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Dos más dos no son cuatro

por

1. El contacto

Pues sí, amigos, mi primer año de carrera, ¿quién lo hubiera dicho?, un hijo de padres de clase media-baja, viviendo en los suburbios de la ciudad, llevando una cresta con mechas rojas y más metal en la cara que un chatarrero…Pues sí, bebiendo cerveza con mis amigos de la quinta columna, en la calle Cesteros, en el suelo y cada uno con su litrona, allí, todos los sábados y durante el resto de la semana matándome a estudiar como un idiota, pensando en el futuro que me espera, ¿qué irónico, verdad? NO FUTURE decían los Sex Pistols, NO HUNGRY, digo yo. Por fin voy a estudiar en serio, es una pulsión interior que me domina y me hace llegar mas allá de lo imaginable; no quiero llegar a los cuarenta y pensar, sentado en un raído sillón de un mugriento salón, qué hice con mi vida, dónde aparqué mis huesos, entre tinieblas y polvo malsano, así no quería acabar.

Mis amigos me llaman progre, burgués, vendido, pero me quieren, sólo disfrutan viendo mi cara de sufrimiento con sus palabras, no quiero dormir con ellos en una fábrica abandonada, quiero poder ducharme todos los días y lavarme el pelo siempre que desee. Nunca he sido el típico punki, ni siquiera me he acercado a los arrabales de su ideología, pero con ellos me siento más yo, más unido a una causa y a un movimiento ecléctico y libertario como nunca ha conocido este planeta.

Y por fin estoy aquí, en la puerta de la Facultad, con mis imperdibles en la oreja, mis piercings repartidos por la cara, mis pelos de rabieta y mi mordaz sonrisa, los estudiantes me miran de reojo, estoy acostumbrado a esos momentos de soledad diaria y esos gestos de miserables ante mi aspecto, pero quiero estudiar, demostrar de qué soy capaz, a mí, a ellos, a todos los que con sus falsas palabras quieren eliminar las mentes liberales, ¡ja!, qué libre me siento y qué tremendamente idiota.

Así que, con paso firme y retumbando las botas en las escaleras, subí despacio, degustando cada segundo de ese momento, empujé con fuerza la puerta y me dirigí hacia el pasillo de la derecha mirando a extraños y abyectos, cruzándome con mis futuros compañeros, cuánta hormona, cuánta espinilla mal llevada, cuánta vanidad supuraban, las niñas bien vestidas y peinadas, gafapastas apoyados en la paredes con pose de quien no hace nada, juventudes de derechas hablando en corrillos como párvulos irredentos, grunges de catálogo fumando y peinándose como si les fuera la vida en ello, algún siniestro que mira y sonríe, "ya no estoy solo", parece que dice en voz baja…

Y justo cuando miraba al profesor trajeado, un golpe me derrumba, hace que mis libros salgan disparados por el pasillo y me encuentro tirado en el suelo, despatarrado y con un fuerte dolor de cabeza, ¿quién coño me ha pasado por encima?

Con esfuerzo me levanto a duras penas y con la mano apretando fuertemente mi frente dolorida, veo unas piernas largas y torneadas delante de mí, aún no sé que ha pasado, hasta que me encuentro con una cara delante de la mía, a dos centímetros escasos, sólo veo ojos, azules, odio…

—Punki de mierda…

Consigo despertar de mi letargo con esas tres palabras, abro la boca para responder como siempre hago, con toda la inmundicia que mi cerebro es capaz de inventar y allí está ella, pelo negro recogido en un moño perfecto, del que unos mechones brillantes intentan escapar, unos ojos azules como dos mares pacíficos que me miran inyectados en sangre, menuda tormenta se avecina.

—Pija asquerosa… —consigo decir con más o menos fuerza de voluntad.

Mi sentencia de muerte firmada en dos segundos, la chica se levanta, recoge sus libros y me da una patada en la bota militar, no puedo creer lo que me está pasando en mi primer día de universidad. Cuando por fin me levanto, consigo ver cómo su cuerpo enfundado en una chaqueta  negra desaparece entre los demás estudiantes por el pasillo.

—Mal empiezas tronco.

—¿Perdón?

Un chico de pelo largo y camiseta de cuadros me ha recogido los libros y me los planta en la cara.

—Tu primer día y ya la has tenido con Galia, la más pija, la más rica y la más inteligente. Te hará trizas la próxima vez que te vea, no quisiera estar en tu pellejo, señor vicious.

Bien, me acababan de poner mi mote de universidad, creo que nadie durante todos esos años me llamó por mi verdadero nombre, así son las cosas. Tampoco me quejé, pensaba que era un mote que me pegaba, aunque me quedaba muy, muy grande; qué ingenuo y débil era en mi pose de revolucionario juvenil, ahora lo sé.

Qué voy a contaros que no os hayáis imaginado ya. Firmé mi sentencia de muerte, mis encuentros durante ese primer año con Galia fueron como peleas de gallos con espolones acerados y envenenados de cicuta, pero una idea siempre revoloteaba en mi mente: cuanto más odio sentía hacia ella, más ganas tenía de saber qué pasaba por su cabecita loca en esos momentos de soledad, en su casa frente a su libro, siempre omnipresente.

2. Guerra campal

Mi segundo año de carrera empezó como si no hubiera pasado nada en mi vida, pasé ese año estudiando, aprobando, insultando a Galia, descubriendo quién me había pegado con Loctite las hojas de mis libros, peinando mi cresta, bebiendo mis cervezas, pidiendo apuntes a compañeros que se reían de mí cuando explicaba dónde creía que estaban los míos, siempre en la basura, en el retrete, colgados en las paredes de graffitis de la parte de atrás de la universidad. Hacía mi vida de siempre, pero un muro me separaba de la felicidad absoluta y ése era ella, siempre ella, desde el principio no nos aguantamos, los concursos de debates eran míticos y siempre esperados por los compañeros, de la verdad sacábamos mentiras, de las mentiras, puñales, y de las palabras biensonantes, atroces delirios de odio irracional y personal… Quién me mandaría.

Cuanto más me apretaba, más me levantaba, si ella no cedía, yo no imploraba, era una lucha fraticida e inútil que no comprendía, pero aun así la aceptaba.

Llegó la primavera y con ella, las camisetas de tirantes, las minifaldas y los perfumes de lavanda, rosa y jazmín, cuánto jardín sobrevalorado en el campus, cuánto esfuerzo perdido en pos de la imagen.

Con mi jabón de lagarto era el amo y señor, ¿quién quiere oler a flores?, yo no. Era primavera y las fiestas se sucedían, por supuesto nunca era invitado, ¿quién necesita un punki zarrapastroso en su fiesta? Claro que no todo el mundo era así, tenía mis contactos, mis amigos: el melenas, el primero que me habló en la facultad mientras recogía mis libros esparcidos por el suelo, así es como le llamaba, teníamos una amistad normal, sin defectos ni caricaturas de sentimiento, sólo éramos eso, amigos, ¿así que, fiesta de disfraces con cerveza en mano?, pues claro amigo, cómo no voy a ir si es como si fuera mi sangre en vena, y allí estoy, y aparezco sin disfrazar, ¿para qué? La gente piensa que mi disfraz de tirado es molón. Me encuentro en una casa que no conozco, con unas personas que no he visto en mi vida, pero que me dejan en paz, que se acercan a decirme unas palabras, chicas que me traen cerveza y terminan pidiéndome el teléfono, me siento mejor, más despierto, más centrado, sale mi vena habladora, tocando todos los palos, siendo el perfecto conversador, inteligente, simpático y dueño de mí mismo. Al final de la piscina hay un grupo de chicas que se ríen y me miran, al principio frunzo el ceño, pero no es más que coquetería, me relajo y las miro sin pudor, cojo otra cerveza y continúo mi camino entre la gente. Unas horas más tarde surge el típico gracioso de todas las fiestas que grita a pulmón que ¡ha llegado el momento del juego de la botella! No me puedo creer que esto esté pasando, juegos de quinceañeros, pero en fin, me dejo llevar, lo estoy pasando medianamente bien y no tengo por qué ser el aguafiestas de la noche, y si os creéis que me escaqueé estáis de nuevo equivocados. Por supuesto que me tocó, y de qué forma, los besos iban y venían como brisa de mar y al final, con casi todo el mundo borracho y con las neuronas bailando la lambada, pasamos al juego del pañuelo… Bien, aquí debería parar mi relato y salir corriendo por donde he venido, pero me engañaría a mí mismo, así que continuaré aunque sea el blanco de vuestras risas y gestos malintencionados.

Me volvió a tocar, cómo no, (intentad alguno de vosotros ser invisible cuando llevas una cresta morada de treinta centímetros erecta al viento) alguien me cogió de la mano suavemente, podía sentir sus latidos en mis dedos, cuando acercó su cara a la mía, pude oler su pelo limpio, y su caricia en mi mejilla. Pronto sus labios atraparon a los míos en un interminable roce de pasión infinita, me transportó a otro lugar, lejos de allí, donde nadie nos pudiera siquiera rozar. Sin querer toqué sus pechos pequeños y firmes y enseguida retiré mi mano asustado, no quería romper ese momento, ella no dijo nada, siguió cubriéndome los labios con los suyos, delicados, húmedos, calientes de pasión devoradora.

Todo acabó en un instante, la gente reía y hacía comentarios perspicaces sobre mi cara de bobalicón, me quité rápidamente la venda, sólo pude ver una máscara veneciana que me miraba mientras corría entre la gente.

—¿Quién era? —pregunté a mi amigo.

—Ni idea, cuando se quitó la máscara para besarte, su pelo le cubrió la cara y nadie parece saber quién era, ¡menuda admiradora te ha salido!

Y mi vida siguió como siempre, estudiando, aprobando, poniendo motes grotescos a Galia, intentando descubrir quién me había rociado con espuma de afeitar los apuntes para mis exámenes, peinando mi cresta, bebiendo mis cervezas, pidiendo apuntes a compañeros que se reían de mí cuando sabían que los había perdido en un incendio sospechoso en el laboratorio de química…

Bueno, miento cuando digo que mi vida siguió como siempre, la sombra de mi admiradora de la fiesta de primavera siempre rondaba mi cabeza y hacía que a veces me estremeciera como si una tormenta eléctrica estuviera dejando caer toda su fuerza sobre mí.

3. Realidades

Ay, mi tercer año de carrera, cuánto tiempo meditando, cuánto tiempo intentando no sucumbir a las ideas extrañas que se me pasaban por la cabeza, henchida de datos, números, palabras y citas estresantes. Sí, fue mi año mas productivo en cuanto a mujeres se puede decir, como si algo las hubiera alborotado, yo era ahora un punto de inflexión, todas querían un rarito en sus vidas.

—Salgo con un punki.

—¿No me digas? ¿Y no te hace daño con los piercings?

—Estoy saliendo con un punki, y no veas tía.

—¿Qué me dices?, ¿no olerá mal, verdad?

—Ayer me lié con un punki.

—Tía, estás loca, a ver si te va a pegar algo.

—He quedado con el punki, ¡estoy más nerviosa…!

—Más te vale, me han dicho que esa gente va directa a la entrepierna.

Chicas guapas, feas, gordas, delgadas, amables, idiotas, simpáticas, cotorras, adorables, egoístas, liberales, calladas, nerviosas, excitadas, amorales, estrechas, blandas, duras, borrachas, veganas, apostólicas y hasta romanas. Un sin fin de memorables y otras veces deleznables momentos con chicas, aprendí y callé, se está mejor callado, hacedme caso, una palabra mal entendida es un puñetazo directo al hígado, una mirada esquiva son palabras malsonantes en tus oídos, una caricia sin querer puede llegar a ser amor eterno en mujeres descocadas.

Galia, no sé cómo, se enteró de mi correo electrónico y ¡ay, amigos míos, cuánto daño ha hecho la internet en la gente de buena fe! ¿Os creéis saturados de spam en vuestros correos? Los maldigo con toda mi alma, cuando tuvo mi correo tuvo mi vida, guarra, tres, cuatro o cinco virus diarios, a cada cual más pertinaz, más malsano y paranoico.

—¿Quieres ver a Abril Lavigne metiéndose un dildo? Pincha aquí…

—¿Quieres saber el color de los pezones de Janet Jackson? Pincha aquí…

—¿Quieres saber a quién le hace felaciones tu jefa de estudios? Pincha aquí…

Y yo, pinchaba, pinchaba y pinchaba, aquello no era lo mío; al final desistí de internet, ¿quién lo necesita? Eso pensaba yo auto engañándome. Mi reacción, la única, la venganza…

Qué fácil es robar un bolso. Maquillaje, klennex, compresas, barra de labios, cepillo de dientes, colonia floral y miles de cosas más. Cuando terminé mi trabajo, dejé el bolso donde lo había encontrado, o robado, me mordía la lengua de satisfacción pensando qué pasaría cuando usara el maquillaje untado de polvos pica-pica, klennex usados, no preguntéis cómo, barra de labios mordida y chupada, cepillo de dientes con una gotita de cola de contacto, y lo mejor de mi cosecha, la colonia rellenada de vinagre…

Galia, pobre, tres días sin venir, me regocijaba en cada momento que imaginaba su cara de desesperación y de odio visceral. Otra vez me las había pagado todas juntas, al final, yo gano.

Apareció un jueves de mucho calor, al principio no la reconocí, minifalda de cuero, top ajustado con la palabra bitch en blanco, sí nena, ya lo sabía, su libro en la mano, el pelo negro azabache suelto hasta las caderas, gafas de pasta negra, labios sin pintar, untuosos, casi hinchados, pero naturales, y esas odiosas pequitas en la cara. Me quedé parado mirándola, sin pudor, sin miedo, seguro de mí mismo, de la batalla ganada, los vientos alisios me acompañaban y me sentía en la cima de una montaña conquistada. Pero, ¿y su mirada? Firme, escrutadora, sencilla y definitivamente atractiva… ¿Pero qué estaba diciendo? ¿Atractiva? Era mi Némesis, mi dios Marte enfrentado y vilipendiado, sacudí mi cabeza para quitarme esas extrañas ideas que me mareaban.

Se acercó por el pasillo mientras sacaba un papel de su libro y justo cuando pasaba por delante de mí, se paró, ¡se paró!

—Idiota, toma esto, quizás te interese…

Y con su cara de desprecio siguió adelante, cuántos ojos detrás de ella, cuántos suspiros de vanas promesas y rotos sueños, todo detrás de ella como una sombra de inflamadas palabras incendiarias, todos los chicos girando la cabeza como marionetas envenenadas. Había escuchado todas las historias que la rodeaban, en fin, sus ligues universitarios, a la par que los míos ese mismo año, como una competición no reglada.

Levanté el papel para leer qué decía, era sólo una obra de teatro, una adaptación estudiantil de El fantasma de la ópera para el viernes de la semana siguiente. Ya sé qué estáis pensando, que fui, ¡claro hombre! ¿Cómo no voy a ir? Si algo soy es curioso, y más cuando mi enemiga acérrima me suelta un reto en la cara como ése, porque creedme cuando os digo que era sólo eso, un reto más en mi cara.

«Quizás te interese…». Esas palabras se repitieron miles de veces durante esos días en mi cabeza llena de ideas difusas y contradictorias.

Y para no hacer de menos, allí estaba en primera fila, con mis botas militares apuntando hacia el escenario en un gesto de reproche, de belicosidad no escondida, dos horas de monótona intentona de calidad teatrera; vale que el que hacía de fantasma no era malo, es más, era interesante cómo gesticulaba y hablaba con voz distorsionada. Y acabó, la gente se levantó para aplaudir como posesos y yo, sentado y con los brazos cruzados negando la ínfima calidad de la obra, me sentía triunfar, allí donde los ineptos veían clase yo veía ideas infantiles, sueños baratos de actorcillos de barrio.

Todos los actores saludaron al publico cogidos de la mano, el fantasma se quitó la mascara y allí estaba Galia, radiante, sonriente como nunca la había visto, los ojos febriles, parecían relucir desde debajo de ese maquillaje oscuro y degradante e irradiar una energía eterna, indisoluble con la nada que la rodeaba, y yo con la boca más abierta que un buzón de correos desfigurado, más me parecía al fantasma de la obra que ella, la máscara…

Decía un amigo mío que dos más dos son cuatro, pero que además dos más dos podían ser cinco, quizás no me sigáis, pero una máscara es una máscara, aunque no era la misma, ¿me seguís ahora? Bien, gracias por vuestro apoyo con esas caras largas y sonrisas facilonas.

La idea de que Galia fuera la chica de la fiesta atravesó mi corazón como un cuchillo de hielo, la sensación de quemazón en el estómago y mi querido músculo de la vida petrificado y a punto de estallar. Podía sentir las nauseas viniendo a mi boca, de amargura, de pasión, de mentiras, de dulzura, mis manos temblaban de miedo, sí, de miedo, no tengo que mentiros, miedo a una verdad absoluta que me dominó durante un instante. Y no hay nada peor que descubrir un secreto no buscado ni querido, pero quizás soñado por un subconsciente solitario y desdeñado.

Allí, sentado, un sudor frío cayéndome por la mejilla, no sentía, no pensaba, solo veía la máscara, su cara, sus ojos concentrados en una sola cosa, yo.

4. Desenlace

Mi cuarto año de universidad, de un día para otro me concentré en mis estudios mucho más de lo que lo había hecho durante esos años, fuera cresta morada, fuera piercings de la cara, salvo el del labio, botas militares al armario. Un yo diferente, pero calco de lo que era en realidad, había resurgido: pelo lacio y negro en media melena, ropa negra y sin metales en ella, zapatillas de deporte a juego, sencillas y cómodas para lo que realmente necesitaba.

Claro que me cambió aquella obra de teatro, claro. ¿Cómo el odio irracional a una persona podía cambiar de forma tan drástica en otra cosa? ¿Eso había estado allí siempre? Sí, solo que yo lo había escondido, sepultado bajo toneladas de irresponsabilidad, y siendo como era un idiota infantil, había cometido un error, sólo uno, pero con él había venido la derrota, nunca más hablé con ella, nunca más la miré a los ojos, había ganado y con la victoria se había llevado mi corazón aplastado y humillado. Mis ligues ese año cayeron en picado, cuando te ha tocado la felicidad inalcanzable no hay posibilidad de redención, así que todas me aburrían, todas me parecían insulsas y vacías.

Con todo de mi parte me había enamorado de la única persona que era imposible de tocar, oler, probar, nunca mis manos se posarían en sus mejillas, nunca besaría esos labios pecadores que desde aquella fiesta me tenían encantado como una maldición eterna.

En la soledad de la biblioteca imaginaba y escribía, momentos de alegría, suspiros de letanía de palabras susurradas, podía sentir en las palabras escritas cuántas mentiras había derramado por su caída y ahora, solo, mis lágrimas corrían desesperadas hacia la tinta emborronada. Escribía poemas, relatos, frases sueltas, letras endemoniadas y todo iba a la basura hecho jirones, nada estaba a su altura, nada estaba cerca de poseer su belleza e inteligencia sublimes, la tenía endiosada y me había dado la vuelta a la tortilla con solo un acto, una escena, un giro inesperado de la vida. Dieron las tres y miré la última poesía escrita, cuántas palabras malogradas, allí estaba el producto de su victoria y la caída de mi alma.

Me levanté y recogí mis libros, quizás después de dos clases seguidas podría evadirme de esa congoja que me alteraba. Nunca más, me dije a mí mismo, nunca más cometeré este error.

Una semana después, mientras mi cuerpo se deslizaba muerto en vida por la facultad, me paré un segundo en un banco para descansar, deleitarme con la brillante tarde soleada que me inundaba, y así, mirando al cielo, ensimismado por las mismas tonterías que los abuelos que dan comida a las palomas, me quedé sentado.

—Hola.

Mire hacia mi derecha, Galia, radiante como siempre y con su libro debajo del brazo, me miraba con cara seria.

—Hola —respondí, totalmente sorprendido.

—¿Qué haces aquí? —me dijo, mientras retiraba un mechón de pelo de su cara.

—Descansando —añadí, con la boca seca y el corazón en un puño. No había tenido ningún contacto con ella desde la obra y sentía cómo mis palabras salían de mi boca sin sentido, grises.

—¿Esto es tuyo? —preguntó ella enseñándome un papel arrugado.

—¿Cómo?

—Una amiga recogió esto de la mesa donde estabas estudiando en la biblioteca.

Mierda, la poesía, no la había tirado como las miles que había escrito en los últimos meses, tanta tontería en la cabeza había hecho que me relajara y ahora estaba allí con cara de tonto, sin saber qué decir.

—Sí, creo que es mío —un nudo me atenazó la garganta, una gota de sudor me recorrió la espalda e hizo que temblara imperceptiblemente.

Me miró con cara seria y con los ojos entornados, ni una mueca, ni una sonrisa, ni un solo movimiento que delatara sus pensamientos.

—¿Es para mí?

Creí morir, se me cayeron al suelo los libros y un par de bolígrafos que rodaron hasta ella como si de una broma cósmica se tratara.

—Pone mi nombre, y si es para mí, creo que deberías habérmela dado tú mismo, cobarde…

Quería llorar, escapar de allí, lejos, donde ni ella ni nadie pudiera ver cómo me derrumbaba y me alejaba de la realidad.

—Sí, es para ti —alguien dentro de mí respondió, no fui yo, lo juro, alguien esperanzado y optimista, alguien cegado por la belleza de unos ojos devoradores y unos labios envenenados.

—Tú, ¿me quieres? —dijo con un gesto de sorpresa que no supe interpretar, o no quise.

De sus ojos empezaron a manar unas lágrimas que me dolieron más que nada en el mundo, quería borrar de su cara esas muestras de sentimientos cruzados, quería absorber esas gotas de calidez, sentir su frescura correr por mis dedos y, por fin, besar cada centímetro de su cara, de sus manos, beber de sus ideales y morir entre sus brazos.

—Sí, creo que desde el principio.

—¡Y me ha costado cuatro años que me lo dijeras, punki de mierda! —me dijo, con una extraña mezcla de emociones que revoloteaban en su mirada.

—¡Nunca me diste una señal, pija asquerosa! —conseguí responder sin que me temblara la voz.

—¡Te odio Fred!

—¡Yo también! (¡Sabe mi nombre!)

Y se agachó para acercar sus labios a los míos, creí desfallecer, perdí la noción del tiempo durante un instante que pareció una vida, mis sentidos, mi mente y mi conciencia, encontré mi realidad aumentada, mis sueños por fin cumplidos, nos juntamos en un beso simbiótico de amor, lujuria, malos momentos, años perdidos y luchas encarnizadas

Sí, amigos míos, estoy enamorado, más que eso, perdido y encontrado en un instante que no se puede llevar el viento ni las malas palabras. He encontrado una persona que me complementa a la perfección, que dirige mis labios y pensamientos, que devora mis entrañas y hace que mi corazón bombee fuerte y rápido cuando estoy a su lado, y aquí estoy con vosotros, en la calle Cesteros, sentados en el suelo y cada uno con nuestra litrona, creedme, hay finales felices o agridulces, pero existen.

Y ahora, camaradas, me voy, tengo que recogerla en la oficina, sé dónde estáis y vosotros sabéis donde estoy, nos veremos, creo que os debo alguna historia más.

5. La carta o poesía, desencadenante de sentimientos

Dulce voz que me fascina, que me susurra palabras de alegría, que me llena de ideas inquietantes y voraces, celebro el día que la conocí con un libro casi mas pequeño que su mano, blanca, cristalina, donde imagino mi mejilla apoyada y tranquila, suaves labios que me conminan a leer, degustar con placer imágenes nítidas y ambarinas, en un instante reconocí la sublime belleza de la simpleza femenina, pelo negro recogido en un moño ajustado y no pensado, gafas negras apoyadas como suave terciopelo en una límpida y recta nariz de inteligencia bien llevada, ojos de azul intenso que quema mis pupilas y desbarata mis entrañas. Es amor, es odio, son palabras malinterpretadas, guiños no entendidos y gestos impotentes, déjame escapar de este lugar, adonde no quiero llegar, Galia, déjame huir de tu voraz mirada.

Por favor, suma tus movimientos a los míos en un amplio abanico de posibilidades, en un agujero negro de inquietudes y versos acompasados, dejarme llevar por la brisa que me transporta cerca de ti, de tu olor a lavanda y calor humano no heredado, déjame llegar hasta ti sin jugar al póquer de minutos inanimados, desliza tu cuerpo cerca del mío, siente el electrizante momento de labios callados y miradas traviesas.

Un roce de manos en un pasillo hace que los pelos de mi nuca se ericen, que desee morir en un cielo lleno de sombras y claroscuros dibujados por un pensador de época, un cruce de miradas en las que todo queda dicho y nada aprobado, piensa en un camino desandado y pies doloridos, un camino de nimiedades que sucumben a los más tiernos sentimientos, la verdad desvelada y maltratada recorre tu mirada y va más allá de la imaginación más perversa y malherida, un pequeño roce de pensamientos, un delicado chispazo de electricidad estática, donde el corazón parece reposar con tranquilidad, donde el calor se congela y divaga, no te vayas sin decirme nada, dirígeme la alevosía de tu mente, no te quedes enfangada, descubre el tesoro de la poesía reanimada, deja que las palabras surjan sin mentiras, sin falsas y emotivas letras de esquiva.

Si crees que la vida es alegría, desdibuja con tus manos la mentira, si crees que la vida es sufrimiento desbanca al casino de falsas teorías, canta las verdades del sentimiento que te embarga, descarga los nervios que te atenazan, al final estoy aquí y tu allí, pero sólo el tiempo es verdadero campeón de batallas no luchadas, sólo la distancia es espejo de almas atormentadas, corre hacia el remanso de paz, y al final y sólo al final estaré esperando en la quietud, en la sencilla palma de tu mano, de donde es imposible salir, desde donde me es imposible mentir.

Dulce voz que me fascina y me hace llorar en la distancia, aun cuando te llaman Galia…

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Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Sonderk, no puedes evitarlo, al final se casan jajajajajajajaja, romanticorroooooo.

    Enhorabuena por el relato y, mejor que eso, por la progresión geométrica que se observa en tu trayectoria. Y eso que estabas vacío, ¿eh? Plas, plas, plas 😀

  2. SonderK dice:

    no se casan, se arrejuntan, ¡¡todo muy punki!!

  3. levast dice:

    Buen relato, final curradísimo y, de todos, es el que tiene un toque a comedia romantica, algo teenager 😉

  4. Nadia dice:

    ains que salao tu relato, el amor entre dos tribus especies enfrentadas… ains!! un eterno tópico, por cierto si me veis alguna vez ligando con un punky o un pijales asqueroso me pegais dos tiros por favor antes que dejarme irme con él eh.. no seais cabronetis. Enhorabuena Ismaelito!!! me ha encantao.

  5. Menchu dice:

    Esto… mmm… mmm…. ¿y cuándo se comen el culo? ¿Eh? ¡So moñas!

    Un muy buen compendio de casi cinco años de universidad en sólo unas páginas… logrado, eso sí, me sobra carta final… en este caso.

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