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Efectos secundarios

por

Encontré aquel boleto de la primitiva sobre el mostrador del estanco. Estaba boca arriba, sin una sola arruga, como recién impreso.

Después de verificar que la fecha correspondía al sorteo de aquella misma noche lo recogí y me lo guardé en el bolsillo.

Pocas horas más tarde se confirmó el milagro; era el único acertante.

No fue sino bien entrada la madrugada, tras disiparse los efectos de la euforia y la embriaguez iniciales, cuando me detuve a pensar en las consecuencias de todo aquello.

Lo primero y más evidente era que no podría seguir viviendo de la forma en que hasta ahora lo había hecho. Una existencia nueva me esperaba. Lo cual también tenía sus inconvenientes. Mis viejos amigos ya no me verían como a uno de los suyos, mientras que para el resto del mundo no dejaría de ser un advenedizo con suerte.

Segundo: no volvería a disfrutar del placer de las cosas sencillas y poco a poco me iría transformando en un perfecto desconfiado; siempre pensaría que cualquier persona que se me acercara lo haría movido por el interés.

Tercero: el número de parientes y allegados se vería multiplicado de manera exponencial, en la misma medida que sus ruegos y demandas.

Cuarto: no podría librarme de mi cuñada y su marido, aquella ínclita pareja de vividores, que después de parasitar durante años a mis suegros, se aferrarían a mí como dos enormes garrapatas.

Quinto: existía la posibilidad que alguien tuviese la tentación de raptarme, o de raptar a alguno de los míos, para exigir un rescate.

Sexto…

No me sentí con fuerzas para continuar. Mientras rompía en pedazos el resguardo premiado, me di cuenta de que todas aquellas apuestas efectuadas a lo largo de los años no habían tenido otro objetivo que hacerme comprender lo infelices que son los ricos.

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