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No es garito para viejos

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El frío hace su húmeda y brillante aparición con la caída de la noche en la ciudad maldita. Millones de seres únicos como copos de nieve huyen a sus hogares buscando la falsa sensación de calidez y seguridad que tanto los reconforta. Es casi primavera. La niebla y el aire seco helado golpean a las almas torturadas por vidas mal aprovechadas en el corto trayecto hacia la muerte. El frío aulla con el último estertor clamando por su inminente muerte pero recordándonos que pronto resurgirá desde sus cenizas para volver a extender su poder blanco.

Vlad está un poco melancólico esta noche. Apenas ha descansado durante el día. Las preocupaciones no le dejan pegar ojo. Aunque conciliar el sueño es algo que se hace cada vez más difícil según avanza el paso del reloj. Vlad es muy viejo, muy, muy, muy viejo. Casi tanto como lo es el tiempo. Pero lo que le quita el sueño a Vlad nada tiene que ver con su edad. Está muy preocupado porque los tiempos cambian demasiado rápido. Desde su punto de vista es como si el mundo no se detuviera a acostumbrarse a sí mismo y hubiera empezado a dejar atrás a todo aquel que no sea capaz de seguir su ritmo. Los jóvenes lo empiezan a controlar todo, y eso le preocupa. Porque un hombre joven tiene el impulso y el vigor suficiente para hacer que todo cambie, pero le falta la experiencia y la sensatez de un hombre mayor para hacer que todo funcione. Los jóvenes son, en su conclusión, una panda de idiotas idealistas que no saben culminar las grandes ideas. Sobre todo cuando esas ideas consisten en cambiar el estatus de los vampiros. Hay cosas que es mejor no tocarlas. Y la melancolía de Vlad viene por recordar los viejos tiempos, tiempos buenos de verdad. La memoria es el único recurso que le queda al viejo vampiro para sentirse acompañado. Para él todo queda atrás, no hay futuro porque sólo puede sentir el presente e intentar no afligirse por echar la mira atrás y ver lo que quedó.

El vampiro mira por el enorme ventanal de su palacio en lo alto de la colina. La ciudad se ilumina con sus luces amarillas: el color es intenso a pesar de que la niebla hace lo posible por envolverlas y atenuarlas. Un carraspeo intenso lo saca de sus pensamientos. No hace falta volverse para saber de quién se trata. Es Belnius, su asistente eterno. Una relación de tantos siglos hace que dos personas se conozcan en profundidad. En mucha, mucha profundidad, casi tanto que prácticamente se podrían asimilar las personalidades mutuamente.

—¿Sí, Belnius?

—Sus sobrinos acaban de llegar para la cena, querido sire.

—¿Belnius?

—Señor.

—¿Cuánto llevamos juntos?

—Quinientos cincuenta y seis años, mi sire. Se me han hecho cortos, señor.

—¿De verdad?

—1458 fue un gran año para mí. Mi mujer me dejó y se llevó a los niños para vivir con el herrero del pueblo. Era un idiota y un mal herrero, pero debía de hacerla feliz. Mis hijos me despreciaban porque creían que iba a dejarles en la ciudad para toda la vida, ya que deseaban irse al campo a cultivar. Que eso del colegio no era para ellos. Mi cura y confesor le contaba a la gente lo que le confesaba. Mis amigos no eran mis amigos y creo que la gripe iba a acabar conmigo. Pero llegó el buen señor y vio en mi lo que veía en mí la corte de la buena Castilla. Un sirviente como está mandado. Y por eso me dio la inmortalidad. Para servirle como es debido. Y que se joda todo el mundo. Así sin preguntar va el buen señor y me convierte en un eterno. Pero no un eterno de los buenos, de los que chorrean glamour y se cepillan a todas las tías de lugar. El buen señor no me convierte en un vampiro. Me convierte en medio vampiro y adepto. Es decir que soy lo peor de dos mundos. Pero tranquilo ya se me pasó el cabreo hace tiempo. Dejé una vida maravillosa en la que podría haber muerto en mi cama en soledad por todo esto. Y ahora baje, coño, que la cena no va a subir sola.

—Belnius… ¿ya te había preguntado esto, verdad?

—Este año todavía no. Pero gracias. Y dé las gracias usted también. El año pasado cuando me lo preguntó casi le saco los ojos, ¿lo recuerda, sire?

—Belnius, eres un cabrón.

—¿Qué le dije de eso de insultar al personal laboral? Ya tuvimos esta conversación durante unos cuantos años a principios del siglo XX. Como me falte al respeto otra vez le prendo fuego.

—Cálmate, no vaya a darte un infarto y me quede sin tu agradable compañía.

—¡Carcamal!

—¡Paria! Y ahora andando. Hace mucho que no veo a mis chicos.

—Yo también los echaba de menos, mi sire.

***

Nacho y Enrique están admirando la colección de armas antiguas de su tío. Siempre lo han admirado. Es un romántico. Le gusta coleccionar de todo un poco y ellos procuran traerle alguna pieza rara que encuentran a lo largo y ancho del mundo en sus numerosos viajes. Nacho y Enrique son vampiros relativamente maduros. Convertidos a mediados del siglo XX y bajo la tutela de Vlad para ser los guardianes del clan Asuan, del cual Vlad es fundador. Se dedicaban a viajar para vigilar los negocios del clan y cuidar de que nadie descubriera su existencia. Y son buenos en su trabajo. Son tipos con un carácter un poco duro agriado por el paso de los años y marcados por lo peor de dos mundos. La bondad y las ganas de comerse el mundo han sido desplazadas por el cinismo y la desconfianza amarga, pero en el fondo son buenos chicos. Nacho es rubio, alto y algo gruñón. Enrique es un poco más bajo y moreno y con un carácter bastante fuerte. Ambos visten de riguroso luto como manda el precepto del rock. Y porque es fácil de lavar.

Belnius baja la escalera.

—Inclinaos ante Vlad II de los Urales. El primero de la estirpe Nun, puro de sangre e inmortal. El gran sire de la noche, el gran Maestro de los Antiguos, el señor del dolor y gran decantador de sangre. El gran Vlad «el Penetrador»…

—Joder, Belnius… ¿te deja que lo llames así? —salta Nacho sorprendido.

—¡Te va a reventar a hostias! —sentencia Enrique.

—Belnius, tarado mental, te voy a arrancar los dientes —grita Vlad desde lo alto de la escalera.

Belnius sale corriendo hacia otra estancia. El viejo vampiro baja despacio los escalones sonriendo mientras mira a Nacho y Enrique.

—Hijos míos, os echaba de menos.

—Y nosotros a ti, gran maestro —dice Nacho acercándose para besar la mano de Vlad.

—Es verdad que sí, mi amado —sonríe Enrique mientras repite el gesto de Nacho.

—Vamos a cenar, tendréis hambre. ¡Espero que la cena al menos esté buena, maldito idiota! —grita Vlad hacia la cocina con la esperanza de que Belnius lo escuche.

—No te disgustes, tío. La culpa es tuya por seguir con el tema de las anunciaciones. Ya no se hacen esas cosas. Uno simplemente llega un sitio y dice «hola». No hay que anunciarse —se jacta Nacho.

—Eso es en tu mundo. En el mío no eres nada si no te anuncian, se declaman tus títulos, te reverencian y además tienes un chambelán, a pesar de que sea un auténtico miserable.

—Hombre, con lo de «Vlad el Penetrador» se ha pasado un poco, tío —dice Enrique ayudando a Vlad a sentarse en la mesa.

—Te pasas la vida aniquilando a tus enemigos, te pasas la vida siendo cruel con ellos, torturándolos, violando a sus mujeres, violando a sus perros, matándolos hasta que la sangre te llega a los tobillos, te labras una fama por tu crueldad, los niños se mean cuando se pronuncia tu nombre en la cena. Pero te tiras a una princesita finolis de alta cuna con contactos que después requiere de asistencia médica… Yo no tengo la culpa de tener la espada que tengo; además el año de 1600 hizo a las mujeres muy débiles. No aguantaban nada. No creía que se fuera a romper… Pero de ahí a que se me ponga ese mote para la eternidad. Es casi una crueldad.

—No te angusties, sire nuestro. Disfrutemos de la compañía y la cena. ¿Un poco de jerez con sangre?

—Sí, por favor, hijo mío.

Belnius aparece con la cena. Es carne cruda sangrante de vaca. Los vampiros de vez en cuando tienen que comer algo. Sobre todo los más jóvenes. Para Vlad comer casi no es obligatorio. Él es uno de los más antiguos, de los primeros. De los que llegaron en la nave originaria. Pero eso es una historia que a Vlad le duele recordar.

Belnius sirve bebidas y empiezan a comer.

Se nota que Vlad está feliz con la vuelta de sus sobrinos. Evidentemente no lo son de verdad, pero él les dio ese estatus hace muchos años por su buen comportamiento. No fue fácil adaptarse a ellos porque al principio no los quería. Se veía con bastante fuerza como para controlar él solo al clan. Pero el resto de sires lo obligó a tenerlos bajo su tutela para poder dividir tareas con el tiempo. Él lo vio al principio como un intento de socavar su autoridad y su poder. Pensaba que Enrique y Nacho se volverían contra él en algún momento. Pero insistió en participar en su educación y en su entrenamiento y al final consiguió disipar sus dudas. Estaban perfectamente capacitados para servirle hasta la últimas consecuencias. Y eso que Vlad no está en su mejor momento. Vlad está siendo cuestionado por ser casi un revolucionario entre los antiguos.

—¿Cómo va el consejo de antiguos, mi sire? —pregunta Enrique.

—Se jodan.

—Claro, conciso y concreto, como un político de antes, sire mío —dice Nacho riéndose con la boca abierta y enseñando la comida.

—Están cerrados en sí mismos y no ven el peligro. Yo les digo que intentemos cambiar y modelar el consejo a raíz de los nuevos tiempos y las nuevas necesidades. No hacen ni caso. Es como hablar a las paredes. Y mientras tanto esos frikis de los Cambiantes están proliferando y ganando seguidores por todo el mundo. Son unos radicales, demasiado populistas. Lo van a estropear todo y la vamos a liar. Quieren exponerse y que los humanos nos acepten. Y quieren que los hombres lobos y demás bestias de la noche hagan lo mismo. Fijo, ¿y qué más? ¿Que hagamos cursos de sensibilización para acercarnos al mundo hediondo de los Nosferatu? ¿Me abro una cuenta en Facebook? ¿Tuiteamos? Esto se nos va de las manos.

—El mundo cambia, tío —asiente con la cabeza Enrique—. Es verdad que nos hemos encontrado con esos idiotas de los Cambiantes por ahí, pero ni caso. La cosa está bajo control en nuestro clan. Los elementos que han querido jodernos están acabados. Los negocios prosperan. Los estirados de los trajes dicen que la cosa marcha. No me lo creo pero dicen que sí. No te puedes fiar de ellos, pero de momento… En fin, no le des vueltas. El mundo cambia y ya no quieres echarle un pulso, tío.

—Para vosotros también. Habéis pasado casi veinte años lejos de esta ciudad. Estáis desactualizados. Os miro y no veo lo mismo que veo por la televisión.

—¿Desactualizados? Somos gente guay, tío. Míranos —dice Nacho señalando con las manos de arriba a abajo.

—Creedme, habéis estado demasiado tiempo trabajando. Nada es igual.

—Bueno, tío, no te preocupes, que sabemos adaptarnos.

—¿A sí? ¿Vais a ir a ese local que tanto os gustaba antes después de la cena?

—Pues sí, si no te importa, tío. Es que llevamos tanto tiempo fuera que queríamos salir a divertirnos por la ciudad y todo eso. Pero si quieres nos quedamos aquí y hablamos un rato. Además te hemos traído un regalo. Enséñaselo Nacho.

—Te va a encantar, tío.

Nacho sale corriendo hacia un armario y lo abre. De dentro saca un enorme gran paquete. Coloca el regalo delante de Vlad y éste lo abre entusiasmado retirando el papel de rojo satén que lo envuelve. Dentro hay una caja que contiene un sable con pinta de antiguo.

—Era del almirante Nelson, para tu colección de espadas de militares famosos. Nos costó un riñón a cada uno, pero todo es poco para ti, gran maestro.

—Sois los mejores, de verdad que los sois. Es un regalo precioso. Habéis alegrado este viejo y podrido corazón. Belnius, mira qué regalo me han hecho.

—Es un regalo estupendo, mi sire.

—Y tenemos otro para ti, Belnius —dice Enrique mientras agita una caja pequeña envuelta en un papel de regalo horrible.

—¿Para mí, mis señores? ¡Cuánta amabilidad!

—Eres un buen tipo, y siempre has cuidado de nosotros. Te lo mereces —Belnius abre el regalo con una sonrisa y se queda estupefacto ante la visión de lo que tiene delante.

—¡Es el nuevo Asesinos de vampiros 3 que todavía no ha salido! ¡Imposible!

—Sí, lo es; un tipo nos debía un favor. Un tipo importante de la industria. Saldrá a la venta dentro de un mes y tú ya lo tienes en la mano.

—Joder, creo que me va a dar un infarto.

—Nos alegra saberlo.

—Terminemos la cena y marchad tranquilos. Mañana nos vemos por la tarde. Sabéis cómo alegrarme el día —sentencia el tío Vlad.

***

—¿Estás seguro de que era aquí? —pregunta Enrique.

—Claro que estoy seguro, nos hemos pasado media vida ahí dentro —replica Nacho mirando el local desde el otro lado de la calle mientras se lía un porro.

—Ya pero… ¿antes tenía tanto neón en la fachada?

—No, pero lo mismo lo han remodelado un poco. Ya sabes, en plan nuevo look y nuevas sensaciones. Pero seguro que el espíritu permanece.

—Ya pero… es que es mucho neón. Neón azul y blanco. Y veo entrar a mucha gente. Antes no había tanta gente.

—Hemos estado mucho tiempo fuera. Es normal que esto haya ido para arriba. Era un sitio genial. Lo mismo es que hemos pillado la noche movida o que va de otro rollo. Reconozcamos que no a todo el mundo le gusta el rock. Y esta gente tiene que comer.

—Son vampiros como nosotros. No comen mucho.

—Joder, ya me entiendes, tronco. Es caro ser vampiro. Mudarse cada poco tiempo, pagarse el ataúd, la insonorización de la casa… ¿Sabes cuántas casas tengo que pagar?

—Siete, siempre lo dices. Estás todo el día diciendo lo mismo: «Tengo que pagar siete putas casas, joder, es peor que siete putos divorcios. Mierda. ¿De dónde coño voy a sacar el puto dinero? Porque el puto banco ni olvida ni perdona…». Espero no haberme olvidado de ningún «puto».

—Pero mira que me tocas los huevos, Enrique.

—No te enfades y pásame el porro. Mira que somos idiotas. ¿Cuántos nos tenemos que fumar para que nos haga efecto?

—La última vez creo que unos treinta y siete, y sólo conseguimos un puntillo gracioso.

—Se nos va de las manos. No podemos seguir haciendo cosas de humanos. Ya no lo somos. Joder, hace cincuenta años que no lo somos.

—El tío Vlad me dijo que nunca dejara de mirar con un ojo a mi pasado humano. Que siempre lo tuviera presente porque así comprendería qué es lo mejor para los dos mundos.

—Sois unos románticos tú y el tío Vlad. Suena un poco raro lo vuestro.

—¿Pero qué dices? Si a ti también te cae bien.

—Ya, pero yo no quiero tirármelo como tú.

—Me cago en todo. Retira eso.

—Si a mí me parece bien. Lo que hagan dos adultos en la cama es asunto suyo. No voy a juzgar a nadie.

—Idiota. Estoy seguro de que si eso ocurriera estarías a mi lado grabándolo y tocándote. Bah, en fin, vamos para adentro.

***

Ruido y más ruido atronador. La música entrando hasta el mismo tuétano y golpeando remotas partes del cerebro atrofiadas tras milenios de evolución. Luces cegando a los parroquianos y bebida corriendo a mares para elevar el espíritu de la fiesta. Un DJ siendo aclamado por el personal y cientos de jóvenes moviendo sus cuerpos al son desacompasado de una música que más que invitar a bailar te incita a cometer un asesinato, seguido de un ataque de epilepsia provocado por las luces estroboscópicas atacando pupilas y masacrando nervios ópticos. La dulzura del alcohol infecta a las almas torturadas de los vampiros presentes en el lugar. Los vampiros no dejan del todo de ser humanos. Todavía tienen funciones corporales; alteradas, pero las tienen. Funcionan a un proceso mucho más lento y sinuoso, casi místico, en armonía con su condición. Por eso pueden comer carne cruda o pueden realizar actos sexuales, pueden fumar, beber… cualquier cosa si la mezclan con sangre. Son humanos inmortalizados con funciones orgánicas ralentizadas y modificadas para adaptarse a su nueva dieta y estilo de vida. Tienen diez veces más fuerza que cualquier humano, y los antiguos todavía son más fuertes. Algunos son metaformos o poseen poderes psíquicos. Cada uno desarrolla sus poderes con el tiempo. Algunos están haciendo uso de ellos para volar a por las copas o mover objetos con la mente para admiración de los presentes.

Enrique y Nacho observan la escena con atención estudiando los comportamientos que contemplan.

—Esto es un zoo —sentencia Enrique.

—¿Qué coño ha pasado aquí? ¿Y la diana de dardos? ¿Y la máquina de Jagger?

—Y lo peor de todo, ¿dónde está el garito que dejamos atrás? Mierda… hay terciopelo en las paredes.

—Y zona VIP enmoquetada. ¿Dónde coño está el dueño pinchando los cedés gastados de Los Ramones?

—Simplemente, ¿dónde está el dueño?

—¡Me cago en los siete antiguos! ¡Pero si sois vosotros! —exclama una voz empastada y torpe desde una esquina.

Enrique y Nacho se giran para contemplar a su interlocutor.

—¡Duracell! —gritan de alegría los dos a la vez.

Duracell es un tipo gordo, mal afeitado, con las mejillas y la nariz rojas que apesta a cerveza barata a seis kilómetros y con la ropa agujereada. El vampiro obeso se funde en un abrazo con sus amigos.

—Duracell, me alegro de verte, chico —sonríe Nacho.

—Y yo a vosotros. Menos mal que habéis venido. Esto es un asco sin vuestra presencia por aquí. Nadie sabe divertirse por estos parajes.

—Esto ha cambiado un poco, ¿verdad? —pregunta Enrique mientras mira a su alrededor intentando asimilar el lugar.

—Cambiar es poco. El viejo Juan vendió el garito tras vuestra marcha. Se lo dejó a buen precio a un moderno de estos que montan discotecas. Lo tiraron todo, hasta el grifo de cerveza. Joder, quería a ese grifo, lo he sobado más que a cualquier hembra en mis cien años de vida.

—Si no te gusta esto, ¿por qué estás aquí?

—Luché con todas mis fuerzas para que esto no se abriera y el viejo Juan se quedara, pero eran muchos y no pude con ellos. Creo que al nuevo dueño le dí pena y Juan me incluyó en el trato junto con la mesa de billar.

—Osea que estabas dormido encima de ella.

—Sí, creo que me echaron algo en la copa para que no armara bulla. Ya sabéis cómo soy: si empiezo una pelea no paro hasta que todo el mundo esté en el suelo.

—Lo sabemos, Duracell, lo sabemos —consuela y relaja Enrique pasando la mano por encima de la espalda del vampiro—. Venga, que te invitamos a un trago.

—Estupendo.

Los tres se dirigen a la barra cruzando el local. Todo el sitio es una enorme pista de baile y tienen problemas para llegar hasta su destino por mucho que intenten esquivar a los parroquianos, que lo están dando todo al ritmo de la música.

—Me han pisado dos mil veces, joder —se lamenta Nacho.

—Y a mí. Sigue, lucha por tu vida, estamos cerca.

—¿Te has fijado que hay muchísimos humanos? Casi tantos como vampiros.

—Ya tío, esto no me lo esperaba. Es como ir a una reunión de alcohólicos anónimos y que en lugar de café te sirvieran kalimocho a litros. No se puede poner el pecado tan en la boca del pecador.

—Ya hemos llegado al fin. Joder, ¿y Duracell? —Nacho lo busca con la mirada intentando no ser cegado con las luces.

—Allí, restregando cebolleta contra la humana entrada en carnes. Ella le está golpeando en el pecho para quitárselo de encima. Vamos a por él.

Un pequeño alboroto se forma en torno a Duracell. Nacho y Enrique intervienen con seriedad y consiguen que la sangre no llegue al río. Calman a la gente y sacan a Duracell de la pista.

—Perdonadme, chicos, me he dejado llevar. Es que nunca había llegado hasta aquí. Por lo general me bebo los culines de los botellines que la gente deja al otro lado de la pista cerca de mi esquina. Y a veces si veo a algún camarero y tengo algo de calderilla pues me traen la cerveza hasta allí. Lo siento. No me dejan acercarme mucho hasta aquí. Temen que me vuelva loco y me lo beba todo. Pero eso no va a ocurrir.

—Joder, Duracell, lamento que estés tan jodido —dice Enrique bajando la mirada.

—Me alegro tanto de vuestra presencia aquí. Va a ser como en los viejos tiempos.

Los tres sonríen y se abrazan. La camarera los mira fijamente mientras ellos se separan de su abrazo cuando se percatan de su inquisitorial mirada. Alta, atlética de pelo negro liso y largo hasta la cintura con una mini camiseta tapando sus generosos pechos y unos vaqueros tan ajustados que sólo ella sabe cómo ha sido capaz de enfundárselos.

—¿Qué desean los caballeros? —pregunta sonriendo y mostrando dos diamantes incrustados en sus colmillos de vampira que hacen juego con los brillantes incrustados en sus lacrimales.

Enrique levanta la voz para hacerse oír.

—Pues yo quiero un Johnnie Walker con sangre O negativo y mi amigo un Jameson con sangre O negativo light. Y a Duracell ponle lo que quiera.

—Quiero un Soberano con plasma.

—Olé tus huevos —celebra Nacho.

—Es posible que tengamos todo eso, señores, pero tal vez quieran probar mejor otra clase de bebida. O mejor dicho, una bebida con clase.

—¿Perdón? —se extraña Enrique.

—Digo que tal vez quieran probar nuestras magníficas ginebras. Somos especialistas en prepararlas. Al señor rubio le sugiero una Citadelle con plasma rosa en A positivo y una rodaja de pepino. Al señor bajito le sugiero una Bulldog con tónica ensangrentada en grupo AB y la burbuja rota. Y al señor que huele como un barril de cerveza le sugiero una Bombay Saphire con grupo B servida al jugo de pomelo caribeño. Nuestro camarero Jaime se las servirá en seguida. No se pierdan la maestría de su buen hacer preparando sus bebidas, señores.

Dicho eso la chica se retira y deja paso a un hombre con camisa, pajarita y un bigote que parece un camino de hormigas encima de su labio superior.

—Pero… pero si yo quiero whisky… —balbucea Nacho, pero es tarde, la chica ya no oye su lamento.

El tipo de la pajarita agita sus brazos con calculada exactitud para elaborar los cócteles mencionados. Una cuchara helicoidal para dejar caer las tónicas. La cantidad justa de hielo. Corte milimetrado de pepinos y pomelos. Preciosas botellas de varios grupos sanguíneos puestas a la misma altura que las copas de balón. Una vez terminado el camarero les mira sonriendo mostrando una blanquísima y perfecta hilera de dientes.

—Son diecisiete euros por cada consumición, por favor.

—¿Diecisiete euros? ¿Pero de qué está hecho, de oro? —protesta Duracell

—Vale, vale. Pagamos la novatada y punto. Pero la próxima pones whisky, bigotes. Y como vea pepino o mierdas de esas ahogándose en vómito de color rosa dentro de mi copa te pongo las pilas, ¿entendido?

—Moderación o llamo a seguridad, señor. Disfruten de sus copas.

Los tres vampiros se quedan mirando cómo se aleja el camarero del bigote con cierta prisa.

—Ejem, ejem —carraspea alguien detrás de ellos.

Cuando se vuelven contemplan a un tipo muy delgado, extremadamente pálido, con camisa de rayas y pantalones vaqueros rotos. Su pelo parece que tiene vida propia, e incluso llegarían a jurar que se movía a voluntad, ojos celestes hundidos en la cara detrás de unas calculadas ojeras que dan una pizca de temeridad a su mirada.

—Así que vosotros sois los hijos pródigos del clan del viejo Vlad. He oído hablar de vosotros. Tenéis una pinta graciosa dentro de este lugar.

—Perdona, ¿tu nombre? —gruñe Nacho.

—Anibal soy. Y no levantes la voz, me perturbas y no quiero tener que enseñarte modales.

Nacho y Enrique se miran. Duracell apura su copa e intenta coger el pomelo que yace sobre la picadura de hielo del fondo de su vaso.

—¿Le traigo un poco de pan a vuestro amigo? —dice Anibal—. Lo veo un poco ansioso con la comida. A veces le tiro cacahuetes e intenta cogerlos con la boca.

—Mira, chico, no queremos líos. Pero no me gusta lo que estás diciendo de Duracell.

—¿Así te llamas de verdad?

—Se llama José María, pero le llamamos Duracell porque el tío tiene un aguante infinito al alcohol. Mientras otros mueren de coma etílico, él puede seguir y seguir —explica Enrique.

—Empecé a beber en 1963 en un bar y todavía no he acabado, chaval.

—Eres un degenerado, viejo —desprecia el joven Anibal.

—Lo que soy es un ejemplo para los niños. Me encanta cuando los padres les dicen «ves, si bebes vas a acabar como él». Hago una labor social.

—Chaval, hemos empezado con mal pie. Yo soy Enrique y él Nacho. Sí, somos los pupilos de Vlad y hemos vuelto a la ciudad de vacaciones, no para buscar lío.

—Pues soy Anibal, el pupilo de los Meledictos de Inglaterra. Heredero directo de la casa y el primero en ser un Cambiante. Soy un elegido, un dios entre dioses, primus inter pares

—Eres hermoso —interrumpe una voz leve y quejumbrosa de mujer.

Una escuálida figura surge de detrás de él. La mujer mira con admiración al vampiro Anibal mientras éste intenta quitársela de encima desdeñando su presencia. Ella es una humana bajita, muy delgada, cuya figura queda envuelta por una enorme camisa de rayas y unos vaqueros ceñidos. Su pelo está extremadamente sucio.

—Chico, me parece que tu humana está enferma. ¿Ha visitado algún doctor? —pregunta Enrique con cierto aire asco mientras mira a la mujer.

—Cierto, la anemia puede ser el primer síntoma de otros problemas más serios. Como por ejemplo la falta grave de higiene capilar —añade Nacho.

—Y seguro que no es el único pelo sin lavar en ese cuerpo.

—Eso ha sido demasiado espeso, pero seguramente cierto.

—Escuchadme, carcas —interrumpe violentamente Anibal mientras los señala con el dedo índice—. Son los tipos como vosotros los que nos impiden avanzar a los que queremos el cambio. Sois odiosos, pero el futuro ya está aquí y vosotros, junto con gente como Vlad, caeréis en el olvido para siempre. La libertad ha llegado —Anibal eleva su voz y varios vampiros jóvenes acompañados de parejas humanas casi clonadas se sitúan detrás de él sonriendo ante las palabras de su líder.

Nacho y Enrique se miran y comparten un pensamiento. Si Anibal es así de tonto es probable que la estupidez de sus acólitos se eleve a n. Es razón suficiente para zanjar cualquier conato de discusión.

—¿Libertad para qué? Si ya hacéis lo que os da la gana. Calma, chaval. Nosotros sólo cuidamos de nuestro clan. No hacemos política. Anda, vete a comprarte unos pantalones pitillo y después al cine a ver una película subtitulada.

—Vayamos a la luz. Quiero verte brillar —interrumpe la chica humana mientras agarra del brazo a Anibal.

—Ahora es de noche, joder, Joanna —pierde la paciencia el líder de los Cambiantes.

—¿Ha dicho brillar? —pregunta Duracell

—Sí. Es indescriptible cuando sale el sol y la belleza interior del precioso ser que es Anibal fulgura iluminado nuestros sombríos corazones. Eres hermoso.

—¿Brillas con el sol? —Nacho mira fijamente a Anibal.

—Sí, todos los Cambiantes lo hacemos.

Nacho y Enrique se aguantan como pueden la risa. Nacho llega a darse golpecitos en la pierna con el puño cerrado para evitar la carcajada. Enrique mira al techo del local buscando aire. Duracell comprende que no puede reírse porque significa pelea segura, así que decide romperse su copa en la cabeza. Nacho reúne fuerzas y suspira para hablar.

—Vale, genial. Los tiempos cambian. Si la especie vampira tiene que terminar siendo como los Gusiluz, pues que así sea.

Dicho esto las cascajadas de Enrique y Duracell estallan y Nacho se dobla de la risa. Anibal se cabrea y lo agarran sus compañeros cuando intenta golpear.

—Quiero que me secuestren los hombreslobo para que me rescates, Anibal —añade Joanna.

Nacho, Enrique y Duracell explotan todavía más si cabe en risas.

—Esta tía es una racista de cojones —logra decir Enrique—. Eso es un cliché muy manido, chavala.

—Basta, por favor, voy a explotar —exclama Nacho entre ahogos por la risa.

Los Cambiantes se marchan y quedan ellos tres que lentamente se recuperan mientras intentan ingerir sus bebidas de diecisiete euros. Enrique suspira y mira a sus amigos.

—Voy a los servicios, chavales. Antes se pillaban allí buenos porros. Quedaos aquí. Voy a ver cómo está el tema —se aleja de sus amigos de camino al lavabo.

Al lado de los servicios hay una gran sala y en su interior unos tipos están tocando la guitarra. Parecen unos cantautores como en los años sesenta del siglo XX. Muchos vampiros jóvenes están sentados en el suelo escuchando la música. En el centro de la sala hay una mujer que canta, más bien recita, la letra de una canción. La música se detiene y todos aplauden. Un tipo de pelo largo y barba entra en la escena y detiene los aplausos.

—El capital lo domina todo y los antiguos dominan ese capital, luego los antiguos nos dominan y deciden nuestras vidas. Son una casta que hay que derrocar. O más bien enseñarles cómo se debe gobernar. Y se gobierna para todos, no para los intereses de unos pocos. Y la mejor forma de ser entendidos es ser revelados como especie a los humanos para poder vivir en armonía con ellos. Una vez que los antiguos entiendan esto y las casas dejen de enfrentarse unas a otras fomentando el miedo y el consumo, será cuando nuestra especie por fin alcance la plenitud. Y si los antiguos no entran en razón… habrá que recurrir a la forma armada de las ideas.

Dicho esto la música vuelve a sonar entre aplausos. Algunos hacen juegos malabares y otros tocan flautas mientra sus perros bailan. Enrique niega con la cabeza y se encamina a los servicios. Un guardia de seguridad lo detiene.

—Un momento, por favor. Los están limpiando.

—¿Perdona, cómo dices?

—Que los están higienizando.

—¿De verdad? En mis tiempos uno pasaba y rezaba para que el pis no le llegara a los tobillos. Yo llevaba los pantalones tan largos que muchas veces me subía los bajos para evitar que tocaran el suelo. Y eso para mear. Como uno tuviera necesidades mayores iba servido. Yo al cuarto chupito de Jagger me iba a casa buscando el confort de lo que uno higieniza por sí mismo.

—Mira, carroza, antes no sé lo que se hacía aquí, pero ahora se limpia.

—Vale, vale. Lo que digáis, sólo ofrecía mi experiencia personal como punto de vista a una conversación.

—A tomar por culo tu conversación.

—Se me han quitado las ganas. Un saludo.

Enrique vuelve a la barra buscando sus amigos. Se encuentra a Nacho roto de risa al lado de Duracell. Éste lleva unas gafas de sol y parece estar imitando a alguien.

—¿Qué hacéis?

—Duracell está imitando a los chungos de ahí. Todos llevan ropa de cuero, gabardinas largas y gafas de sol dentro del antro. Y sus cortes de pelo son totales. Seguro que todos van armados. Madre mía ¿de verdad pueden moverse con esas botas altas? Y más todavía, ¿pueden moverse con la ropa de cuero tan ceñida al cuerpo? Eso debe hacerles sudar un montón.

—Son gente violenta —puntualiza Duracell—. Cazan a cazavampiros y luchan contra los hombres lobo de manera sucia. En plan incursiones. La verdad es que casi entiendo el cabreo de los licántropos. Estos tíos son unos broncas. Y los Cambiantes no son mejores; más lelos, pero no mejores.

—Pues yo he visto a un coletas dar un discurso incendiario ahí atrás.

—Ah, seguro que es Carlos el poeta y orador. Es un agitador de masas. Quiere derrocar al gobierno de los antiguos y revelar la verdad de nuestra existencia. Como si no lo supieran ya los putos humanos —Duracell escupe al suelo.

—Eso mismo quieren los cambiantes— señala Nacho.

—Pero los cambiantes quieren acabar dominando a todo el mundo. A los vampiros, los licántropos, los humanos, las bestias del bosque… son unos lilas que van de intelectuales pero que se la pone dura un buen pedacito de poder. O sea, que los cambiantes y los cantautores terminarán enfrentándose. Y los chicos de cuero esperarán su turno para ser importantes liándose a tiros y presentándose como cazadores de cazavampiros. Son la caña. Pero no es más que pose, y pose política adaptada a los nuevos tiempos que corren. Pero están vacías de contenido. Son ideas vacuas envueltas en el papel regalo de los aires renovados. Pero son los mismos peones dentro del juego de poder. No son nada porque casi están al servicio de los empresarios como el dueño de este garito que no les importa quién quiera matar a quien o quién quiera dirigir el cotarro mientras la pasta fluya. Y por último están los viejos carcamales de los antiguos que se divierten con nosotros manejándonos como a marionetas. El resultado es que harán lo posible por hacernos creer que han cambiado, y lo que harán es que todo siga igual; pero dejarán que la sangre y las ideas corran como la pólvora en las Fallas. Y así todos contentos. Este es el destino de los que vivimos dentro de este triste planeta.

»Yo sé cuál es mi sitio en el mundo, pero eso no quita para que sea feliz dentro de mi casilla particular. Abrirse para que los demás te vean o para descubrir el mundo es algo bello, pero los que hemos visto la parte siniestra de la realidad nos damos cuenta de que no nos gusta cómo funcionan las cosas. Claro que creo en el cambio, claro que creo en otra realidad. Pero es un camino que muy pocos están dispuestos a recorrer. Creo en mi semejantes y me gusta mostrarme a ellos tal y como soy, y ojalá pudiera mostrar mi alma desnuda para que de verad se supiera cómo soy por dentro. Pero todos portamos esa coraza que nos distancia unos de otros. Todos llevamos nuestra armadura que nos aisla y nos aleja de los demás. Y esa es la principal fuerza de acción de los que nos gobiernan. Nos han dividido y aislado, nos han hecho creer que somos parcelas individuales de pensamiento económico y que lo que vale es nuestro ego individual por separado. Ahí es donde hay que llegar para encontrar el cambio. Si nos unimos por un bien mayor que nosotros mismos, y nuestro miedo a perder nuestras posesiones queda a un lado, podríamos ser invencibles y ser escuchados por los que de verdad tienen las riendas del poder. Ese es el secreto. Claro que somo seres distintos entre nosotros, pero saber que podemos trabajar todos juntos por construir algo distinto y diferente, tal vez más justo y menos ingrato con los más débiles. Podemos llegar a ser algo mejor, pero la transición duele y nadie está dispuesto a caer o perder.

»Por eso estos tipos no van a llegar a nada, porque directamente quieren ganar y no piensan con la puta cabeza. Son otro ladrillo más en el muro y eso me entristece. Yo soy yo pero quiero hacer que los demás mejoren. Quiero que los demás se presenten ante mí como yo me presento ante ellos, sin la coraza y con ojos gentiles. Y una vez que nos hayamos desecho de la superficialidad, quiero que caminemos todos juntos hacia el cambio real, hacia el bien superior. Todos juntos. Que haya ricos, pero que no haya pobres. Que haya abundancia pero erradicando el hambre. Que haya gente preparada, pero que hasta el menos listo tenga una oportunidad de estudiar. Que todos estemos sanos pero logrando que el enfermo mejore. ¿Soy un soñador? ¿Tan estúpidas suenan mis palabras? ¿Llorar por una idea tan utópica es tan irreal? ¿Y quién dice que sea utópica? Lo único que hay que hacer es dar el primer paso…

—Joder, Duracell… nos has dejado pasmados.

—Tienes toda la puta razón, Duracell. Tienes toda la puta razón.

—Me cago en el sistema.

—A la mierda. Estoy hasta los cojones de este puto sitio chic de postureo y mentira.

—Saca las armas, Nacho, que la liamos ahora.

—Agarra este hierro, Enrique y vamos a por ellos. Se van a enterar. Duracell es el Mesías.

Sujetan sus pistolas y disparan al aire.

—Todo el mundo a tomar por culo.

—La pista de baile se despeja en un santiamén. La gente huye como cucharachas.

Un tiroteo se desata en la disco. Las armas rugen. Al cabo de un rato sólo quedan los tres vampiros en medio de la sala. Duracell sigue ensimismado en su discurso. Enrique y Nacho recargan las armas.

—Ahora sí me recuerda a nuestro viejo garito. Así, despejadito, sin tanta luz —sonríe Enrique.

—Y mí. Y ya se oyen las sirenas de la policía como antaño. Joder, creo que le han dado al DJ si querer.

—Vámonos. Agarra a Duracell y que nos explique más de sus ideas. Parece que al chaval le ha dado tiempo para pensar.

—Por lo menos la noche ha mejorado.

—En eso tienes razón. No volvemos a meternos en una discoteca ni muertos. ¿Prometido?

—Prometido.

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