La vertical del Iron Sky
por CatiFrom which we’ll rise. Over love, Over hate
Through this iron sky that’s fast becoming our mind
Over fear and into freedom. Freedom, freedom
Oh, rain on me. Rain on me. Rain on me.Paolo Nutini
Tiempo: 00 minutos, 01 segundos. En un segundo, una última fluorescencia se desvaneció en el horizonte, de repente brotaron todas las estrellas…
Caí veinte metros seguidos, orientada en perfecta vertical y sin entretenerme nada en el trayecto, todo lo hice sin ayuda. Hace unos minutos me topé de golpe con toda la vertical del Iron Sky. Ejecuté tan bien el venirme abajo que escribo esto bajo la depresiva inseguridad de no saber si existo ya, tan grave fue, que estas palabras quizás sean un ejemplo de literatura póstuma.
Sentí los pies paralizados. ¿Pies? Essos objetos distantes y anónimos que se alejan de mis rodillas, de mis hombros, por encima de mi cabeza. Una certeza, el suelo, que está dondequiera que una caída se completa, no es algo sólido como comúnmente puede pensarse, sino frágil y quebradizo.
Fui, o soy, una neonauta que se lanzó afanosa a lo alto como si pudiera volver a inhalar el aire del último jadeo o alcanzar la última palabra acabada de pronunciar, y poder corregir esa pequeña imperfección discursiva que brota atropelladamente por el miedo.
Desde mi sólido puesto, o sea desde mi trono de don nadie, he visto desfilar el tiempo y sus minucias, el desfile improrrogable de la monótona rutina estelar. He dejado tres años de vida pegados a este puesto y me he desgastado mirando universos dobles, torbellinos de desorden y círculos de confusión en la centrifugadora industrial de la lavandería del Iron Sky. Concluyo que existe el frío y liso acero del tambor, que existe el botón «Arranque» y el botón «Parada», que existe el panel de control CLR 88 y el gesto de menosprecio del encargado Komarov. En el próximo éxodo, él se salvará.
¿Qué nos pasó? Hemos sido testigos de todos los sufrimientos. Nos hemos arrastrado por la sabana y aullado alrededor de las fogatas, hemos embadurnado con mierda las paredes de las cavernas, hemos tambaleado, andado a tientas, errado, abortado, caído de rodillas, tropezado, vomitado, devorado todo cual parásitos necrófagos o esforzado hasta el límite de las fuerzas por salvar a una ameba moribunda. ¡La evolución duele tanto! Somos capaces de unir egoísmo y generosidad, estupidez y sagacidad para dar forma a la pasión con brochazos rabiosos y hambrientos. ¿Será cosa de nuestra doble hélice, de nuestro ADN degenerado?
¿Por qué nos quedamos atrás? Lo más notable ha sido el fracaso de la ciencia, el fracaso de los simpáticos Einsteins y Bohrs, de los geniales Hawkings y Kawabata, de los apocados Narlikar y Ashtekar, de los cabizbajos Masreliez y Crawford, del amable Wun-Yi Shu y de ese petulante de Pinrose, confiando siempre en la unidad de lo inteligente y lo bueno.
¡He aquí sus descendientes! Seguimos lamiendo el suelo del conocimiento científico de rodillas, rebuscando alguna que otra teoría entre las mondas de las berzas. Yo hubiera preferido ser expelida en mil pedazos o llenado de helio mi traje y flotar eternamente, que seguir vegetando en esa especie de abrevadero de plasma neuronal. Cuando les escucho hablar fascinados por sus insignificantes momentos de iluminación, que es algo así como un cuelgue de maría de placentera vacuidad seguido por un montón de matemática, me da cargo de conciencia.
Me da dolor verles caer nuevamente bajo paradojas incoherentes, ¡porque lo más lógico es que el segundero de un reloj avance al compas del tictac, que nazcamos antes de morir y que los sucesos del pasado se queden allí! Pero no, se obstinan en buscar mundos múltiples, y cada vez que eso ocurre muchos de nosotros tenemos que poblarlos o morir.
¿Dónde están las excentricidades de las órbitas, las temidas burbujas solares aptas sólo para ambiciosos manuales de ciencia? ¿De qué sirve esta cúpula panorámica en donde conviven colores que nacieron para odiarse si ahora cada cuerpo celeste, planeta, asteroide o aparente estrella, es tan sólo un vacío?
No hay cálculos infinitesimales, sólo una ruta certera hacia el cero más absoluto. No hay sangre que justifique que hubo vida. No hay tierra que acoja la semilla. No hay nada, sólo rocas y cicatrices que se burlan de nuestro vicio pareidólico. ¡En fin! Nadie es dueño de la nada, ni el abismo es de nadie. Sólo se dilata la estupidez y la capacidad innata de cagarla.
Un grupo uniformado, verde oliva e insignia negra en espiral, contabilizaba a ritmo de raya–punto-raya en lo alto del Iron Sky. Uno, raya. Dos, punto. Ochenta y ocho, raya-punto. Ciento quince, raya-punto-raya-punto-raya. Doscientos dos, punto-raya-punto-…-punto.
Los hechos se sucederán siguiendo una pauta atemporal, en un principio puede parecer ilógica pero en ningún caso desleal con el final. Nos encontramos en el hipotético año de 2187, y es que desde hace más de dos décadas todos los años son hipotéticos. A principios de siglo la Tierra, donde billones de años de evolución cósmica han tatuado con trazos disgráficos la historia del universo y de la humanidad, empezó a decelerar en su movimiento. ¡Se quedó parada! Los científicos y tecnólogos militares anunciaron que el planeta dejaría de moverse a las 20:56, hora de la Costa Oeste, del 29 de febrero de 2120. Todos los habitantes quedarían atrapados eternamente.
¡Qué payasada! ¡Qué epílogo de algo, qué prólogo de nada! No se explicaban por qué este planeta decidió alienarse de las leyes del universo. Por eso decidieron que la neohumanidad reaparecería recortada en el área irradiada que quedó, exactamente sobre la decimotercera órbita de la Tierra, dada la escasa rentabilidad para la vida de la zona ofuscada del planeta, pues resultaba más económico crear una noche artificial que un día artificial.
Tuvieron que hacer estallar más de cien mil unidades de basura cósmica y eliminar más de siete mil millones de neohumanos, radical y ruidosamente para abrirse hueco hasta la nueva órbita. De un paisaje que proyectaron limpio y frío como el silicio, resultó otro nuevamente abarrotado con maquinaria saliente y muchos interruptores oscuros, e infinidad de diminutas edificaciones parásitas junto a enormes torres que crecen ya con sus aceras y calles incluidas. Fueron épocas de choque y contraste. Los neodirigentes volvieron a ser impunes al poner geografías a sus desvaríos.
Tiempo: 08 minutos, 00 segundos. Un satélite de reconocimiento estratégico confirma la presencia y posición de un mundo paralelo dirigiéndose hacia el Iron Sky.
A Oliv Sosa y a su compañero Theodor Zubrin una música de clínica privada y unos bruñidos paneles los acompañan en la disciplinada travesía por el intestino subterráneo. Entrañas que se ven desde lejos como nuevas, en gris perla y radiante eficacia. Tan limpias, tan pulcras, como si nunca se usaran. Lo único que altera su recorrido son los contenedores suicidas que transitan con sus cargas por el pulido escenario. No se miran realmente cuando se sientan a esperar los contenedores en la estación de recogida, debe ser porque no hay nada que mirar. Sus ojos esquivos reproducen la higiénica paranoia ambiental.
Tiempo: 06 minutos, 00 segundos. Se transmite la alerta roja a todos los módulos. Un general del sistema de defensa de la neohumanidad da la orden y las claves para la evacuación, marca coordenadas y número posible de evacuados a partir de la información obtenida mediante los satélites de reconocimiento.
Hablan en voz baja, sin ganas, sus escasas conversaciones suelen ser poco trascendentes. Después de un lacónico saludo —«buenos días» o «buenas noches»— pueden comentar algún sentimiento no despertado aún por la cafeína
—Hay gente que parece vivir en un verano perpetuo.
—Desde luego, Oliv. Aunque no es el caso de ninguno de los que conocemos.
—Pero también en el invierno más oscuro se puede llegar a ser feliz, ¿verdad, Theodor?
Theodor sabe que muchos son incapaces de abandonar el invierno, la nostalgia y el recuerdo, aún así le contesta con todo el aplomo que puede.
—Naturalmente, Oliv.
Theodor mira su rostro, en ocasiones tan cansado y en ocasiones tan vivaz. ¿Era aquello lo que esperaba el cuerpo alargado y pálido de Oliv Sosa? Parece respirar aliviada.
Tiempo: 05 minutos, 20 segundos. Las autoridades comienzan a abandonar Iron Sky.
«Algunos miembros del módulo van a ser lanzados a otra galaxia más pequeña.» El mensaje había aparecido en todos los paneles informativos, de abajo hacia arriba como en una película de cine B, con tipografía dramática, ligeramente inclinada hacia atrás.
—¡Nos escupen otra vez como a guisantes maduros de su vaina, Oliv!
—¿Y esa galaxia hacia la que vamos posee su propio agujero negro?
—Seguramente sí. Seguramente.
Hay que reconocer que aquel «seguramente» resultó terrorífico par ambos
—Theodor, esta mañana he percibido la radiación cósmica de fondo.
—Excepcional, Oliv, excepcional.
Theodor se aleja empujando su contenedor naranja y su silueta comienza a diluirse en la oscuridad como los rasgos de un ahogado se van diluyendo bajo la presión del agua. Mientras, Oliv sigue esperando su contenedor.
Tiempo: 04 minutos, 00 segundos. El programa configura todos los puntos y rayas de los neohumanos que no viajarán.
Era de esperar. Hace nueve meses que empezó la cosa de nuevo. Ya nadie llama «Sol» a esta energía sucia y amarillenta que llega a fogonazos, y las tormentas son cada vez más frecuentes. Hace dos noches, en plena tempestad sagital, un furibundo destello dejó todo a oscuras. Nadie recuerda un apagón tan absoluto. Ni siquiera veíamos nuestras manos, mucho menos las manos de los otros. Quedamos inmóviles y desorientados.
En la oscuridad se aprende a venerar la importancia de la luz y a maldecir. Los paneles, los propulsores y los refrigeradores, se silencian de golpe y todos regresamos a un pasado remoto, no importa si con los ojos abiertos o cerrados. El mundo se convierte instantáneamente en una ausencia, pero dentro de esa nada pueden sonar voces, una oración ofensiva o un respirar ansioso y esperanzado. Al miedo no le apaga un apagón.
La piel se cubre de ojos, aunque se piense que sólo se tienen dos, y algunos lugares clave del cuerpo, como las palmas de las manos o el pabellón vulnerable de la oreja o el cálido vientre, comienzan a vivir por su cuenta. Lo mismo da tocar una piedra que una joya, un rostro que una máscara, se está a ciegas. La vida es lo que te toca.
Tiempo: 02 minutos, 30 segundos. Un equipo se desplaza a una pequeña ladera del Iron Sky. Una joven teniente introduce las coordenadas de partida. A su lado, su superior le programa la configuración de los que viajarán.
Oliv Sosa escamoteó la vigilancia del discurso oficial aprovechando sus intervalos y silencios. Hay demasiados cadáveres arruinando el paisaje para que se le ocurra pensar que el sol y su barroca despedida es algo más que un suceso anecdótico.
A puro fuego de protesta, a puro saldo de muertes, algunos neohumanos comenzaron a jugarse la vida planificando un reventón en el Iron Sky. Es la única forma de sacarse la pesadilla de encima. No sobrevino en un momento, al cabo de un día o de un mes, fue una idea que creció, y fue tomando forma en los subterráneos del éxodo, sin saber bien cómo, se fue armando un tejido capaz de llevar mensajes de memoria, calcular probabilidades o transportar armas en contenedores. ¡No es fácil organizar un asalto a la lógica fría de la supervivencia matemática!
Tiempo: 02 minutos, 00 segundos. El ordenador, uno de tantos, da luz verde a la contabilidad final. La teniente gira una sola llave y pulsa un único botón.
Es agotador tener esa doble vida de neurosis y sobresaltos. Por eso Oliv Sosa no puede conciliar el sueño. Tiene los ojos cerrados y está realmente cansada, pero no puede dormir. Cambia de posición en la cama, pensando que quizás le incomoda el brazo mal doblado, o la pierna encogida, o la posición forzada del cuello. Siente esa opresión familiar en la que el pecho se pega a la espalda y no deja respirar. El ambiente es agobiante, como si las paredes solidificaran todo el dióxido de carbono de la jornada. Dio otra vuelta en la cama. «¡Carajo!», se dijo, «mañana voy a estar hecha mierda». Oliv Sosa lo ignora, y sin embargo un destino se desploma sobre ella, fuera del tiempo y del espacio, sutil y silenciosamente.
Tiempo: 01 minuto, 35 segundos. La cúpula protectora del Irón Sky sale despedida e inmediatamente un cilindro de veinticinco metros y cincuenta toneladas se eleva en posición vertical sin aparente esfuerzo, mientras el personal de a bordo se protege los oídos.
Vivir en el Iron Sky exige un precio. La salvación es costosa. La mayoría de la población queda retenida entre los colores irreconciliables de esos ocasos ensangrentados de la última partida. La salvación es costosa.
Tiempo: 01 minutos, 00 segundos. Suena una rápida secuencia de detonaciones sordas.
La nave vibra con violencia y se ve envuelta en una nube de humo grisáceo que huele igual que los enchufes quemados. La atmósfera debido a la dispersión y refracción óptica se curva y se dispersa, cayendo a más de ocho kilómetros por segundo comenzando a liberar cápsulas de contramedidas electrómagnéticas y aerosoles multiespectrales.
Oliv se quitó los cascos cuando percibió la explosión que provenía de fuera, un espeso humo inundó la sala de lavandería, era como estar en Pompeya un 24 de agosto del año 79 d.C . Todo se volvió un caos cuando llegaron las dotaciones policiales verde oliva e insignia en espiral. Una lágrima brillante resbala por una arruga tierna.
De los altavoces salían las palabras mecánicas, sin ritmo ni entonación, blandas, frágilmente seductoras, y cuando se dio sin darse la señal y una sirena sin sordina cristalizó los aires, todas las armas, de acero, de cristal, de puño y de palabra, de concepto y de forma, no sirvieron para nada, todas las preguntas dejaron de inquietar, si vivir o morir, si la eternidad o el tiempo, si el pasado o el futuro.
Tiempo: 00 minutos, 15 segundos. Se corrigen errores en la telemetría, para obtener una precisión exoatmosférica de fase intermedia con alta probabilidad de éxito.
No llevaba mucho tiempo caminando. Apenas veinte minutos. Pero nota ya el cansancio en las piernas y cierto peso en las lumbares. Sus músculos se agotan al ejecutar los movimientos necesarios para seguir avanzando. Se le hace inmenso y obsesivo el sonido de su propio cuerpo: la respiración, el roce del pelo y la piel contra el kevlar de su traje. Sabe que si se detiene, aunque sólo sea un instante, y contempla lo que hay a su alrededor, percibirá de inmediato, de forma casi invasiva, la auténtica realidad, un paisaje metálico ajeno a ella, un paisaje autónomo que no la necesita para existir, y que seguirá aquí, con sus paulatinas transformaciones de color, textura y formas, según la mayor o menor energía, esté o no para observarlo.
Tiempo: 00 minutos, 05 segundos. Pero sólo quedan cinco segundos, y no hay muchos sitios donde una población, o cualquier cosa por el estilo, pueda salvarse en cinco segundos.
Di algo inolvidable, Oliv Sosa, y si no puedes por razones de indolencia o porque tu cerebro está tan mutilado como tus ojos, haz algo inolvidable, ¡coño! No importa que lo que hagas no sea heroico. No importa que no seas capaz de recordar un himno. No importa que no sepas tocar un instrumento de música ni amar a un hombre, porque pienses que su voz es agria o sus pectorales flotantes o su tos trágica. Di algo inolvidable o haz algo inolvidable, ¡coño! Lo que sea.
Un grupo uniformado verde oliva e insignia en espiral contabilizan a ritmo de raya-punto–raya en lo alto del Iron Sky quién seguiría siendo población. Doscientos cuarenta y ocho. Trescientos sesenta y dos. Cuatrocientos noventa y nueve…
Sólo hay quinientos asientos, casi un millón en fila y el número quinientos, punto-raya-punto-…-raya se lanza por la vertical del Iron Sky.