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Impecable

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Se trató de un caso singular. Sin duda, porque nunca olvidaré el rostro de Zacarías, aquel mozo que se encargaba de los aposentos privados de los marqueses de Villacruz. Los sirvientes de aquella época me confesaron que no había jornada en que el chico no sufriera la ira del escrupuloso guardés de la finca. El viejo Abelardo, un hombre áspero y despiadado, inflexible con los castigos, no dudaba en despellejar con un cinto de cuero la espalda del torpe muchacho antes de acostarse. A pesar de su empeño, Zacarías no lograba remediar que cada tarde se acumulara polvo y mugre bajo el somier y en todos los rincones del dormitorio de los marqueses. Los constantes castigos y las humillaciones trastornaron su carácter, transformándolo en un chico aprensivo, huidizo, con la mirada extraviada y al que se le oía de madrugada susurrar lastimosas palabras mientras tiritaba en la litera.

Aquella noche Zacarías disolvió accidentalmente una dosis fatal de somnífero en la manzanilla que servía a los señores y permaneció en sus aposentos hasta el amanecer. El mozo fue descubierto junto a la cama donde yacían inertes los marqueses. Esa misma mañana acudí a colaborar en el esclarecimiento de los hechos y me impactó su sonrisa, que resplandecía grotesca y perversa en contraste con la repugnante suciedad que desfiguraba su rostro. Me confesó que unas voces le habían desafiado a que nunca conseguiría limpiar de una vez hasta la última esquina de esos aposentos. Y que dedicó la noche entera a culminar su obsesión, engullendo con su propia boca el polvo de los muebles, el moho y la roña de las paredes, las telarañas de los rincones, y lamiendo con su lengua hasta la última pulgada del suelo…

Algunos criados aún murmuran que, después del suceso, aquel dormitorio se abandonó y se clausuró bajo llave. Pero tantos años después sigue igual de impecable y reluciente que esa mañana.

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