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¿Por qué coño no me fui a Mallorca como hacen los viejos?

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Despierto. Abro los ojos y miro la habitación en la que estoy. Sí, parece que estoy vivo un día más. A mi lado duerme una mujer desnuda. El dolor punzante de mi costado derecho me dice que mi hígado se está pensando seriamente ponerse en huelga. Me duele la cabeza como nunca. Le doy un codazo a la mujer. Le digo que coja el dinero y se marche. Lo hace inmediatamente. Me da un beso en la mejilla. La sonrío antes de que abandone la habitación. Me incorporo y llega la tos crónica de todas las mañanas. Pongo las manos delante de la boca temiendo que un pulmón se vaya a salir de su sitio. La mano se humedece con un líquido viscoso surgido de las profundidades de mi tráquea. No sé si es una parte de un pulmón o un pitufo muerto. Saco la pistola de debajo de la almohada y la llevo conmigo hasta la ducha. Abro el agua fría y me pongo debajo del grifo sin contemplaciones. Termino de ducharme. Me visto con un traje gris a medida y una corbata azul de seda. Enciendo el ordenador y voy directo a mi cuenta de correo electrónico. Quiero ver si hoy hay suerte. Hoy es su cumpleaños. Ya hace tres años desde que cree la cuenta y sigue tan vacía como el primer día. Espero que esta mañana tenga el email deseado. Miro atentamente la pantalla y me quedo petrificado. Hay suerte, me ha escrito:

De: LidyaBrenT@gmail.com
Para: I38thMAN45a@co.cu.ext.com
Asunto: Hola Danny.

Como puedes comprobar me he atrevido a escribir estas líneas como me pediste hace mucho tiempo. Todavía recuerdo el día en el que te presentaste delante de mi casa con tu traje impecable. Estabas parado bajo la lluvia con tu enorme paraguas negro. Me costó reconocerte. He pensado mucho en ese momento y todavía hoy me pregunto si tu rostro era el de un hombre avergonzado por su comportamiento, o el del mentiroso que fuiste siempre con falsa pena para encontrar un camino que me acercara a ti. Lo único que dijiste fue querías tener contacto conmigo. Que ibas a ser un hombre distinto y que deseabas poder empezar de cero con tu única hija. Me diste esta dirección de correo para poder localizarte y te fuiste. Lloré hasta casi enfermar.

No siento odio hacia ti, simplemente es indiferencia. Nunca has estado a mi lado. Hoy hace 27 años desde que supiste de mi existencia y nunca has querido saber nada de mí. Mi madre me explicó que tú necesitabas alejarte de mi lado. Me dijo que pagaste mi educación. Me dijo que a veces escribías preguntando por mí. Me enseñaba algunas fotos tuyas que enviabas desde todo el mundo. Pero para mí sólo eras lo que mi madre me contaba. Sólo eras dinero, alguna carta, unas fotos y poco más.

No sé tus razones para huir de esa manera. ¿Qué era yo para ti ? ¿Qué soy ahora para ti? Tal vez una hija necesite un padre, pero ya hace tiempo que he emprendido mi camino por la vida sin ti y creo que lo estoy haciendo bien. Voy a casarme, Danny. Un hombre va a poner su apellido junto a mi nombre. No te ofenderás porque nunca he llevado tu apellido. Mamá se encargó de ponerme el suyo.

Si te escribo es porque se lo prometí a mi madre poco antes de morir hace un año. Ni siquiera fuiste al entierro. Desconozco casi por completo vuestra historia juntos, pero en su lecho de muerte tuvo un recuerdo para ti.

Sinceramente no sé si deseo que formes parte de mi vida. Tengo miedo. Eres un desconocido para mí. Y yo soy una desconocida para ti. No sé que puedes pensar de la vida que tengo y no sé que tipo de vida has llevado tú.

Creo que voy a necesitar algo más de tiempo para poder tomar una decisión en firme. Una decisión de la que luego no me arrepienta.

No puedo prometerte que haya una esperanza para los dos. Tal vez el tiempo lo dirá. Tal vez llegue el día en el que necesite saber el por qué de todos estos años. Sólo espero que si llega el día en el que tengamos que hablar sea con verdadera sinceridad sin importar lo que nos digamos.

Un saludo y cuídate.

Después de leer el email trago saliva. Aguanto las lágrimas. Alcanzo una botella de vodka. Me sirvo una copa y me la bebo de un trago. Borro la bandeja de entrada y luego inserto un virus en la memoria del ordenador. De momento confío en la seguridad de la cuenta de correo falsa y la mantendré abierta mientras piense que puede volver a escribirme. Ventajas de tener a mi disposición antiguas cuentas de correo secretas. Respiro hondo para intentar tranquilizarme. No puedo evitarlo y me dejo llevar. Lloro desconsoladamente. Recuerdo cuando tuve a Lidya en mis brazos por primera y única vez. Fue en tu nacimiento, vida mía, y desde ese momento supe que no podría volver a abrazarte en mi vida si quería mantenerte a salvo. Tres tragos más de vodka y recobro la compostura. Termino de vestirme y guardo mi arma en la cartuchera de mis pantalones. Noto un hormigueo en mis extremidades. Me están temblando las manos. Otro trago más de vodka y el temblor se detiene.

Ando por las calles en busca de mi coche. Hay tres quinceañeros haciendo una pintada en una pared. Me quedo mirando por un instante y los tres se encaran hacia mi. Me amenazan y me dicen que me largue. Intentan intimidarme. Los miro como he mirado a la gente desde hace media vida, es decir, como si fueran una potencial amenaza. El más bajito, que parece el cabecilla, tiene un bulto en los pantalones que creo que es una navaja. El de la derecha parece fibroso y rápido. El de la izquierda está gordo pero es fuerte. Mi cerebro se activa. Sé que primero debería empujar al pequeño hacia el fibroso y golpear al gordo en la rodilla. Luego debería romper la muñeca al enano e intentar golpear en la mandíbula al fibroso antes de que se enteren de qué está pasando. Luego volvería a golpear al gordo con todas mis fuerzas y terminaría la faena con un par de patadas en el estómago de los otos dos para poder salir de allí andando tranquilamente. Pero simplemente elijo el plan B. Agacho la cabeza mientras sigo mi marcha hacia mi coche y ellos continúan insultándome.

Me dirijo hacia consulta del doctor Walter Humbert. Es un general médico del ejército de tierra asignado por el servicio. Llevo un mes con él. El anterior falleció de cáncer. Entro en la consulta. Está leyendo un expediente. Me siento y me quedo mirándole en silencio. Al cabo de un instante levanta la vista de los papeles y habla.

—Quisiera repasar estos datos con usted. La Marina me ha dado su informe pero diría que no es demasiado completo, coronel Colber.

—Dígame.

—Veo que padece o ha padecido de algunas cosas serias. Veamos. Depresión, manía persecutoria, comportamiento obsesivo-compulsivo, insomnio, migrañas, tendencias suicidas, alucinaciones, contracturas musculares, hipertensión, fibromialgia, úlceras, problemas cardíacos, disfunción sexual temporal, numerosas cicatrices, varios tornillos, un pulmón casi colapsado, hígado dañado, se ha roto todos los huesos en repetidas ocasiones, varios impactos de bala, metralla… ¿Me olvido de algo?

—Tengo una verruga un poco fea en la espalda.

—¡Esto no es para bromas! Un hombre de su edad debería cuidarse. Se ha castigado mucho en su juventud. Casi es un milagro que esté vivo.

—Tengo cincuenta y siete años, tampoco es para tanto. Desde que me he retirado estoy mucho mejor.

—Fuma como un cosaco y bebe como un cosaco en la víspera de su ejecución. No hay que tomárselo a la ligera. Es de su salud de lo que estamos hablando. Ha llegado a mis oídos que sus fiestas siguen siendo legendarias. Su apartamento del Soho es el más visitado por la policía. ¿Quiere morir?

—¿Me pregunta que si quiero morir borracho, con un puro en la mano, los pantalones bajados mientras una señorita de dudosa reputación me está realizando una…?

—¡Basta! No se lo advierto más. Soy un oficial superior y debe seguir mis indicaciones.

—Mi psicólogo dice lo mismo.

Me voy de la consulta con mil recetas de medicamentos. Pero tiene razón, tengo suerte. Por lo general mis compañeros de armas no llegan tan lejos. Mueren de servicio, se suicidan o no cumplen los sesenta años. Es la vida del espía, corta pero intensa. Paso por el club para desayunar. Hoy pido tostadas y café. Leo un poco los periódicos y me echo unas risas con los mensajes ocultos insertos en diferentes columnas o anuncios. Cuando has pasado 30 años en el negocio son fáciles de encontrar. Miro el reloj y de repente tengo ganas de hacer una visita a mi viejo amigo Dimitri. Subo al coche, arranco y voy directo hacia la Residencia El Retiro Dorado.

La Residencia es un enorme complejo, mitad residencia mitad psiquiátrico, situado en las afueras de Londres. Un enorme palacio del siglo XVII rodeado de enorme bosque. Allí se concentra el mayor número de espías retirados de todo el planeta. Da igual la procedencia. Es el sitio elegido para el descanso del guerrero. Juraría que ya por 1980 vi un folleto sobre este sitio en las manos de una antiguo compañero checo. Voy para ver a viejos amigos, y también para recordarme que bajo ningún concepto voy a acabar allí. Antes bebo hasta la muerte.

Dimitri, con el nombre en clave Mangosta, es un antiguo espía de la Unión Soviética retirado. Hizo una fortuna con el Telón de Acero y con la caída de su país se hizo más poderoso con los trapos sucios. Es el mayor cabrón que ha conocido la historia de la humanidad. Ladrón, asesino, embustero, traidor, estafador…un verdadero amigo. Dimitri está en el jardín trasero, sentado en una tumbona, con su oxígeno cerca. El enfisema pulmonar no perdona a nadie. Viste una bata de seda azul por encima de una camisa y un pantalón negros a medida. Pelo largo rojo y barba espesa. Me acerco un silla y me siento a su lado mirando el lago que baña el basto jardín trasero del lugar.

—Tu colonia siempre te ha delatado, inglés —me dice con un marcado acento ruso.

—Es más discreta que tu bombona de oxígeno.

—Cierra el pico y dame un cigarrillo.

Saco de mi pitillera dos cigarrillos largos finos. Le doy uno y yo me llevo otro a la boca. Una enfermera gruesa con el pelo revuelto, que está merodeando cerca, nos mira como si tuviéramos dos granadas de mano.

—Señor Groski, ¿qué rayos se cree que hace? Usted no debe fumar, y menos cerca del oxígeno.

—Enfermera Hudson, mi muerte está cerca y usted dejará de sufrir pronto por estos ataques infantiles míos —contesta Dimitri con una enorme sonrisa perfecta casi oculta tras su barba poblada pelirroja.

La enfermera no traga bien el desaire del ruso y se marcha dando grandes zancadas.

Le enciendo el cigarrillo y tras un par de toses parece que goza del momento.

—Vengo de ver al médico —le digo—. Cree que estoy muy enfermo.

—Nos hacemos viejos. Tú tienes ya cincuenta y siete, yo sesenta y cinco años. No vamos a vivir para siempre. Y lo peor es que vamos a morir solos en este mundo.

—Tú tienes por lo menos diez hijos y diez más no reconocidos.

—Y tú tienes una hija, pero no somos nada para ellos.

—¿No quieres más hijos?

—Viendo el culo de la enfermera Hudson te aseguro que todo es posible. Cinco vasos de vodka, un poco de baklava y unas gotas de nitroglicerina y puedo hacer un nuevo Groski.

Nos reímos y poco después nos quedamos en silencio mirando el lago. La tranquilidad de las aguas hace que nos relajemos. Los pájaros pían en esta mañana de verano. Al poco rato la enfermera Dudle se aproxima hacia nosotros. Chris 2.0 está agarrado a su brazo. Chris es una máquina de desencriptar con piernas y un ordenador con pelo. Debe tener unos treinta años, pero para su desgracia su cerebro funciona a una velocidad endemoniada y eso le ha causado multitud de problemas psicológicos. Es un buen chico atrapado por un don muy preciado estos días. Se coló en la defensa china e hizo que sus misiles apuntaran a sus propias ciudades. Casi provoca la Tercera Guerra Mundial. La enfermera me sonríe.

—Señor Colber. Le he dicho a Chris que usted está aquí y ha querido venir a saludarle.

—Buenos días Chris. ¿Qué tal estás hoy?

—Estoy bien Danny. Ya he terminado de colorear el libro de dibujos que me trajiste. Me ha gustado mucho. Dimitri dice que cada día lo hago mejor.

El rostro del chico está resplandeciente y lleno de orgullo. Dimitri asiente con la cabeza.

—Es cierto,cada día lo hace mejor.

La enfermera nos interrumpe y le dice a Chris que es hora de las pastillas. El chaval se entristece y se despide de nosotros acompañado por la enfermera. Yo me percato de su tristeza.

—¿Cómo va? Parece algo más ido que de costumbre.

—Está jodido de verdad. Dice que ve hombres vestidos de negro por las noches. ¡Bah! Por cierto necesito que me hagas un favor grande. ¿Puedes llevar un paquete a Yurina? Está en la ciudad esperando que se lo envíe. Te lo agradecería eternamente.

El ruso saca del interior de su bata un pequeño paquete cuadrado envuelto en papel.

—Tienes esclavos de sobra. Estoy muy mayor para andar de correo.

—Eres un cascarrabias, inglés. Hazlo y lo mismo te regalo uno de esos trajes tan caros que te gustan. Esta es la dirección.

Me entrega un papel y miro lo que está escrito. Asiento con la cabeza y me marcho de camino al coche. Mientras recorro el jardín observo que hay más cámaras de vigilancia de lo normal. Al principio no hago caso pero la deformación profesional me puede. Extraigo mi móvil de mi chaqueta y activo la cámara disimuladamente. Dejo el móvil en mi mano y voy haciendo fotos apuntando a las cámaras. En otra época hubiera tenido un dispositivo cojonudo para estas cosas pero ahora es lo que hay. Me doy una vuelta por los vestíbulos del lugar en busca de más cámaras. Realizo más fotos y me marcho.

Subo a mi coche. Por un instante tengo la sensación de transportarme en el tiempo. Es un Audi Quattro Coupe de hace veinticinco años. Todo mecánica, nada de electrónica. Una máquina de acelerar. Aunque comparado con los demás coches del aparcamiento parece un Panzer con alerones. Es un símbolo de lo que soy, viejo pero debajo del capó todavía hay motor. Dejo el paquete de Groski en el asiento del copiloto. Lo miro por un instante. Me pica la curiosidad. En el momento en el que estiro el brazo para agarrar el paquete y abrirlo, me percato de que mi mano está otra vez temblando. Cambio la trayectoria del brazo y abro la guantera. Una petaca con whisky me está esperando. Un trago y el temblor vuelve a desaparecer. Arranco el coche y me encamino hacia la dirección en la que me espera Yurina.

La dirección me lleva hasta un apartamento de Notting Hill. Este barrio no es lo que era desde la famosa película. Subo hasta la primera planta y llamo a la puerta. Nunca he visto a Yurina pero estoy seguro de que el ruso la habrá avisado de mi llegada. Abre la puerta una típica belleza morena rusa metida en un traje con raya diplomática negro de factura inglesa y zapatos con un pequeño tacón. El bulto debajo de su chaqueta estoy seguro que es un arma de fuego. Sonríe y me saluda por mi nombre.

—Te esperaba, Danny. Goski me dijo que te reconocería a la primera.

—¿Y qué te dijo para reconocerme?

—Que eres el único inglés vestido con traje que no está sudando en este día de calor. No, en serio, tu leyenda te precede y he visto fotos tuyas en el pasado. Pasa y ponte cómodo.

La chica es una pupila del ruso. Dimitri sabe que sus días están contados y está buscando un sustituto. Ella parece la elegida. Hace de todo para él, y cuando digo todo es todo. Nunca la he visto hasta hoy pero su fama empieza a extenderse por todos lados. Yurina examina el paquete y rompe el papel. Son varios cds grabados. Se dirige hacia el ordenador, se sienta detrás del escritorio e inserta en los lectores. Me observa mientras doy vueltas por la habitación.

—He dicho que te pongas cómodo, inglés.

Pongo una mueca de extrañeza mientras la miro. Ella ríe y se quita la chaqueta, Después deja su pistola en la mesa y se quita la blusa. Su torso aparece desnudo ante mí. Sonríe.

—Siéntate en el sillón y espérame un segundo.

Veo unas botellas de alcohol y unos vasos. Me sirvo un ron y le pongo a ella otro.

—No me gusta que me hagan esperar, Yurina.

—Tienes razón. He sido una desconsiderada.

Se levanta de su asiento, se acerca con movimientos felinos hacia mí y me besa. Su cuerpo se aprieta contra el mío.

Lo hacemos dos veces y cuando terminamos se dirige hacia la ducha. Fumo un pitillo y miro el ordenador. La curiosidad es más fuerte que yo. Me levanto y salgo disparado hacia la pantalla del ordenador. Agarro el ratón y exploro distintas carpetas. Se está ejecutando un programa. Es un poco raro. Mis conocimientos están algo desactualizados pero creo que es una especie de virus. Lo extraño es que se está deslizando por una página de una empresa de gestión de residuos. Entro en un buscador intentando encontrar la dirección de la empresa. Tengo suerte y veo que tiene su sede en Londres. No sé en qué está metido el ruso pero estoy seguro de que no es nada bueno. Vuelvo al lugar donde estaba. Ella sale de la ducha y me mira. Me pregunta si tengo pensado marcharme en algún momento. Me encantan las mujeres de ahora. Son tan decididas que no te cuesta nada contestarlas con crudeza. Le digo que estaba esperando por la tercera entrada. Ella sonríe y me dice que otro día. Me visto y me largo lo más rápido que puedo sin ser descortés. Sé que se me ha tirado por alguna extraña razón pero hay que ser educado con las mujeres con las que te acuestas gratis, sobre todo a mi edad.

De nuevo en mi coche. Le doy vueltas a la cabeza. El ruso está metido en todo tipo de negocios pero esto es un poco raro. Sabe de sobra que voy a ser curioso y meter las narices. Tengo mil preguntas en mi cabeza y ninguna respuesta. Mientras mi cabeza funciona no me doy cuenta y estoy aparcado delante de la empresa de gestión de residuos. Es un edificio de oficinas. Parece bastante desocupado. Bajo del coche y examino mi arma. Espero no tener que utilizarla.

Entro en el edifico y miro el directorio de empresas. Están en la tercera planta. Subo por el ascensor. Camino por el largo pasillo hasta llegar a una puerta. Se supone que esa es la oficina. Entro y veo que es una inmensa sala vacía salvo por unos cuantos servidores y varios ordenadores dispuestos en círculo en medio del lugar. Exploro el lugar y parece que no hay nadie vigilando. Me acerco hasta los ordenadores. Están trabajando en algo. Trasteo un poco en la consola y voy haciéndome una pequeña idea de lo que hay. Creo que han penetrado en la seguridad de varias cuentas bancarias y están descargando datos. El dinero no lo tocan, simplemente almacenan los datos en los servidores. Al cabo de un rato encuentro una carpeta con el nombre de la residencia en la que está Dimitri. Dentro hay varias carpetas más con los nombres de algunos de los residentes. Son unos cuantos. Intento penetrar en el interior pero el sistema me rechaza. Cualquier conocimiento que tenga de informática no me va a servir para abrir los archivos. En los viejos tiempos habría podido entrar, o tendría un programa preparado para saltarme la seguridad, pero ahora no tengo nada. Comparado con el tipo que ha hecho la protección del sistema soy de otra especie. Desisto y me marcho. Antes de abandonar el edificio vuelvo a consultar el directorio. La oficina está alquilada por la empresa de residuos a través del bufete de abogados Stand&Raven de Londres. Me gusta que todo quede en casa.

Vuelvo a mi coche. Mi cerebro trabaja a toda máquina. No es la primera vez que me enfrento a algo así, pero por lo general viene precedido por un dossier o un informe elaborado por el servicio de inteligencia. Antaño te ponían al día de ciertas sospechas y yo investigaba infiltrándome. No estoy acostumbrado a dar palos de ciego. Hago una serie de llamadas a antiguos colegas y discípulos. Muchos no responden, pero consigo hablar con uno de ellos. Se trata de Durand, un jefe de unidad enclaustrado en un despacho del MI6. Hablamos entre risas y nos ponemos al día con nuestras anodinas vidas. Luego le hago las preguntas convenientes. Él duda un poco.

—¿Stand&Raven? Me suenan de algo. Espera —se oyen ruidos de papeles—. Sí. Hace poco recibimos una información de una exempleada. Se llama Maggie Lauford. Ella y un compañero suyo se despidieron de la empresa y quisieron advertir a las autoridades sobre ciertas maniobras ilegales del bufete. La policía no les tomó en serio y nosotros intervenimos porque se trataba de algo a nivel internacional. Pero todo quedó cerrado, no encontramos nada. Al poco supimos que el hombre había muerto en un accidente de tráfico. Tengo la dirección de ella por si la deseas. No quiero preguntar en qué te estás metiendo. Te lo hago como un favor. Después de esto será mejor que borres este número de teléfono y tires el móvil al Támesis.

Tiene razón. Debo tirar el teléfono y conseguir otro. Antes de deshacerme de él miro las fotos del vestíbulo de la residencia. Tiene demasiadas cámaras, en especial una zona cercana a la oficina del director. Es un largo pasillo que acaba en unas puertas cerradas de color rojo. Arranco el coche y de camino hacia el bufete de abogados tiro el móvil al río. Luego consigo otro limpio en una tienda. No tengo tiempo para alterarlo y convertirlo en seguro de verdad. Mientras conduzco noto la adrenalina de verdad, como la sentía antes. Con ella llegan los instintos habituales. Miro el retrovisor para asegurarme de que no me siguen. Coloco mi arma debajo de mi pierna izquierda para poder agarrarla rápidamente en caso de que me ataquen. Cambio bruscamente de dirección para no dar pistas sobre el destino al que me dirijo. Apago el móvil para que no localicen su señal de posición. Se me agarrotan los músculos de los hombros debido a la tensión. Amo esta sensación.

Llego a la casa de Maggie Lauford, Está en Elephant and Castle. Llamo a la puerta y me abre una mujer joven muy guapa, rubia, de ojos verdes y unos treinta y cinco años. Ella es Maggie. Me presento y le miento. Le digo que pertenezco al servicio secreto y que estoy investigando el fallecimiento de su excompañero de trabajo. Al principio desconfía, pero estoy entrenado para ésto. Me deja pasar. Charlamos sobre su experiencia en Stand&Raven.

—Son gente extraña. El señor Stand está todo el día hablando por teléfono. Nunca se dirige a nosotros. La señora Raven es la que dirige la oficina. Mi trabajo consistía en llevar a un único cliente. Todos teníamos asignado un cliente por abogado, con total dedicación. Les pedíamos información para poder defenderlos mejor en caso de demanda. Luego almacenábamos esa información en los ordenadores de la oficina. Lo extraño es que les pedíamos información sobre cualquier cosa, desde dónde compraban los lápices hasta dónde llegaban sus últimos depósitos financieros. El problema vino cuando llegó la crisis. Muchos de nuestros clientes fueron a la quiebra y, en lugar de quebrar nosotros también, nos hicimos muchísimo más ricos. Miré unos cuantos archivos y creo que mi bufete jugó con información privilegiada, vendiéndosela a un grupo extranjero cuyo nombre aún no he podido saber. Al poco me despidieron alegando que no era productiva. Tengo mucho miedo. Creo que Paul, mi compañero, lo mataron por lo que sabemos.

—¿Si le pido que me acompañe para que me diga quiénes son Stand y Raven lo hará?

—Sí, creo que sí.

—Mañana volveré.

De regreso a mi apartamento tengo una sorpresa esperándome. Alguien ha entrado dentro. Antes de salir siempre dejo un pedazo de celo transparente pegado del bajo de la puerta al suelo. Un pedazo pequeño. Cuando llego, el celo está roto. Entro en mi casa tranquilamente. La han registrado pero todo está en su sitio. Noto que alguien ha movido las cosas. Compruebo las habitaciones y todo parece despejado. Esto me confirma que estoy removiendo algunos sacos de basura. Me han seguido y no me he dado cuenta, y lo peor es que ya saben quién soy y dónde vivo. Esta noche decido dormir en la bañera vestido y con el arma en la mano. Hace tiempo que no lo hago. Presiento el peligro. Simplemente espero que mi espalda aguante dormir lejos de una cama.

Me despierto en mitad de la noche. No tengo más sueño. Me cambio de ropa y me pongo algo más cómodo y práctico para lo que tengo pensado. Quiero volver a la residencia a examinar la zona con cámaras. Tengo un mal presentimiento. Conduzco hasta la residencia. Aparco en el bosque cercano y hago el resto del camino a pie. Ya no tengo edad para colarme por los conductos de ventilación o descolgarme por la azotea. Paso al plan de la distracción. Provoco un pequeño fuego en el jardín. Afortunadamente las cámaras no vigilan esa zona. Me alejo del fuego y la alarma salta al cabo de un instante. Todo el mundo sale a sofocar las llamas. En la confusión logro colarme dentro. Me pongo un pasamontañas y corro por los pasillos. Alcanzo la garita de los guardias y parece que ellos también han salido. Nunca ha pasado nada entre estos muros y están confiados. Llego hasta las puertas rojas. No están cerradas. Cruzo el umbral de la puerta. Más pasillo, pero este no está iluminado. Me guío por mi instinto. Hay más puertas que conducen a otras habitaciones. Escucho unos quejidos al fondo del pasillo. Llego hasta allí y pongo el oído en la puerta. Parece que alguien está sufriendo. Abro muy despacio, lo suficiente para poder mirar dentro. Un enfermero grande y fuerte está dando una paliza a una pobre mujer anciana. Los quejidos sordos de la mujer se meten en mis oídos y golpean mi alma. Está completamente indefensa, tirada en el suelo y llorando. El enfermero parece disfrutar. Ella intenta cubrirse la cara. Escucho cómo uno de los huesos de su brazo se parte tras la patada del tipo corpulento. Miro la escena horrorizado. Reconozco a la mujer. Su nombre en clave es Jazmín. A pesar de su muy avanzada edad todavía se puede ver en su rostro la belleza que fue en su día. Ella cae inconsciente por el dolor. Decido intervenir. Termino de abrir la puerta con un sonoro golpe. Él se da la vuelta y me mira. Se echa a reír. Avanza hacia mí con decisión. Parece un tipo muy duro. Yo hago lo mismo. Cuerpo a cuerpo, como a mí me gusta. Lanza un par de puñetazos, consigo esquivarlos, y le golpeo con el puño en el diafragma. Es una roca. Detenemos los rápidos puñetazos y movimientos de artes marciales que nos lanzamos. Sólo se escuchan nuestras jadeantes respiraciones. Tengo que ser más listo o no aguantaré mucho este ritmo. Me alcanza en la cara y en una rodilla. Estoy bien y respondo con una patada a sus tobillos. Nos agarramos y forcejeamos intentando ahogarnos mutuamente. Intento un rodillazo a sus costillas. Él hace lo mismo. Desfallezco por un instante y él aprovecha para lanzar mi cuerpo por encima de un escritorio que hay en la habitación. Caigo a plomo contra el suelo. Me levanto. Estoy sangrando por una ceja y la nariz. El enfermero sangra por la boca. Le he roto un par de dientes. Para ser un enfermero pelea como cualquier tío con entrenamiento militar. No deja que se vean sus puntos débiles. Siempre tiene la mirada fija en mi cuerpo, no en mis ojos. Sabe cuándo hace daño y cuándo su golpe no tiene efecto y no vuelve a golpear en el mismo sito. Sabe las mismas técnicas que yo. Volvemos al ataque. Estoy jadeando y muy cansado. Me pesan los músculos y los huesos. Saca un cuchillo e intenta clavármelo. Detengo el ataque y esquivo la siguiente puñalada a duras penas. Me hace un profundo corte en el brazo derecho. Se gira y me da una patada en el estómago. Caigo sobre el escritorio. Intento recuperar el resuello mientras pienso lo más rápido que puedo. Mis manos buscan algo contundente sobre la mesa con lo que golpear. Encuentro un pesado pisapapeles en forma de Mickey Mouse. Él se abalanza sobre mí con todas sus fuerzas para apuñalarme. Con mi último aliento me giro sobre la mesa y logro zafarme de su golpe. Cuando cae sobre la mesa le golpeo en la cabeza con el pisapapeles una y otra vez. La sangre me empieza a salpicar. Se queda quieto. Cae al suelo y me mira con pena.

—Dime, viejo. ¿En qué momento dejamos de ser personas para convertirnos en animales? Hace años que no duermo en mi cama… —deja escapar unas lágrimas.

Lo observo y por un instante me reconozco en sus palabras.

—Pronto acabará, chico. No pasa nada. Cierra los ojos.

Los cierra y un instante después no le oigo respirar. Me paso mis manos por la cara y me tiro al suelo roto por el dolor de mi cuerpo. Me arrastro hasta donde está Jazmín. Sigue con vida. Ha vuelto a la consciencia. Le hago las preguntas oportunas lo más rápido que puedo.

—¿Qué ha pasado?

—Me ha hecho preguntas sobre mi pasado, sobre algunas misiones antiguas. Se lo he contado todo sin rechistar. Me ha amenazado con un cuchillo. Ya no puedo defenderme. Nadie va a venir a salvarme. Después de contarle todo simplemente me ha golpeado para divertirse. Sabía que esto pasaría. No soy la única a la que han sacado información. Yo solo busco morir en paz. ¿Por qué el pasado tiene que volver? —se echa a llorar desconsolada.

Voy al cadáver del tipo y le registro. Tiene un móvil y una cartera. Me llevo su móvil. El carné de la cartera parece falso, un buen trabajo, pero falso. Jazmín vuelve a desmayarse. Cojo el pisapapeles y lo pongo en las manos de la mujer. Lo hago como una especie de homenaje hacia ella. Puede que así el tipo que ha ordenado esto sepa que no le va a salir gratis mandar gente para apalizar a unos pobres ancianos… y también para evitar que en un primer momento se sospeche de un tercer tipo y me dé tiempo a escapar.

Salgo de la habitación. La alarma de incendios sigue sonando. Esto me da una posibilidad más para huir de aquí. Busco una salida de emergencia y abro la puerta. Corro hacia el bosque como una flecha. Me pierdo entre la espesura de la vegetación. Aunque me sigan creo que llevo mucha ventaja. Alcanzo mi coche y me meto en el interior rápidamente. Allí me desplomo. Jadeo como una loco. Mi pecho está a punto de explotar. Me mareo. La adrenalina corre por mis venas. Mi corazón me duele. El temblor de mis manos es imparable. Ojalá tuviera las pastillas para el corazón que me recetó el médico. Por un instante pierdo el conocimiento. Me recupero y miro a mi alrededor. Todavía no viene nadie. Ha sido un esfuerzo sobrehumano. Arranco y me marcho a casa. Al llegar me meto debajo del agua fría. Lo que queda de noche prefiero dormir dentro del armario armado hasta los dientes. Ya vuelve la paranoia como en mi juventud.

Por la mañana voy a buscar a Maggie a su casa. Aparco cerca de su casa. Entro en su domicilio. Le digo que la mejor manera de ir es en su coche. Intento despistar a los tipos que me puedan estar siguiendo. Subimos en su Wolkswagen Polo del Neolítico que está aparcado en frente de su hogar. Le pido conducir por si las moscas. Ella acepta. En el momento en el que arranco el coche veo que tres tipos de traje negro, de corte barato, se acercan hacia nosotros. También observo que en la calle hay aparcados dos coches y una furgoneta azul que antes no estaban. Para no asustar a la mujer, y temiendo lo que va a pasar, le hablo en un tono suave y relajado.

—¿Hace mucho que revisó su coche, Maggie?

Ella se toma la pregunta como lo más normal.

—Hace poco. La verdad es que lo uso poco y no suelo pisar el acelerador, me gusta ser respetuosa con las señales de tráfico.

—Bien, pues abróchese el cinturón de seguridad y disfrute del viaje.

Acelero al máximo y salgo derrapando calle abajo. Los tipos de traje negro intentan ponerse delante del coche para pararme. En cuanto me deshago de ellos los otros tres coches se ponen en marcha, recogen a sus esbirros y salen disparados a seguirme. Maggie me mira con cara asustada y no deja de hablar víctima de los nervios.

Mi corazón vuelve a latir a toda máquina. Mis reflejos no son los de antes así que tengo que poner toda mi atención en lo que hago. Recuerdo las palabras del tipo que me enseñó a conducir en estas situaciones. «Concentración y respiración son esenciales. Sólo haz lo que creas que puedes hacer. Nunca dudes y si ves un mimo… acelera. Voy a hacer que cualquier coche se convierta en un bólido. Aquí no hay coches con misiles esperándote en la puerta, chico», me decía el muy psicópata. Le hablo a Maggie lo más sosegadamente que me deja mi respiración.

—¡Escúcheme! Ahora llevamos ventaja pero nos alcanzarán pronto. Quiero que se calle y se cubra la cara con las manos. Necesito estar concentrado. Esto no es como las películas. Ponga su bolso en el suelo del coche y no se agarre a las agarraderas de la puerta si no quiere perder el brazo. El cinturón hará su trabajo.

Saco mi arma y la sitúo debajo de mi pierna. Acto seguido noto el primer golpe en la parte trasera del coche. Ya han llegado. Calculo la situación. Ellos llevan coches de gran cilindrada y yo un troncomóvil. Mi ventaja es que mi coche es más pequeño y manejable que el de ellos. También aparece un mapa de la ciudad en mi cabeza. Sé que cerca hay grandes avenidas y eso les da ventaja a ellos. Las calles estrechas son mi salida. Pero para llegar a ellas tengo que ir primero por sitios en los que ellos me van a destrozar. Acelero y la visión de la ciudad se difumina con la velocidad. Primera gran avenida. Me salto un semáforo en rojo y hago que dos coches derrapen a mi paso para esquivarme. La avenida está despejada unos trescientos metros antes de un semáforo en rojo con los coches detenidos. Me arriesgo y hago una maniobra suicida. Freno con todas mis ganas y las ruedas chirrían sobre el asfalto. Los perseguidores me esquivan y a su paso disparo contra ellos. Sus cristales saltan por los aires. Creo que he alcanzado a uno de los pasajeros de uno de los coches. Rápidamente vuelvo a acelerar y cambio de rumbo. Me meto por una calle de un sólo sentido. Ellos me siguen y empiezan a disparar. Las balas van más rápido que los coches pero disparando en un coche en marcha es muy difícil apuntar. Otra calle grande. Uno de ellos se pone a mi altura y me intenta echar de la carretera. Nos golpea repetidas veces. Su coche es más grande y pesado. Me es difícil mantener la trayectoria y acabo encima de la acera. Los peatones me esquivan. Me llevo por delante a una o dos personas. De verdad que lo siento. Vuelvo a la carretera y acelero más, para aprovechar el impulso, y embisto al que me ha echado. Pierde el control y se estrella contra un coche aparcado. Dos de los tipos que iban dentro salen despedidos por el parabrisas y caen sobre el coche contra el que han impactado. Uno menos. A sus amigos no les gusta lo que han visto y van a por todas. Me golpean para intentar sacarme de la carretera. De vez en cuando disparan. Mis brazos se están agarrotando intentando controlar la dirección del coche. Mi espalda y cuello chillan de dolor con cada embestida. Maggie llora. Otra calle estrecha. Al girar a la derecha para cambiar el rumbo me paso de frenada y me estrello lateralmente contra un coche aparcado. El Polo sigue funcionando y continuo la marcha. Mi puerta y la de Maggie están a punto de caerse descolgadas. Tengo la dirección torcida pero todavía responde. Una calle recta despejada. Cambio el cargador de la pistola lo más rápido posible. Acelero más. El coche da todo lo que puede. Consigo alejarme un poco. Ellos me alcanzan en seguida. Vuelvo a frenar en seco. Mi inmediato seguidor se estrella contra mi maletero, que se abre. La furgoneta azul se estrella contra ellos. Giro mi cuerpo sobre el asiento y disparo todo el cargador a través de la parte trasera del coche en línea de fuego directa con su parabrisas. Mis oídos pitan por las descargas de mi pistola. Disparar dentro de un coche no es una buena idea. Alcanzo al conductor y a su pasajero. Mi coche se ha calado. Intento arrancarlo. Lo logro y salgo arreando de allí. La furgoneta azul acelera para apartar al coche de sus compañeros. Tengo más ventaja que nunca. Empiezo a pensar en un parking cercano para dejar el coche y buscar otro. Miro por el retrovisor y no me siguen. Por un instante respiro aliviado. Llego a una zona industrial a toda mecha. Maggie sigue llorando. De repente me enviste un algo de color azul por la derecha. Doy vueltas con el coche. Me duele el brazo derecho y la cabeza. Pierdo el conocimiento.

Cuando me recupero sigo en el coche. Sangro abundantemente por una brecha en la cabeza. Súbitamente me giro para ver cómo está Maggie. Está muerta. No ha sido el impacto. Tiene tres balazos en el cuerpo. Mi ira supera lo imaginable. Mi corazón late en todo su esplendor. Me duele todo el cuerpo pero mirar el cadáver de la pobre mujer me da renovadas fuerzas para seguir. Han cometido el error de los novatos, me han creído muerto. Han dejado unas bolsas de cocaína en la parte trasera del coche para que la policía creyera que se trata de un tema de drogas. Tipos chapuceros.

Consigo limpiarme la sangre de la cara en una fuente pública. Busco algún tirado que ofrezca su coche a modo de taxi ilegal para que me lleve hasta mi coche. Le pago el doble de la tarifa para que no haga preguntas. Arranco y me dirijo a casa. Lo que hay dentro no me lo esperaba. Están Yurina y Groski esperándome en mi salón. El ruso empieza a hablar.

—Sabía que no iban a acabar contigo, inglés.

—¿De qué va todo ésto, Groski? —pregunto mientras levanto mi arma y les apunto.

—Va de algo que nos supera a ti y a mí, Danny. Te aseguro que tú y yo no estamos a la altura. Corren nuevos tiempos, chico. son más poderosos que cualquier otra organización a la que te hayas enfrentado.

—Estoy harto. Cuéntame qué pasa y tu implicación en ello. ¿Por qué me has metido en este fregado? Sabías que en cuanto viera los cds iba a curiosear.

—Lo sé, lo sé. Eras mi última esperanza para acabar con ellos. Me tienen pillado, como a todos los de la residencia. Son más fuertes que nosotros. Se cargaron mi banda en tres días. Y cuando no tienen nada con lo que manipularte, simplemente mandan a alguien para darte una paliza, como a Jazmín. Todo bajo el beneplácito de la directora de la residencia. Creo que ella también es uno de ellos. Sólo me queda Yurina y mi dinero. Les hago favores. Quieren información.

—¿Y qué información va a darles un puñado de viejos?

—Toda, chico. Somos secretos andantes. Muchas de las cosas que se inventaron en el pasado son el futuro para ellos. Internet, el motor de agua, las cabezas nucleares robadas y ocultas… Manejan esa información y la venden al mejor postor o la usan para su beneficio. Se hacen llamar Dante. Pero quiénes son y hasta dónde llega su poder es algo que se me escapa. A Chris 2,0 le obligaron a hacer el programa para almacenar datos de cuentas bancarias y luego chantajear a los grandes banqueros. Stand&Raven son una tapadera legal para conseguir más información. Ellos dos sí son de Dante, pero poco más sé. Te metí en esto para ayudarme, porque eres mi amigo. Pero te he pedido demasiado y ellos han descubierto mi doble juego. Me han pedido que te mate.

Yurina realiza un rápido movimiento y me dispara con una pistola. Estaba tan concentrado en la historia de ruso que me pilla desprevenido. No he visto que su mano permanecía detrás de su espalada. Caigo redondo y me retuerzo de dolor. Oigo los pesados pasos de Dimitri acercarse hasta mi.

—Lo siento inglés, te lo juro que yo no quería. Sé que nos están vigilando de alguna manera ahora mismo. Han amenazado con matar a mis hijos. Incluso creo que están buscando a tu hija para matarla y joderte en vida. Por eso esta es la mejor solución para todos. Ahora me voy al bufete de abogados para encontrarme con algunos de ellos. Muere en paz y me aseguraré de convencerles para que no se acerquen a tu hija. Vámonos, Yurina.

Dejan el apartamento y yo que quedo tendido en el suelo dolorido y sangrando. Pasa el tiempo y una pregunta me atormenta. Si quiere matarme ¿Por qué dispararme en la pierna? Un rayo de luz ilumina mi cabeza. El ruso bastardo quiere que llegue como sea al bufete. Ha hecho creer a los que nos espían que ha cumplido con su parte del trato. Quiere darme tiempo. Cabronazo, sabes que tú también vas a morir y quieres que nos vayamos por la puerta grande. Me arrastro hasta el cuarto de baño y me hago un torniquete de emergencia. Me tomo varios calmantes. Cojo todo el arsenal del que dispongo y una botella del mejor whisky. Me dirijo a mi coche. La noche se ha echado encima de la ciudad. Me mareo un par de veces. Los tres jóvenes que me amenazaron el día anterior siguen allí. Se ríen de mí. Desenfundo mi arma y los mando a la mierda. Se hacen pis encima. Subo a mi automóvil y voy a toda velocidad hasta el bufete. Me planto delante de la puerta.

Sé que voy a morir. Cargo mis armas y compruebo los cargadores. Un tipo con traje negro y una mini ametralladora debajo de la chaqueta se acerca hacia mí. Antes de que hable por el pinganillo le descerrajo un tiro certero en la cabeza. Otro mareo y las manos me tiemblan como nunca. Me tomo más calmantes y le pego un trago largo a la botella de whisky. Tiro la botella al suelo. Cojo mi móvil y hago una llamada a emergencias. Esto no puedo hacerlo sólo y si me voy al otro barrio quiero hacer todo el ruido que pueda. Una señorita contesta al otro lado. Le digo que me ponga con el servicio secreto, que es urgente. Antes llamabas a una tienda de muebles antigua, dabas un clave y ellos te ponían con el servicio secreto. Ahora tienen página en internet, teléfono directo y facebook. Contesta otra voz femenina identificándose como agente del servicio secreto. Y yo le digo lo único por lo que de verdad se movilizan a toda prisa.

—Voy a follarme a la reina madre. Voy a violarla con una botella de vodka mientras Charles y Camila miran maniatados. Voy a entrar en Buckinham Palace por la entrada secreta abierta en Hyde Park. Voy a deshacerme del guardia armado que vigila el final del pasillo para llevar a cabo mi plan. Luego desconectaré la cámara de televisión que vigila la entrada al cuarto de la reina y le prenderé fuego a ese jodido sitio. Date prisa y ven a detenerme.

No cuelgo, dejo la línea abierta para que me localicen. Guardo el móvil dentro del bolsillo del pantalón. Tardarán unos diez minutos en comprobar la veracidad de los datos que les he dado y otros tres o cuatro en localizar el móvil.

Respiro hondo. Es mi último acto. Me acerco a la puerta del bufete y le arreo una patada para abrirla a lo bestia. Entro y disparo a saco a todo lo que se mueva. Ellos devuelven el fuego. La adrenalina me sube hasta las cejas. De aquí no salgo, pero espero que alguien siga el camino que he trazado y detenga a estos bastardos.

Larga vida a la reina. Por Inglaterra voy a morir.

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Comentarios

  1. SonderK dice:

    Un relato apasionado y diferente, un personaje genial, de esos que dan ganas de enterarse que hacian cuando cumplieron los veinticinco años. Y por supuesto, una mordaces e hilarantes frases acuñadas a fuego.

    Amigo, que gran historia.

  2. levast dice:

    Gran mezcla de acción trepidante y prota socarrón. Yo hubiera presentado al personaje sin nombre: le llaman el inglés, fuma, bebe, se lleva a todas las tías, tiene un señor coche y es una maquina de matar… sería todo un homenaje a los últimos días de ya-sabes-quién.

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