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Un trabajo, un arma y una novia

por

Tres cosas habían ocurrido durante esa semana, por fin iba a tener un trabajo remunerado desde hacía meses, le habían devuelto su permiso de armas y había conocido a la futura madre de sus hijos, y un vértigo como nunca había sentido, le mantenía nervioso y al mismo tiempo agarrotado, todo a la vez y sin un orden aparente, simplemente como había sido su ajetreada vida.

1

Todo empezó con una llamada de teléfono a su móvil, tres timbrazos y lo cogió nervioso, llevaba esperando todo el día esa señal, John le llamaría y le diría qué hacer.

—James, tienes dos días para encontrar el alijo, si lo haces bien mucha gente empezará a llamar a tu puerta de nuevo, 6000 dólares en el bolsillo y mi reconocimiento, todo eso si en unos días me das un nombre, una dirección o cualquier otra cosa que nos lleve a un final feliz, ¿qué me dices?.

Titubeó un segundo en su respuesta.

—Haré lo que pueda, es decir, lo conseguiré.

Después de seis meses en barbecho por fin tenía su oportunidad de remontar, de olvidar y seguir con su vida, mejorar.

En principio todo era muy sencillo, habían desaparecido 10 kilos de heroína de la comisaría del centro y nadie sabía nada, el escándalo estaba en la calle y los políticos exigían que rodaran cabezas.

John Shoam era el comisario jefe de su antigua comisaría, sabía que las pesquisas no iban todo lo rápido que debieran y así se puso en contacto con él, una perspectiva desde fuera quizás diera su fruto. La perspectiva era James, antiguo policía, antiguo investigador estrella de la ciudad que llevaba tres años dando tumbos desde su expulsión del cuerpo, todo por un arranque de ira, un maldito e hijodeputa arranque de ira. En un interrogatorio a un sospechoso de violación, le rompió dos dientes al que al final resultaría un enfermo mental acusado y ejecutado por veintisiete violaciones. Pero la prensa vió mas allá, vió un policía estrella ejerciendo la justicia por su mano y eso, en una sociedad civilizada no estaba bien, claro que ellos no estaban acostumbrados a la mierda de la calle, a la verdadera mierda que reptaba por las sucias calles de la ciudad.

Un puñetazo y su carrera se fue por el retrete antes de un suspiro. Después, sólo quedó la expulsión con deshonor, su retirada de placa y sueldo, un año arrastrándose por la ciudad haciendo encargos y pequeños trapicheos de poca monta, un par de palizas por parte de las bandas y cicatrices para demostrarlo, había tenido suerte, aun estaba vivo.

Por fin tenía una oportunidad de redimirse frente a la sociedad que le había abandonado.

—Chao, deséame suerte John.

—Suerte compañero.

Colgó despacio, como si el teléfono fuera a romperse y se quedó mirando su reflejo en el espejo del cuarto de baño, unas cuantas arrugas, una cicatriz en la mejilla y una tez blanca de no haberle dado el sol en años, así era él, un bellezón con cara melancólica, quétriste imagen, se dijo a sí mismo entre dientes.

Sacó su mejor traje del armario y se vistió con calma, tenía que hacer las cosas bien desde el principio y no cagarla. Se armó de valor y salió a la calle, por supuesto acompañado por Sara, su 38.

2

Cuando le echaron de la policía hizo lo único que sabía hacer, seguir investigando, se hizo detective privado y después de un tiempo prudencial pudo llevar un arma, pero como siempre, su bocaza lo había metido en problemas, había molestado al hijo de un reputado abogado del estado, le pilló en un bar de mala muerte golpeando a una puta sin consideración ninguna, así que sacó su arma y se la metió en la boca.

—Si dices alguna palabra que entienda, te meto la pistola hasta el gaznate, así que escúchame, vas a sacar tu cartera, la vas a vaciar en las manos de la señorita con todo lo que haya dentro y me vas a dar tu identificación personal, que guardaré por si acaso te pones gallito en cualquier otro momento, para que pueda volver a buscarte, y lo próximo que comerás será papilla por una pajita de plástico y me llevaré tus dientes y los venderé en las calles a ver si me dan para comer en un chino, ¿entendido?

El niñato se quedó callado y con los ojos muy abiertos, entre la amenaza y la bocacha de la pistola metida en su boca poco podía decir, así que lloró y mucho.

Luego salió del bar hecho un manojo de nervios y masajeándose la boca, la puta hacía un rato que había desaparecido en la penumbra.

El siguiente capítulo fue una denuncia por todo lo alto de su papaíto, 5000 dólares de multa y la retirada del permiso de armas, gracias a John no estaba pasando tres meses en la cárcel del distrito, le había salvado de una buena. Le habían quitado su permiso de armas y su Sara calibre 38, estaba desnudo y desprotegido en las calles de degradación y suciedad social.

El no tener un arma en un mundo de armas era ir en contra de la ley que imperaba en las calles y para él todo era una broma de la ley de Murphy. Los interrogatorios a los camellos de las esquinas no eran lo mismo, muchas veces tenía que irse a casa sin ninguna respuesta, y él no era un navajero, eso era de maricones y cobardes, una pistola era un arma de hombres, de tipos duros que no dudaban en disparar si la cosa se ponía fea. Todo eso ocurrió durante un tiempo de tinieblas, estaba en declive y lo sabía. Pero por fin le habían devuelto el permiso, se sentía completo y todo lo feliz que puede sentirse una estrella caída en un fangal de basura putrefacta. Su vida parecía encauzada y sus sentidos al máximo, un arma, alcohol y pretensiones, le hacían seguir una posible dirección correcta en su vida.

3

Annalice era una chica del barrio, cajera del supermercado de la esquina, veintitantos, estudios de secundaria, corazón roto y sueños nulos, una más entre los millones de habitantes de la ciudad. La había conocido comprando en el súper, una mirada superflua y una sonrisa a medias, no necesitaba más, así que al día siguiente volvió a comprar, a dejar caer una frase ingeniosa y decir las tres palabras insustanciales de siempre.

Dos días después ya la acompaña a casa después del trabajo, calles oscuras, contaminación por doquier y basura tirada en la calle, todo muy romántico y acogedor, farolas titilantes y el agraciado sonido de las sirenas de las ambulancias. Era el pulso normal de la ciudad, con sus quehaceres diarios, la rutina de siempre.

Annalice no era muy agraciada físicamente, delgada hasta el límite de la anorexia, pelo rubio y lacio, sin brillo en la cara, largos y huesudos dedos de porcelana y una voz siempre tímida y apocada, ella no sabía de Kant ni de Sartre, nunca podría hablar de la Bauhaus, ni de los problemas morales de los filósofos modernos, el arte abstracto era para ella manchas de porquería de color en un fondo blanco, sin explicación. En su vida existía el negro y el blanco, pero no el gris, eso era una pérdida de tiempo y seso.

Coleccionaba cajas de cerilla que ordenaba continuamente en un armario del salón de su casa, tenía más de cincuenta y decía que llegaría a las cien antes morir, leía las revistas de la prensa rosa y cuando le sobraba algo de dinero veía comedias románticas en el cine. Una vida sencilla, sin sobresaltos, sin aspiraciones.

Todo cambiaba cuando la mirabas a los ojos, fulgurantes, vivaces, capaces de arder un bosque, dentro de su apatía, ardía un infierno de pasiones y sueños sin cumplir, todo eso era visible en sus pequeñas pupilas azules. Sus labios gruesos y sensuales era el único detalle de mujer «atractiva» que tenía, unos labios capaces de hacer murmurar a los muertos, de tergiversar santas palabras.

Solo dedicando miradas esquivas y observación total, descubrías esos tesoros en Annalice y James lo había hecho, no quería una diva en su vida, ni una mujer neumática que hiciera romper cuellos a su paso por la calle, demasiados problemas, demasiadas preguntas, demasiados celos.

James era un observador, de los buenos, eso le había traído siempre problemas, eso y su bocaza. Era famoso por no callarse nada y de escupir la verdad y la mierda por donde pasara, sin mentiras pero con el consiguiente dolor de sus dianas.

Tres días más y estaba acostado en su cama fumando y acariciando su lacio y demacrado pelo rubio, con su mano derecha apoyada en su pecho y con una ligera sonrisa de satisfacción en la cara, un momento de felicidad y por que no, de tranquilidad por fin encontrada.

Empezaba a pensar que quizás, solo quizás, había encontrado sin querer una persona con la que compartir su vida, sus temores y pasiones, una cerveza delante del televisor, agarrados de la mano, mientras escuchaban a Ben Affleck decir palabras rimbombantes sobre el amor, hacían de la velada algo diferente y por qué no, mágico.

Al día siguiente ella no apareció por el súper, no contestó sus llamadas y su casa estaba cerrada a cal y canto. Nada bueno podía salir de todo eso, James lo sabía muy bien y estaba realmente preocupado, después vino la llamada de John.

4

Lo primero que hizo fue deambular por el Soho y preguntar, dejarse ver y sacar su arma un par de veces, pero resultó un esfuerzo inútil, nadie sabía del tema ni una mísera palabra, acabó sentado en la barra del bar Thom bebiendo una cerveza fría acompañada de unos cacahuetes rancios pero sustanciosos.

Se aflojó la corbata y se encendió otro cigarro con las cerillas del bar, una mano se posó en su hombro derecho.

—Cariño ¿necesitas algo?

—Nada, déjame en paz, no quiero compañía —dijo serio pero sin brusquedad.

—No te acuerdas de mí, ¿verdad?

Se dio la vuelta para ver quien se trataba, era una chica joven de aspecto exuberante pero solitario y que iba enseñando más carne de la que era legal, pelo negro y liso hasta los hombros y con una determinación inquietante en la mirada que no le dejó indiferente.

—Una vez me salvaste la cara y quizás algo más, ¿recuerdas ahora?

—¿La puta del niñito de papá? —dijo James con cierta satisfacción en su cara.

—Cariño, ¿nunca te han dicho que por donde se habla no se caga? —dijo ella con sonrisa burlona.

—Perdona, no quería ofenderte, me ha salido sin pensar… Soy un bocazas sin remedio.

—Tranquilo, puta soy pero también tengo mi orgullito, siempre han sido una palabras feas digan lo que digan, llámame romántica pero prefiero ser conocida por «la banquera del amor», ja ja ja…

Dos cervezas después y sabiendo que se llamaba Charlotte, habían revisado dos años de maltrato emocional de la desdichada vida de la chica, y le hizo la pregunta que tantos otros no habían sabido o querido contestar.

—¿Has oído algo en la calle, de la heroína desaparecida en la comisaría? —dijo James en un murmullo al oído de ella.

Ella miró hacia otro lado, sacó un cigarro de su bolso y lentamente lo encendió, guardó el encendedor, parecía buscar las palabras, sus ojos no paraban de moverse y cuando habló, le temblaba la voz.

—Antes de nada, necesito que me prometas algo.

—¿De qué se trata?

—Después, ahora necesitas hablar con Orlenko, es el tipo sucio que lleva todas las transacciones de heroína de la ciudad, lo encontrarás en el «pequeño Moscú», en la avenida 17, quizás sepa algo. Pero cariño ten cuidado, la mafia rusa no se anda con chiquitas, si molestas te parten el alma y después se cagan en ella, y no les importa el orden en que te lo harán, ¿entiendes? Por supuesto, yo no sé nada, no me conoces y esta conversación no ha existido jamás, me juego la cabeza… y otras partes de mi cuerpo a las que tengo mucho cariño.

—¿Qué quieres a cambio de la información?

—Cuando termine esta historia, pase lo que pase, me invitaras a cenar —dijo Charlotte mientras hacía una caída de ojos que ni Ava Gadner y sonrió ladeando la cabeza.

—Nena, tengo novia… o algo parecido.

—James, ¿sabes cuánto tiempo hace que no ceno con un hombre sólo por el placer de la conversación y la compañía? Me basta con eso.

La miró con algo parecido al cariño y dejó la cerveza en la barra.

—Prometido, si todo termina como quiero te llevaré al mejor restaurante de la ciudad y con una docena de rosas en la mano.

Al día siguiente cenó en el puesto de perritos de la 16 y se encaminó sin prisas hacia el «pequeño Moscú», que como todos sabían en los bajos fondos, no era más que el barrio de los emigrantes eslavos y la base de la mafia rusa en la ciudad, no era la primera vez que tenía algo que ver con ellos, más de uno desayunaba bocatas de polla en la cárcel gracias a él, así que tendría que ir con cuidado, se jugaba las pelotas.

Fue de bar en bar preguntando por Orlenko, hasta que un par de matones se pusieron a su lado delante de la máquina de tabaco del Honky Russian Town.

—Oye mequetrefe, ¿por qué buscas a Orlenko y para qué?

—¿Mequetrefe?, ¿dónde has aprendido a hablar así, en Harvard? Jodido soviético relamido, quita de mi lado o te rompo los huesos.

«Maldita bocaza la mía…»

Dos puñetazos bien dirigidos a su hígado y mentón y besó el suelo lleno de cáscaras de cacahuete, vio las estrellas, creyó ver a Sirio, Andrómeda y Alfa Centauro jugando al póquer, Andrómeda iba perdiendo…

Lo levantaron de un tirón y lo arrojaron contra la barra del bar, pensó en sacar su arma y liarse a tiros con todo el mundo allí dentro, pero sus fuerzas y su respiración se habían quedado tiradas allí, en el suelo y ahora él estaba encima de la barra.

Apareció un tipo más bien menudo, vestido con un traje negro de diseño, con gafas de pasta y unos desagradables hoyuelos en la cara.

—¿Me buscabas? Me han dicho que has preguntado por mí en la calle, ¿qué se te ofrece, me-que-tre-fe?

«Vaya, ya sé de dónde han aprendido esas palabras tan rimbombantes estos osos siberianos», pensó mientras se tocaba el mentón magullado.

—Sólo quería hacerte unas preguntas.

—Pues te has equivocado de hombre, no estás en tu territorio y aquí nos desayunamos tortitas de policía maricón; no hagas que mañana tenga arcadas de asco después de haberte devorado las entrañas.

—Joder, hablar con vosotros es como hablar con un catedrático de literatura pasada de moda; qué dramatismo, qué efectismo y ritmo en las frases que escupes hijodeputa.

«Tengo que cerrar la bocaza alguna vez…»

La conversación terminó con unos cinco o seis golpes más en diferentes partes del cuerpo de James, al día siguiente sabía que le iba a doler. Le echaron del bar con una patada en la espalda que parecía la más larga y dura de las caricias.

—No vuelvas, la próxima vez dormirás con las cucarachas de las alcantarillas. Y ellas tendrán más hambre que tú.

Había tenido suerte, unos golpes, ninguna bala ni cuchillada y ni siquiera le habían quitado la pistola, era un tío con suerte. Pero ahora sabía que había dado con algo, en los próximos días sería la jodida sombra de Orlenko, así que se fue a su casa a dormir y lamerse las heridas lo mejor que pudiera.

Antes de subir a su piso llamo por quinta vez del día a Annalice. Nada, sólo el silencio y el maldito buzón de voz…

5

Cogió una gorra de béisbol y una gafas oscuras de su época en Miami que tenía perdidas en el fondo de un cajón y desapareció en las calles de la avenida 17, drogatas, prostitutas y ejecutivos que se mezclaban como un martini mal agitado, taxistas gritando por encima de sus propias bocinas, vapor saliendo de las alcantarillas y creando con las tenues luces de las farolas, unos pequeños arco iris ilusorios, gente deambulando sin rumbo, con la mirada baja y las manos metidas hasta el fondo de sus bolsillos, un par de niños pidiendo dinero tirados en la acera, la degeneración de la ciudad a flor de piel. Era una sensación de vacío, de invasión de los sentidos, nadie en su sano juicio era feliz en esas calles, solo las drogas de diseño les acercaban a ese estado de trance del que no querían salir, y la heroína.

La droga más famosa por antonomasia, corría por las calles como sangre en las venas de la ciudad, aletargamiento y miradas perdidas.

Una vez, un abogado drogadicto le había dicho, que mientras permanecías seis horas tumbado en la cama, tu mente divagaba en un mundo onírico, de muchos colores, olores y sabores a degustar, 30 pavos tenían la culpa, el edén no era gratis, le había dicho su dealer, pero qué demonios, si por ese dinero tenía su paraíso particular sin arruinar la vida de nadie, haría todo lo posible por tener la heroína incrustada en sus venas siempre que pudiera.

El veneno de la sociedad habían dicho muchos, pero James sabía que la droga no era el problema, el problema era la gente que la vendía, gente sin escrúpulos, sin vida, sin emociones y siempre pensando en el beneficio, vamos, un asco.

Nunca se había acostumbrado a la mierda de la calle, la aguantaba por su trabajo, la aguantaba porque sin gente como él todo sería peor, o eso se decía a sí mismo.

Claro que también él en una ocasión había pasado las reglas por alto y le había dado un gramo a un confidente que lo estaba pasando mal, le caía bien, no era el típico delincuente, era una persona caída en desgracia que no había tenido la fuerza de parar antes de la caída, un año más tarde lo encontraron en el río, bueno, partes de él, la vida en la ciudad no era tan bonita como dejaban ver en las películas.

Pasaba por delante de la entrada de un cine cuando por pura suerte o no, se encontró con Orlenko, hablaba con alguien debajo de la marquesina, no le habían visto, así que se caló la visera de la gorra un poco mas y aguzó sus sentidos. ¿Quién era la otra persona? ¿Qué estarían hablando? Por un momento echó de menos la tecnología de la policía federal, allí estaba él esperando no sé qué, e intentando no volverse loco.

Diez minutos después, Orlenko se metió en el cine acompañado por los osos siberianos con puños de hierro, y la otra persona se dio la vuelta y siguió caminando por la calle, tenía que tomar una decisión: ¿a quién seguir?. Apostó el todo por el todo por seguir al extraño, su sexto sentido de policía veterano se lo decía.

Cuando se puso a su espalda intentó no meter la pata, pero un taxi que pasaba por allí lo empapó con el agua de un gran charco, gritó y maldijo al taxista, con la mala suerte que se dió la vuelta y lo miró a los ojos…

¿Qué coño estaba pasando? Era John, su amigo John, John el comisario, el que le había salvado el culo más de una vez, algo se estaba perdiendo y no sabía el qué, pero su mente calenturienta ya estaba trabajando por él y no le gustaba lo que le mostraba en lo más profundo de su corazón.

John se dió la vuelta y comenzó a correr, un segundo después estaba subido a otro taxi y se alejaba de él, permaneció allí sin moverse un largo rato, acarició a Sara con desdén y volvió a casa, mil preguntas y sentimientos encontrados le perforaban el pecho, dolía.

Antes de subir a su casa volvió a llamar a su chica, más de lo mismo, la preocupación se tornó en desesperación, todo se estaba escapando de su control.

Su móvil sonó como por arte de magia, por un momento pensó en ella, en sus ojos, sus labios y en sus tiernas palabras de cariño.

—James… déjalo estar, ya has hecho tu trabajo y serás recompensado —dijo John con el típico sonido metálico del teléfono.

—Tío, ¿en qué andas metido? ¿De qué hablabas con ese malnacido de Orlenko? Creo que no me has contado toda la historia.

—Sabía que no tenía que encargarte el trabajo, pero pensé que estarías oxidado y te liarías en otros embrollos y yo tenía que decir a las altas estancias que nos estábamos encargando del asunto y que además habíamos contratado algún que otro freelance para ayudarnos, eras sólo una excusa, déjalo estar y no metas tus narices en esto, te sobrepasa…

—John, dime que no tienes nada que ver con la heroína de los cojones, ¡vamos tío!, tú no necesitabas esta mierda.

—En el fondo yo sabía que esto acabaría así, James, tengo a Annalice…

Su mano tembló imperceptiblemente, su boca se secó como el mar de Aral después de haberla saqueado los soviets para cultivar algodón. Pasaron mil escenas por su mente y la rabia empezó a crecer y crecer…

—Si la has tocado, te mataré. No es una broma amigo, ni el arcángel San Gabriel te podrá esconder de mí, te buscaré donde estés y te llenaré el cuerpo de balas, no bromeo John.

Se miró la mano izquierda y el temblor había invadido sus dedos, ahora pétreos, blancos y más huesudos de lo normal.

—Ella está bien, sabes que no la haría daño, pero Orlenko es capaz de hacer muchas cosas con ella, me imagino que lo sabes. No hagas que se la entregue, mantente al margen y todo irá bien, recibirás tu recompensa y ella estará a tu lado más pronto de lo que imaginas.

Colgó sin darle tiempo a replica, un calor malsano subía por sus mejillas y sentía como los ojos le iban a estallar sin remisión.

Intentó pensar con claridad, pero era difícil pensar mientras su chica estaba en no se sabe dénde y de qué manera. Tenía que pensar algo y rápido, las cosas estaban ya muy feas y lo iba a pagar gente inocente, su gente.

Tenía que pasarse por el Thom, necesitaba a Charlotte, una idea en pañales se le había ocurrido, peligrosa y difícil, pero si se alineaban los planetas y Murphy les dejaba en paz podía tener éxito.

Una hora más tarde estaban sentados uno al lado del otro con caras de circunstancias.

—Pensé que venías a verme por otro motivo —dijo Charlotte.

—Lo siento, necesito tu ayuda, creo que eres la única que me puede echar un cable y entenderme.

Ella suspiró lentamente, apuró su copa de un trago largo y se pegó mucho más cerca de James.

—¿Qué quieres que haga? —dijo mirándole directamente a los ojos.

Dos horas después ya sabían que tenía que hacer cada uno y ninguna de las tareas era fácil, jugársela el todo por el todo, así había sido su vida y ambos estaban acostumbrados a ello.

Cuando Charlotte entró en el Honky Russian Town, vestía un ceñido vestido azul eléctrico que arrancó varias miradas a su alrededor, no le costó nada llegar a la barra y hacerse la dueña del bar en unos minutos. Preguntó por Orlenko, el cual salió desde el fondo del pasillo que llevaba al despacho del gerente. Unas palabras bien dirigidas y un par de gestos hicieron que el ruso hijodeputa cayera en sus redes. Hombres…

—Por un par de tiros cariño, te voy a hacer la mamada de tu vida. ¿Lo quieres dentro o fuera? ¿Estas preparado? Sólo tómate esta cerveza para hidratarte y estoy contigo en el cuarto de baño en dos minutos.

El eslavo se mojó los labios con una lengua sedienta y empezó a beberse la cerveza. Un minuto antes Charlotte le había suministrado una generosa dosis de escopolamina, para algunos droga de putas, y para otros, en diferentes repúblicas bananeras del mundo, la droga de la verdad.

Después de pasar quince minutos en el servicio haciendo su trabajo, él empezó a sentirse raro, quizás por que la escopolamina actúa como depresor de las terminaciones nerviosas del cerebro e induce la dilatación de las pupilas, la contracción de los vasos sanguíneos, la reducción de las secreciones salival y estomacal, pero lo mejor de todo era que contestaría a todas sus preguntas y después olvidaría todo.

Más tarde salió del baño con una siniestra sonrisa en los labios, su trabajo estaba hecho, ahora sabía lo que había estado buscando James y lo que posiblemente les salvaría a todos.

James sacó a Sara para admirarla, tanto tiempo con un objeto y al final se le coge cariño. Sabía dónde vivía John, en un apartamento de diseño de la calle 41. Si no le subestimaba el idiota tendría a Annalice con él, no era idiota y no querría que la escondiera nadie más que él, posiblemente tendría algún matón soviet allí para hacerle sentir más seguro.

6

Antes de subir por las escaleras del edificio de John, recibió una llamada de Charlotte, escuchó lo que tenía que decirle y asintió brevemente, le dio las gracias.

—Te quiero cariño, eres la mejor.

—Lo sé, mentiroso.

Pegó una patada en la puerta que le dolió hasta en el alma, ya no estaban sus huesos para tantos trotes y entró con Sara por delante, iba a freír a tiros a toda alma viviente que encontrara en su camino, a lo Rambo style.

Mala idea, pensó cuando vio el panorama de gorilas sentados viendo un partido de baloncesto por el televisor, pero por lo menos los había pillado por sorpresa, pensó con cierta sorna.

Al primero que se le levantó dudando de su hombría, le abrió la ceja con la culata de la pistola, el segundo se retorció de dolor en el suelo después de la patada en los cojones que le había dado, se imagino un chut de fútbol, tipo «hasta el infinito y mas allá» y así le salió, tendrían que recoger sus pelotas en el vecindario de al lado, al tercero no le vió venir y por ese error le propinó un puñetazo en la sien que le hizo ver las estrellas, le devolvió el favor reventándole la rodilla de un balazo, cientos de esquirlas de hueso salieron volando por toda la habitación, impregnando a todos de sucia materia sanguinolenta. Había cruzado la línea, los siguientes disparos irían a la cabeza…

Pero el chorro de sangre que se derramaba por la moqueta del ahora tullido surtió su efecto, los dos osos restantes se mantuvieron sentaditos sin moverse del sillón, el televisor crepitaba con el mate de un center in the face.

—Y ahora quietecitos, tengo el dedo del gatillo muy tonto hoy, no me importa llevarme un par de sarnosos como vosotros por delante, total, sóis jodida escoria… nadie os reclamaría.

John apareció por la puerta del fondo con los ojos inyectados en sangre.

—James tira la pistola, esto es demasiado para ti, voy a llamar a la central y les voy a contar una historia de la que no te vas a poder librar, veinte años encerrado te quitarán las ganas de fiesta que traes.

—No me jodas, sabías que esto sólo podía acabar así, sangre para todos y dulces para ninguno, Sara está nerviosa y quiere más. ¡A ver vosotros! ¡Iros todos a tomar por culo de aquí!

Los escuderos de nadie salieron de uno en uno esquivando su mirada, ahora sabían que había sido un error entrar en la casa de John sin armas, jodido maniático y sus mierdas en contra de las armas.

—Ahora esto es entre tú y yo malnacido.

—James, no quieres hacer esto, coge a tu novia y vete de una puta vez.

—Tráemela, y ni la toques, o te hago un nuevo agujero del culo para que cagues a dos bandas.

—Está en la habitación…

—¡Annalice sal de ahí, he venido a buscarte nena!

De algún lugar de la habitación le llegó un estruendo a los oídos de James, un sonido venido de otro mundo, de los que te dejan sonado si saber por qué.

John sonreía y del bolsillo de su chaqueta de pana salía un fino humo blanco, trozos de la chaqueta flotaban entre el espacio que había entre los dos como lluvia de estrellas, el tiempo se congeló durante un segundo, vio como brillaban los dientes de su antes amigo, vio el ligero movimiento de su flequillo a cámara lenta mientras se movía hacia él.

—¿Qué has hecho tío? —murmuró mientras se llevaba la mano izquierda al pecho, algo caliente y húmedo bajaba por su pecho y empezaba a mojar el suelo con pequeñas gotitas rojas, comprendió la escena como nunca antes había hecho, vio la cara de David Lynch como superpuesta en la pared, nunca había entendido sus películas hasta ahora; todo era una broma, todo en este mundo era una jodida broma y él era su protagonista.

John sacó su pistola del bolsillo y se le acercó poco a poco. Mientras, sus rodillas se convertían en gelatina y empezaba a sentir el metálico y ardiente sabor de la sangre en su boca. Cayó de rodillas al suelo como en un suspiro, sus piernas ya no eran suyas, se habían vencido tan rápido como las Torres Gemelas y allí no había nadie para recogerle.

—Amigo, no te levantes, déjalo ya, todo ha terminado. Descansa, te prometo que tu chica saldrá de aquí sin un rasguño, sólo túmbate y deja pasar los minutos delante de ti, dentro de un rato no sentirás nada y te irás de aquí como siempre has vivido, a lo grande y sin nada que decir.

Sus palabras atravesaban su mente como puñaladas de bisturí, haciendo pequeños cortes pero profundos, inmensos y dolorosos.

Dejó caer a Sara en el suelo, ya no tenía fuerzas para más, quizás tenía razón, había hecho todo lo que estaba en su mano y había fracasado, pero por lo menos lo había intentado, se dijo en silencio.

Al fondo de la habitación, la puerta se abrió y salió Annalice, asustada y con los pelos alborotados.

—¡James! ¿Estás bien? Tienes sangre en el pecho… —dijo con una mano temblorosa tapándose la boca de ansiedad.

—Cariño es sólo un rasguño, no me pasará nada.

Vio que ella lloraba en silencio, un ojo amoratado y sus bonitos labios ensangrentados… y un clic barrio su mente como una tormenta de nieve, todo se quedó frió, congelado, se vio a sí mismo derrotado y con los ojos bailando de un lado a otro.

John se acerco a él un poco más hasta que estuvo a su lado, le puso una mano en el hombro.

—Déjalo ya tío, no te mereces esto…

Con un esfuerzo sobrehumano y muy lentamente metió su mano en su bolsillo derecho, agarró algo duro y frío y en un segundo hizo un fulgurante movimiento hacia arriba, ni siquiera él vio lo que pasó, fue tan rápido que le dolió el hombro hasta el grito. Le había clavado la navaja de mil usos de su abuelo en la garganta, y ahora sólo se oía el gorgojeo ininteligible de John queriendo decir algo, la sangre manaba a borbotones y recorría su brazo hasta el codo, un par de chorros más cayeron entre ellos, dos segundos más y cayó desplomado al suelo.

—Te dije que no la tocaras, te lo dije y ¿me hiciste caso? ¡TE LO DIJE!

Con un último esfuerzo se subió a él a horcajadas y lo apuñaló repetidas veces en el pecho mientras murmuraba con los ojos en blanco… «te lo dije, te lo dije, te lo dije…»

Cuando su brazo ya no pudo más, dejó la navaja de maricones y cobardes en el suelo y rebuscó en los bolsillos interiores de la destrozada chaqueta de John, cogió un pequeño papel y lo estrujó con fuerza en su mano, ya estaba todo hecho, el papel contenía la información que había costado tanto esfuerzo a Charlotte en un baño de un bar mugriento.

—Anna sal de la habitación y ve al bar de Thom. Allí estará Charlotte, una amiga. Desaparece con ella unos días, me pondré en contacto contigo pronto.

—Pero cariño estás sangrando mucho, voy a llamar a una ambulancia ahora.

—Ni de coña, sal pitando de aquí, la policía no tardará en llegar y no quiero que te involucren con toda esta mierda.

A regañadientes ella salió por la puerta, no sin antes darle un beso en los labios, nunca supieron tan bien como en aquel momento que todos sus sueños de grandeza renacieron en ese breve instante.

Annalice tenía razón, pero él era un puto cabezón, así que cogió de nuevo su pistola y salió de la habitación como pudo, bajo las escaleras despacio, como un astronauta pisando el suelo lunar. Sabía que estaba jodido, llevaba un buen rato tragando sangre y eso no era bueno, nada bueno.

Llegó a la calle y cruzando la calzada se desplomó sin quererlo, con impotencia intentó levantarse de nuevo, pero ya no pudo. Las fuerzas habían escapado hacia otro lugar lejos de allí, y ya sólo estaba él en el suelo de su maldita ciudad, su asquerosa morada y donde tantas cosas habían ocurrido en su vida.

James tirado en la calle con los ojos abiertos, inexpresivos, una pistola en su mano derecha y un papel sucio y arrugado en la izquierda. Una canción en su mente revolotea incansable, I´m not a addicted de K´s Choice.

Él pensaba que cuando muriera, su cuerpo se pudriría y sólo sus actos quedarían en los recuerdos de tus allegados, si los tenías… ahora creía con toda su alma que así sería.

La sangre salía lentamente de su pecho, caliente, y una sensación de bienestar recorría su piel como suaves descargas eléctricas.

EPÍLOGO

El resto de la historia es banal para James, quizás por que su vida había cambiado tanto en los últimos días, que ya no era tan importante que le hubiera encontrado la ambulancia tres minutos después y le hubieran llevado al hospital con parada cardiorespiratoria.

Lo salvaron in extremis de una muerte segura: el tiro le había perforado el pulmón y respiraba sangre, su sangre. Annalice como buena cabezota había llamado a urgencias pese a todo, qué mujer. La policía no quiso saber nada del asunto, «defensa propia» dijeron y no quisieron investigar más, había mierda para enterrar media comisaría.

El papelito que recogió del cuerpo de John tenía el número de consigna donde estaban guardados los 10 kilos de heroína, y sabiendo que ya no tenía nada que perder, se puso en contacto con alguno de sus más íntimos enemigos para soltarla por ahí. Los demás ya no importaban nada, quien se quisiera meter esa mierda en las venas tenía tanto derecho como él para enriquecerse por las locuras de los demás.

Como caballero que creía ser, tuvo una cena con rosas con una amiga una semana después de salir del hospital.

Ahora vivían los tres en una ciudad del sur bañada por el sol, y sus únicos quehaceres diarios eran admirar a su mujer. Todo había cambiado y su sonrisa no se apagaría nunca, sus labios seguían siendo los más sensuales del mundo y sus palabras susurradas al oído todavía le hacían estremecer.

Tenía lo que mas quería, Annalice, su mujer, Charlotte, su amiga, y a Sara, su alma y, por ende, su compañera de por vida.

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