿estoy en ca… en la cárcel? —preguntó Fermín.

El tipo abrió la puerta.

—El jefe quiere verte, güevón.

Fermín no contestó, supuso que se refería al alcaide; su hermano había dejado de ser alcaide cuando le dio un infarto las pasadas navidades.

Le llevaron a una sala mugrosa presidida por un hombre calvo de aspecto duro.

—¿Quién eres? —preguntó el hombre.

—Soy Fermín.

—Fermín, estás metido en un buen lío.

—Señor, me gustaría volver a mi celda, estaba en la 213, si fuera posible —dijo Fermín bajando la mirada.

—Fermín, creo que no te das cuenta de tu situación.

—Sí señor, he cometido un delito y debo volver a la cárcel.

—Antes contestarás mis preguntas.

—Sí, señor.

—Fermín, ¿de dónde has sacado esa droga? —preguntó el hombre.

—No lo puedo decir, señor.

—¿Vas a discutir conmigo Fermín?

—No señor. Se la compre a Pedro Costa —dijo Fermín.

—Interesante, ¿sabes de quién la sacó él?

—No señor, sólo dijo que yo era un señuelo.

—Un señuelo… ¿para quién?

—Para ustedes la policía, para que me llevaran de nuevo a la cárcel —dijo Fermín.

—Fermín, nosotros no somos la policía.

—¿No estoy en la cárcel de Rota? —preguntó suplicante Fermín.

—No, estás en los muelles. Verás, Pedro nos ha robado esa mercancía que le compraste. ¿De qué conoces a Pedro Costa?

—Mi amigo Juan Fuentes me dio su teléfono —contestó Fermín.

—¿Juan Fuentes? ¿Tú eres Fermín, su compañero de celda?

—Sí, señor. Entonces ¿no estoy en la cárcel?

—No.

—Mierda.

Resulta que los que lo habían cogido pertenecían a la organización de Juan Fuentes, Pedro había robado el ultimo envío de cocaína y los traficantes habían intervenido antes que la policía.

Santos, que era el hombre que lo había interrogado, lo dejó marchar. Incluso le devolvió la droga.

Fermín no podía creerse su mala suerte. Dejó las bolsas llenas de cocaína en un banco y se sentó en la parada del autobús para regresar a la pensión. Un grupo de jóvenes inspeccionaron las bolsas, las cogieron rápidamente y echaron a correr. Al cruzar la calle chocaron con un coche de policía y una de las bolsas se abrió. Para colmo Fermín tuvo que ver cómo los detenían y se los llevaba el coche patrulla.

Fermín estaba harto, había robado millones de euros, había intentado robar un coche, había traficado con drogas y no había conseguido que le devolvieran su vida, su antiguo hogar. Y encima esos niñatos que no habían hecho nada tenían más suerte que él. No era justo. Era el colmo.

Fermín comenzó a caminar para calmar el enfado que tenía, pasó por una calle y escuchó un grito. Había una chica en el suelo y un hombre golpeándola: la joven acababa de perder el sentido cuando Fermín sacó el arma y apuntó al hombre a la cabeza.

—Déjala en paz.

El hombre se dio la vuelta al ver el arma la expresión de su rostro se volvió muy tensa y asustada.

—Por favor no me mate —suplicé el hombre.

—Vete —dijo Fermín.

El hombre salió corriendo por el callejón y desapareció por la siguiente esquina.

—¡Alto, policía!

Fermín se dio la vuelta y vió a dos agentes de policía que lo apuntaban con sus armas.

—¡Suelte el arma!

Fermín obedeció y soltó la pistola.

La joven recobró el sentido.

—¡Me quería violar, deténgalo!

Fermín palideció.

—Pero si yo… —balbució Fermín.

Los agentes de policía se llevaron a Fermín, y aunque al principio le parecía un atropello que al ayudar a la chica le cargaran el muerto, una gran sonrisa apareció en su rostro cuando le dijeron que iba a ir por fin a casa.

En los siguientes días Fermín volvió a la cárcel de Rota, con una sonrisa en los labios que no se borraba por ninguna circunstancia. Juan Fuentes le recibió en la celda 213 y siguieron con sus vidas lacradas en el cautiverio: sólo un hombre de sesenta y dos años era feliz en aquel lugar.

Siete años después Fermín moría de un infarto de miocardio en el centro penitenciario de Rota. El ataque al corazón se produjo ante la fuerte impresión que se llevó al saber que lo liberaban a causa de su edad. Su corazón supo que no podría soportar la vida lejos de casa.

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Comentarios

  1. levast dice:

    Fermín es el personaje de esta edición. Me encantan las situaciones absurdas en las que acaba involuntariamente, su actitud indolente pero entrañable. Adoro estos personajes que te descolocan y que nos sabes qué van a hacer a continuación.

  2. laquintaelementa dice:

    Desde luego es el personaje más achuchable. Como a Levast, me parece muy divertido el juego de situaciones absurdas. Me recuerda a cierto «Juan» de la edición gore, ¿eh, Levast?

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