Ir directamente al contenido de esta página

Lascivia

por

No tengas miedo al frío ni a la helada, sino a la lluvia porfiada

El día recordaba la película de Ridley Scott, Blade Runner, con aquella lluvia incesante hasta la extenuación. Acababan de pasar las fiestas navideñas y todo el mundo estaba harto de fiestas, comidas y felicitaciones, o casi todos.

Lo primero que pensó Nuria cuando vio el nombre de Enrique Cebrián escrito en la pantalla de su móvil era que tenía que poner fin a este «acoso», no se sentía cómoda con Enrique como nuevo jefe de departamento. Seguro que la llamaba porque el otro día en el trabajo, mientras estaban en el comedor de la empresa, Nuria le había dejado un programa de edición de video para Mac, el Final Cut Pro 7, una versión pirateada, y tendría alguna duda sobre el funcionamiento del programa. Enrique, últimamente, aprovechaba cualquier pretexto para estar pendiente de ella o llamarla, incluso en horas fuera de oficina, con la excusa más infantil. Así que, no contestó la llamada. Había quedado con Carmen para tomar un café.

Nuria es licenciada en Informática y tiene un MBA en Dirección de empresas y otro en Contabilidad. Trabaja en el departamento de programación y consultoría interna de la mayor multinacional de la alimentación, la compañía suiza Nestlé. Es una experta en el lenguaje de programación sobre el que se apoya SAP, el ABAP IV. A sus 27 años lleva 2 años trabajando en la cuarta planta del edificio que la compañía tiene en la calle Juan Florez, en A Coruña, la ciudad de la luz. Está muy contenta con su trabajo, tiene un buen horario, un mejor sueldo y una formación continua. El departamento está formado por 12 personas, 7 hombres y 5 mujeres, además de otras 8 personas, la mayoría eventuales, que son los consultores externos de SAP. Excepto Enrique, recién nombrado jefe de departamento, que tiene 36 años, el resto de sus compañeros son gente de su misma edad. Suele ir a comer en el turno de la 1h 30m, el día que lo hace en el comedor de la empresa, unas veces busca a los chicos del laboratorio y otras a los del departamento de D.S.I. (desarrollo de los sistemas de información).

Carmen lleva trabajando 8 años en el departamento de Tesorería, en la séptima planta. No voy a explicar el trabajo que se desarrolla en este departamento, pero os puedo asegurar que es de todo menos divertido.

Es morena, de ojos castaños, tiene una melena que le cubre los hombros y se echa tinte en el pelo. Al trabajo suele ir maquillada de una manera sencilla pero elegante: un poco de colorete, sombra de ojos y un pintalabios suave. A veces se echa algo de rímel en la mirada sin perder su imagen de madre de familia y siempre va a conjunto con la ropa que lleva y con el esmalte de uñas. A sus 34 años, muy bien llevados, está felizmente casada y tiene 2 niñas, la mayor de 6 y la pequeña de 4. A su marido, Felipe, lo conoció en la facultad de Económicas pero él no llegó a acabar la carrera. No le hizo falta. Es la más joven del equipo; este no ha sufrido cambios en los últimos 5 años y los que se produjeron en los 3 anteriores fueron motivados por las jubilaciones. Trabajan 18 personas, 15 hombres y 3 mujeres. Siempre baja en el turno de las 2h 30m y siempre come con compañeros de su misma planta, gente de contabilidad o de tesorería.

A pesar de llevar varios años trabajando en la misma empresa se conocen desde hace 2 semanas. Es normal, allí trabajan cerca de mil personas. Desde que la empresa inició la migración de su desfasado ERP hacia SAP, la integración de los módulos contables, de tesorería, de ventas, de suministros, de RRHH, etc. hizo que en cada fase de la integración cada departamento implicado estuviese apoyado por alguien de programación.

Nada más salir del ascensor vuelve a sonar el móvil de Nuria. «No puede ser, otra vez… o es que habrá pasado algo», pensó, mientras decidía si atendía la llamada.

—Hola. Dime Enrique, ¿sucede algo? Tenía una llamada tuya de hace unos minutos… No te contesté porque estaba sin cobertura.

Era casi verdad, la llamada la recibió cerrando la puerta del piso y a punto de entrar en el ascensor. Si se hubiese producido, no tendría la cobertura necesaria para recibir la llamada.

— Oh, no, todo está bien. Como hace un día de perros y estoy solo en casa me preguntaba… te llamaba para saber si te apetece tomar un café.

Enrique, además de ser el jefe de departamento, es el responsable de la migración del modulo de Tesorería del AS/400 a SAP, uno de los módulos mas complejos de todo el nuevo sistema informático.

—Te agradezco la invitación, pero es que tengo que ir a recoger unos encargos y ando un poco apurada. Chao chao, nos vemos el lunes —y le colgó.

Enrique no pudo disimular una cierta desilusión, el día era perfecto para quedar. Nuria estaba soltera y sin compromiso, como él. Esa semana había estado más receptiva con él de lo que era habitual y en sus previsiones no contemplaba esta negativa. Lo que lo tenía desconcertado era que ella nunca se había fijado en él, todas sus conversaciones siempre habían sido de trabajo o por temas relacionados con su profesión. Bueno, era cuestión de no desesperarse, tarde o temprano caería entre sus brazos.

Iban a ser las 4 de la tarde. Llegaba tarde a su cita con Carmen, habían quedado en una cafetería de la calle del Orzán, la cafetería Picasso, y con la que estaba cayendo o llamaba a un taxi o se iba a retrasar mucho. Cuando estaba a punto de marcar el número del Tele-taxi suena de nuevo el teléfono. Era Carmen.

—Hola Nuria, me he retrasado un poco, aun salgo ahora.

—Escucha, con el día que hace porque no te vienes a casa, me he traído de la casa de mi abuela unas filloas que están de vicio y como son tantas te puedes llevar algunas para las niñas y Felipe, que seguro que les encantan.

—La verdad es que tienes razón, la tarde está horrible. Ok, en 20 minutos estoy ahí.

—Perfecto, tienes el tiempo justo para llegar —y colgó.

Abre el ojo y te ahorraras enojos

Carmen cogió las llaves de casa y pegó un portazo. Se dirigió al garaje, fue directa al Picasso. Había discutido con Felipe otra vez, y lo había dejado solo con las niñas hasta las 8 de la tarde, él le dijo, gritando, que tenía que ir no sé a qué sitio, pero ya pensaría si volvía a tiempo.

Felipe se había escabullido toda la semana de ayudar en casa y de llevar y traer a las niñas del colegio, además de sus correspondientes actividades. Carmen está muy enamorada de Felipe y cuando hacen el amor siempre acaba rendida de cansancio, las horas de gimnasio hacen de él un semental. Por las noches, cuando Carmen se mete en cama, después del trabajo y de ir a recoger a las niñas y de bañarlas y de poner la cena y de recoger los platos y después de cenar ella, no lo hace con la intención de follar con su marido. Aunque tenga una polla bien dura peleando por abrirse paso entre sus piernas; el deseo y la excitación no hacen acto de presencia y Felipe que tiene la sensibilidad en su capullo entreabre sus nalgas, sabe que esa resistencia inicial cesará, entonces la entrega será absoluta.

En más de una ocasión Carmen estuvo a punto de mandarlo al cuarto de baño a que se hiciera una paja.

La maldita lluvia trastocaba sus planes de esparcimiento para la tarde del viernes, quería llevar a Nuria a las tiendas y locales que ella frecuentaba; en el fondo sentía envidia por su juventud, su belleza y su actitud ante la vida. Delimitaba su espacio. Le recordaba a ella, una chica de pueblo, con carácter, que estaba demostrando su valía en un océano de tiburones. Carmen y Felipe viven en las afueras de Coruña, en un chalet de planta baja de 150m cuadrados con un amplio terreno donde tienen manzanos, limoneros, castaños, nogales y cerca de la verja tiene Carmen sus rosales y un pequeño invernadero donde cultiva tomates, cebollas, lechugas, acelgas y algo más.

Nuria había estado en una ocasión en su casa, orientándoles y asesorándoles en el equipo informático que iban a necesitar. Fue al finalizar la primera semana de formación, esta se realiza en el mismo puesto de trabajo. El primer día suele suceder que los colaboradores que van a recibir la formación muestran una actitud defensiva ante los cambios, pero cuando Nuria se encontró con Carmen, quedó sorprendida por las ganas de aprender y colaborar, desde el primer minuto se puede decir que conectaron. Como los viernes terminan la jornada a las 2 de la tarde, quedaron para comer en la cervecería de la calle Rubine y así poder ver con tranquilidad la instalación necesaria que precisaban. Cuando llegaron al chalet iban a ser las 4; se encontraron con la sirvienta, una señora que ya había cuidado a su marido siendo niño, era por lo tanto de total confianza.

—Buenas tardes, señora.

—Buenas tardes María, te presento a Nuria, es una compañera de trabajo.

—Hola María. –Fue un saludo formal. Se dieron la mano y María se dirigió a la cocina, su jornada acababa en 5 minutos; ya tenía todo preparado para el día siguiente.

—Ponte cómoda Nuria, voy a ver por donde anda la tropa.

Las niñas estaban en su habitación estudiando y el marido estaba, como no, en el ordenador. Nada más ver entrar a Carmen en el estudio Felipe le suelta que se tiene que ir, que ha quedado con no sé quién. Carmen no está muy de acuerdo, pero como está con Nuria no quiere hacer una escena. Al pasar frente al salón ve sentada en el sofá a Nuria. Al verla casi se olvida de que se iba de casa.

—¿A dónde iba yo? —pensó.

Estaba con las piernas cruzadas, leyendo una de las revistas que había cogido del revistero del salón. Hay pocas cosas que se le pasen por alto a una programadora, aunque parezca todo lo contrario. Llevaba el pelo suelto y salvo por el color de piel y de ojos, que eran de un intenso azul, todo en ella recordaba a la nueva diosa de ébano, Beyonce.

—¡Holaaa! Me parece que no nos han presentado, ¿tú eres? —si quisiera poner la voz de gilipollas no le habría salido tan bien.

—Hola, me llamo Nuria y soy compañera de trabajo de tu esposa, porque tú debes ser Felipe. ¿Me equivoco? —se incorporó para darle los oportunos saludos de cortesía y Nuria le regaló una sonrisilla de adolescente, que Felipe interpretó erróneamente.

—Has acertado, ji ji —le estrechó la mano y le dio dos besos de bienvenida—. Eh, ¿y a qué se debe esta visita?

—Ah, no te lo comento Carmen, soy programadora y como queréis domotizar la casa vengo a ver lo que necesitáis. Orientar en el buen camino y esas cosas… ya me entiendes —se dio la media vuelta para ver una litografía de Picasso, Las Bañistas.

—Bueno… pues encantado de conocerte y a ver si nos visitas más a menudo, ya sabes dónde estamos —se quedó mirándola de espaldas y tuvo que reprimir un suspiro al ver aquel monumento.

Cuando Carmen regresó al salón ya se había cambiado de ropa. Seguía con el maquillaje de la mañana pero ahora vestía unos vaqueros Ralph Lauren ajustados, con unas roturas, que le hacían una figura de lo mas juvenil, lo completaba con una camisa azul, por supuesto a tono con el maquillaje.

—¿Te gusta Picasso?

—Sí, mucho, es uno de mis pintores favoritos. Cuando estuve en Barcelona, haciendo un master, iba todas las semanas al museo Picasso, antes de ir a cenar a Els Quatre Gats, cerca de Plaza Catalunya. ¿Quién ha elegido la litografía? —lo dijo sin apartar la vista de la pared.

—Esa en concreto, yo. Me gusta la sensación que transmite. No sé, me gustó sin más… No sabía que te gustaba el arte —se puso detrás de Nuria para poder contemplar mejor el cuadro.

—Me lo inculcó mi padre, le encanta todo lo relacionado con el arte y el arte mismo —al darse la media vuelta quedaron a escasos centímetros la una de la otra. Apenas corría el aire.

—Hola mamá, ya he terminado los deberes —era la hija mayor que acababa de entrar en el salón.

Esa tarde terminaron las dos niñas y ellas jugando a merendar con la colección de Hello Kitty, Nuria tomó buena nota de lo que se necesitaba y se despidieron hasta el lunes. Empezaban la jornada a las 8 de la mañana, era la segunda semana; a primera hora tenían que revisar los saldos de las cuentas corrientes y de crédito, además de comprobar que el software encargado de cargar los extractos bancarios funcionaba correctamente.

Si todo iba bien, ese viernes acabarían con la migración total de información, harían un último test de verificación del sistema y cada una volvería a su rutina diaria. La semana fue perfecta en lo laboral pero, en lo personal, Carmen tuvo una semana negra. El viernes por la mañana, después de verificar que todo funcionaba correctamente, quedaron por la tarde para charlar y tomar un café, en una cafetería del centro. Carmen no dudó en aceptar la invitación. Necesitaba una tarde para ella, hablar, ver escaparates, callejear, olvidarse del tiempo… y Nuria también parecía necesitar olvidarse del trabajo.

El que te adula algo busca

Durante la segunda semana padecieron el «acoso» de Enrique Cebrián. Enrique es lo que las mujeres llaman un «picha brava», seguro de sí mismo, tiene una larga carrera profesional por delante, con ayuda del apellido, por supuesto, soltero y con un cuerpo de gimnasio. Yo diría que es de esos hombres a los que le gustan presumir de chica, sentirse dueño de ella.

La insistencia de Enrique se agravó al enterarse de que compartía gimnasio con el marido de Carmen. A mitad de semana Enrique quería que el proceso de migración estuviese completado. Nuria le había explicado que para garantizar la bondad de los informes aun faltaban por testar algunos programas de fondo del nuevo sistema, y coordinar con el departamento de D.S.I. el informe corporativo; aun no estaba aprobado el carácter temporal del informe: semanal, mensual etc. y no se podían parametrizar las coordenadas. Mientras no recibieran la circular con las instrucciones estaban realizando labores de formación del sistema SAP.

—Nuria, ¿crees que hoy podría estar funcionando el query? —lo dijo con el aire de superioridad que tienen los jefes y con el tono de «si te portas bien, después tendré una sorpresa para ti»—. Los de arriba me preguntaron cómo íbamos con los cambios y si se cumplirían los plazos.

—De momento no hemos tenido ninguna incidencia destacable y en principio no debemos tener problemas en ajustarnos al calendario ¿Si quieres hablo con Albert, y le explico que para hoy es imposible que…?— Carmen nunca se había dirigido a su jefe en ese tono, de una manera tan natural y cordial.

—Vale, vale, pero dale preferencia al XRT, quieren saber si la inversión en el software vale la pena.

—Pues claro que vale la pena, o es que tú no has visto su funcionamiento. ¿A que viene esta insistencia Enrique? —estaba consiguiendo poner nerviosa a Nuria.

—Bueno, no insisto más —dirigió su hermosa sonrisa y sus ojos negros hacia Carmen. Su mirada se perdió en el canalillo de sus pechos—. ¿Cómo vas con SAP Carmen?

—Bueno, como dice Nuria, nadie nace enseñado. La verdad es que cambia toda la forma de trabajar que teníamos hasta ahora. Me gusta, creo que no voy a tener problemas.

—Estupendo, me alegro, al fin alguien que es pro-activo. Por cierto, no sabía que Felipe era tu marido, es un hacha jugando al padel. En el gim estamos todos deseando darle una paliza, a ver si lo cansas un poquito por la noche, ya me entiendes —y se marchó con una sonrisa picarona.

—No ves, lo que yo te digo. Le queda grande el puesto y además no sabe, no sabe…Acaso no le dejé el viernes encima de la mesa, antes de irme, el planing de trabajo para la semana. ¿Te acuerdas, Carmen? Esa tarea la hicimos el lunes a primera hora y ayer y hoy. Este no ha leído uno solo de mis partes de trabajo —parecía un poco molesta con Enrique.

—Tía, esta buenísimo —como disculpándolo—. Yo creo que se fija más en otras partes, je je.

Carmen esperó a que fuese Nuria quien empezara con el interrogatorio. Cómo es que conoce a tu marido, cuál es el gimnasio al que van, desde cuándo se conocen, etc. Parecía disfrutar, por fin, de un momento de distracción, estaba como una colegiala esperando a su chico a la salida del instituto. Según Carmen, Enrique estaba muy «bien armado».

—Me lo contó Felipe ayer por la noche —esbozó una sonrisilla de adolescente—. Cuando se metió en cama, me dijo que había conocido a tu jefe, y que era un excelente partido. Tiene acceso a la zona VIP del gimnasio.

—¿Qué más te dijo? —Nuria dejó a un lado los papeles— ¿Te apetece un café? —se dirigió a la máquina de las bebidas, la zona que tienen los empleados para relajarse y comentar sus andanzas con más tranquilidad— ¿Qué tomas? —estaba deseando oír lo que Carmen le tenía que contar.

—Un cappuccino, gracias —hablaba bajito para no ser escuchada—. Mira que Felipe está «bien armado», pero me dijo que Enrique la tiene de 20cm —a Carmen le gustaban las pollas grandes, no había lugar a dudas. Por su expresión debía fantasear muy a menudo con una buena polla o con varias, vete tú a saber—. ¿No te has fijado?

—¿En quá? —su expresión mostraba displicencia— Es un pesado y presume de cuerpo, no hay más que verlo. Ahora entiendo porque le fastidia tanto que le ignore en horas fuera de oficina. Tiene el rabo inquieto por mi conejito. Veinte centímetros. Con esa polla ya se puede sentir gallo en el gallinero.

—No me imagino a Enrique, con lo guapo que es y el cuerpo que tiene que no se porte como un hombre en la cama… ¡Eh! A ti te gusta Enrique, en cuanto he dicho lo que le medía su pene, tus ojos se han puesto como platos.

—Qué dices Carmen, anda volvamos al trabajo —y se fue con una sonrisa malvada para la mesa de Carmen, a seguir con la formación de SAP.

Ten más de lo que muestras y habla menos de lo que sabes

La calefacción llevaba puesta desde las 11 de la mañana y se estaba muy confortable; se sirvió un vino, un mencía. Nuria se puso cómoda, disponía de media hora hasta que Carmen llegase. Vivía en la avenida Gran Canaria, en la punta occidental de la ciudad. Desde su salón se ve, al otro lado de la bahía, la Torre de Hércules y la playa de Riazor, la vista es realmente hermosa. Mientras se preparaba, puso un CD, le agradaba la voz de ese chico, de Valderrama, «La memoria del agua». Le gustaba particularmente la canción C Neftaly n.º 12, letra de Pablo Neruda: «Para mi corazón basta tu pecho, / para tu libertad bastan mis alas. / Desde mi boca llegará hasta el cielo / lo que estaba dormido sobre tu alma».

A las 4 y 25 suena el timbre, era Carmen. Nuria llevaba el pelo recogido en una cola de caballo, vestía una camiseta blanca de tiras y un pantalón vaquero que se ajustaba perfectamente a sus caderas, iba en calcetines.

—Pasa y cierra la puerta. Puedes dejar el abrigo en el estudio. Estoy en la cocina.

—¿Qué estás preparando? ¿Te puedo ayudar en algo?

—Enseguida termino, muchas gracias, estoy preparando la comida de mañana; toca conejo.

Se había traído del pueblo un conejo «criado como Dios manda», como decía su abuela. Estaba cortando cebolla y ya tenía picado unos dientes de ajo, una guindilla, medio pimiento rojo, unos puerros y algo de zanahoria. Lo iba a preparar al horno.

¿Qué clase de mujer sería Nuria con los hombres? Se preguntaba Carmen, mientras seguía con la mirada el balanceo suave de sus caderas. Se cuidaba bien, saltaba a la vista, seguro que en más de una ocasión su chico o sus ligues (según todos estaba soltera y ella no se había atrevido a preguntarle si tenía pareja) la habían asaltado en la cocina, como hacía Felipe, como hacen todos los hombres… pensando con la polla… viviendo en su mundo, no en el nuestro, a él venían cuando se acordaban o cuando lo necesitaban, en fin c’est la vie.

—Ya está. Al horno, fuego muy lento y a dorarse. Ahora voy a preparar las filloas, en 10 minutos están listas.

—No tendrías algo que dejarme, he tenido que aparcar a unos 300 metros y la lluvia me ha empapado los pantalones —Carmen traía un jersey verde de angora con un generoso escote, un pantalón de pana color beige y llevaba una botas altas. Estaba arrebatadora.

—Claro, acompáñame.

La llevó a su dormitorio, le ofreció varios pijamas y camisetas que ponerse, entretanto ponía a secar su ropa frente a los radiadores; después regresó a la cocina, a terminar de preparar las filloas. Las puso de tres maneras: con mermelada de moras, con miel y con chicharrones.

El dormitorio era muy cálido, las paredes y el techo estaban pintados de un malva claro. La cama tenía un cabecero de forja restaurado y los armarios estaban empotrados. En una esquina de la habitación, Carmen se veía reflejada en un espejo de pie, enmarcado en madera de roble. Aun reconocía aquella joven, llena de sueños y de inquietudes, por la que suspiraba más de un buen mozo del pueblo. Pero ella quería salir de allí, así que aprovechó bien las oportunidades que se le presentaron. Dos cuadros grandes, frente a la cama, con motivos africanos y un baúl a sus pies componían una habitación sencilla y elegante.

Carmen eligió en vez del pijama rosa, de pantalón largo, el pijama corto de color verde. El short le hacía las piernas más esbeltas, para la parte de arriba escogió la camiseta de tiras del pijama, muy sexy, que le realzaba su estilizada figura y de calzado se puso unos calcetines en tonos rosa y verde, a juego con el conjunto. Cuando llegó al salón Nuria ya había dispuesto una bandeja con las filloas y unas copitas de oporto, un Vintage de la bodega Sandeman. Las filloas le traían a Carmen gratos recuerdos de su infancia, cuando ayudaba a su abuela en la cocina. El olor de las filloas marcaba los tiempos del cocido, el lacón con grelos, los carnavales, la fiesta, el placer…

El piso era acogedor y familiar, 95m cuadrados muy bien empleados. La habitación más pequeña correspondía al estudio, estaba pintada de un azul celeste, tenía una amplia librería que ocupaba todo el largo de una pared y una mesa de cerne sobre la que se amontonaban papeles, cedés y la pantalla del PC. Había colgado una litografía de Picasso que nunca había visto, era una versión de Las Meninas, en blanco y negro. El salón era amplio, tenía colgadas varias fotografías, una era de Ellen Von Unwerth, retrataba a una pareja en su piso, ella estaba de espaldas y se abrazaba al cuello de su chico. Le gustó. La otra eran unas manos tocándose, las manos de mayor edad tenían no menos de 85 años y las otras eran de apenas unos días; automáticamente Carmen pensó en el ayer, el hoy y el mañana. Al lado del televisor estaba el retrato de una joven Nuria, no más de 22 años, con un señor que debía ser su padre. La foto era al anochecer, estaban sentados al lado de una hoguera con el mar de fondo y señalando algo en el cielo. Los dos estaban sonriendo

Iban a ser las 5, en la Fox ofrecían dos episodios de Queer as Folk.

—Me encanta esta serie, sus diálogos son provocativos y transgresores. -Las filloas estaban en su punto. La mermelada, la miel y los chicharrones reclamaban ser degustados.- ¿Has probado los de chicharrones alguna vez?

—¡Uhm! Que deliciosos están, nunca los había probado así —y brindaron con el Vintage.

—¡Qué rico!, me encanta.

El oporto era exquisito, fue un regalo de su padre, estaba lleno de aromas. Éste que estaban probando tenía un bouquet sabroso, su aroma recordaba a café y ciruelas.

El Vintage se elabora cuando las condiciones climatológicas lo determinan, sólo se producen unas 3 o 4 añadas cada decenio. Su padre le dijo que un buen Vintage aguanta entre 25 y 30 años en botella, que es cuando el oporto adquiere el cuerpo deseado.

Si vas hacía la luz no mires a las sombras

Nuria tenía el piso totalmente domotizado. Desde su lado del sofá podía controlar la luz y la calefacción así como cualquier aparato electrónico de la casa. Subió dos grados la temperatura, bajó la intensidad de la luz y se puso cómoda en el sofá.

Como estaban tiradas a ambos lados del sofá tenían las piernas entrelazadas. Carmen, entre las filloas, el Vintage y el calorcillo apoyó su cabeza en el respaldo del sofá, se le estaban cerrando los ojos. Nuria ardía en deseos de besar los labios de Carmen. Un pie inicia un suave masaje en el muslo de Carmen, estaba tan cómoda que se quedó adormilada. Cuando abrió los ojos Nuria venía del dormitorio, traía el pelo suelto, vestía una camiseta de tiras transparente y unas bragas muy sexys de color rosa con unas cerezas dibujadas. Apetecía comerlas.

—Me fui a poner más cómoda. ¿Cómo estás?

—Bien. Me he quedado adormilada, me ha sentado genial, la verdad es que estaba un poco…

—Un poco agobiada y cansada —Nuria esbozó una sonrisa, extendió su brazo solicitando la mano de Carmen—. Ven aquí. Date la vuelta.

Carmen la miró a los ojos, que hermosos eran, azules como el mar. Estaba radiante de belleza. Se dio la vuelta y se recostó sobre el pecho de Nuria. Se dejó hacer. Empezó acariciándole los brazos, al tiempo que la besaba dulcemente en el cuello. Nuria deslizaba su mano derecha sobre la barriga de Carmen y con la izquierda acariciaba sus pechos sin tocar los pezones. Carmen no pudo reprimir un gemido. Sus bragas eran de la colección Woman Secret, llevaba una combinación muy seductora de encaje con motivos florales, el sujetador combinaba el satén con el adorno floral en el escote. Notaba en su espalda el pubis húmedo de Nuria; ella también se estaba poniendo muy caliente.

Nuria se puso a horcajadas sobre Carmen y buscó su boca, deseaba, anhelaba el néctar depositado en sus labios.

—Espera, yo nunca he estado con una mujer, no sé… estoy…

—Eso no tiene importancia, quiero que disfrutes —lo dijo mirándola a los ojos, sonriendo y susurrándole las palabras.

Nuria se quitó la camiseta. Sus pechos son hermosos, duros; tiene unos pezones que desafían la ley de la gravedad y destacan en una areola perfecta.

—¿Y eso? —era Carmen, estaba acariciando los pezones de Nuria y disfrutando de la visión de su cuerpo, cuando señaló unas iniciales que estaban tatuadas en su costado izquierdo.

—Tonterías de juventud —se sonrió—. Te voy a comer —le susurró al oído.

Nuria se puso de rodillas sobre la alfombra; empezó por lamerle los muslos al mismo tiempo que manoseaba su hermoso culo. Carmen, entretanto, se dejaba hacer. Cuando su lengua alcanzó los labios vaginales, Carmen ya estaba muy caliente. El tiempo había desaparecido.

—Qué conejito más hermoso, qué lindo es… ¿te gusta esto? —no se dirigía a Carmen sino a su coño.

—Mucho, sigue —Carmen se pellizcaba los pezones. Estaban duros como los de una joven de 20 años.

Los pechos de Carmen eran más grandes que los de Nuria, voluptuosos. Carmen por su parte quería probar los pezones de Nuria; ésta se había incorporado y estaba besando en la boca a Carmen. Mientras le apretaba suavemente el pecho, con la palma de la mano, sus dedos se deslizaban sobre sus pezones, oprimiéndolos en un chasquido suave. El placer era enorme. Con la punta de la lengua aspiraba la esencia del Vintage depositado en los labios de Carmen. Dejó que Carmen paladeara su boca al mismo tiempo que acariciaba, con la yema de los dedos, su «conejo» peludo. Nuria le acariciaba el ombligo y el clítoris en un movimiento circular muy excitante y sensual. Cuando metió el dedo anular y medio en su vagina Carmen se arqueó de placer. Nuria utilizaba las dos manos para hacer gozar a Carmen, con su mano izquierda acariciaba el clítoris y con la derecha sus dedos jugueteaban con su coño, dándole satisfacciones desconocidas.

—¿Te vas a correr? Sí, verdad… ¿Te gusta esto? Oh sí, te gusta —le hablaba de una manera muy sensual. Estaba a punto de correrse.

—Oh sí, me corro, sigue, sigue —el orgasmo le llegó entre caricias, besos y mimos, fue largo y muy bonito. Fuera seguía lloviendo—. Ha sido increíble Nuria, uff, no sé qué decir… ¿ahora qué?

—¿Ahora? Ahora te toca a ti, ¿o es que quieres dejarme así? —Nuria tenía en los ojos el deseo de ser poseída.

Carmen se sonrió, se sentó en el sofá y siguió con su mirada el cuerpo de Nuria. Estaban desnudas. Había anochecido. El segundo episodio de Queer as folk terminaba. Nuria apagó el televisor y puso música, sonaba Hide in your shell de Supertramp. Veían sus cuerpos desnudos reflejados en el amplio ventanal y sus miradas se encontraron en el destello de la noche. Bellísimas las dos, riéndose del pesado de Enrique Cebrián y de Felipe «el hermoso», terminando los trozos de filloas con miel, bebiendo un poco mas de Vintage, curioseando en sus vidas, olvidándose del tiempo.

—Dirás que soy una pesada, pero es la verdad, ha sido fantástico. Lo necesitaba… ¿Por qué los hombres se olvidan de las caricias y los cariños cuando hacen el amor, Nuria? —se lo dijo mientras se ponía encima de su pierna rozando sus labios vaginales contra su muslo.

—Porque casi todos piensan con la polla y se creen que su polla es la Polla. Ellos piensan que con tenerla bien dentro de tu hermoso coño ya eres la mujer mas feliz del mundo —había cogido un trozo de filloa y se lo estaba metiendo en la boca a Carmen.

—¿Tienes pareja Nuria? —se sentía segura al hablar y su curiosidad femenina pudo más que su discreción.

—Sí, llevamos dos años viviendo. Estamos muy bien. Trabaja en Arthur Andersen.

Carmen se puso algo tensa. No era extraño, si Felipe entrara en casa y viera a su mujer desnuda en el sofá con Nuria seguro que…Felipe se metía en medio de las dos, estaba segura.

—¡Qué callado te lo tenías! Y yo que pensaba que te interesaba Enrique… O sea que es un Arturito —así eran conocidos los que trabajaban en la compañía de auditores.

La belleza no hace feliz al que la posee sino a quien sabe amarla

Cuando entré en el piso, a las 7 y cuarto, seguía lloviendo; abrí la puerta muy despacio, quería darle una sorpresa a Nuria. No suelo llegar hasta las 8h 30m pero era mi cumpleaños y quería tener una noche muy especial con mi chica. Había parado en una tienda de la calle Galera a comprar unos dulces para compartir con el oporto, después de cenar. Al abrir la puerta me invadió un delicioso olor a conejo; con el frío que tenía estaba deseando abrazarme a su cuerpo. El conejo estaba en el horno haciéndose muy lentamente y también había preparado unas filloas, le gustaban especialmente desde que se las di a probar en nuestra primera cita. Sonaba Hide in your shell. En el dormitorio no había nadie, así que me dirigí sigilosamente al salón. El cuadro que veía reflejado en el ventanal era… hermoso, era belleza, era arte.

La luz del faro y la bahía de Riazor estaban yuxtapuestas en el ventanal del salón con Nuria y Carmen desnudas en el sofá, charlando entre risas y caricias.

—¿A lo mejor le conozco? Igual es de esos arturitos que nos vienen todos los años a realizar la auditoria externa, ¿cómo se llama?

—Hola Carmen te veo estupenda… Me parece que hace dos años que no nos vemos. No has perdido el tiempo, por lo que veo —no era enfado ni ira, era otra cosa—. Y tú eres una guarra Nuria, ¿Qué…? —antes de que pudiera terminar apartó a Carmen y vino hacia mí con una mirada lasciva.

—Ven aquí cariño. Feliz cumpleaños mi amor.

Y me regaló un beso en los labios que me supo a… ¡Vintage! Lo guardaba para una ocasión muy especial… y la verdad es que esta lo era. Me ronroneó al oído:

—¿Te gusta mi regalo de cumpleaños? —y en sus ojos apareció la lujuria.

Llevamos dos años saliendo. La conocí en su trabajo. Al igual que otros años, cruzamos la oficina y fuimos directos al despacho de Albert Alsina, el jefe de departamento; una de las mentes más lúcidas y brillantes que he conocido y que he tenido la suerte de compartir. Como es habitual, Albert nos presentó a su equipo, la mayoría eran conocidos de otros años, pero ese año había nuevos colaboradores. El tiempo estimado en auditar el departamento estaba previsto que durase unas dos semanas, después subiríamos a la 7ª planta, como siempre. Deseaba volver a ver a Carmen, sabía que estaba casada, pero eso no me importaba, ella parecía disfrutar de mis halagos y mis adulaciones. Nunca hubo nada más.

Yo andaba demasiado pendiente del equipo como para tontear en horas de trabajo, ya sabéis el dicho, «allí donde tengas la olla no metas la polla». En auditoria el tiempo es fundamental; si quieres cumplir con el compromiso de presentar las cuentas anuales: el estado de resultados, el balance, la memoria, el estado de flujo de efectivo, además de auditar a otros departamentos, necesitas, por consiguiente, aprovechar el tiempo y como nuestro horario es diferente al de ellos debemos rentabilizar al máximo las horas que estamos en oficina. Además, como Nuria era una de las que hacía poco que entraran en el departamento poco o nada podíamos necesitar de ella. Por entonces el ERP de la compañía era el famoso AS/400.

Fue en el despacho de Albert, estábamos hablando sobre los procedimientos internos que se necesitaban seguir: gestión del tiempo, recursos utilizados, inversión en equipos informáticos y personal empleado. Del conocimiento y manejo de estos recursos, en las áreas de: producción, finanzas, mercadotecnia y RRHH, dependerá el cumplimiento de los objetivos marcados por el consejo de Administración. Dijo que tenía a la persona adecuada para la tarea. Llamó a Nuria al despacho, para decirle lo que precisábamos y que disponía hasta el jueves para presentar el informe; después tendría que ser revisado por los chicos de Arthur Andersen. Era urgente. Como el resto del equipo ya tenía las tareas asignadas, me puse con Nuria a recopilar la información y ponerla en orden. Lo primero que me sorprendió de ella fue su profesionalidad, había desarrollado en Visual Basic y Access las bases de datos con la mayoría de los datos que se necesitaban, no tuvo problemas para adaptar lo desarrollado a lo requerido. Era de viva voz que el AS/400 estaba llegando a su fin; antes de implantarse SAP ya se hablaba del nuevo sistema, pero mientras este no se produjese, tanto empleados como auditores externos tenían que trabajar con el AS/400, el ERP empleado por la compañía en los últimos 20 años.

La experiencia de trabajar en auditoría externa es única. Al tedio de recopilar información para luego ordenarla se une la desgana del trabajador de la empresa por facilitarte el trabajo, con el consiguiente retraso a la hora de presentar los informes.

Nuria era diferente. Su voz era cálida, su mirada transparente, sus manos suaves, su boca sensual, a su lado el tiempo parecía desaparecer. Nos reímos mucho, creo que ese día estuvimos hasta las 10h 30m en la oficina. Esa noche me acosté soñando con Nuria.

Desde aquel año no he vuelto a auditar en la Nestlé, al poco de conocernos recuerdo que le comenté que le había tirado los tejos a una chica de Tesorería, una morena de unos 34 años, pero que no me había hecho caso, nada más; estaba casada, era una pena, ella se lo perdía.

Me llevó al sofá, me había bajado el pantalón del traje y me estaba quitando la camisa. Nuria se sentó en el centro del sofá, Carmen a su derecha y yo a su izquierda. Llevaba una lencería muy sexy de Roberto Cavalli, me dejé el liguero y las medias; el roce de la seda en la piel me excita de una manera muy especial. Cada vez que miraba nuestros cuerpos reflejados en el cristal, el deseo de dar y recibir placer subía a cotas, hasta ese momento, desconocidas para mí.

Nuria estaba entregada a nosotras. Abierta de piernas, le acariciábamos su conejito con nuestras manos mientras rozábamos nuestro labios vaginales contra sus muslos, chupando sus pezones, ofreciéndole el néctar del Vintage, dándonos placer.

Carmen se aparto a la esquina del sofá para disfrutar de la visión de nosotras dos, se estaba masturbando. Nuria alcanzó el orgasmo casi al mismo tiempo que yo, al mirar de reojo a Carmen, vimos que seguía masturbándose, tenía casi toda la mano dentro de su vagina. Nos reímos, pero no de ella, sino de que lo mejor aun estaba por llegar. Al ver que la observábamos:

—Chicas, como me gustaría tener una buena polla dentro de mi coño.

De un cajón secreto que hay en la mesa del salón extraje una polla de látex de 20cm. La había comprado hacía dos días, mira que me reí cuando la vi llegar, con eso, a casa. Ahora lo entendía todo.

Carmen puso una cara libidinosa cuando vio el juguete que me provocó una excitación mayor que el orgasmo. Me estaba comiendo el coño mientras Nuria, despacio, muy despacio le introducía el falo en su vagina. Como se arqueaba de placer… Sonaba Logical Song. Eran las 10 de la noche. Fuera seguía lloviendo… Después me tocaba a mí. El tiempo había desaparecido.

Epílogo: Examina la senda por la que caminas y serán firmes todos tus pasos

Un mes antes de la implantación de SAP, nos enviaron un e-mail con las fechas y el plan de formación. En tesorería estábamos a la espera y con cierta ansiedad, íbamos a ser de los primeros en asumir los cambios. Un día, en el comedor, cerca de nuestra mesa, estaba Enrique Cebrián, el nuevo jefe de departamento, con una de sus colaboradoras. Yo no le sacaba ojo a Enrique, siempre vestía de una manera impecable, estaba con una chica rubia a la que había visto, de pasada, en alguna ocasión. No sabía ni que era programadora. Mari Carmen, encargada de las financiaciones a corto plazo, me comentó:

—Ahí los tienes, en menos de un mes, los tendremos en la oficina. Espero que el famoso SAP sea tan bueno como dicen.

—Enrique no le saca ojo a la rubia, ¿estarán saliendo? —un poco de cotilleo siempre anima la hora de la comida.

—No lo sé, pero no me extrañaría nada. Últimamente bajan a comer siempre juntos. La verdad es que hacen una pareja explosiva.

En un par de ocasiones, mientras observaba a Enrique en el comedor, me tropecé con los ojos de Nuria, algo en ella me recordaba a Diana (¿qué habría sido de aquella auditora?). Aquellos ojos desprendían sensualidad y deseo, pero enseguida apartaba la mirada, como avergonzada de ser descubierta. Siempre iba bien conjuntada, solía ir maquillada de una manera sencilla y elegante: un poco de colorete, sombra de ojos y un pintalabios suave. Un día, al pasar a su lado, me invadió un olor a Dolce&Gabbana, mi perfume.

Faltaban dos meses para el cumpleaños de Diana, había bajado a comer a las 2h 30m con Ricardo de D.S.I. Estábamos hablando de los cambios que se avecinaban y de cómo iban afectar a la reducción de personal y a ponerse las pilas a los que se quedaban. El cambio en SAP era inminente. A unos metros, en otra mesa, estaban comiendo los de Tesorería.

—Por ejemplo, Carmen va a ser una de las que se adapten bien. Aun es joven, es licenciada y el cambio le puede beneficiar. Los demás siempre van a ir a remolque de ella. La conozco, entró dos años después de yo. Su problema radica en que está en un departamento de «funcionariado», por encima la tropa que tiene al lado, fíjate bien, es de lo más divertida.

—Sí. No me gustaría estar en un equipo así.

Al verla, automáticamente supe que era la chica que Diana me había hablado. ¿Qué me había dicho? Que se la intentara ligar… y que pasó de ella… Destacaba entre la mediocridad que se sentaba a su lado. Era bellísima. Ella no me vio en ningún momento. Me quedé observándola durante la comida: su mirada, su sonrisa, sus ojos, su pelo, sus manos, su forma de caminar, su olor…

Cuando volví a la oficina busqué entre las circulares la correspondiente al planing de formación. Allí estaba. No me fue difícil ajustar los días y hacer unos pequeños cambios. Quería darle una sorpresa a Diana en su cumpleaños.

Bajaba a comer en el turno de las 2h 30m para verla, me sentaba donde la pudiera ver sin ser vista. Lo peor era aguantar a Enrique, el tenerlo delante babeando por conseguir una cita, me repugnaba. Suerte que eso no sucedía todos los días.

A medida que se acercaba el día de la implantación de SAP, mis fantasías, el erotismo… la obscenidad… la lascivia, aguardaba impaciente poder disfrutar de un cuerpo tan bello… El resto ya lo conocéis… Bueno, no, todavía falta una última cosa.

—Carmen me puedes acercar el paquete que hay debajo del sofá. Sí. Aquí. Es perfecto.

—¿Es el original?

—Es un regalo de mi padre.

Y colgó el cuadro de Las Bañistas al lado del ventanal. El reflejo de Carmen, Nuria y Diana en el cristal, con el faro de la Torre de Hércules y la bahía de Riazor, daba vida al cuadro que Picasso pintara en el año 1918, inspirándose en los años vividos en A Coruña, la ciudad de la luz.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

¿Te gusta la literatura erótica y pornográfica? Entonces no puedes perderte PORNO/GRAFÍA. Te espero.

Los comentarios están cerrados.