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Lo que me contaron de Tommy Calvin

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Estoy atascado. Tienes que echarme una mano, Diane. ¿Recuerdas que cuando acabé el reportaje sobre los Bath Mat te decía que me faltaba algo, que era, literalmente, «una mierda sin olor ni sustancia»? El artículo que entregué no era nada del otro mundo, a mayor gloria del regreso de Josh Barton y sus chicos, y sentía que no estaba haciendo un reportaje sobre un grupo de música sino una campaña bien pagada de marketing. No era el tipo de vida del mundo de la música sobre el que quiero escribir. Pero en las entrevistas preparatorias, ciertas personas me hablaron de pasada sobre uno de sus fundadores, un guitarrista llamado Tommy Calvin, que duró poco tiempo en el grupo. Apenas tenía referencias sobre él pero la gente me confirmaba que era un tipo peculiar. Y, poco a poco, hablando con personas cercanas a él, he descubierto que sí es el tipo de personaje que merece una pizca de atención. Y por eso es por lo que he estado veinte días —no se lo cuentes a «Wild» Bill, el jefe me mataría— entre Frisco y L.A. a gastos pagados. Aquí te dejo testimonios, reflexiones, conversaciones interminables, rumores, palabrotas, maquillaje rancio, sexo ingrato, cerveza derramada por el suelo, botellas rotas de Jack Daniels, y algo así como la radiografía desgastada de un jodido perdedor. Lo he ido acumulando sin orden ni estructura en este archivo. Ayúdame a editarlo Diane, por favor. Destila un poco de tu magia para mí. Por favor, por favor, por favor, por favor… ¿Me tengo que humillar más? Vale, me quedaré uno de los caniches de la última camada de esa ramera que tienes por mascota. ¿Contenta?

***

La charla con Annie Morton es en un pub llamado Cold Morning. Ella está tomando una soda mientras yo saboreo una jarra de cerveza negra. Hablar sobre Tommy Calvin la retrotrae a otra época en que era su eterna novia. Nunca se ha desprendido de esa etiqueta a pesar de que llevan años sin verse. Es alta, con la mirada muy marcada y el pelo moreno recogido en una coleta. Su belleza es fría y gastada. Su voz es serena y el relato es amargo y nostálgico a partes iguales. Intento interrumpirle lo imprescindible. Empieza explicándome una curiosa anécdota de esos primeros difíciles años.

—Recuerdo que no dejaba de mirar fijamente la luz de uno de los focos y entretenerme moviendo el resplandor que queda en la retina. Me sentía como un vómito abandonado en un retrete. De pie, inerte, trabajando como modelo en una fiesta de un concesionario de coches. Entregando folletos, sirviendo sonrisas falsas, paseando en equilibrio sobre mis tacones con bandejas de canapés y copas de champán. Me mareaba estar rodeada de tanta gente superficial. De charlar de asuntos de nulo interés. De preocuparme por mi aspecto hasta la náusea. Ese no era mi lugar. Miraba el reloj y parecía que se resistía a avanzar. Sonreír, pasear, esquivar gente. Recibir un piropo grosero y sonreír. Deseaba que lloviera fuego sobre todos esos babosos. Miraba, observaba a todo el mundo como un enjambre de avispas, zumbando, emitiendo sonidos sin sentido. Pero para mí no pasaba nada. Quería huir de todo ese aburrido vacío. Era una típica noche de trabajo antes de conocer a Tommy. Una de las pocas veces en que recuerdo estar sobria rodeada de tanta gente. 

—Lo pintas como una tortura.

—Sí, y lo recuerdo igual de jodida que en una de mis peores resacas.

—Hablemos de Tommy.

—Lo conocí poco después de una de esas fiestas de modelo de segunda. No me soportaba a mí misma y ya por entonces no podía salir con gente sin algo de alcohol en las tripas. Una fiesta me llevó a otras y me lo presentaron. Tenía ese aura, esa actitud de quien se ríe a carcajadas de la vida. Ambos creíamos que no pegábamos ni con cola. Yo, la chica mona que vestía como una Barbie. Él, un chico malo de una banda de rock que estaba despuntando en San Francisco. Después de conversar unas horas nos lo montamos en el baño del local. La montaña rusa empezó a arrancar en ese momento.

—Por lo que sé, vuestra relación fue intermitente y tormentosa.

—Las palabras se quedan cortas, amigo. Cada uno con sus traumas y manías, no nos podíamos despegar de la botella. Las fiestas, los conciertos, las mierdas de trabajo de modelo… siempre tratábamos de huir de un sitio en que ninguno de los dos quería estar. Lo jodido empezó a llegar cuando la pasta se esfumaba más de la que entraba. Entonces me empezó a tratar como a basura. A burlarse de mi cuerpo, a hacerme sentir estúpida en privado o con los amigos. Yo no me callaba y le trataba a gritos y empujones. Me hacía putadas, me echaba de casa o yo le echaba a él. Pero me volvía a llamar, me pedía perdón con mentiras, o yo le buscaba a él para que todo volviera a empezar. Era un círculo vicioso. Yo era su jodida novia, nunca nos hemos dejado del todo. Llevo años sin verlo, y aún así los viejos colegas me siguen preguntando por él.

—¿Crees que dejaste de cumplir tus sueños por estar con él?

—A veces he reflexionado sobre cómo hubiera sido mi vida si no hubiera conocido a Tommy, y no sé si hubiera sido más feliz. Ser modelo, ser actriz… no creo que me hubiera supuesto conocer el paraíso. Seguramente hubiera tenido un trabajo estable, pero vacío, superficial. Quizá hubiera acabado sola y desencantada, estirando la pata en la cama con una sobredosis de pastillas o sangrando por la nariz. No, sinceramente, aun con todas las amarguras que he vivido, no hubiera cambiado mi pasado.

—Pero el alcohol, las peleas, los abandonos, los engaños.

—Querido, ¿quién no tiene problemas? Todo el mundo tiene deudas que pagar, a todo el mundo alguien le ha engañado alguna vez. ¿Que he tenido problemas con la bebida? Otros lo tienen con su mujer o con su jefe o con el juego. ¿Crees que me iba a rendir por eso?  He salido adelante, he tenido que romper con todo, y aun así me sigo sintiendo como un cachorro débil y expuesto. Tommy me partió el corazón mil veces. Me pisoteó en mi orgullo. Y me enseñó a sentir la vida más que cualquier otra persona que me ha amado. Todo el mundo que ha querido a Tommy ha terminado odiándolo con toda su alma.  

—¿Te gustaría volver a verlo?

—Mira, en el grupo de ayuda para superar el alcoholismo, uno de los retos que tengo que afrontar lo estoy realizando ahora mismo: acudir a un local de copas, estar con alguien que esté bebiendo alcohol y resistir la tentación a recaer en la bebida. ¿Que si deseo que Tommy vuelva a mi vida? Pues te respondo que, por favor, no abras esa botella cerca de mi boca.

***

Días después cruzo la frontera a Nevada y me presento en una casa de los suburbios de Reno. Es donde vive Donna Denvers, antes Donna Calvin, la madre de Tommy. Es oronda, de aspecto descuidado y movimientos cansados. Me enseña fotos, notas, apuntes y muchas muchas cartas: «Querida mamá: estamos atravesando el estado de Washington para tocar en Aberdeen… no sé si me podrás enviar por giro unos quinientos pavos…», «Querida mamá: hace mucho que no te veo, ¿sigues tan guapa como siempre? Ya sabes que te devolveré el coche pero es que necesito algo de pasta…», «Querida mamá: Laurie y yo estamos muy esperanzados de que todo salga bien en el embarazo y estamos muy ilusionados con el bebé… lo estamos pasando algo mal y nos vendría bien que nos ayudaras a pagar el alquiler…».

—Esta última era muy buena, me tuvo engañada un tiempo haciéndome creer que iba a tener un bebé con una de sus novias y me estuvo sacando pasta durante varios meses. Todo para gastárselo en bebida y en mierdas.

—¿Muchas veces se aprovechó de usted?

—Mira, siempre he tenido que tirar yo sola de la familia. Desde que Jake, el padre de mis criaturas me abandonó, no he parado de luchar. Empujando, trayendo comida a casa, llevándolos a rastras a la escuela. Susan y Albert siempre fueron más serios y rectos y han formado su familia. Tommy, sin embargo, siempre fue más rebelde, en todos los sitios. En la escuela, en la iglesia, en la calle, con su familia, con sus amigos. No se conformaba con nada. No era una bala perdida. Era un jodido relámpago que te podía chamuscar a su paso.

—¿Qué le dolía más?, ¿las mentiras?, ¿los robos?

—Los desprecios. Un día charlabas con él por teléfono y se te pasaban las horas con las tonterías que contaba. Al siguiente te hundía en la miseria con su sarta habitual de reproches. Una vez me dijo que si llevaba la cuenta de todos los hombres que habían puesto cara de asco al verme el coño. Y si quieres te enseño una de sus últimas cartas: «Querida mamá, carachivo: ¿sigues viva?, ¿sigues gastándote en pastillas el cheque del Estado?, ¿aún no te han encerrado en la perrera?». En fin, ese es mi hijo.

—Toda esa mala relación debió ser por algo, tiene que haber alguna razón.

—Su padre era un borracho cabrón. Atizaba a los críos y apenas aparecía por casa. A lo mejor yo tampoco les di el cariño que necesitaban, pero es que yo también tenía que vivir mi vida. Pero es que no me merezco —Donna gime y se tapa los ojos, le acerco un pañuelo de papel—, no me merezco que me traten como un despojo. Vivo de una mala pensión, mis hijos no me llaman y ahora tengo un marido camionero que se pasa media vida en la carretera. ¿Me merezco todo esto?

—Señora Denvers, me estoy fijando y, a pesar de la distancia y de las peleas que tuvo con Tommy, tiene usted por toda la casa fotos enmarcadas de él, de su grupo, y conserva decenas de cartas suyas. Sin embargo, apenas veo fotos de sus otros hijos o de su marido.

—Era mi Tommy, era como un maldito relámpago, a pesar de todas las peleas nunca se olvidó de mí, para lo bueno o lo malo sigo rezando por él… ¿qué quieres que te diga?

—Si su hijo volviera, señora Denvers…

—No sé qué coño haría con él —dice sollozando.

***

De vuelta a San Francisco, cerca de la bahía, me cito en unos almacenes con Rod Manzoni, antiguo amigo de Tommy Calvin y ex manager de los Bath Mat. Es un hombre alto, con típico aspecto de oficinista, incipiente alopecia, vestido con ropa convencional y unas gafas que camuflan una mirada ojerosa. Es uno de los encargados de un almacén de refrescos y no se despega de su carpeta de registro en toda la charla. Desde que nos saludamos no para de mirar su reloj; me indica que tenemos el tiempo justo que ha arañado de su descanso para el almuerzo.

—Conozco a Tommy desde que tengo uso de razón. Éramos vecinos del barrio de toda la vida y compañeros inseparables en la escuela. No hacíamos nada el uno sin el otro. Jugar, estudiar, hacer el gamberro… Si alguien se metía conmigo, él me defendía. Si él hacía alguna trastada, yo le cubría las espaldas. Crecimos y las cosas se empezaron a poner serias. En el instituto ya no aguantábamos los estudios, las notas bajaban en picado y empezamos a buscar alternativas para sacar algo de pasta. Tommy formó su banda y poco a poco los empezaron a llamar de varios locales para tocar. Mi padre falleció en esa época y nos dejó una buena cantidad de dinero de herencia. Hablé con Tommy y con el grupo y decidimos que les iba a financiar a cambio de ser su manager y mover sus asuntos. Me dejé mucha pasta, salud e infinito tiempo para que salieran adelante y publicaran sus primeros discos. Pero la relación entre todos se fue deteriorando como una manzana podrida. Se me fue de las manos en un abrir y cerrar de ojos. Cuando el grupo ya empezaba a coger vuelo y se deshicieron de Tommy, contrataron a un abogado y a varios representantes y me despidieron sin más explicaciones.

—¿Te falló muchas veces como amigo?

—Bueno, siempre he sido consciente de lo que hacía. Si me jodía en algo pues fingía que no me molestaba. Nunca le he guardado rencor. Si me birlaba pasta, si me mentía, si me mandaba a la mierda, yo intentaba restarle importancia, me decía a mí mismo: «es Tommy, ya me lo devolverá», «es Tommy, no lo ha hecho queriendo». Pero, ya sabes, él era uno de esos tipos que, no sabes por qué, tienen un magnetismo irresistible, aunque sabes que al final te la acabará jugando. Era como un resplandor ciego al que miras cuando deberías cerrar los ojos. No sé cómo explicarlo: te citabas con él y no aparecía, se emborrachaba y se peleaba contigo, te debía cien pavos y le volvías prestar dinero. Era esa hipnosis que te hacía olvidar las miserias cuando estaba presente, esa sonrisa que, maldita sea, envidiabas más que todo el dinero del mundo, esa chulería que no podía ni aguantar el tipo más duro. Calvin estaba loco, mezcla su carácter imprevisible y el alcohol y tienes a la perfecta bomba de relojería.

—¿En el fondo era una mala persona?

—Para nada. Dentro de su mal carácter y de las jugadas que te hacía, era honesto. Si le invitabas a algo, sabías que no te la iba a devolver. Que si te insultaba, que si te llamaba perdedor, que si te quitaba a tu chica delante de las narices, sabías que era por un impulso, porque no pensaba lo que hacía. Lo tomas o lo dejas, hay que joderse pero con Tommy era así. Pero alguna vez, dentro de su cabeza, se le activaba un resorte y te llamaba a mitad de la noche y te llevaba a toda mecha en su coche a beber dos botellas y bañarnos desnudos en el agua fría de la bahía. O me confesaba, borracho como una cuba, que si no hubiera estado a su lado todas las veces que me había puteado, hacia mucho tiempo que se hubiera pegado un tiro.

—¿Alguna vez deseaste ser cómo él?

—Sí pero, joder, no todos hemos nacido con esa personalidad. Yo siempre he estado a su sombra, yo tenía otro carácter. He tenido mis malas épocas, he aprendido y ahora voy a lo seguro. Trabajo, casa, familia. Claro que echo de menos haber despegado como un cohete junto a él y que la fiesta no acabara nunca. Pero si no nos hubiéramos separado, habríamos acabado a tiros.

—¿Has intentado ponerte en contacto con él?

—Para nada. Tommy es el pasado pero… me gustaría que le fuera bien —comenta titubeando.

—¿Sigue siendo tu mejor amigo?

—Tengo que volver al trabajo —interrumpe secamente y sale de su despacho.

***

En L.A. existe un local donde las copas cuestan menos de veinte pavos. Es el Dry Corner y juro que el alcohol de sus combinados es más que digno. Me he citado con Candice Talbot, una mujer que tuvo una relación durante varios años con Tommy Calvin. Sorprendentemente ya estaba esperándome en la barra. Es delgada, con melena rubia y un cuerpo bien torneado y espectacular aún a sus cuarenta y pocos años de edad, embutido en un brillante vestido corto. Intento que mi mente no se distraiga con la ansiada imagen del momento en que se ponga de pie sobre sus vertiginosos tacones.

—Tommy era un sol, un encanto —afirma mientras se enciende un cigarrillo.

—¿En qué época lo conociste?

—Cuando Tommy ya llevaba un tiempo con el grupo. Lo conocí cuando empezaron a ser populares en San Francisco y los llamaban para tocar en Los Angeles, San Diego, Stockton… Eran todo un reclamo, empezaban a sonar en la radio, a salir en la prensa. Yo era una cría entonces. Creo que a todos los del grupo se les subió el éxito a la cabeza. Dejaron de ser asequibles, a volverse arrogantes… pero Tommy no, él nunca cambió.

—¿Era amable contigo?, ¿tenía ataques de furia o se descontrolaba con el alcohol?

—Bueno, ya sabes, si no sabías cómo tratarlo te podría trastornar la noche. Pero conmigo nunca se puso violento.

—¿Percibías cómo su vida se iba derrumbando con el paso del tiempo?

—Claro, en ocasiones alguna vez le he prestado dinero, o le he dejado dormir en mi casa. No le podía decir que no, ya sabes, me venía a buscar, me contaba sus penas, le lloraban los ojos. No me importaba darle palique, y eso que yo tengo muchos compromisos. Teníamos mucha complicidad, crecimos en barrios jodidos y yo también he pasado épocas duras: mala racha de alcohol, mala racha de heroína, mala racha de crack… pero por lo menos fueron pasajeras.

—¿Te llegaste a enamorar de él?

—No sé qué decirte. Han pasado tantos años y muchos hombres por mi vida, algunos ricos, algunos pobres, algunos divertidos, otros unos desgraciados. Muchos hombres me han querido hacer reír, me han querido regalar cosas, me han querido follar más o menos bien… pero pocos me han preguntado qué tal me había ido el día anterior, recordarme anécdotas de cuando jugábamos de críos en el barrio, saber qué esperaba del futuro, quién había sido mi primer novio… sólo Tommy me ha preguntado por mi vida y qué es lo que quería hacer con ella. Era insoportable cuando estaba borracho, sí, pero no me importaba pasarme horas con él tumbados en la cama compartiendo un paquete de Camel.

—Vaya, no todo el mundo me ha hablado tan bien de Tommy.

—Ya, ya. Oye, ¿te acabas ya la copa y vamos al motel?

—¿Qué? —me pilla de sorpresa la proposición.

—Una hora, cincuenta pavos. Si te hago una mamada, veinte más. Porque eres colega de Tommy, si no te costaría más.

—Creo que te has confundido —respondo con perplejidad—. Yo sólo quería entrevistarme contigo porque me contaron que fuiste amante de Tommy Calvin.

—Joder, vaya empanado me ha tocado esta noche. Chico, con Tommy fui igual de amante que con el resto de mis clientes. ¿Quieres dejar a Tommy en paz y nos largamos? ¿Subimos a la habitación o qué? Ve pagando estas copas, mi tiempo vale dinero y no deja de correr.

***

Mi pudor y mi discreción no me van a permitir contar cómo transcurrió el resto de la noche, lo dejo a la imaginación del lector. Unos días después, acudí a una pensión en las afueras de San Francisco. Me iba a encontrar con Katherine Martins, que fue la casera de Tommy en una de las habitaciones de su pensión. Poco más de cinco años, con idas y venidas, vivió en esa casa. El salón donde me recibe es de estilo tradicional, algo recargado con cuadros de paisajes y figuritas de porcelana. La anciana, soltera toda la vida, sin hijos, me ofrece un café caliente y unos mantecados.

—La primera vez que lo vi me pareció un desecho humano. Flacucho, pelo largo enmarañado, un aro en la nariz, ropa sucia, unos vaqueros rotos y echándome el humo del cigarrillo, o lo que fuera que fumara, encima. Imagínate, una pobre viejecilla como yo metiendo en su pensión a un salvaje que parecía salido de los pantanos de Louisiana. Pero, ya ves, me dio algo de pena, me contó que su madre ya no le acogía en casa, que lo habían echado del anterior piso, que no tenía dinero para pagar el primer mes pero que al siguiente cumpliría con regularidad. Apestaba a engañabobos a distancia. Pero me convenció, a pesar de su aspecto y de que arrastraba unas guitarras y unos altavoces.

—¿Fue difícil la convivencia?

—Un maldito infierno. Ya la primera noche me percaté de que no había apagado la luz en ningún momento. Poco tiempo después empezaron los ruidos y los ensayos con la guitarra. Y más voces y más gritos. Y luego los amigos, las fiestas…

—¿No le llamó alguna vez la atención?

—Claro, pero la verdad es que nunca me contestó de mala manera, era entrañable y educado. A lo largo de toda mi vida he tenido inquilinos de todos los tipos: algunos malos pagadores, otros rencorosos, alguno violento o mangante, también gente honrada y discreta que no se metía conmigo. Tommy era un puñetero fastidio, pero nunca me amenazó ni insultó. Mis inquilinos venían y se iban, y apenas recuerdo la cara o los nombres de la mayoría. Pero Tommy era otra historia, me contaba chistes, me ponía motes cariñosos, me acompañaba a hacer la compra y se esperaba a tomar unas tostadas conmigo muchas mañanas.

—Entonces, ¿era un buen o un mal inquilino?

—No se lo hubiera recomendado a nadie. Durante el día era más o menos soportable pero por las noches cantaba y se emborrachaba, solo o con amigos. Traía chicas y fornicaban a gritos hasta que amanecía. Muchas veces, de lo borracho que venía de la calle, se dormía directamente en el porche. Algún otro inquilino de la pensión lo ha agarrado y le ha dado un par de puñetazos. Pagaba cuando le daba la gana y la mayoría de las veces lo que podía, y ya ni llevo la cuenta de los meses que me ha dejado a deber. Me he pasado muchas noches en vela por los jaleos que montaba pero también por los días y semanas en que no aparecía y no sabía nada de él. Porque le cogí cariño, como a un animal desvalido e indefenso que no tiene quién le cuide. Le tapaba con mantas si acababa alguna noche desplomado en el porche, le hacía un buen desayuno para que se le pasase el cabreo de sus terribles resacas, o subía a su cuarto y lo consolaba si le oía llorar o aullar como un bebé. Le perdonaba el alquiler si notaba que estaba en las últimas de dinero. Era un maldito desastre, pero era mi Tommy.

—¿Qué haría si se volviera a presentar por aquí, señora Martins?

—Pues lo primero le prepararía un café, como a ti. Y luego charlaríamos. Y seguro, seguro, que me haría llorar y luego reír, y acabaría por darme un abrazo y le volvería a preparar su habitación tan encantada como siempre. Así como te lo digo. Soy una viejecita, pero he llevado adelante esta casa yo sola durante cuarenta y cinco años. ¿No quieres un poco de mi pastel de manzana?

***

En la carretera 22 me cité con Pat y George en el bar Motor’s, un local de genuino country en la interestatal. Por lo que me han contado, un matrimonio con sus subidas y bajadas, que sobrevivió a varias vorágines autodestructivas de alcohol y drogas. No les veo mal, quizá los típicos cuarentones que intentan mostrar una imagen más joven de lo que aparentan y se quedan a medio camino. Pat es una morena, con marcado acento sureño, pelo largo de estilo hippie muy enmarañado, mientras que George es un tipo regordete que intenta camuflar sus redondeces con ropa deportiva. Conocieron a Tommy en diversas épocas con la banda. Vuelcan sin descanso anécdotas variadas sobre las noches de aquella época.

—Aquella noche sí que fue genial. Habíamos salido con todo el grupo de marcha después de un concierto de Bath Mat y llevábamos una moña espectacular. Pat se quitó el sujetador y lo usaba como látigo, Mike vomitaba en las lunas de los coches, Josh se quedó afónico de tanto gritar cuando el muy idiota tenía otro concierto en dos días. Tommy estaba eufórico y desmadrado y a última hora ya no podía ni tragar la bebida de las risas. Estaba en las últimas y dijo que se retiraba a casa. Lo siguiente que supimos fue al día siguiente que nos llamó Josh totalmente aterrado. Le habían avisado desde comisaría para sacar a Tommy de los calabozos. El muy gilipollas, medio mareado y agotado, se había colado en un coche vacío y abierto a dormir la borrachera. Era un coche patrulla. Los polis no se percataron de que estaba Tommy al entrar en el vehículo y se pasaron tres horas patrullando sin enterarse de nada. Cuando tuvieron que encender las sirenas, Tommy dio un bote en su asiento y los polis dieron un volantazo del susto. No le pegaron un tiro de milagro —termina George con una carcajada.        

—Con la banda también armó algunas muy buenas —interviene Pat—. Como en aquel festival en que a los Bath Mat les dieron apenas treinta y cinco minutos justos para tocar. Todo el grupo estaba mosqueado y Tommy, que había afinado mejor la botella que la guitarra, no estaba por la labor de abandonar el escenario. Cuando entró la siguiente banda, unos canadienses con pinta de mala hostia, Tommy enchufó su guitarra al amplificador y tocó sus distorsionados acordes mientras sonaba la canción del otro grupo en el escenario. El público pitaba, los canadienses estaban tan furiosos que amenazaban a todo el mundo por el micrófono, y el cantante y un guardia cogieron a Tommy por el pescuezo. Se zafó, empezó a correr por el escenario y se abalanzó sobre la batería. Lo echaron del escenario a patadas y puñetazos. Sin embargo, el público empezó a corear al unísono: ¡Bath Mat, Bath Mat, Bath Mat…! Al final del festival, el organizador estaba con un cabreo de dimensiones bíblicas y creo que no le pagó ni un centavo al grupo. Pero para los Bath Mat había sido una publicidad cojonuda. Tommy lo celebró con una buena borrachera con nosotros y otros colegas. Josh no estaba tan de acuerdo, hacía tiempo que pedía al resto del grupo más profesionalidad y compromiso. En fin, se veía que la relación no iba a acabar bien.

—Muchos conocidos de Tommy lo retratan como una persona difícil, con un carácter complicado. Vosotros eráis amigos suyos. ¿Os puso alguna vez en algún aprieto?

—Ciertamente, Tommy era de esas personas que se acercan a un incendio embadurnadas en gasolina —afirma George—. Alguien a quien siempre buscas porque sabes que si te encuentras cerca, algo puede suceder. Coincidías en un local con Tommy, empezabas a hablar, pedías una copa, se acercaba más gente a charlar, pedías más copas, más risas, más anécdotas, y ¡pum!, no sabías cómo pero algo sucedía, cogíamos un coche y aparecíamos en otra ciudad, o amanecíamos enterrados en la arena de la bahía, o te despertabas junto a dos chicas sin saber quién te las había presentado. Eso sólo pasaba con Tommy. Era de esos tipos que, aunque no tuviera un dólar en el bolsillo, sabía cómo sacarle provecho a toda la noche.

—Entonces, ¿lo considerabais un amigo íntimo?, ¿estabais al tanto de sus dificultades?

—Bueno, claro que lo percibíamos —responde Pat—. Pero pensábamos, «¡Hey!, es Tommy, ya saldrá adelante, ya se buscará la vida», «es como es, hay que dejarle». Poco a poco, la vida te va colocando en tu sitio. Quizá, no sé, no hayamos sido los mejores amigos. Quizá solo éramos los colegas que le invitábamos a una o dos para oírle sus historias. Quizá es lo único que necesitaba. No me imagino a Tommy esperando recibir caridad. Es de los que prefiere coger lo que necesita en tus narices y reírse en tu cara.

—¿Hace cuánto que no lo veis?, ¿qué sabéis de él?

—Muchos años, ya ni me acuerdo de la última vez —comenta George—. Tampoco solemos preguntar por él. Tendrá su vida y sus cosas. Pero te podemos confesar que, cuando nos reunimos muchos colegas de aquella época, solemos brindar por él: «¡Por Tommy y sus borracheras! ¡Por el dinero que nos debe Tommy! ¡Por las chicas a las que no intentó meter mano!» Quizá es el único colega que recibe tanto honor.

—Habláis de él como un amigo ausente que nunca volverá.

—Así es. Tommy era de esas personas que nunca mira atrás. Esté donde esté, bajo tierra o sobre ella, seguro que él no se acuerda de ninguno de nosotros —remata Pat.

***

Me daba pereza volver a hablar con Josh Barton. Me daba pereza volver a L.A., volver a citarme en un hotel como el Hilton. Pero creo que era necesario para completar el retrato de Tommy Calvin, para saber cómo fue su relación y cómo empezó su decadencia en el grupo Bath Mat. El cantante aparece cuarenta minutos tarde, con unas gafas de sol de marca, camisa desabrochada de lino y un bronceado que hace destacar sus dos pendientes de oro. ¿Actitud de estrella? Ya quisiera él.

—Quería darle las gracias, Josh, por recibirme de nuevo.

—Encantado, Cooper. Estamos en plena gira, estamos en forma y preparados para seguir con energía, y no me importa hacer un hueco para atenderte. ¿Querías volver a hablar de nuestros primeros años?

—Sí, Josh, principalmente de vuestro primer guitarra, Tommy Calvin. Cuando estuve investigando y entrevistando a gente para vuestro reportaje de regreso a la música, muchas personas me recordaron la época en que empezasteis con Tommy. Apenas reparé en él, sólo estuvo en el grupo durante el primer disco y apenas participó en el segundo, ya que tras unos años fue expulsado. Sin embargo era recordado por mucha gente, ¿qué me puedes contar de Tommy?

—Bien, Tommy era alguien con mucha energía y que aportó bastante al grupo. Era un buen chico, pero problemático. El grupo siguió adelante y consolidó con fuerza su carrera. Tomamos caminos diferentes y ya está. Ahora estamos celebrando veinticinco años en el mundo de la música, hemos vuelto a hacer conciertos y a sacar un disco. Estoy muy satisfecho.

—Cierto, pero creo que podríamos hablar algo más de esos comienzos. Mucha gente de esa época recuerda que la música de los Bath Mat era más potente y espontánea, más directa y radical. Que Tommy era el principal impulsor del grupo, el que animaba a seguir adelante. Era la imagen carismática de la banda en esos inicios.

—Todos participamos en algo en este proyecto. Yo ideé el nombre, Bath Mat; ya sabes, te recuerda a algo sucio, algo que se puede pisar, algo húmedo también, ja, ja, ja. Y Tommy tenía ideas, tuvo grandes momentos, composiciones que aún siguen vivas en nuestro repertorio pero también aportó grandes cagadas, pésimos ensayos, oportunidades perdidas, peleas y broncas. ¿Eso no te lo han contado? —me pregunta con tono reivindicativo.

—Sí, claro, de Tommy Calvin me han contado cosas positivas y también cosas horribles. Pero considero que era injusto hacer el retrato de un grupo de rock sin valorar la aportación de uno de sus miembros que, aunque ya no continúa, sí que marcó su imagen e influyó en las vidas de los que se cruzaron con él.

—Mira, Cooper, creo que estás siendo muy generoso con un pedazo de escoria que perdió el rumbo hace muchos años. Calvin pudo haber jodido para siempre al grupo. Calvin arruinó decenas de nuestros conciertos. Calvin tiraba jarras de cerveza sobre los espectadores cuando nos abucheaban. Calvin se presentó un día en nuestro local de ensayos y me tiró el micrófono a la cara después de discutir con él. Calvin nos amenazó de muerte después de expulsarlo del grupo. ¿Necesitas más?

—Sin Tommy nunca hubieran existido los Bath Mat —le respondo con firmeza.

—¡Sin mí sí que nunca hubieran sido lo que son hoy! —afirma furioso—. Tommy era un perdedor y nos hubiera arrastrado a todos con él. ¿Pero qué mierda de explicaciones te tengo que dar a ti?

—¿Alguna vez intentaste ayudar a Tommy a salir de su miseria, o lo único que te preocupaba era el éxito del grupo?

—Gilipolleces. Guitarristas como Tommy los había a millones. Ese mierda era un cero. Y punto. Yo soy un músico reconocido, un rockero, me debes un respeto.

—¿Respeto? ¿Crees que un tío acabado, con un bronceado horrible y ropa playera se puede considerar un músico respetado? Un tipo que ha vuelto por la pasta, con una banda de la que nadie se acuerda y en el que tocan dos de tus sobrinos para cubrir huecos, ¿me va a dar lecciones de estrellita del rock? Ni por asomo. La actitud y la personalidad la tenía gente como Tommy Calvin, le costase eso o no la vida. Ah, y por cierto, «Bath Mat» es una mierda de nombre para un grupo de rock.

***

Por la noche le sigo dando vueltas a la entrevista con Josh Barton. La bronca duró unos minutos más y los insultos por las dos partes son irreproducibles. ¿En qué momento me convertí en el abogado defensor de Tommy Calvin? Al final no deja de ser un secundario de un grupo de segunda en la Historia del Rock. Un tipo con una vida descarriada. Por el que nadie daría un centavo. Un fantasma que sigue existiendo en las palabras de otros. Ni siquiera sé si estoy escribiendo sobre alguien vivo o muerto. Sea como fuera, parece que estoy ensayando una autopsia sin cadáver. Entre estos márgenes estoy intentando esbozar un mal borrador con trocitos de una vida que me han enviado por entregas. Me paro a pensar y creo que estoy insuflando una vida a alguien a quien no le preocupaba la suya. Pongo en la balanza todo lo bueno y todo lo malo que me han contado de él, pero no tengo la capacidad de juzgar. Apelotono en estos párrafos todo lo que me han confesado de él y aún tengo un retrato lejano y desenfocado. ¿Un amante mentiroso y manipulador? ¿Un aprovechado, un mal hijo que vendía a cualquiera para echarse un trago a la boca? ¿Un borracho enfermizo? ¿Un músico mediocre que no aprovechó la única oportunidad de triunfar en la vida? ¿Un chico indefenso maltratado por la vida? ¿Era un amigo de verdad? Quién sabe. Hay mil millones de maneras de definir una amistad. ¿Ofrecía cariño, comprensión, un hombro sobre el que apoyarte? ¿O era como la máscara de teatro, un lado sonriente y otro de llanto? ¿Alguien llegó alguna vez a conocerlo de verdad? Tengo mis dudas. Supongo que me ha pasado como al resto de hombres y mujeres que he conocido estos días: que la persona, o el personaje que era Tommy Calvin, me ha llegado a fascinar incluso sin haberlo tenido delante. No te podías fiar de él, pero nunca podías dejar de guiñarle un ojo cuando hacía alguna locura. Era vida en movimiento perpetuo, un bastardo encantador y traicionero. Alguien sobre el que merece la pena escribir. Quizá incluso charlar un rato. Y tomarse una copa o dos. Tommy Calvin… Un antiguo camarero de un bar que frecuentaba en Frisco me comentó que un colega lo había visto paseando por Nueva Orleans. No sé si será verdad. Pero no creo que merezca la pena ir a visitarle. Por si acaso se rompe esa magia.

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