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Sin llaves

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Todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. Así, toda negligencia es deliberada, todo casual encuentro una cita, toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. No hay consuelo más hábil que el pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas.

J.L. Borges, Deutsches requiem. (El Aleph, 1949)

Era de esas personas que calientan el café para dejarlo enfriar por el mero placer de descubrir cómo se forma esa repugnante película sobre el entibiado brebaje y observan con escrúpulo las rutinas de los demás vecinos.

Vivía tras una ventana de la cocina, desde allí descubrió a soldados kosovares reconvertidos en albañiles, conspiradores bursátiles evadidos, camioneros autónomos con negocios de dudosa legalidad y algún que otro mafioso textil de lejanas landas orientales. ¡Si la gente recordara más las viejas películas no miraría tanto por la ventana!

Puede que su mundo se derrumbara ese sábado, sólo una sostenida contracción dolorosa del tejido muscular cardiaco da testimonio. Sí, sí, ya sabemos que nadie va por ahí con un electrocardiograma pegado al pecho que narre en clave de ondas las catástrofes personales. Pero, ¡joder!, sería una ayudita.

Cuando salió al pasillo para tirar la basura, de la ventana del 3.ºB salen unas manos que aspavientan el aire reclamando su atención. ¡Cagüen ento´, pero si es la señora Leonarda! Maldita casualidad. Entonces detrás de él, una corriente cerró la puerta. Quedó sin llaves y a oscuras, sintiendo las voces expatrias de esos vecinos de doble vida a través de sus puertas y una presencia pegada como moco.

Cagüen ento´. Así podría ser la muerte: un pasillo oscuro, una puerta cerrada con las llaves adentro, la basura en la mano y la madre de tu ex a la que no ves hace años, como vecina.

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