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Entre picos y plumas

por Relato finalista

Hace mucho, muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera Maricastaña existía todavía, en un reino muy lejano, más lejano incluso que el confín del mundo, vivían un hermoso ánade llamado Anas y su amigo, una pequeña golondrina, Hirundo. El majestuoso pato tenía la cabeza verde como una esmeralda, el pico parecía hecho de oro y un collar blanco como de perlas daba paso a un armonioso cuerpo jaspeado con los tonos del ágata de fuego. Y así se pasaba las horas, contemplando su magnífica estampa en las aguas del lago mientras se burlaba de la sencillez de la golondrina.

—Al menos vas discreto a la par que elegante con tu modesto frac —reconocía con tono burlón hacia Hirundo.

—Al menos eres casi tan guapo como Cristatus y nadas algo mejor —devolvía sarcástica la golondrina. 

Cristatus era el bellísimo pavo real que vivía en los jardines que rodeaban la tranquila laguna y, aunque tenía miedo al agua, era sin duda el ave más admirada de la región y la que provocaba más suspiros entre las pavas, patas y gallináceas en varias leguas a la redonda. La cabeza de Anas solía ponerse todavía más verde cuando se escuchaba el nombre de Cristatus.

Un día pasó por el estanque un búho muy cansado y viejo. La golondrina lo acogió en su nido pero, como era tan pequeño, el búho tuvo que descansar en un árbol junto al agua.

—¿Quién eres y de dónde vienes? —le preguntó Anas, sin dejar de repasar con su pico las hermosas plumas de sus alas.

—Me llamo Ninox y vengo de buscar a la muchacha más bonita del mundo para que sea la esposa del Rey. Pero no he podido hallarla. Cuando Su Majestad se entere me hará disecar para su salón —y el viejo y cansado búho se echó a llorar; y sus lágrimas cayeron al estanque fundiéndose con las aguas en que Anas se contemplaba.

—No te preocupes —repuso entonces Hirundo con entusiasmo—. ¡Nosotros te ayudaremos!

El pato tenía ya la protesta al borde del pico, pero de pronto pensó en la cantidad de hermosas damas que lo admirarían en palacio y se frotó las palmas, ocultas bajo el agua.

La real Águila Real se enfadó muchísimo cuando vio aparecer a su ministro más sabio sin su futura esposa. Casi lo despluma allí mismo de no ser por la rauda intervención de Hirundo, quien, con un giro acrobático inverosímil que burló a la mismísima Guardia de Halcones Reales, se plantó ante el Rey:

—Majestad, el Búho ya es muy viejo para estos menesteres. ¡Mi amigo Anas y yo la encontraremos!

Y así la real Águila Real les ordenó partir inmediatamente y no regresar sin la reina más bella, digna de su realeza.

Las dos aves emprendieron el vuelo hasta que fueron dos diminutos puntitos que desaparecieron en la inmensidad azul del cielo. Las alas y el pecho purpúreo de Anas flameaban al sol. A su lado, haciendo acrobacias, Hirundo oteaba el suelo. En otra increíble maniobra descendió en picado hasta una rama al lado del camino por el que transitaban un grupo de ruidosas ocas. «Seguro que estas comadres asiduas a mercados y ferias pueden ayudarnos», pensó la avispada golondrina. Pero cuando trató de preguntarles, ellas comenzaron a graznar más fuerte, terriblemente contrariadas ante la intromisión del molesto pajarillo. Entonces, ante ellas aterrizó Anas, con su reluciente cabeza verde bien alta y su brillante plumaje emitiendo destellos. Las ocas enmudecieron de asombro. El pato estaba en su salsa y disfrutó intensamente de aquellos momentos. Carraspeó y entonó su más aterciopelada y encantadora voz y saludó de esta manera:

—Señoras mías, disculpen la descortesía de mi pequeño acompañante, pero no sabe cómo tratar con unas damiselas tan distinguidas y hermosas como vosotras.

Las ocas se ruborizaron hasta el pico ante el guapo extranjero que tenían ante ellas.

—Soy emisario de Su Real Majestad y busco a la muchacha más bonita del mundo para llevársela como esposa. ¿Seréis tan amables de ayudarme? Soy tan agradecido como espectacular.

Entonces Anas elevó e hinchó su pecho llameante mientras extendía las alas. Aquello fue demasiado para las ocas, que se desmayaron en mitad del camino, y también para Hirundo, que salió volando hacia la primera nube trazando tirabuzones, que es como se desternillan las golondrinas.

Afortunadamente, una de las ocas era ciega y fue la única que pudo contestar a los dos amigos:

—Si cruzáis el Bosque encontraréis a Tetro, el Urogallo. Preguntadle a él, pues lleva aquí mucho más tiempo que nosotras.

La oca se quedó allí quieta, esperando a que sus hermanas despertaran y la llevasen de vuelta a casa.

El pato y la golondrina volaron durante horas. En realidad no fue tanto tiempo, pero las incansables bromas que Hirundo le gastó sobre el incidente de las ocas hicieron interminable para Anas la búsqueda del urogallo.

Por fin, bajo un hermoso acebo de brillantes hojas verdes que acunaban los rubíes rojos de sus frutos, encontraron a Tetro dormitando entre gorgoteos apagados. Era, probablemente, el ave más vieja que habían visto en su vida, más incluso que Ninox, el ministro del Rey. Su plumaje debió de ser, en otro tiempo, tan hermoso y brillante como el de Anas, pero ahora se veía deslucido y mustio, como el abanico de la cola.

—Abuelo, abuelo, despierte —Hirundo susurró en el oído derecho del urogallo. Tetro abrió el ojo izquierdo bajo el párpado rojizo y volvió a cerrarlo. Hirundo reiteró su llamada y el viejo abrió de nuevo el mismo ojo.

—¿Quién anda ahí? Soy sordo de un oído y ciego de un ojo, no tengo tiempo para jueguecitos, joven… o lo que quiera que seas.

La golondrina se cambió de posición y le indicó al pato que hiciera lo mismo, de forma que el urogallo viera a Anas por el ojo sano mientras Hirundo le hablaba por el oído bueno.

—Disculpe que interrumpamos su siesta, señor Tetro, pero estamos buscando a la muchacha más hermosa del mundo para llevarla ante el Rey. ¿Puede ayudarnos?

—Hmmm… Recuerdo una muchachita muy hermosa cuando yo era joven y lustroso como tú, jejejejeje, pero creo que… El urogallo cerró el ojo y se durmió en mitad de la frase.

—Señor Tetro, por favor, dígame qué recuerda de aquella muchacha —apremió Hirundo.

El urogallo abrió el ojo y reanudó la conversación, pero la historia ya había terminado:

—…y eso es todo lo que no se me ha olvidado. Aunque en las Montañas encontraréis a Gyps, el Buitre, que ha visto mucho más mundo que yo. Por cierto, muchachito, es la primera vez en mi larga existencia que veo un pato que habla con el pico cerrado imitando a una golondrina… ju, ju, ju, j…

Ambos pájaros encogieron sus alas en señal de resignación y emprendieron el vuelo dejando a Tetro bajo su acebo tras caer de nuevo en un profundo sopor después de la cuarta risita.

Las Montañas estaban realmente lejos y eran verdaderamente altas. Empezó a hacer frío y los dos amigos buscaron un refugio para pasar la noche. Encontraron una repisa y se posaron para descansar. Desde allí arriba podían ver toda la tierra extendiéndose bajo sus patas. Todo se veía pequeñito y tan lejano como las estrellas que empezaban a asomarse encima de sus cabezas.

No fue hasta un rato más tarde cuando se dieron cuenta de que no estaban solos en aquella cornisa. Un poco más allá una solitaria y enorme silueta iba a ser engullida por las sombras de la noche. Anas e Hirundo, cansados y asustados, permanecieron inmóviles y muy juntitos hasta que amaneció. Con los primeros rayos del alba, sus cuerpos casi helados empezaron a calentarse y advirtieron movimiento en la misteriosa figura encorvada. Hirundo, como siempre, fue el primero en atreverse a entablar conversación:

—Una noche fresquita, ¿verdad? —preguntó sin demasiado entusiasmo ante la horrorizada mirada de Anas, que no daba crédito a la salida de su compañero.

—Es mucho peor en invierno, creedme. Dos pequeños como vosotros habrían muerto de frío y yo habría tenido el desayuno servido en mi propia casa —respondió sin inmutarse lo que resultó ser un enorme buitre calvo y lleno de arrugas, y que podía ser tan viejo o más que Tetro, el Urogallo y Ninox, el Búho, juntos. Su voz cavernosa parecía provenir del corazón mismo de las Montañas y paralizó la sangre del pato. La golondrina, sin embargo, desplegó sus alitas y ejecutó varias cabriolas en el aire, delante del inmóvil buitre.

—¿Es usted Gyps? Yo me llamo Hirundo y ese de ahí es mi amigo Anas; venimos en nombre de Su Majestad para encontrar a la muchacha más bonita del mundo. ¿Puede usted ayudarnos?

Gyps continuó sin moverse durante unos minutos antes de abrir el pico. De nuevo, su voz profunda congeló el aire ya de por sí fresco de la mañana:

—¿Si te ayudo te marcharás? Ya que no parece que vayas a servirme de desayuno, resultas tan molesto como una mosca para un ser solitario como yo.

—Por supuesto, señor —respondió alegre como unas castañuelas—. Nos iremos «zumbando».

Hirundo picoteó la brillante cabeza esmeralda de Anas sacándolo de su conmoción.

Por fin, el Buitre les habló de la muchacha más bonita del mundo.

—Se trata, sin duda, de la hija del Sol. Sus cabellos son de luz dorada y sus ojos como el cielo de la mañana; su piel blanca y suave como las nubes y sus labios rojos como el arrebol de la tarde.

—¿Y cómo la encontraremos? —preguntó Anas impaciente y deseoso de ver una criatura tan hermosa.

—Vive en un palacio junto al que siempre está su padre. Id pues tras el Sol y allí hallaréis lo que tanto habéis buscado.

Anas miró al cielo. El Sol se encaminaba ya hacia el oeste y, raudo como nunca, emprendió el vuelo:

—Llegaré antes que tú, golondrina birriosa, y cuando la hija del Sol me vea tan magnífico y elegante querrá casarse conmigo —le graznó desde las nubes.

Pero, por más que volaba y volaba, el Sol siempre se le escapaba, siempre hacia el oeste.

Hirundo, por el contrario, fue más listo y se dirigió al Polo Norte. En aquella época del año, el Sol no abandonaba esa región y no tardó en encontrar el palacio y a la bellísima muchacha. Al verla, olvidó su misión y supo que sólo quería quedarse allí para siempre. Pasó el verano y el otoño junto a la hija del Sol, cantando para ella, divirtiéndola con sus vuelos y sus chistes y con las historias de sus viajes junto a cierto pato gruñón.

La última mañana de otoño, Hirundo se atusó el plumaje y más elegante que nunca se atrevió a pedir a la muchacha más bonita del mundo que fuera su esposa. Y ella aceptó encantada pues se había enamorado profundamente de la sencillez y bondad del humilde pajarillo.

Al día siguiente, el día de la boda, Hirundo fue a buscar a su prometida. Sin embargo, algo había cambiado. El palacio estaba oscuro, en sombras, y, en lugar de su bellísima novia encontró una joven pálida, de largos cabellos negros como la noche y ojos brillantes como estrellas.

—Hola, pequeña golondrina —le saludó la doncella, muy guapa, pero no tanto como su amada—. Soy la hija de la Luna y durante los próximos meses invernales animarás mi palacio con tus historias y canciones, igual que has hecho para la hija del Sol.

Pero Hirundo, en una de sus legendarias maniobras increíbles, escapó por una ventana y voló sin descanso hasta el Polo Sur. Después de tan larga travesía llegó exhausto y sin fuerzas hasta el luminoso palacio del Sol. Allí encontró a su prometida quien lo esperaba con la sonrisa más preciosa que jamás el mundo haya visto hasta el día de hoy. Ella lo recogió entre sus palmas y lo besó con sus labios de arrebol. Y entonces, la magia del Sol obró el hechizo y convirtió a Hirundo en un apuesto príncipe, vestido con un elegante frac. Fue el regalo de bodas que su padre le concedió en premio al tesón de la pequeña golondrina, que había demostrado amor sincero por su preciada hija.

La boda de Hirundo y la hija del Sol fue la más fastuosa que jamás el mundo haya celebrado hasta el día de hoy. Y aunque fueron felices, no comieron perdices, en respeto al pasado plumífero de Hirundo.

Hoy en día, los patos siguen volando hacia el oeste persiguiendo al Sol, y las golondrinas lo hacen de polo a polo para estar todo el año en el palacio de Hirundo y la hija del Sol.

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Comentarios

  1. Juan Sanmartín dice:

    Siempre me he preguntado cómo un pequeño pájaro de apenas 20 gramos de peso era capaz de rocorrer más de 10.000 kms. en sus migraciones anuales, de dónde sacaba tanta energía y tanto valor. Gracias a este precioso cuento he podido conocer el secreto de tan singular proeza y comprobar que el mundo mundo está bien hecho, en el sentido de que todo —casi todo— tiene un motivo y una causa, aunque la mayoría de las veces no podamos descubrirla.
    Reitero lo dicho: muchas gracias por este regalo.

  2. marcosblue dice:

    Quien no te conozca pensará que eres una persona de una sensibilidad excepcional. Los que te conocemos, haciendo un esfuerzo por obviar lo del desmelene cada vez que suena el Final countdown, sabemos que lo eres. Precioso cuento, Irenísima.

  3. levast dice:

    Ingenioso, poético y con personajes muy carismáticos. Tiene ese aire de peli de dibujos animados clásica pero le da mil vueltas a Disney. 😉

  4. ¡¡Me ha gustado mucho!! 🙂

  5. laquintaelementa dice:

    Muchas gracias, Guio. Creo que de estos cuentos puedes sacar inspiración para tus «ilustridades» (Ilustridad: ilustración insigne que es, además, una preciosidad) 🙂

  6. Seguro, el próximo que haga tiene muchas posibilidades de salir de aquí 😉

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