Ir directamente al contenido de esta página

Día a día yo también tengo derecho a reventar

por
AGENDA LUNES:
Paciente destacado Garrison, 43 años. 
Comprar galletas y tostadas.
17h llevar a los niños a su clase de natación.
Recoger la ropa del tinte.
Grabar el partido de fútbol.

¡Te arrancaría todos y cada uno de tus putos miembros. Te golpearía la cabeza con tus brazos hasta que tus ojos reventaran por la presión. Cortaría tus manos y te las metería en culo. Y te juro, te juro por Dios que haría todo lo médicamente posible para que estuvieras vivo durante ese precioso espectáculo de mutilación…!

—¿Me ha oído doctor?

—Perdóname, ¿qué has dicho?

—¿Cree que debería abandonar a mi mujer, doctor Pultzer?

Mierda, me ha pillado absorto en mis pensamientos. Es eso a lo que me dedico ahora. Intento evadirme durante cinco maravillosos minutos de los problemas de la gente. Ellos acuden a mí por mi calidad como psicólogo, pero ha llegado un momento en el que he perdido toda paciencia y consideración hacia ellos. Me hago viejo y mi límite ha llegado. Creo que la hemos perdido. La perspectiva. Hemos acabado con ella. La hemos arrancado de nuestros cerebros y nos dedicamos a dejar deslizar nuestras vidas a través del tiempo hasta que llega nuestro fin. Si se presenta algún problema importante o trivial ya no contamos con ella… simplemente acudimos en busca de ayuda profesional (siempre y cuando podamos pagar esa ayuda). Me aburro. Estamos perdidos sin la perspectiva de la realidad, sin la perspectiva para hacer frente a nuestros problemas diarios. Mierda. Creo que sé porqué ocurre esto. Hay algo bellísimo en todo lo que nos rodea. Es un algo que nos da, por un segundo, la felicidad absoluta. Durante un segundo estamos en consonancia con todo lo que nos rodea. Nuestros corazones laten al ritmo del planeta. Es pura pasión, intensidad, energía que circula en nuestros cuerpos. Lo malo es que sólo dura un segundo. No se puede pedir más. Como digo, todos lo hemos sentido alguna vez, lo que ocurre es que ya no la reconocemos. Es una felicidad efímera, demasiado breve para que nos reconforte lo suficiente. Si aprendemos lo importante que es disfrutar ese instante seguramente estemos mejor después, recordando lo bonito que ha sido ese pálpito de belleza y paz interior que hemos conseguido. Es un segundo, sólo un puto segundo. Apuesto a que tú también lo has vivido. Sabes a lo que me refiero. No me vengas con tonterías. Simplemente no te puedes creer que sea tan fácil. No, la felicidad es complicada te dices a ti mismo. Capullo es lo que digo yo. Simplemente recuerda, recuerda eso que te ha reconfortado en algún momento del día, por un instante… Despertar con el canto de un pájaro en una mañana de primavera. El placer del momento en el que te abrigas con una toalla después de un baño de agua helada en un río. El primer golpe de olor de un bizcocho recién hecho. La intensidad del primer beso a la persona que amas. Los primeros acordes de una canción que te hace sentirte bien. Detenerte en medio de una calle solitaria y dejar que el viento entone una melodía. Un cruce de miradas mientras esperas el autobús. El abrazo a un amigo que hace tiempo que no ves. El momento en el que te das cuenta que hoy ha sido un día estupendo. La sorpresa de una fiesta por tu cumpleaños que no te esperabas. La primera vez que sostienes a tu hijo en brazos. La primera lágrima que cae cuando sientes en lo profundo de tu alma que no te han mentido al decir Te quiero. El buen sabor de boca tras una buena comida… ¡Dime que eso no te gusta! Lo malo es que sólo dura un segundo. Eso quiere decir que te quedan 23h: 59min: 59seg para soportar el resto del día, para meterte en problemas, para complicarte la vida o para que te la compliquen los demás. Demasiado tiempo, pero si no hubiéramos perdido la perspectiva de nuestras vidas todo sería un poquito más fácil, podríamos disfrutar de la calidad de esos momentos. Pero no lo conseguimos y por eso todos desfilan por la butaca de los atormentados como la he empezado a llamar.

—Ya hablaremos más adelante. No puedes tomar una decisión precipitada Garrison. Tómate más tiempo.

—Tiene razón, doctor Pultzer.

AGENDA MARTES:
Paciente destacado Joanna. 28 años.
Odio los martes.
13h comida en el centro con Peter.
17h llevar a los niños a natación.
18h encargar la cena en el restaurante chino.
Ver el partido de fútbol.

—Joanna, tienes un grave problema de anorexia. Por eso estás aquí. Lo hemos hablado muchas veces. Te estás castigando a ti misma. Creí que estabas mejorando pero sigues perdiendo peso.

—Estoy bien. Hoy he comido…

Y un huevo y te lo voy a demostrar. Golpearía con un martillo tu cabeza para dejarte atontada. Sacaría el escalpelo que tengo en mi escritorio y te rajaría la barriga. Me abriría camino entre tus vísceras hasta encontrar el punto en el que el intestino grueso y el delgado se unen. Cortaría suavemente con un bisturí. Te metería el extremo cortado de tu intestino delgado por la boca y esperaría a que tu raquítico y hambriento esófago comenzara a tragarlo. Luego rajaría tu desinflado estómago y esperaría a que se abriera el píloro y asomara tu intestino. Lo agarraría con mis manos y tiraría fuerte de él hasta que los interminables metros de carne pasaran por tu boca. Guiaría tu mano izquierda hasta tu troceado estómago obligándote a buscar cualquier rastro de comida en su interior. Y así sería la única forma de darme la razón y de que empezaras a hacer algo contigo misma.

—No mientas, Joanna. Creía que avanzábamos contigo. Bueno, supongo que vamos a seguir poco a poco.

—Bien doctor Pultzer, como usted desee.

AGENDA MIÉRCOLES:
Paciente destacado Chyntia. 36 años.
Llevar el coche de mi mujer al taller.
Poner una reclamación al restaurante chino 
por la cucaracha en el chop suey.
17h llevar a los niños a natación.
Ir al gimnasio.
Terminar de ver el partido de fútbol.

—Jamás permitiré que nadie me diga lo que tengo que hacer. Estoy sobradamente preparada para afrontar mi trabajo con toda profesionalidad.

—Tal vez podrías estar más abierta a recibir opiniones que completen tus decisiones. Deberías hacer un esfuerzo Chyntia.

—¡Ja! Ya se lo he dicho. Nadie me tiene que decir nada.

No me gustan cómo miran tus ojos. Hay odio en ellos. Creo que a ti te ataría en la silla que tienes a tu lado. Con una cuchara te arrancaría el ojo derecho y luego metería mi pene en la cuenca de tu ojo para follármelo salvajemente. Después de correrme buscaría unas tenazas y te sacaría todos los dientes de la boca. ¡Qué bella imagen la de tu boca sangrante y llena de saliva! Metería mi pene en esa boquita nueva que te habría dado. Te crees especial y tal vez lo seas. Y a las chicas especiales les regalo flores. Buscaría unas cuantas margaritas y separaría los tallos de la flor. Te clavaría una margarita en cada pezón con una pistola de clavos y otra en tu clítoris. Lamería la sangre que chorreara de tu cuerpo. Luego clavaría tus pies al suelo. ¡Grita! Grita todo lo que quieras, no dejes de gritar nunca. Te pondría de pie y te seccionaría los talones de Aquiles para que el peso de cuerpo se desplome sobre el piso rompiendo tus tobillos.

—Tengo una tarea para ti. Esta semana vas a aceptar algún consejo de uno de tus compañeros y se lo vas a reconocer.

—Está bien. Si eso es lo que quiere, doctor Pultzer.

AGENDA JUEVES:
Paciente destacado Anibal. 54 años.
Recoger el coche del taller.
Ingresar dinero en el banco.
Sacar dinero para comprar ropa.
13h comida en el centro con Peter.
17h llevar a los niños a natación.
19h encargar cena en el restaurante hindú
(recuerda que tu mujer no quiere nada adobado).
De verdad acabar de ver el partido de fútbol.

—Cuando mi mujer me abandonó creí que el mundo se me venía encima. Me refugié en el trabajo para evadirme. Creo que gracias a eso cada día soy más rico. Me he dado cuenta de que puedo hacer todo lo que me proponga y creo que también se lo debo a usted, doctor. ¡Amo al dinero más que a las personas!

—Anibal, todo estaba dentro de ti. Tus capacidades son ilimitadas. ¿Crees que es hora de poner fin a tus sesiones?

—No, doctor, debo seguir viniendo. No creo que dejarlo ahora me beneficiara.

Claro, capullo, tendré que seguir dándote la manita para que camines con paso firme por la vida. Te pegaría un tiro en las rodillas y cauterizaría las heridas con soplete que tengo en mi garaje. Te dormiría con un poco de cloroformo. Te cortaría las piernas con un serrucho. Las herviría a fuego lento en mi cocina. Tal vez les echaría un poco de azafrán. Y para cuando te espabiles las tendrías servidas delante de tus ojos acompañadas con un poco de vino tinto. Cogería una pistola y te apuntaría a la cabeza. Te diría que te las comieras o que te mataría si no lo hicieras. Me reiría tan alto que tus lamentos apenas se podrían escuchar. Seguro que sabes a pollo. Te estarías descubriendo a ti mismo, pequeño hijo de puta. Cuando te las hubieras acabado te rompería todos los dedos de tus manos. Hay algo excitante en el crujido de los huesos. Dejaría la pistola encima de la mesa y te miraría a los ojos. Mátame. Mátame te exclamaría. Intentarías agarrar la pistola con tus deditos rotos. Imposible. Las risas que nos íbamos a echar los dos. Te castigaría por no matarme. Con la radial te amputaría las manos. Esta habitación se iba a poner de sangre hasta arriba. Respiraríamos juntos el olor dulzón de la muerte. Volvería a cauterizar tus heridas. Sacaría todas tus tarjetas de crédito y te las pegaría al pecho con el soplete. El plástico derretido se pone muy caliente y la piel se resiente, pequeño. El acto final sería interesante. Introduciría una cucaracha en tu boca y te la sellaría cosiéndote billetes en los labios. Soy un puto genio.

—Si no quieres dejarlo, por mi bien. La semana que viene nos vemos.

—Sí doctor Pultzer. Nos vemos.

AGENDA VIERNES:
Paciente destacado Thomas. 41 años.
Ir al médico a medirme la presión arterial y recoger análisis de colesterol.
Ir al gimnasio (oblígate a ir).
Decirle a Peter que hoy no puedes quedar a comer 
porque tienes la cita con el paciente destacado del día.
17h llevar a los niños a natación.
Llamar a la canguro para que cuide a los niños esta noche.
Reservar mesa para dos en el restaurante Blue Moon.
Borrar el partido de fútbol y grabar Disney sobre hielo para los niños.

—No encuentro nada a lo que agarrarme para aferrarme a esta vida. Intento buscar una razón día a día. Estoy demasiado perdido.

—Con esta ya son tres veces que has intentado suicidarte, Thomas. Te estas encerrando en ti mismo y debes encontrar una motivación. No te estás esforzando.

—Déjeme morir, doctor.

Me cago en ti dos veces. Te envolvería en alambre de espino y conectaría tus pezones a una batería de coche. Las descargas harían el resto. Tu cuerpo se convulsionaría tanto que el alambre atravesaría tu piel como si fuera mantequilla. Luego rajaría las venas de tus muñecas con cortes profundos aprovechando las cicatrices que ya tienes. Introduciría un par de petardos en los cortes y los encendería. Reiría hasta mearme cuando explotara la pólvora. Miraría tu cuerpo sangrante y le haría un par de fotos como recuerdo. Colocaría otro par de petardos en los orificios de tu fosa nasal y los volaría en mil pedazos. Me pasaría un rato buscando los trozos para que pudieras verlos con tus propios ojos si no se han quemado con la explosión. Te haría beber gasolina y luego tiraría una cerilla encendida en lo más profundo de tu garganta. Quiero verte arder. El fuego te purificaría, seguro. Me estoy gustando. Te metería en tu boca quemada los trozos de tu nariz para que nos pierdas. Lo que es tuyo es tuyo. Metería en tu culo todo el gas que pudiera a través de un tubo conectado a una botella de camping gas. Acercaría una vela encendida a tu entrepierna y me marcharía de la habitación. Esperaría fuera a que las contracciones de tu ano sacasen el tubo liberando el gas. La vela prendería el metano y tu cuerpo explotaría en mil pedacitos redecorando las paredes del lugar. Me gusta el color rojo. Le da carácter a cualquier habitación.

—Vamos a seguir con la terapia hasta el final y ya no tendrás más pensamientos suicidas.

—Confío en usted, doctor Pultzer.

AGENDA SÁBADO:
No pacientes.
Poner el vídeo de Disney a los niños.
Repasar las notas de los pacientes.
Llamar a la doctora Sterling para concertar una sesión. 
Estoy como una puñetera cabra y lo mejor es consultárselo 
a otro colega de profesión.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

Comentarios

  1. SonderK dice:

    dura vida la del psiquiatra, historia para recordar amigos 😀

  2. marcosblue dice:

    Un relato sobresaliente, sin duda, este chico al final va a aprender a escribir algo interesante. Anda, que el día que se ponga buscar los dos tornillos que le faltan ya podemos correr… Que yo también te quiero, cacho guapo.

  3. levast dice:

    Genial, uno de los mejores relatos de la edición, bien escrito e ingenioso pero dando asquito del bueno. Pero también estás malito, tienes algún trauma jodido y reprimido que me da miedito, sé bueno y que te lo mire un profesional, anda. 😉

  4. laquintaelementa dice:

    Aquí, aquí es donde mostráis vuestra verdadera naturaleza, panda de gorenfermorbosos.

    Y sí, que os lo mire un profesional como éste… 😈

¿Algún comentario?

* Los campos con un asterisco son necesarios