Ir directamente al contenido de esta página

¿Qué será de nosotros, BabyGoblin?

por

Aún recuerdo mi lengua seca deslizándose por un paladar áspero y amargo. Fue lo primero que sentí al despertar del profundo periodo de conexión en Madre. Y también la cabeza entumecida, el estomago encogido, los tímpanos saturados. Volver a despertar al mundo real siempre había sido un puto asco. Mis ojos nublados contemplaron unas bragas baratas caídas hasta los tobillos. Estaba sentada en un retrete, en una habitación desconocida de un sofisticado hotel de lujo. Desconectarse de Madre te dejaba desorientada y abandonada. Podían haber pasado semanas, meses…, el tiempo era irrelevante. Pero lo imperdonable es que no se puede ser un skyhunter si no se toman las mínimas precauciones de seguridad. Volver al mundo real para un fugitivo de la Red significa no perder ni un segundo, levantarse y correr,  tener a punto los instrumentos necesarios para crear una nueva personalidad civil falsa y recuperar el anonimato. Y volver a Madre, la conexión sensorial definitiva, la red heredera de lo que en otra época fue ArpaNet, InterNet, Universia, WorldOrbit y otros fósiles olvidados. Al cielo eléctrico, al nervio digital, al océano infinito de datos. Pero en ese momento estaba en la realidad, en la vida lóbrega, gris y aturdida que era el mundo. Me incorporé, contemplé el espejo. No retengo memoria de mi aspecto. Miré por encima mi reflejo: melena descuidada, ojeras, las tetas algo caídas. Ni idea de la edad que tenía. Solo contemplaba un recipiente de piel, carne y vísceras. Esa no era mi vida. Yo era la del espejo, vale, pero yo soy BabyGoblin. Yo soy la personalidad que vive en la red global de Madre. No esa silueta triste y repugnante. Yo existía en Madre, en la inmortalidad virtual de mi gran creación, en la leyenda invencible de BabyGoblin. El ansia irrefrenable de conectarme debía esperar. Un último vistazo al espejo, un hasta luego que deseaba duradero. Había que iniciar los preparativos, buscar otra identidad. Miles de corporaciones e instituciones querían mi cabeza. BabyGoblin era una leyenda peligrosa. No tenía rival descifrando y desactivando los mejores sistemas virtuales. Para protegerlo debía ocultar mi cuerpo. Era el momento de buscar una nueva madriguera.

Recuerdo que la habitación era moderna y sofisticada, programada para ejecutar órdenes telepáticamente. Pero no tenía tiempo para descubrir detalles superfluos. Debía escapar y buscar otro refugio. Acaricié la pantalla opaca de una ventana y me descubrió el paisaje urbano, oscuro y nebuloso, de la ciudad. La visión que contemplaba era deprimente y apática. Edificios grises, colores apagados, personas moviéndose lenta y aburridamente. Nada que ver con el vértigo y el delirio suicida de conectarse a Madre. Un ruido me hizo girar la cabeza. Un hombre estaba durmiendo en la cama. Roncaba con levedad, tenía el torso desnudo y vestía su piel con brillantes y vibrantes tatuajes. Nunca me hacía acompañar por nadie cuando estaba conectada a Madre. Torcí el gesto extrañada. No solía descuidar la seguridad. Debía ser algún desajuste en los periodos de insomnio antes de desconectar con Madre. Era extraño, pero no iba a pedir explicaciones. Abroché mi cazadora y me dirigí a la puerta, en silencio. En poco tiempo olvidaría todo eso mientras surcaba la Red siendo BabyGoblin.

Las sensaciones en la salida del hotel fueron extrañas. El conserje, un hombre albino de rasgos africanos, me examinó con su ojo biónico, verificando los datos de mi estancia. Era muy probable que no hubiera pagado aún. Me excusé diciendo que volvería en unos minutos, que mi acompañante necesitaba algo potente para mantener el nivel en la cama. Torció su rígida mueca y me autorizó a marchar. Recuerdo la primera bocanada de aire frío de la ciudad, la sensación de bochorno y los insoportables aromas. Nada era ni mínimamente aceptable para mis sentidos. El olor, la podredumbre, las personas, el peso de la verticalidad de los edificios. Todo tan estático, tan lento, tan moribundo. Avancé unos pasos, Localicé un edificio inteligente, aquellos en los que sólo con tocar su estructura te podías conectar a Madre. Para conseguir algo de crédito, localizar un lugar físico, falsear una identidad civil y poder depositar mi cuerpo durante una larga temporada. Algo desorientada, pasé la palma de la mano sobre una superficie lisa y fría. Me conecté  al vasto espacio virtual blanco. Concentré mi mente e invoqué a BabyGoblin con mi secreto e infalible algoritmo combinado. Lo intenté una, dos, tres, infinitas veces. No acudía. Registré todas las contraseñas y bases de datos de acceso. Mi personalidad virtual, mi alma no respondía. Pero algo me hacía sentir que estaba allí, en alguna parte. Alguien se había apropiado de mi creación.

Nadie puede olvidar a BabyGoblin. Nadie que lo haya sentido cerca, el programa más grande y temido de la Historia. La obra maestra de toda una vida, una creación artística y matemática inigualable. Sentía los rascacielos caer sobre mí. Estaba sola, indefensa, abandonada. No era nadie. No tenía crédito, no existía. Sin posesiones ni aliados en ese mundo de cielos amenazantes. Era una mascota abandonada e indefensa, sin recursos. Miraba a mi alrededor como una alienígena, como un nativo contemplando la nave de un conquistador. ¿Qué podía hacer? De forma instintiva rebusqué en mis bolsillos, esperando un milagro. Un trozo de plástico blando y correoso apareció del fondo de un bolsillo de la cazadora, que en ese momento descubrí que estaba blindada. Observé el pequeño rectángulo con letras brillantes de atractivo diseño anunciando un local llamado Sewer’s, con imágenes en movimiento y luces de reclamo. Moví la tarjeta-anuncio y sobresalió un nombre, Connie, y una hora cercana a la medianoche. Tenía una cita desconocida. Siempre detesté el contacto humano y me dirigía a un tugurio lleno de reses en movimiento. Pero no tenía otra opción.

Sewer’s era un local ruidoso y frenético. Un delirio en el que la música era generada por los impulsos neuronales de unos pobres enfermos en coma cerebral a los que exhibían como artistas de vanguardia. El público se movía de forma desenfrenada. Observaba sus enfermizos y vagos movimientos y me sentía como si fuera de otra especie. Observé a las personas con aire suspicaz y me topé con una mesa solitaria donde una chica nerviosa agitaba un cocktail. «¿Connie?», pregunté y la muchacha empezó a examinarme. Me registró, me invitó a sentarme y empezó a preguntarme por una misión, por el contacto que había hecho, por mil cosas que yo no entendía. En su monólogo mareante pude comprender que pertenecía a algún tipo de grupo revolucionario y me pedía explicaciones y órdenes a seguir. Yo quise explicarle mi situación pero era imposible razonar. Me explicó que yo pertenecía a un grupo secreto de activistas conocido como «los Irrelevantes», que pretendían boicotear las instituciones y las corporaciones desde dentro. Me resultaba imposible: yo nunca me asocié con nadie, nunca busqué ayuda de otros en mis asuntos clandestinos. No tenía sentido, yo era una skyhunter solitaria y autosuficiente. Quería largarme de allí, pero no tenía a ninguna persona que pudiera comprender mi situación. Pero Connie no se iba a dejar derrotar. Ese joven cuerpecillo que apenas era un pellejo pálido, me quiso convencer de que yo le había enseñado todo lo que sabía, que era su instructora. Y que mi nombre en clave era Jimena. Vaya nombrecito. Éramos un muro comunicándonos. No íbamos a lograr un acuerdo. En la vida real yo era más inútil que un pedo. Al final quiso saber si alguien podía corroborar mi versión. Yo no conocía a nadie, todos mis contactos eran virtuales y vivían en Madre. Excepto una persona: Judas Smith.

Judas Smith es un exquisito botánico. Un famoso divulgador que es reconocido en todo el mundo. Un ingeniero inigualable. Un artista. Un filósofo. Él me lo enseñó todo sobre programación y arquitectura digital. Nunca ha vivido en otro sitio que no fuera su famoso ático en el centro de la ciudad. El inconveniente era que nunca le conocí en persona. Era una persona abierta, nos recibió sin problemas. Encontramos al maestro cuidando algunas de sus plantas y flores de colores y formas imposibles. En esa estancia me sentí en paz; eran las mismas sensaciones que tenía conectada a Madre. Le expuse mi problema, la perdida de BabyGoblin y mi situación de desamparo. En su momento, parecía que hubieran pasado siglos, me ayudó a configurarlo, a darle una esencia, una vida. Mi talento hizo el resto. En ese momento no tenía forma de demostrar quién era; nunca nos habíamos conocido en persona. Judas Smith, un hombre con profundas arrugas, con aire sabio y tranquilo y maneras de monje budista, reflexionó unos instantes y me propuso un reto. Me ofreció conectarme a Madre con un programa de intrusión de nivel Epsilon y que demostrara lo que era capaz de hacer. De hecho me iba a enchufar con una conexión neural, con clavija en la sien. Hacía años que no me conectaba de forma manual. Hice los preparativos y volví a entrar en Madre. Recuperé aquellas sensaciones que ansiaba hacía horas,  saborear el clima silencioso y penetrante del blanco cegador y vertiginoso de la Red. Arranqué mi vena creativa. Mis herramientas eran escasas, programas-espejo muy básicos, camuflaje rudimentario, esquemas primitivos, pero después de dos horas conseguí mi objetivo. Me desconecté de Madre y les pedía a Judas y a Connie que se asomaran a la terraza. El sistema de seguridad del rascacielos era tan impenetrable como el último anillo del infierno, pero mis trucos siempre habían sido infalibles. Mis acompañantes contemplaron el edificio y se asombraron al igual que el resto de transeúntes que paseaban por la acera. Me había colado en su sistema de iluminación e hice la virguería más loca que se me ocurrió. El resultado fue que las luces del edificio empezaron a jugar de forma simultánea. Contemplando con detenimiento el movimiento unísono, daba la impresión de que las luces recreaban la formación de una figura de origami paso a paso. Judas Smith me sonrió con aire satisfecho. Connie estaba asombrada con el espectáculo. Mi maestro se convenció de que yo era aquella alumna precoz que le sorprendió por su capacidad e inventiva. Yo era BabyGoblin. Me iba a ayudar a recuperar mi posesión.  Pero a cambio tenía que colaborar con los Irrelevantes.

Pasé las siguientes dos semanas y media ayudando al grupo de Connie, con la inestimable asistencia técnica de Judas Smith. Aprendí de los Irrelevantes sus técnicas de infiltración, espionaje, sabotaje, falsificación… en teoría yo les había enseñado todo, era su maestra, pero olvidé esa vida. Empezaba a ser consciente de que algo me sucedió durante el tiempo de insomnio en el que yo me creía conectada a Madre. Pero no me podía quitar de la cabeza que me habían arrebatado a BabyGoblin, un dolor que me devoraba cada minuto de existencia, como si me hubieran abierto las entrañas. Los Irrelevantes tenían objetivos muy altos. Preparamos un plan para atacar la Confederación de Naciones, la farsa de la asociación de países al servicio de los intereses de la élite corrupta de las corporaciones. Sabíamos que la persona que estaba controlando a BabyGoblin tenía también intereses en esa reunión. Íbamos a atraerlo, a cazarlo. Volvería a recuperar mi creación. Recuperé contactos que había hecho durante otras infiltraciones a la Confederación, me entrevisté y soborné a representantes corporativos y me conecté a Madre con nuevas personalidades para perseguir a BabyGoblin. Se me rasgaban las entrañas contemplar el destello verde, refulgente, bello y furioso, de la forma virtual de BabyGoblin, veloz como la luz, imparable, ágil, lleno de recursos, programas y ataques. Era mío, pero en ese momento pertenecía a otro. Estaba tan cerca y solo podía contemplarlo. Me partía el corazón cómo penetraba sistemas blindados y los abatía con apenas unos comandos de órdenes. Pero estaba conociendo la psicología de mi usurpador. Era demasiado ambicioso.

No fue demasiado difícil la operación definitiva. Ejecutivos sin escrúpulos, políticos ingenuos, mediadores carroñeros. Por supuesto un alojamiento exclusivo y elitista en las afueras de la ciudad. Y un actor inesperado, el hombre que me había robado a BabyGoblin, que quería sacar tajada de unos tratos oscuros. En una operación fulgurante y simultánea a través de la red de Madre y con una infiltración física de nuestros mejores operativos, los atrapamos. Pero yo sólo tenía un único objetivo. Crucé mi mirada con él. El skyhunter, un joven con rostro redondeado y bien cuidado me sonrió. Era el hombre desconocido de los tatuajes que encontré en la cama dormido cuando desperté de mi letargo en Madre. Nuestro grupo de Irrelevantes secuestró a los participantes de la reunión, pero les pedí que me dejaran a solas con el usurpador de mi vida. Estaba dispuesta a pegarle un tiro. Pero no pude. Mi error fue dejar que hablara. Se llamaba Monday y me reveló la verdad, la amarga verdad. Yo le entregué, en otra época, en otro tiempo, a BabyGoblin. El poder y la arrogancia que logré con mi creación habían hecho mella en mi sueño de transformar el mundo de la Red, de la nueva Madre que se estaba formando, en un espacio de libertad sin límites. Me vendí, me corrompí, usé a BabyGoblin para amasar una fortuna absurda, me convertí en una mercenaria de aquellos a los que quería derribar, en una caricatura de pirata digital que se vendía al mejor postor. Mis operaciones con BabyGoblin eran legendarias pero engordaban la maquinaria perversa de las corporaciones, destruyendo las más débiles, reforzando las más poderosas. Hasta que fui consciente del monstruo que había creado. Monday era un talentoso skyhunter que me admiraba, que veneraba a BabyGoblin. Contactamos en Madre y llegamos a un pacto. Le entregaría a BabyGoblin y me puse en manos de un especialista neuronal para que borrase de mi cerebro todo rastro, todo recuerdo y todo acceso a mi creación. No volvería ser BabyGoblin jamás. Y así, con el tiempo, llegué a ser Jimena y a liderar a los Irrelevantes. Pero el deseo inconsciente, la obsesión durmiente, o las trampas de la memoria me hicieron volver a recordar. En el momento justo en que seduje a Monday en una olvidada operación de espionaje, BabyGoblin volvió a mi mente. Y ahora estamos afrontando el futuro. El mío, el de Monday y sobre todo el de BabyGoblin. Nos contemplamos, miramos profundamente nuestros iris. Llegamos a la misma conclusión.

No podíamos volver a caer en la misma tentación de nuevo. Nos abrazamos y lloramos. BabyGoblin debía morir, desaparecer de nuestra existencia. No debía ser para nadie. Si queríamos transformar el mundo gris y plomizo de los hombres, si queríamos cambiar una sociedad, aunque fuera la actitud de unas pocas personas para que no bailaran la melodía diabólica de las corporaciones, BabyGoblin era una fuerza demasiado atrayente y nos volvería a embriagar con su poder. Nos conectamos juntos a Madre. Activamos los protocolos para hacer desaparecer presencia. Su estela verde se difuminó en la atmosfera digital. Nos desconectamos y nos miramos. Hacía unas dos semanas estaba follando con él y apenas lo recordaba. Estaba olvidando a BabyGoblin y a desear nuevas sensaciones. Monday me atrajo a su pecho, me levantó el mentón, abrió mi boca y apretó con fuerza sus labios a los míos. ¿Estoy preparada para cambiar el mundo? Lo único que sé es que su saliva es cálida y amarga a la vez.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

¿Algún comentario?

* Los campos con un asterisco son necesarios