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Clara es la voz del Ser que guía, y ella sabe todo lo que ha de ser

por

No he venido a traer paz a la tierra sino fuego, el fuego sagrado del Tercer Logos.

Oración a sus discípulos, Abba Jakob

Su mirada es una refulgente pira en medio del Chaco Boreal. Tiene ya treinta y tres años, sus manos tienen treinta y tres años y ya no son un jardín que se estremece. Su piel se blanquea y la fiebre tiembla en su mirada como el impulso de una corriente eléctrica. Todos los días desde entonces son iguales, intentando llevar hasta el calvario del olvido la cruz de existir simplemente.

***

Yo soy el fuego sagrado que todo lo consume, y consumiré el engaño y la mentira.

Oración a sus discípulos, Abba Jakob

Jakob Johann Gunter fue un poeta menor alemán que sólo necesitaba escarbar con una aguja debajo de la piel para hallar un verso pero no un editor. Su vida no fue ejemplar, estaba llena de hechos reprobables. Transitó por todos los vicios, alteró su conciencia hasta confundir los faros de un coche con galaxias en fuga, se perdió en el templo de la fornicación mil veces, su rostro olvidó entre tanto muslo el verdadero sentido del amor al prójimo: nació bestia con el corazón en los genitales. Ningún cielo le abrirá sus puertas: está condenado y no me importaba. Ahora es un chamán que experimenta visiones. Sus alucinaciones recrean el desorden del mundo, la crueldad del hombre, la precariedad de la esperanza. Sus parábolas y metáforas no brotan de una fuente tranquila, sino del torrente mismo de la locura. A veces no tienen sentido, pero nunca mienten. Su clarividencia no consiste en formular profecías, sino en realizar autopsias a la vida para leer en sus entrañas. Su sagrada misión era destruir los demonios que habitan entre nosotros, en nosotros, en él.

Abba Jakob, padre Jakob, decidió instalarse en un «mundo-que-no-era-una-ciudad»; cualquier lugar, uno de esos en los que parece existir una inteligencia extraña que no nos es ajena, una sabia redentora, un paraíso abierto con jardines cerrados y que, como la mayoría de los paraísos, se va hinchando a semejanza de su fundador.

«Señor, tu ciudad; Señor, tu semen derramado; Señor, tu reino. Mi ciudad, mi reino, mi tierra.» Escrito con filigranas góticas en alemán, inglés y hebreo en el frontispicio de la iglesia comunal.

Al «rancho-casi-un-pueblo» acudían todo tipo de personas: ex evangelistas, ex católicos, ex mormones, ex masones, ex pentecostales, ex militares, ex de algunos amigos, curiosos, madres solteras, discapacitados, gente solitaria que aspiraba a ser miembro de un selecto club, gente joven y no tan joven, mujeres y hombres neuróticos por el abandono en su infancia, homosexuales cohibidos que vivían humillados en silencio, libidinosos declarados, esquizofrénicos sedados.

Allí todos eran una herida que suplica una tregua. Todos se entregaron, atareados por fuera del alma, al culto, creyendo vivir cuando se oían, creyendo amar cuando chocaban sus extremidades. Balbuceaban, babeaban, gimoteaban, pataleaban e incluso mojaban la ropa interior cuando una caricia de Abba Jakob les resbalaba por el alma. Era una trampa: algunos aseguraban que hablaban con Dios y obedecían a un dios: el bozal de la obediencia enmudeciendo su cordura, obedecían a Abba. De allí no era posible huir, subyugados por el delirio dulce de los himnos embriagadores.

***

Si despiertas a mí, sanarás. Unidos, somos. Soy el que te enseña y guía, el que te salva.

Oración a sus discípulos, Abba Jakob

Tan torpe, tan simple, ninguna inteligencia, Gregory achica los ojos para mirar la indescifrable geometría de los ladrillos, la rebaba de cemento en los muros, la hilera de bidones de aceite junto al fregadero, los carriles metálicos de las puertas correderas llenos de grasa, y se mira la manga del mono azul, la mugre de las uñas, los cercos granas que dejaron los vasos sobre el tablero, las migas de pan y los restos de comida.

En algún lugar de su cerebro parece haber un quinto lóbulo reblandecido por el esfuerzo vano de encontrar sentido a las palabras que le golpean la frente como vencejos enloquecidos. Gregory necesita demasiado tiempo para entender, y su madre no parece tenerlo.

—¿Qué es eso de la muerte mística?

—La extinción del yo, Gregory. A través del fuego sagrado se consumen las tinieblas interiores para que entre la luz en ti. Si acaso no comprendes lo que dicen las enseñanzas, entonces recuerda que clara es la voz del Ser que guía, y ella sabe todo lo que ha de ser.

De espaldas a Gregory su madre se afana, con las manos enjabonadas, en la pila de los platos y recita con arrobo las palabras que Abba Jakob les ha servido en la comida familiar junto a un plato de carne con patatas y cerveza.

—¿Y qué ha de ser?

—Que el vacío te alcanzará y te tragará si te escondes del Abba.

—¿El vacío, ma?

—Sí, Gregory, el vacío, la oscuridad, un océano de llamas en el que acabarán todos los que estén fuera.

Ma sigue moviendo las manos bajo el agua y de vez en cuando, al dibujar en el aire las razones que Gregory no puede entender, unas gotas irisadas de jabón caen al suelo. Gregory, con los ojos aguados y lanzando migas de pan a los bidones, la deja hablar buscando otras palabras para interpretar lo que le rebosa el cerebro. Todo es demasiado grande para Gregory.

—¿Abba Jakob es la voz qué guía?

—Sí, Gregory.

—¿Abba Jakob me quiere, ma?

—Sí, Gregory, sí.

—¿Por eso me lleva por las noches a la iglesia?

Ma, anticipándose a las nuevas preguntas de Gregory, le recuerda que la mirada de Abba Jakob no repara en el pecado, sino en el dolor de todos, en su propio dolor. Que Abba Jakob salva a «los-pobres-de-espíritu», y que la confusión no es cristiana. Por eso debe creer en Abba Jakob para ser un buen cristiano y salvarse.

***

Yo soy el fuego sagrado que todo lo consume. Yo soy la presencia dentro de tu corazón, entro y moro en él.

Oración a sus discípulos, Abba Jakob

Sus células no se han acostumbraron a las noches en vela, a las llamadas intempestivas, y a un no saber crónico que escupe circunferencias perfectas de confusión.

Allí todo está muy ordenado. El salón-iglesia es milimétricamente aséptico incluso en sus formas; no hay nada de más, ni tan siquiera una mota de polvo; y si la hubiera habido, seguro que alguien la habría catalogado, censado y tabulado siguiendo estrictos parámetros.

Se acerca a la ventana. Fuera las líneas se van componiendo a medida que su vista se adapta a la oscuridad. La ventana proyecta paisajes de naturaleza muerta, humanidades regresando de un horizonte lejano con paso torpe.

Dos columnas de cristal, llenas de una líquida luz amarilla, se yerguen junto a la pared. Dos cataratas de luz comienzan a invadir la sala, las paredes blancas multiplican la luminosidad hasta hacerle sentir que está rodeado de hielo. Llama la atención lo acolchado del suelo. Salvo aquel detalle, estar allí ya no le dolía.

El olor a sexo conmueve su memoria, nota su saliva flotando en su estómago. No se queda ahí. Escala hacia el esófago y hunde sus uñas en su lengua y siente su sabor acre y pringoso en los labios, que dibujaban una «O» de estupor y repulsión. Siente como un tiro en el cerebro, y su conciencia vuelve a renacer cada vez, sólo para repetir la sensación de volver a morir fulminado. Por eso reza.

En el frente, del retablo sórdido de la verdad, iluminado con velas y cirios, emana un perfume, una fragancia pequeñita escondida en otra inmensamente grandiosa y murmurante: la falsedad.

En el centro, el escalofriante ecce homo de Abba Jakob como un sobrecogedor corazón sangrante, chorreando carmines intensos al ser traspasado por la lanza de los rayos de luz sobre el suelo acolchado. Un cuerpo inerte irradia muerte, un áurea ligera donde quien quiera ver acabará por verse. Gregory sabe que el tiempo encoge lo que todavía está vivo, lo ha visto en las manzanas que caen de los árboles y no se recogen, en los campos de maíz agostados por el sol, en los cuerpos de los animalillos muertos en la cuneta. En el tiempo no hay descanso, sólo decadencia, caída y pérdida.

***

Yo soy el fuego sagrado que todo lo consume; y consumiré el corazón del engaño. Yo soy parte de tu ser y estoy dentro de ti. Somos uno: solo nos separa el ego.

Oración a sus discípulos, Abba Jakob

Gregory entra en huelga con la realidad. El hombre al que idolatra está muerto. Su amor por él tenía todo el esplendor y todo el veneno de la pasión ciega. ¿Era un buen cristiano? Como decía ma, ¿se salvaría de los demonios impíos? ¿Su sacrificio era suficiente? El sacrificio hecho cuerpo, cuerpo, cuerpo. «Yo soy parte de tu ser y estoy dentro de ti.» ¿Pero salvarse de quién?

Despierta como todas las mañanas pero distinto. Oír como en sueños, de repente escuchar y al momento ya no oír, sentirse el epicentro de la modorra. Sacude la cabeza, a ver si así la habitación recupera sus dimensiones habituales y la saliva espesa del sueño se licua un poco para poder tragar.

¿Ha sucedido o no ha sucedido? En su razón se ha formado un vacío ambiguo y no acierta a llenar ese vacío. Si no sucedió, sucederá: las dos posibilidades tienen el escozor del delirio.

Observa desde la cama los tejados inclinados del otro lado del cristal, enmarcados por el balcón, y al instante se siente estar al otro lado del cristal, enmarcado en el balcón. Respira la humedad pegajosa de la madrugada que se derrama. Contempla el cielo encapotado color «este-preciso-momento» y observa el pueblo hasta donde se pierde la vista.

Es como estar delante de una pantalla del cine diciéndose «se equivocaron, esta no es la película», y al levantarse descubrir que la pantalla es total, que se está dentro de ella, en cada uno de los negativos, metido hasta en la banda sonora.

No puede esperar ni siquiera un minuto, debe superar lo antes posible esa especie de bloqueo que le impide hacer algo fundamental. Pero, ¿cómo se hace para hacer algo fundamental cuando la acción está, por así decirlo, dormida en la punta de los dedos?

Recuerda su vida tal como la dejó la noche anterior, un tiempo de catorce años le corrió como araña por la piel. Mientras, oye el rumor de sus vísceras y reconstruye a tientas su imagen con una vaga sensación de irritación y sorpresa, con hostilidad, y se esfuerza, se esfuerza mucho por entrar de nuevo en la vida con los ojos pegados por las legañas. Por eso reza. «Mi oración os cubrirá con su manto salvador.»

Reconoce la misma ambigüedad que hay en el olvido, ese selectivo camino periférico del recuerdo. Esto quiere decir que sólo recuerda el despertar, y nada más, porque antes del despertar está el vacío de la noche y después del despertar está el vacío de la vigilia. Esos pocos o muchos minutos que pasa en la oscuridad antes de levantarse, ese instante, lo recuerda muy bien y puede describirlo en todos sus detalles.

Recuerda que de vez en cuando encendía la lámpara y la apagaba de nuevo. Y que ese parpadeo eléctrico, aunque durara un minuto o treinta segundos, le borraba esa cara quieta que todavía seguía viendo. Encendía la luz, pero se quedaba sentado en la cama, con los ojos perdidos en la perdida oscuridad. No pensaba en nada. O más bien pensaba en el color de la oscuridad. ¿Qué color tiene la oscuridad? ¿Color café tostado? ¿Color negro humo? ¿Color tinta china? ¿Y de qué estaba hecha? ¿Era un hormigueo de moléculas negras sobre un fondo luminoso, o un hormigueo de partículas luminosas sobre un fondo negro? La oscuridad eran las manos de Abba Jakob revolviendo en su pelo y en su cuerpo. Recuerda que por fin encendió la lámpara, sabiendo que era la última vez que lo haría. Era justamente en ese instante, precisamente en esa diminuta fracción de tiempo, cuando dejaba de registrar lo que hacía, porque a partir de entonces no recuerda nada. La memoria se apagó en el preciso momento que sus dedos tocaron el interruptor. Hace un gran esfuerzo, se repite: «encendí la lámpara… encendí la lámpara… encendí la lámpara…». Y entonces se hizo el fuego. Había sido tentado por las lenguas de fuego.

***

Mi oración os cubrirá con su manto salvador y el fuego redentor os consumirá por siempre. Las cadenas de las pasiones caerán porque yo soy la libertad.

Oración a sus discípulos, Abba Jakob

Los ojos amenazando abandonar las órbitas. Durante una fracción de segundo… no, durante media fracción de segundo, «los-que-están-fuera» parecen estatuas impresionistas: mujeres rosado inocencia, hombres azulón desesperanza, y entonces todos se retuercen para juntar fuerzas en unos últimos y vanos estiramientos.

Es extraño escuchar los gritos que se interrumpen cuando les empapan con el contenido de los bidones, tan extraño como oler las llamaradas. Es extraño ver a todas esas personas pataleando en el vacío, huyendo de las gruesas cadenas de fuego que se enroscan en sus cuerpos como serpientes. Las llamas se agotan rápido: Gregory sabe que los fluidos orgánicos no arden bien.

La ternura de Gregory nace de lo terrible. Percibe lo que sienten, y entonces le entran unas ganas enormes de gritarles: «¡aguantad, ya se acaba, ya falta poco para que llegue la Salvación!».

Sólo cuando advierte que hasta los movimientos más comunes han perdido claridad y fluidez y exigen más atención de la necesaria, siente una enorme soledad y tristeza. Por eso reza. «Las cadenas de las pasiones caerán porque yo soy la libertad.»

Ninguno de los que murieron en aquel lugar podía presumir de tener el alma tan limpia y sin rastro de maldad como Gregory.

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