¿A que te gustaría participar? Pues agarra un bate… ¡y a romper cabezas!
por entodalaboca—No sé si estoy haciendo lo correcto pero una cosa es verdad…me encanta hacerlo. No sé tú pero disfruto con lo que hago. También sé que algunas personas salen heridas y que tal vez se me castigue un día por lo que he hecho. En realidad espero que se me castigue porque he ido bastante lejos. Cada vez que pienso en este tiempo se me dibuja una sonrisa en la cara, y sinceramente, ya nadie me la va a borrar. Tú hiciste lo que creías que era para el bien común. La historia ha demostrado que te equivocabas al cien por cien y que sólo pensabas en que unos pocos tuvieran el dinero de todos. Eras un cerdo, un egoísta y en parte, todo lo que ocurre hoy en día, es por culpa de gente como tú y por la semilla que dejasteis grabada en vuestros seguidores. No eres el único culpable, claro está, y al resto de esos animales o los he visitado o los visitaré, no te preocupes. Y les haré lo mismo que te estoy haciendo a ti. Me siento algo culpable por creerme el justiciero de la sociedad, pero es un peso que debo llevar. Yo no soy nadie y soy todos. Yo no quiero hacerlo pero tengo que hacerlo. Y hasta ahora he recibido tantos aplausos como reproches. Sé que algo cambiará después de mí y es en ese mañana en el que pienso todos los días para poder seguir mi camino y mi pequeña lucha. Puede que ahora me estés mirando desde el infierno y que estés preguntándote «por qué hay un tipo meándose en mi tumba». Eso es porque no has escuchado nada de lo que he dicho, como nunca escuchaste a nadie en vida, cabrón.
¿De verdad tenemos que ir por todo el país meándonos en la tumba de algún economista famoso? ¿y quién coño este tipo, este tal Milton Friedman? Madre mía, le has meado con ganas.
—Amigo Jamaal, es lo que hay, forma parte del plan. ¿Lo has grabado todo?
—Sí, jefe. Todo grabado, como las otras veinte veces. ¡Se te va a romper la vejiga de tanto mear, jefe!
—Jamaal, ese no es el mayor de mis problemas.
***
—Joder, Carmen, deja de pegarle que no escucho lo que dice.
—Perdona, pero es que empiezo y no puedo parar.
Carmen se levanta de encima del cuerpo del hombre gordo. La cara del tipo está amoratada y bastante magullada. De su boca hinchada salen unas pocas y leves palabras.
—¡Lo… sien… to!
Le miramos atentamente y estamos satisfechos con el resultado obtenido. Carmen saca de una bolsa que lleva colgada al hombro una cámara digital. La alfombra blanca de pelo de oso sobre la que reposa el cuerpo del hombre gordo está salpicada por la sangre. Agarro con fuerza mi bate de béisbol y me inclino para que mis palabras sean escuchadas por el hombre herido.
—Señor Krugman, hemos tenido que recurrir a este nivel de violencia única y exclusivamente porque las circunstancias lo requerían. Engañar a la gente para que invierta en una empresa piramidal es una estafa colosal, sobre todo si se trata de pensionistas y pequeños inversores que lo han perdido todo. Y gracias a sus abogados el juicio se retrasará años y años. Verá, usted creía que podría salirse con la suya pero no contaba con un factor «contundente»… nosotros. Hemos venido a darle la paliza de su vida, luego grabará una confesión y después la enviaremos a todas las cadenas de televisión y la subiremos a YouTube. Seguro que nos conoce, nos llaman los «Justicieros del bate y el pasamontañas». Un nombre poco original y poco elegante pero es lo que pasa cuando las mentes de los periodistas se ponen a etiquetar las cosas. No se puede esperar mucho de ellos. En fin, señor Krugman, es un placer charlar con usted pero tenemos mucho trabajo por delante y poco tiempo. Esto se nos empieza a dar la mar de bien y hemos pensado en hacer un pequeño travelling mientras usted habla y luego activar el zoom para que se le vean bien las marcas de los golpes en la cara. Lo demás lo dejamos a su libre elección porque me gusta la improvisación en mis actores. Por cierto, después quiero que se coma este fajo de billetes de 100. Aquí hay como unos cincuenta billetes. He apostado con mi amiga a que vomita antes de tragar ocho. Ella dice que está muy gordo y que seguro que llega a diez. En realidad se habrá envenenado antes de comer cuatro o cinco, pero es que intentamos demostrar a las personas, a su público, que el dinero no puede comer. Buena suerte, y como pierda la apuesta, te arreo con el bate hasta que los tragues todos.
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Diario del plan: Capítulo 1 – De las memorias de un chalado con una visión o básicamente mi confesión de los acontecimientos de los que soy responsable
(Te lo subrayo, periodista de los cojones, perdón, señor Duncan Jones, porque sé que todos sois un poco lentos de sesera en el New York Times. De todas formas no te hagas ilusiones, porque cuando recibas esta confesión ya la habré publicado en internet. Y que sepas que los nombres son ficticios, mamón.)
Mi historia es la historia de una redención perseguida. Una lógica evolución hacia la consecución de un sueño perseguido. Yo era millonario, cirujano plástico, con clínicas por todo el país. Era maravilloso. Me levantaba por las mañanas y esperaba la llamada de mi inversor para hacerme la pelota y masturbarse pensando en sus dividendos. Luego me cepillaba a una prostituta de lujo. Me duchaba con agua mezclada con menta para refrescar mi piel. Conducía a toda pastilla por la autopista hasta llegar a mi trabajo. Hacía poco o nada en mi consulta y me marchaba a comer a un restaurante de seiscientos dólares el plato. El resto de la tarde la pasaba jugando al golf junto con unos tipos tan estirados e imbéciles como yo. Luego llegó el cáncer. Me avergüenza recordar mi imagen pesarosa y llorosa delante del médico que me comunicó la noticia. En realidad ese fue el mejor momento de mi vida. Saber que iba a morir que quitó de encima esa enorme gillipollez que yo llamaba vida. El segundo mejor momento del día fue cuando conocí a Carmen. El médico me prescribió unas recetas para empezar el tratamiento. Cuando fui a comprar las medicinas allí estaba Carmen. Intentaba balbucear entre lágrimas que conseguiría el dinero pronto pero que la enfermedad de su hijo requería de medicamentos constantemente. Su seguro médico, para variar, le había fastidiado y no quería saber nada de la enfermedad del chico. Dos movimientos legales y una varita mágica les eximen de cualquier responsabilidad. El farmacéutico, que lógicamente ya tenía muchas tablas con este tipo de situaciones, intentó hacer de tripas corazón y cerró la ventana en la cara de Carmen. No sé qué me pasó por la cabeza en ese momento pero le quité las recetas que Carmen sostenía en sus manos y llamé al farmacéutico, saqué mi tarjeta y le compré las medicinas. Luego utilicé mi tarjeta de médico y le pedí medicamentos suficientes para seis meses. Me costó muchísimo dinero y mi decepción y cabreo llegó cuando comprobé que lo que estaba comprando era un medicamento desfasado que jamás ha bajado su precio. Ella se tiró al suelo y me agarró las piernas y me dio las gracias una y mil veces. Me prometió que me devolvería hasta la última moneda. Me dijo su nombre, su dirección, la dirección de sus tres trabajos para que pudiera buscarla en cualquier momento y pedir mi dinero. Yo insistí en que no hacía falta. Quería que ahorrara un poco para poder seguir pagando el tratamiento de su hijo. Justo en ese momento abrí los ojos. Tenía a una mujer llorando de gratitud arrodillada en el suelo. Mi dinero por fin había hecho algo bueno por alguien. Yo también me puse a llorar y mi mente sólo podía pensar en una cosa… ¿por qué?, ¿por qué hemos llegado a esta situación? Estas cosas siempre han pasado pero parece que vivimos en una época desastrosa en la que nuestros excesos han pasado factura. Todos hemos hecho lo posible para jodernos unos a otros. Y eso no me cabreaba hasta ese preciso momento. Se hizo la luz. La crisis económica, el desempleo, los abusos de las empresas, las injusticias sociales, la pobreza tienen un factor en común…nuestro egoísmo intrínseco. No hay nada en este mundo que no oculte el egoísmo de alguien en su interior. El espíritu de mi lucha ya estaba marcado. Ahora hacía falta empezar el camino que me ha llevado hasta aquí. Reconozco que he golpeado, atentado, disparado, abofeteado, torturado, acuchillado, he cometido cometido actos vandálicos, desorden público, instigado a otros a cometerlos y mientras lo hacía no dejaba de reírme, todo con un único fin…hacer un poquito de justicia poética, que tanto nos hace falta, dado que con la situación actual del planeta se ha demostrado que la Justicia está sometida a los dictámenes de unos pocos que controlan todo a nuestro alrededor. Para dejar claro que no estoy poseído por ninguna clase de ideología marxista o comunista, anarquista o similar tengo que decir que cada vez que miro mi cartera de valores se me pone una erección como la de un caballo. Pero eso no quita para que crea que el mundo puede ser un poco mejor y más justo para todos. Y para eso hace falta repartir hostias a dos manos.
Yo y mi bate, mi bate y yo. He conseguido que este utensilio imprescindible para un deporte se acabe convirtiendo en un símbolo de castigo. Lo compré de una manera casual, para hacer un pequeño trabajito. Cuando me quise dar cuenta estaba ante un icono reconocido en medio planeta. La gente que sigue nuestras andanzas por la televisión o por Internet espera verlo en acción. Los niños se compran el mismo modelo que uso yo y juegan con ellos. Amenazan a las personas indicadas cuando pasan por la calle. Simulan palizas como las que doy todos los días. Estoy encantado de que mi mensaje llegue hasta a los más pequeños. Eso seguro que genera una pequeña semilla en su corazón. Bueno, el mérito no es todo mío, está claro, sólo soy una cabeza pensante. El gran mérito es de mis colaboradores. Son auténticos virtuosos del dolor. Es como si hubieran nacido para ello. Y no sólo con el bate saben defenderse, sus mentes trabajan única y exclusivamente para realizar las misiones con precisión quirúrgica y repartir todo el dolor que puedan. Parece como si el espectáculo ganase enteros gracias a que sacamos a pasear la madera, bueno la fibra de vidrio o nuestro ingenio a la hora de impartir justicia. Empiezo a estar muy orgullos de las muescas de mi bate. Cada marca en su forma es una mezcla de dolor y éxito. La humanidad gana un poco de dignidad con cada diente incrustado en la fibra. Cada golpe que asesto con él es guiado por la fuerza que me transmite toda la gente que me apoya. Es el hastío hacia una forma de entender los negocios que nos ha llevado a una quiebra y a un cansancio vital. Es la justicia que nos han negado. Lo hemos probado a su modo y resultó casi imposible tocarles. Ahora lo estamos probando al nuestro y tienen un jarabe amargo que se les atraganta. No sé si llegaremos más lejos, pero lo que está claro es que tenemos un objetivo y deseamos llegar a él. Es maravillosa la sensación de formar parte de algo que de verdad está ayudando a cambiar un poquito el mundo. Esto me da fuerzas para seguir, dado que mi enfermedad empieza a hacer mella en mí. No quiero dejar este mundo sin ver la sonrisa de mis congéneres y necesito llevarme a la tumba la emoción del deber cumplido.
***
Me aturde un poco el silencio que ha quedado en la habitación tras mis palabras. Las cuatro figuras que tengo delante permanecen pensativas alrededor de la mesa mientras observan los planos de un edificio. Hartman, un hombre mayor con la típica cara arrugada señal de una vida dura es el primero en hablar. Es un luchador con poca suerte en esta vida.
—¿Pero estamos seguros de hacerlo, hijo putas?
—Yo creo que es una buena idea —responde Carmen.
—Es un poco, no sé, excesivo —plantea Jamaal, un hombre negro gigantón con rastas mientras juega con un cubo de rubik; pasa horas con ese chisme.
—Pues a mí me parece divertido de cojones. Que se jodan a lo bestia —sentencia Graves, un chaval de unos veinte años y desgarbado y un auténtico genio de la informática que ya ha estado tres veces en la cárcel por piratería informática.
Carmen, Jamaal, Hartman y Graves son unos luchadores. El cómo nos conocimos no importa, lo que importa es que están aquí y ahora y quieren hacer algo drástico. Son víctimas de esta nueva situación de absoluta miseria en la que nos hemos visto envueltos. Están concienciados de que el mundo no puede seguir los dictámenes de unos cuantos capullos, que desde sus despachos sólo piensan en vender humo para ganar dinero. Somos el brazo armado de la sociedad. Somos lo que siempre han querido hacer muchas personas pero ninguna se ha atrevido por miedo a romper las reglas que sustentan el mundo. No somos héroes, somos delincuentes a los ojos de la ley, pero es lo que hay que hacer. Esto es un golpe en la mesa para poner las cosas en su sitio. Estas cuatro personas que están delante de mí son los únicos que de verdad han sufrido una metamorfosis. Quieren lo mismo que yo. Que el mundo sea más justo y que las personas con poder sean responsables de sus decisiones. A ellos les jode lo mismo que a mí. Cada vez que vemos en televisión a uno de estos enormes gilipollas con sus caras de «lo sentimos, nos hemos pasado, pero a joderse toca» les entran unas ganas de arrancarse los ojos. Esa es la actitud. Tenemos que levantarnos para pedir un poco más de justicia. Prueba a robar trescientos dólares de un banco y verás lo que te pasa. Y luego prueba a jugar al Monopoli con los ahorros de miles de personas y verás que no te pasa nada.
El silencio vuelve a hacer acto de presencia. Creo que es hora de hablar.
—Escuchadme. El destino nos ha reunido para que hagamos algo. Estamos ante una obligación superior a nosotros y es por eso que os pido que me sigáis en este caso. Todos lo habéis pasado mal en la vida y, en la mayoría de los casos, es porque alguien tomó una decisión equivocada a sabiendas de lo que iba a ocurrir. Me dan igual las consecuencias. Yo soy el que va a aceptar la responsabilidad de todo lo que pase e intentaré ocultar vuestra participación en esto. Esta va a ser nuestra primera misión. Nos hemos entrenado para ello. Hace más de una año que venimos estudiando y entrenando para poder llevar a buen puerto nuestras intenciones. Es nuestro momento y es ahora o nunca. Tenemos que darles una pequeña lección. Nuestros objetivos están marcados y podemos hacerlo si lo hacemos todo juntos. Os necesito para esto, pero entenderé que alguno no quiera y desee marcharse. Esto no lo hacemos por dinero, lo hacemos porque creemos en ello. Hemos gastado mucho esfuerzo reuniendo los contactos necesarios para triunfar ante el reto que tenemos delante. Esto es el principio de algo grande. Por aquí os lo digo, hay algunos que lo único que necesitan es un poco de ésto- acto seguido agarro mi bate de béisbol y lo tiro encima de la mesa. Todos los demás sonríen. Esta es nuestra primera misión.
***
Diario del plan: Capítulo 2 – Nuestra primera misión
La verdad es que reconozco que se nos fue de las manos. La inexperiencia hizo que no salieran los planes a la perfección, pero tampoco estuvo nada mal. Vuestra mierda de periódico dijo que había sido una atentado en toda regla por parte de algunos grupos de radicales, o algo así. En cierta forma teníais razón, éramos unos radicales pero es porque se nos llevó a ello. El plan era enviar dos enormes baúles envueltos en papel de regalo de una famosa y exclusiva galería comercial. Su destinatario era el máximo responsable de una famosa empresa financiera, que en su día ocultó en sus libros las enormes pérdidas que tenía. La cuestión es que mandamos los baúles con mensajeros para que fueran entregados en mano en el despacho de la víctima. Ambos baúles tenían un sistema de apertura a distancia y una pequeña carga explosiva para esparcir su contenido a modo de metralla. Los mensajeros iban a avisarnos de que la entrega había sido efectuada en mano y justo después nosotros activaríamos la carga explosiva y ¡búm! ¿Qué contenían los baúles? Eso es algo que tu periódico omitió intencionadamente, y esta es una prueba de que yo soy el responsable. Su contenido eran veinticinco kilos de puro excremento de murciélago concentrado en cada uno de los baúles. Lo que no pensamos es que el tipo fuera un impaciente y los abriera en mitad de la sala de recepción de su despacho, junto a su secretaria y el alcalde de la ciudad con el que tenía una reunión. Y lo que no calculamos es que el mensajero se puso en contacto con nosotros un segundo después de que el tipo firmara el albarán. Es decir que un importante CEO, una secretaria, un alcalde y dos mensajeros se vieron envueltos en mierda en cuestión de una fracción de segundo. De hecho no le dio ni tiempo de leer la tarjeta con la que venían los baúles. En ella ponía «esto es lo que piensa la humanidad de vuestra manera de hacer dinero». Un éxito. Lo que ocurre es que casi se nos mueren de disentería, pero bueno no se puede pedir más como estreno. ¡Hasta acertamos con la cantidad de explosivo que era necesaria! Eso sí, aún tengo arcadas pensando en lo que hicimos.
***
—Abre la boca, hijo puta. Ábrela más.
—Hartman, haz que no se mueva y deja de llamarle hijo de puta y métele el cañón de la pistola en la boca de una vez.
—Es un hijoputa de los malos. ¿Sabes que hay hijoputas de los buenos e hijoputas de los malos? Tú eres de los malos, y por eso Hartman es feliz haciéndote daño —le grita al tipo que está tirado en el suelo.
—Graves, cuando yo te diga empieza a rodar con la cámara.
—¡Vale, jefe!
—Señor Frederick, le recomiendo por su propio bien que haga caso al señor Hartman porque no es un tipo que sepa controlar su genio. Llevamos un rato con usted y creo que se está volviendo muy obstinado. Por ello me veo obligado a recurrir a medidas extremas. Pero antes de continuar quiero que nos disculpe por haber entrado así en su hogar. Créame si le digo que esto es un acto vil y que no debería ser vivido por nadie. Si nos hemos excedido lo siento, pero las circunstancias nos llevan a esta situación. Dicho esto, volvamos al caso que nos ocupa. Se niega a colaborar con nosotros. Le hemos golpeado con el bate de béisbol y usted sigue negando la realidad. Pues no me queda más remedio que hacer esto. Carmen, trae a la hija pequeña de este gilipollas. El resto de su familia que siga encerrada.
Carmen hace lo que digo y trae ante nosotros a la niña pequeña, debe tener como unos siete años. Una preciosidad rubia de rizos con un pijama verde pistacho. La cría como es normal está llorando. Cuando agarro a la niña del brazo Frederick enloquece en intenta golpearme con la cabeza.
—Señor Frederick, créame cuando le digo que la integridad física de su hija no corre ningún peligro. No somos unos monstruos, caballero. Voy a dejar el bate en el suelo como prueba de que no pienso hacer daño a su hija —le digo al tipo para que se calme.
Acto seguido miro a la niña. me agacho y me pongo a su altura para que me vea la cara cuando hablo.
—Cielo, no voy a hacerte ningún daño, te lo prometo y te aseguro que tampoco voy a hacerle más daño a papá. Pero para eso tienes que ayudarme. Hartman, quita la pistola de la boca al tipo, que la niña no lo vea así, por favor. Bueno, cielo, continuemos. Verás hemos venido aquí porque papá ha sido un poco malo. Sé que para ti eso es imposible porque él es muy bueno contigo, pero ha sido malo con otras personas y con otros niños. Como sabrás tu papá fabrica ropa deportiva y tiene muchas fábricas en sitios muy pobres del mundo. Pues resulta que a los trabajadores de allí les paga muy poquito, muy poquito y apenas pueden vivir. También les hace trabajar mucho mucho mucho y tienen que utilizar unos productos que son muy malos para la salud sin que papá les dé unos medios de seguridad para poder utilizarlos. ¿Me entiendes hasta ahora, cariño? —la niña me asiente con unas lágrimas como pelotas de tenis en sus ojos.
Frederick ha enmudecido, esto no se lo esperaba. Él también está llorando.
—Queremos que seas tú quién le pida que deje de hacer esas cosas malas. ¿Qué te parece, cielo?, ¿lo intentamos?
La niña me mira atenta llorando y asiente su cabecita. Frederick no da su brazo a torcer y nos insulta repetidamente. Miro a Hartman y él ya sabe lo que toca. De una mochila saca varios recipientes con productos tóxicos en su interior. Los pone en el suelo y se acerca a la niña. Yo miro al padre desesperado.
—Lo siguiente que haremos es que tu hija manipule esos productos con las manos desnudas y sin máscara para que los mezcle exactamente como se hace en tus fábricas tercermundistas. Son los mismos que compras tú porque se los he comprado a tu proveedor. No creo que le suceda nada a la niña de primeras, tal vez un pequeño tumor dentro de unos años. Nosotros hemos venido preparados. La decisión es tuya, capullo de mierda.
El hombre se derrumba ante mí y accede a nuestras peticiones. Miro a Graves y se pone a grabar. El tipo canta de lo lindo. Habla de la explotación infantil consentida en sus fábricas, de que se gastó millones en publicidad para limpiar el nombre de su empresa pero no invirtió ni un centavo en seguridad laboral en sus fábricas, que si va diciendo que los niños de allí de necesitan el trabajo pero nunca les ha subido el sueldo o indemnizado a las familias de los trabajadores que sufren accidentes laborales y, por último, que hará todo lo posible por cambiar esa situación. Habla durante diez minutos. Lo colgamos en Internet y lo mandamos a la prensa. Un día después tiene un millón de visitas en YouTube y sus acciones han caído hasta el mínimo, pero vuelven a subir cuando proclama un plan de mejora de las condiciones laborales de sus trabajadores en el extranjero.
***
—¿Ha ido todo bien, Jamaal?
—Al cien por cien, jefe.
— ¿Y cuántos dices que fueron?
—Unos seiscientos.
—¿Y todos son naturistas como tú?
—Exacto, jefe. Los convoqué para esta ocasión. Las condiciones eran dos: nada de ropa y estar completamente borrachos.
—¿Y qué tal?
—Salimos en las noticias jefe. No me ha hecho falta llevar el pasamontañas porque te aseguro que nadie se ha fijado en nuestras caras.
—Entiendo.
—Nos metimos en la sede del banco indicado.
—Ya, los que tienen más hipotecas ejecutadas con desahucios.
—Pues eso, nos colamos y nos quitamos la ropa. La cosa se complicó un poco porque todos íbamos pedo y no es fácil. Bueno, el tema es que nos pusimos a cantar, a correr, a romperlo todo, a follar, a orinar, a exhibir las pancartas de protesta contra sus actividades… Los de la televisión no dejaban de grabarnos.
—¡Joder!
—El lugar ha quedado hecho un asco, te lo aseguro. Pues eso, que aprovechando el tumulto, me cuelo en la oficina de la directora general y la inflo a puñetazos como acordamos, y luego le metí con el bate de béisbol como marca de la casa.
—Bien hecho.
—Pero fue un poco raro, jefe.
—¿Por?
—Porque cuando entré en su oficina la tipa se estaba quitando la ropa porque quería participar de la fiesta. Ella creyó que era una de esas mierdas en las que la gente queda en un sitio público y empiezan a bailar o a quitarse la ropa todos a la vez a una hora determinada.
—Bueno, en cierta forma, eso era. ¿Lo grabaste?
—Claro, jefe. Luego me dirigí hasta los servidores del banco y los reventé tal y como me indicó Graves. Creo que he conseguido borrar bastante información. Si Graves tiene razón tardarán por lo menos un mes en recuperar lo perdido.
—Bravo, Jamaal, bravo pero una pregunta… ¿por qué todavía estás desnudo?
—Perdona jefe, pero no me he dado ni cuenta.
***
—¿De verdad habéis hecho eso? ¿Y tú no la has parado, Graves?
—Sí, jefe. he intentado parar a Carmen, pero ha sido imposible.
—Joder, pero esto es una animalada.
—Bueno, tampoco pasa nada. Era un profesor de economía liberal de mierda.
—Pero era de Harvard, Graves. Un mínimo de decencia. Una cosa es arrearle con el bate y otra es eso.
—Pues estoy convencido de que ha aprendido la lección pero bien.
—Puede ser, joder, pero debe ser horrible que te metan un libro de Keynes por el ano.
—Y dé gracias que convencí a Carmen de que arrancara las hojas y se las metiera una detrás de otra, que la tía bestia quería hacerlo con el libro en su formato original con las tapas duras y todo.
***
Diario del plan: Capítulo final
Te he puesto algunas de las acciones que, aunque parezca mentira, están ayudando a cambiar un poco el mundo. Por supuesto que seguramente detrás de estos mierdas vengan otros a ocupar su lugar con la misma basura en sus cabezas. Pero para eso estoy yo aquí, bueno, yo y mi bate. Y mientras me queden fuerzas juro que lucharé todos los días por partir cabezas hasta que de verdad haya un cambio en la mentalidad de esta escoria social. No pararé porque mientras haya bate de béisbol hay esperanza, lo juro.