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Notas para un relato

por

Aún no sé qué hago aquí. Este lugar apesta. No aguanto más. ¿Pero es que se han vuelto todos locos? ¡Atajo de estúpidos descerebrados!

—¿Cuándo escribiste la carta?

—Ya se lo he dicho a su compañero y se lo repito a usted ahora. No es una carta, es un relato.

Un relato para un inofensivo concurso literario de bar…

—Ya. Y ese «relato» como tú lo llamas ¿lo escribiste antes o después de matarlos?

—No diga estupideces. Yo no he matado a nadie.

Aunque en este momento me encantaría, y sé muy bien cómo lo haría…

—No, claro. Entonces podrás explicar dónde se encuentran ahora tus amigos.

—Ya se lo he dicho antes. Siguieron de viaje. Y no son mis amigos.

—¿Y cómo cojones se explica que nadie pueda localizarlos? ¿Viajan con los móviles apagados y sin pasaporte?

—Y yo qué sé. A lo mejor no quieren ser localizados. Son muy independientes ellos cuando les da.

—No te hagas la graciosa conmigo. En este momento hay cuatro personas desaparecidas y ese relato tuyo es prácticamente una confesión.

Y usted es prácticamente gilipollas.

El sargento Martos interrumpió su interrogatorio para atender al agente que aguardaba en la puerta con una nota. El sargento la leyó y se la guardó.

—Lo tienes jodido guapa. Ni siquiera te tomaste la molestia de cambiarles los nombres, incluido el tuyo. Ahora lo único que nos falta es encontrar los cadáveres. Dime, ¿cómo te deshiciste de ellos?

—Ah, ¿es que no lo ha leído en mi relato-confesión?

Martos se acercó a la mesa despacio, se encendió un cigarrillo y la miró sonriendo.

—Sabes, las chicas listas como tú me ponen enfermo. Respóndeme a una pregunta: ¿te follaste tu solita a los cuatro?

—En realidad no. Tu madre me ayudó.

El sargento Martos no tenía buen humor y desde luego era fácil provocarle, pero esa la pasó. Al fin y al cabo, él sabía jugar mejor que nadie a ese juego.

—Estás pringada hasta las cejas niñata, y vas lista si crees que tu abogado te sacará en cuarentay ocho horas. No saldrás de aquí hasta que toda esta mierda se aclare.

…primero le arrancaría la lengua, después se la haría tragar…

Marina Guzmán no podía explicarse cómo se había metido en semejante lío. Como tampoco podía explicarse por qué ellos no habían vuelto todavía. ¿Dónde se habrían metido esos cabrones? En algún antro de mala muerte, seguro, fumando marihuana para matar las pocas neuronas que aún les quedaban y tirándose a todo bicho viviente en uno de esos parajes apartados y desconectados. Como si no los conociera…

—¡Joder! ¡Desconectados! Sin móviles ni electricidad… ahora me acuerdo. ¡Maldita sea!

La puerta de la habitación contigua volvió a abrirse, pero esta vez ella ni siquiera se giró. Se obligó a pensar con calma. Al fin y al cabo aquello no era más que una terrible confusión. En algún momento tendrían que aparecer. Fin del misterio. Pero, ¿y si les había pasado algo realmente? Se esforzó por no pensar en eso. Vaya mierda. Y todo por un relato.

De repente se dio cuenta. El concurso… ¡Claro! ¿Qué día es hoy? ¿26? Sí 26 de noviembre… Faltaban sólo dos días para el concurso, y ellos tenían que estar ahí en el momento de la entrega porque si no quedarían descalificados. Y lo sabían. Marina suspiró. Además, ¡qué coño! La policía no tiene nada, sin pruebas, sin cadáveres… y sin cadáver no hay delito ¿no? ¿Y la presunción de inocencia? Me temo que los tipos como el sargento Martos se pasan la presunción de inocencia por el arco del triunfo. Joder.

Intentó relajarse. Reclinó su silla hacia atrás todo lo que pudo y cerró los ojos. Le dolía la cabeza. Llevaba encerrada más de veinticuatro horas; no había comido y apenas había dormido. Al fin se sintió mejor. ¿Quién sabe? Puede que esta experiencia me sirva para escribir una novela de verdad…

—Marina, tienes visita.

El que faltaba. Puede que hoy hasta me sorprenda y me cuente algo que yo no sepa.

Mario San Román era el abogado de oficio de Marina, y aunque ella no le veía muchas luces, en el fondo le caía bien.

—Hola Perry Mason.

—Hola Marina, ¿cómo estás?

—Estupendamente. Como esto siga así, mi relato va a hacerme famosa antes de tiempo.

—Me alegro de que estés de buen humor. ¿Necesitas algo?

—Sí. Salir de aquí. ¿Has venido a decirme que han registrado la casa de la playa?

—Sí. Tenían una orden. Pero no han encontrado nada.

—Por supuesto que no.

—Bien. Iré al grano. Esta es la situación. Si no te acusan de nada en las próximas cuarenta y ocho horas tendrán que soltarte. El relato por sí mismo no constituye una prueba de peso, y la desaparición de tus compañeros… Marina, ¿me estás escuchando?

—26… hoy es 26… ¡Joder! Mario, tienes que hacerme un favor.

—Escucha Marina…

—No, escúchame tú a mí. Esos incompetentes me han confiscado el relato, pero guardo una copia en el portátil que hay en mi oficina. Hasta este momento no me había dado cuenta de que no lo he presentado aún. Quiero que vayas ahora mismo, lo copies y te lo lleves cagando leches al bar. No quisiera perderme un bonito triunfo sólo por estar en la cárcel. ¿Lo has entendido?

—Sí. ¿Cómo entro en la oficina?

—Hay una llave debajo del felpudo. Típico, ¿no?

—Está bien. Dalo por hecho.

—Así me gusta señor abogado.

Mario sonrió. Recogió sus papeles y se levantó. Cuando estaba casi en la puerta ella lo llamó.

—Mario… ¿Estaré presente para la entrega de premios, verdad?

—Pues claro. No te preocupes. Todo se arreglará.

—¿Sabes? Creo que invitaré al capullo de Martos. No quiero perderme la cara que pone cuando le presente a los «cadáveres».

***

Cuando Mario llegó a casa ya era noche cerrada. Dejó su cartera en la mesa y se puso una ropa más cómoda. Tenía algo de cena en la nevera pero apenas comió. En vez de eso, se sirvió una copa y se relajó en el sillón. Al cabo de unos minutos se levantó y cogió la copia que había imprimido para él. Sabía que Marina lo daría por supuesto y no le importó. Además sentía bastante curiosidad. Se inclinó hacia atrás y empezó a leer.

Notas para un relato

Por Marina Guzmán

Cuando la idea surgió en el bar yo ni siquiera me lo plantee. «Concurso Literario.» Pues vale.

Yo nunca había escrito un relato, no sabría por donde empezar, y desde luego, no me veía capaz. Claro que, tampoco sabía entonces cómo matar a alguien.

En realidad el procedimiento es muy simple. Sólo hay que tener claro el objetivo. Después te limitas a ejecutarlo. Mi objetivo siempre ha estado muy claro: detesto la Vulgaridad. Así es. Tanto como la Mediocridad o la Estupidez. Y esa noche en el bar me lo estaban poniendo en bandeja.

En realidad la idea no fue mía, fue de Igor, claro que él nunca lo supo. Su despreocupada naturalidad unida a su agudo ingenio le habían convertido en un tipo brillante. Quizá el más brillante de los cuatro. Hasta que se descuidó.

Philip, su alter ego nocturno, era inteligente, intuitivo y muy atractivo, con cierta fama de don Juan, lo cual unido a un cierto toque de timidez resultaba sumamente interesante. Esa noche me defraudó.

Después estaba Simon, el intelectual del grupo, culto, elitista y refinado… y por supuesto endiosado.

Y por último Richie, discreto y reservado, aunque con un talento asombroso para la literatura. A veces me pregunto si en realidad merecía morir. Al fin y al cabo él ni siquiera rozó la vulgaridad. Aunque quizá hizo algo peor: consentirla.

Es curioso cómo una sola noche puede cambiar la vida de una persona. Y cómo cuatro personas de talento pueden sucumbir a la vulgaridad más extrema y atroz. Con cada frase apestosa una explosión de júbilo… Con cada trago de alcohol un desafío más…
Fue nauseabundo.

—Vamos mujer, cambia de cara, no te hagas la estrecha a estas alturas… Si en el fondo te gusta, ¿eh?

Más risas. Asquerosas carcajadas pestilentes de alcohol y sudor.

Cuando ya creí que no lo soportaría más, entré en el baño y me mojé la cara. Me quedé un segundo mirando mi rostro algo más que pálido en el espejo. Y entonces lo vi claro. Sabía lo que tenía que hacer. Es más, sabía hasta cómo lo haría. Ya tenía relato. Un relato perfecto que jamás nadie olvidaría. Nunca antes había experimentado una sensación así. Cuando volví del baño, todo seguía igual. Las mismas mezquindades, las mismas caras desencajadas. Estulticia por doquier. Tuve que hacer un gran esfuerzo por mantener la sonrisa que me había dibujado. Esperé pacientemente un buen momento y, para mi sorpresa, éste me vino de la mano de Igor:

—Joder, no tengo relato aún. No escribo más que mierda. No sé cómo lo voy a hacer.

Bingo. Me incliné sobre la mesa para coger la copa y tragué saliva. Entonces solté la red.

—Chicos.. ¿qué tal si nos vamos todos este fin de semana a mi casa de la playa? Allí podríamos emborracharnos a gusto y escribir los relatos. ¿Qué os parece?

La respuesta no se hizo esperar. Las mismas bromas absurdas de siempre unidas a sus banales insinuaciones sexuales… Como moscas a la miel…

La casa de la playa estaba situada en un paraje apartado y tranquilo, junto a una pequeña cala y a unos siete kilómetros del pueblo. Llegamos el sábado al medio día. Hacía un buen día, inusual en esa época del año. Aún así no se veía ni un alma por la zona. Tras el reparto de habitaciones Simon propuso bajar al pueblo a por existencias. Igor y Richie se ofrecieron a acompañarle (querían asegurarse de que compraría un buen whisky y no esa «bazofia» que tenía yo en casa), lo que provocó que me quedara a solas con Philip.

Philip no tardó ni diez segundos en insinuarse, lo cual no me sorprendió. Conocía su fama de depredador sexual pero a pesar de ello no puede evitar el morbo. En cualquier caso, sabía que si quería acostarme con él esa sería la última oportunidad que tendría, así que me dejé seducir…

—¿En tú cama o en la mía?

…y la verdad es que su fama era merecida.

La tarde dio paso a la noche que transcurrió como esperaba. Poca comida y mucho alcohol. Y así hasta la madrugada. Todo estaba saliendo según lo planeado, pero de todas formas tendría que estar alerta. Me la estaba jugando como nunca antes hubiera imaginado y cualquier despiste sería fatal.

—¿Otra copa chicos?

—Por supuesto. Deja que te ayude. Dijo Richie.

—No te preocupes, tú sigue escribiendo, pequeño genio. Estoy deseando leer el fragmento de hoy.

—Sí, pues con el pedo que lleva lo vas a flipar —se rió Philip.

Más risas. Perfecto. Van hasta arriba. Me metí en la cocina y rápidamente saqué los sobrecitos donde había triturado previamente los somníferos. Lo hice todo mecánicamente, sin pensar. Uno por cada copa serían suficientes para tumbarlos en menos de diez minutos. Con Richie fui más generosa.

—Aquí tenéis.

Ahora venía lo más delicado. Si no conseguía atraerlos se jodería todo el plan.

—Os propongo un juego.

—¿Qué clase de juego, monada?

—No seas ansioso Igor. Digamos que es algo diferente. Eso sí, tendréis que seguir ciertas reglas. No os mováis de aquí.

Me fui a mi habitación dispuesta a vestirme para la ocasión: traje de látex negro y guantes a juego. Eso les confundiría bastante. Después salí a buscarlos.

Las miradas que se intercambiaron nada más verme me dieron la pauta de que todo iba a ser perfecto. Aunque observé que ya casi no podían bromear y apenas andar.

—Vaya con la nena, está hecha una viciosilla… —apuntó Igor.

—Muy bien —ordené—. A partir de ahora tendréis que hacer exactamente lo que yo os diga. Ven aquí Philip, túmbate en mi cama.

—Joder… creo que me he pasado con el último cubata —dijo Philip tambaleándose hasta la cama.

Tenía que darme prisa, los somníferos estaban actuando antes de lo previsto.

—Igor, tú aquí, a su lado. Simón siéntate en la silla que hay en la esquina…

Joder, ya se están desmayando. Dejé a Igor arrodillado junto a la cama y me fui a por Simon mientras escuchaba la caída de Richie en el umbral de la puerta. En pocos minutos los cuatro habían quedado inconscientes.

Me quedé un buen rato parada delante de la puerta sopesando la situación. Tenía mucho tiempo por delante antes de que alguno de ellos despertara, así que me puse cómoda en el sillón del comedor y me relajé mientras escuchaba Sweet Dreams, versión de Marilyn Mason. Muy apropiado.

Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando empezaron a despertar. Todos menos Richie. Habían dormido más de diez horas, un tiempo que yo había aprovechado bastante bien. Todo estaba en su sitio. El escenario dispuesto. Los personajes listos para la acción.

Philip permanecía tumbado en la cama, aunque ahora completamente desnudo, boca arriba, y con las manos esposadas a su espalda. Le había colocado un bonito collar de pinchos alrededor del cuello y había atado la correa a uno de los extremos del cabecero de la cama, de manera que estuviera lo más tensa posible. Suerte que no se movió ni vomitó mientras estuvo inconsciente. Ninguno lo hizo. En un lateral de la cama estaba Igor, arrodillado, con la cabeza apoyada en el cuerpo de Philip y atado fuertemente de pies y manos con una soga. Lo había desnudado parcialmente, de cintura para abajo. Al fondo de la habitación se hallaba Simon, atado a una silla de manera que apenas pudiera moverse y con las manos esposadas hacia delante. Richie seguía tirado en el suelo sin moverse. Ninguno llevaba la boca tapada. Me interesaba mucho lo que podrían llegar a decir en su estado y no había peligro de que nadie pudiera oírlos ya que había insonorizado las ventanas.

Yo me quedé en la puerta. Había dispuesto una pequeña mesita auxiliar con todo lo necesario: un reproductor de cedes, un cuaderno de notas, lápiz, una cámara de vídeo, una máscara, unos guantes de repuesto… y otros utensilios que me servirían llegado el momento. Cuando vi que ya estaban lo suficientemente despejados empecé a hablar.

—¿Qué tal se encuentran los bellos durmientes? Imagino que no demasiado bien, así que seré breve. Después de sopesarlo detenidamente he decidido presentarme yo también a ese dichoso concurso. Pero para eso necesito escribir un relato que esté a la altura. Algo digamos… impactante. ¿Y qué mejor modo para ello que contar con la colaboración de unos veteranos como vosotros? Os estaréis preguntando qué estáis haciendo de esta guisa. Pues bien, vais a participar en una pequeña representación.

Al principio ninguno de ellos se atrevió a abrir la boca. Creo que estaban demasiado aturdidos como para entender lo que estaba pasando. Después Simon rompió el silencio:

—¿De qué estás hablando?… Qué… ¿Qué es todo esto?

—Esto es el escenario y vosotros sois los protagonistas —aclaré.

—Oye tía, como broma ya está bien. Ahora suéltanos, tengo una resaca de la ostia y me va a estallar la cabeza —Intervino Igor.

—Cállate Igor. Os diré lo que va a pasar a continuación. A partir de ahora haréis exactamente lo que yo diga porque si no os mataré.

—¿Pero qué coño dices? ¿Estás loca o qué? —dijo Igor con la cara desencajada.

—Marina quítame esto joder, no puedo respirar… —gimió Philip con el cuello ladeado.

—Philip, cariño, te aconsejo que no te muevas.

—Bueno ya está bien —dijo Simon con voz ronca—. No nos gusta tu puto juego de mierda así que desátanos de una vez.

—Simon querido, cuida tu lenguaje —me acerqué más a él—. ¿No te gusta mi juego? Pero sí os gustan los vuestros, ¿verdad?

Me acerqué despacio a la cama mientras observaba a Igor. Philip seguía inmóvil con la mirada fija en el techo. Me dirigí a ellos.

—Bueno chicos, vosotros sois el plato fuerte. Es una suerte que seáis tan amigos y tengáis esa complicidad que os caracteriza —miré a Igor y le sonreí—. Supongo que a estas alturas ya sabrás por qué te he colocado en esta posición tan «erótica».

—¡Maldita zorra!

—Vamos Igor, ¿Dónde están tus modales? No seas tan puritano, si en el fondo te gusta… ¿Cómo era…? ¡Ah, sí! «FELACIÓN EXTREMA… hasta el VÓMITO» ¿No, Philip? Verás Igor, vas a hacerle a Philip la mejor mamada de su vida. Y tú, Philip, vas a dejarte llevar y a disfrutar de ello como nunca. Lo entenderéis mejor si os explico las reglas.

Volví a mi mesa, puse un cedé en el reproductor y saqué la pistola automática que había guardado en el cajón antes de continuar. Los tres se quedaron con la mirada clavada en el arma.

—Regla número uno: si Philip no se corre, morirá. Regla número dos: si Igor se para o vomita antes de que Philip se corra, morirá. Vaya, casi me olvido de Simon… Simon lo grabará todo con esta pequeña cámara —cogí la cámara y se la coloqué entre las manos—. Quiero material de primera para mi relato. Regla número tres: si Simon deja de grabar en algún momento, los tres moriréis. ¿Ha quedado claro?

Simon me miró fijamente. No daba crédito a lo que estaba pasando. Ninguno lo daba. Finalmente se atrevió a hablar:

—Estás loca si crees que puedes humillarnos y acojonarnos hasta ese límite. No vamos a participar en esta mierda, así que ya puedes empezar a pegar tiros si tienes cojones.

Me quedé un segundo mirándolo fijamente. La verdad es que nunca había soportado su maldito complejo de superioridad aunque reconozco que le estaba echando un par de huevos.

—Sabes ¿Simon?, siempre fuiste un pelín arrogante.

Me di la vuelta con la pistola todavía en la mano. Quité el seguro y me agaché hasta donde estaba Richie tirado en el suelo, entonces le disparé un tiro a bocajarro en la cabeza. Me fijé en cómo la sangre me había salpicado la mano y el pecho. Escuché un grito, después sólo sollozos.

—Como iba diciendo antes de ser interrumpida, las reglas son muy sencillas. Y como ya no creo que surjan más dudas será mejor que comencemos.

Me di cuenta de que Philip no movía ni un músculo. Y mientras Igor gemía como un niño, vi claramente como le temblaban las manos a Simon mientras agarraba la cámara y se la ponía a la altura de los ojos.

Apreté el botón de play del reproductor y me recliné en mi asiento con el bloc de notas en la mano.

—Que comience el espectáculo.

En ese momento empezó a sonar Hapiness in Slavery de Nine Inch Nails.

Al principio pensé que aquello iba a durar eternamente pero para mi sorpresa todo fue bastante fluido. Tal y como había imaginado, Philip alcanzó el clímax de forma rápida y violenta. Las pequeñas convulsiones que le produjo el orgasmo le hicieron tensar el cuello demasiado arriba de manera que el collar le presionó fatalmente hasta degollarlo. La sangre le salía a borbotones por el cuello, y mientras él ahogaba su voz, los NIN alzaban la suya. Le petit mort como dirían los franceses, le estaba matando para siempre. Fue entones cuando Igor empezó a vomitar con fuerza.

Por extraño que parezca Simon no dejó de grabar ni un segundo y sólo paró cuando Philip dejó de respirar. Durante unos minutos nadie dijo una sola palabra. Simon permanecía inmóvil con la cámara apoyada en sus rodillas y las mejillas llenas de lágrimas. Igor, por su parte tenía la cara manchada de sangre mezclada con restos de vómito y semen. Por fin dejó de vomitar. Entonces me puse la máscara que había sobre la mesita y cogí el bisturí que había traído conmigo. Mientras avanzaba hacia Igor, oí como gemía de nuevo.

—¡Dios mío…! —exclamó aterrorizado.

—¡Ah! ¿Ahora crees en Dios?

Esperé unos segundos hasta escuchar de nuevo uno de mis temas favoritos: Long Hard Road Out of Hell, de Marilyn Mason, antes de continuar.

—Igor díme… ¿te gusta ser un cerdo? ¿Eh? ¿Eres un cerdo? ¿Sí? No te oigo… Eres un maldito cerdo, ¿verdad? —Igor asintió temblando de pies a cabeza mientras yo le rodeaba el cuello con el bisturí—. ¿Sabes lo que tarda un cerdo en morir desangrado? Siempre has querido vivir como un cerdo. Pues bien, ahora morirás como un CERDO. Por cierto… creo que esta vez no podrás limpiarte en las cortinas…

Le sujeté con fuerza con una mano mientras con la otra le realizaba un corte limpio en los testículos. La sangre empezó a manar a borbotones, mientras Igor gritaba y se retorcía de dolor. Retrocedí un poco para subir la música y vi cómo Simon dejaba caer la cámara.

—Simon, sigue grabando.

—Marina, por favor… ¡Por Dios! —el rostro de Simon se puso amarillo.

—¡He dicho qué sigas grabando!

Todo acabó en pocos minutos. En mi vida había visto tanta sangre. Tampoco había oído gritar a nadie de esa manera.

Ya no faltaba mucho. Dejé que Simon se recuperara de su pequeño shock y fui a buscar la copa que había dejado preparada en la cocina. Me acerqué a él justo cuando levantaba la cabeza. Había dejado de temblar.

—¿Puedo preguntar por qué? —soltó de repente, con su mirada clavada en la mía.

—Vamos Simon, no insultes a tu inteligencia. Ya sabes el porqué. ¿Te he contado alguna vez mi teoría sobre la Vulgaridad? Supongo que no. Además tampoco me hubieras prestado mucha atención. Estabas demasiado absorto en tus propias teorías. ¿Recuerdas aquella tan fabulosa sobre la vida y la muerte, y sobre el hecho de que cada uno de nosotros debería morir tal y como hubiera vivido?… Philip era un cerdo sexual… Y Igor… Bueno, Igor era simplemente un cerdo.

Simon empezó a comprender.

—Y Richie, ¿merecía la muerte que tuvo?

—No te preocupes por Richie, él ya estaba muerto cuando le disparé. Sí. Murió mientras dormía el sueño eterno… Suave y discretamente, tal y como había vivido. Aunque sirvió de ejemplo a los demás.

—Dios mío… No sabes lo que has hecho… ¿Cómo es posible que hayas tomado en serio…? Marina, por favor, no has entendido nada, eso no eran más que ideas….

—Basura. Eso era. Y tú el basurero mayor. Me dais asco. Todo vuestro talento al servicio de la basura más absoluta.

—Marina, escúchame por favor —Simon estaba completamente desesperado—. Estás cometiendo un gravísimo error, tú… tú no eres así… Tú tienes talento, tienes clase… y no vas a… a… No harás ninguna locura más porque… porque aún puedes elegir…

—Buen intento Simon —le interrumpí—, pero es un poco tarde para eso, ¿no crees?

—¡Maldita seas! ¿Acaso te crees Dios?

—No. Pero soy lo más parecido que tienes en este momento y mucho mejor. Dios no hará nada para ayudarte y yo sí. Te dejaré elegir una muerte digna y sin apenas sufrimiento —Simon miró de reojo la copa que había dejado a su lado mientras hablaba—. Tú siempre has sido el más elitista… y la elite no puede morir de forma tan… burda, ¿verdad?

—Estás loca. No… No pienso hacerlo.

—Sí, lo harás. Ya lo creo que sí.

—No. No puedes obligarme a hacer algo voluntariamente. Eso es lo único que me queda, y si así puedo joderte tu maldito y enfermizo plan me alegro —dijo desafiante—. Así que ya puedes pegarme un tiro si quieres.

—Está bien. Si es eso lo que quieres te meteré un tiro aquí mismo. Y después mataré a la única persona en el mundo que de verdad te importa.

El rostro de Simon se ensombreció.

—Eso es un farol No te creo. Sólo intentas acojonarme.

—Es posible. Pero si no lo es, ella morirá. Dalo por seguro. Si es un farol, es un farol de puta madre…

—¡Maldita psicópata hija de puta! ¡Te mataré, juro que te mataré…!

Hubo un silencio atroz. Después Simon se derrumbó y se echó a llorar.

—¿Cómo sé que no la matarás igualmente?

—Lo sabes.

Me incorporé y ayudé a Simon a levantarse. Le había soltado los pies pero apenas podía caminar. Después me lo llevé a la playa, justo delante de la orilla y lo acomodé en una roca.

—¿Por qué no me has dejado en la casa?

—No era el contexto adecuado.

Simon no dijo nada. Entonces le acerqué la copa.

—Vamos Simon, no pongas esa cara. Eres un héroe, y vas a tener una muerte digna de un emperador romano. Bebe.

Regresé dando un pequeño paseo. Aún me quedaba algo de tiempo aunque tenía mucho trabajo por delante. Pero eso ya estaba previsto.

Según me acercaba a la casa pensé en mi relato y en cómo iba a terminarlo pero para eso todavía tenía varios días. Entré por la puerta lateral que comunicaba con la cocina y en seguida me preparé algo de comer. Tenía mucha hambre. Cuando terminé, escuché la canción que estaba sonando en ese momento: Waiting for the Night, de Depeche, y me pregunté si yo había dejado conectado el reproductor de cedés todo ese tiempo. Crucé despacio el comedor para subir la música y al pasar por delante de mi habitación vi a Philip sobre la cama cubierto de sangre. En ese momento me di cuenta de que había perdido a un buen amante. Lástima.

FIN

***

Mario levantó la vista del papel y la fijó en el mueble que había junto al televisor. Había dejado de fumar hacía dos meses. Sin pensarlo dos veces se levantó y cogió el paquete de tabaco que estaba en el segundo cajón.

***

—Marina, al teléfono. Tu abogado.

Por fin.

—Mario, ¡por Dios! ¿Se puede saber dónde coño te habías metido? Esos mamones que se hacen llamar policías me tienen prácticamente incomunicada. No entiendo nada ¡joder! ¿Sabes qué día es hoy?

—Sí.

—¿Y a qué esperas para venir? ¿Entregaste el relato verdad?

—Sí.

—Bien. Pues mueve el culo de una vez y ven a sacarme de aquí. ¿Habéis hablado ya con esa panda de mocosos «desaparecidos»?

—No… no exactamente.

—¿Cómo que «no exactamente»? ¿Qué quieres decir con eso?

—Es difícil de explicar.

—Pues empieza de una vez, me estás poniendo nerviosa y además no puedo llegar tarde a la entrega.

—Verás… el concurso se ha suspendido.

—¿CÓMO? Es una broma…

—No.

—Mario dime ahora mismo que está pasando.

—Escúchame bien Marina. Quiero que sepas que pase lo que pase voy a sacarte de ahí. No estás sola. Voy a para allá, estaré allí en quince minutos. Y no hables con nadie.

—¿Pero qué coño…?

***

—¿Qué va a pasar ahora doctor?

—Bueno, no estoy seguro. De momento la mantendremos aquí. Supongo que gran parte dependerá del testimonio de ese chico, el tal Simon. Es increíble que haya sobrevivido, tenía rastros de veneno en su cuerpo como para haber matado a un caballo. Al parecer lo estuvo vomitando hasta que se le desgarró la garganta.

—Necesito hablar con él.

—No creo que puedas. La policía aún no ha podido interrogarle, los médicos no lo permiten por el shock postraumático. Además es posible que muera.

—¿Cómo está ella? ¿Sigue sin recordar nada?

—No exactamente. Sus recuerdos están, por así decirlo, fragmentados y seleccionados. Sufre un trastorno de personalidad que le obliga borrar la parte que no acepta de sí misma.

—Aún no puedo creerlo. Dígame doctor, ¿no hay ninguna posibilidad de error?

—No Mario, lo siento. Aunque no hayamos determinado aún un diagnostico seguro al cien por cien, conozco bien este tipo de patologías. Además la policía encontró las cintas. Lo grabó todo, ¿sabes?

El rostro de Mario se entristeció.

—Venga Mario, tú ya has hecho todo lo que podías. Si no llega a ser por ti y el informe médico, ahora estaría en una celda a la espera de una condena de por vida. ¿Por qué no te haces un gran favor? Olvídala. Esa chica está seriamente trastornada.

—Yo no estoy tan seguro.

—Como quieras. Si me necesitas ya sabes dónde encontrarme. Adiós Mario.

—Adiós doctor, y gracias por todo.

Epílogo

Aún no sé qué hago aquí. ¿Es que se han vuelto todos locos? No aguanto más. ¡Atajo de estúpidos descerebrados!

Marina no podía entender cómo había ido a parar a aquel lugar. De todas formas pronto saldría de allí. Y ya había decidido cómo lo haría.

Martín, el enfermero de noche, levantó la vista de su mesa de trabajo y le sonrió.

Ella le devolvió la sonrisa.

Lástima que sea tan vulgar… Porque yo detesto la Vulgaridad. Así es. Tanto como la Mediocridad y la Estupidez.

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