Ir directamente al contenido de esta página

Cadena perpetua

por

2 de abril

Nunca he sabido como empezar un relato. Nunca he sido un gran contador de historias.

Esta vez tampoco. No sé como comenzar, pero sí se cómo no voy a hacerlo.

No voy contar mi vida. Aquí no. A fin de cuentas sería una historia de lo más aburrida. No he tenido una de esas vidas que sean dignas de mención por lo atrevida, o interesante. No. He tenido una vida relativamente normal, llena de decisiones que eran importantes solo porque eran mías, y porque sólo a mí me atañían. Al menos la gran mayoría de ellas. Y como todos, supongo, muchas de esas decisiones fueron erróneas.

Sí, he cometido errores. Muchos. Gran cantidad de ellos sobre total y absolutas nimiedades, aunque en su momento no parecía que lo fueran, claro.

Además tampoco sería una historia con un final feliz. De hecho aquí estoy, encerrado de por vida en un agujero oscuro y maloliente. Desde ahora hasta el final de mis días.

Hay quien a eso lo llama eternidad. El Estado lo llama cadena perpetua. Yo lo llamo hijoputada. Pero el nombre es lo de menos. La cuestión es el concepto. El hecho de que voy a pasar aquí lo que me queda de vida. Dicho así parece fácil de asumir, pero aún no me hago a la idea. Nunca nos la hacemos. Siempre he creído que el ser humano es incapaz de concebir algo a largo plazo.

Mi definición de genio: aquél que sabe lo que tiene que hacer hoy para estar bien mañana… y lo hace.

Yo nunca fui un genio.

He hecho muchas cosas en esta vida. Menos de las que me hubiera gustado hacer, eso si.

¿Árboles?, ayudé a repoblar media sierra de Gredos después de no uno, sino tres incendios consecutivos. Al final acabaron vendiendo el terreno para construir una urbanización de lujo para que cuatro ricachones tuvieran un mansión con buenas vistas para pasar los fines de semana.

Dos de ellas ardieron. Hay quien lo llamó vandalismo. El Estado lo llamó delito. Yo lo llamé balanza cósmica, pero en fin, de nuevo el nombre es lo de menos.

¿Libros? No, nunca escribí ninguno. Algún relato corto, sin muchas pretensiones. Uno bueno, algunos curiosos, la mayoría malos.

¿Mujeres? Quise a todas en general. Amé a una en particular. Follé con todo lo que se movía y no tenía nuez.

¿Hijos? Tuve uno. Murió. Sin más. Un día estaba, al día siguiente no.

Por lo demás, he disfrutado siempre de las pequeñas cosas. También es verdad que no he podido permitirme las grandes, así que, qué remedio me quedaba.

En la lista imaginaria de cosas pendientes por hacer en mi vida faltan muchas cruces por poner. Eso no es malo. Siempre quedan cosas por hacer. Unas veces por falta de tiempo, otras por falta de pasta, otras por falta de valor, y algunas por falta de las tres cosas a la vez.

Lo que me corroe de verdad por dentro es saber que en los años que me quedan de vida no voy a poder realizar ninguna. Nunca he ido a San Fermín, por ejemplo, y supongo que no iría. Correr delante de bichos de quinientos kilos que puede darte un viaje y hacer que parezcas un guiñapo volando no es lo que entiendo yo como una idea atrayente. Además a lo más pesado que estoy acostumbrado a ver correr detrás de mí es a un policía sobrado en años y donuts.

Lo que me jode es no tener la posibilidad de ir. Que de repente la capacidad de improvisar desaparezca y me vea sumergido en una rutina que se repite día tras día.

A veces tengo la sensación de que es el mismo día repetido una y otra vez. Como Bill Murray en esa puta peli, solo que a Andy Mc Dowell aún no la he visto por los alrededores.

Y es una lástima, siempre me han gustado las morenas.

Mmmm, me temo que empiezo a divagar.

Volvamos.

Una cosa sí que debo decir sobre mí.

Soy el nuevo aquí.

Soy blanco, heterosexual, español, madrileño para más señas, ateo, de izquierdas y de nivel adquisitivo bajo, o sea, pobre como las ratas. Lo que implica que me odian todos los que no sean de mi… llamémosle «especie». A saber: negros, rumanos, latinos (aquí incluyo distintas subespecies como chuwis, carapipas, cubanitos, boludos y demás), religiosos, fascistas, fanáticos, gays, gitanos, vascos, catalanes, y algún que otro librepensador sin catalogar que decida que no termino de caerle bien.

Sip, me temo que mi lista de amigos será corta.

Hay otro motivo más para no escribir sobre mi vida. Es una razón simple pero poderosa. Y es que a nadie le importa. Ni si quiera qué me trajo hasta esta prisión inmunda. Eso tampoco importa. Aquí no. Ya no.

¿Entonces por qué escribo estas líneas?. Una vez oí a un tipo decir que si dejas plasmados en papel tus miedos, tus temores y tus dudas, llegará un día futuro en el que te reirás de ellas porque te parecerán vacías, sentimientos exagerados frutos de una imaginación temerosa.

Por Dios espero que así sea.

Porque tengo miedo.

12 de junio

Miércoles.

Odio los miércoles.

Toca esa especie de potingue grumoso, pastoso e insípido al que insisten en llamar puré de verduras. Comestible no será, pero como arma arrojadiza no tiene precio. Creo que con un lanzamiento certero podría sacarle un ojo a un celador a doce metros.

La comida no es solo asquerosa los miércoles. Estoy harto de la bazofia que sirven. Creo que tengo atrofiadas las papilas gustativas.

Podría afirmar sin lugar a dudas que, ahora mismo, tendría un orgasmo mucho mayor chupando un limón podrido que follándome una puta de lujo.

Hablando de celadores. O de putas (ya que los dos gremios se dedican a joder por dinero). ¿No es suficiente el hecho de estar confinados en este sucio pozo de amargura para que encima parezca que su trabajo es, realmente, hacerte la vida lo más incómoda posible?

Hoy uno de esos hijos de perra ha descubierto mi alijo secreto de tabaco y lo ha ¿cómo era? Ah, sí, decomisado creo que dijo.

Fijo que ahora mismo se está fumando mi tabaco con una sonrisa en los labios.

Lástima de enfisema pulmonar que le deje vomitando sangre.

Lo peor es que no es sólo eso lo que hace de esta prisión una conejera inmunda.

El director, alcaide, sheriff, o mandamás, más conocido como el Coca-Cola (aún no se por qué, pero lo averiguaré) es un estirado maleducado, soberbio, y retrógrado hijo de puta, (o «hijo de la chingada» como dice aquí el amigo Martínez). Tiene pinta de ser un yupi con pretensiones que no llegó donde esperaba y ahora su máxima afición es amargar la vida a todo el personal. Celadores incluidos, lo que no deja de proporcionarme cierta satisfacción en determinados momentos.

Esto crea un efecto dominó. Si el sheriff se dedica a joder a los malpagados funcionarios… ¿con quién la toman estos?

¡Ding!

¡Premio!

Con servidor y compañía.

Especialmente uno. El Sr. Encinar. Más conocido como el increíble Hulk (anda con la misma gracia con la que baila un hipopótamo biónico en celo). El decomisador oficial. El del enfisema (Dios, soy ateo y nunca te he pedido nada, pero por favor, por favor, por favor, mándale las siete plagas juntas a ese bastardo).

Y que conste que esa aversión no es cosa mía. Algún inspirado poeta se ha encargado de inmortalizar sus sentimientos en los baños.

Cito textualmente:

A plantar un pino me voy a un pinar.
A cagarme voy al encinar.

Cuanto talento desperdiciado en puertas de baños de moteles, gasolineras y antros varios.

Por lo demás poco que contar. Rutina, rutina, rutina.

Y a pensar. En lo que me ha traído aquí. En lo que fue y en lo que pudo ser.

Echo de menos el viento.

El patio central es diminuto y está rodeado de altas y bastas paredes de ladrillo.

A veces, sólo a veces, daba sensación de libertad.

19 de mayo

He de decir que de un tiempo a esta parte he recuperado algo que creí perdido para siempre.

La risa.

Dioses como la echaba de menos.

Los culpables: la última hornada de pescaditos que han ido ingresando en esta nuestra comunidad carcelaria.

Cinco tíos.

Cinco putos depravados, maleantes y degenerados hijos de la gran chingada (recuerdos a Martínez, que salió con la condicional), que no tienen ni una idea buena en la poca sesera de la que hacen gala.

Por supuesto, me cayeron bien enseguida.

Hemos descubierto cual es la mejor manera de hacer desaparecer la rutina:

Liarla parda.

Entendamos por liarla parda un sin fin de pequeñas putadillas dirigidas a ninguno en especial y a todos en general (ninguno queremos que nos trasladen a otra institución con mayor seguridad, ni tirarnos un mes de aislamiento).

Se nos conoce por «los parroquianos» (creo que el hecho de que nuestra primera misión consistiera en rellenar de silicona los huecos de puertas y ventanas de la capilla impidiendo que se abriera el día del Corpus ha tenido algo que ver).

Hemos hecho un poco de todo, desde restregar con el recubrimiento del techo el interior de la ropa de los celadores (sinceramente, ver al increíble Hulk intentando mantener la compostura mientras le picaban hasta las cejas hizo que mereciera la pena los quince días de aislamiento que me chupé). Hasta soldar la barra de las pesas a la base donde se apoya (ahora el que tenga cojones que la levante).

Con estas cositas hemos logrado cabrear a unos pocos y entretener a la mayoría. Y lo mejor, escaparnos un poco de la rutina y de caer en la desesperación. Sólo el hecho de planear la siguiente jugada es en sí gratificante. Si al final se puede llevar a cabo es como pequeñas dosis de adrenalina multiorgásmica.

Disfrutaremos mientras podamos. Que será poco, tres de ellos tienen la condicional pendiente. Y otro ha pedido el traslado a Valencia para estar más cerca de su familia.

El pobre, cree que estando más cerca tendrá más visitas. No seré yo el que le joda la ilusión.

Aún así, echo de menos estar allí fuera.

Añoro esas pequeñas cosas de las que no disfruto, ni volveré a hacerlo.

Aquí sólo huele a letrina, a comida insana y a lejía.

Echo de menos el olor a madera quemada en la chimenea.

El olor a tierra mojada.

El olor a pueblo.

14 de enero

Creo.

La verdad es que no sé qué día es.

Tampoco me importa.

Hace un frío del carajo.

Y estoy solo.

«Los parroquianos» hace ya más de… ¿dos años ya? que no existen.

Sólo quedo yo. «El parroquiano». Y ni siquiera me llaman ya así. Un pescadito me reconoció. Alguien que me conocía de antes de entrar aquí.

«El Carnicero de Torrejón», me llaman ahora.

Así me llamaron durante un tiempo. Tanto que casi lo había olvidado.

Menos mal que se fue pronto. Si no lo habría matado yo mismo.

Decían los griegos que el tiempo es cíclico.

Cuanta razón tenían.

Lo que no postularon nunca, no sé si porque estaban ocupados con los efluvios de un joven efebo o porque estaban depilándose las ingles esos putos maricas, es que cada vez cuesta más empezar un nuevo ciclo

Yo no puedo más.

Estoy sin fuerzas.

Michel Foucault dijo una vez «dime como son tus cárceles y te diré como es tu país». Sólo para que conste. Este país es una puta mierda.

Me levanto cada mañana sabedor de qué voy a hacer en cada momento de la mierda de día que me espera.

Además aquí no queda nadie que me importe. Nadie que despierte ni un puto sentimiento, ni respeto, ni pena, ni siquiera asco, o ira. Nada.

¿Recordáis al increíble Hulk?

Murió.

¿Adivináis de qué?

¡Ding!

Enfisema pulmonar.

Me reiría a carcajadas si tuviera fuerza o me quedaran ganas. Pero no.

A veces casi echo de menos a ese bastardo mal nacido.

El Coca-Cola le precedió.

A ése no lo echo de menos. Espero que arda en el jodido infierno.

El nuevo sheriff es un chaval (igual de estirado, eso sí), sólo que éste aún no se ha dado cuenta de que no va a llegar donde aspira.

Con lo que de momento no se molesta ni en jodernos.

Y yo ya ni me molesto en joderlo a él.

Me he rendido.

Lo reconozco.

Y no me lo reprocho. He aguantado aquí más de lo que nadie esperaba. Incluido yo.

Ahora sólo me queda dejar pasar los días a la espera de que suceda algo.

Sea lo que sea.

Me echo de menos.

Este guiñapo que veo en el espejo cada mañana no puedo ser yo.

19 de diciembre

Hoy es mi cumpleaños.

Tengo que pedir un deseo.

Tengo uno.

Yo me quiero morir.

Anexo

Me llamo David Santamaría. Y no, no soy el Carnicero de Torrejón. Soy periodista.

Escribo esto como anexo a las páginas anteriores porque la historia está inconclusa, y creo que merece terminarse.

Este manuscrito cayó en mis manos hace nueve meses. De pura casualidad no terminó en un contenedor junto con el mueble, desvencijado y roto en el que estaba escondido.

Leí el relato y decidí investigar un poco.

Cuando empecé creí que sería una pérdida de tiempo. Supuse que era un relato fantasioso de alguien que no sabía otra manera de matar el tiempo en prisión.

Me equivoqué.

Y de qué manera.

Lo que descubrí me sobrecogió.

He de reconocer que estuve a punto de abandonar en más de una ocasión. Sobre todo al principio. La falta de datos específicos me hizo dar vueltas y más vueltas sin llegar a ninguna parte.

El autor nunca puso su nombre, ni el nombre de la prisión, ni de sus compañeros salvo uno, y debe haber unos doce millones de Martínez, ni la fecha exacta. Tenemos el día pero no el año.

Los únicos datos con los que contaba era lo del Carnicero de Torrejón, el tal Encinar y la fecha del cumpleaños del autor.

Todo era un callejón sin salida. No hay ni un solo artículo sobre el Carnicero de Torrejón. Nada. Nunca hubo asesinato, atraco, robo, o cualquier acto vandálico al que se le asociara ese sobrenombre.

No voy a relatar aquí cómo llegué a descubrirlo todo. Ésta no es mi historia. Es la suya.

Baste decir que a veces la explicación más sencilla es la verdadera. Una vez llevado este pensamiento a la investigación el resto fue fácil.

Debo aclarar antes de continuar que lo que voy a contar a continuación ha sido probado, comprobado, y corroborado minuciosamente, tanto con documentos de carácter público como con entrevistas a personas que han conocido al autor del manuscrito, así como los acontecimientos que se narran en él.

Sólo una cosa más. El autor es fiel a la verdad en todo momento. En algunos casos la veracidad supongo que depende de, digamos, cierto punto de vista.

Sólo una cosa más para comprender el carácter trágico del manuscrito.

San Juan, la institución donde estaba recluido, no es una cárcel.

No es una prisión.

Es un geriátrico.

José del Río era efectivamente el Carnicero de Torrejón. Montó y trabajó durante más de treinta y dos años en una carnicería en la Plaza Mayor de Torrejón de Ardoz junto con su hijo.

Su hijo murió a los diecinueve años en un accidente de moto.

José se jubiló a los sesenta y seis años. Vendió la tienda e hizo una vida más o menos feliz, viviendo a su aire, dando sus paseitos mañaneros y sus partiditas de mus durante tres años.

Cuando no pudo vivir por su propia cuenta ingresó en San Juan.

Se supone que era una residencia para la «tercera juventud» que no es sino el más infame de los eufemismos.

Allí se sintió siempre encerrado. Al no tener familia directa se veía a sí mismo como un recluso con la perpetua.

¿La «condicional»? Personas mayores que ingresaban en la residencia casi siempre a principios de verano, y eran recogidos después para que sus familiares pudieran disfrutar de unas vacaciones sin cargas.

Hace dos años mi padre ingresó en una residencia, no podía valerse por sí mismo y en casa trabajamos los dos. No teníamos tiempo para cuidar de él.

Seamos sinceros. No teníamos ganas de cuidar de él.

Nunca había profundizado demasiado en la sensación de abandono que puede experimentar una persona en esa situación.

Hoy mi padre vive con nosotros y nos apañamos como podemos.

El aura de soledad que emanan las residencias te embriaga y te envuelve hasta que se hace tu más fiel compañera.

José Murió diecisiete años después. El 20 de diciembre.

Quiero pensar que fue el día después de su última reseña.

Quiero pensar que se le concedió su deseo.

He estado en San Juan

Y se me cayó el alma a los pies.

José también estuvo.

Y fue sólo uno de los cientos que estuvieron.

El único delito que José cometió fue partirse la cadera bajando la basura.

Y pagó por ello.

Con una pena, y nunca mejor dicho, de diecisiete años.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

Comentarios

  1. laquintaelementa dice:

    Jopetas. Esto que no lo lea mi abuela porque le da un jamacuco. Final realmente sorprendente porque después de la tan buena ambientación, el lector está impepinablemente convencido de que está en una cárcel. Creo que la siguiente vez que vaya a visitar a mi tío a la residencia, experimentaré un encogimiento de estómago, y será por tu culpa! 😛

  2. SonderK dice:

    Sin ser un pelota, reconozco que para mi es lo mejor que has escrito nunca ( y he leido unas cuantas cosillas tuyas), gran historia con detalles muy buenos y un final sorprendente y que te ha salido redondo, si sigues asi ganarás…

  3. levast dice:

    Una historia ingeniosísima, todo un juego de ingenieria que te obliga a releer el relato. Fantástico en cuanto a estilo en la primera parte, muy cínico y directo, y todo un giro argumental que te echa para atrás del asombro.

¿Algún comentario?

* Los campos con un asterisco son necesarios