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Esta noche es la noche

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Salgo de la ducha y examino mi cuerpo desnudo. Estoy bueno, definitivamente. Alto, fibroso, el pecho ancho y protector, como les gusta a las tías. Además tengo un culo apetecible y una polla que es una auténtica palanca del amor. Mientras la sujeto entre las manos, ese pensamiento me provoca una erección. «La palanca», no una más. Con esto he hecho gozar a más hembras que cierto burrito…

Esta noche es la noche. Gabriela se ha apuntado a la cena de la oficina, y yo estaré allí para llevármela al huerto. He pasado un año tirando triples, pero hoy voy a hacer un mate a aro pasado.

Los boxer de CK, negros, por supuesto. Levi’s 501, que me sientan como un guante. Camiseta y chaqueta también negras, a juego con calcetines, zapatos y el iPhone. Paso del efecto Axe, que esta tía se fija en todo y se va a pensar que soy un pagafantas. Mejor un buen chorrazo de Hugo Boss, que es lo que anuncia el vampiro gayer ese que las tiene a todas tontas, hay que joderse.

Entrada triunfal en el bareto donde hemos quedado a tomar algo antes de ir al restaurante. Aquí viene Pablito, el brasas, a soltarme el rollo habitual de «hombreeeee, ya tardabas, tío; y con la noche que nos vamos a pegar hoy, y lo que vamos a ligar, y lo que vamos a follar… bla, bla, bla». Tú no te follas ni a la Inés, que, espero que no venga. Pablete prosigue con su verborrea inútil y, mientras asiento con una sonrisa de pega, busco a Gabriela entre la gente.

Ahí está Mª José, una de las secretarias, vestida igual para una farra que para una conferencia; también veo a Diego, a Rafa… joder, Inés también ha venido… mierda, y me ha visto. Me sonríe. ¡Qué fea es la hija de puta! ¡Y qué cerda! Se ha tirado a lo peor de la empresa. Lo malo es que a veces hasta me habla, y eso me revuelve el estómago. Esa minifalda negra le queda como el culo, pero la camiseta escotada aumenta su «adefesismo». Anda Pableras, vamos a tomarnos un pelotazo que empezamos bien…

El segundo cubata es de trago. Hay que ir a cenar. Todavía no he visto a Gabriela y empiezo a sentirme frustrado. A estos pijos snob con los que trabajo se les ha antojado venir a cenar a un japonés. Muy exótico y muy caro, total, para comerlo todo frío y crudo.

Nos vamos sentando. Inés le hace la trece-catorce a Pablete y se me coloca enfrente. Porca miseria. Pero Dios existe, y en la silla vacía a mi derecha, Gabriela aparece como una diosa. Eso es una minifalda, la Virgen… y ¡qué camiseta! Ese canalillo me está poniendo malito. Tengo que arrimar mi silla a la mesa para que no se note el bulto monumental de mi entrepierna. Voy a reventar el 501 y otros 500 más que me echen.

La cena discurre en el paraíso de los ojos, y los labios, y el escote de Gabriela… y copa de tinto para aquí, chupito de orujo para allá, escocés que te va, cubata que te viene.

Pagamos la cuenta y hay que ir a por todas en la discoteca donde vamos a seguir la noche. El vaivén de la minifalda negra de Gabriela al son del chunda-chunda me marea más que todo el alcohol que llevo en sangre.

Todo es tan guay, todos los compañeros son tan majos, son los mejores amigos del mundo. Saco el iPhone y empiezo a fotografiar a mis mejores amigos. Pablete, ven que nos sacamos una tú y yo, mi mejor amigo… y ahora la camiseta blanca de Gabriela, y su negra minifalda, y esa melena de bailarina exótica.

No sé quién está más pedo a estas alturas ni el tiempo que ha pasado. En la pista deambulan como zombies estos acabados con los que trabajo. No valen para nada. Son unos blandengues y unos meapilas. Gabriela, guapa, vámonos, que la noche es joven y aquí sólo hay piltrafas…

Reímos a carcajadas y engancho esas caderas locas atrapadas en la ajustada tela. Montamos en mi coche y, entre pitidos de varios cabrones que se han sacado el carné en una rifa, llegamos a una carretera secundaria. La llevo a mi picadero de verano.

Miro de reojo las piernas entreabiertas que brotan de la minifalda; la oscura y húmeda hendidura que esconden… aprieto la bola del cambio de marchas y meto quinta. En un par de kilómetros llegamos a nuestro destino.

Paro el coche entre unos árboles fuera de la vista de la carretera y me lanzo en picado sobre el escote. Aprieto ambas tetas contra mi cara; están duras, turgentes, como mi polla.

Hace calor. La saco del coche. La cojo por detrás y retiro su pelo de bailarina para poder susurrarle al oído: «Llevo un año queriendo hacerte esto». Pego su espalda a mi pecho y la sujeto firmemente por las tetas. Puedo sentir sus pezones atravesando la camiseta. La muy guarra no lleva sujetador. Esperaba esto; ella también pensaba en esto. Acomodo mi polla entre sus glúteos redonditos y la inmovilizo contra el capó del coche. Muerdo su cuello y ella gime. Empujo mis caderas contra las suyas. La hago gemir más. Deslizo mis manos desde su cintura hacia sus pechos, arrastrando con ellas la camiseta. Caen pesados y libres en los cuencos de mis palmas. Jadea y gime. Acaricio esos senos voluptuosos, pellizco sus pezones, mordisqueo sus lóbulos. «Estás empapada, puedo sentirlo». Le meto la lengua hasta el caracol.

De espaldas, apoyada contra el coche, con las tetas al aire, las piernas entreabiertas, como si la estuviera cacheando… me pone todavía más cachondo.

Saco mi iPhone. Quiero grabar este polvo glorioso.

Un primer plano de la minifalda moldeando ese culo de diosa… «no va a pasar hambre». Deslizo la tela hacia arriba. Ese culito blanco y brillante va a hacer que me corra en los pantalones.

Ella menea las caderas y abre más las piernas, incitadora. ¡Dios! Me parece estar viendo la portada del último disco de los Europe. Quiero pelar esa manzana. Le bajo el tanga hasta la mitad de los muslos y mis dedos exploran esa rajita húmeda que tanto me desea. Está viscosa y caliente. Meto un dedo sonda en ese coño que grita mi nombre. Se me quema ahí adentro. Podría fundirse un hierro, pero el mío está igual o más candente.

Sus gemidos me ponen a cien. Desenfundo mi arma dispuesto a vaciar el cargador al completo.

La hundo en ese chochito turgente y cálido. Siento cómo sus paredes envuelven y abrazan mi polla, que se estremece de gusto. Toma, toma, toma zorra, que sé que te está gustando. Puedo sentir cómo te corres. A punto estoy de hacerlo yo, pero me contengo. Quiero darle su ración a este mullido culito tragón contra el que me apoyo.

Al principio ella se resiste, pero le tapo la boca con la mano y vuelvo a susurrarle: «Voy a follártelo todo, zorrita». La pongo a cuatro patas, totalmente abierta. Puedo metérsela por donde quiera y cuanto quiera. La penetro sin contemplaciones con mi verga lustrosa. Toma, toma, toma zorra, que te gusta que te follen por detrás.

Me corro dentro de ella sin poder retenerme más. La descarga viene de lo más profundo, de la propia columna vertebral, de todas las pajas que me he hecho pensando en ella. Cogida por la nuca, tiro de ella hacia mí para que me sienta bien adentro.

Todavía de rodillas y bastante erguido, la agarro de las tetas para girarla hacia mí. Desgasto a lametazos sus pezones mientras le meto un par de dedos. El iPhone sigue grabando en silencio para no interrumpir mis jadeos. La engancho de nuevo por la nuca y le planto la polla en la cara. Chúpamela, putita, chúpamela bien porque esto es lo mejor que te has comido nunca. No es la primera vez que lo hace. Sabe perfectamente cómo agarrarla, dónde detenerse y lamer más rápido. Me dan calambres por todo el cuerpo.

Justo en el momento en que miro la pantalla del iPhone me corro de nuevo; de su lengua resbalan churretes blancuzcos. Exhausto, me dejo caer en el suelo.

Me he quedado como Dios. Hasta se me ha pasado el pedo. Cuando quiero darme cuenta es de día y estoy solo y desnudo en medio de un bosquecillo. La muy hija de puta se ha llevado mi coche, mi dinero y ¡¡mi iPhone!!

Es madrugada y hace una rasca que jode. Improviso un taparrabos con unas hojas y salgo a la carretera a hacer autostop. Lo que me para es la Guardia Civil. Me llevan al cuartelillo y me denuncian por escándalo público. Yo también denuncio a esa perra por robo y abandono; pero cuando llaman a Gabriela ella declara que se fue a casa desde la discoteca y mucho antes de que nos marcháramos.

Hago una llamada; Pablete, sácame de aquí. Pableras me dice que le doy asco, pero que en la oficina es peor: soy un bufón. Alguien ha colgado en youtube el vídeo de mi polvo con ¡Inés! y ha mandado el vínculo a toda la empresa…

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Comentarios

  1. levast dice:

    Frasecitas a enmarcar: «una polla que es una auténtica palanca del amor», «Le meto la lengua hasta el caracol», «meto un dedo sonda en ese coño que grita mi nombre»… y así hasta el final, vaya risas, me ha molao mucho 😉

  2. laquintaelementa dice:

    Gracias hermoso :P.

    Por favor, que mi madre nunca se pase por aquí y lea esto… 😈

Los comentarios están cerrados.