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Viaje astral

por

—¿Y por qué volver por el camino que ya has andado, ser de carne?

—Porque una visión me ha sido revelada. Y puede ser divertido.

***

Llueve intensamente sobre la ciudad. Los ríos de agua recorren las calles desiertas y el frío intenso de un cruel invierno invita a no salir de casa. Es martes por la tarde y el desapacible clima está haciendo que sea una jornada demasiado tranquila en la vieja sastrería del centro de la ciudad. Juan, el dueño, busca con aire de aburrimiento el reloj de cadena que guarda en su chaleco. Inspira pesadamente mientras contempla los segundos pasar muy lentamente. Falta poco para cerrar. Lo mismo hoy se atreve a cerrar un poquito antes. Guarda el reloj y continúa dibujando un patrón sobre una tela azul marino. De vez en cuando consulta las medidas en su ordenador. Juan odia los ordenadores, pero sus hijos insistieron en modernizar la sastrería. «Esta sastrería lleva funcionando cien años sin la ayuda de ninguna de esas máquinas diabólicas. ¿Para qué tener un ordenador?», recuerda que le gritó a sus hijos. Y ellos aun así insistieron.

Agarra el ratón y cliquea esperando a que algo pase. El ordenador ignora los comandos de Juan. De repente la campañilla de la entrada suena con un tintineo al abrirse la puerta. Un cliente. Juan se quita las gafas y las deja colgadas de su cuello para recibirlo. Es una señora mayor que camina despacio y sonriendo. Dice que quiere un arreglo para su sombrero mientras lucha por recoger y cerrar su paraguas empapado. Juan examina el sombrero de fieltro de color púrpura. Escucha las indicaciones que la mujer le ofrece para mejorar el aspecto de la prenda. Juan le enseña una serie de accesorios de plumas en un catálogo. La campana vuelve a sonar. Esta vez entra un hombre corpulento con una gabardina de cuero. Juan lo examina con la mirada. Parece algo nervioso. El hombre habla.

—Quiero ver el bléiser azul del Gran Duque que anuncia.

Juan vuelve a examinar al cliente. La señora sigue mirando el catálogo ajena a la escena.

—Está bien, pase a la trastienda. Es por esa puerta del fondo. Iré después de terminar con la señora —indica Juan al hombre; este inmediatamente comienza a andar hacia la puerta y pasa a la habitación señalada.

La campana vuelve a sonar y entran dos mujeres. Las dos visten con abrigos largos. Dejan sus paraguas en el paragüero y prosiguen hasta situarse delante de Juan. Una es blanca y la otra negra. Parecen también un poco alteradas. La de aspecto nórdico rompe el silencio que las acompañaba.

—Queremos ver el bléiser azul del Gran Duque que anuncia.

Juan se extraña y no puede evitar una cierta cara de disgusto. Tantas visitas no son normales. Tras una breve pausa contesta lo mismo que al cliente anterior. Las dos se encaminan a la trastienda marcando el paso con sus zapatos de tacón alto.

—A mí también me están entrando ganas de ver ese bléiser —dice bromeando la señora mientras termina de ver el catálogo.

Juan replica con una amplia sonrisa a la señora.

La campana vuelve a sonar y se aproximan dos figuras más. Son dos hombres vestidos descuidadamente con zapatillas y largas bufandas. Uno de ellos lleva esparadrapo sosteniendo una de las patillas de sus gafas y el otro porta una tableta en sus manos.

—Queremos ver el bléiser azul del Gran Duque que anuncia.

—Yo que usted, amigo, subiría el precio de ese bléiser ahora mismo. Se pegan por él —ríe la anciana mientras mira a los dos hombres que acaban de entrar—. Y ya me he decidido: quiero estas plumas de codorniz. ¿Me las coserá antes del viernes?

Juan no deja de mirar a los hombres que permanecen quietos delante de él.

—Como usted desee, mi buena señora. ¿El viernes? Así lo haré. En cuanto a ustedes, pasen a la trastienda.

Los hombres obedecen y siguen los mismos pasos que sus antecesores.

Juan rellena la nota de recogida del sombrero y acompaña a la señora hasta la puerta de la tienda. La despide amablemente y cierra tras ella. Echa el cerrojo y coloca el cartel de cerrado. Se gira sobre sus pies y mira la puerta de la trastienda. Suspira profundamente y se encamina hacia allí.

Abre la puerta y pasa a la trastienda. Es una habitación amplia a modo de taller de costura. Deja sus gafas y recoge su abrigo. Sale de la estancia y cierra la puerta. Acto seguido vuelve a repetir los gestos para entrar. Ya no está el taller. Es una sala pequeña con varias sillas dispuestas en la estancia. Allí están sentadas las cinco personas que habían entrado en su tienda preguntando por el bléiser azul del Gran Duque. Se miran atentamente unos a otros. Juan no dice nada y acto seguido se dirige hasta la pared del fondo de la habitación. Dibuja de modo imaginario sobre la pared un símbolo con su mano y se vuelve a los presentes. Les pide que se pongan en fila y ellos obedecen. Uno tras otro atraviesan la pared. El último en cruzar el portal es Juan.

—No existe un explicación totalmente cierta para abarcar lo que hacemos, simplemente aceptamos que lo hacemos. Es la rueda de la vida que gira y gira. Vamos de un punto A a un punto B, lo interesante es cómo te enfrentas al camino. La vida es una circunferencia con su longitud y su diámetro. La vida es pi, el número irracional, como irracional es el mundo.

»Pero no hay sólo este mundo que ves, que te tiene atrapado por su aire y su materia. Hay algo más, y algunas personas lo notan. Son capaces de advertir las sutiles diferencias entre vivir la vida y sentir la vida. Naces, creces, te reproduces y mueres. Ese es el camino lineal marcado para todas las formas de vida de este plano material y de este lugar en particular. Y nosotros no somos distintos ni diferentes dentro de esa sentencia.

»Pero eso es vivir la vida en su pura definición. Nosotros sentimos la vida. Sabemos lo que somos y hacia dónde hay que ir, pero percibimos huecos en la realidad que alteran nuestra concepción básica del plano material primario. Hay espacios vacíos en este plano que nosotros sentimos y percibimos. ¿Nunca has creído que era miércoles, cuando en realidad era martes? ¿Nunca has sentido que algo o alguien te miraba mientras andabas por la calle? ¿Has notado que a veces escuchas voces que no existen en la oscuridad, que las cosas se han movido de sitio o que había algo que no encajaba en la calle por la que has pasado mil veces? Newton nos fijó a este plano de manera material, pero otro tipo de científicos nos explicaron qué había entre los tejidos que componen lo material, lo real, lo palpable, lo sensible y lo tangible. No son los átomos, ni los quarks, ni otras formas imperceptibles de lo material o inmaterial. Formas adheridas al cosmos de manera indisoluble e indiscutible. Es algo más etéreo. Fuerzas que mueven el Universo y que enlazan con otras realidades. Son fuerzas poderosas que percibimos y que no podemos dejar de pasar por alto.

»Lo que a otros simplemente extrañaría para nosotros se convierte en obsesión. Y la obsesión nos lleva a las preguntas. Y todas las preguntas necesitan respuestas. Y esas respuestas llevan mucho tiempo siendo contestadas con interpretaciones erróneas o no. Esos errores nos llevan a aprender. Y el aprendizaje nos lleva a razonar. Y la razón nos lleva al entendimiento. Y el entendimiento al control. Y el control es poder. Y el poder lo es todo. Pero el todo es difícil de aceptar porque, en esencia, sigues siendo tú. La piel, la carne, los huesos, tu mente siguen fijados a este plano. Y ahí es cuando hay que elegir. O sigues en este plano o inicias tu viaje astral. Y el viaje astral es un viaje peligroso de no retorno porque abandonas tu forma corpórea para proyectarte en tu forma más esencial y pura, sin ataduras. Nosotros aceptamos el plano astral porque nuestro poder emana de él, y podemos visitarlo con nuestras proyecciones terrenales.

»Pero el mundo astral es una energía canalizada y controlada cuyo poder e intensidad tiene un límite dentro de este plano. O eso es lo que dicen porque nadie sabe dónde está ese límite. Pero en el plano astral no hay límite y el ser humano no puede ir con su cuerpo porque no es suficientemente poderoso para albergar la energía pura sin canalizar y descontrolada. Nadie puede volver de allí una vez iniciado el rito de extracorporación proyectada. Ni siquiera la mente más preparada puede asumir esa información y compartirla de manera racional y entendible. Algunos han intentado llegar hasta el plano astral en viajes prolongados proyectando sus mentes durante largos períodos de tiempo, sus cuerpos en este plano y sus mentes viajando. Pocos regresaron, y los que lo hicieron están impedidos para poder comunicarse con nosotros. Por eso los viajes astrales son cortos e intensos, y gracias a ellos podemos ir comprendiendo poco a poco lo que hay más allá.

—Pero él pudo. Y usted también, ¿verdad, maestro Constructor?

—Él no existe, ya no. No pudo. Y no vayas preguntando por ahí. Algunas personas no quieren saber nada más de él. Eres aprendiz y todavía estás lejos de comprender la magnitud de tus palabras. Y en cuanto a mí… las consecuencias fueron nefastas

—El Aciago pudo.

—El Aciago es ya no es hombre. Él mismo eligió su nombre taumatúrgico, al igual que yo elegí el de Constructor. Y mi grado de maestro vino con el tiempo. Él no era feliz en su cuerpo y por eso transmigró, pero no es real. Él no ha dado la mano al Demiurgo y dudo de que quisiera volver después de su viaje. La carne y el éter no son compatibles.

—Muchos creen que sí. Algunos dicen que lo han visto, incluso que vendrá a reclamar su lugar.

—Aquí no hay lugar para él, chico.

—Ejem… —interrumpe un carraspeo a la espalda del maestro Constructor.

Se gira y delante del él está el Vigilante del Portal junto con otras cinco personas. Han venido directamente al hogar del maestro Constructor.

—¿Otra vez has cogido el abrigo, Juan? Sabes que aquí hace casi treinta grados. Gracias por acompañarlos, Vigilante. Vuelve a tu puesto.

Juan hace una ligera reverencia al maestro y se retira. Sus acompañantes permanecen de pie en el huerto del Constructor.

—Aprendiz, trae limonada fresca a nuestros invitados. Y vosotros quitaos los abrigos antes de que os dé una lipotimia. La pregunta es si vuestras intenciones son pacíficas. O si vais a proponerme otra guerra entre vosotros. Estoy un poco cansado de vuestros caprichos. La última vez se derramó demasiada sangre.

—Maestro, esta vez es grave y en nada tiene que ver con nuestras disputas.

—Ah, es el Alquimista Principal el primero que rompe el silencio. Vestido con su gabardina de cuero con un cierto olor a química y fuego. Y decidme, ¿a qué se debe entonces esta visita?

—Las alteraciones a partir del decimal de la cifra quince mil de pi son palpables. Hay numerosas ecuaciones crowlianas que indican una ruptura en el espacio tiempo nunca antes vista —dice el hombre de las gafas con esparadrapo.

—Siempre exageras, Hombre de Ciencia —replica el maestro.

—Esta vez no, mi maestro. El Hombre de Ciencia tiene razón. Mis lecturas formales heraclíticas confirman los cálculos de mi colega —replica su compañero.

—Y donde está la sombra del Hombre de Ciencia se eleva el Forjador.

—En el norte y en el sur se han producido acontecimientos extraños que claman nuestra atención. No son profecías vacías de sentido. Algunos hablan del inicio de la Nueva Era.

—Y ahora son la Señora del Norte y la Señora del Sur las que hablan de profecías hechas realidad, como si ahora nos dedicáramos a leer entrañas y escuchar falsos oráculos. Esas artes son de otros tiempos. Viejas supersticiones de brujas antiguas. Las brujas actuales habéis hecho mucho por alejaros de esos falsos presagios.

—Está bien. Seré yo quien lo diga sin paños calientes. Algo ha cruzado a este lado de manera abrupta y sin control. No es la manifestación de una entidad astral en la tierra, como pueda serlo el Vigilante del Portal. Es algo más brutal. Es algo queriendo traspasar la barrera de lo racional —dice el Alquimista.

—Sólo se han dado estas lecturas en una ocasión anterior —levanta la tableta el Forjador para que los demás vean los datos—. Y fue cuando el maestro Constructor regresó del plano astral.

—¡Tonterías! Puede ser cualquier cosa. A lo mejor tenemos entre manos otro caso de traspaso de entidades. Será una buena caza de  bichos, como hemos hecho otras veces.

—No, mi maestro. Esta vez es algo más —eleva la voz la Señora del Sur—. Las señales son claras. Los pájaros han dejado de volar y los elefantes se matan unos a otros. Son animales extremadamente sensibles a los cambios en los tejidos más finos entre el plano material y el plano astral.

—En el Norte hemos recogido hierba manchada por fluido amniótico espacial. Es el flujo que recubre  nuestra realidad.

—Ya sé lo que es —replica enfadado el maestro Constructor—. ¿Y qué estáis sugiriendo?

—Creemos que es él. El Aciago. Ha sido visto por un poderoso mago francés durante un viaje corto. Parece ser que el Aciago le sonrío antes de romper el tejido. Por poco no lo cuenta de la impresión.

—¿Y cómo sabe que era él y no un producto de su más que probable drogada imaginación? Seguramente ni supiera qué aspecto tenía como humano.

—No, pero ha visto su emblema colgando del pecho del ser. Dice que su carne está quemada y que de los ojos emana un halo verdoso. Es el ave fénix. Vuelve con la verdad de la mano. El francés dice que lo acompaña un diablillo totémico.

***

—No soy nada. No soy todo. Palabras, palabras, ya no quiero usar las palabras. ¿No tienes otra forma de comunicarte, humano? En tu mente sólo hay palabras acompañadas de imágenes y me dan dolor de  cabeza. ¡Qué poca cosa eres! ¿Qué es eso que le está pasando a tu cuerpo? Ah, ya lo sé. Es un sentimiento, algo que ya casi no reconozco. Es… es… espera no me lo digas… ¡miedo! ¡Eso es!

—¿Y cómo no va a tener miedo, ser de carne? Acabas de reventar la cabeza de su amigo y compañero.

***

Yace mi cuerpo mientras los treinta y seis gramos de mi ser se expanden y contraen esforzándose por romper la barrera que hay entre los mundos. Un esfuerzo con recompensa cuando noto el frío fluido intramundos envolviéndome. Aún siento y aún padezco, pero de una manera distinta. Es como si cada uno de mis antiguos sentidos fuera capaz funcionar a un ritmo infinito.

Una vez entrado en el plano astral echo un vistazo atrás. Ahora lo entiendo todo. Toda la cosmogonía del plano material está delante de mí. Cada átomo es palpable y comprensible para mi nuevo yo. Esto es la auténtica belleza. Esto es el orgasmo definitivo, el Nirvana, la auténtica Razón, la Matemática sin impurezas. Es algo más allá de lo meramente visual o tangible, es la Realidad de las cuatro dimensiones puesta a mi alcance para que mis nuevos sentidos se saturen procesando tanta información, provocándome tal éxtasis, que soy incapaz de asimilar.

Esa falta de asimilación puede llevarme al caos. Pero, en un último esfuerzo de mi ser racional comprendo que debo aceptarlo no por lo que es, sino por lo que lo unió. Y lo sé. He sido elegido, como muchos antes que yo, para contemplar la inmensidad del mundo material desde el mundo etéreo. Primero debo aceptar de dónde vengo para poder caminar por el mundo al que quiero llegar. Y comprendo que no soy yo el que mira el plano material, es Él, el que lo unió. Es el Demiurgo, el que compuso el puzzle, y que contempla sus obras materiales. No es el llamado Dios, es el que simplemente juntó las piezas sin originarlas, las unió con el Amor. Estoy viendo a través de sus ojos, no son los míos. Ese es el secreto. Yo puedo admirar lo que ve y puedo entenderlo porque Él lo entiende.

Ya está. El caos se aleja. Reconozco el lugar que me rodea. Es El Jardín de las Delicias que pintó el maestro ayurveda El Bosco. ¡Maldito loco! ¡Lo habías visitado! Ya se va acercando el momento de superar a mi propio yo. Mi alma, mis treinta y seis gramos se evaporan. Es una bolsa inútil que me contiene. Tengo que expandirme en este nuevo plano. Este plano tiene que formar parte de mi nuevo ser. O mejor dicho, debo fusionarme con el éter.

No hay formas reconocibles, no hay nada, pero está todo. Todos mis antiguos libros y maestros tenían razón a su manera, porque todo lo que describieron está aquí. La magia blanca, la magia negra, la magia caótica, la magia gris. Todas emanan de aquí y todas son posibles porque en el plano material existen las barreras de contención. Aquí se muestran en su máximo esplendor. Por un momento veo una especie de camino. La realidad es que soy yo quien lo va trazando y construyendo. A los lados del camino aparecen figuras  que se van pareciendo cada vez más a mí en mi forma humana. Soy yo en las mil vidas distintas que podría haber vivido en el plano material. Y más adelante aparecen más formas de mi ser en sus mil vidas distintas en diferentes planos materiales del multiverso. Al final del camino hay un castillo.

En mi camino voy encontrando seres con los que debo luchar. No me quieren aquí. Saben que soy un extraño. Soy un virus que no debe estar aquí, si es que «aquí» existe y si es que existe la existencia de este no-lugar. Mi poder es enorme. Si Crowley hubiera tenido semejante capacidad en sus manos seguro que ahora todos hubiéramos nacido bajo el signo de su yugo y su magia. Aceptando las reglas del plano astral el poder mágico de mi ser y su escudo, el aura, multiplican su potencial de energía. Soy mucho más fuerte de lo que se esperan. Luchan con ganas, con rabia, casi con odio, porque no pueden asimilar que algo como yo esté en su territorio. Saben lo que soy, de dónde vengo, pero no se esperaban que llegara tan lejos.

Aquí también hay dolor, aquí también hay flaqueza o cansancio. Siento, de una manera diferente, pero sigo sintiendo. Lo sé porque he ayudado a un ser ínfimo a huir de las garras de un monstruo horrible. Es un diablillo del éter y huye cuando intento acercarme. He sentido compasión. Eso es demasiado humano. El éter así lo quiere porque no deja que abandone mi psique humana. Ya formo parte de este mundo, pero este mundo quiere que recuerde mi otro mundo. No puedo evitar preguntarme si también fue así para el maestro Constructor.

El castillo está cada vez más cerca. No sé qué voy a encontrarme pero no puedo evitar dirigirme hacia allí. Hay algo que tira de mí, como una especie de guía. Decido que mi estado no-corpóreo se parezca a mi yo en la Tierra. Está claro que no va a ser fácil superar a mi antiguo yo. Camino y camino hasta que llego ante las puertas del castillo. Es ahora cuando la nueva realidad se cierne sobre mi mente abierta. El tercer ojo tiene que abrirse de mi interior. Ese ojo ve lo infinito y lo infinito lo ve a él, es decir a mí. Mi todo yo expuesto al plano astral. Y si el plano astral puede verme es porque también puede ver al plano material. Ya lo entiendo. Soy el puente entre mundos. Soy la vía de escape del plano astral. Las personas como yo queremos salir del plano material que nos atrapa, ergo quién dice que aquí no ocurra lo mismo a la inversa con los habitantes del éter.

Veo que en los muros del castillo giran galaxias de todos los tipos. Galaxias elípticas, irregulares, lenticulares, espirales… Su belleza me hipnotiza y me cautiva. Estirando mis dedos podría acariciarlas y dejarme llevar por el frío tacto del universo. Quiero visitarlas todas, quiero conocer todo lo que ocultan. ¿Qué he hecho toda mi vida atrapado y aislado en un triste planeta cuando toda esta inmensidad está esperándome? Lloro de alegría, o por lo menos me siento como si llorara de alegría porque todavía estoy adaptándome a mi nueva forma-estado. 

Doce caballeros de armaduras oxidadas me reciben tras las puertas del castillo. Son los signos del zodiaco que se sitúan a ambos lados del pasillo para hacer de guardia de honor. Géminis se acerca y me explica que no debo tener miedo. Me cuenta que Él-Ella me espera. Pero Tauro nos detiene y señala a mi espalda. Me pregunta si él viene conmigo. Me giro y allí está el diablillo que he salvado antes. Me mira con ojos asombrados a la par que misericordiosos. Contesto afirmativamente y Cáncer y Escorpio se ponen a su espalda. Estiro la mano y el diablillo se agarra a mí. Está temblando. Es como si siempre hubiera visto este sitio a lo largo de su existencia, pero nunca se hubiera atrevido a entrar. Caminamos escoltados a través de cientos de salones de perspectivas imposibles como pintaba el visionario mago Escher. Arriba es abajo. Izquierda es derecha. Norte es muerte.

Y allí llegamos a un salón con una enorme mesa de madera. A uno de los extremos se sienta una figura que parece estar comiendo un banquete imaginario. Llegamos a su altura y la marcha se detiene. Me fijo en la figura y me resulta conocida, antigua, pero conocida. Hago memoria. No es difícil acceder a la información almacenada en mi antigua mente. Por fin doy con la clave. Es William Blake, el pintor inglés. Él levanta la vista como si notara que lo he reconocido. Sabedor de su fama adopta una postura casi irreverente y cómoda. Nos mira. Me da la bienvenida. Me examina con la mirada y sonríe. Me dice que soy justo lo que está buscando Él. Le pregunto quién es Él y el responde que ya sé la respuesta. Que lo sabré y que adoptará la forma que yo quiero que tenga porque así se presenta ante todo el mundo. Que en su caso es una paloma blanca con pico negro y ojos llameantes que vuela en círculos en un mundo de sangre y dolor. Dejando a un lado la conversación sobre mi supuesto anfitrión le pregunto si de verdad es William Blake. Me dice que sí, que es un regalo de la Muerte a Él. Que parece ser que sus visiones eran en realidad acontecimientos que ocurrían en el no-espacio y no-tiempo del mundo astral. Que era un excelente relator muy al gusto de Él. La Muerte, sabedora de sus gustos, en un acto de amor y complicidad regaló el alma en muerte de William Blake a Él. Me cuenta que pasa el día pintando cuadros de los paisajes que se encuentra a este lado del mundo, y que de vez en cuando tiene visiones sobre lo que ocurre, ha ocurrido o va a ocurrir en el plano material. Pero hay mucha tristeza en su voz. No puede dejar a un lado el hecho de que sus visiones le provocan malestar y torturan su mente. Noto que no puede soportarlo mucho más. Me dice que en algún momento ha intentado evitar ver las cosas que ve. Narra su historia con el peso del dolor mientras sus palabras emanan de su boca atropelladamente. Es como si llevara mucho tiempo esperando poder contar lo que le ocurre. Estar a un lado o al otro es difícil para él porque debe adaptarse a uno o al otro, pero no puede aceptar los dos a la vez. Es decir, que ver el mundo real desde la perspectiva del mundo etéreo le supone la mayor de sus pesadillas. Vivió en un sufrimiento continuo y en su muerte no ha encontrado descanso. Lo consuelo y abrazo. Llora y llora. Me da las gracias. Dice que alivio un poco su dolor. Eso me regocija y reconforta. Creo que me gusta hacer cosas por ayudar a los demás. Libra me apremia para que continuemos la marcha.

Más y más salones recorremos al ritmo de las botas de los caballeros. De vez en cuando veo halos de figuras desdibujadas que aparecen y desaparecen. Acuario intenta más de una vez atravesarlas con su espada para chanza de Géminis. Me explican que son formas no corpóreas de humanos y otros seres en viajes astrales cortos de principiantes. Me río pensando en cuántas veces habrá intentado Acuario atravesarme cuando yo era un aprendiz.

Por fin la marcha se detiene en un salón con una puerta al otro lado de la estancia. Los caballeros nos hacen una reverencia y se disuelven, dejándonos a mí y al diablillo solos en la sala. El diablillo habla. Es la primera vez que le escucho pronunciar palabra. Tiene una voz ronca y llena de miedo. Me dice que se llama Weg, y que no quiere morir. Yo le digo mi antiguo nombre mortal, Alejandro Jodorowsky. Pero le digo que muchos me conocen como el Aciago en el mundo de la magia. No sé la razón, pero le digo que en realidad esa es la manera en la que me llamó una niña abandonada en la calle a la que yo solía dar limosna. Me decía que era un hombre sonriente de mirada triste, aciaga. Como si me doliera ver la realidad que me rodeaba. Weg me mira atónito, pero parece que mi historia consigue que su mente se evada del momento que estamos viviendo.

Súbitamente una figura aparece ante nosotros. Parece una mujer vestida de blanco con largos cabellos negros y lisos. Con una mirada paciente y adorable que una sonrisa bellísima enmarcada en una cara aún más bella. Nos llama por nuestros nombres. El diablillo y yo sentimos la paz más inmensa que se puede sentir. Escuchar su voz hace que lloremos por la pureza del sonido. Es un hilo musical que se implanta en nuestros genes. Las escalas de perfección musical que emana su garganta saturan el ambiente. Es el Demiurgo, el Unificador de mundos. Nos toca con sus manos. Dice que le complace conocernos. Que sabe de nuestra existencia y que admira mis logros. Sabe que Weg es un diablillo que se mete en muchos líos. Eso ruboriza a mi acompañante. Me mira atentamente. Dice que lleva mucho esperándome. Que soy el adecuado y que Ella-Él lo sabía. Que sólo le hacía falta esperar el momento adecuado para que yo diera el paso y acabara ante ella. Que lo pintó Blake en uno de sus cuadros. El momento en el que transmigré mi alma hasta el mundo etéreo. Dice que quiere pedirme algo, que necesita que haga algo por ella. Dice que no quiere obligarme, que tiene que se una decisión libre mía. Me cuenta que hace mucho creyó que tenía que ayudar a un hombre como yo a llegar hasta su presencia. Que había mostrado cualidades suficientes para poder presentarse en el plano astral en las mismas condiciones en las que yo me he presentado. Que tenía una misión para él. Quería que él fuera el puente de los verdaderos magos para que pudieran pasar a ambos mundos sin las necesidades del trauma del viaje astral. Su cara se entristece según avanza el relato. Narra que, como acto de buena voluntad, adoptó una forma corpórea bajo los deseos de ese mago, y que con ello el poder de su ser superior como Demiurgo se vio limitado hasta casi su mínima expresión. El mago debía conocer ese acto de buena voluntad por el relato de otros hombres y que, en un acto de egoísmo y ambición, intentó secuestrar y matar al propio Demiurgo aprovechando su forma corpórea débil. Cuando el mago comprobó que no podía matar al Demiurgo en el propio plano astral surgió de su depravado cerebro una nueva idea. Violó repetidas veces la forma corpórea del Demiurgo y esperó a que naciera el fruto de esa violación. Del Demiurgo salieron cuatro figuras exactamente iguales al mago con un poder mágico innato. El mago le dijo al Demiurgo que pensaba volver a la Tierra con las nuevas conciencias creadas, que servirían como receptáculo de toda la información recibida en el plano astral y de su propio ser expandido. Es decir, cada uno de los clones iba a ser él mismo.

El relato del Demiurgo hace que me enfurezca y me entristezca. Me avergüenza que un ser humano como yo se haya aprovechado de la buena voluntad de un ser tan puro como el Demiurgo. Su historia prosigue entre lágrimas. Dice que sabe que el mago está esperando el momento para hacerse con el control en la Tierra. Él y sus clones quieren dominar todo para luego atacar el plano astral. Quieren dominar los dos lados, y que después es posible que busquen el control total de otros mundos para poder alcanzar su máxima plenitud.  El Demiurgo parece asustado. Noto cierto aire de culpabilidad reprimida en sus palabras. Sé que no es responsable y ojalá pueda ayudar a que se sienta mejor. Digo que voy a detenerlo. Que voy a volver a la Tierra y que pararé los pies a es ser que no debe ser aceptado entre la raza humana. El Demiurgo me pregunta sobre la sinceridad de mi decisión. Que no puede obligarme a hacer nada. Que de hecho se ha presentado ante mí con las mismas debilidades con las que se presentó ante él, como muestra de buena voluntad. Si quisiera podría tomar todo lo que deseara de ella. El diablillo me mira impaciente por ver mi reacción. Desolado por el peso de mi decisión me arrodillo ante el Demiurgo y juro que haré todo lo que esté a mi alcance por parar al mago clonado. El Demiurgo se arrodilla a mi altura y me da las gracias. Dice que lo que puede hacer por mí es que conserve el poder que he ido adquiriendo durante mi estancia en el plano astral. Que espera que sea suficiente para enfrentarme a él. Le digo que no sólo detendré al mago, que también velaré por que esto no se repita y que detendré todos los intentos de llegar hasta el plano astral desde el mundo material primario. El Demiurgo intenta calmarme. La cólera me ha poseído. El diablillo quiere acompañarme en mi nueva etapa.

Vuelvo a la tierra. Me he cruzado con algunos magos en sus viajes astrales. Se quedan sorprendidos. He adoptado una forma humana mucho más amenazante. Es mi malestar y cólera lo que dibuja mi nuevo ser. Desciendo hasta llegar a mi antiguo cuerpo. Resurjo y vuelvo a estar dentro de mí. Veo la realidad con mis ojos, no con mi mente. Estoy de vuelta. Noto mis nuevos poderes adquiridos recorriendo mis venas. Tengo una misión, pero quiero llevarla a cabo sin torpezas. Despacio y sin cometer errores.

Reúno a los magos más oscuros que encuentro para explicarles qué es lo que hay al otro lado. Les prometo más poder y menos equilibrio. La ambición puede con ellos. Los mato a todos.

Reúno a los magos más blancos que encuentro para explicarles qué es lo que hay al otro lado. Les prometo más poder y menos equilibrio. La ambición puede con ellos. Los mato a todos.

Mi leyenda empieza a expandirse. Soy la razón del miedo, soy un cuento que se le narra a los niños para que se porten bien, soy una noticia que alarma a una comunidad, soy un nuevo yo…

Pasa el tiempo y dejo que la fama me preceda. Mi furia se relaja y comprendo que no puedo acabar con la magia en este lado de la realidad. Ambos mundos deben coexistir, cada uno en su plano;siempre va a haber seres a ambos lados con ganas de conocer más allá de su realidad. Aun así disfruto acabando todo aquel con pretensiones de alzarse con un poder que no le corresponde.

Ha llegado el momento de enfrentarme a él. Todos sabemos de la leyenda del que regresó triunfante. Pero he tenido que investigar mucho para cerciorarme. No puedo equivocarme, no puedo defraudar al Demiurgo.

El primer paso es llegar hasta su hogar. Cruzo la puerta y una campanilla rompe el silencio que reina en la estancia. Un hombre con unas gafas colgadas al cuello me mira. Sonrío. En realidad veo su forma real. Es un monstruo de unos dos metros de altura, de color fuego con puños de acero templado en las forjas del Más Allá. En cuanto cierro la puerta a mi espalda nos enzarzamos en una lucha. Me ha reconocido a la primera. La lucha es intensa pero breve. El ser cae herido de gravedad ante mis pies. Voy a una trastienda y dibujo el pentagrama de teletransporte.

Aparezco en un lugar caluroso, junto a una casa grande con un porche que lleva a un huerto. Siento que algo con una magia intensa está cerca. En un patio me encuentro a cinco personas que miran atentamente a un sexto. Es el maestro Constructor. Es la persona que busco. Llego a la altura de todos los magos allí presentes sin dejar de mirarlo. Él me mira con aire de superioridad. Se desdobla  de sí mismo y cuatro figuras exactas a él aparecen a su lado. Todos sonríen. Las mujeres y los hombres que estaban conversando con él salen huyendo tras el ataque de Weg con un bate de béisbol. Aprieto mis puños. La tensión y la emoción me embargan porque esto va a llegar a su final muy pronto. Lo primero que hago es decir unas palabras.

—Bueno, Merlín, hay una entidad a la que debes una explicación.

—Alejandro, hay una cosa que me enfada más que nada en este mundo… y es que me llamen por mi nombre de mortal.

Y la batalla empezó. Y nadie sabe cuándo acabará.

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