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El oscuro desafío de la reina de Morkham

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Unos ligeros movimientos en la cama te desperezan de los plácidos sueños que envolvían tu agotado cuerpo. Entreabres los ojos, incorporándote con pereza, para ver a la mujer gateando como un insinuante felino sobre las suaves sábanas de seda plateada, sonriendo como un depredador insaciable ante su indefensa presa. Aún te parece inconcebible que la despiadada comandante de las amazonas del reino de Morkham, la misma que ha exterminado sin piedad a cientos de hombres de tu ejército en innumerables batallas, se esté contoneando a tus pies, desnuda como una ingenua doncella de la corte. Ha sido la primera vez en muchas noches, casi te cuesta recordarlo, en que has podido tomar a una mujer con calma y comodidad. En esta duermevela, vuelves a recordar los avatares que has vivido desde que empezó tu fantástica odisea para asistir a tu boda, un enlace pactado entre los reinos de Histhya, donde tu padre reina desde hace veinte años, y Morkham para lograr una paz que acabe con siglos de sangrientas guerras. Sobre todo revives con placer las extrañas ocasiones en que has podido disfrutar de la carne en este azaroso viaje. Tus ensoñaciones te llevan a volver a recordar el encantamiento en que tus hombres y tú sucumbisteis bajo el prodigioso canto de las bellas sirenas de las costas de Tahymí, los seres más bellos de este mundo, que se convertían en fieras arpías que arrancaban las cabezas de los hombres en el apogeo de su éxtasis. También el embrujo de la arrebatadora Damaduende, la legendaria mujer que guardaba el tenebroso Bosque de Almas, y que te sedujo con un hechizo que no te despertó de su falsa ilusión hasta que no te liberaron tus hombres. Te sentías en un idílico sueño de placer y lujuria con una hermosa joven en ese encantamiento pero que se transformó en pesadilla cuando te rescataron ya que descubriste que te había poseído una bruja de más de doscientos años que te estaba drenando la vida. Pero también te estremece como una pesadilla el momento en que os cruzasteis con un grupo de sacerdotisas del culto de Homm, a las que inocentemente decidisteis ayudar en su exilio pero que estuvieron a punto de sacrificar vuestros cuerpos en honor a su impío dios tras varias noches de lujuria.

La mujer amazona se cuela debajo de las sábanas y empieza a serpentear alrededor de tu cuerpo. Mientras acaricias sus grandes y duros senos, tus pensamientos se dirigen un instante a recordar a alguien por quien sientes verdadera lástima y añoranza. Tu joven y fiel escudero Tashim, el hijo del capitán Althor, el fornido y bravo guerrero que te ha acompañado toda la aventura. No puedes negar que la dureza del viaje, las cabalgadas extenuantes y las ominosas amenazas que os han perseguido, hacían que anhelases la cercanía de una mujer en el regimiento y que, por eso, en esas oscuras, frías y solitarias noches reclamaste su compañía. Lealmente, el joven se ponía a tu servicio y sofocaba con sus fuertes manos el ansia de no tener una mujer cerca. Con gracia recuerdas detalles divertidos como el arrancarle algún incipiente pelo de su recio torso o las caricias que ingenuamente te dedicaba. Era una distracción momentánea, te dices a ti mismo, tu hombría no se puede poner en duda. Casi sobrevivisteis juntos, los últimos hombres de la expedición, al llegar a vuestro destino, al temible Palacio de Ébano, pero el pobre Tashim murió terriblemente mientras resistía el exorcismo para liberarle de la espantosa posesión de un súcubo.

—¿Acaso estáis derrotado, príncipe Vandrell? —interrumpe tus ensoñaciones Lamsia, la turbia amazona, mientras acaricia delicadamente con sus dedos del pie todo tu cuerpo desde tu ombligo, pasando por el pecho, hasta tu boca—. Vamos, querido, culminemos la noche dando la bienvenida al amanecer de forma salvaje.

—Descuida mi aguerrida dama, hasta los dioses temblarán con este despertar.

Con tus dedos recorres la electrizante espalda de la arrodillada amazona, notas la energía que desprende su morena piel, tu rostro se pierde en su largo pelo de color fuego y tu hombría se hunde entre los fuertes muslos de la amazona. Su espinazo se arquea de placer mientras tu cuerpo, a un ritmo acelerado, estimula el ardor de su lujuria penetrando sus ardientes carnes. En esta frenética danza, tu adormilada cabeza vuelve a imaginar otra figura, otra mujer que  no se ha disipado de tu mente en este viaje. La reina Laressa, la cruel e imponente canciller de Morkham, sacerdotisa suprema de Vulkur, el Señor de la Gran Hendidura, la madre de tu futura esposa, obnubila tus más profundos deseos; ella, aunque enemiga declarada de tu familia y de tu reino, ha perturbado tus sueños más sórdidos. Sólo conoces su rostro por retratos y leyendas narradas pero no te importaría rendirte ante ella. La imagen de su alta figura, de su cuerpo cincelado por los dioses en cada palmo, su aire feroz y altivo, su estilo dominante te hacen excitarte. La amazona siente este calor penetrando su cuerpo y su excitación se dispara sin control. Chilla y gime en un incontrolable arrebato de fogosidad.

—¡Por Grostz!, silenciad esos gritos, nos pueden oír ahí fuera —susurras a la amazona mientras intentas tapar con la mano su boca.

—¡Sí, sí, por Grostz, Dios de las Ardientes Tempestades! —continúa sus gritos la mujer mientras muerde tu mano y gira enloquecidamente la cabeza y sus cabellos.

Te das cuenta que te encuentras en una situación complicada. La amazona no deja gritar ostensiblemente en su ardor y percibes que la escena se puede descubrir en cualquier momento por cualquier guardia o invitado de las habitaciones. Tu cuerpo te pide que no te despegues de la excitada guerrera hasta coronar el acto con tan gloriosa mujer, pero la ira de la reina se puede descargar sin compasión sobre ti si os descubren.

  1. Si quieres detenerte para que Lamsia cese sus gritos y que no te delaten, pasa a la página 4.
  2. Si te aventuras a culminar el final del acto con la aguerrida amazona, pasa a la página 2.

Jugueteas lentamente con sus duros pezones mientras la agitada amazona acelera el ritmo de sus movimientos carnales, completamente desatados y sin contención.

—¡No paréis, mi noble señor, si osáis deteneros sufriréis mi ira! —os exige en un arrebato, entre gemidos, la excitada guerrera.

Cierras los ojos, arrastrado por el torrente de fogosidad de la mujer que se contonea y grita como un animal enjaulado ante tu cuerpo. Afuera de la habitación empiezas a oír movimientos y susurros de personas. Tu cuerpo se deja llevar definitivamente entre los gritos desencajados de Lamsia y derrochas tu blanca pasión sobre la mujer y sobre las delicadas sábanas de seda plateada. Exhausta y satisfecha, se gira y clava sus ardientes ojos rojos en tu rostro.

—Levantaos, príncipe Vandrell, ayudadme a atrancar la entrada.

Aún conmocionado, ayudas a la amazona a empujar un armario que pueda impedir el paso a la estancia mientras te preguntas qué vas a hacer a continuación. Por el ruido, adivinas que hay mucha gente fuera golpeando la puerta y formando alboroto. Te giras y ves a Lamsia, desnuda, inclinada sobre el alfeizar de la ventana a punto de saltar al vacío.

—Huid rápido, mi bello príncipe, vuestra vida corre peligro. Os hago una seria advertencia: la reina tiene planes perversos para vos.

Ves como la terrible guerrera emite un fuerte silbido que hace llamar en su presencia, en pocos segundos, un impresionante caballo alado. La mujer salta sobre la bestia y sobrevuelan las alturas del palacio. Esa imagen de la amazona desnuda volando entre las nubes que cubren el reino de Morkham, agarrando las crines de un enorme pegaso blanco, puede ser la visión más bella que hayan podido presenciar tus ojos. Pero el peligro acecha a tu espalda ya que unos hombres están intentando derribar la puerta. Miras a tu alrededor y, de entre tus pertenencias, recoges tu mandoble, enfundado en su vaina, y te lo anudas a la cintura. Su hoja está partida por la mitad pero aún puede defenderte. Los golpes continúan, apenas te queda tiempo ni de taparte. Sobre la cama ves las posesiones de la amazona y agarras una larga cuerda que anudas a una pata. Saltas sobre el borde de la ventana y te deslizas con la soga fuera de la estancia. Notas que la cuerda tiene algo especial, no resbala ni roza con heridas las palmas de las manos y se sostiene firme sin balanceos. Deduces que mágicamente puede responder a tu voluntad y llevarte dónde desees. Tiras de la cuerda, agarrándola con las dos manos y te impulsas hacia arriba, hacia el piso superior del castillo. La cuerda se alarga y te deposita sobre el alfeizar de otra habitación donde te introduces de un brinco. Allí, en la amplia y luminosa estancia, descubres a tres desprevenidas figuras que observan tu desnudo cuerpo con pasmosa sorpresa. Impulsivamente, desenfundas y empuñas tu estropeada arma en dirección a sus cuerpos, una mujer, un hombre y una joven. Reconoces la sublime figura de la reina Laressa, siendo vestida por un sastre enano, mientras observa la escena la que deduces que es su asustada hija, Junnieth, tu futura esposa. Con aire resuelto la majestuosa mujer se dirige a ti con una arrogante sonrisa.

—Mi estimado príncipe Vandrell, ¿qué hacéis en mis aposentos privados, exhibiéndoos al natural con una espada partida?

  1. Si decides amenazar y dominar a la reina Laressa, pasa a la página 3.
  2. Si crees que deberías someterte al juicio de la reina, pasa a la página 5.

Te acercas a la reina y diriges el filo de tu hoja desenvainada a su cuello.

—Me vais a facilitar la huída de vuestro reino, majestad, si no vuestra sangre manchará este celebrado día. No caeré en la trampa que me estáis preparando.

Con un severo gesto, la reina ordena a los otros a abandonar la estancia. Abordas a la mujer por la espalda y aprietas con fuerza su cuerpo contra tu pecho. Sientes su interminable espalda serpenteando en tu torso mientras empiezas a palpar las vertiginosas curvas de su perfil. Deslizas tus dedos sobre su contorno, sobre su ceñido vestido negro de gala que dibuja su asombroso cuerpo. Te sorprende el curioso detalle de que la ropa, ajustada como una segunda piel, no tiene ninguna abertura visible. La mujer está firme y tranquila a pesar de la amenaza en su cuello y del abuso de tus tocamientos. Tu mano se escabulle debajo de sus enaguas y retiras suavemente su fina prenda de encaje hasta debajo de sus rodillas. Notas en las yemas de tus dedos el calor de la perla con la que has soñado desde hace años, el turbio tesoro por el que cualquier hombre enloquecería y mataría. Cinco hombre la han desposado y todos han fallecido. Las delicadas caricias que resbalan sobre la fina línea de su entrepierna hacen que la reina pierda su firmeza e incline su cabeza sobre tu cara. Gime con cuidado y su sugerente voz te dispara y decides desenredar el tocado que recoge su melena, retirando con tus dientes, una a una, las horquillas que sostienen su pelo. Su largo y negro cabello se enreda en tu cara y decides deshacer tu presa, dejar caer la espada y encarar a la gloriosa mujer. Tus ojos se pierden en sus feroces pupilas verdes y en una cara que, aún con los años, no ha perdido su legendaria belleza, que rivalizaría con el de una ardiente estatua de mármol. Agarra con ímpetu tu rostro con las dos manos y acerca tu boca a sus labios. Se entrega a ti con desaforado calor mientras tú la empujas y la dominas contra una pared. Entre tus piernas vuelve a palpitar con fuerza la pasión y la hundes en ella como una ardorosa puñalada. La mujer se retuerce de placer, impulsada por tu desatada energía mientras te mira desafiante y ansiosa. Delicadamente con una mano te pide calma y, de repente, te desplaza hasta su opulenta cama. Alza sus brazos y hace un rápido gesto mágico que hace marchitar su ropa para que puedas admirar su magnífico cuerpo desnudo ante ti. Recoge un vial con una poción, lo frota, y vierte sobre ella todo el contenido. Tu mente no puede creer lo que ve. Se abalanza sobre ti y puedes saborear en su delicada piel un néctar propio de dioses. No puedes más que dar gracias a Grostz por la fortuna con la que te ha bendecido mientras sientes que la reina gira tu cuerpo y lo coloca de espaldas…

La joven Junnieth llora desconsoladamente mientras observa a su prometido a través de una rendija. Inesperadamente, a su lado, se encuentra la reina Laressa. Lo que contemplan ambas mujeres es una escena que se está produciendo realmente en las catacumbas del Palacio de Ébano.

—No lloréis más, hija mía, ese malnacido nunca se iba a convertir en vuestro esposo. Como veis, nadie puede rivalizar con la sacerdotisa suprema de Vulkur, el Señor de la Gran Hendidura, y ha sucumbido fácilmente a mi conjuro. No merece más lástima que un mísero esclavo. El gran Sultur no tardará en acabar con él.

En tu espalda crees sentir las caricias de la reina y, extrañado, te parece oír otras voces y los cascos de un caballo. En realidad, no puedes distinguir más que tu fantasía y no puedes notar como Sultur, el salvaje centinela centauro, te está reteniendo y torturando, a punto de empalarte con su miembro animal. Aún con plácida felicidad en tu mente, tu aventura ha llegado dolorosamente a su…

FIN

El certero puñetazo de la amazona te impulsa hacia atrás con violencia. La mujer vuelve a cargar su puño pero apenas puedes contenerla con tu antebrazo.

—¿Cómo osáis desobedecerme, maldito príncipe? ¡Nadie me arrebata el orgasmo de forma tan humillante y espera vivir para contarlo! —te grita Lamsia mientras te retuerce el cuello con una mano.

Te revuelves para zafarte de su garra pero no tienes otra opción que golpearla si quieres seguir respirando. Atacas con la rodilla su estomago pero eso no evita que se reponga con más fiereza, escupa la sangre de su boca y cargue contra ti blandiendo el sable que reposaba junto a la cama. En su primer ataque te clava la hoja en un costado y sientes que la muerte se cierne sobre ti cuando levanta el arma sobre tu cabeza. En un desesperado movimiento, agarras su brazo y desplazas su cuerpo hacia la ventana. La mujer cae gritando al vacío y terminas viendo desde las alturas la tremenda imagen de la amazona desnuda aplastada contra el suelo del palacio. Notas que algo aletea sobre tu cabeza y te retiras de la ventana con rapidez para no ser detectado. A tientas, casi desmayado por la herida, buscas el reposo de la cama. Afuera se oyen ruidos y a alguien abrir la puerta…

Instintivamente desenfundas tu estropeado mandoble y retas a los visitantes, pero tus ojos apenas pueden distinguir las figuras que se acercan a tu cuerpo. Por las voces distingues a unas mujeres que hablan un extraño idioma entre ellas. Una de ellas se acerca, aparta con cuidado tu brazo y tiende tu cuerpo sobre la cama. Sus manos son cálidas y, al rozar tu piel, sientes unos relajantes calambres. Notas después que sobre la herida derraman un líquido templado que calma el dolor y frena el sangrado, y al beberlo, cicatriza mágicamente el violento tajo. Algo más recuperado, logras reconocer a las cuatro mujeres como sacerdotisas de la mítica isla de Santria, unas criaturas de una belleza etérea, vestidas con unos vaporosos vestidos de gasa transparente, pieles blanquísimas, delgadas y delicadas en su perfil, con un pelo que sólo se podría describir como cristalino. Su divina dedicación es la perfección del cuerpo y la mente y te explican que la reina les ha encomendado que preparen y relajen tu cuerpo para la ceremonia. Con una delicadeza sólo comparable con la brisa del mar extienden sobre tu cuerpo perfumes exóticos y elixires balsámicos en lentos masajes que recorren cada poro de tu piel. Tu cuerpo, una masa de trabajados músculos que rivalizarían con los del más bárbaro guerrero, disfruta hasta el delirio de la fricción de sus dedos y tus ojos celestes se extasían con la presencia de las hermosísimas figuras de las angelicales heroínas. Tu virilidad se agita como si paladease miel del paraíso. Las sacerdotisas se sorprenden impactadas con la visión de la potencia viril que ha brotado por debajo de tu ombligo. Sonríes plácidamente mientras juegas con los frascos de pociones y ellas acarician las partes más erógenas de tu cuerpo

—¿Qué le pedís a este día, príncipe Vandrell? —pregunta dulcemente una de ellas.

—Deseo que mi virtud sea admirada en toda la tierra —respondes algo abrumado mientras saboreas el brebaje de otra poción.

De repente, notas todo tu cuerpo temblar. Tus sentidos se distorsionan y apenas puedes sentir a las mujeres tirando de tu brazo y advirtiéndote que no ingieras la poción. Sientes un calor sofocante y algo que tira de ti hacia arriba. Fugazmente pasan por tu mente las advertencias que te hacía tu anciano hechicero sobre la maldición de mezclar pociones mágicas. Tu deslumbrante apéndice, que tantas satisfacciones te ha ofrecido y que tanto placer ha dispensado, empieza a crecer de forma descomunal. Se estira y se ensancha, se abre paso como un torrente, palpitando con fuerza, atravesando suelos y paredes. Hombres y mujeres gritan horrorizados en el Palacio de Ébano ante la fuerza monstruosa y descomunal de tu virilidad. Poco a poco, toda estructura va sucumbiendo a su paso y sólo queda al final una monumental torre cilíndrica de carne coronada por una asombrosa cúpula que roza graciosamente las nubes. Un gran pilar incrustado sobre la Gran Hendidura que en los siglos venideros se convertirá en un colosal faro vigilante, un monolito adorado por todos los discípulos de Grostz, el Dios de las Ardientes Tempestades. Tu virtud ha pasado a la eternidad pero la muerte de tu cuerpo ha adelantado tu…

FIN

Sientes que tus manos tiemblan al empuñar la deslucida espada que blandes, incapaz de sostener la desafiante mirada que la imponente reina Laressa te lanza con sus centelleantes ojos verdes.

—Mi señora, no pretendía ofenderos a vos y a vuestra familia —afirmas con humildad mientras hincas una rodilla ante ella y ofreces con la cabeza agachada tu arma—. Mis excusas no pueden perdonar la profunda vergüenza que estoy provocando con este desafortunado incidente. Mi vida es vuestra para lo que deseéis.

—Levantaos, príncipe Vandrell —ordena con voz áspera la reina—. Discutiremos el origen de este desdichado accidente más tarde, cuando todas las ceremonias hayan acabado. Hasta entonces, estad a la altura de vuestra nobleza y cumplid el protocolo.

Desairada, la mujer te acerca un sencillo jubón y unas calzas y ordena a un sirviente que prepare tu ropa. La figura y personalidad rotunda de la reina te han cautivado desde el momento en que la has sorprendido, su elegancia, sus arrebatadores ojos, su imposible y ajustado vestido de cuero… todo su ser merece rendirse a sus pies. Respiras algo más tranquilo pero aún te inquieta la amenaza de la que te ha advertido la amazona. Unos sirvientes te acercan a otra gran estancia, una especie de vestidor. Te acicalan, te perfuman y te engalanan con un traje oficial de gala de su palacio. Descubres que en Morkham el acontecimiento se organiza tradicionalmente en un extraño orden: la celebración se desarrolla durante el día y la ceremonia de enlace se oficia en un recogido acto, de noche, en el templo dedicado a Vulkur, Señor de la Gran Hendidura. Algo incomodo, te presentas en el gran salón de celebraciones donde observas que la opulencia rivaliza con la solemnidad. Echas de menos las grandes fiestas y bacanales que has vivido en tu castillo, en el reino de Histhya. Música alegre, espectáculos de bardos y bufones, mujeres desnudas corriendo por las mesas, vino a raudales… toda esa diversión falta en la rígida ceremonia que presencias. Serios vítores, ofrendas y brindis por la reina es lo único que ofrecen. Descubres que en una mesa cercana la comandante de las amazonas, Lamsia, levanta una copa mientras te dedica una pícara sonrisa. A tu lado, tu prometida Junnieth, una joven idéntica a su madre pero más tímida y asustadiza, soporta con aburrida estoicidad todo el protocolo. Parece esquiva, como su madre, pero intuyes que tu presencia no le incomoda. La joven te recuerda a tu hermanastra, tu idealizado amor de juventud. Durante las comidas te ofrecen numerosos brebajes y elixires que rechazas o viertes con discreción para evitar un posible envenenamiento. Tus nervios están crispados y no ves la manera de escapar de un lugar en el que todos te consideran un enemigo.

Por la noche, solamente un grupo de lo más selecto de la corte os acompaña al oscuro templo en honor a Vulkur. En las tenebrosas catacumbas, frente a un altar de ébano dedicado al Señor de la Gran Hendidura, que se alza sobre un gran río de magma, la solemne liturgia de enlace es presidida por la reina en su función de sacerdotisa suprema. Te sientes agobiado y afectado por lo denso del ceremonial. La reina, antes de dar su última bendición al enlace, te sujeta la cabeza, hunde sus profundos ojos en los tuyos y exclama en alto:

—¡Miserable hijo de Histhya, abre tu alma a mi poder y muéstrame los secretos de tu rey y de las cobardes huestes de tu ejército! ¡Que la supremacía de la tierra de Morkham reine por toda la eternidad!

La sacerdotisa, con una diabólica letanía, trata de sumergirse en tus pensamientos y derrotar tu voluntad. Gritas, tratando de zafarte de su hipnótica garra mental, resistiendo angustiosamente su control. Su mente se desliza en la tuya y tratas de desviar tus pensamientos a otros asuntos. Tratas de concentrarte en la tremenda mujer que te está poseyendo, desearías tomarla, fundirte con ella en un apasionado beso, penetrar su carne…

Tu cuerpo cae abatido en el duro suelo del templo. La reina se incorpora orgullosa mientras sus discípulos se arrodillan disciplinadamente ante ella.

—Cortad el cuello a esta sabandija y arrojadle a la lava —resuena triunfal la voz de la reina en toda la cámara.

La princesa Junnieth se acerca corriendo a su madre y se abraza a ella llorando sobre su pecho. No sabe que en el duelo has intercambiado tu mente con la de la reina y ahora suplantas su cuerpo. Mientras acaricias el liso cabello de tu antigua prometida contemplas a los discípulos arrojando el cuerpo del príncipe Vandrell al precipicio de fuego. Empiezas a pensar en todo lo que la fortuna ha depositado en tus manos. Imaginas a todo un cuerpo de jóvenes y aguerridas amazonas, a una corte de bellas doncellas y a todo un templo de sumisas sacerdotisas a tus órdenes y servicio. La princesa sigue llorando sobre tu pecho y sientes un húmedo estremecimiento de lujuria entre tus piernas. Das un profundo beso a la princesa y sientes que el fuego de la Gran Hendidura crepita y palpita en tu corazón. Ríes a carcajadas porque, inesperadamente, has conseguido de forma heroica salvar el mundo, alcanzar tesoros prohibidos y besar a la incauta princesa. Milagrosamente, tu aventura ha llegado de forma gloriosa a su…

FIN

Aceleras tu zancada al paso de la balaustrada que atraviesa el patio central de tu castillo. La gente está atareada en los preparativos de la expedición hacia el Palacio de Ébano y nadie ha reparado en tu escapada. Sólo te ha reconocido Tashim, el joven hijo del capitán Althor, pero has conseguido despistar a tu ingenuo escudero, te parecía imposible porque no se había despegado de ti en los últimos días. Te pueden acusar de traición pero has decidido que vas a eludir la misión que te han encomendado. Te parece una locura que la interminable guerra que ha enfrentado a los reinos de Histhya y Morkham se vaya a resolver casándote con la hija de la temible reina Laressa en su lejano Palacio de Ébano. ¡No!, te reafirmas, más bien la reina serviría tu cabeza en un gran banquete. Además, la ceremonia de despedida a tu regimiento parecía más un funeral que un homenaje a unos heroicos guerreros. Decides cumplir una vieja promesa antes que dejarte la vida en las siniestras tierras de Morkham. Enfilas con precaución hacia el sagrado santuario de Grostz donde sabes que alguien te espera. Cierras con cuidado sus pesadas puertas a tu espalda y observas, bajo la tenue luz de las velas que se alinean en las paredes, que una figura está rezando en el altar. Es Galleas, sacerdotisa de Grostz y tu bella hermanastra mayor.

—Me has esperado, querida Galleas, pienso cumplir mi promesa, amor mío, te llevaré conmigo lejos de estas tierras.

—Me prometiste desposarme algún día, mi príncipe Vandrell. Deseo no esperar más y entregarme a ti aquí mismo.

Tu idolatrada hermanastra, adoptada por tu padre cuando murió el general Vahisir en combate, siempre te cautivó por su dulce y tranquila belleza. Ha sido tu amor imposible e idealizado desde que erais adolescentes y os hicisteis unas ingenuas promesas de enamorados. Ahora, sin embargo, su asombroso ímpetu te sorprende y perturba. De un tirón se deshace del hábito de sacerdotisa y te tumba sobre el frío altar de vuestro dios. Arranca con violencia tu ropa y se abalanza sobre tu cuerpo besando tu piel de forma ansiosa.

—¡Por Grostz! —aciertas a exclamar anonadado.

Tu hermanastra se mueve sobre ti como una bestia poseída, con la cara tapada por su liso cabello plateado. Te parece impensable que una criatura tan frágil y pálida tenga un ardor tan desenfrenado. Tratas de contener su frenético ritmo, impulsada en fuertes oleadas, parando sus imparables caderas con tus manos, pero ella las retira y en respuesta agarra con las suyas tu cuello. La presa que hace la mujer ahoga tu garganta poco a poco, aumentando el placer del acto. El control es de ella, con una cadencia infernal que aplica imposiblemente con su menudo cuerpo y sus finas caderas. Galleas gime e implora a su dios, poseída en un trance de lujuria, gritando con dolor y pasión, olvidándose de la persona a la que está fornicando.

—¡Mi Señor de las Ardientes Tempestades yo te entrego este cuerpo en sacrificio! –grita en pleno éxtasis tu irreconocible hermanastra.

Te encuentras indefenso en las mismas fauces del dolor y del placer. En el mismo momento en que sientes que todo va a culminar con un arrebatador orgasmo, ella blande un cuchillo ceremonial sobre tu pecho y clava la hoja en tu corazón. Tu sangre y tu blanca pasión se desbordan sobre el frío altar. En el momento de más placer de tu vida sabes que te marchitas y que, antes de que hubiera empezado, tu aventura ha llegado a su….

FIN

Eres el héroe en una trepidante aventura, ¿sobrevivirás en las inhóspitas tierras de Morkham?

En El oscuro desafío de la reina de Morkham eres Vandrell, un apuesto y valiente príncipe del reino de Histhya que lidera un regimiento de aventureros para lograr la ansiada paz en la eterna guerra con el reino de Morkham. El viaje está lleno de trampas y riesgos y tu héroe se enfrentará con fantásticos seres y terribles dilemas que pondrán a tu grupo en peligro en su increíble epopeya.

De tus decisiones depende el desenlace de tu misión, llevándote al éxito, al fracaso e incluso… a la muerte. Sólo tú podrás lograr una firme alianza que traiga la paz a unas tierras asoladas por la guerra.

¿Te confundirá la música celestial que emana del Bosque de Almas o evitarás el influjo de la enigmática Damaduende?

¿Aceptarás la guía de tu sabio hechicero y no molestarás al súcubo que se oculta en un sagrado monumento o robarás la valiosa escultura que lo aprisiona?

¿Sobrevivirás a los retos que te planteará la reina Laressa?

En cada lectura podrás elegir tu propia aventura y vivirás múltiples experiencias en una hazaña de acción sin fin. Agota todas las posibilidades volviendo a empezar tu historia siempre que quieras.

¿Podrán tus elecciones liberar a tu reino de la amenaza de la Gran Hendidura?

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Comentarios

  1. SonderK dice:

    El mas original de esta edición de largo, pena no poder explayarte más paginas 😀

  2. laquintaelementa dice:

    Eres la caña, Levast XDDDDDD

  3. levast dice:

    Gracias gente, sois los mejores jejeje 😉 Oigan, votación improvisada, ¿qué final os gusta más? besos.

  4. Sr. Jurado dice:

    En el que pasas de la expedición, sin duda.

Los comentarios están cerrados.