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La imposibilidad de ser tú mismo y además saberlo

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Me levanto de la cama una vez y otra, a veces para beber agua y otras para mear, es como un bucle del que algunas noches no termino de salir. Miro por la ventana y sólo veo el campo, los árboles mecerse y la luna brillante a lo lejos.

Tengo un hámster en la cocina, ayer se me olvidó darle de comer, pero no pasa nada, sigue vivo. Unas cuantas pipas y listos.

En los días largos, tirado en el sofá me hace compañía y hablo con él. Sí, lo hago, ya que hace semanas que no hablo con nadie, total, ni tengo amigos, ni familia, ni compañeros de trabajo, porque tampoco trabajo. La verdad es que no sé muy bien qué hago en la vida: me levanto de la cama y ando como un zombi por la casa sin tener qué hacer y enciendo la televisión para ver programas que no entiendo. Y cuando digo que no entiendo, es literal, sólo oigo ruidos, palabras que no comprendo y gruñidos.

A veces pienso que estoy loco o que me han encerrado en esta casa para que me muera del asco. No salgo nunca más allá del quicio de la puerta. Afortunadamente, la nevera siempre está llena, carne, lasaña y albóndigas, siempre lo mismo.

He intentado salir más de una vez, pero algo que no es físico me impide continuar. Me quedo allí parado, sin poder avanzar ni un metro. Puedo estar mucho tiempo mirando afuera e intentando dar un paso más pero me es imposible, así que cierro la puerta y vuelvo adentro.

Una vez llamé a una pizzería por teléfono, pedí una pizza y alitas de pollo, pero nunca llegaron: otro misterio más en esta casa de mierda. A veces cojo un libro de la biblioteca, pero nunca paso de la tercera página, la cuarta siempre está en blanco, así que dejo el libro de donde lo he cogido y me cambio de ropa, por que hay algo que sí cambia y es que hago ejercicio en el salón. Cada día una rutina nueva, a veces una hora y a veces dos, pero sin descanso. Son los mejores momentos del día.

Después, una ducha reparadora con un gel de avena y un champú que huele a fresa con la imagen de Kitty, la puta gata de los cojones —cómo odio a los gatos y, joder, no sé de dónde me viene ese odio visceral, pero es así—. Cómo no, nunca se gastan, siempre tengo dos botes nuevos cada vez que voy a la ducha. Todo en mi vida es un bucle que no entiendo.

Por la mañana recojo el periódico que siempre tengo debajo de la puerta de la entrada y siempre, siempre, está arrugado y mojado, como si alguien lo hubiese escupido a propósito, así que le paso un paño y me siento con él en el sofá del salón. Todos los días las fotos son diferentes pero las letras son ininteligibles, otra cosa más para apuntar en el libro de cosas raras.

Ayer escuché sonidos extraños debajo de la cama. Al principio tenía miedo de qué podía ser, pero al final y más por la curiosidad, asomé mi cabeza por debajo de la colcha y allí estaba, un pollito amarillo que me miraba con ojos enrojecidos y sorprendido. Me habló de sus padres, de su vida en la granja y de cómo sus estudios en antropología humana le habían creado muchos enemigos en la vida del campo. En fin, que lo dejé acurrucado en un rincón y seguí durmiendo como un niño. Esa noche no me levanté ni a mear ni a beber agua. Joder, ¡qué descanso!

Al día siguiente miré debajo de la cama. El pollito ya no estaba. Quizás pronto lo vea y podamos seguir esa conversación tan interesante. Parecía tan afligido y a la vez tan orgulloso… Tiene suerte de no haber acabado en la cazuela de alguien con hambre.

Mientras me como una albóndiga, le pongo voz en mi cabeza al presentador del telediario, total no sé qué dice, así que me invento las noticias. Mastico lentamente la albóndiga y trago y vuelvo a meterme otra en la boca para seguir masticando con parsimonia, sin prisa.

—La prima de riesgo baja a sus mínimos más increíbles desde principios de año, se mantiene en -293 y bajando, el Euribor se mantiene como en los últimos tres meses en -7,94%, lleven su dinero al banco y salga con los bolsillos llenos, conectamos con nuestro corresponsal, Matías Kakas, en un banco del centro de la ciudad…

—Matías, ¿qué tienes de nuevo para contarnos?

—Buenas noches, hoy ha sido un día memorable para la banca: una cabra montesa proveniente del Levante ha aparecido montada en una sardina boba con un gran saco de dinero y lo ha invertido todo al rojo, ¡y ha ganado! En fin, que momentos después esto se ha llenado de perros, gatos, cebollas que lloran, huesos de chocolate y abubillas autistas y todos ha invertido en la bolsa. Quizás estemos ante el comienzo de un nuevo amanecer en la banca del país. Te dejo, tengo que ingresar mi dinero en el bolsillo de esa culebra boquilarga que está detrás del mostrador y que me guiña el ojo con sorna.

—Muchas gracias Matías. Bueno señores, parece que la banca este año lo va a petar, así que menos ver la tele y más venir a los bancos a dejarse el dinerito, que están que lo regalan todo. Yo de momento voy mañana por la mañana con mi cigüeña color burdeos a llevar mi sueldo a ver qué me dan a cambio. Me conformo con una lancha motora.

Sigo masticando otra albóndiga mientras intento no ahogarme con mis propias carcajadas. Quizás tenga todavía una oportunidad de salir cuerdo de esto. Un traguito de agua y otro trocito a la boca.

Llaman a la puerta, ¿llaman a la puerta? No salgo de mi sorpresa, dejo despacio el tenedor y el cuchillo encima del plato haciendo un perfecto ángulo de noventa grados entre las dos ultimas albóndigas que quedan y me levanto con temor, ¿Quién podrá ser? ¿Habré escuchado mal? ¿Habrá sido el viento o una cabra montesa del Levante montada en una sardina boba? Dejo estas preguntas sin respuestas en el aire y me acerco a la puerta, cojo el pomo con suavidad y abro sin dilación… y allí está, el vacío, la nada, vamos que no hay nadie allí y yo con cara de gilipollas mirando al frente. Durante unos segundos quiero llorar, gritar con todas mis fuerzas que estoy hasta los cojones de las mismas mierdas de todos los días, que no entiendo y tengo que aguantar, pero en un instante entre parpadeo y parpadeo aparece la playmate de junio del año setenta y cuatro, ahí mismo, delante de mí con toda su carne allí expuesta al mejor postor y sólo puedo decir:

—¿Quieres pasar?

—Y una mierda, que me follas viva.

Bien, parece que además de estar buenísima es capaz de leer mis pensamientos. Después del tiempo que llevo solo en la casa se me pone a tiro una jaca de esta envergadura y ¿qué se supone que tengo que decir o hacer? Tengo una erección de caballo que, como me descuide, saco la puerta de sus goznes de un golpe. Bueno la verdad es que no es para tanto, pero la tienda de campaña está y de qué manera.

—¿Qué quieres?

—Tengo hambre, dame una albóndiga por favor.

Ahora soy yo el que flipa: viene la tipa neumática ésta a mi casa y me pide una albóndiga.

—¿Cómo la quieres, de jamón, de gambas o de foie de pato de la Auvernia con un poco de caviar de esturión del Mar Caspio?

—¿Cómo?

Esta tía es tonta, así que me acerco a la mesa, cojo una albóndiga con la mano, me acerco a la playmate de mi corazón y le aplasto la albóndiga en la frente con toda la fuerza que tengo, que es mucha después de hacer ejercicio todos los días. Acto y seguido cierro con un portazo y grito:

—¡Y ahora te vas con tu cuerpazo, tus ojos de ensueño y tu albóndiga a la mierda, faltaría más, pequeña hija de puta!

Y me siento delante del ordenador a calmar la explosión de adrenalina y testosterona que recorre mi cuerpo. Durante cinco minutos no pienso nada, no muevo un músculo, ni siquiera miro al televisor y para colmo ni se me ocurre hacer caso a la señora gritona que dice cosas feas a través de la puerta. Me relajo y me como la ultima albóndiga, que todo hay que decirlo, me sienta como Dios.

Creo que ha llegado el momento de irme a la cama, quizás el pollito amarillo responda a mis preguntas hoy. No me voy a cepillar los dientes, quiero que el sabor de las albóndigas me acompañe toda la noche o lo que dure esta mierda de vida.

Epílogo

Me despierto con la boca llena de babas, muevo la cabeza hacia un lado y otro para regar el suelo con todas ellas, las que no caen me las trago que no pasa nada, tengo ganas de mear pero todavía no me toca, así que aprieto las patas un poco hasta que se me pasan las ganas.

Salto del canasto y corro por el pasillo buscándolo a él. Huelo su piel a un kilómetro y creo que todavía está en la cama. Ahora es cuando salto encima de él y una de dos, o me coge y me acaricia con las dos manos o me echa de un puñetazo porque lo estoy molestando. Quizás tenga suerte y me acaricie y me diga cosas que no entiendo pero que me gustan.

Hoy he tenido suerte, hay caricias y carne para desayunar, si no cambia nada habrá lasaña para comer y albóndigas para cenar, como si lo viera. Empiezo de nuevo a babear, para recompensar su generosidad voy corriendo a la calle y recojo el periódico que tanto le gusta y se lo dejo a los pies, esta un poco mojado pero a él le da igual.

Me gusta hacer ejercicio en el salón saltando alrededor del sofá y después terminar mirando por la ventana al vacío. Hay cosas pero yo no las veo, intuyo formas que no entiendo, pero que en su armonía, color y colocación me gustan y disfruto.

Saludo al canario amarillo que tenemos en una jaula en la cocina. Algún día me lo comeré pero de momento me conformo con contarle mi vida mientras se pone fino con las semillas que él le da en la mano.

Hoy ha pasado ella de nuevo por delante de la casa, con su pelo sedoso, sus ojos vivaces, sus cuatro patas recias y sus carnes prietas. Siento cómo algo crece en mí y me siento bien, feliz, con ganas de abalanzarme sobre ella y montarla hasta caer extenuado.

Estoy preocupado últimamente, tengo que dejar de soñar que soy humano.

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