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¡Dos hachas, mi reino por dos hachas!

por Relato ganador

Aquella noche la taberna llamada la Luna Azul estaba llena de clientes. Todos intentaban encontrar una buena pinta de cerveza o vino que les hiciera olvidar los últimos vientos helados del invierno. Las risas y los gritos solapaban a las conversaciones susurradas. Un dúo de músicos intentaba hacerse oír desde el fondo de la estancia. Las camareras y el tabernero no paraban de servir los pedidos de sus clientes. La Luna Azul era un lugar especial. Era el cobijo del mayor número de asesinos, ladrones, chantajistas, jugadores, magos oscuros y un sin fin de delincuentes de todas las clases. Un hombre de aspecto desaliñado con el cabello largo y sucio con el cuerpo oculto tras una túnica que en su día fue de color azul se acercó al tabernero. Mantuvieron una breve charla y se estrecharon las manos. Era un trato sencillo una comida caliente a cambio de una buena historia que entretuviera a los parroquianos del lugar. El tabernero ordenó al dúo de músicos que parara tocar sus instrumentos. El hombre se acercó una banqueta y se subió en ella para que la multitud pudiera verle. Se aclaró la voz y comenzó a hablar todo lo alto que pudo para hacerse oír.

—Buenas noches noches estimada y selecta clientela. Mi nombre no es relevante pero la historia que voy a contar debe ser escuchada con atención. Eran los días oscuros de la guerra que aconteció hace poco más de diez años…

Una botella voló por los aires y se estrelló contra la pared del fondo. Alguien elevó su voz:

—Déjate de días oscuros y cuéntanos historias de doncellas desnudas que son mucho más interesantes.

La multitud comenzó a reír. El espontáneo prosiguió hablando:

—Todos estuvimos en esa guerra y ya cobramos por ello.

Más risas. Alguien elevó un grito por encima de la multitud:

—¡Yerma volverá!

Todos alzaron su copa y bebieron hasta dejarlas vacías.

El orador intentó aplacar las risas y alzó un poco más la voz.

—Dejadme proseguir, os lo ruego a todos. Como decía todos sabemos cómo acabó aquello. Los tres reyes alzados por el control de la rica región de Duan, acompañados por los cuatro magos de la orden de la Pluma Rota fueron aplastados por los cuatro Señores de la Guerra bajo el control del Mago Yerma y el culto de la Sagrada Noche. Los señores de la guerra y mago Yerma habían controlado esa región desde hacía siglos y amenazaban a los tres reinos vecinos. Sólo la posterior intervención de la nación élfica y los reinos de Url y Amon y las ciudades estado impidieron el avance de Yerma y los Señores. Pero las consecuencias fueron fatales. El reino de Haraz fue destruido por completo en la campaña más brutal que se haya visto jamás. Los cuatro magos de la orden de la Pluma Rota, acompañados por sus cientos de discípulos, lanzaron hechizos día y noche sobre las huestes del Mago Yerma para defenderse del ataque imparable sobre el reino. Yerma respondió con sus cientos de discípulos, acompañados por miles de sacerdotes del culto de la Sagrada Noche y otra serie de cultos oscuros. Dos días después no queda nada vivo en cientos de kilómetros a la redonda. Sólo el Mago Yerma permanecía en pie en medio de la destrucción. Luego los ejércitos de los Señores de Duan acabaron con los pocos supervivientes. Los ejércitos de los Señores de la Guerra fueron derrotados, pero no se pudo conquistar Duan. Y todo volvió a la situación anterior a la guerra.

Los clientes comenzaron a gritar:

—¡Duan, Duan, Duan!

El hombre no hizo caso de los gritos y prosiguió hablando.

—Voy a contar la historia del último superviviente de Haraz. Tal vez hayáis oído hablar de él…

***

La habitación del sacerdote de Yual era una estancia acogedora. Grandes tapices cubrían las paredes de madera. Una alfombra roja dominaba el suelo y una enorme chimenea calentaba la estancia. El sacerdote revisó unas notas ajustándose sus anteojos. Se levantó de su silla y abrió la puerta de la habitación.

—Que pase el siguiente, por favor —dijo con voz suave.

Un enano con una enorme barba negra entró en la habitación. Era un enano poco usual, bastante más alto que los enanos comunes. Portaba dos grandes hachas a su espalda y su cintura estaba llena de afilados cuchillos.

—Buenos días —dijo el enano.

Extrañado el sacerdote le devolvió el saludo.

—Es poco usual ver a un enano buscando el consejo de Yual. De todas formas le doy la bienvenida y le ruego que se tumbe en el diván.

El enano hizo caso del sacerdote.

—¿Le importa que fume? —preguntó el enano.

El sacerdote miró la larga pipa que portaba el enano en su mano y con un gesto de su cabeza permitió a su visitante encender el tabaco. El sacerdote agarró su silla y la acercó hasta la cabecera del diván. Se sentó y cogió unos pergaminos y una pluma para tomar notas.

—Bien, ¿en qué puedo ayudarle, señor…?

—Grux, me llamo Grux. Sé que es poco habitual ver a alguien de mi especie por aquí pero tengo una serie de problemas que me atribulan. Mi cabeza está siendo envenenada con una serie de pensamientos malignos.

—Entiendo. ¿Qué clase de pensamientos son esos?

—Tengo ganas de matar a todo el mundo —el humo de la pipa empezaba a invadir la estancia.

—Ah, pues sí que son malignos. Y dígame, ¿desde cuándo siente esa pulsión genocida?

—Pues yo diría que media vida… unos ciento veinte años. Pero ha sido casi incontrolable desde los últimos diez.

—Claro y desea encontrar la raíz de estos pensamientos. Tal vez una infancia un tanto violenta. Quizá un padre déspota al que nunca lograba contentar.

—Más o menos. Soy enano, mi infancia fue violenta. Si eres un enano de veinte años y aún no has matado a alguien es que te tienes un problema o lo tendrás pronto. Los colegios de mi raza son muy exigentes. En cuanto a lo de mi padre… bueno, creo que yo tenía treinta y nueve años cuando le vi sonreír por primera vez mientras descuartizaba a un troll de las montañas usando un cuchillo de mesa de mi madre.

—Ya veo. ¿Dice que este sentimiento asesino es más potente desde hace diez años? ¿Qué pasó hace diez años?

—La guerra. Yo vivía en Haraz, ¿sabe? No quedó nada allí. ¿Usted estuvo en la guerra? Mi pueblo lo destruyó un grupo de sacerdotes de Yual.

—Oh, claro. Me temo que algunos de mis compañeros de confesión tomaron un camino errático mal guiados por otros cultos más oscuros. Yo sólo atendía heridos en campaña durante la guerra. Pero eso acabó y llegó la paz y con ella la paz de espíritu para todos los combatientes.

—No sé qué decirle con eso de la paz de espíritu. Yo luché en la guerra y aún me dura el enfado.

—Vaya. Usted es un típico caso de una alteración en su aura producida por un trauma inducido por la destrucción de su pueblo natal.

—¿Quiere decir que estoy jodido por ver morir a mis seres queridos en la guerra?

—Sí, un poco abrupto, pero así es.

—¿Qué quiere que le diga? Los enanos estamos acostumbrados a esas cosas. No tengo ningún familiar que no haya fallecido por causas violentas. Yo ví morir a mi padre a manos de unos sacerdotes. Él vio morir a mi abuelo a manos de un elfo. Mi abuelo vio morir a mi bisabuelo a manos de una vaca…

—¿Perdón, una vaca?

—Sí. Los troll usan cualquier cosa para golpear a otros seres vivos. Pero como le digo no creo que sea esa la razón.

—¿Y cuál cree que es la razón de la perturbación en su interior?

—Yo creo que es porque los responsables de la matanza en mi pueblo aún siguen con vida y no tengo todo el tiempo del mundo para acabar con ellos —el enano se incorporó en el diván, se sentó en el borde y sus pies casi no llegaban a tocar el suelo—. Sé que tú estabas entre los que entraron casa por casa y mataron a todo lo que se movía. Sé que eras uno de los más sanguinarios. Y todo eso lo sé porque los otros veinte sacerdotes de Yual que he matado te han señalado a tí como el más animal de todos. Te divertías mientras abrías los estómagos de mis compatriotas.

Un destello de luz cruzó la estancia acompañado de un ligero silbido. El sacerdote notó una presión en su pecho. Miró hacia abajo y en medio de su esternón se hundía un hacha de doble filo. La sangre comenzó a emanar por todos lados tiñendo de púrpura la blanca túnica del sacerdote. Grux se levantó y extrajo el hacha fácilmente del cuerpo de su víctima. Luego le escupió en la cara.

—Muchas gracias, sacerdote. Me ha ayudado mucho a superar la perturbación de mi interior. Ahora si me permite he de marcharme porque me están esperando unos cuantos bastardos más.

Mientras el sacerdote se deslizaba por la silla desangrado, Grux echó mano de la pluma que todavía sostenía su víctima. Chupó la punta y extrajo de su bolsillo un pequeño cuaderno. Buscó entre las hojas y tachó el nombre que correspondía al sacerdote que acababa de matar. Miró el cuaderno con atención. Quedaban muchos nombres sin tachar y otros muchos que averiguar para poder escribirlos antes de poder matarlos. El trabajo se le amontonaba al pobre enano. Salió de la habitación y dirigió sus pasos hacia la calle.

[Diario de Guerra de Grux: La ciudad ruge bajo mis pies. El bullicio de la ciudad es ensordecedor. Las almas en pena recorren estas calles ajenas a mi misión. Los comerciantes gritan para llamar a sus clientes. Los carruajes van y vienen por todos lados. El sol está bañando las calles pero ni siquiera él puede llegar a iluminar el interior de estos pobres seres patéticos. Callejones oscuros ocultos bajo el sol. Parece imposible pero todas las ciudades son iguales. No importa lo perfecto que sea su urbanismo, siempre hay un sitio oscuro para tramar algo. Me duelen los ojos. La visión de la sangre todavía palpita en mis retinas. Huelo a muerte. No logro quitarme de encima ese olor a pesar del hedor que emanan de las alcantarillas de esta ratonera. Soy Grux el vengador. Soy Grux el asesino. Las putas corren de un lado para otro llamando la atención de los hombres. Unos borrachos vomitan en el suelo. Odio este lugar, pero tengo que seguir adelante con mi plan. Los dioses no han bendecido este lugar, más bien se han orinado en él. Algún día terminaré. Algún día encontraré al Mago Yerma y ese día mis afiladas hachas comerán carne de mago. Están inquietas, noto cómo se retuercen. Tienen hambre. El sacerdote no ha sido suficiente. Tengo que apaciguar a las bestias que llevan dentro. Un trago, necesito un trago. Voy a una taberna. El tabernero me dice que no sirven a enanos. Le pongo un cuchillo en la entrepierna y comprende que mis argumentos son mejores que los suyos. Bebo todo el vino que puedo. Estoy a punto de reventar. Me mareo. Vomito. Sigo bebiendo. Necesito a una mujer. Pero eso será luego, más tarde, ahora tengo un nuevo objetivo].

Al otro lado de la ciudad un hombre permanecía en lo alto de un edifico. Tenía un porte gallardo. Su largo pelo rubio se movía al son que marcaba el viento. Debajo de su capa de color rojo asomaba la empuñadura de una espléndida cimitarra. En su mano agarraba el extremo de una cuerda. Corrió sobre el tejado del edifico y se precipitó al vacío. La cuerda hizo tope y su cuerpo se lanzó hacia la ventana abierta de uno de los pisos. Entró en la habitación haciendo una voltereta y desenvainando su cimitarra. Otro hombre sorprendido por la irrupción en la habitación permanecía paralizado sentado detrás de un escritorio. Este hombre era grande y obeso. Estaba entrado en años. El asaltante sonrió y apunto con la punta de su espada al hombre obeso. Hizo un gesto de silencio. Saltó sobre el escritorio con un rápido movimiento y se dejó caer sobre el hombre gordo tapándole la boca con su mano libre.

—Hola, gordo Lord Traum. ¿Te acuerdas de mí? Soy el tipo al que le debes treinta monedas de oro por una apuesta que perdiste. Ya sabes que todo el mundo acaba pagando a Ardar.

Ardar se bajó de encima del gordo abrió uno de los cajones del escritorio de Lord Traum. En el interior había un pequeño cofre. Lo sacó y dentro descansaban unas doscientas piezas de oro. Ardar las guardó en su mochila.

—Esto por las molestias, pero aún debes treinta monedas de oro. Ardar se impacienta mucho si no le pagas lo que debes. Su belleza mengua cuando está inquieto. Sus afiladas y perfectas facciones se resienten ante las situaciones desagradables. Incluso su creatividad se ve mermada. No quieras eso para el pobre Ardar —la voz salió de Ardar casi de una manera musical.

De repente, de los pisos inferiores, llegó un estruendo de lucha. Gritos y más gritos. Más lucha. Ardar se acercó a la puerta cerrada de la habitación para escuchar con atención. Sólo llegaba el ruido de la batalla. De repente se hizo el silencio. Escuchó a alguien subir por las escaleras. Unos pasos sobre la madera. Alguien llamó a la puerta suavemente. Una ronca voz empezó a hablar en un tono suave y cálido desde el otro lado.

—Lord Traum, ¿estáis en casa? Me llamo Grux. Tengo algo que enseñaros, milord.

Ardar, extrañado miró hacia Lord Traum.

—Algo le dice a Ardar que hoy no es tu día de suerte, gordo.

Ardar se acercó a la puerta queriendo seguir el juego del extraño que había al otro lado de la habitación. Abrió la puerta ligeramente para asomar la cabeza.

—¿Siií? ¿Qué desea, buen… enano?

—Deseo hablar con Lord Traum. Tengo un asunto pendiente con él. No quisiera importunar.

—Entiendo, buen enano. Pero es que milord está ocupado ahora con diversas gestiones urgentes. Tal vez podáis pasaros en un rato.

—Por supuesto, pero no soy yo quien apremia la atención de tan distinguida personalidad. Son mis hachas bañadas en la sangre de los hombres de Lord Traum las que tienen una urgente necesidad de ver su interior.

—Esas hachas huelen bastante a vino barato.

—Yo huelo a vino barato, ellas huelen a victoria.

—Ya me parecía a mí. Veréis Lord Traum debe dinero a Ardar y por lo tanto él le pertenece. Quizá Ardar pueda hacer un hueco en su agenda para que atienda vuestras necesidades. Ardar sabe también ser generoso.

—¿Y dónde puedo encontrar a ese tal Ardar?

—Ardar está delante de vos.

—¿Dónde?

—Aquí mismo.

—¿Quién?

—Él, Ardar el Bardo más Grande.

—¿Él?

—Exacto

—¿Queréis decir, vos?

—No, él.

—¡A tomar por culo, me duele la cabeza!

Grux derribó la puerta de una patada y Ardar saltó hacia atrás con un grácil movimiento empuñando su cimitarra. Frente a frente los dos contrincantes se midieron con la mirada. Grux agitaba sus hachas en el aire. Ardar señalaba la cabeza de Grux con su espada. Iniciaron las hostilidades con una serie de toques de sus armas. Lord Traum era el testigo de aquella batalla por su cabeza. El bardo era muy rápido. Cada golpe de Grux era parado por un efectivo giro de su cimitarra. El enano también era muy diestro y atacaba constantemente la guardia de Ardar. Súbitamente los dos detuvieron su enfrentamiento en cuanto otro guerrero entró en la habitación. Era un hombre grande, alto y en camisón. Su voz rompió la sintonía de destrucción que tocaban las armas del enano y el bardo.

—¿Quién osa atacar a mi amo? Soy Hermic, el Caballero del Mediodía, el Destructor de Mundos, el Asesino de Orcos, el Homicida de las tribus bárbaras del norte, el protector de Lord Traum y vosotros dos, par de insignificantes seres, me habéis perturbado en mi descanso. Por ello seréis castigados a probar el acero de mi espada bastarda llamada «Lápida».

Una gigantesca espada colgaba de sus dos manos. Tenía la hoja más grande que Grux hubiera visto en su vida. Ardar retrocedió unos pasos para alejarse del paladín.

—Gran Hermic, no tenemos razón para ponernos nerviosos. Ardar ya se marchaba por dónde ha venido.

—Voy a arrancaros las cabezas —fue la contestación de Hermic.

Grux guardó una de sus hachas en su espalda y con la mano libre rebuscó entre sus ropas. Sacó un pequeño frasco y bebió su contenido. El olor del vino rancio llegó hasta las delicadas fosas nasales de Ardar.

—¡Estupendo! ¡Un maníaco con una espada gigante nos quiere matar y el enano no duda en seguir emborrachándose!

Hermic levantó su espada y lanzó un ataque brutal sobre sus oponentes. Éstos lograron esquivarlo con dificultad. Grux se giró rápidamente, guardó el otro hacha en su espalda y sonrió antes de hablar.

—No te ha dado tiempo a vestirte, ¿verdad, campeón?

Se lanzó corriendo como el viento hacia su oponente y levantó su corta pierna con todas sus fuerzas en dirección a la entrepierna de Hermic. Impactó de lleno. Las caras de Ardar y Lord Traum dibujaban el semblante del dolor ajeno. Hermic puso sus ojos en blanco y dejó caer su espada. Cayó de rodillas agarrándose la zona dolorida. Grux volvió a beber del frasco de vino, se acercó a la cara del Caballero del Mediodía y le proyectó su aliento. Hermic cayó desplomado sobre el suelo dejando escapar unas lágrimas de sus ojos.

Grux miró directamente a Lord Traum. Caminó hasta dónde estaba y saltó sobre su barriga. Comenzó a abofetearle.

—¿Dónde está el mago Yerma? ¿Dónde está? Tú eras un mando importante durante la guerra. Dime lo que sabes.

Continuó golpeándolo. Lord Traum intentaba en vano protegerse. Lloraba y lloraba.

—¡No lo sé! Sólo sé que estuvo en las montañas cercanas de Urml tras la guerra, recomponiendo sus filas. Alguién me dijo que lo había visto hace poco en la frontera de Duán. ¡Por favor, deja de pegarme!

Grux se detuvo. Desenvainó sus hachas y se quedó mirándolas.

—Hora de comer, pequeñas bestias.

Descargó un golpe mortal sobre el pecho de Lord Traum. Extrajo sus armas del cuerpo del Lord y volvió a efectuar otro golpe. El cuerpo del hombre gordo se convulsionó. La sangre llenó la estancia.

Ardar había visto la escena con cierto aire de horror. Le dio la sensación de que el enano iba en serio. A continuación, tras el asesinato de Lord Traum, el enano extrajo una libreta y tachó algo en ella.

—Quedan muchos nombres por tachar. Tengo que encontrar a mucha gente.

El bardo no dijo nada. Enfiló la carrera hacia la ventana saltó al vacío y logró agarrar la cuerda con la que había bajado. De repente notó un peso muerto en sus piernas. Era Grux.

—Tú y yo tenemos que hablar, pequeño.

Ardar miró extrañado al enano. Intentó deshacerse de él pero era una misión imposible. Ardar pronunció la palabra «arriba» y la cuerda fue recogiéndose hasta llegar a la azotea. Una vez arriba el bardo enrolló y guardó su cuerda mágica. Grux se aclaró la garganta con otro trago de vino. La magia le producía sed.

—Bardo, pareces un hombre de mundo.

—Ardar es mucho más que eso. Conozco a todo el mundo y todo el mundo conoce a Ardar. No quiere seguir hablando contigo, enano. Le has hecho perder una cantidad de dinero importante. Además, apestas.

—Puedes conseguir más dinero.

—Ardar te escucha —la codicia del bardo podía más que cualquier otra cosa en el mundo.

—Tú me ayudas a encontrar a una serie de hombres y mujeres, yo los mato y tú luego les robas. Te advierto que hay muchos nombres con letras en oro en mi lista. Sólo necesito una parte del dinero para cubrir mis gastos. Convierte mi venganza en tu fuente de ingresos. Y yo apestaré pero tú tienes pinta de violador de perros.

—Ardar ha comprobado que eres un asesino nato, y no hay duda de que estás motivado. Pero también estás loco y, si la cosa no era suficientemente rara, buscas al enfermizo del mago Yerma. La vida de Ardar tiene un valor incalculable. No, gracias.

—Algunos de los que busco son hombres peligrosos y buscados para ser ajusticiados por nobles importantes. Eso te abriría las puertas a un mundo que estoy seguro que te gustaría.

Ardar reflexionó unos instantes. La propuesta del enano no parecía tan mala. Al fin y al cabo el trabajo duro lo hacía él. Buscar gente no es complicado y la cantidad de oro que se podría adquirir era casi incalculable.

—Está bien, pero nos acompañará mi hermano. Tranquilo, es inofensivo.

Ardar silbó y de detrás de una almena apareció un hombre esquelético, cubierto con una túnica azul. Tenía el pelo desaliñado y el pelo de su barba era ralo y descuidado. En su cara y manos se adivinaban varias quemaduras y heridas. Parecía estar hablando solo mientras se mordía las uñas.

—Se llama Rej. Es mago… a veces.

[Diario de Guerra de Grux: el paso que marca mi venganza está regado en rojo sangre. Un escalofrío recorre mi espalda cuando pienso en el momento de encontrarme con Yerma. Mis manos son máquinas de matar que no descansarán hasta que mi objetivo sea cumplido. El después no existe y no me importa. Mis hachas hablan y hablan, cada vez piden más y más. Nunca están contentas. Ya casi me es imposible saciar su sed. Han pasado los meses y mi alianza con estos dos chalados parece que funciona. Está claro que los dos son las personas menos cabales que he conocido jamás, después de mí, claro. Los contactos del bardo me están ayudando a ir más rápido en mi objetivo. Se está haciendo de oro. Les roba hasta los dientes. Seguro que es bardo pero estoy convencido que su alma es de ladrón. El mago es el que me preocupa. Me cae bien pero no está muy equilibrado. A veces no mide su poder y nos pone a todos en peligro].

Tras días de camino llegaron hasta el poblado de los bárbaros de la frontera de Duan. Era un asentamiento inmenso en un valle de las montañas. Grux repasó el plan. Eran gentes sencillas y por lo tanto fácilmente impresionables. Quería que Ardar les distrajera ayudado por Rej con una serie de canciones y trucos de magia. Grux aprovecharía ese momento para intentar hablar con el jefe de la tribu y preguntar por el mago Yerma.

Una vez que atravesaron las empalizadas de la entrada del poblado, una multitud se congregó a su alrededor. Ardar y Rej se presentaron como juglares que querían entretener a las gentes del lugar. El líder ordenó que se organizara una fiesta y que allí sería donde actuarían para su pueblo. Con lo que no contaba Grux era con la presencia de cuatro hombres elfos y dos mujeres elfas, todos largos cabellos rubios y ropajes ricos y bien cosidos, que pasaban por allí para realizar intercambios de mercancías con los bárbaros. De todas formas el plan seguiría su curso.

Llegó la noche y hubo una gran fiesta. Todo el mundo estaba sentado alrededor de una gran hoguera. Grux se las arregló para estar al lado del jefe de los bárbaros e intentar conseguir información, mientras Ardar tocaba la flauta y Rej realizaba algunos trucos sencillos de magia. Los 6 elfos miraban desconfiados el espectáculo. Grux charlaba animadamente con el jefe mientras bebían grandes cantidades de vino. El barda y el mago terminaron su espectáculo y se sentaron al lado de Grux. Unos bárbaros, impresionados por el show, querían demostrar que ellos también sabían divertirse. Cogieron sus espadas y comenzaron a representar una burda pantomima sobre sus conquistas. Unos ejercían de enemigos y otros de bravos guerreros bárbaros. El más grande del grupo lanzó una arenga a sus tropas.

—Los bárbaros de la frontera no se rinden jamás. Que nuestros enemigos caigan bajo nuestras espadas, robaremos sus posesiones, insultaremos a sus mujeres y violaremos a su ganado…

Ardar un tanto extrañado preguntó a Grux mientras seguía la representación y sonaba una estruendosa música.

—¿Violar a su ganado? ¿Ardar ha entendido bien?

—Esta gente es extremadamente respetuosa con la mujer. Para ellos lo realmente humillante es sodomizar al ganado de sus enemigos.

—¡Menuda bobada! —respondió Ardar.

—¿Seguro? ¿Te comerías ese cordero de tu plato si supieras que ha sido víctima de la furia de cien bárbaros de la frontera?

—Ardar ha perdido de repente el apetito —replicó el bardo con cara de repugnancia.

Rej, que había escuchado la conversación, olió la comida de su plato y luego olisqueó a la bárbara que tenía más cercana. Puso cara de duda y dejó su plato en el suelo. Grux lanzó una sonora carcajada.

—Tranquilo Rej, eso sólo lo hacen cuando están en guerra. Aunque pensándolo bien son un pueblo que también se dedica al pastoreo, y la soledad de la montaña…

El bardo y el mago sonrieron mientras escuchaban la risa del enano. Nunca le habían visto reír de esa manera. Por un momento se sintieron cercanos a él y a su extraña causa. Después de las risas Ardar miró a una de las elfas. Parecía que estaba jugando con la mirada. El hombre puso una cara de interés y lanzó un beso a la mujer. Era respondió afirmativamente.

—Enano, mis disculpas, pero Ardar tiene un nuevo y renovado interés por saber más de las costumbres élficas.

El enano volvió a reír entendiendo las palabras del bardo. Al cabo de un rato Grux ya tenía más información para encontrar al Mago Yerma. Después de la fiesta Rej y el enano se fueron a una tienda de campaña improvisada para pasar la noche en el poblado. Dormían profundamente cuando un golpe les despertó. Era Ardar que había llegado a la tienda y se había desplomado. Estaba herido. Le habían pegado una tremenda paliza. El bardo entre sollozos explicó que la mujer elfa le tendió una trampa. Estaban desnudos tras unos árboles cuando llegaron el resto de elfos. Empezaron a preguntar a Ardar sobre el verdadero motivo de la visita a los bárbaros de la frontera. Ante el silencio de Ardar comenzaron a pegarle y a pegarle. Eran muchos más y Ardar no disponía de la capacidad de luchar en la oscuridad. Le dieron muy fuerte y a penas pudo defenderse. Cuando recuperó la consciencia se encaminó con las pocas fuerzas que le quedaban hasta la tienda de sus compañeros de fatigas. Grux escuchó el relato del hombre. Rej sacó una poción olorosa para sumir en el sueño a su hermano y conseguir que se relajara hasta la mañana siguiente. Grux reflexionó en voz alta.

—Mal asunto. Malditos elfos entrometidos. Los odio con todas mis ganas. Lo malo es que aquí no podemos pelearnos con ellos. Los bárbaros y ellos tienen grandes negocios entre manos y sé que nos pondremos en peligro si les atacamos. ¡Malditos! Se creen superiores. Nunca te fíes de nadie que está pálido en los meses del verano. Cúrale, Rej, y mañana partiremos lejos de esos desgraciados. Intentemos dormir todos.

A la mañana siguiente Ardar se encontraba bastante mejor. Recogieron sus cosas y se reanudaron su marcha. Justo antes de salir del poblado escucharon unos gritos. Eran los elfos. Salieron de su tienda de campaña horrorizados y asustados. Sus cabellos no estaban. Sus cabezas estaban completamente lisas y libres de pelo. Incluso no tenían cejas. Les habían afeitado todo. Chillaban y corrían despavoridos por el poblado. Ardar y Rej dibujaron grandes sonrisas en sus caras. Grux sacó la poción olorosa del sueño de su bolsillo y se la entregó a Rej.

—No podía dormir y tomé un poco —dijo el enano y continuó su camino.

Ardar comprendió lo que había hecho el enano y asintió para sus adentros. Nadie había hecho nunca nada parecido por el bardo. Rej soltó una gran carcajada.

[Diario de Guerra de Grux: los sonidos de las batallas resuenan en mis oídos. Los ecos de la muerte resuenan en mi cabeza. Llevo tres botellas de vino y no es ni mediodía. Mis armas ya no responden a mis órdenes. Quieren su dosis diaria de muerte. Mis compañeros de viaje están demostrando ser de una gran ayuda. Su destreza en el combate me está poniendo las cosas mucho más fáciles. Por supuesto que el acuerdo sigue en pie y arrasan con todo lo que tenga valor. Ahora caminamos por las montañas de la frontera y estamos siguiendo el rastro del mago. Puede que esté cerca. Tengo una sensación extraña. Tal vez llegue la gran victoria. Derrotar a Yerma es mi gran objetivo. Pero la lista es larga y sé que voy a invertir mucho más tiempo en ella. El recuerdo de mis seres queridos me acompaña. La verdad es que ya no sé si lo hago por ellos o porque me veo arrastrado hacia la batalla. Las dudas son una insoportable carga que te aparta del destino. Da igual, el camino está trazado y no hay vuelta atrás].

A sus pies se extendía el famoso desfiladero de las montañas de Duan. Un lugar peligroso. Cientos de ejércitos habían caído en aquel paraje víctimas de emboscadas a lo largo de los siglos. Los tres aventureros sabían que debían cruzarlo en el menor tiempo posible. Caminaban todo lo rápido que podían. De repente unas piedras cayeron de lo alto. Algo se movía. Era una horda de goblins y humanos asesinos. Grux y Ardar desenvainaron sus armas. Rej se preparó para lanzar sus hechizos. Comenzó la batalla. Ardar sacaba todo su interior con cada golpe de su cimitarra. Movía su arma con presteza y agilidad. Cayeron varios enemigos a sus pies. Grux se abría paso a golpe de hachas. Varias piernas cercenadas volaron por los aires. Rej lanzaba pequeñas bolas de fuego envolviendo en llamas a más de un contrincante. Parecían docenas los que los atacaban. El bardo sacó una espada corta que tenía guardada en su cinturón para poder realizar más ataques. Un goblin se situó a la espalada de Grux levantando un mazo. Justo en el momento en el que iba a impactar contra la cabeza del enano, Ardar atravesó a la criatura por su espalda con la cimitarra. Grux se giró y dio las gracias a Ardar. Éste ni se inmutó y siguió luchado contra todos. No se habían percatado de la presencia de dos arqueros a la espalda de la melé de enemigos. Lanzaron sus flechas y atravesaron el hombro de Grux y alcanzaron a Rej en una pierna. El mago perdió el equilibrio. Grux no dejó que sus fuerzas decayeran a pesar de su herida. Ardar intentó zafarse del ataque de dos guerreros humanos con una voltereta aérea. Cayó en el suelo rodando y cuando se levantó guardó sus armas en sus vainas y lanzó dos cuchillos sobre los arqueros. Los cuchillos atravesaron las gargantas de los hombres. Volvió a coger sus espadas para defenderse de un goblin que le atacaba el flanco izquierdo. Grux protegía al mago caído. Varios hombres intentaban rematar a Rej con sus espadas, pero Grux logró quitárselos de encima. Varios movimientos fugaces con sus hachas y manos y vísceras caían al suelo. Ardar sonrió porque comprobó que estaban adquiriendo ventaja en la batalla. Rej se recompuso logrando lanzar un conjuro que provocó que varias piedras grandes levitaran y se proyectaran sobre los atacantes. A otro le transmutó su brazo armado en arena. De repente surgió la figura de un hombre anciano detrás de ellos. Tenía el pelo blanco y llevaba puesta una túnica púrpura. Levantó su brazo y pronunció rápidamente unas palabras mirando a Ardar. Éste quedó petrificado en medio de un ataque. Grux chilló y el anciano expulsó de su boca unas palabras cuyo aliento lanzaron al enano varios metros hacia atrás. Rej intentó ayudarle pero el hombre de la túnica púrpura también lo lanzó por los aires con otro conjuro. Un jinete goblin corría por el paraje al llegar a la altura de Ardar sacó su espada y seccionó la cabeza del cuerpo del bardo. La figura inmóvil de Ardar cayo al suelo partida en dos piezas. El anciano extrajo un puñal y se lo clavó a Rej en la espalda. Los enemigos cantaron victoria. Grux se arrastraba por el suelo intentando alcanzar el cuerpo de Rej. Un cuerpo proyectó su sombra sobre el enano. Éste se dió la vuelta y miró al cielo. Era el anciano. Puso su pie sobre el pecho del enano y apretó fuerte para que sintiera todo su peso. Grux gruño. Estaba malherido y no podía hacer mucho más. Intentó golpearlo con sus hachas pero parecía que sus brazos no respondían. El anciano habló.

—Tú debes de ser el enano bastardo que viene persiguéndome. Bien, ya me has encontrado. Soy Yerma, el antiguo. No sé qué te he hecho para que inicies esta espiral de venganza, y la verdad no me importa. Tal vez destruí a tu poblado o tal vez te insulté cuando eras pequeño. La cuestión está en que ahora eres mío. Me has causado muchos problemas. He tenido que salir de mi escondite con mi hombres sólo para encontrarte y detenerte. Y lo malo es que voy a tener que buscarme otro sitio donde ocultarme. Los que yo creía que eran amigos se han dedicado a traicionarme amenazados por el filo de tus hachas. Voy a tener que replantearme muchas de mis amistades. Soy Yerma y nada puede detenerme. ¿De verdad creías que eras un enemigo para mí? He matado a los magos más poderosos de este mundo. He hecho llorar de dolor a los paladines más preparados. Soy la figura oscura de la noche con la que se asusta a los niños. ¿Qué tienes tú, pequeño enano, para que yo te tema?

—Tengo una mala leche considerable, mago. Y te voy a arrancar los párpados para que puedas divisar en toda su magnitud la serie de atrocidades que voy a hacer contigo.

—Eso lo dudo.

Yerma se arrodilló al lado del enano. Extendió su dedo índice y lo acercó al ojo derecho de Grux. El dedo tomó un color rojizo y emitía un calor infernal. Un ruido empezó a molestar a Yerma antes de que siguiera con su castigo. Era Rej. Parecía que el mago estaba emitiendo una serie de ruidos con su garganta.

—Haced que ese mago se calle —ordenó Yerma a sus hombres—. Ahora, muere enano —continuó el mago llevando su dedo al ojo.

Una especie de grito sónico proveniente de Rej surcó el desfiladero. Se hizo la noche para Grux.

***

—Esa historia es una mierda —dijo uno de los parroquianos de la Luna Azul.

—Sí, todos sabemos que el enano murió. Ya lo hemos oído antes. Y con él cayeron el bardo y el mago —continuó otro.

Todos los presentes empezaron a reír y a jalear el nombre de Yerma y a lanzar maldiciones sobre nombre del malogrado reino de Haraz. Mientras, el hombre que narró la historia, agachó la cabeza. Acto seguido se limpió las lágrimas que habían salido de sus ojos tras contar la historia. Alzó los brazos y la cabeza. Había una sonrisa dibujada en sus ojos y habló.

—Si el enano está muerto… ¿Por qué acaba de entrar por la puerta de esta cloaca?

Todo el mundo se giró para mirar hacia la entrada. Una figura pequeña se erguía en el umbral de la puerta de la taberna. Estaba riéndose, sostenía dos hachas con sus manos y le faltaba un ojo. Se aclaró la garganta antes de hablar.

—Gracias por la presentación Rej. Ahora, sucios bastardos, vais a morir todos, pero antes, ¿cuál de vosotros va a decirme dónde encontrar a Yerma? Ya se me escapó una vez y no volverá a pasar…

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Comentarios

  1. SonderK dice:

    Realmente una historia que te atrapa en una vorágine de violencia, humor y venganza, gran historia y grandes personajes. ¡Exijo una segunda parte ya!

    Enhorabuena, digno ganador.

  2. levast dice:

    BRUTAAAAAAAALLLLL!!!!! Es tan genial que en algunos pasajes se podría haber titulado «Los Hermanos Marx en Dungeons & Dragons». Enhorabuena nene.

  3. Nadia dice:

    Enhorabuena ganador, muy buen texto, me ha entretenido e interesado por igual, el personaje del enano me ha caído genial pero el que me ha enamorado ha sido el bardo que por cierto no llega al final… pobre, pero bueno el mago loco y el enano son muy carismáticos, abajo el mago malo!!! Arriba el enano vengativo!!!, un relato muy leible si señor y una historia emocionante que me ha enganchado. Ale a escribir mucho.

  4. mrubio dice:

    Ya hice mi critica en publico y en privado solo decir que el relato es muy chulo.

  5. Tai y Chi dice:

    Muy bueno, la verdad que engancha hasta el final.

  6. marcosblue dice:

    Fantástico, en todas las acepciones de esta palabra. Me ha encantado leerlo y lo he disfrutado y eso gusta mucho. El enano es sublime, te has explayado a lo grande, y lo has perfilado a la perfección. La historia engancha porque te lleva a un final que te devuelve al principio del relato y te deja con ganas de continuar. Algún día habrá que pararse seriamente a pensar en cear una novela con unos personajes de tal envergadura. La única pega que te pongo es si era necesario eliminar al bardo, porque estos tres individuos dan para mucho y apetece verlos juntos, ahí me has dejado un poco frío… bueno, quizá Rej pueda juntarle la cabeza con un hechizo, quién sabe.

  7. dot dice:

    AXEEEEE!!!!!

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