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¿Desencuentro casualmente casual?

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No lo puedo creer, otra vez ella. No puede ser coincidencia, la octava vez hoy: en el tren, en la parada de taxis, mientras tomaba un café en Postdamerplatz, en el quiosco de periódicos… y ahora, para finalizar, en el aeropuerto.

¿Qué destino tomará? Sería una casualidad que volase en mi avión. Después de una intensa semana de reuniones con varios laboratorios en Alemania,  regreso a Marruecos. Creo que hago bien, sería imposible fabricar la vacuna del ébola en nuestro minúsculo laboratorio de Marrakech. Si apenas son ciento cincuenta metros cuadrados… No contamos con los medios ni con el personal suficiente. Además, los quinientos millones de euros que voy a recibir… Bonita cifra, suena bien: quinientos millones.

Salgo de mi ensimismamiento. La megafonía del aeropuerto anuncia mi vuelo. Debo ir a la aduana y esperar la cola de embarque. No parece que ella esté entre los pasajeros. Tras treinta minutos de espera llega mi turno. Paso el control sin problemas: sólo llevo una pequeña maleta de mano.

Por suerte mi asiento es de ventanilla. Me gusta ver las nubes bajo mis pies e imaginar sobre qué ciudades estaré volando: Frankfurt, París, Madrid y, al fin, Marrakech. Cierro los ojos e intento relajarme, después de despegar pediré un gin tonic. Además parece que no tengo acompañante, odio a quien pretende contarte su vida en los vuelos… No tengo ganas de saber nada de nadie, después de la tensión vivida.

El avión comienza a despegar. Abro los ojos… y me da un vuelco el corazón. Es ella. La miro bien, su cara me suena, me sonríe. No puede ser, ¿qué está pasando aquí? Esto deja de ser una coincidencia. Tengo la sensación de haberme perdido un capítulo de mi vida.

La vuelvo a mirar. Qué buen disfraz ha utilizado.

Ella es…

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