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El obispo

por

—¿Cree que el chico es el adecuado para el trabajo?

—No tengo la menor duda.

—Dígame, ¿de dónde ha salido?

—No creo que sea prudente en este momento compartir esa información.

—¿Prudente? Yo diría que es necesario, ya sabe lo que está en juego y nuestro departamento no ha encontrado nada sobre su existencia antes del mes pasado.

—¿Le sorprende? Sabe perfectamente que no me fio ni de usted ni de su departamento.

—Entonces, ¿Por qué aceptó a que colaboráramos?

—Jajaja, Veo que está mal informado, en ningún caso he aceptado tal cosa. Usted está aquí únicamente como observador y no tiene potestad sobre la operación ni sobre las decisiones que se tomen.

—Sabe que informaré de esto. Todas nuestras reuniones están siendo grabadas.

—Si todo sale bien podrá metérselas por donde quiera.

—¿Y si sale mal?

—También, porque todo el sistema se derrumbará y nos sepultará a ambos.

***

Jonás no se unió a la Iglesia por vocación, su madre enfermó cuando él tenía ocho años y mientras su hermano mayor y su padre trabajaban sin descanso para mantener a la familia, él se encargaba de cuidarla. En una familia humilde como la suya, la única salida era aprender un oficio, Jonás desperdició esos años de aprendizaje con su madre hasta que la enfermedad se la llevó.

A ella le encantaba que Jonás le leyera. Las historias que más le gustaban eran las de espías y Jonás disfrutaba con nuevas historias para su querida madre hasta que ella se quedaba dormida. Al morir, su hermano le consiguió un trabajo como carpintero, pero Jonás no encajó en el trabajo, y tampoco en la construcción, ni en la fábrica de vidrio, ni en la refinería, ni en todos los trabajos que probó.

Su padre estaba preocupado por su hijo así que como los libros fascinaban a su inútil hijo lo puso a cargo de la Iglesia Católica. Allí tuvo libros de sobra y devoró todos los que cayeron en sus manos, durante cinco años estudió sin descanso. Se convirtió en un gran estudioso de la teología. Creía a pies juntillas en la doctrina de la iglesia, cuidar del prójimo, repartir amor y esperanza, así como mostrar el camino a los descarriados. Jonás se sentía feliz ayudando a la gente y mostrándoles el camino de la verdad y la compasión.

Aquella mañana, después de sus oraciones, se disponía a escribir una editorial sobre la bondad humana para intentar publicarlo en el periódico de la ciudad. Cada semana enviaba religiosamente un nuevo escrito que realzaba la belleza interna de las personas y sobre todo de cómo la religión mostraba el camino para la felicidad. Nunca habían publicado ninguno, pero no cejaría en el empeño. Quería mostrar al mundo las cosas buenas que él veía en los demás, en sus hermanos de la iglesia y en la bondad infinita que desbordaban.

—Jonás, el obispo León quiere verte.

—¿A mí?… ¿he hecho algo malo, hermano?

—Pues no lo sé. Sólo me han dicho que te buscara y te mandara a su celda.

Jonás no perdió tiempo y se dirigió casi a la carrera en busca del obispo. Era muy raro que el obispo quisiera verle a él, ni siquiera pensaba que el obispo supiera de su existencia, más raro aún era que le recibiera en su celda… que Jonás recordara no había incumplido ningún mandamiento, bueno solo uno, pero eso no podía saberlo, solo miró a esa chica un par de veces y el obispo no tenía manera de conocer sus fantasías… Llamó a la puerta.

—Adelante.

La celda del obispo era muy diferente a la de Jonás, más que una celda se trataba de una suite sacada del Hilton. La habitación estaba presidida por un gran despacho ovalado ribeteado en oro, acompañado por unos espléndidos sofás que respiraban elegancia y tradición. En las paredes rezaban cuadros de extraordinario realismo, con escenas bíblicas que intimidaban un poco; el juicio a Jesus, la crucifixión, aquellas imágenes empequeñecían al visitante. Jonás observó que la silla del obispo era un poco más alta de lo normal. Sin ser muy evidente el obispo desbordaba su influjo de autoridad desde su posición.

—Mon-monseñor… soy Jo-Jonás, creo que quería verme.

—Si pasa, pasa.

El obispo León no estaba solo, en la enorme celda también había un cardenal al que no conocía.

—Jonás, hemos estado observándote… cuanto tiempo llevas aquí… ah, sí, cinco años, ¿correcto?

—Sí señor —contestó Jonás.

—He estado siguiendo de cerca esos escritos que envías al periódico local —dijo el obispo con una media sonrisa en los labios.

Jonás no entendía nada.

—¿He cometido alguna falta, monseñor?

—No, no hijo mío, al contrario, has llamado nuestra atención con tus apasionadas palabras.

Jonás seguía sin entender nada.

—Verás Jonás, el pueblo está un poco receloso con la fe en estos tiempos difíciles —dijo el cardenal.

—Tu último artículo encaja muy bien con la nueva imagen que queremos trasmitir a nuestros feligreses, me encantó una frase… ¿Cuál era? Mi querido cardenal… —preguntó el obispo dirigiéndose a su acompañante.

—«La mayor alegría del ser humano es entregar el corazón y la vida al prójimo, el valor de esta entrega nos garantiza una felicidad plena y la salvación para lo que entregamos» —leyó el cardenal en voz alta.

—Si, esa, realmente me han conmovido tus pensamientos.

—¿De veras, monseñor? —preguntó Jonás con gran entusiasmo.

—Sí, y tengo un ofrecimiento que hacerte. A partir de ahora te encargarás de ayudarme con los sermones y serás mi nuevo secretario.

—Será un honor, monseñor —dijo Jonás emocionado.

Jonás se trasladó a una nueva celda cercana a la del obispo. No le molestó el cambio, había pasado de un catre diminuto y un espacio reducido a una habitación con balcón donde disponía de un amplio escritorio y una cama más que confortable.

Los siguientes meses Jonás lo pasó a la sombra del obispo, siempre con una libreta donde iba apuntando las ideas que se le iban ocurriendo sobre las actividades del obispo y todos los gestos de bondad que ofrecía a todo el mundo. Pero pronto se dio cuenta de que las numerosas responsabilidades del obispo no le dejaban mucho tiempo para el altruismo inherente a una persona de fe.

León se reunía constantemente con políticos, hombres de negocios, otros líderes religiosos de la ciudad, pero sobre todo mantenía una estrecha relación con Claude Renoir. Claude era el dueño de una importante empresa de piezas metálicas. Jonás no había conseguido averiguar exactamente para qué eran esas piezas, pero Claude era uno de los grandes benefactores del obispo y siempre salía a relucir el nombre del empresario en las reuniones de León.

Al principio Claude siempre se reunía con el obispo en privado, sin embargo, en la última semana habían incluido a Jonás en sus reuniones. Jonás tenía que confeccionar informes, escribir cartas y hacer recados al obispo León y ya casi apenas tenía tiempo para los sermones del obispo y cada vez sus labores administrativas eran menos religiosas.

La vida de Jonás había mejorado mucho, Claude siempre le hacía regalos y ahora contaba con un ordenador de última generación que había sustituido bruscamente a su cuadernillo.

—Jonás, ¿qué opinión tienes de Claude? —le pregunto León.

—Es un hombre bueno y muy desprendido, es muy generoso con nosotros, me parece muy bien que canalice su bondad hacia la iglesia, así podemos hacérsela llegar a los más desfavorecidos y que la gente sea un poco más feliz.

—De verdad Jonás, me maravilla la visión que tienes del mundo. Está claro que acerté contigo —dijo León complacido.

—Gracias, monseñor, pero es cierto, el Sr. Renoir no dispone de mucho tiempo por sus negocios así que como no puede ayudar a la gente directamente, lo hacemos nosotros por él.

León mostró una sonrisa más amplia aun.

—Eres de lo que no hay Jonás. Descansa, mañana tenemos un día duro.

***

—¿Cómo va su chico, tenemos algo nuevo?

—Tenemos muchas novedades, creo que debería leerse mis informes.

—Lo hice, solo quería comprobar si se está comportando como usted esperaba.

—Lo hace.

—¿Cuáles son las órdenes que le ha dado al chico?

—Sabe, es usted muy curioso, debería centrarse en las filtraciones de su departamento o se meterá en problemas.

—¿A qué se refiere?

—Alguien de su gente está pasando información, aquí tiene las pruebas.

Le mostró un documento.

—¿Eso demuestra algo?

—Sí, y este documento también, se ha eliminado a su departamento de la investigación, por suerte para usted le permiten seguir aquí, pero no podrá sacar los informes de este despacho y si se mantienen las filtraciones será… como decirlo… condenado a un aislamiento eterno.

—¡Es usted un hijo de puta!

—Sí, soy consciente de ello, debería haberlo pensado mejor antes de aceptar esta responsabilidad, como usted me dijo en el pasado nos jugamos todo a una carta.

—Por su bien espero que esa carta sea un as; si no, le mataré con mis propias manos.

***

Jonás tenía que entrevistarse con varios ministros extranjeros en nombre del obispo, por suerte Claude le acompañaba para ayudarle con las traducciones del francés, Jonás dominaba con fluidez el italiano y el inglés, pero el francés se le atragantaba y nunca paso de merci.

Durante las reuniones Jonás tuvo la sensación de que Claude no era muy fidedigno en sus traducciones, cuando le preguntó un par de veces, Claude sonrió y le dijo que solo estaba adornando un poco la frase. Jonás confiaba ciegamente en Claude así que no le dio importancia.

Después de las reuniones Claude lo llevó aparte.

—Jonás, tengo que pedirte un favor.

—Claro Claude, lo que quieras —respondió Jonás encantado de ayudar a Claude.

—Le podrías llevar esta documentación al ministro de Guinea a su embajada, se me olvidó entregársela en la reunión.

—¿No puedes enviársela con un mensajero? —preguntó Jonás.

—No, es muy importante, es un proyecto para una fábrica en su país y si se pierde o cae en malas manos tendría muchos problemas. Por desgracia tengo que coger un avión y no puedo llevárselo yo —dijo Claude con su gesto más inocente.

—Claro Claude, no te preocupes, después de todo lo que haces por nosotros no te lo puedo negar.

Jonás se llevó la carpeta y cogió un taxi en dirección a la embajada, en el trayecto tuvo un ataque de curiosidad y examinó los documentos, se trataba de unos planos muy extraños pero todo estaba escrito en francés y no entendió nada. Al llegar a la embajada le recibieron dos hombres de traje negro y gafas de sol, muy corpulentos y muy serios, supuso que eran la escolta de seguridad del ministro, y lo corroboró cuando le cachearon. No entendía demasiado bien tanta precaución por parte del ministro, él era un enviado de la iglesia, aunque le estuviera haciendo un favor a Claude. El ministro sonrió al ver el contenido de la carpeta y despidió a Jonás con una sonrisa y unas frases en francés que Jonás no entendió.

***

—Lo tenemos, el chico ha hecho su trabajo a la perfección.

—Pero no he visto ningún informe de su chico, es más, no ha tenido contacto con nadie de su gente.

—Eso es parte de mi trabajo y que nadie se de cuenta también, eso le incluye a usted.

—Sabe que la integridad de su agente se verá comprometida, ¿verdad?

—Si.

—Y bien, ¿Cuándo lo sacará de allí?

—Eso es información privilegiada y usted no tiene acceso a ella.

—No lo sacará de allí, ¿no?

—Jajajaja, ¿por qué lo pregunta?

—Es una sensación, y me parece por su respuesta que he acertado de lleno.

—Ya veremos…

***

Jonás fue a ver al obispo al volver de la embajada. León estaba un ebrio.

—Lo siento mucho Jonás, no debí haberlo permitido.

—Monseñor, no le entiendo, no sé a qué se refiere, ¿quiere ver los informes de las reuniones? —preguntó Jonás.

—No hijo, no lo entiendes, por suerte para ti no lo entiendes, pero no me perdonarás por lo que te he hecho.

—Monseñor, siempre se ha portado muy bien conmigo en estos meses y el sr Renoir también —dijo Jonás.

—No me hables de ese mal bicho…

—Pero monseñor, si es su amigo y amigo de la iglesia…

—Ese no es amigo de nadie salvo de sí mismo. Perdóname Jonás —repitió el obispo suplicante.

—Monseñor no tengo nada que perdonarle, sólo que agradecerle.

Jonás estaba cada vez mas contrariado.

—Vete a dormir Jonás, mañana hablaremos.

—Si, monseñor, descanse.

Jonás salió del despacho del obispo con un gesto contrariado. Se fue a su celda y al rato todo lo extraño se le olvidó mientras se sumergía en sus sueños.

Lo despertaron en mitad de la noche, le amordazaron y lo sacaron a empujones de su celda, no podía gritar y defenderse, sus captores eran mucho más fuertes que él.

Lo introdujeron en un vehículo y le golpearon en la cabeza hasta que perdió en conocimiento.

—¿Este es el chico, Claude? —preguntó un hombre con acento alemán.

—Sí, es el que ha filtrado la información, la robó de la copia del obispo y se la llevó al ministro guineano.

—Yo no he robado nada y menos a mi querido obispo —protestó Jonás, pero alguien le golpeó en el brazo para que se callara.

—No te preocupes chico, tendrás tu oportunidad de responder a mis preguntas cuando te las haga, hasta entonces es preferible que estés calladito, Herman no tiene mucha paciencia y si las manos muy largas. Respondió pausadamente el hombre que parecía a cargo de todo el mundo allí.

—De verdad, señor, no sé como lo hizo, cambió los planos y los entregó —dijo Claude.

Jonás no entendía de que iba todo aquello.

—Traedme al obispo, quiero conocer su versión.

—No es posible traerle en estos momentos —contesto uno de los hombres.

—¿Por qué no?

—Porque está en una reunión con el consejo cardenalicio y hay demasiados testigos.

—Bien esperaremos a esta noche.

Jonás se preguntaba quién era ese hombre y en que lio se había metido el obispo, y en que lio le había metido a él.

—Jonás es tu nombre, ¿no, chico? —preguntó el jefe.

—Sí señor.

—Bien Jonás, ¿qué le entregaste al ministro guineano?

—Una carpeta que me dio el Sr. Renoir —contestó Jonás

—¿Estaba el obispo cuando te la dio?

—No señor.

—¿Abriste la carpeta? —pregunto el hombre.

—Sí señor, en el taxi, pero no entendí nada, estaba todo en francés y había unos dibujos muy raros —contestó Jonás.

—¿No me estarás mintiendo?, ¿verdad, Jonás?

—Señor, soy un hombre de fe, sigo el camino de Jesus, y ese no es el de la mentira —contestó Jonás con orgullo.

—Claude, ¿qué opinas?

—Creo que el obispo puede habérnosla jugado, no sé cómo pudo dar el cambio pero lo hizo, no creo que el chico tenga algo que ver —dijo Claude—, siempre ha tenido esa actitud bonachona.

—Entonces, nuestro amigo León nos la ha jugado. En cuanto salga de la reunión traédmelo.

—¿Qué hacemos con el chico? —preguntó Claude.

—No sabe nada, de momento lo vigilaremos, si saca las narices de sus propios asuntos nos desharemos de él —contesto el hombre.

Jonás no entendía cómo podían hablar con esa libertad delante de él.

—Jonás, una cosa más antes de irte, sabes lo que es el secreto de confesión, ¿verdad?

—Sí, claro —contesto Jonás.

—Bien pues todo lo que has visto u oído se acoge a ese secreto si quieres mantener la cabeza sobre los hombros, ¿me has entendido?

—Sí señor.

—Sacadlo de aquí —ordenó el hombre.

Aquella no fue la última vez que Jonás vio a Claude, lo dejaron en una esquina cualquiera. Jonás comenzó a andar por la calle hasta que una furgoneta negra se paró frente a él. Jonás subió a la furgoneta.

—Se lo han tragado.

—¿Donde están los planos?

—Aquí.

Jonás se subió la sotana y pegado al pecho llevaba los planos.

—Perfecto, el obispo será nuestro cabeza de turco —dijo el hombre de la furgoneta.

—Coronel, ¿qué es esto?, me dijo lo que debía hacer pero no me especificó qué es —preguntó Jonás

—Es mejor que no lo sepas, así podrás seguir con tu vida y olvidarte de este asunto…

—Coronel, ¿sabe que es usted un hijo de puta?

—Sí, pero cuando la información es clasificada, es clasificada.

—Ya… pues la próxima vez búsquese a otro.

—No te preocupes eso haré, nunca utilizo al mismo infiltrado. Ésta es la última vez que nos vemos.

—Adiós, monseñor.

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Comentarios

  1. SonderK dice:

    caotica y a la vez interesante, el giro final me ha gustado mucho, los dialogos te llevan a un callejon sin salida y por eso, el secreto y la idea final del relato me parecen geniales.

  2. levast dice:

    Me gusta, una cojonuda historia de confusión y despiste para jugar con el lector.

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