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El camino de regreso

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Son tantos los momentos vividos en el transcurso de una vida, que si pudiésemos recordar todos esos instantes: los sueños, las alegrías, las dudas, las equivocaciones, las penas, los momentos de dolor, seguramente no tendríamos tiempo para continuar con nuestra vida y completarnos como personas. Casi todos esos momentos están conectados a nuestro ser de una manera muy personal, están ahí, forman parte de nosotros.

Al lado de Teresa lo había comprendido, a su vera construyó el hogar de sus sueños, descubrió y saboreó la vida como jamás pensó que la pudiera sentir.

***

Antes de ser vencida por el sueño buscó entre sus recuerdos los momentos de felicidad que habían vivido juntos; necesitaba su presencia. Aún podía aspirar su olor al abrir la puerta del armario. «¿Cuánto tiempo tarda en desaparecer el olor de una persona?», pensó. «Ojala no desapareciera nunca». Y cerró los ojos.

—¿Te acuerdas cuando tus padres nos vinieron a buscar a nuestra guarida? ¿Qué te dije Teresa?

—No me acuerdo Rafael, han pasado muchos años… ¿Dónde estás?

Aquí. A tu lado. Te dije que nunca te iba a dejar; que no tenías que…

—Ya me acuerdo. Que no debía tener miedo. Tú eres powerman, recibes el poder del sol durante el día y de la luna y las estrellas por la noche.

Eso es mi amor. Ahora duerme, necesitas descansar un poco. Hasta mañana.

—Hasta mañana Rafael.

Aferrada a la brújula de Rafael se durmió con una sonrisa en los labios.

***

En los días posteriores al fallecimiento de Rafael, Teresa dejaba fluir los recuerdos de una vida al lado de su amor. No les ponía coto, era el tiempo de evocarlos, de meditar y reflexionar, de llorar la perdida, para superar el pasado y prepararse para el futuro.

Otra vez volvió a su mente la imagen de Rafael y de ella en la habitación 909.

—Voy hacer un viaje nuevo Teresa— Rafael le hablaba con serenidad y con aire de complicidad—. Otros ya lo hicieron antes.

Teresa lo miró a los ojos.

—Si realmente debemos trascender, estás preparado. Pero te digo una cosa, si no te gusta lo que encuentres, pasa de todo, me esperas a la entrada y buscamos otro lugar donde ir— Teresa le cogió la mano y le acarició la boca con los dedos—. No vas a estar solo mi amor, te lo prometo—. Pensó que todavía no había llegado el momento para las despedidas, así que cambió de tema—. ¿Qué fue del Ibis, Toth?

Rafael se sonrió.

—Nos lo hemos pasado bien ¿verdad mi vida?—. No hizo falta que Teresa expresara con palabras el amor que emanaba de sus ojos—. Ese año causamos impresión; bueno, tú causaste impresión. Cada vez que recuerdo tus palabras… eras ella Teresa, tú eras Maat. La luz que desprendías ese día siempre estará conmigo.

Sintió como un soplo de vida recorrió su interior. Y con las manos unidas recordaron.

***

Vestido, él como el dios egipcio Toth, con la cabeza de Ibis. Toth, el escriba, el dios de la sabiduría, del tiempo y gobernador de las estrellas, aquel cuya lengua es dulce. Y ella, vestida como la diosa Maat, la diosa de la verdad, la justicia y la armonía cósmica. Llevaba en el pelo una hermosa pluma de avestruz y pegado a su cuerpo un fastuoso plumaje. Iban acompañados de su sequito —la pandilla—. Recorrían las calles del pueblo enseñando la palabra de Maat, recogida en el libro del escriba. Era martes de carnaval. Cuando todos estuvieron en su posición, a una señal de Toth, un discípulo se adelanta y llama la atención de los presentes.

—MAAT es la diosa de la verdad y la justicia, el ANKH es la llave de la vida porque la vida se nutre de la sabiduría y a través de ella, se obtiene la vida eterna.

De entre el sequito se adelantaron dos miembros, Toth y Maat. Juntos avanzaron hasta el centro del círculo formado por sus compañeros. Maat —que llevaba la cara descubierta— se quedó inmóvil al lado de su marido Toth. Este caminaba lentamente alrededor de ella, dirigiéndose al público.

La voz de Toth es poderosa —penetra en el silencio del cosmos y nadie puede dejar de escucharlo— su verbo es fluido, vibrante y embriagador.

—Soy Toth y os traigo a Maat, con las manos unidas. Maat ha venido para estar junto a ti, puesto que ella se encuentra dondequiera que tú estés —silencio; extiende el brazo derecho señalando a su esposa—. La verdad es como el agua, diáfana, transparente y necesaria para vivir, para trascender, para recordar y para renovarse

En ese instante, Maat desplegó las alas, eran de un plumaje y un colorido espectacular, y cual ave apunto de echarse a volar se quedó inmóvil a la espera de que Toth le hiciera la señal acordada.

—Es la llave de la vida eterna, conecta con lo eterno, es dadora de energía vital, de aire, respiración y vida. Ella esconde dentro de sí el origen sagrado de la existencia.

De entre los asistentes —previamente elegidos— Carlos, un joven con voz incrédula y cierta sorna, pregunta de manera inesperada a Maat, pero justo antes de formular la pregunta, Toth, con su brazo izquierdo, hace la señal acordada y Maat se gira en la dirección del muchacho, suscitando el asombro entre el publico.

—¿Qué es el amor, Maat?

—Dice el Ankh: El amor es la energía más poderosa del universo, porque el amor incondicional no es otra cosa que la energía primigenia que dio origen al TODO —silencio—. La fuerza imparable del amor no juzga, es demasiado perfecta para hacerlo, para abrigar sentimientos de duda o desconfianza —silencio—. El amor no entiende de egoísmo, ni de celos, ni de posesión. El verdadero amor es incondicional. Es una energía tan poderosa que es capaz de volver posible lo imposible.

Los hombres y mujeres del público estaban embelesados, seducidos por sus palabras. Todos miraban a Maat —su belleza no parecía de este mundo— Toth hace otra señal, y Maat se vuelve a girar en el momento que otra persona de entre el público realiza una segunda pregunta.

—¿Qué es el pecado, Maat?— era Joaquín, un homosexual de cincuenta y cinco años, que durante años había sido objeto de burla y bromas pesadas por demasiada gente del pueblo, entre ellos el clero. Las personas que eran de su condición sexual recibían, desde el púlpito, duros ataques homófobos, algo que molestaba e irritaba, especialmente, a Teresa y Rafael.

—Dice el Ankh: El pecado no existe, es invención humana. Si existe algún pecado, es no ser feliz, es limitar al ser por la opinión de otros. Lo único que emana de Maat es: Prohibido Prohibir, Calificar, Juzgar, Amenazar y Condenar a otro ser. Nunca el amor puede ser condenado salvo por mentes calenturientas (silencio) La homosexualidad existe desde que existe el mundo y su condena se inicia con la religión judeo-cristiana. Una creencia que niega algo evidente como la diversa naturaleza biológica de cada ser.

—¡Eso es cierto! —dijo alguien.

—¡Dinos algo que no sepamos Maat! —dijo otra persona.

Una señora mayor mandó callar a los espontáneos. Pero aun faltaba una última pregunta.

—¿Qué es lo mas importante en esta vida, Maat? —preguntó una mujer de unos treinta y cinco años, a la que nadie había visto nunca.

—Dice el Ankh: La única verdad es común a todo el universo —y miró al cosmos—. El Universo ama a quien busca la luz de la verdad y no a quien por miedo se queda repitiendo formulas humanas finitas y erróneas. Es necesario entender qué es, el magnetismo cósmico, la vibración, y que lugar ocupa el hombre en el Universo.

Al bajar la vista se encontró de frente, a unos dos metros, con los ojos azules de Toth. Estaba absorto contemplando la belleza de Maat. Dentro de la mascara del Ibis, Toth repetía, en voz baja, las palabras de Maat:

—La búsqueda de la felicidad es un derecho natural. Lo único importante en la vida es ser buena persona. Tú eliges ser libre o esclavo. Tú decides que vibración permites que tome el control de tu vida.

Todo el mundo aguardaba el final de la actuación, nadie se movía. Parecían petrificados o patidifusos. Mientras los discípulos se habían dispuesto para continuar con la procesión —avisando que el espectáculo llegaba a su fin— Toth se acercó hasta la posición de Maat para ayudarla a recoger las alas.

Con las alas recogidas y de la mano de su marido, regresaron a su posición en la fila para continuar recorriendo las calles y los pubs del pueblo. Una mujer del séquito terminó el acto diciendo:

—Maat es el arquetipo del Orden, la Verdad, la Justicia, la Luz y la Armonía Cósmica.

***

—¿Te acuerdas Rafael? Nos dieron el primer premio. Esa noche vimos amanecer sentados en la playa, con cinco rastras de chorizos, cinco lacones y una bolsa repleta de grelos. ¡Vaya comilona nos pegamos en la de Pericho!

Rafael la miraba sonriéndole y desde su interior, desde lo profundo de su corazón, se formaron las siguientes palabras: «Eres la alquimista de tu existencia. Eres quien puede llenar de magia tu vida. Eres la hacedora de tus propios milagros».

—Joder, como me voy a olvidar. Que rico estaba el morro del cerdo, pero mas rico aún estaba el tuyo, je je.

—¿Y tú? ¡Que te comiste todo el rabo! Y mira que te avise «Cuidado Rafael, que de lo que se come se cría» – Cuando entró la enfermera, en la habitación 909, los encontró, otra vez, a carcajada limpia.

***

No era de allí —saltaba a la vista— era alto, de ojos verdes, labios gruesos y nariz recta. Vestía elegantemente, pero sin caer en el esteriotipo de las revistas de moda.

Compró el piso —todavía en construcción— con los beneficios obtenidos por la venta de las acciones de Terra, en la primavera del 2000, justo antes de que se desplomaran por el estallido de la burbuja tecnológica. El sector inmobiliario estaba despuntando a una velocidad desconocida, así que, antes de que una nueva burbuja hiciera acto de presencia, por sesenta mil euros, se compró un piso —de 100 m2— con vistas al puerto, en un edificio de tres plantas con dos viviendas por planta.

Su vecino del segundo era el tío Benigno, un señor mayor de ochenta y cinco años. Lo cuidaba una mujer que tendría sus mismos años. Cumplió los sesenta el día que entregó las llaves de su piso de Madrid a sus nuevos propietarios, hacía tres semanas.

El envejecimiento de la población en España era patente, y en Galicia —concretamente— se situaba a la cabeza del estado español, lo que acarreaba que una gran cantidad de nuestros mayores vivieran solos, desatendidos y muchos de ellos en unas condiciones lastimosas.

El tío Benigno sólo salía de casa en compañía de Teresa. Venía tres veces al día: por la mañana, sobre las nueve, a veces antes; al mediodía —a la hora de la comida— era la visita mas corta; y por la tarde-noche, llegaba sobre las ocho de la tarde y a eso de las nueve o nueve y media se iba.

—Buenos días Teresa. ¿Cómo va el tío Benigno? Hace días que no lo veo.

—Buenos días Pedro, vamos a ver qué tal ha dormido hoy. Estos catarros de septiembre son muy traicioneros. Como te descuides, te viene una brisa del norte y ya está, catarro en el cuerpo. En fin, seguro que no es nada, es fuerte como un roble. Este viejo lobo de mar aun tiene mucho que contarme, hasta luego —y entró en el piso del tío Benigno.

Después de treinta y cinco años trabajando en la banca todavía no se había desprendido de los clichés típicos del gremio. Le gustaba levantarse temprano, a las siete y media estaba bajando por el camiño do Río, se paraba en el mirador del puerto unos minutos a contemplar los barcos y ver el amanecer. La actividad en el puerto era frenética, estaba lleno de vida, hombres y mujeres en perfecta sintonía —acompañados por una coral de gaviotas hambrientas— descargaban el pescado, que aún saltaba en la cubierta del barco y lo depositaban en cajas que después eran transportadas a las plazas y restaurantes de la comarca.

En unas horas, algunos de esos peces —pensaba— estarán en la mesa de algún restaurante de Madrid, entre ellos, seguro, en el restaurante marisquería El Rincón de Rafa, en la calle Veredilla, en Torrejón de Ardoz. Es el restaurante donde comió a diario durante muchos años, además de quedarle muy cerca de la oficina y tener un producto siempre fresco y de buena calidad, era un lugar tranquilo donde desconectaba de los problemas del trabajo y disfrutaba de un suculento pescado. El menú diario estaba muy bien de precio —a sólo 8 euros y medio, no estaba nada mal— el pescado lo servían los martes y los viernes, el señor que lo traía era alto y delgado, y siempre se le veía de buen humor.

Pasadas las ocho y media compraba El Mundo y El País en el quiosco de María de Buño y se iba a casa a preparar el desayuno y leer la prensa. Hacía la cama, pasaba el polvo, recogía la cocina y bajaba, vestido como un pincel, hacer la compra diaria y tomarse un vino —un ribeiro fresquiño— que le sabía a gloría bendita.

—Buenos días Pilar, que día más bonito hace hoy.

Pilar, su vecina, una viuda más joven que él, estaba de muy buen ver. En Madrid no le iban a faltar pretendientes dispuestos a darle una segunda oportunidad y en el pueblo seguro que tampoco.

—Buenos días Pedro. Hoy vamos a tener un día precioso, ¿ya fuiste al puerto?

—Sí. Cada día me gusta mas ver la descarga de pescado. Esta noche hubo mucha sardina. Aún están terminando de descargar los de La Virgen del Carmen. Hasta luego Pilar —y Pilar se preguntó si planchaba él las camisas o tendría alguna mujer contratada para tan ingrata tarea.

***

Una de las cosas que más sorprendió a Pedro del pueblo fue que en el mercado no había un solo tenderete donde comprar ni caracoles ni setas. Se acercaba el tiempo de los cogumelos —setas en gallego— y deberían de empezar a verse en los puestos de la plaza. Estaba enfrente a una frutería que sólo disponía de los típicos champiñones, nada de níscalos, ni boletos, ni lepiotas y por supuesto de los ricos caracoles nada de nada.

—Disculpe caballero, eses productos, aquí en el pueblo, o mejor dicho, en la comarca, no se consumen. Pero si quiere saber donde conseguirlos espere un segundo, que por ahí viene Teresa, y seguro que le puede decir donde adquirirlos.

—Buenos días Teresa. ¿Cómo va todo?

—Buenos días Casilda. Bien, gracias.

—Mira una cosa, este señor está preguntando donde puede comprar setas de las de aquí.

—Hola Pedro, buenos días. Lo siento, pero creo que no vas encontrar ninguna tienda que venda esos productos —era la primera vez que coincidían fuera del edificio.

—Es una pena, pero seguro que estos campos están llenos de níscalos y lepiotas.

—Eso es cierto —siguió su caminar por el mercado. Las orejas de la verdulera eran demasiado grandes.

—Hasta luego Casilda, que tengas un buen día. Hay un lugar donde abundan, no está muy lejos de aquí, a unos cinco minutos en coche, aunque también se puede ir andando —y se perdieron entre los puestos de pescados—. Todavía no ha llovido lo necesario, vino un septiembre muy caluroso.

—¿Y los caracoles?

—¿Los caracoles? Bueno, para cogerlos también es mejor que llueva un poco, aunque con el rocío de la mañana se consiguen los necesarios para una comida. Y hay tantos por los campos, que al que le gusten que los coja, ¿no te parece?

—Tiene lógica, estoy de acuerdo. Pero me esperaba encontrar alguna tienda que los tuviese a la venta.

Habían llegado al puesto de la carnicería. Teresa pidió que le sirvieran un par de filetes rusos. Mientras esperaban, Pedro le preguntó si le gustaban los caracoles.

—Nunca los he probado. Pero según me han dicho, a la brasa son muy sabrosos.

—Son exquisitos, pero es mejor acompañarlos con una salsa; un alioli, por ejemplo, es ideal —y salieron de la plaza en dirección a la playa.

Hablando de las trivialidades de la vida Teresa sintió curiosidad por saber de él.

—¿Te gusta el pueblo Pedro? Me refiero a la vida del pueblo. Supongo que para alguien como tú, acostumbrado al ritmo de la capital, el tempo de la vida en un pueblo de apenas cinco mil habitantes te debe parecer de otro tiempo.

—Bueno… lo estoy conociendo y me siento a gusto. El puerto por la mañana tiene tanta vida… pero eso no es lo que tú me preguntaste. Es curioso, al principio tuve algo de miedo por… —buscó las palabras— que esto no fuera más que el resultado de una obcecación infantil —se paró a contemplar a un abuelo que jugaba con su nieto a la puerta de su casa—. A mis años, ¿lo puedes creer?

Habían llegado a una callejuela donde coexistían las tiendas de artesanía y herboristerías con peluquerías y pubs.

—¿Por qué lo preguntas?

—Nunca has sentido curiosidad por saber que es lo que lleva a la gente a tomar decisiones —cruzó, sin previo aviso, la estrecha calle.

—Espera, ¿a que te refieres?

—Sería muy largo de contar. Ha sido un placer compartir este paseo contigo Pedro —antes de abrir la puerta del establecimiento se dio la vuelta y le dijo—. Tú prepárame unos caracoles a la brasa y yo te enseño un lugar único.

Y entró en la peluquería Spellos. El salón estaba vacío —aún no había decidido si alisar o cortar— se miró en el espejo y vio a través de el que Carlos la observaba con una sonrisa en los labios.

—Ponme guapa amor.

—Enseguida Maat.

***

Durante el resto del día Pedro no pudo alejar de su mente las palabras de Teresa. En realidad, le habló con la misma cordialidad con la que lo hacía cada vez que se cruzaban en el ascensor, sólo que se había hecho una imagen de mujer discreta, reservada, y era justo lo contrario, resuelta y decidida. La había juzgado mal.

Los días siguientes al encuentro en la plaza pasaron lentos. Pedro se dedicó a caminar. Escogió el camino de los romeros, la ruta —propuesta por Teresa— se encuentra en la parte oeste del pueblo. Habían pronosticado tiempo soleado con una ligera brisa del nordeste.

Al principio, el placer se limitó a disfrutar del paisaje. Conforme los días fueron pasando el camino de los romeros se convirtió en un tesoro de sensaciones. El camino serpentea la costa desde el pueblo hasta la ermita del santo Adrián, del camino principal surgen sendas de otros caminantes que conducen entre los campos a los acantilados, batidos constantemente por las olas del mar. A veces no llegaba ni a la playa de Seaia —a mitad de camino entre el pueblo y la ermita— se quedaba sentado en alguna piedra tallada por el viento y el agua.

Contemplando el mar sus pensamientos se iban ordenando. Recordó las palabras de Teresa cuando le sugirió que buscara otras perspectivas del camino. «No tengas miedo a adentrarte en las sendas que conducen a los acantilados, allí está tu piedra mirando al mar. El mar es como el lugar de donde salió nuestro espíritu. A él regresaremos algún día. Porque allí tendremos quietud y paz sin perder el dinamismo.» ¿Qué persona es capaz de expresar, sin miedo a que se rían, unos pensamientos tan filosóficos y tan hermosos?

Otras veces, era en la fuente de Navenllos donde se quedaba a charlar con una anciana de ochenta y siete años que siempre le relataba anécdotas y sucesos del pueblo y de su vida. Vivía sola —Julia, como a ella le gusta que la llamen— para las tareas de la casa y el aseo personal recibía la ayuda, desinteresada, de una sobrina. Allí, sentados en la fuente, veían pasar a otros caminantes: algún aficionado a la pesca, alguna beata que venia de ofrecimiento al santo, gente corriendo o como él disfrutando del paisaje, paseando y dejando su mente al libre albedrío… y los días se hicieron semanas.

Una tarde, en Navenllos, Julia le dijo que iba a llover —lo sentía en su cadera—. Antes de despedirse las palabras que pronunció hicieron que, de regreso al pueblo, Pedro decidiera sentarse en su piedra a pensar.

—Viene borrasca Pedro. Seguramente mañana llueva y refresque.

—¿Estás segura Julia? Hace una tarde espléndida. A ver qué dice el telediario por la noche —Julia miraba fijamente el horizonte.

—Estas lluvias anticipan el verano de San Martiño, nin moi largo nin moi cortiño, aunque a mí me gusta más el dicho a todo porco chegalle o seu San Martiño —era el 20 de octubre—. El camino del arume se va a poner precioso. ¿Lo conoces?

—No. ¿Hacía donde queda?

—Hacia al este. Tienes que subir hasta la Pedra Queimada y desde allí sigues la carretera hacia el acantilado de la Plancha. Es un tramo corto, apenas doscientos metros y empieza el camino pedestre. El paseo es más tranquilo y solitario, y totalmente distinto a este. Desde allí, andando, puedes llegar hasta la aldea de Nétoma, y si la marea está baja, puedes atajar por las playas del Riás y as Torradas. El camino discurre paralelo a la costa y se adentra en un bosque de pinos, aunque también hay castaños y nogales —Julia dirigió su mirada hacía la Pedra Queimada y por un instante pareció olvidarse de la presencia de Pedro—. Hace muchos años que no voy, me pregunto si aun seguirán allí.

Quedó en silencio durante un par de minutos. Al cabo, como si volviera en si, le dijo a Pedro:

—Unos caminos nos hacen crecer hacia fuera y otros hacia dentro. Ahora vete, necesito recordar. Hasta mañana Pedro.

***

Esperó a Teresa en el mirador del Camiño do Río —iban a ser las nueve y media de la noche— quería decirle que los caracoles estarían listos en dos o tres días, y también quería preguntarle por ese lugar donde abundaban los níscalos. Si Julia estaba en lo cierto, por fin, íbamos a tener la tan necesitada agua.

—Hola Pedro, ¿disfrutando del tiempo? No esperaba verte a estas horas aquí. Aprovecha, que antes de que acabe el día seguro que llueve.

—Te estaba esperando. Quería decirte que los caracoles en dos o tres días estarán listos.

—Genial. Hoy es martes, ¿porque no los hacemos este fin de semana?

—Estupendo, por mi no hay ningún inconveniente. ¿En tu casa o en la mía?

—En la tuya. Eres objeto de muchos comentarios y quiero saber que hay de cierto en ellos.

—¿Qué clase de comentarios?

Teresa lo tranquilizó diciéndole que era una broma y que son los comentarios típicos de la gente del pueblo cuando se aburren.

—Vale, por si no nos vemos antes. ¿Te parece bien el viernes a las diez?

—Perfecto Pedro, yo llevo el vino.

Esa noche empezó a llover y no paró hasta el viernes por la mañana. A mediodía del viernes salió un sol espléndido. Pedro estaba lleno de ilusión, tenía todo dispuesto para la noche y lo último que deseaba era que los caracoles se echaran a perder por un error del cocinero. No quería decepcionar a Teresa. A la hora señalada sonó el timbre en el segundo A.

—Buenas noches Teresa, pasa por favor.

—Hola Pedro, buenas noches. Hmm, que bien huele.

La expresión de Teresa alentó a Pedro. Estaba excitado como la primera vez que su madre le dejó volar sólo. Recordó que al salir de casa se quedó mirando las estrellas y creyó estar en el vórtice del universo. Hacía años que no tenía esas sensaciones.

—¿Te apetece un vino? La cena ya está preparada.

El piso tenía una decoración minimalista. Un poco frío para el gusto de Teresa. Le faltaba la mano de una mujer. Sin embargo la limpieza, el orden, la armonía imperaban en todos los detalles. Algo que a ella le gustaba de manera singular.

—Sabes que los paseos te han sentado genial. Has bajado esa barriguita que trajiste de la capital y tu piel se ha tostado. Estás muy guapo Pedro.

—Gracias. ¿Nos sentamos?.

La mesa estaba dispuesta enfrente al ventanal que daba al puerto. Pedro llevó a la mesa una bandeja apropiada con dos docenas de caracoles a la brasa. Tenían un aspecto espléndido. Antes de probarlos brindaron por los suculentos animalillos.

—Estuve pensando en tu pregunta del encuentro en la plaza. Al principio me pareció una obviedad, ¿qué lleva a la gente a tomar decisiones? Cada uno tiene sus motivos, y todos son muy respetables, ¿no te parece?

—Te lo pregunté porque quería conocerte un poco mejor. Las personas somos curiosas por naturaleza y mi curiosidad femenina pudo más. ¿Qué razones pueden hacer que un hombre como tú deje una de las ciudades más hermosas que he conocido —apartó sus ojos de los de él para concentrarse en sacar un caracol del interior de su concha— por un pueblo de marineros como éste? Quizás sea uno de mis defectos, que siempre estoy haciendo preguntas, pero no lo puedo evitar. Cada uno nace con su estrella, ¿no crees?

—Yo no sé cuál es mi estrella, si algún día la tuve la debí de perder. Pero sí se una cosa —se sorprendió escuchándose decir esas palabras—, que unos caminos nos hacen crecer hacia fuera y otros hacia dentro. En mi caso, el verdadero motivo de venir al norte fue que, por fin, me decidí a cambiar el día que comprendí que debía ser honesto conmigo mismo.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando me decidí por comprar el piso, creo que lo hice por lo mismo que la mayoría de los españoles, por inversión. Siempre tuve buen ojo para las inversiones y no tanto para las mujeres. Supongo que podría decir que no tuve suerte en el amor. Sabía que mi jubilación estaba próxima, y hace cinco años, en el 2000, vendí prácticamente la totalidad de mi cartera de valores, y compré este piso. Estaba cansado de Madrid: su inseguridad, las prisas, el ruido, el calor en verano y sobre todo, la soledad. A mis hijos apenas los veo, Quique tiene treinta y dos años y Fabiola veintiocho, los dos se han independizado y viven con sus respectivas parejas. No les va mal. Mi ex mujer —hizo una breve pausa— se volvió a casar al poco de divorciarnos, en 1985, y los contactos se limitan a las felicitaciones por Navidad, y algún que otro encuentro, la mayoría casuales, en casa de los chicos. Los intentos por rehacer mi vida fueron de mal en peor y desde que me jubilé hace 4 años… el piso fue la excusa —hizo un paréntesis para engullir un caracol—. Me costó decidirme (casi cuatro años para ser exactos) —bebió un poco más de vino—. Al principio tuve dudas, sentí algo de miedo ante lo desconocido. Había decidido no conocer el pueblo mientras no viniera a vivir. Quería que fuese…

—¿Tu picadero? Donde traer a tus ligues de la capital —y le dibujó una sonrisa picarona y osada mientras servia un poco mas de vino—. Disculpa, continua.

—Es posible. ¡Cómo sois las mujeres! ¡Qué cotillas y chismosas! Quizás en mis fantasías albergaba esa intención —pensó en que camino debía seguir, si el de apuesto y sofisticado hombre del siglo XXI o mostrarse sincero y decir la verdad—. En el fondo estaba harto. Harto de todo, harto de Madrid y quería empezar de cero. Me sentía confuso. Necesitaba cambiar. Encontrar esa paz y tranquilidad de la que me hablaste un día. Y también, por qué no, una compañera, alguien con quien compartir sueños e ilusiones.

—Y también penas y dolor. La convivencia también es eso Pedro. ¿Un poco más de vino?

—Si, por favor, gracias —Teresa sirvió un poco más de vino y Pedro el último par de caracoles.

—¿Qué me dices, te gustan los caracoles? —preguntó Pedro; los caracoles estaban en su punto.

—Me encantan. ¿Y pensabas que venirse al Fin de la Tierra era producto de una obcecación infantil? —en ese instante le vinieron a la mente las palabras de Rafael minutos antes de perder la consciencia definitivamente «La vida está llena de oportunidades cuando se saben aprovechar, aquí y en cualquier lugar. No las desperdicies. No tengas miedo a los imprevistos mi vida… vive Teresa».

—Mas o menos. Los chicos y los amigos del bar no se terminaban de creer que había vendido el piso y había comprado esta ganga en el norte y me venía a vivir.

—Y ahora piensas que si vuelves, va a ser otro fracaso y vas a tener que escuchar expresiones, «eso ya te lo dije yo», «que ibas hacer tú en un pueblo de mierda» «¿no te llega con pasar quince días?».

—Ahora no pienso en volver —contemplando el vuelo nocturno de las gaviotas sobre la dársena Pedro dejó volar sus pensamientos. Si alguna vez tuvo rencor hacia alguien, o si producto de su obcecación y soberbia creo un muro de aislamiento a su alrededor había aprendido el error. «El desacierto más grave en el que incurrí fue el día que decidí no volver a equivocarme. Qué estúpido he sido. Sólo hay una manera de hacer el camino: tropezando y volviéndose a levantar».

—¿Qué es el arume Teresa? —la expresión de Teresa también había cambiado.

—Es la hoja del pino. La hoja es perenne, tiene una longitud de entre quince y veintisiete centímetros, por un grosor de 2 milímetros y medio; son rígidas, con una punta pinchuda y de color verde oscuro. Mañana, si quieres, te llevo por el camino del arume —iban a ser las doce de la noche—. Ha sido una cena espléndida. Me lo he pasado genial —al despedirse le dio un dulce beso en la mejilla.

***

Quedaron para comer al día siguiente con el tío Benigno, en su piso, y así aprovechar mejor la tarde. Mientras Teresa terminaba de arreglarse, Pedro y el tío Benigno quedaron charlando en el salón.

—¿Y a dónde tenéis pensado ir?

—Teresa me va a llevar por el camino del arume. Me han dicho que es una caminata muy hermosa.

—Lo es. Fue un camino muy utilizado por contrabandistas hace años, y antes por los perseguidos de la guerra civil, y mucho antes por los piratas que vivían en estas tierras. El acceso desde el mar sólo se puede hacer a unas determinadas horas de la marea, si la mar lo permite, y sólo en dos calas concretas: la cala de la barca del olvido y la cala de la barca del recuerdo. No sabría decirte cuál me gusta más. ¿Te gusta la mar Pedro? La mar es mujer y madre. Es dadora de vida, y al igual que la mujer, la debemos proteger y cuidar. Le debemos respeto. Esas calas son especiales. Allí se pescaba y aun se seguirá haciendo, supongo, buen pulpo y buenas centollas. ¿Te gusta el pulpo Pedro? Antiguamente…

—Estoy lista. ¿Vamos? He preparado unos pinchos por si nos entra el hambre. Tío Benigno hoy llegaré un poco mas tarde. No se apure.

«Estas jóvenes, ¿pero quien se creen que soy? Un inútil», pensó.

—Teresa, pásatelo bien y no te apures tú. ¿Ya sabes no? «Tiro de escopeta que no mata perdiz, apunta al calcañar y va dar en la nariz».

—¿Qué ha querido decir? —preguntó Pedro, y dejaron en el salón al tío Benigno viendo una película de John Wayne, Un hombre tranquilo.

***

Cuando llegaron a la Pedra Queimada, Teresa le señaló los antiguos pasos de los contrabandistas.

—Este lugar en el que estamos le llaman O Castelo. Ahí abajo esta lleno de calas, cada una es de una belleza única.

La vista sobrecogía —como había dicho Julia—, después de unos cuatrocientos metros de paseo al borde de los acantilados el camino de tierra muda y se convierte en el auténtico camino del arume. Se adentra en el bosque de pinos y el firme de tierra deja paso a un suelo cubierto por miles de miles de millones de hojas de arume. El caminar se vuelve más sutil, menos denso. La tarde era ideal para pasear y también para charlar.

—¿Qué has preparado de merienda?

—Unos filetes de solomillo de cerdo, algo de pan, un par de cervezas y un poco de fruta. Ya se empiezan a ver los primeros brotes de níscalos y boletos, un par de días mas y el bosque estará a rebosar de cogumelos —Teresa se detuvo y Pedro le preguntó.

—¿Hacia dónde vamos Teresa?

—¿Hacia dónde quieres ir Pedro?

Buena respuesta de una gallega. Sonrieron.

—Yo pensaba que eras tú quien me iba a enseñar el camino.

Habían llegado a un cruce donde el camino se ramificaba en cuatro sendas. Quedaron en silencio. Sólo el ruido del viento entre las copas de los pinos les acompañaba. Pedro esperó, como lo hacía cuando estaba con Julia. Esperó una señal… Una ardilla que bajó de un castaño le miró fijamente a los ojos y al cabo de unos segundos empezó a correr por una de las sendas.

—Pues por esa, si total por alguna hay que ir. A ver por dónde nos llevas ardilla.

Ni el monte ni el camino se veían abandonados. Los lugareños de Cambre tenían muy bien atendido ese tesoro. Pedro quiso saber de la vida de Teresa. Supo entonces que estaba viuda desde hacia cinco años, su marido había muerto a causa de un tumor cerebral; supo que el dolor de la perdida había sido muy difícil de superar; que era asistenta social, y que tenía una hija de veintiocho años trabajando en Egipto, en Giza.

Teresa le explicó que se estaba peleando con Z. Hawass —el director del instituto de antigüedades egipcias— para que autorizara unas excavaciones a los pies de la esfinge. Las cámaras subterráneas descubiertas a los pies del monumento a principios de la década de los 90 debían de sacar a la luz verdades hasta ahora ocultas al hombre. Pero Z. Hawass prohibió toda excavación; cosa que, por supuesto, él sí realizó, pero nunca se supo lo que encontró.

Parece ser que, hacía un año aproximadamente, habían descubierto los restos de un metal azul desconocido a los pies de la esfinge y otro similar en uno de los conductos de ventilación de la Gran Pirámide. Después de muchas pruebas, científicos independientes, pudieron demostrar que dicho metal posee una conductividad un millón de veces más sensible que el oro, que se considera el mejor conductor de energía magnética cósmica.

Ese metal azul, que no existe en nuestro planeta, posee un poder de captación y canalización de la energía magnética cósmica y vibracional que es única. Dicho de otro modo, el metal en sí mismo podría permitir atravesar distancias siderales en instantes. Teresa hablaba con un entusiasmo que Pedro atribuyó, al principio, al hecho de que su hija fuese uno de los miembros del equipo que había hecho tal descubrimiento. Descubrimiento, por otro lado, que él no había leído ni visto en ningún medio de comunicación oficial.

—Allí están Pedro, siempre han estado allí. A los pies de la esfinge están las pruebas definitivas de la antigüedad del monumento, que para nada son coincidentes con las de Z. Hawass y sus acólitos seguidores. Ellos dicen que tiene alrededor de tres mil quinientos años de antigüedad —su expresión mostraba irritación o enojo—. Ya no son sólo las pruebas geológicas, ocasionadas por la erosión de la lluvia, las que indican que la esfinge tiene una antigüedad de entre doce mil y quince mil años. Quién la construyó sigue siendo un misterio, Pedro. Lo que no es ningún misterio es que gente como Hawass ocultaron las evidencias y crearon otra verdad. La esfinge nos habla de más cosas Pedro. Nos habla de….

—¿Para qué Teresa? ¿Qué va a ganar la humanidad sabiendo que en vez de tres mil quinientos o cinco mil años tiene doce mil? ¿Qué cambia para nosotros?

—Todo y nada. Tenemos derecho a saber la verdad. La esfinge y la Gran Pirámide de Giza nos habla de otra civilización que vivió aquí, en diferentes lugares de este planeta, en diferentes épocas. Dejaron señales, pruebas de su existencia y se marcharon o se extinguieron. No espero que la humanidad cambie de repente, pero si consiguen sacar a la luz la verdad, piensa en la cantidad de respuestas que ibas a encontrar para tantas preguntas que están ocultas, porque nos ocultaron las respuestas.

Estamos hablando del Neolítico, Pedro. Dime que pueblo o sociedad poblaba esas tierras en esa época y además que poseyera una tecnología capaz de hacer un monumento tan perfecto en muchos aspectos, entre ellos por ejemplo, en lo que concierne a su orientación estelar —Teresa hizo una pausa, miró el bosque como buscando las palabras que necesitaba decir y continuó en voz baja—. Como ser individual, cuando conoces la verdad y vives en ella eres más libre. Sientes la libertad de otra manera. Creces como persona, la verdad es la piedra angular de la vida. Es difícil aceptarla porque es una senda individual, es un camino que ni tú mismo, muchas veces, comprenderás. Como individuos y como humanidad… ¿Quiénes somos, Pedro?

—¿De donde venimos? ¿A dónde vamos? Yo también me lo he preguntado muchas veces, hace muchos años —Pedro se frenó—. Parece que hemos llegado al final del camino. Hay que regresar.

—¿Estás seguro?

Teresa había recuperado su galleguidad. Sin duda alguna también era una mujer pasional. El camino terminaba a escasos veinte metros, pero no como Pedro se imaginaba.

—¿Qué lugar es éste, Teresa? —preguntó.

—Estamos en la cala del recuerdo. Ese paso que ves ahí abajo, entre las rocas, es el único acceso desde el mar. Ahora está la marea alta es ideal para bañarse.

—Es precioso este lugar. No entiendo como no viene más gente por aquí.

Estaban merendando en el pequeño mirador natural al final del camino, entre pinos, castaños y piedras tan antiguas como la tierra misma. Acompañados por ardillas, gorriones y conejos, el sol les anunciaba que su tiempo en el discurrir diario estaba llegando a su fin.

—Los filetes estaban muy ricos, Teresa, ¿dónde podría lavarme las manos?

—¿Ves esa pequeña gruta cubierta de plantas colgantes?, si las apartas verás que tapan una fuente. Su agua es potable y muy fresca.

—Gracias, Teresa, enseguida vengo.

El agua era fresca y transparente como había dicho Teresa. Se lavó bien las manos y la cara y se mojo el pelo. Al incorporarse, le pareció ver un reflejo entre las rocas del fondo de la gruta. El lugar no estaba abandonado pero tampoco sufría el paso del hombre. En el sitio donde creyó ver el reflejo de la luz descubrió una abertura en la piedra por la que sólo se podía acceder agachado. El orificio conducía a otra cueva, ésta era o parecía mucho más grande —la oscuridad era total—. Buscó con las manos una piedra sobre la que sentarse. La temperatura dentro de la cueva (que bien podría ser la guarida de los contrabandistas o de los piratas) era muy agradable. Cerró los ojos y esperó. No sabría decir si pasaron tres o treinta minutos, cuando regresó del lugar en el que había estado y abrió los ojos, la cueva parecía no tener fin. Allí estaba la cúpula más hermosa que jamás había visto. La bóveda estaba iluminada por miles de miles de millones de luciérnagas y en medio de tanta belleza escuchó la voz de Teresa:

—«La mujer como el hombre están para amarse, para darse felicidad, para ser un solo cuerpo y para entregarse totalmente en cuerpo y alma, sin juicios erróneos morales nacidos de la ignorancia y el error humano.» Estas palabras las dijo alguien, por primera vez, antes de que el ser humano olvidara quien era, hace mucho, mucho tiempo —cogió su mano y continuó—. A tu lado me siento bien Pedro…

Pedro puso su pulgar sobre los labios de ella.

—Teresa, yo no sé por qué, no me lo preguntes, desde que te conozco algo ha despertado dentro de mi, a tu lado me siento de manera diferente. Quiero que tu luz guíe mis sueños. Quiero acompañarte en este viaje, no importa el destino si estás tú.

Al salir al exterior les cubría otra bóveda. Hubo un tiempo donde esa bóveda eterna estuvo vacía, era la nada absoluta, la ausencia total. En esa nada habita la antimateria, en un momento dado la energía que contiene la partícula de la antimateria estalló —es lo que los hombres dieron en llamar el Big Bang—. El estallido generó un punto de luz que se fue expandiendo, más y más, y permitió que el vacío fuera ocupado por infinitas esferas. Ahora, esa bóveda infinita está iluminada por cientos de miles de miles de millones de estrellas. Las infinitas esferas conforman galaxias, constelaciones, nebulosas, estrellas, planetas, cometas, asteroides, pliegues estelares e infinitas anomalías todavía por descubrir.

Cogidos de la mano, Teresa rompió el silencio:

—Entre el manto estrellado de mi universo, en el momento en que te recuerde, volveré a ti. El pasado se hará presente, el presente soñará el futuro y del futuro llegará la luz que nos guiará hasta donde tú quieras soñar.

Juntos iniciaron el camino de regreso, pero antes, Teresa le enseñó un lugar en el cielo.

Epílogo

A unos mil doscientos años luz de la Tierra —en unidades de tiempo terrestre— existe un lugar que se encuentra en una de las zonas más hermosas del universo. Su mundo es un mundo transcendental, de resurgimiento y transformación para aquellos que han recordado quienes son. Allí tienen lugar nuevos despertares, es un área de paso, como el mundo de las formas. No penséis que siempre se avanza hacia delante, también existen retrocesos, desde el mundo transcendental al de las formas, pero ese no es nuestro caso.

Un nuevo huésped acaba de llegar a ese lugar, su luz recorrió la distancia que separa los dos mundos en un abrir y cerrar de ojos. Antes de abrirlos, rememoró los fragmentos, las piezas que había colocado en el tablero de la vida —en el mundo de las formas—; cogió perspectiva de su involución y de su evolución, y empezó a recordar.

Recordó quien era. Trajo a la memoria todos los momentos vividos: los sueños, las alegrías, las dudas, los aciertos, las equivocaciones, las penas, los momentos de dolor. Observó el sendero por el que había transitado y vio que estaba lleno de trampas, engaños, frustraciones y fracasos. Las equivocaciones fueron necesarias —le ayudaron a evolucionar— le hicieron entender que sin la armonía cósmica no podría avanzar en su crecimiento interior. Y para progresar, lo primero que comprendió era que tenía que ser honesto consigo mismo, debía aceptar la verdad.

La verdad de que somos prisioneros de este mundo. Nos oprime, nos ahoga en las mentiras de las formas, nos hace perezosos, nos vuelve egoístas, soberbios y envidiosos. La ambición por dominar a nuestros semejantes y a la naturaleza nos hizo perder el verdadero sentido de la vida. El ser humano ignoró la ética del universo y disfrazó la verdad tras el mito y los símbolos —así nació Dios—. Relegó la energía primigenia, el amor, a una expresión vulgar de todo su poder; un poder capaz de hacernos avanzar hacia estados de conciencia superiores.

Nos ocultaron la verdad, nos educaron en el error —la consecuencia de ESE error es la mentira, el miedo, la muerte y la destrucción— y nos olvidamos que no estamos solos en el firmamento.

Al darse cuenta de este hecho, recordó que su inteligencia es emocional y cósmica, y también es ÚNICA.

En el tiempo que se tarda en abrir y cerrar los ojos siguió recordando. Evocó lugares que hacía mucho tiempo había visitado. Añoró las formas cambiantes, los mundos, las civilizaciones estelares, las razas y los seres con los que había compartido la vida. Pensó en los miles de millones de culturas e inteligencias que pueblan la bóveda celeste. Y recordó el magnetismo cósmico, la vibración, la Luz y el Amor.

De repente se encontró en medio de la oscuridad, de la NADA absoluta.

Entonces recordó de donde venía. Recordó que había otra luz, tan pequeña como la suya, tan ínfima, allí —en medio de la oscuridad total— vio una luz a punto de ser engullida por la tenebrosidad. De manera inesperada, algo, una fuerza, otra energía —la energía primigenia—, le hizo avanzar en su dirección; al llegar a su lado la tocó.

En el instante en que la rozó, en ese momento, se unieron y el punto de luz explotó y se expandió en un millar de millares de millares de luces que poblaron la nada absoluta. Un gran espectáculo de luz y color pobló el vacío e iluminó la oscuridad.

Recordó, gracias a su inteligencia emocional, deductiva y cósmica, como la luz llenó de todo a la nada y se manifestó en todas direcciones y en innumerables formas. Sintió que era uno de los elementos de la creación. Y escuchó una voz que no le era desconocida.

—Arriba es como abajo. Bajaste al mundo de las formas, no para quedarte, sino para aprender a volar. Tú eres la Luz de la Verdad. Abre tus ojos, despierta. Es la hora señalada para que abras los ojos de tu alma y despiertes. Mires donde mires hallarás la luz de la verdad. Sólo debes abrir los ojos y despertar. Está aquí, su luz vendrá a ti, emanará de tú interior con la fuerza del mar y la sutileza del aire. Viste su luz en el mundo de las formas y buscas retornar al hogar.

Cuando abrió los ojos recordó el lugar donde iba… No estaban solos.

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Una friki-fan de Egipto como yo no ha podido evitar poner ojitos a este relato 😀

    Me encanta el tono del principio y del final, calificado (creo que acertadamente) por el Sr. Jurado como «realismo mágico».

    Muy bueno, sí señor 😉

  2. manuelposenovo dice:

    Grazie. Y tambien me gusta la definicion de «realismo magico». Asi que si lees mi respuesta, dale las gracias al jurado por sus palabras, y por supuesto para ti.

    Lo que no comprendo es porque te defines friki-fan de Egipto ¿que vas vestida a lo Isis, Cleopatra?

    Querida compañeira, tengo una duda ¿que parte o partes dirias tu que es magico, y cual es la real?

    No te doy mas la vara. Dice el primer libro de ISIS (escrito por el escriba)

    Primero fue,la nada,el vacío y luego vino el caos.La sutileza extrema de la ausencia total provocó una gran explosión y comenzó a manifestarse. Este es el inicio primigenio, mas atrás se hallan otras verdades demasiado complejas o demasiado simples para que tu cerebro puedad comprender en su real magnitud.

    ¿No sientes curiosidad?

  3. levast dice:

    Enhorabuena por el relato, muy serio y ambicioso y toda una visión muy personal de filosofia 😉

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